Walter Benjamin y José Carlos Mariátegui: gestos para refundar una
teoría crítica subalterna (*)
Autor(es): Figueroa, Noelia
Licenciada en
Ciencia Política (UNR)
Este artículo es un avance de un
proceso de investigación más amplio, cuyo objetivo es plantear un análisis en
paralelo de las producciones de dos filósofos del siglo XX: Walter Benjamin
(1892-1940) y José Carlos Mariátegui (1894-1930). En esta ocasión, nos
detendremos en lo que podríamos denominar nudos epistemológicos del pensamiento
de los dos autores. Entendemos que ambos tienen aportes específicos para hacer
a la tarea actual de fundar una epistemología política subalterna. Sea para
abordar críticamente los pares relacionales sujeto-objeto /
conocimiento-verdad, o para sumergirnos en una perspectiva de análisis
dialéctica, con un método que se auto comprende “marxista” y no excluye saberes
exógenos sino que, por el contrario, los pone a dialogar entre sí. En los dos
casos, creemos que sus producciones pueden ser parte de la señalética que nos
dé indicios para pensar el camino más general de reconstrucción de una teoría
crítica. Teoría que esté a la altura de los desafíos actuales, es decir, que
nos habilite para aprehender un mundo en transformación y dislocado de los
marcos de referencia de aquellas regiones del conocimiento científico
occidental que nos lo revelan como obsoleto y excluyente.
Introducción
Al
confrontar las obras de estos autores, hemos recorrido diferentes aristas de
las mismas, pasibles de ser comparadas y de las cuales podemos señalar:
concepciones asimilables acerca de la cultura, las vanguardias, los
intelectuales y sus tareas políticas y roles sociales; un marxismo que se
caracteriza por su heterodoxia frente a lo instituido, que hace centro en el
sujeto en lucha y habilita una perspectiva agónica sobre la política
revolucionaria, dialogando con otros saberes; percepciones similares sobre el
contexto sociopolítico de crisis epocal en que están insertas sus biografías;
atisbos de una filosofía de la historia que plantea una noción del tiempo
disruptiva en relación a lo predominante en la época; y, lo que constituyó el
interés inicial de esta investigación: una peculiar forma de concebir la
compleja relación entre religión, historia y política que aparece en ambos
autores.
Sin
embargo, a medida que íbamos ordenando toda esta maraña de intuiciones sobre
los escritos revulsivos de ambos pensadores, nos encontramos una y otra vez con
una dimensión de trabajo que al comienzo de la pesquisa aparecía sólo de manera
lateral, y que podríamos nombrar como intuiciones metodológico/epistemológicas
que asoman en sus producciones.
Es
necesario reconocer que esta dimensión de la obra de ambos se nos revela, de
manera benjaminiana, exigiendo un intento de rescate que busque hacerle
justicia. Creemos que esto nos sucede a partir de que nos acercamos a la
producción de estos autores desde un lugar peculiar, situados en tanto sujetos
de la política transformadora de nuestro tiempo y sintiéndonos parte de los
debates generados al calor de la misma. Entendemos que nuestro contexto,
signado por la crisis capitalista a nivel mundial, se ilumina recíprocamente
con el período histórico (crisis civilizatoria de Occidente, posterior a la
Primera Guerra Mundial) que les tocó vivir a nuestros autores.
Investigamos
desde posiciones interesadas en aportar a esos debates, y no es casual que la
discusión más urgente se nos presente en términos epistemológicos. En un momento
en que los vencidos de siempre en Nuestra américa estamos dispuestos a
instituir nuevas formas civilizatorias en disputa con las vigentes, y en el
marco de la batalla cognitiva permanente, las preguntas que nos asaltan se
vinculan a la posibilidad de conocer de maneras que resulten en sí mismas
emancipatorias. Intentamos entender la realidad compleja sobre la que queremos
intervenir con las mejores de las herramientas posibles.
Es
por esto que hemos decidido hacerle lugar al interrogante y comenzar a explorar
desde lo que hemos llamado como “nudos epistemológicos” de las obras del
alemán y del peruano.
