domingo, 4 de junio de 2017

ARISTIPO Y EPICURO

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La Escuela Cirenaica de Filosofía, denominada así a causa de la ciudad de Cirene, en la que se fundó, se desarrolló aproximadamente desde el 400 hasta el 300 a.C. Se las clasifica dentro de las "escuelas socráticas menores" y tenía como principio más distintivo el hedonismo, o la doctrina de que el placer es el bien mayor. Además es considerada uno de los puntos de partida del relativismo tanto epistemológico como moral.

Se dice generalmente que la escuela deriva sus doctrinas de Sócrates por un lado, y del sofista Protágoras por el otro. De Sócrates, por una tergiversación de la doctrina de que la felicidad es el sumo bien (eudemonismo), derivó la doctrina de la supremacía del placer (hedonismo), mientras que de Protágoras adoptó su teoría relativista del conocimiento.

Aristipo

Aristipo (floreciendo c. 400 a.C.) fue el fundador de la escuela, y contó entre sus seguidores a su hija Areta y a su nieto Aristipo el Joven, a quien parece le debemos  la sistematización de sus afirmaciones.

Aristipo tenía mucho ingenio y expresiones vivas y agudas. Hablaba muy agradablemente y chanceaba sobre todos los asuntos. Nada le gustaba tanto como adular a los reyes y potentados; los hacia reír y les sacaba, de este modo, todas las gracias que les pedía.

Cuando ellos le insultaban, él decía que aquello era una chanza, y así nunca se indisponía con ellos. Era tan diestro, que conseguía con maña y astucia todo lo que deseaba. Se hallaba bien en todas partes y hablaba a cada cual en su lengua.

Platón le solía decir: “Eres el único hombre que sabe acomodarse a los remiendos y a la púrpura.”

Horacio dice que Aristipo sabía representar todos los papeles, y que aunque quería tener más, estaba contento con lo que tenia.

Dionisio de Siracusa le apreciaba más que a todos sus cortesanos. Aristipo iba muchas veces a Siracusa solo por gozar de la buena mesa de aquel tirano. Cuando se fastidiaba iba a pasar otra temporada con algún gran señor. Diógenes le llamaba el perro real, porque siempre estaba en las cortes de los príncipes.

Dionisio le escupió un día al rostro, acción que fue desaprobada por los que estaban presentes; pero Aristipo se echó a reír, y les dijo: “Los pescadores se mojan todo el cuerpo solo por pescar un pececillo, ¡y yo no me voy a dejar mojar el rostro por pescar tamaña ballena!”
Aristipo fue el primer discípulo de Sócrates que exigía dinero de los que venían a oír sus lecciones, y para legitimar esta costumbre, envió veinte minas a Sócrates; más éste no las admitió, y desaprobó la codicia de Aristipo, el cual no hizo caso.

Un ateniense quiso poner un hijo suyo en la escuela de Aristipo, encargándole que se esmerase en su enseñanza. Aristipo le pidió cincuenta dracmas. El ateniense respondió que con esta suma podía comprar un esclavo. “Pues bien, le dijo Aristipo, cómpralo y tendrás dos.”

Era codicioso pero no avaro: viendo en cierta oportunidad que el esclavo que le seguía con un saco de dinero no podía andar tan de prisa como él, le dijo que no llevase más de lo que pudiese, y que arrojase lo demás.

Gustaba de comer bien, y daba cualquier dinero por un buen bocado. Habiendo dado una vez cincuenta dracmas por una perdiz, uno de los que estaban presentes censuró esta prodigalidad. “Si la perdiz no costara más que un óbolo, le preguntó el filósofo ¿la comprarías? Sin duda, dijo el otro. Pues bien, repuso Aristipo, tanto me valen a mí cincuenta dracmas, como a ti un óbolo.”

 Otra vez dio mucho dinero por unas golosinas. También le desaprobó un testigo, y Aristipo le dijo: “Tú darías tres óbolos por todo esto; así pues, eres tan tacaño como yo goloso.”

Estando Diógenes layando unas hierbas para comer, vio pasar a Aristipo y le dijo: “Si te contentases con yuyos no irías a adular a los reyes. Y si tú, respondió Aristipo, supieses hacer adular a los reyes, no te contentarías con yuyos.”

Dionisio le preguntó que por qué iban los filósofos a ver a los reyes, y los reyes no iban a ver a los filósofos. Aristipo respondió: “Porque los reyes no saben lo que les hace falta, y los filósofos sí.”

Decía que era bueno moderar las pasiones, mas que no convenía desarraigarlas enteramente, y que no era un crimen gozar de los placeres sino ser esclavo de ellos. Cuando le chanceaban sobre sus relaciones con la cortesana Lais, decía: “Poseo a Lais, pero Lais no me posee.”

Dionisio dio un gran banquete, y a los postres quiso que todos los convidados se pusiesen unos hermosos mantos de púrpura. Platón no quiso complacerle, diciendo que aquel lujo era propio de mujeres. Aristipo no hizo dificultad, y no sólo se puso el manto sino que bailó en presencia de los convidados. “Lo mismo se hace, dijo, en las fiestas de Baco, y no por eso se corrompe el que no está corrompido.”

