Reflexiones italianas sobre el subdesarrollo. La revolución liberal de Piero Gobetti (*) de Gonzalo Várela Petito es un ensayo que nos permite establecer paralelismos entre dos intelectuales (y hasta de tres , más Antonio Gramsci p.e.) : José C. Mariátegui y Piero Gobetti.Sabido es la influencia que tuvo el segundo sobre el primero y la admiración de este por el liberalismo ético y la originalidad teórica que desarrolló Gobetti (ese liberalismo que no ha tenido el Perú nunca ) y las temáticas similares que desarrollaron desde perspectivas políticas distintas.La falta de una clase dirigente,la nación inconclusa y en formación ,la revolución ,etc.Se ha atribuido a Mariátegui el de ser (simple y llanamente) un marxista gramsciano pero no es del todo exacto por el escaso y casi nulo contacto con Gramsci ,pese a ser ambos marxistas heterodoxos y partir de las mismas fuentes e influencias ,pues el autor de los 7 Ensayos...antes que un lector pasivo es un pensador , un creador que resignifica la cultura europea a la realidad y tradición peruana y latinoamericana.
(*)Apareció en : Perfiles. latinoamericanos. vol.18 no.36 México jul./dic. 2010
Reflexiones italianas sobre el subdesarrollo. La
revolución liberal de Piero Gobetti
(Explaining
Italian Underdevelopment. The Liberal Revolution of Piero Gobetti)
Gonzalo Várela Petito*
* Doctor en Sociología por la
École des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Profesor Titular del
Departamento de Política y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana,
Xochimilco, Calzada del Hueso 1100 Col. Villa Quietud Coyoacán, CP 04960 México,
D.F.
Resumen
Este artículo presenta al lector
latinoamericano el pensamiento del liberal italiano Piero Gobetti (Turín
1900–París 1926), quien fuera amigo cercano de Antonio Gramsci y uno de los
principales inspiradores del peruano José Carlos Mariátegui. Su libro más
significativo, La Rivoluzione Libérale había permanecido hasta
fechas recientes inédito en castellano, no obstante que Gobetti concibió ideas
que —como entendió Mariátegui— pueden servir también al análisis de las
formaciones latinoamericanas. Su liberalismo "movimientista",
influido por la Revolución rusa y el pensamiento de filósofos como Georges
Sorel, Gaetano Mosca, Benedetto Croce y Henri Bergson, contiene rasgos de
acusada originalidad. En política, su mayor preocupación fue impulsar la
formación de una nueva clase dirigente. A efectos de una mejor comprensión, el
estudio de sus ideas se aborda aquí en contraste con las de Gramsci y
Mariátegui.
Palabras clave: Gobetti,
liberalismo, Latinoamérica, Mariátegui, Gramsci.
Abstract
This article presents to the readers in Latin
America the thought of the Italian liberal writer and politician Piero Gobetti
(Torino 1900–Paris 1926) who was a close friend of Antonio Gramsci and one of
the main intellectual influences on the work of the marxist peruvian thinker
José Carlos Mariátegui. His most relevant book, La Rivoluzione
Libérale, was translated into Spanish only recently but —as Mariátegui
understood— some of Gobetti's ideas are very relevant to an analysis of Latin
American socialformations. His very original "movement oriented"
liberalism was influenced by the Russian revolution as well as by philosophers
like Georges Sorel, Gaetano Mosca, Benedetto Croce and Henri Bergson.Gobetti's
major concern in politics was to promote the emergence of a new ruling class.
For a better comprehension of his thought, Gobetti's ideas are here compared
with those of Gramsci and Mariátegui.
Key words: Gobetti, liberalism, Latin America,
Mariátegui, Gramsci.
En recuerdo de José
Aricó y de Juan Carlos Portantiero
Introducción
En 1929, José Carlos Mariátegui,
al iniciar el primero de tres artículos sobre Piero Gobetti, el intelectual
italiano que más le había impresionado, se lamentaba de "La deficiencia de
nuestra asimilación de la mejor Italia, la irregularidad de nuestro trato con
su más sustanciosa cultura" (Mariátegui, 1964: 133). Desde entonces se ha
mejorado, especialmente por la difusión de autores como Norberto Bobbio y otros
politólogos y filósofos italianos, sin olvidar la notoriedad que en las décadas
finales del siglo XX adquirió la obra de Antonio Gramsci. En Argentina, debido
a fuertes lazos con Italia y a la huella que dejaran emigrados de la talla de
Rodolfo Mondolfo y Gino Germani, ello es notorio. Entre otros ejemplos cabe
recordar al grupo de "Pasado y Presente" (Burgos, 2004) que, dedicado
a rescatar el diverso coro de voces muchas veces olvidadas o censuradas en la
historia del marxismo, fue guiado por las ideas y las orientaciones editoriales
de la izquierda italiana de los años sesenta y setenta.
Gobetti, empero, sigue siendo
desconocido, por el simple hecho de que hasta ahora casi no se le había
traducido, no obstante que se le menciona con mayor o menor extensión en los
trabajos que abordan la formación de Mariátegui (Melis, 1978; Paris, 1981;
Delogu, 1973; Meseguer Man, 1974; Vanden, 1975; Rouillon, 1975–1977; Sylvers,
1980; Beigel, 2006).(1) La traducción de la edición crítica de La
Revolución Liberal, llevada a cabo por la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, Sede México, viene a colmar este vacío. (2)
Se trata de un libro que el autor
organizó a partir de artículos publicados en años previos a 1924 en la revista
homónima de su dirección (La Rivoluzione Libérale) o en otros
medios impresos, tratando de superar la fragmentación temática para darle una
unidad que sirviera a una comprensión global de la situación italiana en un
momento crítico luego de la Primera Guerra Mundial, cuando, según su creencia,
Europa estaba por vivir una etapa similar a la de la Reforma protestante siglos
atrás. En una nota al final aclaró: "Ofrezco un libro de teoría liberal
[...] que mientras aparece como una historia de los hombres e ideas de su
tiempo, aspiraría más bien a ser un programa positivo y una indicación de
métodos de estudio y de acción"; su objetivo era proveer "la teoría
de una clase dirigente" cuyo primer núcleo sería el grupo de jóvenes en
torno a la revista (Gobetti, 2008: 166). Dicho en otras palabras, una
orientación a la praxis, en que cultura, periodismo de alto nivel, comprensión
intelectual y compromiso ético–político se vieran reunidos, en un formato
similar —aunque con enfoque distinto— al de otro grupo un poco mayor en edad,
que encabezado por Antonio Gramsci estaba haciendo en la misma época y en la
misma ciudad (Turin) L 'Ordine Nuovo, y con el que Gobetti
mantendría contactos decisivos para su formación.
Hay un motivo para que este autor
haya permanecido inédito en castellano por tan largo tiempo. Su obra, al igual
que la de Gramsci y Mariátegui —con quienes forma un triángulo de
contemporáneos unidos por la experiencia italiana, la lucidez de análisis con
algunos puntos compartidos, el empeño político y la temprana desaparición
física— es en gran parte dispersa y muy imbuida de datos puntuales, por lo que
requiere para el lector extranjero de un soporte informativo que ayude a ubicar
la lectura. Además, si como afirma Spriano (1977) no conviene hacer por
separado el estudio de Gramsci y Gobetti, lo mismo puede decirse de Mariátegui
en relación con ambos italianos y ese es el enfoque que se adoptará en este
artículo. De los tres, Gobetti (1900–1926) fue el más joven y el que vivió
menos, pero dotado de una personalidad extraordinaria fue muy precoz, escribió
mucho y animó grupos intelectuales y militantes, así como medios de opinión,
logrando un temprano reconocimiento.
Su interés no es sólo
arqueológico, sino que al reflexionar sobre Italia en tanto país nuevo de
cultura católica, surgido en el siglo XIX de un proceso de independencia muy
determinado por el contexto internacional, con una gran heterogeneidad
regional, ofrece —con la debida asimilación de indudables diferencias—
sugestivos elementos de comparación con América Latina. Abona a una tarea aún
en germen, la contrastación de las trayectorias de los países latinoamericanos
con las de dos naciones mediterráneas —España e Italia— a las que por distintas
razones su historia ha estado vinculada, en un azaroso camino en pos del
desarrollo económico y político. No es casual que la edición haya sido hecha
por una institución académica dedicada a los estudios latinoamericanos, porque
Gobetti puede relacionarse en más de un aspecto con América Latina.
La nación inconclusa
Un elemento necesario de
ubicación es que la obra de Gobetti se inscribe en la posguerra de 1919 y años
inmediatos, cuando la Revolución rusa estaba en marcha y Europa se hallaba
sacudida por una profunda crisis económica, política, moral e incluso sanitaria
(por los estragos de la gripe iniciada en China, que los soldados
estadounidenses habían transportado consigo a Europa) lo que redundaba en las
costumbres, la literatura, la moda, las artes y el pensamiento en general. Las
secuelas de la guerra pesaban sobre viudas, huérfanos, enfermos y mutilados y
pululaban los excombatientes irritados con los gobiernos y las clases
dominantes que les habían enviado al matadero. Nuevos intentos revolucionarios
estallarían en Alemania, Austria y Hungría y aun países liberales como Gran
Bretaña y Francia resentirían la conmoción. En Moscú en 1919, se funda la
Internacional Comunista, partido mundial destinado a propagar el socialismo.
Entre las naciones periféricas del Mediterráneo, España —a pesar de no haber
participado en la guerra— se vería muy afectada.
Si bien Italia figuraba
nominalmente entre los vencedores, el panorama no era más halagüeño. El país no
había ganado mucho con los despojos de la victoria y la situación económica era
grave. En 1919–1920 se desata sobre todo en Turin—la ciudad de Gobetti y centro
de la clase obrera italiana— el llamado "bienio rojo", signado por la
ocupación de las empresas gestionadas autónomamente por los trabajadores
mediante un organismo nacido espontáneamente al margen de los sindicatos, los
"consejos de fábrica", en que algunos verán una réplica de los
"soviets" rusos y el núcleo fundacional de un nuevo Estado
socialista.
El bienio rojo terminará
agotándose por falta de repercusión en otras regiones de Italia, porque el
Partido Socialista (PS) no se decidirá a luchar por el poder y por limitaciones
propias de los consejos de fábrica. A partir de 1921 el fascismo —nacido como
una suerte de terrorismo al servicio de los empresarios agrícolas del centro y
norte del país, trasladado luego a las ciudades— dominará los campos y las
calles con el indolente beneplácito de los políticos liberales y las fuerzas de
seguridad, y su líder Benito Mussolini será primer ministro en 1922. En 1925,
Mussolini resolverá otra crisis suscitada el año anterior por el asesinato del
diputado socialista Giacomo Matteotti excluyendo toda oposición y abriendo las
puertas al Estado totalitario.
En este contexto, el título del
libro de Gobetti era una provocación, o tal vez una invocación. Hablar de
revolución liberal en la Italia y en la Europa de los años veinte parecía un
sinsentido, como el mismo autor advierte. Pero el título y la adhesión
ideológica implícita encerraban una redefinición del liberalismo que era al
mismo tiempo una acerba crítica de la historia italiana.
