Nikolai Bujarin, el preferido de Lenin y el fusilado por
Stalin
Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su
centenario (7 de noviembre de 1917 - 2017)”. Parte V
Nació
en Moscú en 1888 y murió fusilado en 1938, a la edad de 50 años. Fue uno de los
más destacados dirigentes y pensadores de la revolución. Uno de sus mejores
amigos, Iliá Ehrenburg lo recuerda así:
“El
héroe de mi adolescencia fue Nikolái Ivánovich Bujarin. Era dos años y medio
mayor que yo… Alegre, impetuoso, amante de la pintura y de la poesía, con un
sentido del humor que no lo abandonaba ni en los momentos más difíciles, era un
hombre que vivía en el mismo elemento que yo, aunque vivíamos de manera muy
diferente. Me acuerdo de él con emoción, ternura y agradecimiento: me ayudó a
entender cuestiones difíciles y también a comprenderme a mí mismo. Nos
conocimos en la escuela secundaria: al pasar a quinto curso, en otoño de 1906,
fui a parar al segundo piso donde estaban las clases de los mayores. Me sentía
atraído por Bujarin y sus compañeros de clase: Yarjo, Tsires, Astáfiev. Pronto
Bujarin me invitó a una reunión de su círculo: habló del marxismo. Luego me uní
a una organización escolar, comencé a trabajar para el Partido… A veces,
Nikolai venía a verme. Mi perrito Bobka no soportaba ni las botas ni las risas
estentóreas, y una vez se subió a las piernas de Bujarin. Otras, era yo quien
iba a verlo. Su padre era pedagogo... A menudo deambulábamos por los bulevares.
A Nikolái le gustaba conversar mientras paseaba y gesticulaba sin parar. A
veces íbamos a juntos a visitar a dos amigas bolcheviques… Todo eso son
recuerdos lejanos y muy vagos: desde entonces han pasado casi sesenta años.
Solo recuerdo los ojos traviesos de Nikolái y me parece oír su risa
provocadora. A menudo decía palabras obscenas inventadas por él… Nos separamos
durante mucho tiempo. En 1910 arrestaron a Bujarin y lo enviaron a la provincia
de Arjánguelsk. Un año más tarde huyó al extranjero, vivió en Suecia y en
Estados Unidos, en Cracovia. Nos encontramos a finales de 1920. Vivía en la
primera casa de los soviets (así se llamaba entonces el hotel Metropol).
Escribió una nota para el alcalde de Moscú (Kámenev), se alarmó cuando supo por
Liuba, mi esposa, que me había detenido la Cheká, y luego me ayudó a obtener el
pasaporte para viajar al extranjero… Escribió el prefacio a la primera edición
soviética de mi novela Julio Jurenito. En 1922 vino a Berlín, y nos vimos
durante dos o tres horas en una pequeña confitería vacía. Recuerdo haber dicho
que muchas cosas no habían sucedido tal y como habíamos imaginado en el bulevar
Novinski. Me respondió: ‘Es usted un famoso embrollador’, Luego se echó a reír
y añadió: ‘A mí también me llaman embrollador. Pero para usted es más fácil: se
dedica a embrollar en novelas o en conversaciones privadas pero para mí, que
después de todo soy un miembro del Buró Político…’. Hablaba con auténtica
veneración de Lenin. Después de la muerte de Lenin, fui en seguida al Metropol.
Bujarin estaba sentado en la cama, abrazándose las rodillas, y lloraba. Tardé
en decidirme a saludarlo… En 1932, era editor de Izvestia, y quiso que yo fuese
corresponsal permanente en París. Trabajé con Bujarin durante cuatro años.