Reconviniéndole un amigo porque dejaba a Sócrates para ir a ver a Dionisio, respondió: “Cuando necesito sabiduría, acudo a Sócrates; cuando necesito dinero, acudo a Dionisio.”

Decía que la gran ventaja de la filosofía era que aunque no hubiese leyes, los filósofos, continuarían viviendo como si las hubiese.


Conocimiento

Los cirenaicos comenzaron su indagación filosófica coincidiendo con Protágoras en que todo conocimiento es relativo. Influidos por su relativismo, entendían el conocimiento desde una óptica sensista y subjetivista.

Es verdadero, decían, aquello que aparenta ser verdadero; de las cosas en sí nada podemos conocer (fenomenismo). A partir de esto, se vieron llevados a sostener que podemos conocer únicamente nuestros sentimientos, o la impresión que las cosas producen en nosotros.

Ètica

Al transferir esta teoría del conocimiento a la discusión del problema de la conducta, y asumir, según se ha dicho, la doctrina socrática de que el fin principal de la conducta es la felicidad, concluían que la felicidad debe obtenerse generando sentimientos placenteros y evitando los dolorosos. El placer es, entonces, el objetivo capital en la vida.

El hombre bueno es aquel que obtiene o se empeña en obtener el máximo de placer y el mínimo de dolor. La virtud no es un bien en sí misma; es un bien solo como medio para obtener el placer. Este último punto suscita la pregunta: ¿qué entendían por placer los cirenaicos? Eran sin duda sensualistas, pero no es del todo exacto que por placer significaran únicamente el placer sensible. Hacían referencia a una jerarquía de placeres en la que los placeres corporales están subordinados a la virtud, conocimiento, goce estético, que pertenecen a la naturaleza superior del hombre.

Por "bien" entendían placer inmediato y, en este sentido, se los considera hedonistas. Su hedonismo no parte del deseo de llevar una vida voluptuosa sino de la indagación en los fundamentos del valor.

En el mejor de los casos, la filosofía cirenaica apenas puede ser considerada un sistema ético. Sustituían el bien y el mal por el placer y el dolor, sin referencia, directa o indirecta, a la obligación o el deber. En algunos puntos de su doctrina, la escuela desciende a los lugares comunes, como cuando justifica la obediencia de la ley reparando en que la observancia de la ley del territorio evita el castigo, y que uno debe actuar honestamente porque así incrementa la cantidad de placer. Los cirenaicos posteriores hicieron causa común con los epicúreos. De hecho, la diferencia entre estas dos escuelas era cuestión de detalles, no de principios fundamentales.

Otros autores dicen que al igual que sus pares de las Escuela Cínica y de la Escuela Megárica, los cirenaicos sostenían que la felicidad es la tranquilidad que se obtiene por el autodominio. Los cirenaicos estudiaban la Moral y descuidaban la Lógica. No se aplicaban a la Física, porque decían que era una ciencia quimérica. El fin de todas las acciones humanas, según su doctrina, debía ser el placer; no ya la privación de dolor, sino el placer positivo, que no se adquiere sin movimiento.

Admitían dos clases de movimiento en el alma: uno suave que da placer, y otro violento que da dolor, y como todo el mundo huye del uno, y busca el otro, de aquí proviene que el hombre ha nacido para el placer. No apreciaban la virtud, sino es en cuanto servía para tener placer, comparándola a la Medicina, que sólo debe ser apreciada cuando da la salud. Negaban la existencia de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, lo cual sólo debía entenderse con respecto a las leyes y a las costumbres del país. Decían que el hombre no debía obrar mal, por las malas resultas.

Cirenaísmo posterior

Algunos de los cirenaicos posteriores redujeron el placer a un estado meramente negativo, sin sufrimiento; y otros, aún más tardíos, reemplazaban el placer por "jovialidad e indiferencia". La verdad parece radicar en que en este, como en muchos otros casos, el sensualismo se satisfacía con un sistema superficial y laxo. No había consistencia en la teoría cirenaica de la conducta; probablemente no se buscaba ninguna.

Se consideró entonces que sus seguidores cayeron muy por debajo de lo que se esperaba de los filósofos, incluso en Grecia, y su doctrina devino un mero conjunto de máximas para justificar el modo de vida indolente de hombres cuyo fin supremo en la vida era un pasar placentero.

La hija de Aristipo de Cirene, Areta, fue fiel discípula de su padre. Ella formó en las doctrinas cirenaicas a su hijo Aristipo "El Joven".

El principal discípulo de Aristipo "El Joven" fue Teodoro "El Ateo", influido también por el cinismo, quien refutó las creencias griegas sobre los dioses.

Fue acusado ante el Areópago, pero Demetrio de Falero le libertó de la pena en que había incurrido. Pasó a Cirene, donde vivió en casa de Mario, gozando de mucha consideración. Sin embargo, salió desterrado de allí, y se refugió en la corte de Tolomeo Lago. Éste le hizo su embajador cerca de Lisímaco, a quien habló con tanta libertad, que uno de los cortesanos le dijo: “Sin duda crees que no hay reyes, como crees que no hay dioses.” Amfícrates dice que Teodoro fue condenado a muerte.