Benjamin, la redención del objeto: coleccionista,
trapero, bricoleur
Reconstruir
una teoría del conocimiento en Benjamin no resulta para nada sencillo, ni
pretendemos agotar esa tarea en estas pocas páginas. La original comprensión
benjaminiana sobre el conocimiento y su posibilidad está planteada en uno de
sus primeros textos, El origen del drama barroco alemán (1925).
Allí nuestro autor va a establecer que “la verdad no entra nunca en ninguna
relación, y nunca especialmente en una relación intencional. Pues el objeto de
conocimiento, en cuanto objeto determinado en la intención conceptual, no es en
modo alguno la verdad. La verdad es un ser desprovisto de intención que se
forma a partir de las ideas. La actitud adecuada respecto a ella nunca puede
ser por consiguiente una mira en el conocimiento, sino un penetrar en ella y
desaparecer. La verdad es la muerte de la intención” (Benjamin, 2009: 231).
Esta
es una idea que se mantiene presente a lo largo de los escritos del autor. En
el Libro de los Pasajes, nos dice que
Cada presente está determinado por las imágenes que
son sincrónicas con él: cada ahora es el ahora de una determinada
cognoscibilidad. En él, la verdad está cargada de tiempo a reventar (Este
reventar no es otra cosa que la muerte de la intentio, que coincide entonces, con el nacimiento del genuino
tiempo histórico, del tiempo de la verdad). No es así que lo pasado arroje su
luz sobre lo presente o lo presente sobre lo pasado, sino que es imagen aquello
en lo cual lo sido comparece con el ahora, a la manera del relámpago, en una
constelación (Benjamin en
Oyarzún Robles, 2009: 96)
En
términos generales, esta concepción acerca de la verdad y el modo del sujeto
cognoscente de acercarse a ella, viene a enfrentar la violencia epistemológica
constitutiva de los paradigmas de conocimiento científico reinantes en su
época. Una ciencia cuyo método objetivante y adecuador (del fenómeno al
concepto) establece una relación que se nos aparece como injusta. Como plantea
Catanzaro,
esta injusticia abarca a un tiempo al objeto [...]
y al sujeto [...] compone un tipo específico de relación con los objetos que a
nivel de la teoría del conocimiento se objetiva en la definición
predominante del método como
dominio de la materia cognoscible (Catanzaro, 2010: 49)
Esa
crítica de la intención aparece también en algunas de las figuras que Benjamin
va trabajando a lo largo de sus textos. Para destilar lo que llamamos como su
contrapropuesta epistemológico-política, hay una actitud cognitiva innovadora
que puede verse reflejada en las reiteradas alabanzas del alemán a la tarea del
recolector, del coleccionista. En sus múltiples trabajos y
referencias sobre el coleccionista como figura de la modernidad, este personaje
se caracteriza por no relacionarse con las cosas en función de su “utilidad”
para decir tal o cual cosa, sino que, por el contrario, trabaja con los objetos
admirándolos, cuidándolos, otorgándoles un peso en sí mismo más allá de su
función social originaria.
La
labor del coleccionista es tan admirada por Benjamin porque
el coleccionista es el verdadero inquilino del
interior. Hace asunto suyo trasfigurar las cosas. Le cae en suerte la tarea de
Sísifo de quitarle a las cosas, poseyéndolas, su carácter de mercancía. [...]El
coleccionista sueña con un mundo lejano y pasado, que además es un mundo mejor
en que [...] las cosas sí están libres en él de la servidumbre de ser útiles. (1980: 183)
Ese
mundo lejano y pasado, de las cosas libres, es motivo de añoranza porque
permite esa otra relación con los objetos, una relación que nos los subyugue,
que no los oprima. Las cosas así pueden ser incorporadas a la vida de los
hombres sin la necesidad de demostrar ni su utilidad en función de los
criterios de una sociedad dividida en clases, ni su funcionalidad a la vida
mercantilizada.
Al
coleccionar, lo decisivo es que el objeto sea liberado de todas sus funciones
originales para entrar en la más íntima relación pensable con sus semejantes.