Gobetti no creía que Italia
hubiera pasado verdaderamente por una etapa liberal, sino que era ésta una
tarea pendiente que encabezaba su programa político. Sólo se había accedido a
una forma de "democracia" censurable, determinada por la diferenciación
entre, por un lado, un norte privilegiado sostenido por el compromiso de
políticos profesionales con industriales protegidos y sindicatos volcados al
cooperativismo y la mera lucha económica y, por otro lado, un sur marginado,
librado al dominio de terratenientes con costumbres de explotación remanentes
de la era feudal. El resultado era el burocratismo, el corporativismo, la
corrupción (por los acuerdos entre políticos e industriales beneficiarios del
proteccionismo aduanero), el clientelismo, la ausencia de ciudadanía sobre todo
en el sur, la expoliación tributaria en lugar de una auténtica fiscalidad y la
leva forzosa en lugar del ejército de patriotas. Por su estructura de clases
Italia no tenía una burguesía independiente y emprendedora al estilo inglés y
tampoco un proletariado revolucionario, sino sobre todo "clases
medias", entendidas como un conjunto de burócratas, empleados y
desempleados, que al igual que la burguesía vivían de la política de subsidios
del Estado, aparte de los míseros jornaleros agrícolas del sur, con una vaga
ideología anárquica privada de sentimiento nacional. El crecientemente poderoso
Partido Socialista se sumaba a esta dinámica, al preocuparse más que nada por
asegurar beneficios del Estado de bienestar a los obreros, por medio de
acuerdos con el seudoliberalismo gobernante.(3) Era lo que Gobetti llama
despectivamente "socialismo de Estado":
La pobreza de la economía general
causaba una situación de parasitismo: el régimen dominante se consideraba una
casta de empleados interesados en conservar los privilegios y en impedir
cualquier participación popular. [...] la lucha política se [confundía] con la
caza de empleos (Gobetti, 2008: 24–25).
las primeras aristocracias
obreras, en lugar de mantener sus posiciones de intransigencia, invocaron
burguesamente la protección de la legislación social [...] El logro de la
izquierda como reformismo económico fue, entonces, la coronación lógica de
nuestra impotencia revolucionaria (Gobetti, 2008: 26).
O también "proteccionismo
demagógico":
un gobierno sin autoridad ni
autonomía porque está alejado de las condiciones económicas efectivas y fundado
sobre el compromiso; un pueblo educado en la materialidad y en permanente
actitud anárquica respecto de la organización social (Gobetti, 2008:26).
Por tanto, añadía, el problema no
era de autoridad sino de libertad y de responsabilidad. Las clases y actores
políticos adolecían de la autonomía e intransigencia necesarias para su
desarrollo y el del país. La causa inmediata residía en la formación del Estado
italiano en el período del "Risorgimento", hecha desde arriba por el
reino de Piamonte sin mayor participación ciudadana —a pesar de las proezas de
Garibaldi y los suyos— y muy condicionada por la geopolítica de potencias
extranjeras como Francia y Austria. Es el tema de la nación inconclusa que
luego será retomado por Mariátegui para América Latina.
Pero había razones de más largo
plazo relacionadas con la aplastante presencia de la Iglesia católica en la
historia italiana. Italia, sede del papado, no había vivido la Reforma
Protestante sino que —a la par de España— había sido reducto de la
Contrarreforma. Tampoco había experimentado, sino como un fenómeno externo, el
influjo de la Revolución francesa, que Gobetti consideraba en línea con la
Reforma. Ahora bien, la Reforma había permitido uno de los requisitos del
liberalismo, al generar individuos independientes autonomizados del control de
las conciencias ejercido por la Iglesia y las viejas corporaciones, y la
Revolución había creado las instituciones de la modernidad apoyadas en dichos
individuos. Al no contarse con este requisito antropológico no había en Italia,
según Gobetti, sino un mero "liberalismo de instituciones", caparazón
que recubría una sociedad que no había pasado verdaderamente por la revolución
liberal que cambiara la faz de otras naciones, por carecer de los individuos y
de las clases soportes de tal transformación.
Completando las falencias, la
Iglesia había incidido en la generalización de "un tranquilo espíritu de
conciliación" propio de la ética católica, pero también presente en
liberales y socialistas decimonónicos (lo que el vocabulario de la época bautizó
como "transformismo", adaptando un término de la biología evolutiva)
que Gobetti catalogaba como negativo por propenso al estancamiento. (4) Para
él lo propio de una política liberal no sería la conciliación sino la lucha, en
lo que se revela no sólo la impronta del marxismo clásico (y tal vez del
darwinismo social) sino en particular del eminente Benedetto Croce y del
inclasificable neomarxista Georges Sorel. Sin perjuicio de las certeras
críticas que jóvenes como Gobetti dirigirían a Croce (y más a otro distinguido
filósofo luego volcado al fascismo, Giovanni Gentile) su generación había
aprendido a pensar al resguardo del idealismo italiano, liberándose del positivismo
y del determinismo.
El quid radicaba en la noción de
política y de Estado. El Estado debía ser neutro (es decir laico) proveyendo un
marco institucional a la política. La política a su turno debía ser lucha,
expresión de diferentes opiniones e intereses —aunque también, y sobre todo, de
objetivos de utilidad colectiva no necesariamente ligados a perspectivas
particulares y corporativas—. En una observación de corte existencial, la
política constituía un espacio de indefinición–definición–redefinición en que
se precisaban por medio del conflicto los principios y orientaciones éticas,
siendo por consecuencia aceptación de la incertidumbre y del riesgo. Lo que
suponía, una vez más, individuos audaces y responsables, capaces de enlazar
contingencia y decisión, el equivalente a "virtud" en la terminología
de Maquiavelo, el renacentista en cuya obra Gobetti veía la prefiguración de
una abortada Reforma italiana. (5)
La unidad y el compromiso podían
lograrse y ser fructíferos si eran producto de esta confrontación en que
aparece un pluralismo irreductible como esencia de la política:
El contraste verdadero [...] no
es entre dictadura y libertad, sino entre libertad y unanimidad: el vicio
histórico de nuestra formación política ha consistido en la incapacidad de
sopesar los matices y de conservar en las posiciones contradictorias una
honesta intransigencia [...] las antítesis son necesarias y la lucha las
coordina, en lugar de suprimirlas (Gobetti, 2008: 9–10).
Nótese que hablaba de antítesis y
no de síntesis: Gobetti rechazaba el "hegelianismo teórico" fuerte en
la cultura italiana transida de idealismo, y sólo consideraba válido el
hegelianismo aterrizado en la historia y en la acción concreta a la manera de
Marx. Por eso veía negativos los llamados a la unidad nacional en abstracto,
por encima de las diferencias de clases y de creencias, al estilo del
nacionalismo conservador que acabaría proveyendo al fascismo de la ideología
corporativista de que careciera originalmente. O la también apriorística
tendencia a la conciliación con que la iglesia católica había impregnado la
política italiana, que ponía en su opinión un freno al cambio, pues prevenía y
sofocaba el conflicto que institucionalmente enmarcado habría sido una forma de
desarrollo. (6)
Por último estaba el factor
regional. Ya hemos mencionado el atraso del sur; pero los intelectuales más
perceptivos comprendieron que en la cuestión meridional se encerraba la
cuestión nacional, porque la soldadura del bloque agrario liderado por los
terratenientes renuentes a aceptar el dominio del Estado, con el bloque de los
políticos e industriales del norte, era causa de la no integración nacional, de
la escasa participación popular y del desarrollo económico deforme. En Italia,
como en otros países, había tendencias federalistas (también llamadas regionalistas)
que enfocaban el problema. Un precursor había sido Gaetano Salvemini
(1873–1957), quien desencantado de la indiferencia de la izquierda al respecto
se había alejado del PS para concentrarse en crear conciencia en torno a la
cuestión meridional. Dicha temática estimulará a Gramsci a introducirse en el
análisis de la hegemonía y del papel dirigente de los intelectuales, al notar
que el peso de grandes intelectuales meridionales en la producción de ideas
influyentes a nivel nacional o regional servía implícitamente a la finalidad de
afianzar en el nivel ético–político el matrimonio contra natura del sur
atrasado y el norte industrial. (7)
El liberalismo
Gobetti mantenía elementos del
liberalismo clásico añadiéndoles a menudo una elaboración personal:
1) El Estado como institución
neutra, que proporciona un marco normativo al conflicto político y a la
competencia económica.
2) La atención puesta en el
individuo, en la medida en que las instituciones y las organizaciones virtuosas
son fruto de la suma de las acciones de individuos virtuosos. Pero Gobetti, que
critica el individualismo desorganizado de la sociedad italiana, concluye en
una afirmación clasista de la acción colectiva, tal como lo entendió Gramsci:
[...] los principios del
liberalismo se proyectan en [la concepción de Gobetti] desde el orden de los
fenómenos individuales al orden de los fenómenos de masa. Las cualidades de
excelencia y de prestigio características de la vida de los individuos se
trasponen a las clases, concebidas casi como individualidades colectivas
(Gramsci, 1998b: 324).
3) La preferencia por la libertad
antes que por la igualdad, dado que la libertad produce las diferencias
positivas que surgen de la lucha y permiten seleccionar a la clase dirigente.
En la misma línea de pensamiento Gobetti, pese a sus elogios a Marx, descarta
la doctrina de la desaparición de las clases, por ser una creencia mística en
contradicción con un proceso histórico que no hacía más que generar nuevas
diferencias y nuevas clases sociales (lo que la revolución soviética vendría a
confirmar). Gobetti —que criticaba la metafísica y el romanticismo y permanecía
fiel al historicismo— pertenecía a la escuela de los realistas contrarios a la
profecía, inclinados a tomar la historia tal cual es de modo de cambiarla para
mejor por obra de la previsión de los individuos y de las clases activas.
4) La bienvenida a la libre
concurrencia. Gobetti era —según la frase de Mariátegui con frecuencia citada—
"un crociano de izquierda" y Croce (1952) sostenía que para salvar al
liberalismo, ya muy cuestionado a fines del siglo XIX, era necesario volver
contingente su vínculo con el capitalismo. (8) Por eso acudió a
un neologismo para distinguir al liberalismo económico del liberalismo en
general: liberismo (que los traductores correctamente han
trasladado a nuestra lengua como "librecambismo", palabra que
responde al mismo sentido); y razonaba que aun el liberismo no
debía ser estimado por razones materiales sino éticas. La respuesta de Gobetti
—emparejada con la del economista Luigi Einaudi (1874–1961)— era que el
liberalismo no se agota en lo económico, pero lo comprende (Bobbio, 1989). El
ser liberal radica en la pasión y la conciencia de libertad e iniciativa, pero
el individualismo económico es una moral que se liga con el liberalismo en
conjunto, sobre todo por la insistencia en la competencia, que es el
equivalente de la lucha en el terreno económico. La política para Gobetti no
respondía a necesidades de la economía (aquí radicaba otra de sus críticas a
Marx), pero cobraba importancia por cuanto ponía las condiciones para la lucha
política —de donde se deduce que la segunda no estaría totalmente
indeterminada— y porque el problema de Italia era también de desarrollo
material. Frecuentemente criticará la ignorancia o improvisación en economía.