Un discípulo suyo, Evémero, explicaba que los dioses habían sido en realidad hombres célebres venerados a causa de sus virtudes y contribuciones al bien general, por lo cual habían sido recordados como dioses, aun siendo mortales. A esta doctrina que intentaba racionalizar los mitos se la llamó Evemerismo.

Un miembro de la escuela, Hegesías, derivó desde el hedonismo hacia un pesimismo extremo (cosa que Kierkegaard entendería como previsible y lógica). A Hegesías lo llamaban "El Predicador de la Muerte". Exhortaba a los hombres al suicidio y fue por eso encerrado en la cárcel por Ptolomeo Lago.

Escribió “Sobre el suicidio por el ayuno”. Aníceris (que según algunos fue quien compró y liberó a Platón cuando había sido vendido como esclavo luego de su primer viaje a Sicilia) no se plegó al pesimismo de Hegesías, sosteniendo que si no se podía alcanzar el placer —como él afirmaba— al menos se podían alcanzar otros valores como la amistad y el patriotismo.

Los cirenaicos pueden considerarse antecesores de los epicúreos, pero se diferencian de éstos porque su concepción del placer es dinámica, en cuanto búsqueda del goce corporal y sensible. El autodominio, ideal compartido por todas las escuelas socráticas, era entendido por ellos como la administración de los placeres (utilizar las circunstancias para conseguir el placer, sin dejarse dominar por el deseo de obtenerlo).

El Hedonismo hoy: Cirenaicos y Epicúreos

Si hacemos un esfuerzo por bucear en la Historia de la Filosofía nos encontramos con La escuela cirenaica y la epicúrea, ambas son consideradas hedonistas pero la epicúrea  presentaba diferencias sustanciales –la introducción de la racionalidad y mucha más envergadura intelectual que la escuela cirenaica. Hoy coexisten cirenaicos (muchos y masificados) y epicúreos (pocos e intelectuales) que sin saberlo su actitud vital en los primeros y vital-racional en los segundos, los hace herederos, a través de los recovecos de la historia del pensamiento, sin que ellos, salvo una pequeña minoría cualificada, sean conscientes de ello.

Los cirenaicos se ocuparon fundamentalmente de cuestiones de ética. En su opinión, el bien se identifica con el placer, aunque éste debe entenderse también como placer espiritual. La felicidad humana, según Aristipo, consiste en librarse de toda inquietud, siendo la vía para lograrlo la autarquía. En teoría del conocimiento, los cirenaicos defendieron una posición sensualista (la única fuente de conocimiento son los sentidos) y subjetivista (no hay más conocimiento que el conocimiento individual).
Los seguidores de Aristipo prolongaron las enseñanzas de su maestro hasta el periodo helenistico. Filósofos como Teodoro el Ateo, Hegesias, Aníceris, Antípatro de Cirene y Parebates representaron una tendencia filosófica más que una "escuela" propiamente dicha. Cicerón y otros autores nos cuentan que las lecciones dadas por Hegesias en Alejandría fueron causa de tantos suicidios que el faraón helenístico Ptolomeo I tuvo que prohibir su continuidad.

Aristipo fue un discípulo señalado de Sócrates y predecesor de Epicuro, y el fundador de la escuela de Cirene o cirenaica. Para ella, el casi único criterio de verdad se halla en las emociones internas. Y en cuanto al origen del conocimiento, debe buscárselo en la sensación.

En lo que concierne al supremo fin del hombre debo ser considerado como la felicidad, fundamentada ésta tan sólo en torno al placer. Se le tuvo como hombre materialmente pudiente, con riquezas y fortuna que le posibilitaban el ejercicio de una vida acorde con el tenor de su filosofía. En torno al bien y al mal, no admitía criterios diferenciales que no fueran los del placer; buscaba únicamente los goces. Los datos biográficos conservados dicen que llevo sus ideas a la práctica y que en su casa y entorno próximo arraigó la doctrina hedonista. Ejemplo de ello es que su hijo Arete, educó al nieto de Arístipo en el marco del hedonismo.


Hegesias es quizá un poco heterodoxo dentro de esta escuela cirenaica a la que si pertenecían sus alumnos. Este pensador no debió de sentirse muy satisfecho con el hedonismo cirenaico, pues los placeres de esta vida le parecían pocos y mucho menores que los dolores, y además muy difíciles de conseguir a causa de la oposición de la fortuna y el azar. Por ello destacaba las ventajas y beneficios de la muerte y se le tuvo como inductor del suicidio. Esto último, por algunos casos que se dieron a causa de estas ponzoñosas enseñanzas, alarmó al rey Ptolomeo I, quien le prohibió hablar de estas cuestiones, prohibió sus libros, cerró su escuela y le expulsó de la Alejandría donde enseñaba.

Teodoro el Ateo, se mofaba de las divinidades griegas y se apartó radicalmente de ellas de ellas, lo que, según Plutarco, le acarreó bastantes problemas cuando estuvo en Atenas; eso le valió ser llamado Teodoro, el Ateo.

HEDONISMO

El Hedonismo es la doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida. Las dos escuelas clásicas del hedonismo son la escuela cirenaica, que someramente hemos visto, y los epicúreos.