Esta relación es diametralmente opuesta a la utilidad [...] Coleccionar es una
forma de recordar mediante la praxis [...] (Benjamin, 2005: 223)
Como
sostiene Eagleton, “el coleccionista es otra figura recurrente mediante la cual Benjamin
reflexiona sobre la dialéctica entre la recuperación y la reconstrucción”
(1998: 102).
Hay
un ademán instituyente en el coleccionista, toda vez que otorga un orden
novedoso a los objetos de su colección. Estos cobran relevancia a partir del
nuevo vínculo que guardan entre sí, configurada desde de la idea de la
“contigüidad” que tanto dista de la opresora relación de dominio. Todo esto
implica una reivindicación del status del objeto, que pone en aprietos a la
violencia epistémica contenida en la idea positivista de que los datos/objetos
están ahí disponibles y esperando a ser disecados por el investigador. Por el
contrario, lo que hace el coleccionista de “cuidar amorosamente del objeto”, es
parte de nuestra tarea como investigadores en ese afán de hacer justicia a lo
que aparece como desecho en la historia. Está en sintonía con la búsqueda de
una epistemología erótica, en que el afecto juegue un rol privilegiado. Lo que
era inútil ya no es pensado en esos términos y lo que no sirve, cobra un rol
fundamental. Esta idea de lo inútil se cruza con otra de las imágenes del
fragmento en nuestro autor: la de los desechos.
Al
momento de trabajar con desechos, hay una figura crucial de la modernidad que
nos habilita un abordaje lateral a la teoría benjaminiana del conocimiento; la
del trapero, que Benjamin observa sobre todo en los tiempos del París de
Baudelaire. Personaje que surge con el capitalismo y al que compara en varios
pasajes con el artista, el poeta, y en otros con la del intelectual, el trapero es
aquel chiffonieur al que el poeta maldito dedica uno de sus poemas.
Los traperos aparecieron en mayor número en las
ciudades desde que los nuevos procedimientos industriales dieron a los
desperdicios un cierto valor. [...] El trapero fascinó a su época [...] el
trapero no cuenta en la bohemia. Pero todos los que forman parte de ésta, desde
el literato hasta el conspirador profesional, podían reencontrar en el trapero
algo de sí mismos [...]
(Benjamin, 1980: 31)
El
trapero es aquel paria del mundo del trabajo, que trabaja con jirones, con
deshechos, una figura del capitalismo que asusta sobre todo por su soledad. ¿Y
cuál es, a entender de Benjamin, una de las características fundamentales del
intelectual? Esa soledad de su oficio. Benjamin, hablando sobre Sigfried
Kracauer, nos dice:
y si queremos imaginárnoslo [al intelectual] tal
como es, en la soledad de su oficio y su obra, veremos a un trapero que, en la
alborada, junta con su bastón los trapos discursivos y los jirones lingüísticos
a fin de arrojar luz en su carro quejoso y terco [...] Un trapero, al amanecer:
en la alborada del día de la revolución. (2008: 101)
El
fragmento, esta vez en forma de desecho, es la materia prima del trabajo de
conocimiento en nuestro autor. Esto se hace patente en un pasaje de texto donde
plantea que es necesario hacerle justicia a los desechos usándolos (Benjamin
en Oyarzun Robles, 2009: 92). A la hora de encarar investigaciones y
reconstrucciones desde la teoría social crítica, la recomendación de hacer
vista en lo desechado, de adoptar la postura del trapero, es altamente
revulsiva. Su recolección de lo sobrante en la sociedad capitalista, de lo
no-valioso, es una invitación a seguir encarando el desafío de trabajar desde la
perspectiva de los excluidos de la idea de conocimiento hegemónico.