Más específicamente, junto con Einaudi defenderá la libre competencia como
fórmula para acabar con el acuerdo parasitario de industriales y Estado
proteccionista, que aherrojaba la economía italiana, discusión que ha
reverdecido a nivel internacional en las últimas décadas. (9)
5) El respeto por el pluralismo
—condición sine qua non de la lucha— que se verifica en su
percepción del papel que debería tener el conservadurismo. El problema de
Italia no sería sólo la falta de un partido revolucionario sino también de un
partido conservador que ayudara a consolidar los avances y moderara los
excesos. Seguramente pensaba en el Partido Conservador británico. Una organización
así, sostenía, podría cumplir una función indirectamente liberal en cuanto
insistiera en el cumplimiento de la ley, la seguridad y la dignidad de las
tradiciones que contribuyen a la cohesión social. Basada socialmente en la
agricultura que busca industrializarse, habría podido reforzar el control
parlamentario y la descentralización del Estado, oponiéndose a las aventuras en
el exterior, "la manía por el empleo y los frenesíes plutocráticos"
(Gobetti, 2008: 38–39). Por el contrario, la realidad del latifundio había
sumido al sur en la herencia del pasado absolutista fomentando la pobreza y la
extensión de la delincuencia que —dice Gobetti en una frase plena de
actualidad— a la sombra de la unidad nacional había trasladado el bandidismo
(léase la corrupción y el crimen organizado) al centro del Estado.
En suma, Gobetti, siguiendo a
Croce, defendía una especie de liberalismo entendido como totalidad por encima
del partido liberal propiamente dicho:
la concepción liberal [...] es metapolítica,
supera la teoría formal de la política y, en cierto sentido, de la ética, y
coincide con una concepción total del mundo y de la realidad (Croce, 1952: 244;
subrayado suyo).
O como diría otro continuador de
la misma filosofía, hecha para sustentar el pluralismo político, el liberalismo
en tanto lucha por el cambio requería dialécticamente de su opuesto, la
conservación, pues en caso contrario no se daría la lucha que estaba en su
esencia. El liberalismo en conjunto era ambos opuestos sin los que no podría
existir y al mismo tiempo uno solo, el cambio. En consecuencia: "La
función de gobernar tiene un carácter sintético" (Ruggiero, 1944:
359–361).
Por contraste, Mariátegui y Gramsci,
si bien describían al liberalismo en términos parecidos a Gobetti, en tanto
marxistas lo percibían como un dato histórico ya superado. Para el primero
había sido un fenómeno revolucionario que la burguesía, una vez afianzada, se
había visto obligada a abandonar, fusionándolo con el conservadurismo
(Mariátegui, 1972: 57). Gramsci, fastidiado por la práctica de cuotas políticas
y presupuéstales del transformismo, se explayaba más cáustico:
Liberales eran los burgueses que
por sí solos, sin pedir más apoyo que el sentimiento de su responsabilidad, sin
defender otra cosa más que la libertad, creaban un nuevo mundo económico y
moral, quebrando los límites de toda previa esclavitud. [...] Llamar liberales
a los burgueses de hoy, que del valor moral de la libertad han perdido la
conciencia, es más que una rareza [el liberalismo] ya no ha sido teoría de
libertad y afirmación de responsabilidad, sino teoría y práctica de equilibrio
y acomodo (Gramsci, 1972b: 162–163).
La clase dirigente
En parte coincidente, lo decisivo
para Gobetti era que al país le faltaba —con algunas excepciones como la del
fundador de la fábrica Fiat— una clase dirigente, una "burguesía
conquistadora", en la expresión del historiador francés Charles Morazé. El
compromiso gatopardesco con los terratenientes semifeudales que fundara la
estabilidad del reino de Italia, había redundado en la imposibilidad de lo que
Marx señalara como base de la industria moderna, la industrialización de la
agricultura misma. En consonancia, el desarrollo de la economía fabril del
norte (en gran medida circunscrita a Turin), así como de la agricultura más
avanzada del centro y norte del país, habían sido limitados. La necesidad de
una clase dirigente que surgiera por selección de la lucha era un requisito
fundamental, al que Gobetti dirigía su labor intelectual y política. Pero dicha
nueva clase que conduciría la revolución liberal pendiente ya no sería la
fallida burguesía italiana, sino más probablemente el proletariado de los
consejos de fábrica; vuelta de tuerca explicable a la luz de la realidad
convulsa y de las corrientes de pensamiento de los años de 1920.
Aunque ahora resulte difícil de
creer, la repentina revolución rusa había sido saludada por algunos como un
evento que podría acarrear reformas liberales en un país que hasta entonces no
había rebasado el absolutismo. (10) Gobetti es en más de una
ocasión elogioso de Lenin (tanto como de Marx, de quien rescata el concepto de
lucha de clases) y su idea de una clase dirigente que pudiera formarse en torno
a un periódico tiene un eco de familiaridad con lo expuesto por el dirigente
bolchevique al final del "¿Qué hacer?" (11), como también
lo tiene su afirmación repetida de que las masas se educan a través de la lucha
(de ahí su negativa a la conciliación y al transformismo).
Más genéricamente esta visión se
conecta con la reflexión de época acerca de la relación entre dirigentes y
dirigidos. El ascenso de masas resultante de la industrialización, la
urbanización, el nacimiento de las grandes empresas y la extensión de las clases
medias (condicionada a su vez por el crecimiento del Estado) había puesto en
primera fila el tema de la organización y conducción de multitudes, (12) de
donde surgiría con distintos enfoques la teoría de las elites o minorías
dirigentes, reflejada en el "¿Qué hacer?" bajo el disfraz de una
adaptación de la teoría de la clase revolucionaria. Lo que con diversa óptica y
sentido político es "clase política" o "elite" para Mosca y
Pareto, es "vanguardia" para Lenin y será "intelectuales"
para Gramsci dentro de su concepción de la hegemonía, así como "clase
dirigente" o "aristocracia" para Gobetti. En lo que también era
coherente con Croce, quien al tiempo que proponía la relación no necesaria
entre liberalismo y capitalismo, sostenía la bondad de que el liberalismo se
mantuviera como una tendencia aristocrática (Galasso, 2002). Pero acudiendo a
Sorel, entonces muy leído en Italia, Gobetti ponía también aquí un toque de
izquierda, al afirmar que la teoría de las elites sólo era válida si se la
combinaba con la de la lucha de clases. (13)
Por lo que concierne a la
postulación excéntrica de que el núcleo dirigente de la | o revolución liberal
podría ser el proletariado, no hay que ignorar que una discusión similar
(posteriormente estereotipada en la tradición marxista) existía en Rusia. En
función del peso que habían adquirido la clase obrera y el socialismo en toda
Europa en las postrimerías del siglo XIX, incluso un sociólogo de derecha como
Vilfredo Pareto opinaba que dada la inevitable rotación de las elites, si no se
le combatía, el próximo sujeto dominante podría ser el proletariado. ¿Pero qué
haría éste una vez en el poder? En Rusia, bajo el supuesto evolutivo
decimonónico aún vigente de que la historia procedía por etapas, no era
evidente para muchos socialistas que se pudiera pasar directamente del absolutismo
al socialismo, saltando la etapa de la llamada revolución democrático–burguesa,
que en ausencia de una burguesía fuerte debía encarar el proletariado. (14)
En un período de fermento
revolucionario Gobetti creyó que, en vista de la inconsistencia de las clases
sociales posrisorgimentales —campesinos conservadores, jornaleros anárquicos,
burguesía pasiva y aislada de la nación, clases medias a la caza del empleo y
aristocracias obreras domesticadas— el librecambismo sumado a la ofensiva
consejista podría fomentar el nacimiento de nuevas elites proletarias y
empresariales, permitiendo "un desarrollo autónomo de las
iniciativas" (Gobetti, 2008: 32) que resolviera la cuestión meridional y
acabara con la politiquería. Por descolocada que pueda parecer esta propuesta
(la gran industria no había promovido el fascismo, pero acabaría conviviendo
cómodamente con él (15)), no
es tan rara a la luz de su ya explicado pluralismo, que veía como progresiva la
coordinación de diferencias inabatibles. Lo que lo acercaría al
neocorporativismo de hoy, si no fuera porque Gobetti pensaba en términos
"movimientistas" y de desarrollo histórico por encima de intereses
particulares, sintiendo repugnancia por todo tipo de corporativismo.
Lo que sucede es que concebía
ambas clases en términos de "moral de productores", como diría Sorel.
Confiaba en el sentido de dependencia y coordinación social que genera la
industria avanzada en el trabajador, fortaleciendo una ética de trabajo que
cimenta una voluntad orgánica de libertad y de poder, trazando una diferencia
entre el taylorismo mecánico al estilo estadounidense y el taylorismo que por
medio de la autoconciencia produce una aristocracia obrera rebelde. Y que lo
mismo podía encontrarse en el empresario de libre competencia que toma su lugar
en el mercado mundial aprendiendo las leyes inexorables de la producción
moderna, nutriendo una sicología de dominio frente a lo imprevisto.
Todo esto era causa y
consecuencia de su proximidad a L'Ordine Nuovo, que durante el
bienio rojo se convirtiera en portavoz de los consejos de fábrica. Gobetti
(2008: 90–93) será el primero en resaltar proféticamente la personalidad de
Gramsci y éste —a punto de pisar la cárcel— en un texto clave de su
bibliografía extenderá un vibrante reconocimiento a Gobetti ya fallecido, como
alguien que "había entendido la posición social e histórica del
proletariado y no conseguía ya pensar prescindiendo de este elemento. [...] se
encontró por obra nuestra en contacto con todo un mundo vivo que antes no había
conocido más que por las fórmulas de los libros. Su característica más
destacada era la lealtad intelectual y la falta completa de toda vanidad y
mezquindad" (Gramsci, 1998b: 324).
Pero el insobornable Gobetti no
dejará también de ver fallas en la conexión entre los impulsos y necesidades de
las masas y el instinto revolucionario de los consejos de fábrica, perjudicados
además por la coyuntura internacional.
No menos interesante es su
balance del joven grupo comunista salido de L'Ordine Nuovo (Gobetti,
2008: 99–105). En el mismo afluían, según él, los elementos más concientes del
proletariado, pero no podría resistir el peso muerto de la herencia socialista,
la incapacidad de los viejos dirigentes del PS, el espíritu pequeñoburgués y
utilitario, el ánimo reaccionario de los campesinos afiliados al partido por conveniencia,
entre otros factores. Esto, junto a la integración del PS al gobierno traería
la ruptura, más que la discordancia por la adhesión a las condiciones de la
Tercera Internacional. A su vez, los comunistas que seguían la directiva
rupturista de Moscú iban solos a la batalla cuando se necesitaba un frente
único. También la desocupación les privaba de elementos obreros disciplinados.
Se convertían en una herejía, más que en la vanguardia que pretendían ser,
aislados de toda comunicación con la vida nacional, limitándose a afirmar como
una fe revelada su política exterior internacionalista, cuando justamente el
gran paso de L'Ordine Nuovo había sido desprenderse del
abstracto internacionalismo socialista para encarnar en un movimiento local.