Publicó artículos míos en que yo defendía la poesía de Pasternak, el teatro de
Meyerhold, la pintura de Sterenberg y Tyshler… En el Primer Congreso de
Escritores Soviéticos su informe era una defensa de la poesía y se distanciaba
de aquellos bardos de la casualidad y de los vulgarizadores. Algunos poetas se
enojaron y atacaron a Bujarin. En abril de 1936, Bujarin vino a París. Se alojó
en el hotel Lutetia y me dijo que Stalin lo había enviado para comprar a través
de los mencheviques el archivo de Marx, llevado a París por los
socialdemócratas alemanes. De repente añadió: ‘Tal vez sea una trampa, no lo
sé’… Bujarin estaba en Uzbekistán cuando apareció la información de que, en el
segundo proceso de Radek-Piatakov-Sokolnikov se le había acusado de
colaboración con el bloque trotskista-derechista. No pudo encontrar a nadie que
le consiguiera un billete para Moscú: a su alrededor se hizo el vacío. Una vez
en Moscú no lo arrestaron de inmediato pero lo interrogaron, no en el Servicio
de Seguridad del Estado sino en el Comité Central… Trató de defender la verdad
pero la gente gritaba: ‘¡Ejecuten al traidor!’. Nicolás escribió una carta a los
futuros líderes del Partido y obligó a su mujer a aprendérsela de memoria: ella
la memorizó y cumplió la última voluntad de su marido… Me acuerdo ahora del
alegre Nicolás. Lenin lo llamaba ‘Bujarchik’, decía de él que era el ‘preferido
del Partido’. Stalin no solo quería difamar y matar a Bujarin, quería destruir
su memoria. La verdad, tarde o temprano, siempre vence. A veces demasiado
tarde…” (Iliá Ehrenburg, Gente, años, vida, Barcelona, Editorial Acantilado,
2014, pp.1073-1079).
En
verdad, Bujarin era apreciado en muy alta estima por muchos de los dirigentes y
militantes del Partido. No debe olvidarse que las disputas y polémicas entre
los bolcheviques eran muy frecuentes, a veces se circunscribían al puro plano
de la teoría, a veces concluían en sanciones como desplazamientos de los
cargos, pero nunca llegaron al extremo de la prisión, el confinamiento a
Siberia o el fusilamiento, represiones habituales durante el stalinismo. A
propósito, léase cómo Lenin apreciaba las dotes de Bujarin al enviar al Congreso
del partido lo que se conoce como su “testamento”:
“Bujarin
no solo es un valiosísimo y notabilísimo teórico del Partido, sino que, además,
se le considera legítimamente el favorito de todo el Partido; pero sus
concepciones teóricas muy difícilmente pueden calificarse de enteramente
marxistas, pues hay en él algo escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás
ha comprendido por completo la dialéctica)” (Lenin, Carta al Congreso, 25 de
diciembre de 1922, en Marxists Internet Archive, 2000).
La
esposa de Bujarin se llamaba Anna Larina, nacida en 1914. Se habían casado en
1934. Al morir Bujarin, Anna fue recluida en varios campos del Gulag durante 20
años. En 1988 pudo publicarse su libro de memorias titulado Esto no lo puedo
olvidar (Editorial Galaxia Gutenberg, 2007). Murió en 1996, a la edad de 82
años.
Otra
imagen del Bujarin acusado ante el Comité Central la da Donald Rayfield,
profesor de la Universidad de Londres, quien escribe que suplicó piedad:
“Camaradas,
ruego que no me interrumpan, puesto que se me hace muy difícil hablar... No he
probado bocado en cuatro días… porque me parece imposible seguir viviendo
cuando sobre mí pesan tales acusaciones”.
Le
envió varias notas a Stalin, y en la última le decía:
“Koba,
¿por qué exiges mi vida?”.
De
nada valieron las peticiones del exterior solicitando clemencia, entre ellas la
del famoso novelista francés Romain Rolland, quien se refirió a la mente de
Bujarin como “un precioso tesoro para su país” (Donald Rayfield, Stalin y los
verdugos, Madrid, Taurus Santillana Ediciones Generales, 2003, pp. 362-365).
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