Para
ejemplificar una de las formas de este desafío, los planteos de la
epistemología feminista se hacen oír: el rol de las mujeres en la historia de
la humanidad se nos aparece como un lugar invisibilizado que es urgente
redimir. Cuando hacemos historia desde una perspectiva de género, buscamos
revelar aspectos de esas historias que siempre han sido ocultos, como las
trayectorias de las mujeres en diferentes procesos sociohistóricos. ¿No hemos
sido acaso las mujeres las grandes desechadas de los relatos, de los hitos que
aparecen como tales en cada genealogía social? Pero sobre todo ¿no ha sido
nuestra mirada cognoscente la gran desechada de la labor científica? El punto
de vista no-androcéntrico, es rechazado una y otra vez por una forma de
enunciación neutral que implícitamente corona en el lugar del que mira, dice y
explica a un sujeto viril dominante.
Así
mismo, en cualquier iniciativa constructora de saberes situándonos desde la
“zona colonial” (De Sousa Santos, 2009) también buscamos producir desde lo no
hegemónico, desde miradas subalternas, desde lo que ha sido descartado por no
acomodarse a las reglas continuistas de un falso universalismo paralizante y
jeraquizante. Los condenados de la tierra somos los que fuimos descartados, y
cualquier abordaje que intente hacerle justicia a nuestros antepasados vencidos
precisa construir una forma radicalmente distinta para conocer los propios
devenires.
Mariátegui: todo lo humano es nuestro. La tensión
nacional/exótico y la dialéctica como método de construcción de texto
Creemos
que la originalidad de José Carlos Mariátegui no sólo reside en sus postulados
acerca de la pertinencia del marxismo (o mejor, de cierto marxismo, aquél que
sea exégesis del espíritu de Marx y no de su letra) para comprender la realidad
de América Latina. Como buen materialista histórico, el peruano no separaba
forma de contenido: si nos acercamos a su producción buscando sus aportes
específicos al campo de la epistemología crítica nos encontraremos con una
forma de construcción de conocimiento que tiene mucho para decirnos acerca de
la dialéctica misma.
Para
reseñar parte de lo trabajado respecto a Mariátegui, debemos señalar que en su
pensamiento aparece, también como revelación, una tensión que atraviesa gran
parte de sus escritos. Esta tensión es mejor explicada si antes situamos la
obra mariateguiana en una constelación que la excede: el marxismo
latinoamericano. (Acha y D’Antonio, 2010) Sin dudas, Mariátegui es sinónimo de
uno de los momentos más prolíficos de esa tradición discursiva y práctica. La
idea de búsqueda de la brújula propia, las tensiones entre los planteos
tradicionalistas y modernistas, las vanguardias y la construcción de la nación,
son trasversales a un pensamiento de es claramente “de época”.
Para
mostrar a que nos estamos refiriendo con la idea de “nudos epistemológicos” en
el pensamiento mariateguiano, podemos montarnos en la tensión entre “lo
nacional y lo exótico”. Encontramos allí una manera posible de buscar
síntesis entre la crisis de los paradigmas existentes y la imposibilidad
simultánea de nombrar “una” América Latina a la diversidad de trayectorias,
símbolos e historicidades que forjan ese significante. Esta es una tensión
sintomática de la búsqueda intelectual de los años veinte en el continente.
Nos
dice el Amauta en el artículo con ese nombre, de 1924, que
tenemos el deber de no ignorar la realidad
nacional; pero tenemos también el deber de no ignorar la realidad mundial, el
Perú es un fragmento de un mundo que
sigue una trayectoria solidaria. Los pueblos con más aptitud para el progreso
son siempre aquellos con más aptitud para aceptar las a consecuencias de su
civilización y de su época, ¿Qué se pensaría de un hombre que rechazase, en el
nombre de la peruanidad el aeroplano, el radium, el linotipo, considerándolos
exóticos? Lo mismo se debe pensar del hombre que asume esa actitud ante las
nuevas ideas y los nuevos hechos humanos (Mariategui, 1970: 22)
Llamar
la atención sobre cómo opera esa tensión particular en los intentos de
aprehensión implica señalarla en tanto “gesto” que transversaliza toda su
producción. Es decir, nos interesa la manera –que busca ser integral– en
que Mariátegui entiende que no se pueden sacrificar, en aras de ser ortodoxos a
una tradición o a un corpus de ideas, la posibilidad de mejoras para la
humanidad. A la vez, entendemos que esta “trayectoria solidaria” del fragmento
(de mundo) se traduce en los textos mariateguianos en la forma de componer
intereses entre grupos de conceptos, perspectivas, miradas que en su abordaje aparecen
como co-constitutivas del mismo fenómeno que analiza, cuando muchas veces
provienen de universos completamente enfrentados. Ese intento dialéctico por
pensar de manera global cualquier problemática sobre la que escribe,
incorporando lo que él entendía como las proyectivas más avanzadas, se repite a
lo largo de toda su obra.