El Hedonismo es la doctrina que considera el placer como el fin de la vida, por lo que se deduce que los seres humanos deberíamos dedicarnos exclusivamente a vivir en su eterna búsqueda. En la Grecia antigua se formularon las primeras teorías sobre el placer:

En la primera doctrina, la radical, se plantea que los deseos personales se debían satisfacer de inmediato sin importar los intereses de los demás. Esta teoría fue expuesta por un grupo llamado los cirenaicos.

La segunda doctrina, más moderada y elaborada, fue formulada por los epicúreos o hedonistas racionales, seguidores del filósofo Epicuro de Samos, quien vivió en Grecia entre el 341 y el 270 a.c. La doctrina que predicó Epicuro de Samos ha sido tergiversada a través de la historia, hasta el punto de que algunos lo toman como un libertino mientras que otros consideran esa característica tan sólo lo consideraron una faceta de su filosofía.

Epicuro consideraba que la felicidad consiste en vivir en continuo placer, porque para muchas personas el placer es concebido como algo que excita los sentidos. Epicuro consideró que no todas las formas de placer se refieren a lo anterior, pues lo que excita los sentidos son los placeres sensuales. Existen otras formas de placer que según él se refieren a la ausencia de dolor o de cualquier tipo de aflicción. También afirmó que ningún placer es malo en sí, sólo que los medios para buscarlo pueden ser el inconveniente, el riesgo o el error.

Existen escritos del filósofo y de sus seguidores que nos muestran sus doctrinas: entre los deseos, algunos son naturales y necesarios, algunos naturales y no necesarios y otros ni naturales ni necesarios, sólo consagrados a la opinión vana. La disposición que tengamos hacia cada uno de estos casos determina nuestra aptitud para ser felices o no.

-Dentro de los deseos naturales y necesarios encontramos las necesidades básicas físicas, como el alimentarse, calmar la sed, el abrigo y el sentido de seguridad.

-Dentro de la clase de naturales e innecesarios están, la conversación amena, la gratificación sexual, las artes, etc.

-Dentro de los placeres innaturales e innecesarios están la fama, el poder político, el prestigio, etc.

Epicuro formuló algunas recomendaciones entorno a todas estas categorías de deseos así:

-Debemos satisfacer los deseos naturales necesarios de la forma más económica posible.
-Podemos perseguir los deseos naturales innecesarios hasta la satisfacción de nuestro corazón, no más allá.
-No debemos arriesgar la salud, la amistad, la economía en la búsqueda de satisfacer un deseo innecesario, pues esto sólo conduce a un sufrimiento futuro.

-Hay que evitar por completo los deseos innaturales innecesarios pues el placer o satisfacción que éstos producen es efímero.

Muchos adeptos

La filosofía epicúrea ganó un gran número de adeptos. Fue una importante escuela de pensamiento que perduró durante siete siglos después de la muerte de su creador. Hacia la Edad Media decayó y fueron destruidos muchos de sus escritos. Sin embargo hoy existen remanentes de esta doctrina que han sido compilados y difundidos por el mundo. Y últimamente hay un reverdecer grosero y poco original de la misma que ignora sus raíces pero que lleva a la práctica sus formas más radicales.

Los epicúreos sostenían que el placer verdadero es alcanzable tan solo por la razón, algo de lo que hoy se prescinde. Hacían hincapié en la virtud del dominio de sí mismo y de la prudencia. En los siglos XVIII y XIX los filósofos británicos Jeremy Benthan, James Mill y Jhon Stuart Mill hicieron la propuesta de una doctrina universal más conocida como utilitarismo. Según esta teoría el comportamiento humano debe tener como criterio final el bien social. Hay que guiarse moralmente buscando todo aquello que proporciona y favorece el bienestar de un mayor número de personas.

Las dos escuelas, cirenaica y epicúrea, convergen en el detestar la superstición y la religión y basar la conducta y el juicio mediante la experiencia y la razón. Así anticipan las posiciones del humanismo y del iluminismo posterior. De todas formas, difieren en lo siguiente:

La escuela cirenaica (siglos IV y III a. C.) fue fundada por Aristipo de Cirene, fue una de las más antiguas escuelas socráticas y enfatizaba sólo un lado de las enseñanzas de Sócrates. Tomando la afirmación de Sócrates de que la felicidad es uno de los fines de la acción moral, Aristipo mantenía que el placer era el bien superior. Él decía que las gratificaciones corpóreas, las cuales el consideraba intensas, eran preferibles a las mentales. Ellos también negaban que debamos posponer la gratificación inmediata para la ganancia a largo plazo. En este respecto ellos difieren de los epicúreos.

El epicureismo identificaba al placer con la tranquilidad y enfatizaba la reducción del deseo sobre la adquisición inmediata del placer. En esta forma, el epicureismo escapa a la objeción precedente: mientras el placer y el bien mayor son de hecho lo mismo, Epicuro argumentaba que el placer más alto consiste de una vida simple, moderada, que se vive con amigos en discusión filosófica. Él enfatizaba que no era bueno hacer algo que a uno le haga sentir bien si, cuando se lo experimentaba, uno después denigraría las experiencias posteriores y éstas le harían sentirse bien. Así mismo afirmaba que a veces por tener placeres momentáneos intensos se sacrifica el bienestar posterior. En tanto él entendía por placer la ausencia de dolor.