Fieles a una coherencia abstracta y teórica según cálculos meramente
dialécticos y silogísticos, confiaban en que su rígida disciplina atraería al
pueblo, pero no tenían ninguna inserción en la vida económica italiana, cuando
los consejos de fábrica se habían estancado. ¿Para que hablar de organismos y
de organicidad cuando no hay materia que encuadrar? Se aislaban en discusiones
internas de espaldas a la clase obrera y pagaban tributo al espíritu general
del país al introducir el parasitismo burocrático en la vida del partido. La
dependencia financiera de Moscú les restaba más iniciativa y su prensa en vez
de reflejar problemas concretos devenía en aburridísimas antologías de escritos
de los dirigentes bolcheviques. No obstante proclamar la unidad, los afiliados
caían en rencillas y odios personales, se perdía el espíritu de libertad y los
mejores hombres se desgastaban en pequeñas encomiendas.
Gobetti hace un resumen modélico
del sectarismo que aqueja a muchas organizaciones, no sólo de izquierda. Si
antes había elogiado los consejos por practicar un fructífero hegelianismo
inconciente que iba de lo abstracto a lo concreto, esta crítica del encierro
comunista —sobre todo en el período de la dirección de Amadeo Bordiga
(1921–1923)— recuerda los vituperios que había dirigido a los "hegelianos
abstractos" de la derecha. Su lección apuntaba a que la suerte de este u
otro partido no estaría en la adhesión a un dogma mesiánico o a una causa
cosmopolita, sino en la capacidad de incidir en coyunturas nacionales cruciales
lo que, sin evitar rispideces y profundas diferencias interpartidarias (ni
cortar el cordón umbilical con la Unión Soviética) haría el Partido Comunista
Italiano (PCl) en la segunda posguerra, logrando ser la organización de su
género más grande fuera del bloque soviético. (16)
Acción e indeterminación
Además de ubicación histórica, la
obra de Gobetti requiere conocer sumariamente el contexto filosófico en que se
originó, que cargaba las tintas en la indeterminación histórica y el papel
redentor de la acción. Ya hemos evidenciado la fuerte presencia de Croce y
Sorel, sobre lo que cabe añadir algo más.
Sorel, con su estilo disperso y
su pesimismo, que le hacía criticar airadamente la confianza apriorística de
liberales y socialistas en el progreso, era más escuchado en Italia que en su
natal Francia, porque en la península "había un desagrado hacia los
esquemas y sistemas y una preferencia hacia el pensamiento "global', en
oposición al análisis, una predilección por el ensayo discursivo (...) Era
especialmente difícil para los italianos (...) creer en una teoría del progreso
histórico ininterrumpido, pues toda la historia de su país en la época moderna
venía a probar lo contrario" (Kolakowski, 1982: 178–179).
La confusa pero sugerente
propuesta de Sorel (1976; Rossignol, 1948) consistía en que a partir de su
indefinición, la historia podía ser moldeada por la acción; en que la política
no dependía de la economía, sino que ambas se relacionaban sistémicamente
interactuando con autonomía; en que la teoría o la ideología no valían por su
contenido científico o su eficacia predictiva sino en cuanto "mito",
que podía o no concretarse, pero que servía para movilizar a las masas en
función de un ideal; (17) en el elogio, lindante con lo
irracional, de la violencia, asociada al mito de la huelga general (y
contradictoriamente, en el rechazo al derramamiento de sangre a la manera de la
Revolución francesa); en la suposición —teñida de darwinismo social— de que el
futuro sería de las nuevas aristocracias surgidas de la lucha (el proletariado
no aburguesado ni encuadrado en partidos, pero también la burguesía, si
abandonaba el tibio humanitarismo de fin de siglo y retomaba su lugar en la
lucha de clases, privilegiando el desarrollo de las fuerzas productivas).
Comprensiblemente Sorel terminaría sus días repartiendo sus simpatías entre
Lenin y Mussolini (no sería el único caso de tal ambivalencia).
En una época en que la sociología
y la antropología empezaban a estudiar el fenómeno religioso por sus efectos
cohesivos y movilizadores —superando la crítica ilustrada deísta o atea, que lo
había visualizado como superstición o falsa conciencia— Sorel analizaba el
movimiento social y la revolución como formas de religiosidad sui generis,
capaces de liberar grandes energías, punto de vista también adoptado
insistentemente por Gobetti y Mariátegui. Sorel es un insólito antecesor del
marxismo de la praxis del siglo XX.
Croce era un pensador más
ordenado, que, sin embargo, por las razones arriba expuestas apreciaba a Sorel,
de quien rescataba el valor de la lucha y el sentido de indeterminación, para
desembocar en un radical historicismo inspirado en Hegel y en el ilustrado
napolitano Giambattista Vico (1668–1744). Afirmaba que la trayectoria humana no
estaba signada por el abstracto derecho natural del liberalismo clásico, sino
por una pugna dialéctica entre libertad y opresión, de donde la primera saldría
avante. (18)
Insistía en la unidad de política
y ética, en cuanto actividades prácticas, mérito que atribuía a Maquiavelo. Una
de sus orientaciones era concebir al burgués liberal no sólo como agente
económico sino como factor civilizatorio en lo político y espiritual, lo que
—no obstante su negación de la sociología en tanto "mala filosofía"—
lo acercaría a la elaboración tipológica de sociólogos alemanes como Max Weber
y Werner Sombart.(19) En este rango la clase alta cumplía una tarea igual a la
de "todos aquellos que conservan vivo el sentimiento del bien
público", haciendo una mediación no económica en las luchas utilitarias (o
de clase) parecido al que Hegel en su Filosofía del derecho reservaba
a los funcionarios en tanto "clase universal" (Croce, 1952: 286–287).
Otro elemento sociologizante en Croce era la afirmación de que la política no
constituía un ámbito tan separado del conjunto social, pues se componía de
relaciones humanas iguales a las otras y el Estado no era una sustancia
metafísica, sino un agregado de acciones de los individuos. A causa de ello
veía —igual que Sorel y Ostrogorski— que era necesario enfocar la política más
allá de las instituciones jurídicas del liberalismo, lo que más o menos se
encierra en el concepto actual de sistema político.
No es difícil entrever en lo
anterior el análisis fluido de las instituciones y del Estado que se trasmuta en
el singular marxismo de Gramsci, ya desprendido del idealismo de Croce: el
Estado clásico podía ser un aparato burocrático, pero el Estado moderno es la
suma de "sociedad civil más sociedad política", donde el burgués
cumple un papel de unificación hegemónica, al actuar como un verdadero
intelectual y organizador, aun cuando no se desempeñara como político ni como
funcionario. Esto era también para Gramsci un componente
"ético–político", no neutral pero sí universal, al establecer una
visión del mundo liderada por un interés de grupo. En consecuencia, la
inestable correlación de fuerzas de clase en la sociedad civil podría variar no
por una mecánica fatal del modo de producción, sino por medio de una lucha por
la hegemonía que cambiaría al Estado. (20) De ahí la
importancia que daba a los intelectuales como portadores de un acervo cultural
que podía redundar en visiones universales con contenido de clase
contradictorio. No cabe duda de que Croce y Gentile habían ayudado a pensar
distintamente a las nuevas generaciones de italianos.
Mas la piedra fundamental de la
crítica al determinismo y al cientificismo decimonónicos se encontraba en la
obra del francés Henri Bergson, a cuyas clases había asistido Sorel. Buscaba
cuestionar, en una comprensión global de la naturaleza y de los fenómenos
humanos, el evolucionismo darwinista (asociado al positivismo) tanto como el
finalismo teológico o metafísico. En su libro más importante (de 1907) afirmaba
que la historia se hace desde el presente, en lo que Marx asentiría, pero con
una diferencia: que para Bergson desde el presente el conocimiento puede
organizar la historia hacia atrás viendo las causas que lo produjeron, pero no
se puede proyectar para predecir el futuro, porque éste se despliega como un
árbol de variadas trayectorias divergentes y sorpresivas, con puntos de quiebre
inesperados. El futuro "desborda el presente y no puede representarse en
una idea" (Bergson, 1973: 100). Esto se resume en su concepto de impulso
(o "élan") vital, un principio metafíisico no finalista que produce
estructuras emergentes. La vida no es adaptación pasiva al ambiente, ni curso
de acuerdo a un plan preconcebido, sino resultado de un estímulo motor que a
nivel físico se identifica con la acumulación de energía solar en la materia,
que enciende una chispa que inicia la evolución.
El sentido o dirección del
movimiento no está determinado, pero hay acción por medio de la elección. Hay
elección para el ser vivo antes de la acción, porque la visión o percepción, al
divisar los cuerpos, muestra diversos modos de relacionarse con ellos. Fuerza
explosiva de la vida y resistencia de la materia bruta dan la variedad y
características de la respuesta. El impulso se va dividiendo, disociando,
bifurcando, hay estancamientos y regresiones, porque la vida pone el impulso y
la materia bruta la resistencia y el resultado es el encuentro de ambos. Puede
haber progreso si el resultado se da en la dirección original elegida, pero la
evolución no obedece a un plan ni a un sistema causal discernible, pues
distintas combinaciones de causas pueden dar los mismos efectos.
En lo animal prima lo orgánico,
regido por principios de totalidad e interdependencia, pero esta complejidad no
hace sino crear mayor indeterminación y libertad. Conciencia e inconciencia son
fenómenos relativos, porque hay plantas inteligentes y animales atrofiados y la
conciencia es una estructura emergente que se despega de su base física.
La evolución no se da por
despliegue de facultades como supone Aristóteles, yendo de lo simple a lo
complejo, sino por divergencia. Los filósofos no ven el corte radical entre lo
organizado y lo inorganizado; piensan, adoptando un modelo geométrico de determinaciones
recíprocas, que hay una gradación lineal entre lo inerte y lo orgánico. Vida
vegetativa, vida instintiva y vida racional tampoco son un continuo como quiere
el positivismo, sino tres caminos distintos de desarrollo. Si luego se dan
similitudes evolutivas en líneas separadas (como la aparición del ojo en
especies que se diferenciaron mucho antes de haber desarrollado este órgano) es
porque en la evolución se mantuvieron latentes posibilidades comunes que
estaban desde el inicio y no porque haya un medio ambiente similar en que se
desarrollan las especies.
El conocimiento y la acción no
son sino dos aspectos de una misma facultad:
La función esencial de la
inteligencia será la de discernir, en cualquier circunstancia, el medio de
salir del paso. Buscará lo que pueda servir mejor, es decir, procurará
insertarse en el marco propuesto [...] a las relaciones entre la situación dada
y los medios de utilizarla. Lo que tiene de innato es la tendencia a establecer
relaciones (Bergson, 1973: 140).
La acción toma a la materia,
como un inmenso tejido en lo que
podemos recortar lo que queramos, para recoserlo luego a nuestro gusto. [...]
cuando nos representamos nuestro poder sobre esa materia, es decir, nuestra
capacidad de descomponerla y de recomponerla a nuestro gusto, proyectamos en
bloque, todas esas posibles descomposiciones y recomposiciones más allá de la
extensión real, bajo la forma de un espacio homogéneo, vacío e indiferente, que
la subtendiese. Ese espacio es [...] el esquema de nuestra acción posible sobre
las cosas (Bergson, 1973: 145).
El ejemplo es la manipulación
experimental en el laboratorio del biólogo o del químico, pero también, en lo
social, las relaciones privadas, las operaciones de mercado o la planeación —y
podría pensarse, en el extremo más ominoso, el totalitarismo.