Acha
y D’Antonio nos plantean que el marxismo latinoamericano existe en tanto
intención. No obstante, reconocen que “es preciso subrayar que Mariátegui
despliega un rasgo que ha sido propuesto como condición de un socialismo en
Nuestra América atento a la historia y realidad americanas: una actitud franca
hacia el ‘descubrimiento’” (Acha y D’Antonio, 2010; Mazzeo, 2008) Otra
característica del marxismo latinoamericano es su ‘esquizofrenia’, el estar en
varios lugares a la vez. “Sus caminos son interdisciplinarios en la dimensión
del saber, y están siempre mediados por las tradiciones locales. Opera como la
“antropofagia” de Oswald de Andrade [...]” (Acha y D’Antonio, 2010: 240)
Es
justamente en ese sentido que queremos reintroducir a Mariátegui y subrayar su
obra como emergente de esa enunciación de un deseo que es el marxismo
latinoamericano: deseo que adquiere vida propia a partir de un gesto filosófico
básico. ¿Cuál es ese gesto? El de escoger la mejor de las formas posibles para
pensar la propia realidad, y para ello, descartar sí los derroteros señalados a
priori por el Viejo Continente, pero también los atajos localistas como los
generados por el reformismo nacional y popular.
Hay
en Mariátegui una peculiar forma de concebir los modos de relación
posibles entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no
termina por nacer, que lo lleva a reconocer como legítimas a las más
progresivas de aquellas ideas que la humanidad va desenvolviendo en las
distintas fases de ascenso de las clases sociales. Esto que en una lectura
rápida puede resultar hasta molesto, ya que hay ocasiones en que pareciera una
especie de condescendencia con el liberalismo, es, sometido a un análisis
crítico, una materialización de la dialéctica para pensar los desarrollos
históricos.
Queda
ilustrada esta operación de búsqueda de síntesis en la concepción de Mariátegui
sobre la relación entre pasado incaico y presente capitalista en el Perú. Allí
hay una fuerte idea humanista que permite abrirse a lo mejor de la civilización
occidental en sus conquistas y a la vez, recuperar políticamente la utopía
andina en función de movilizar para la misma causa de la revolución social en
el Perú. En una extensa y clave nota al pie en los 7 ensayos, muchas veces
citada, hay muestras de esa búsqueda de síntesis:
El comunismo moderno es una cosa distinta del
comunismo inkaico. Esto es lo primero que necesita aprender y entender, el
hombre de estudio que explora el Tawantinsuyo. Uno y otro comunismo son un
producto de diferentes experiencias humanas. Pertenecen a distintas épocas
históricas. Constituyen la elaboración de disímiles civilizaciones. La de los
inkas fue una civilización agraria. La de Marx y Sorel es una civilización
industrial. [...] Es absurdo, por ende, confrontar las formas y las
instituciones de uno y otro comunismo. Lo único que puede confrontarse es su
incorpórea semejanza esencial, dentro de la diferencia esencial y material de
tiempo y de espacio. Y para esta confrontación hace falta un poco de
relativismo histórico. [...] La libertad individual es un aspecto del complejo
fenómeno liberal. [...] En ningún caso, esta libertad cabía en la vida inkaica.
El hombre del Tawantinsuyo no sentía absolutamente ninguna necesidad de
libertad individual. [...] La autocracia y el comunismo son incompatibles en
nuestra época; pero no lo fueron en sociedades primitivas. Hoy un orden nuevo
no puede renunciar a ninguno de los progresos morales de la sociedad moderna.