Dentro del Hedonismo en sentido estricto se pueden distinguir dos formas del mismo, de acuerdo con los dos significados que tiene el término placer. Éste designa al placer sensible o inferior, y al placer espiritual o superior. En consecuencia, habrá dos formas de hedonismo, llamadas hedonismo absoluto y hedonismo mitigado, o eudemonismo.

Por lo que se refiere al hedonismo psicológico, son varias las doctrinas existentes según la determinación temporal del placer. La teoría del placer de los fines o “hedonismo psicológico del futuro” sostiene que el placer personal es el único fin último de una persona.

El hedonismo no consiste en afirmar que el placer es un bien, ya que dicha afirmación ha sido admitida por otras muchas doctrinas éticas muy alejadas del hedonismo, sino en considerar que el placer es el único y supremo bien.

El término hedonismo puede tomarse en dos sentidos, lato y estricto. En el primero, el Hedonismo sería una teoría ética de gran amplitud en la que la palabra placer tendría un significado muy extenso, abarcando tanto el placer como la utilidad; en este sentido se encuadraría dentro del Hedonismo el utilitarismo.

En un sentido más restringido, el Hedonismo se diferencia del utilitarismo, fundamentalmente, porque el primero cifra el bien en el placer individual, mientras que el segundo afirma como bien sumo el placer, el bienestar y la utilidad sociales; el Hedonismo tiene carácter individualista, el utilitarismo es de índole socialista (en el sentido etimológico de la palabra). El punto de vista que sostiene que la satisfacción humana se encuentra en la búsqueda y posesión del placer material y físico.

El hedonismo radical sostiene que todos los placeres físicos deben ser satisfechos sin ninguna restricción, mientras que el hedonismo moderado afirma que las actividades placenteras deben ser moderadas, para que así aumente el placer. En ambos casos el placer es la principal motivación del comportamiento.

2. El Hedonismo hoy

Dentro de la filosofía contemporánea se destaca la figura de Michel Onfray como abierto proponente del hedonismo. Él manifiesta en una entrevista que "Se cree que el hedonista es aquel que hace el elogio de la propiedad, de la riqueza, del tener, que es un consumidor. Eso es un hedonismo vulgar que propicia la sociedad. Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, y disfrutar jubilosamente de la existencia: oler mejor, gustar, escuchar mejor, no estar enojado con el cuerpo y considerar las pasiones y pulsiones como amigos y no como adversarios."

Michel Onfray, nacido en 1959 en el seno de una familia de agricultores normandos, es el creador Universidad Popular de Caen y escribió su manifiesto en 2004 (communauté philosophique). Onfray cree que no hay filosofía sin psicoanálisis, sin sociología, ni ciencias. Un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.

Sus escritos celebran el hedonismo, los sentidos, el ateísmo, al filósofo artista en la raza de los pensadores griegos que predican la autonomía del pensamiento y de la vida. Su ateísmo es sin concesiones, expone que las religiones son indefendibles como herramientas de soberanía y trato con la realidad. Forma parte de una línea de intelectuales próximos a la corriente individualista anarquista, intentando entroncar con el aliento de los filósofos cínicos (Diógenes), epicúreos (Epicuro) y cirenaicos.

Onfray propone un pensamiento puramente materialista/naturalista del que hace un elogio en todos los ámbitos que le interesan: ética de la vida, política, uso del cuerpo, relatos amorosos. Para este filósofo, la probidad y el conocimiento del mundo son claves inevitables: “Es necesario trabajar con la realidad y construir a partir de ella”. Trabaja en la reconstrucción de mitos guiados por la “pulsión de muerte”, es decir, la negación del mundo y la existencia en favor de quimeras y cuentos. Posición que le ha conducido a un ateísmo “no cristiano” (un ateísmo que no conserva los usos del cristianismo en la vida corriente o ateología). Propone un arte de vivir hedonista orientado hacia la existencia, la cultura de las artes y del conocimiento, la expansión, el placer, el conocimiento de sí mismo y del otro.

Señalando con el dedo las formas de alienación y de dolor que imputa a las religiones y a sus dogmas políticos y económicos, vuelve a poner al individuo en el centro de su existencia y le invita a “pensar su vida y vivir su pensamiento”. Para él, trabajar sobre el rechazo de los cuentos, sobre el placer, sobre el uso de su cuerpo y su relación con los otros, son elementos esenciales que permiten no caer bajo el pensamiento idealista, con su canto de sirenas de pretendidas existencias después de la muerte, que aplaza una vida gozosa en el único mundo real existente. Para Michel Onfray la felicidad (le bonheur) debe hacerse en el momento presente de la vida.

El éxito del “Tratado de ateología”, vendió más de doscientos mil ejemplares en Francia, lo que muestra el creciente interés por las cuestiones religiosas, tanto si los analistas tienden al ateísmo o a la religión.



Diógenes Laercio: Aristipo de Cirene y los cirenaicos 


 1. Aristipo fue natural de Cirene, de donde pasó a Atenas, llevado de la fama de Sócrates, como dice Esquines. Fue el primer discípulo de Sócrates que enseñó la Filosofía por estipendio, y con él socorría a su maestro, según escribe Fanias Eresio, filósofo peripatético. Habiéndole enviado una vez veinte minas, se las devolvió Sócrates, diciendo que «su daimon no le permitía recibirlas». Desagradaba esto mucho a Sócrates; Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates por árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas ocurrencias disponía bien las cosas, pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja de afeminado por el lujo, diciendo:

Cual la naturaleza de Aristipo,
blanda y afeminada,
que sólo con el tacto
conoce lo que es falso o verdadero.