Pero la inteligencia es limitada
porque se basa en lo dado y deja escapar lo imprevisible, al buscar "que
unos antecedentes determinados den un consecuente determinado, calculable en
función de aquellos [...] no admite la novedad completa, como tampoco admite el
devenir radical" (Bergson, 1973: 151–152). En consecuencia, si bien es
necesaria, no comprende la vida, mientras que el instinto está moldeado sobre
ésta. El instinto al igual que la inteligencia integra el espíritu, por medio
de sentimientos, simpatías y antipatías irreflexivas que también se proyectan
en actividades humanas supuestamente racionales, como la política y la
economía. Inteligencia e instinto se necesitan mutuamente y la teoría del
conocimiento debe integrar los dos. La intuición comprende lo orgánico, la
inteligencia sólo la materia inerte a la que aplica el principio de causalidad,
puesto en duda por Bergson a la par del razonamiento analítico, en cuanto a su
pertinencia para los fenómenos vivos —incluida la vida social— en vista de la
incertidumbre en que estos se desenvuelven. Las cosas reales no se pueden
descomponer sino mentalmente, porque su realidad es completa y total,
sintética, imprevisible y se resiste a la deducción. La materia es un todo
indiviso, un fluir más que una cosa (Bergson, 1973: 202–203). En el orden
físico la repetición es natural, en el orden orgánico es accidental. La vida es
una creación incesante y los fenómenos orgánicos implican un progreso hasta el
infinito.
En conclusión: "Es propio
del razonamiento encerrarnos en el círculo de lo dado. Mas la acción rompe el
círculo" (Bergson, 1973: 175). La acción empieza en una insatisfacción e
idea de ausencia de donde se define un fin (dirección o sentido) y se va de la
nada a algo. Sin embargo, no rigen los mismos principios en el origen y en el
término de un proceso y para la acción no se necesita siempre información sino
intuición, como lo demuestra quien aprende a nadar echándose al agua, sin
entrenamiento previo.
No obstante su abstracción y
ambición, esta teoría podía sonar algo conocida a los italianos versados en
Maquiavelo, pues el florentino había dicho que la acción podía conquistar a la
fortuna, no suprimir el azar. La capacidad política era la facultad de
responder a una sucesión de eventos imprevistos y distintos órdenes podían
surtir los mismos efectos (Maquiavelo, 1987).
Mariátegui lee a Gobetti
Abundemos en la relación entre
Gobetti y Mariátegui, que concierne a los latinoamericanistas. Hay varios
detalles a dilucidar hurgando en la literatura pertinente: por qué Italia, cuál
era la índole intelectual de Mariátegui y de su marxismo, y por qué Gobetti.
Mariátegui partió de Lima en
1919, desembarcó en Francia por poco tiempo y a fines de año ya estaba en
Genova (Náñez, 1978). Se han alegado razones de salud (el clima de Italia le
resultaba más benévolo), pero él dio otra pista: era necesario que los intelectuales
latinoamericanos ampliaran su repertorio, demasiado concentrado en Francia y
España. (21) No era una ocurrencia del todo original, porque la
cultura decadentista y esteticista europea finisecular muy estimada en Perú y
otros países de América Latina incluía escritores italianos como Gabriele
D'Annunzio (respetado por Mariátegui, incluso cuando ya se perfilaba como un
proveedor de consignas e imágenes aprovechables por el fascismo) y la olvidada
Ada Negri (Paris, 1981; Náñez, 1978). Italia, con su riqueza inagotable en
arte, antigüedades y tradiciones, ejercía fascinación sobre otras naciones
europeas que podía trasminarse a los latinoamericanos.
La decisión de Mariátegui no pudo
ser más acertada, porque si bien Francia, preferida por los viajeros
latinoamericanos, seguía siendo un centro muy dinámico de la cultura universal
y de la sociabilidad cosmopolita, desde el punto de vista político no tenía el
mismo atractivo. La vida pública estaba dividida y envenenada tras la debacle
de 1870 ante los prusianos más el subsiguiente caso Dreyfus, y ni el esfuerzo
de la Primera Guerra ni los "años locos" posteriores modificarían
este rasgo. Parte no desdeñable de la actividad intelectual gala con
trascendencia más allá de fronteras radicaba en la factura de obras
ultraconservadoras y racistas; había una pérdida progresiva de fibra nacional
que desembocaría en lo que Marc Bloch llamó "la extraña derrota" de
1940. Italia ofrecía dos elementos inapreciables: la vivencia de un movimiento
revolucionario (antes de la némesis fascista) y una cultura en algunos aspectos
más variada. En tanto país periférico, además de su no tan difundida pero muy
rica producción propia, permanecía abierta a los aportes de otras naciones como
Francia, Gran Bretaña y Alemania, fecundas pero con frecuencia ensimismadas en
una orgullosa autosuficiencia intelectual.
No hay duda de que el peruano era
ecléctico y parece que había en ello una elección conciente (Rouillon,
1975–1977; Vanden, 1975; Quijano Obregón, 1982). Su aprendizaje y uso del
marxismo es libre en lenguaje y espíritu, su adhesión al comunismo es
espontánea, su asimilación de pensadores de diversas vertientes —Croce, Sorel,
Bergson, Freud, Hilferding, Kant, Einstein, Spengler, Unamuno— es creativa y
sin prejuicios. En una etapa tardía de su existencia no vacila en seguir
poniendo heréticamente a Sorel a la altura de Marx y de Lenin, sin perjuicio de
que era conciente del ascendiente de Sorel en Mussolini (quien había
pertenecido al socialismo de izquierda). Contradiciendo aunque sólo fuera
parcialmente a la Internacional Comunista no quería construir una vanguardia
proletaria sino un partido socialista más amplio (Flores Galindo, 1980a; Aricó,
1978), pues en un país mayoritariamente rural y de población indígena, en
manos, según su definición, de hacendados feudales, la cuestión indígena era la
palanca de la cuestión agraria y por tanto de la cuestión nacional, y al
estudiar el nacimiento del Partido Popular italiano —antecedente de la
Democracia Cristiana— se había detenido en la forma en que éste realizaba un
hábil reclutamiento policlasista. Da pruebas de manejar el marxismo, pero son
"escasas las citas directas de Marx a lo largo de sus trabajos [...] No
hay en realidad ni una cita de Marx o Engels en Defensa del marxismo, y
solamente dos en los 7 ensayos" (Sylvers, 1980: 60 y 71,
nota). Por si fuera poco nunca quiso renegar abiertamente de la religión y
exhibía su carácter "místico" (Chang–Rodríguez, 1957; Quijano
Obregón, 1982); no sabemos si ello fue consentido por su recepción de la idea
de religiosidad en Sorel (que no implicaba creer en un dios) o al revés, si la
misma no estuvo acaso predeterminada por un sentimiento residual que provenía
de una temprana educación católica. Como su esposa era creyente admitió
bautizar a su primer hijo nacido en Italia (Basadre, 1980) y a otro lo nombró
Sigfrido por afición al compositor Wagner.
Los apristas, que mantienen una
relación ambivalente con Mariátegui, se han cebado en que era un intelectual
puro marcado por sus orígenes esteticistas (Sánchez y Vallenas, 1994) o en que
nunca dejó de ser un romántico (Manuel Seoane en AA.W., 1973: 163).
Lo anterior abre espacio a
distintas interpretaciones, por lo que algunos trabajos reflejan cierta
ansiedad por asegurar que Mariátegui era efectivamente marxista (Vanden, 1975; Flores
Galindo, 1980b). No es necesario discutirlo, porque él mismo nos lo recuerda en
una página sí y otra no de sus escritos, donde menudean además las expresiones
admirativas a Lenin. La pregunta es qué marxismo y el hecho es que el amauta se
sentía lo bastante libre y seguro de sí mismo como para usar a Marx y otros
autores marxistas o no marxistas como y cuando mejor le pareciera, por lo que
nos eximió de las estériles ristras de citas que reprochara Gobetti a los
primeros comunistas italianos. Antonio Melis ha sugerido incluso la idea de que
Mariátegui esbozaba un pluralismo epistemológico, con distintas llaves de
acceso a la comprensión de la realidad. (22) De tal suerte que
la obra señera del marxismo latinoamericano se inicia con una frase de
Nietzsche y a vuelta de página del primer capítulo ya aparece Gobetti, en nota
(Mariátegui, 1969: 14).
Es claro que éste cautivó al
peruano, porque lo dice: "Piero Gobetti, uno de los espíritus con quienes
siento más amorosa asonancia [escritor de] admirables ensayos"
(Mariátegui, 1969: 229). Se ha contabilizado que su revista Amauta publicó
cuatro artículos de Gobetti aparte de los tres que el propio Mariátegui le
dedicó (un honor similar sólo se lo deparó al estadounidense Waldo Frank:
Sylvers, 1980). Pero Gobetti aparece mencionado de paso en muchas otras páginas
de Mariátegui, por lo que su influencia es más extendida. No se trata de una
manía juvenil, pues el amauta entró en contacto sistemático con la obra del
turinés en la etapa final, intelectualmente madura de su existencia (Beigel,
2006). (23) Gobetti planea repetidamente en sus obras más
importantes: en Defensa del marxismo por ejemplo, donde
Mariátegui (1974) no se molestó en citar a Marx. Náñez (1975) habiendo sido uno
de los adolescentes habituales en casa de Mariátegui, rememora que el turinés
venía nombrado seguidamente por el anfitrión también en sus conversaciones.
Aparte de una natural empatia
(los dos eran espíritus mundanos, cultivados y comprometidos, hechos a la
prensa escrita) Gobetti le proporcionaba, siquiera en forma periodística, un
panorama histórico de Italia como nación frustrada, muy conveniente —con los
debidos ajustes— para la interpretación renovada de los países
latinoamericanos, empezando por Perú, que buscaba Mariátegui. Sobre todo en
rasgos como: la injusta diferenciación regional; lo que mucho después el
estructuralismo marxista llamaría "articulación de modos de
producción", pues el abordaje de la cuestión meridional no pretendía que
hubiera un "dualismo" o disociación de estructuras entre norte y sur,
sino una integración sui generis con efectos perversos para el desarrollo; los
vínculos interesados de clase y de elite para estabilizar dicho entronque; el
papel de los intelectuales y de las corrientes ideológicas; y el gravamen que
imponía a Italia desde el Renacimiento la geopolítica de las grandes potencias
europeas. Y algo más: la convicción de los meridionalistas italianos
sustanciada por la revolución soviética (y antes por la revolución mexicana),
de que una situación así no se podía transformar sin movilizar a la gran masa
de los pobres del campo —el "pueblo" de los populistas rusos—
relegada y embrutecida por los convenios oligárquicos.