El socialismo contemporáneo -otras épocas han tenido otros tipos de socialismo
que la historia designa con diversos nombres- es la antítesis del liberalismo;
pero nace de su entraña y se nutre de su experiencia. No desdeña ninguna de sus
conquistas intelectuales. No escarnece y vilipendia sino sus limitaciones.
Aprecia y comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo: condena y
ataca sólo lo que en esta idea hay de negativo y temporal. (Mariategui 2004: 38)
Esa
condena selectiva es la misma que el autor le aplica a aquellos con quienes
discute en sus textos, dando muestras de otro de los signos del marxismo
abierto de Mariátegui: su amplitud de criterios a la hora de escoger a quiénes
citar y cómo a la hora de desarrollar sus argumentos.
Esto
es evidente no sólo porque se permite citar a autores que están claramente por
fuera e incluso enfrentados a la corriente de pensamiento de la izquierda
mundial (Lugones, Ortega y Gasset, Vasconcelos, entre muchísimos otros), sino
porque para discutir con el revisionismo marxista, con el determinismo y con
todos aquellos vicios que en su concepción no enriquecían esta tradición sino
que la debilitaban, no tiene problemas en citar a los mismos autores con los
que discute. Un buen ejemplo de este encadenamiento argumental creativo al que
recurre seguido aparece en el artículo “Ética y socialismo”, (Mariategui en
Quijano, 1995) de 1930, donde el Amauta se permite “desarrollar el arte de
citar [...] hasta su máxima altura”. (Benjamin en Oyarzun Robles, 2009: 89) Lo
que Mariátegui hace a lo largo de este texto, y con mecanismos que aparecen en
reiteradas ocasiones en otras editoriales, es integrar a un texto distintas
voces a las que no termina de descartar o incorporar en la integralidad de lo
que dicen. Es decir, en este caso, nombra a por lo menos doce teóricos de las
más variadas corrientes de la izquierda -o ni siquiera-, muchos de ellos
idealistas, para defender al marxismo de la crítica que se le hace por
materialista. A la vez, nuestro autor escoge trazos de la obra de quien está
criticando (en este caso De Man) que le sirven como argumento que quiere
sostener frente al mismo autor, sin necesidad de aclararlo tanto, sino
extrayendo que lo que De Man establece son “pisos” ya construidos, obviedades,
etcétera.
Esta
serie de estrategias literarias, a las que la pluma del Amauta recurre seguido,
son la ilustración perfecta de cómo la tensión que señalábamos más arriba
atraviesa la producción de nuestro teórico. Si bien Mariátegui reconoce en el
materialismo histórico el paradigma analítico fundamental, y en el marxismo la
mejor de las filosofías posibles de esta humanidad, no tiene problema en
integrar voces de procedencia heterogénea, en tanto le sirven para definir y
clarificar mejor un marxismo a la altura de las circunstancias. Esta operación
no es sólo abstracta: sin hacer mención explícita a los aportes exógenos que va
integrando positivamente, sino que con una serie de recursos vinculados a la
cita va construyendo (dialécticamente) el texto tal como se nos presenta. En
resumen, la idea de que la mejor de las civilizaciones posible es aquella que
asuma las conquistas de la humanidad como propias es guía de procedimiento para
la construcción de sus textos.
El montaje como método dialéctico: los horizontes
de posibilidad de la teoría crítica hoy.
Para
finalizar, nos interesa detenernos y reflexionar sobre lo que podamos deslindar
como métodos de trabajo propuestos por ambos autores. Volviendo a Benjamin, la
noción fundamental que subrayamos para pensar la tarea del conocer en el autor
es la de redención del objeto, el rescate de lo residual y de lo pendiente en
el momento de peligro. Esta búsqueda redentora comprende la idea del montaje
como forma de redimir desechos, fragmentos sin aparente utilidad. El montaje
cobra vida en los distintos mecanismos que el autor asume como propios para
construir texto. El trabajo de coleccionar citas que emprende, la obsesión por
hacerse con cosas que fueron escritas por otros, le permite una combinación que
es creativa en sí misma porque da lugar a algo nuevo, que no estaba pensado ni
contenido en cada una de esas citas que el utiliza, sino que es el resultado
del trabajo del collage.