2. Dicen que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: «¿Tú no la comprarías por un óbolo?» Y como dijese que sí, repuso: «Pues eso valen para mí cincuenta dracmas.» Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiese la que gustase, pero las despidió todas tras, diciendo: «Ni aun a Paris fue seguro haber preferido a una.» Dícese que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió: tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón, o según otros, Platón, le dijo: «A ti solo te es dado llevar clámide o palio roto.» Habiéndole Dionisio escupido encima, lo sufrió sin dificultad; y a uno que se admiraba de ello, le dijo: «Los pescadores se mojan en el mar por coger un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar saliva por coger una ballena?»



3. Pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste: «Si hubieras aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos.» A lo que respondió Aristipo: «Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas.» Preguntado qué era lo que había sacado de la Filosofía, respondió: «El poder conversar con todos sin miedo.» Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, respondió: «Si esto fuese vicioso, ciertamente no se practicaría en las festividades de los dioses.» Siendo preguntado en otra ocasión qué tienen los filósofos más que los otros hombres, respondió: «Que aunque todas las leyes perezcan, no obstante viviremos de la misma suerte.» Habiéndole preguntado Dionisio por qué los filósofos van a visitar a los rico, y éstos no visitan a los filósofos, le respondió: «Porque los filósofos saben lo que les falta, pero los ricos no lo saben.» Afeándole Platón el que viviese con tanto lujo, le dijo: «¿Tienes tú por bueno a Dionisio?» Y como Platón respondiese que sí, prosiguió: «Él vive con mucho mayor lujo que yo; luego nada impide que uno viva regaladamente, y juntamente bien.» Preguntado una vez en qué se diferencian los doctos de los indoctos, respondió: «En lo mismo que los caballos domados de los indómitos».


4. Habiendo una vez entrado en casa de una meretriz, como se avergonzase uno de los jóvenes que iban con él dijo: «No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir.» Habiéndole uno propuesto un enigma, como le hiciese instancia por la solución de él le dijo: «¿Cómo quieres, oh necio, que desate una cosa que aun atada nos da en qué entender?» Decía que «era mejor ser mendigo que ignorante; pues aquél está falto de dinero, pero éste de humanidad». Persiguiéndolo uno cierta vez con dicterios y malas palabras, se iba de allí y como el maldiciente le fuese detrás, y le dijese que por qué huía, respondió: «Porque tú tienes poder para hablar mal, y yo no lo tengo para oírlo.» 


Diciéndole uno que siempre veía los filósofos a la puerta de los ricos, respondió: «También los médicos frecuentan las casas de los enfermos, pero no por eso habrá quien antes quiera estarse enfermo que ser curado».
[...]

16. Habiendo, pues, ya nosotros descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De éstos, unos se apellidaron ellos mismos hegesianos; otros, annicerianos; y otros, teodorios. A éstos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron celebérrimos los eretrienses. Su orden es éste: Aristipo tuvo por discípulos a su hija Areta, a Etiope, natural de Ptolomaida, y a Antipatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro, llamado Ateo y después Dios. Epitimedes Cireneo fue discípulo de Antipatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, cognominado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón. 



17. Los que siguen los dogmas de Aristipo, apellidados cireneos, tienen las opiniones siguientes: Establecen dos pasiones: el dolor y el deleite, llamando al deleite «movimiento suave», y al dolor «movimiento áspero». «Que no hay diferencia entre un deleite y otro, ni es una cosa más deleitable que otra. Que todos los animales apetecen el deleite y huyen del dolor.» Panecio, en el libro De las sectas, dice que por deleite entienden el corporal, al cual hacen último fin del hombre mas no el que consiste en la constitución del cuerpo mismo y carencia del dolor y como que nos remueve de todas las turbaciones, al cual abrazó Epicuro, y lo llamó último fin. Son de parecer estos filósofos que este fin se diferencia de la vida feliz, pues dicen que «el fin es un deleite particular, pero la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros. Que los deleites particulares se deben apetecer por sí mismos, pero la vida feliz no por sí misma, sino por los deleites particulares. De que debemos tener -dicen- el deleite por último fin, puede servir de testimonio el que desde muchachos, y sin uso de razón se nos adapta, y cuando lo disfrutamos, no buscamos otra cosa, ni la hay que naturalmente más huyamos que el dolor. Que el deleite es bueno, aunque proceda de las cosas más indecorosas -según refiere Hipoboto en el libro De las sectas-, pues aunque la acción sea indecente, se disfruta su deleite, que es bueno».