¿Y entonces por qué no Gramsci
que elaboró una temática parecida? Lógicamente porque el Gramsci que más
conocemos, que es el de la cárcel, todavía no existía en los años veinte,
mientras Gobetti era ya todo lo que su corta vida le permitió ser. Si repasamos
la obra de Gramsci (1972a y 1972b) que Mariátegui pudo leer, publicada en L'Ordine
Nuovo o en el diario socialista Avantil, encontramos
un articulista maduro (había nacido en 1891) incisivo, frío, analítico, en
plena posesión de la lengua italiana, pero con excepciones en sus
contribuciones prima lo coyuntural y no el aliento histórico y teórico de los Cuadernos
de la cárcel.Adicionalmente, la mayoría de estos trabajos se publicaba sin
firma: pese a que en L'Ordine Nuovo había individualidades que
arrojarían una larga sombra sobre la política italiana del siglo XX, de acuerdo
con la costumbre socialista y luego comunista, el medio se hacía en forma
colectiva (Bocca , 2006). Al parecer, Mariátegui y Gramsci se entrevistaron una
vez (Rouillon, 1975–1977, vol. II) y no deja de ser significativo que entre
escasas menciones, el segundo y su periódico aparezcan citados justo cuando el
primero dedica una serie de artículos a Gobetti (Mariátegui, 1964: 139). Pero
más que en una relación personal debe pensarse en una influencia de L'Ordine
Nuovo en conjunto (Paris, 1981; Delogu, 1973; Rouillon, 1975–1977,
vol. II; Beigel, 2006) que, sumada a la de otras publicaciones italianas —tal
vez no sólo de izquierda y no sólo de política, dada la flexibilidad con que se
movía Mariátegui—, le sirviera de modelo pata. Amauta y otras
iniciativas.
En sus tres breves notas escritas
en 1929, Mariátegui (1964: 133–145) presenta a Gobetti, para luego exponer
elementos de su obra que ya conocemos: la marginación de Italia del proceso de
la Reforma protestante; los límites del Risorgimento; la modernización sofocada
por el provincianismo; el atraso económico que impedía estar a la altura de
otras naciones capitalistas; la pobreza que embargaba a dos tercios de la
población del país, de tal suerte que aun los emigrantes italianos en el
exterior se comportaban como huidos de la necesidad y no como pioneros; el
enlace de los bloques sociales del norte y del sur; la pasividad obrera; el
absolutismo terrateniente, susceptible de controlar a la masa rural en el
adocenado estilo del "¡Vivan las caenas!" del siglo XIX español; el
fracaso del laicismo y del liberalismo; el papel de la iglesia católica; la
derrota "sin combate" de la revolución socialista, que preparaba la
consecuente revancha de la Italia pequeñoburguesa contra el Estado liberal y su
endeble clase dirigente.
Mariátegui destacaba la
importancia que Gobetti daba a la economía en la medida en que se dirigía a un
análisis de clase que, como vimos, tanto en uno como en otro superaba el simple
economicismo. Le parecía de excepcional interés para el estudio de España y de
sus colonias: "[el] rol que atribuye al parasitismo y a la pobreza, a la
corrupción de las plebes conservadoras por la beneficencia y las limosnas del
absolutismo y la Iglesia, a la ausencia de una economía robusta y de masas
operantes y productoras. La lucha por la libertad y la democracia no fue sentida
suficientemente, en sus fines ideales, en su necesidad histórica, por el
pueblo" (Mariátegui, 1964: 144). Juzgaba "trágicas" las
consecuencias de esta "domesticidad de las clases parasitarias, del
servilismo de las plebes menesterosas" (Mariátegui, 1964: 141).
En sus Cuadernos Gramsci
también hablaría años más tarde de lo que llamaba categorías
"pasivas", dependientes y parasitarias, o también arduamente
trabajadoras en oficios marginales y mal remunerados, sin inserción económica
relevante. Y en relación con la masa rural de desheredados abandonados por el
Estado, ya mucho antes había abordado otra consecuencia que Mariátegui pasaba
por alto y que Gobetti sólo había esbozado. Conocedor de la Italia profunda
escribió:
La sicología de los campesinos
era, en tales condiciones, incontrolable [...] La lucha de clases se confundía
con el bandidismo, con el chantaje, con el incendio de los bosques, con el
ataque al ganado, con el secuestro de niños y mujeres, con el asalto al
municipio: era una forma de terrorismo elemental [...] El campesino ha vivido
siempre fuera del dominio de la ley, sin personalidad jurídica, sin
individualidad moral: ha permanecido como un elemento anárquico [...] refrenado
sólo por el temor a la policía y al demonio. No comprendía la organización, no
comprendía al estado, no comprendía la disciplina; paciente y tenaz en la
fatiga individual [...] capaz de sacrificios inauditos en la vida familiar, era
impaciente y salvajemente violento [...] (Gramsci 1972a: 23).
Auguraba que, de continuar esto
después de la guerra, "se convertirá en un tumulto descompuesto de
pasiones exasperadas hasta la barbarie más cruel de sufrimientos inauditos que
se perfilan cada vez más horrorosamente" (Gramsci, 1972a: 26).
No por casualidad éste era el
ámbito social cada vez más capitalizado por el crimen organizado en sus
diversas formas, convertido en heredero del control territorial de los señores
feudales en desafío al Estado..., pero también dispuesto a un nuevo matrimonio
morganático con el mismo Estado. Encuestas judiciales, académicas y
periodísticas han revelado que en la segunda posguerra la elite gobernante y
los poderes fácticos (legales o ilegales) incurrirían en acuerdos subrepticios,
así fuera para transacciones económicas ilícitas u operaciones políticas, tales
como contrarrestar la implantación de la izquierda en las regiones
meridionales. A cambio de ello y al amparo de la reforma agraria, el Estado
asistencial y clientelar criticado por Gramsci y Gobetti extendería sus
tentáculos hacia el sur, pero las mafias llevarían su modelo de negocios a todo
el país. Sicilia es una metáfora, diría el escritor Leonardo Sciascia—y no sólo
de Italia se podría agregar.
Conclusión
Nos hemos centrado en la obra de
Gobetti y su contexto; ensayaremos para terminar algunas críticas. Su juicio,
muy independiente, estaba empero sujeto a la crítica al parlamentarismo de
democracia restringida y a la hipocresía sensual y conformista de la burguesía
de la "Belle Epoque". Esto se agravaba en Italia porque su parlamento
no funcionaba en la práctica de acuerdo al modelo británico de un colectivo
regido por una mayoría unificada en apoyo al gobierno, sino con la lógica de un
gobierno convencional que contrapesaba al ejecutivo (Maranini, 1985). Como cada
momento genera su opuesto, junto al movimiento obrero socialista en las zonas
industriales y del anarquismo aún más allá, hasta algunos positivistas dudaban
del optimismo determinista y utilitario (Galasso, 2002). En toda Europa
filósofos y científicos como Nietzsche, Pareto, Mosca, Ostrogorski, Michels,
Bergson, Weber, Sorel y Freud, se interrogaban por los límites del racionalismo
y de la conciencia o por la validez de las instituciones basadas en el
principio del derecho natural, había quienes exaltaban el instinto y la fuerza,
mientras la física enseñaba que la realidad y la materia no son tan
consistentes. La música era para Bergson un ejemplo del movimiento
impredictible pero armónico de la acción; Mariátegui se interesaba por el
cinematógrafo, producto de la tecnología que podía generar una realidad
virtual. Pero podían también fraguarse mezclas ideológicas confusas y
peligrosas, sobre todo entre los jóvenes, que propiciaran confluencias objetivas
de izquierda, derecha y liberales descontentos, verificables en la presión para
que Italia entrara en guerra y expandiera sus fronteras (Gentile, 2004). Con
fatales consecuencias, porque "Toda crítica de la democracia que no se
acompañe de una reflexión sobre las condiciones de su profundización, termina a
menudo por conducir a una negación brutal de ésta" (Rosanvallon, 1979:
20–21).
Gobetti (2008: 30 y 153–166), que
murió tempranamente —cuando Mussolini se acababa de asentar luego del delito
Matteotti—, no comprendió bien la siniestra innovación del fascismo.
Obsesionado por su crítica del pasado italiano creyó que era un retorno de la
Italia medieval oligárquica, patriotera, corporativa y teocrática, un temor a
lo imprevisto, una aspiración del pueblo al reposo que delegaba su libertad en
un Estado paternal aliado a la plutocracia que volvería a sofocar toda
iniciativa. Fueron más precisos Gramsci yTogliatti, al señalar la base de clase
media del fascismo y (dejando de lado los pobres análisis de la Tercera
Internacional) al definirlo como un fenómeno reaccionario de masas, que
producía un violento ajuste incluso en la relación entre los grupos dominantes.
Lo que era una novedad de graves implicaciones, pues hasta entonces la
contrarrevolución en Europa se había limitado a sacar el ejército a la calle.
También Mariátegui (1975b), quien captó las dos caras del fascismo, una
pequeñoburguesa y fincada en el pasado, la otra agresiva y aventurera, que
llevarían el país al desastre (en lo que coinciden historiadores actuales:
Gentile, 2004). Sin embargo, acertó Gobetti al decir que el régimen de
Mussolini sería un interregno —y de nuevo Mariátegui, cuando vaticinó que la
confrontación del futuro no sería entre fascismo y liberalismo, sino entre
socialismo y liberalismo.
En otro orden de cosas, Gobetti
se ve determinado por su óptica de época en su juicio acerca del Estado de
bienestar y la ubicación de la clase obrera. Ciertamente hacía una crítica muy
válida de los acomodos de minorías, el burocratismo y el corporativismo, más el
abandono y la pobreza en que quedaba la mayoría rural. Pero su suposición de
que ello podría remediarse principalmente por la lucha y la selección parece no
contemplar en forma clara el hecho —llamativo para alguien que adoptara un
pensamiento dialéctico— de que toda selección es también un sistema de descarte
y que una buena política debe contemplar esta posibilidad. Era natural que los
trabajadores ansiaran una mejora inmediata de sus condiciones de vida y su
rechazo a la revolución en la mayoría de Europa occidental no era sólo un
asunto de las aristocracias obreras, como tendría ocasión de meditar Gramsci en
la prisión. El dilema de reforma o revolución se plantearía al socialismo desde
el siglo XIX y al comunismo en el XX, y en circunstancias en que la práctica
avanza más rápido que la teoría —según la frase repetida por Lenin luego de
1917— la solución no se encontraría en ningún texto sagrado. Como en el tema de
la democracia, las críticas de Gobetti son pertinentes si se las liga a una
profundización del bienestar colectivo que reduzca las exclusiones, perfeccione
los mecanismos de financiamiento y depure en lo posible los vicios del
proteccionismo y el clientelismo, así como el derroche de recursos, el consumo
innecesario y el maltrato a la naturaleza. Puede tener razón Gobetti en cuanto
a que esto requeriría una revolución en los valores de la sociedad actual.
También es polémica la evaluación
del Risorgimento. Gobetti, al igual que Gramsci, echaba de menos una revolución
desde abajo (ése era justamente su concepto de auténtica "revolución
liberal"). Pero la unidad italiana se había hecho en condiciones internas
de debilidad política y militar y en un contexto internacional no del todo
favorable. Como asumiría el literato y político Francesco de Sanctis (1995
[1872]) luego de la experiencia francesa, Europa se había vacunado contra la
revolución. Un brote de jacobinismo en Italia podría haber volcado incluso a
Francia (soporte y freno de los piamonteses) a una Santa Alianza con
Austria–Hungría, el papado y los borbones de Napóles, que hubiera dado
continuidad al desmembramiento territorial y al arbitraje de la Santa Sede. Con
todos sus lastres, la unificación no dejaba de ser un primer paso festejado
sinceramente por muchos italianos; el propio Gobetti celebraba el virtuosismo
de Cavour y lamentaba su temprana desaparición.