Así,
nuestro autor se permite hacer una comparación de su trabajo con su visión de
lo que hacen los niños, que son irresistiblemente atraídos “por los desechos de
la construcción, la jardinería, el trabajo doméstico, la costura o la
carpintería. En los productos de desecho reconocen el rostro que el mundo de
las cosas vuelve directa y exclusivamente hacia ellos”. Asimismo, “en los
artefactos que producen al jugar, juntan materiales muy diferentes entre sí en
una relación nueva e intuitiva” (Benjamin, 2005: 223)
Como
decíamos más arriba, la utilidad o no de las cosas, en el planteo benjaminiano,
aparece como un criterio que oprime, al no permitir trabajar con éstas
dejándose penetrar por toda su carga en función de reconstruir- destruyendo. A
la vez, es posible utilizar los productos del desecho para crear entre los
mismos esa relación nueva e intuitiva, y es la búsqueda que él lleva adelante
al componer textos enteros compuestos de citas.
Por
eso, otra figura benjaminiana es la del bricoleur, que también nos
indica algunas pistas que nos llevan a acercarnos a posibles nociones del
trabajo intelectual en Benjamin. El bricoleur trabaja con los
fragmentos de otra época para dar lugar a nuevas creaciones. Para él no existe
lo inútil o lo desechable, es posible insertarlo en nueva relación con otros
objetos, en un diseño que sirva para la actualidad. Creemos que el trabajo de
reconstruir una teoría crítica contemporánea puede ceñirse a la labor del bricoleur.
Es necesario que desde el marxismo como forma abierta del conocer y entender
incorporemos y combinemos los retazos de todo aquello que es necesario para dar
cuenta de la totalidad real en afán de superarla. Es indispensable volver al
gesto creador de la teoría crítica que intenta entender cuestionando el
dominio. Y ya no podemos pensar en una teoría crítica que no incorpore el
ideario feminista, las perspectivas poscoloniales, el psicoanálisis de
izquierda, el materialismo cultural, los planteos del ecosocialismo, etc.
Parece ser que el trabajo de nuestra época en función de actualizar y
revitalizar se transfigura en la labor paciente y creativa del collage, que no
esencializa fragmentos o desechos sino que los re-elabora en función de un
cambio social radical.
Por
otro lado, un repaso por las producciones periodístico- editoriales del
Mariátegui nos coloca frente a una manera de “decir” que integra diversos aportes
y los pone en juego dando cuenta de la especificidad de su “marxismo abierto”
(Tischler, S; Bonnet, A.; Holloway, J, 2005). En sus escritos se
evidencia la impronta de otras corrientes, de otras tradiciones discursivas,
que al entrar en contacto con la potencialidad revulsiva del pensamiento
emancipador de Marx, dan lugar a síntesis interesantísimas y a miradas más
completas y complejas acerca de los procesos sociales en el capitalismo.
Entendemos
que se puede analizar el discurso mariateguiano condensado en su producción
escrita como índice de todas esas características definitorias de su
pensamiento creativo. Una de las formas que Mariátegui encontró para construir
estos escritos poniendo en juego todas esas dimensiones que señalamos de su
apertura para el debate y la crítica es, al igual que Benjamin, la utilización
de las citas. Hay en la editorialización una permanente inserción de otras
voces, con las que se discute, a las que denuesta duramente, sobre las que se
apoya para afirmarse en sus argumentos, o con las que hace todas estas cosas al
mismo tiempo, en un rasgo original y curioso de creatividad.