crisipo 18. «No tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite.» Dicen que «ambas pasiones estriban en el movimiento, sin embargo de que no es movimiento la privación del dolor ni la del deleite, sino un estado como el de quien duerme. Que algunos pueden no apetecer el deleite, por tener trastornado el juicio. Que no todos los deleites o dolores del ánimo provienen de los dolores o deleites del cuerpo, pues nace también la alergia de cualquier corta prosperidad de la patria o propia». Pero dicen que «ni la memoria ni la esperanza de los bienes pueden ser deleite»; lo cual es también de Epicuro, pues el movimiento del ánimo se extingue con el tiempo. Dicen asimismo que «de la simple vista u oído, no hacen deleites, pues oímos sin pena a los que imitan ayes y lamentos, pero con disgusto a los que realmente se lamentan». Al estado medio entre el deleite y el dolor llamaban «privación del deleite» e «indolencia». «Que los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo, por cuya causa son castigados en él los delincuentes.» Dicen que «se acomoda más a nuestra naturaleza el deleite que el dolor, y por esto tenemos más cuidado del uno que del otro. Y así aunque el deleite se ha de elegir por sí mismo, no obstante huimos de algunas cosas que lo producen, por ser molestas; de manera que tienen por muy difícil aquel complejo de deleites que constituyen la vida feliz». 


19. Son de opinión que «ni el sabio vive siempre en el deleite, ni el ignorante en el dolor, pero sí la mayor parte del tiempo; bien que les basta uno u otro deleite para restablecerse a la felicidad». Dicen que «la prudencia es un bien que no se elige por sí mismo, sino por lo que de él nos proviene. Que el hacerse amigos ha de ser por utilidad propia, así como halagamos los miembros del cuerpo mientras los tenemos. Que en los ignorantes se hallan también algunas virtudes. Que la ejercitación del cuerpo conduce para recobrar la virtud. Que el sabio no está sujeto a la envidia, a deseos desordenados ni a supersticiones, pues estas cosas nacen de vanagloria, pero siente el dolor y el temor, que son pasiones naturales. Que las riquezas no se han de apetecer por sí mismas, sino porque son productivas de los deleites». Que «las pasiones pueden comprenderse, sí; pero no sus causas. No se ocupaban en indagar las cosas naturales, porque demostraban ser incomprensibles. Estudiaban la lógica por ser su uso frecuentísimo». 



20. Meleagro en el libro II De las opiniones, y Clitómaco en el primero De las sectas, dicen que «tenían por inútiles la Física y la Dialéctica, porque quien haya aprendido a conocer lo bueno y lo malo, puede muy bien hablar con elegancia, estar libre de supersticiones y evitar el miedo de la muerte. Que nada hay justo, bueno o malo por naturaleza, sino por ley o costumbre; sin embargo, el hombre de bien nada ejecuta contra razón porque le amenacen daños improvisos o por gloria suya, y esto constituye el varón sabio. Concédenle, asimismo, el progreso en la Filosofía y otras ciencias». Dicen que «el dolor aflige más a unos que a otros, y que muchas veces engañan los sentidos».


21. Los llamados hegesíacos son de la misma opinión en orden al deleite y al dolor. Dicen que «ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas; lo cual si falta, tampoco ellas subsisten. Que una vida del todo feliz es imposible, pues el cuerpo es combatido de muchas pasiones, y el alma padece con él, y con él se perturba; como también porque la fortuna impide muchas cosas que esperamos. Ésta es la razón de no ser dable la vida feliz, y tanto, que la muerte es preferible a tal vida. Nada tenían por suave o no suave por naturaleza, sino que unos se alegran y otros se afligen por la rareza, la novedad o la saciedad de las cosas. Que la pobreza o la riqueza nada importan a la esencia del deleite, pues éste no es más intenso en los ricos que en los pobres. Que para el grado del deleite nada se diferencian el esclavo y el ingenuo, el noble y el innoble, el honrado y el deshonrado. Que al ignorante le es útil la vida; al sabio le es indiferente. Que cuanto hace el sabio es por sí mismo, no creyendo a nadie tan digno de él, pues aunque parezca haber recibido de alguno grandes favores, sin embargo, no son iguales a su merecimiento». 


22. «Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos obrar aquello que nos parezca conforme a razón.» Decían que «los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente, sino coartados de alguna pasión. Que no se han de aborrecer las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite».


23. Los annicerios convienen con éstos en todo, pero «cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres, y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá, sin embargo, felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí mismo, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitarnos en cosas buenas, por los grandes afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquél), sino por la benevolencia ya tomada, y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él». Quieren, pues, que «se deben tomar trabajos voluntarios por los amigos, a causa del amor y benevolencia». 