Una último punto concierne a la
idea de revolución. Gramsci y Mariátegui reprochaban al liberalismo la pérdida
de su espíritu de libertad, Gobetti no creía que hubiera habido un verdadero
liberalismo en Italia. En lo material, el libro El capital financiero de
Rudolf Hilferding hacía suponer que el capitalismo de libre empresa — corazón y
conciencia del liberalismo económico— estaba en trance de muerte por la fusión
de las grandes corporaciones y la banca, que cerraba el mercado y haría de los
empresarios especuladores apartados de la producción y de la innovación, cuando
no buscadores de arreglos con los gobiernos en aras de ganancias sin esfuerzo.
En palabras de Gramsci, se pasaba de los "capitanes de la industria"
a los "caballeros de la industria". Para Mariátegui, que también leía
a Spengler, si se le sumaba la guerra esto era señal de una crisis de
civilización por decadencia de la burguesía, pronta a ser rebasada por una
clase obrera revolucionaria.
Gobetti, dado su pluralismo, no
excluía —y hubiera deseado— un reciclamiento de la burguesía por medio de su
reingreso a la competencia y a la confrontación institucionalmente enmarcada
con la clase obrera. En esto se mostraba más actual que los anteriores, pero,
en términos generales, los tres coincidían en lo que debía ser una revolución.
Estaba muy contextualizado por los movimientos liberales y socialistas del
pasado y por los primeros años de la revolución soviética. Entusiasmados con
los soviets, esperaban que el próximo sacudimiento alumbrara una sociedad
activa, que de acuerdo a la utopía lograra una acompasamiento de individuo y
colectividad en que cada uno ocuparía su lugar independiente y responsable en
un mundo organizado. Sin embargo, el pesimista Ostrogorski había dicho que en
la sociedad democrática los gobiernos viven atemorizados por las multitudes. Y
otro autor del siglo previo entonces poco o nada atendido —Alexis de
Tocqueville— al estudiar desapasionadamente la historia francesa había llegado
a la conclusión, en contradicción con el pensamiento conservador, de que la
revolución no era un principio de caos sino de orden, pues al estallido
desbordante de energías colectivas e individuales sólo podía sucederle una
nueva y más poderosa concentración del poder. También Marx había notado algo
perplejo, que revolución tras revolución en Francia no hacía más que
engrandecer la "máquina monstruosa" del Estado. La verdadera novedad
de la primera posguerra del siglo XX no sería el movimiento libre de las masas
sino el totalitarismo, una dosificación antes desconocida de hegemonía, organización
y violencia, suceptible de provocar un cambio radical y acelerado de la
sociedad mediante el encuadramiento del hombre–organización prohibido de
opinión y decisión propias, fuera de los márgenes dictados por el líder, el
partido o la doctrina sacralizada por el Estado. La percepción histórica de los
sucesos de 1919–1939 ha quedado marcada por el impacto causado por la
movilización de multitudes a cargo de las grandes dictaduras de izquierda y de
derecha; ello difícilmente se puede explicar sin tener en cuenta que antes se
había producido un colosal disciplinamiento de las mismas masas. En Rusia, los
soviets quedarían privados de poder real: los tres lectores de Bergson habían
sido rebasados por el futuro.
Hemos buscado hasta aquí proveer
una guía para el conocimiento de la obra de Piero Gobetti en castellano.
Tratamos a la vez de mostrar —aunque sea un hecho autoevidente— que la misma se
enriquece notablemente si se le cruza con la de otros autores, contemporáneos o
antecesores. Su lectura sirve también de homenaje a un hombre que pasó por la
peor crisis italiana del siglo XX sin torcerse, cuando una mayoría de la
intelectualidad encontraba motivos para apoyar a Mussolini. De salud frágil y
espíritu fuerte, perdió la vida por no ceder ante el fascismo y eso, junto con
el inconformismo y la originalidad de sus escritos, le ha valido un culto
perdurable. A él se aplica la sentencia de Dante: liberta va cercando,
ch'e sí carajcome sa chiper lei vita njiuta (24).
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1 Destaca Beigel
(2006: 115–130) que examina la obra editorial y política de Gobetti más allá de
su posible influencia en Mariátegui.
2 Piero Gobetti, La
Revolución Liberal. Ensayo acerca de la lucha política en Italia, Flacso
México, México 2008, LXXII+181 pp. (en adelántese le cita como Gobetti, 2008).
La publicación italiana original fue hecha en 1924; la edición crítica tomada
como referencia para la traducción es de la casa Einaudi (Turin, 1995; y antes,
1964 y 1983) y estuvo a cargo de Ersilia Alessandrone Perona. La versión al
español contiene un prólogo de Giovanna Valenti y los ensayos de Paolo Flores
D'Arcáis y Ersilia Alessandrone Perona, quien también redactó una nota
introductoria. Con un índice onomástico al final y un tiraje de mil ejemplares.
Traducción de Matteo Dean, Giovanna Valenti y Pedro Salazar.
3 Durante mucho
tiempo el Partido Socialista italiano ni siquiera veía necesario reclamar la
vigencia del voto universal en un país de veintisiete millones de habitantes,
en que sólo medio millón estaba inscrito en los registros electorales.
Posiblemente jugara el temor de que al activarse como votante un enorme caudal
de población rural analfabeta, en gran parte dependiente espiritualmente de la
iglesia católica, el resultado fuera negativo para la izquierda (y en primer
lugar para el liberalismo). Ello ponía en el tapete la "cuestión
campesina", sinónimo para Gramsci de "cuestión vaticana"
relacionada a su vez con la "cuestión meridional", descuidadas por la
mayoría de los socialistas y que serían en cambio fundamentales en la
meditación de Gobetti.
4 "Transformismo"
era el término usado en Italia para definir la política muy identificada con el
estadista liberal predominante por varias décadas, Giovanni Giolitti
(1841–1928), que buscaba no confrontar sino cooptar las disidencias,
abriéndoles espacios en el sistema político de voto restringido y reparto de
subsidios. Lo que críticos como Gramsci y Gobetti consideraban una influencia
corruptora enfilada a mantener el statu quo, si bien Gobetti
reconoció méritos de honradez y mantenimiento de la paz a Giolítri, y otros
como Croce (1977) y Bobbio (1989) juzgan que permitió una era de progreso.
5 Maquiavelo
había hecho en El príncipe el elogio de la toma de decisiones
de cara a la incertidumbre, mientras en Discursos sobre la primera
década de Tito Lívío había puesto en evidencia el efecto positivo del
conflicto en el desarrollo de la república. Dos piezas, como se ve, del planteo
de Gobetti. Ello, junto a la apreciación del pluralismo (que abordaremos a continuación)
ubica a Gobetti cerca del moderno concepto de sistema político, refinado —y a
veces suavizado— por la ciencia política estadounidense de la segunda
posguerra, que tiene entre sus pilares a uno de los teóricos de las elites bien
conocido a principios del siglo XX: Moisei Ostrogorski, creador de la
distinción entre "movimiento" y "partido" (Ostrogorski,
1979; Lipset, 1982).
6 No en vano
Mussolini —en un gesto que Gobetti no alcanzaría a presenciar— daría el nombre
de "Vía de la Conciliación" a la avenida que abriría en Roma para
celebrar el concordato de 1929 con la Santa Sede.
7 Pueden
extraerse hipótesis sugestivas para América Latina de la cuestión meridional
italiana; pero a diferencia de los ardientes debates latinoamericanos de los
años sesenta y setenta en torno al dualismo, el desarrollo y la dependencia, el
análisis de Gramsci no es predominantemente estructuralista, pues pone el
acento en la cultura, ámbito de expresión y procesamiento de las
contradicciones de clase donde se unifican infraestructura y superestructura,
según el vocabulario del marxismo clásico. Algo parecido a lo que una
sociología académica más neutra llamaría "socialización". Por
supuesto, sus tesis tanto como las de Gobetti no escapan a los intentos de refutación
(Romeo, 1998). El análisis en el ámbito europeo de la combinación entre atraso
y desarrollo que redundaba en estructuras socioeconómicas heterogéneas —lo que
León Trotsky llamara "desarrollo desigual y combinado"— se llevaba a
cabo asimismo en Rusia en el seno de la izquierda (marxista o populista) y más
tarde repercutiría en posturas de la Internacional Comunista en América Latina.
En Alemania, Max Weber investigó la modernización de la economía rural
semifeudal del este del río Elba a causa de la expansión capitalista, y su
impacto en el Estado nacional, hasta entonces apoyado en la nobleza
terrateniente de la zona.
8 Croce —que
había tenido un pasaje temprano por el marxismo de la mano de Antonio Labrióla
y Georges Sorel— no era un entusiasta del socialismo, pero su liberalismo
político y cultural en teoría podría coexistir con la socialización de los
medios de producción, siempre que ésta no implicara una regulación excesiva que
causara "una mortificación de la facultad inventiva del hombre y [...] un
obstáculo para el aumento de [...] la riqueza" (Croce, 1952: 271–272). Por
su lado, el liberalismo económico no podía tampoco ser "ley suprema de la
vida social", sin devenir en "ilegítima teoría ética, en una moral
hedonística y utilitaria para la cual el bien consiste en la máxima
satisfacción de los deseos en cuanto tales" (Croce, 1952: 270–271). Su
aporte en economía consistió en teorizar que esta actividad no representaba
"lo egoísta" sino "lo útil", que tenía su lugar junto a lo
bueno, lo verdadero y lo bello (Romanell, 1946).
9 La evolución de
la izquierda hacia posiciones proteccionistas y regulacionistas vuelve extrañas
estas apreciaciones de Gobetti, que en política hace propuestas radicales. Pero
no hay que ignorar un pasado de afinidad peculiar entre el socialismo
revolucionario y el librecambio. Marx consideraba un factor de atraso las
"Corn Laws" británicas que protegían el precio del grano inglés en
beneficio de los terratenientes y en desmedro de industriales y obreros, puesto
que juzgaba benéfico el liberalismo económico, pese a sus injusticias, en la
medida en que aceleraba el desarrollo de las fuerzas productivas y la
transición involuntaria a un modo de producción más equilibrado. También
Gramsci, que había estudiado a Einaudi, opinaba que el proteccionismo italiano
perjudicaba a los obreros al atarlos al carro de la burguesía industrial
(Salvadori, 1970). La postura de Einaudi y Gobetti era más similar a la de
Schumpeter, en cuanto a considerar al capitalismo de libre concurrencia como un
sistema de destrucción–reconstrucción productivo. En general ello significaría
concebirlo semejante a la política, como una esfera en libre redefinición
permanente; en lo inmediato, las indudables capacidades destructivas del
mercado sin frenos hubieran servido a su juicio para la reforma de costumbres e
instituciones económicas.
10 Así Croce
(1952: 267): "el comunismo o seudocomunismo no arraigó sino en un país que
había quedado fuera del mundo liberal; y quizá acabe por abrir en él un camino
a la vida de libertad que el anterior autocratismo no supo conseguir".
YMariátegui anotaba: "pensadores liberales [...] afirman que la función
del liberalismo, histórica y filosóficamente, ha pasado al socialismo"; su
propia conclusión era que la Rusia socialista "se muestra más liberal que
los estados formalmente liberales" (Mariátegui, 1976: 77).