Aquí
es posible referir esta manera propia de escribir a dos cuestiones importantes
para analizar su pensamiento. Por un lado, a la centralidad de la categoría del
ensayo como el género privilegiado de los autores latinoamericanos, que
prolifera en esas décadas de creación fogosa. El ensayo es la forma de
escritura y construcción textual que por antonomasia define la potencialidad
rebelde de una región del mundo que está en búsqueda de la brújula propia, tras
haber perdido la ajena como festejaba Henríquez Ureña. La escritura no está
separada de la manera de concebir cuál era la perspectiva más acertada para
analizar estas coordenadas. En Mariátegui, puntualmente, la creatividad, la
intuición, la originalidad en las hipótesis y sentencias, no se separan de la
exposición, de la escritura como modo de cristalización constante de esa
actividad de pensamiento.
Por
otro lado, volviendo a la inserción de las citas y a esa dialéctica de
inclusión, crítica, revisión y aseveración en las notas de nuestro autor, es
posible rastrear allí lo procedimental de ese método que el llamó como “un poco
periodístico, un poco cinematográfico”. En esa frase tan gráfica, ilustrativa
de su entender de las posibles relaciones de las cosas que ve y escruta, hay
una condensación interesante para pensar cómo trabajó Mariátegui. Es una pista
clave para trabajar Mariátegui en afinidad con aquella teoría del montaje sobre
la que Benjamin se permitió también utilizar la cita permanentemente. Creemos
que de manera similar al planteo benjaminiano sobre la tarea del
investigador-coleccionista, está presente en Mariátegui la idea de que no
necesariamente hay fragmentación en el fragmento, si las quirúrgicas
extracciones y remedos van acompañados de la vocación de universalidad en el
análisis, y sobre todo, de la búsqueda de reconstrucción de totalidad en la
perspectiva política emancipatoria por la que lucha toda su vida.
Este
método de escritura y citación en Mariátegui es índice de una concepción de la
dialéctica que podemos llamar de insumisa en tanto no se ajusta a ningún manual
de procedimientos. Queremos extraer una lección de método de esas formas de
investigación y escritura que nos lega Mariátegui: la de habilitar en un
trabajo intelectual la posibilidad de integrar visiones, perspectivas, temas de
debate, análisis de otros que revisados por separado parecieran
irreconciliables, pero a los que el Amauta logra integrar en su búsqueda pasional,
desesperada, por entender su sociedad y sobre todo, por dilucidar las tareas
necesarias para transformarla.
Todas
estas operaciones son posibles, como decíamos al comienzo, en el marco de un
marxismo no dogmático, cálido, abierto, permeable a las realidades, a los
múltiples sujetos actuantes y sus formas de aparecer y ponerse en movimiento.
En el caso de ambos autores, entonces, hablamos de un marxismo que se permite
ir hasta el fondo de su crítica, asomarse al abismo. Un marxismo que se abre al
diálogo permanente con otras corrientes, al erigirse como método de análisis de
la realidad social a la que intenta subvertir desde la praxis. Es una faena
teórica que a la vez forma parte constitutiva de la lucha milenaria por
construir un mundo de materialidades y significaciones en que la humanidad
pueda realizar lo más grandioso de sus sueños e ideales de buen vivir.
Hacemos
eco de muchos de los desarrollos de autores compañeros que plantean que una
nueva generación intelectual emerge intentando gestionar algunos pasos en la
dirección de poner de pie un marxismo latinoamericano a la altura de la hora
que nos toca. Esos intentos ponen en cuestión críticamente las condiciones
mismas desde las que se plantea el conocer. Estamos convencidos de que para
repensar esa relación clave entre política y saber, encontramos en nuestros
autores dos aliados insoslayables. Por eso los invocamos, en aras de redimir un
gesto filosófico vital que, lejos está de encontrarse agotado, puede ser una de
las vías de avanzada frente a las encrucijadas de los movimientos
emancipatorios y su teoría.
Este
artículo apareció en la revista Herramienta
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¿Qué les queda a los jóvenes? - Mario Benedetti
Alex Turner - Piledriver Waltz
Coma Cinema - Stoned Alone
The Brian Jonestown Massacre - Anemone
The Brian Jonestown Massacre - Straight Up And Down
The Brian Jonestown Massacre - Maybe Tomorrow
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