24. Los nombrados teodorios se apellidaron así del arriba citado Teodoro, cuyos dogmas siguieron. Este Teodoro quitó todas las opiniones acerca de los dioses; y yo he visto un libro suyo nada despreciable, intitulado De los dioses, del cual dicen tomó Epicuro muchas cosas. Fue Teodoro discípulo de Anniceris, y de Dionisio el Dialéctico, según Antístenes en las Sucesiones de los filósofos. Dijo que «el fin es el gozo y el dolor, que aquél dimana de la sabiduría; éste de la ignorancia. Que son verdaderos bienes la prudencia y la justicia; seguros males, las habituales contrarias; y que el deleite y dolor tienen el estado medio». Quitó la amistad, por razón que «ni se halla en los ignorantes ni en los sabios: en los primero, quitado el útil se acaba también la amistad; y los sabios, bastándose a sí propios, no necesitan amigos». Decía ser muy conforme a razón que el sabio no se sacrifique por la patria; pues no ha de ser imprudente por la comodidad de los ignorantes. Que la patria es el mundo. Que dada la ocasión se puede cometer un robo, un adulterio, un sacrilegio; pues ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala si de ella se quita aquella vulgar opinión introducida para contener a los ignorantes. Que el sabio puede sin pudor alguno usar en público de las prostitutas; y para cohonestarlo hacía estas preguntillas: «La mujer instruida en letras, ¿no es útil por lo mismo de estar instruida?» Cierto. «Y el muchacho y mancebo, ¿no serán útiles estando también instruidos?» Así es. Mas «la mujer es ciertamente útil sólo por ser hermosa, y lo mismo el muchacho y mancebo hermosos. Luego el muchacho y mancebo hermosos, ¿serán útiles al fin para que son hermosos?» Sin duda. «¿Luego será útil su uso?» Concedido todo lo cual, infería: «Luego no pecará quien use de ellos si le son útiles, ni menos quien así use de la belleza.» Con estas y semejantes preguntas persuadía a las gentes. 


25. Parece se llamaba Dios, porque habiéndole preguntado Estilpón así: «¿Crees, oh Teodoro, ser lo que tu nombre significa?» Y diciendo que sí, respondió: «Pues tu nombre dice que eres dios.» Concediéndolo él, dijo Estilpón: «¿Luego lo eres?» Como oyese esto con gusto, respondió Estilpón, riendo: «¡Oh miserable!, ¿no ves que por esa razón podrías confesarte también corneja y otras mil cosas?» Estando una vez sentado junto a Euriclides Hierofanta, le dijo: «Decidme, Euriclides: ¿quiénes son impíos acerca de los misterios de la religión?» Respondiendo aquél que eran los que los manifestaban a los iniciados, dijo: «Impío, pues, eres tú que así lo ejecutas».



26. Hubiera sido llevado al Areópago de no haberlo librado Demetrio Falereo. Y aun Anficrates dice, en el libro De los hombres ilustres, que fue condenado a beber la cicuta. Mientras estuvo con Tolomeo, hijo de Lago, éste lo envió embajador a Lisímaco, y como le hablase con mucha libertad, le dijo Lisímaco: «Dime, Teodoro, ¿tú no estás desterrado de Atenas?» A lo que respondió: «Es cierto; pues no pudiendo los atenienses sufrirme, como Semele a Baco, me echaron de la ciudad.» Diciéndole además Lisímaco: «Guárdate de volver a mí otra vez», respondió: «No volveré más, a no ser que Tolomeo me envíe.» Hallábase presente Mitro, tesorero de Lisímaco; y diciéndole: «Parece que tú ni conoces a los dioses ni a los reyes», respondió: «¿Cómo puedo no conocer los dioses, cuando te tengo a ti por su enemigo?»


27. Dicen que hallándose una vez en Corinto y siendo acompañado de una multitud de discípulos, como Metrocles Cínico estuviese levantando unas hierbas silvestres, y le dijese: «Oh tú, sofista, no necesitarías de tantos discípulos si lavases hierbas», respondió: «Y si tú supieras tratar con los hombres, cierto no necesitarías esas hierbas.» Semejante a esto es lo que se cuenta de Diógenes y Aristipo, según dijimos arriba. Tal fue este Teodoro y su doctrina. Finalmente, partió a Cirene, donde vivió con Mario, y fue muy honrado de todos; pero desterrándole después, se refiere que dijo con gracejo: «Mal hacéis, oh cireneos, desterrándome de Libia a Grecia».


28. Hubo veinte Teodoros. El primero fue samio, hijo de Reco, el cual aconsejó se echase carbón en las zanjas del templo de Éfeso, por razón que siendo aquel paraje pantanoso, decía que el carbón, dejada ya la naturaleza lígnea, resistía invenciblemente a la humedad. El segundo fue cireneo y geómetra, cuyo discípulo fue Platón. El tercero este filósofo de que tratamos. El cuarto es el autor de un buen librito acerca del ejercicio de la voz. El quinto, uno que escribió de las reglas musicales, empezando de Terpandro. El sexto fue estoico. El séptimo escribió de Historia romana. El octavo fue siracusano, y escribió de Táctica. El noveno fue bizantino, versado en negocios políticos; y lo mismo el décimo, de quien hace mención Aristóteles en el Epitome de los oradores. El undécimo fue un escultor tebano. El duodécimo fue un pintor de quien Polemón hace memoria. El decimotercero fue ateniense, también pintor, de quien escribe Menodoto. El decimocuarto fue, asimismo, pintor, natural de Éfeso, del cual hace memoria Teófanes en el libro De la pintura. El decimoquinto fue poeta epigramático. El decimosexto, uno que escribió De los poetas. El decimoséptimo fue médico, discípulo de Ateneo. El decimoctavo fue filósofo estoico, natural de Quío. El decimonono fue milesio, también estoico. Y el vigésimo, poeta trágico.



FUENTE: Vidas de los más ilustres filósofos griegos, Orbis, Barcelona 1985, Vol. I, p.91-92, 97-102. (Traducción de José Ortiz y Sainz, fines del s. XVIII).





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