11 Aunque la idea
era bastante común en la época.
12 Mussolini
tomará el título de "Duce", "el que conduce".
13 Mariátegui
veía en Lenin a un marxista que había incorporando las críticas de Sorel al
socialismo "aburguesado" de la Segunda Internacional. Naturalmente
Lenin, aunque despotricaba contra la "aristocracia obrera"
reformista, no habría aceptado esta asimilación: Paris (1981) bien señala que
había definido sus posiciones antes que el francés. En cuanto a que el
liberalismo sea una forma de introducir una nueva aristocracia en la sociedad
de masas es una idea recurrente, aunque no siempre aceptada. En tiempos más
recientes, el liberal conservador Leo Strauss estaba de acuerdo. ¿Pero cómo
juzgar al progresista John Stuart Mill que para garantizar la paz social
proponía en el siglo XIX dar doble voto a los burgueses y voto simple a los
obreros? Por su lado Croce (1942) — probablemente también alentado por Sorel—
sostenía inclusive una interpretación aristocrática de la personalidad de Marx
y del papel que éste atribuía al proletariado como clase dominante de
reemplazo.
14 La debilidad
de la burguesía como factor de cambio cultural y político en un país nuevo con
permanencia del poder señorial, también preocupaba a Max Weber en Alemania
(Mitzman, 1976). Sin embargo, Alemania era un país capitalista próspero, por lo
que Weber era otro de los que ponían en duda el vínculo obligado entre
liberalismo económico y político, así como creía cierta la probabilidad del
socialismo resultante del proceso de racionalización y de burocratización.
Gobetti en cambio pensaba que la formación nacional en Alemania y Japón había
sido más sólida que en Italia, lo que ratificaría la ya apuntada evolución de la
agricultura del este de Alemania (equivalente a la gruesa de la región
meridional italiana) hacia relaciones capitalistas, mediante la sustitución de
la mano de obra servil por jornaleros inmigrantes extranjeros. Mas se puede
argumentar que esto tuvo una deriva trágica, pues la socialización de la base
popular campesina —mediante la alfabetización y el serviciomilitar— en la
cultura chovinista pautada por la simbiosis de ideología feudal y desarrollo
industrial en Alemania y Japón, permitió a estos países alimentar un
militarismo mucho más potente. Gobetti (que por edad no llegó a combatir
durante la Primera Guerra), en buen liberal era también nacionalista y de forma
similar a Max Weber no parece oponer reservas al imperialismo y la guerra en
sí, sino a la forma poco coherente en que habían sido encarados por los
políticos italianos desde fines de siglo (diletantismo continuado por
Mussolini).
15 Mussolini no
era menos proteccionista en economía que los viejos liberales. Sin embargo,
Gobetti, dada su perspectiva antideterminista que ponía énfasis en la acción,
no habría analizado este viraje de la alta burguesía como una necesidad
funcional del capitalismo, sino como resultado de la indecisión de los
socialistas que no habían sabido tomar la oportunidad, en contraste con la
resolución de los extremistas de derecha, capaces deactuar como
"tribunos" en las instituciones y "guerreros" en las calles
(Gobetti, 2008: 83–86).
16 Su principal
dirigente durante décadas, Palmiro Togliatti, no olvidaría tampoco la
importancia de la cultura, no tanto como "frente" de lucha (según el
lenguaje militarizado de la Internacional Comunista) sino como ámbito plural de
confrontación de ideas y expresiones artísticas: "se le reconocía por
haber hecho un partido comunista diferente de los otros, un partido que tenía
respeto por la cultura. Poco antes de morir [...] confiaba su único gran pesar:
no haber hecho bastante por la cultura italiana, estar en deuda con la cultura
no comunista" (Bocca, 2006: 12).
17 Esta variante
de "mito" ideada por Sorel, también influyente en Gramsciy Gobetti —y
equivalente a "intuición" en Bergson (Salazar Bondy, 1967)— le habría
servido a Mariátegui, según Filippi (2002), de apoyo cognoscitivo para superar
el determinismo y elaborar su concepción de la revolución socialista en Perú.
18 En su polémica
con Croce, Giovanni Gentile —que sostenía una posición monista acorde con el
fascismo, según la cual la libertad sólo se realizaría por la integración del
individuo en un Estado que suprimiera la lucha—se burlaba de que la
valorización del conflicto llevara a que lo negativo fuera tan necesario como
lo positivo, por lo cual se convertía en positivo. Si lo negativo era negativo
resultaba una pérdida de tiempo incluirlo en la historia para tener que
superarlo después, y si contradictoriamente era positivo ¿por qué luchar contra
él? (Romanell, 1946). La solución del acertijo es que en el historicismo de
Croce —y de Gobetti— sin una confrontación la humanidad no podría saber que es
lo positivo ni progresar. La libertad no podría existir fuera de una lucha
recurrente con la opresión (los "corsi e recorsi" de Vico) y la
historia quedaría detenida. En consecuencia, para estos autores tampoco habría
un punto de llegada tal como la sociedad comunista de Marx y Engels.
19 También
Mariátegui creía inconveniente "considerar exclusivamente el aspecto
económico de los fenómenos históricos, y [...] descuidar su aspecto moral y
sicológico" (Mariátegui, 1975b: 65); y más en detalle: "El
capitalismo no es sólo una técnica; es además un espíritu [...] que en los países
anglosajones alcanza su plenitud, entre nosotros es exiguo, incipiente,
rudimentario" (Mariátegui, 1964: 34, nota).
20 Por eso, en la
cita que encabeza una de las compilaciones usuales de Gramsci en castellano
éste afirma que "es evidente que todas las cuestiones esenciales de la
sociología no son nada más que las cuestiones de la ciencia política"
(Gramsci, 1998a: 11). Sin embargo debe verse también aquí la influencia de
Croce, para quien la sociología era sospechosa, entre otras razones, por pretender
ocupar el lugar de la ciencia política (que era para él conjuntamente filosofía
y estudio histórico). La desconfianza de los idealistas italianos hacia las
ciencias empíricas endiosadas por el positivismo —incluida la sociología,
aunque ésta, como advertía también Croce, se desplazaba a veces a lo meramente
discursivo— llevó a que cuando Croce y Gentile incidieron en la formulación de
los programas de educación pusieran como reina del currículo a las humanidades,
lo que luego los haría blanco de críticas, por retrasar el conocimiento
científico. Croce se defendería diciendo que no negaba la ciencia, pero que sí
consideraba a la filosofía en tanto comprensión de la realidad total, como
madre del conocimiento parcelado.
21 La designación
gubernamental de Mariátegui como "Agente de propaganda periodística"
lo había asignado a Italia ya antes de salir de Perú, seguramente por elección
suya, así como su amigo César Falcón —que lo acompañó en el viaje
transatlántico— había preferido España (Rouillon, 1975–1977).
22 Quijano
Obregón (1982) realiza una buena descripción de las variadas fuentes de
Mariátegui; entre otras cosas señala correctamente una influencia
existencialista. Sin embargo, sus críticas se ven lastradas por la creencia en
un marxismo unificado, históricamente incomprobable, según el cual Mariátegui
ostentaría una "curiosa amalgama de tendencias filosóficas no solamente
ajenas sino opuestas al marxismo", por lo que "hoy nos asombra"
que pese a "esos elementos teóricamente espurios [Mariátegui] haya logrado
hacer los descubrimientos teóricos más importantes de la investigación marxista
de su tiempo en y sobre América Latina" (Quijano Obregón, 1982: 64 y 77).
Eso no le impide al mismo Quijano (1982: 108–109) dar pábulo a la extravagante
declaración de Mao Zedong de que se puede tener una dirección proletaria sin
obreros en la base y quizá tampoco en la dirección, con tal de que se asuma la
línea comunista —lo que parece venir de Hegel, pero en realidad es la
justificación de una elite partidaria—. Pero no le pasa por la mente que tal
vez Mariátegui hiciera su obra original precisamente porque era capaz de
depurar en forma inteligente y desprejuiciada una pléyade de autores muy
dispares (obviamente no los tomaba a todos al pie de la letra). Tal obra sólo se
puede interpretar en términos de ortodoxia/heterodoxia (Beigel, 2003) porque
tenía de las dos, en teoría y acción. Cabe agregar que posteriormente Quijano
Obregón (1995, por ejemplo) en la busca de un marxismo no eurocéntrico, matizó
su posición: hay algo como un sortilegio que se cierne sobre los críticos de
Mariátegui –apristas, marxistas ortodoxos o marxistas "críticos"–
haciéndolos vacilar en sus juicios. (Por lo demás, la búsqueda de un marxismo
no eurocéntrico parece constituir una revancha, postmortem de
Víctor Raúl Haya de la Torre y de Luis Alberto Sánchez.)
23 Por la misma
razón, probablemente, Gobetti no es mencionado en las tempranas Cartas
de Italia del amauta. En el escrutinio que hizo Van den (1975) de los
restos de lalibrería de Mariátegui (muy incompleto según Rouillon, 1975–1977,
vol. II, debido a pérdidas irreparables del acervo), figuran cuatro tomos de la
recopilación de obras de Gobetti, en Le Edizioni del Baretti (Turin,
1926–1927). Mariátegui (1964: 134) reporta que leyó estos volúmenes. Por el
contrario, no dice conocer el libro que comentamos —La Revolution Liberal (1924)—,
que tuvo una distribución accidentada; pero si leyó a Gobetti en la prensa como
es probable, pudo haber conocido de antemano artículos luego incorporados en
ésta u otras obras del turinés. Las ideas de Gobetti que comenta son
básicamente coincidentes con las de La Revolución Liberal. Sobre
todos estos detalles y respecto al contenido de las notas de Mariátegui
dedicadas a Gobetti, véase el muy completo análisis de Sylvers (1980).
24 Gobetti
padecía del corazón y tras sufrir la agresión física de las escuadras fascistas
se refugió en Francia donde murió casi enseguida. Su esposa e hijo preservaron
y difundieron su legado, que hoy se encuentra custodiado por el Centro
Studi Piero Gobetti en la última casa que habitó en Turin (www.centrogobetti.it).
Ambos familiares participaron en la resistencia durante la Segunda Guerra
Mundial. Su viuda, Ada Prospero, que fue condecorada por su valentía y mantuvo
una prolongada amistad con Benedetto Croce (Bobbio, 1986) radicalizando la
filosofía del maestro y de su difunto marido declaró: "No tengo ideas
políticas, sólo convicciones morales".
Javier Heraud Palabra de Guerrillero (voz de Alejandro Romualdo)
Omar Camino - Bajo el pellejo
Omar Camino - Los ríos
Manuelcha Prado - Coca Quintucha
ANTOLOGIA - en vano fue
Hans Gamarra - Leeme
EL PECHO DE ANDY - Llegará Octubre
Danza Rota - Abrazar al mundo
ADICTOS AL BIDET - NUNCA CAMBIES
Semillas-Dulce Sensacion
Líquida - Basura Espacial
LOS LAGARTOS - MEMORIAS DE UN FRACASO
Violáceo - Aquella Luz
Eulogies - Day to Day
Himno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
Los Lagartos - Invierno
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