El
marxismo y los Estados Unidos, una herencia revolucionaria que no debe ser
olvidada (Segunda parte)
Por
Alan Woods
El
capitalismo norteamericano en el siglo XIX era una fuerza históricamente
progresiva, y la victoria del Norte sentó las bases para la expansión económica
y para la actual dominación a escala mundial de los EEUU. Liberó masivamente
mano de obra para emprendimientos capitalistas, legitimó la dominación de un
puñado de industriales y preparó el camino para los gigantescos consorcios y
monopolios de la última década del siglo XIX. Mientras la clase obrera estaba
luchando y dando la vida en la guerra contra la esclavitud, los monopolistas se
enriquecían tranquilamente en la lucrativa industria bélica. Las primitivas
fortunas de Carnegie, Mellon, Armour, Gould, Rockefeller, Fisk, Morgan, Cooke,
Stanford, Hill, y Huntington nacieron durante este período.
Hasta
1860 el gobierno de los Estados Unidos estaba principalmente en las manos de
los terratenientes del Sur. Desde 1865 la oligarquía capitalista norteña los
desplazó y capturó el poder. La actitud de esos hombres se revelaba en las
palabras del Comodoro Vanderbilt: “¡Ley! ¿Qué me preocupe yo por la ley? ¿No
tengo el poder?” Sí, los Vanderbilts y sus socios tenían el poder, y continúan
teniéndolo.
El
triunfo del capitalismo en los EEUU significó un desarrollo sin precedentes de
las fuerzas productivas. Esto es observable en el explosivo crecimiento del
ferrocarril:
En
1860 había 30.000 millas de vías férreas en los EEUU.
En
1880 se habían al menos triplicado, sumaban más de 90.000 millas.
Para
1930 la cifra alcanzaba las 260.000 millas.
El
progreso fue tremendo, pero los resultados de ese progreso no fueron
disfrutados por todos. En 1892 el Partido del Pueblo señalaba en su plataforma:
“Los
frutos del esfuerzo de millones de personas fueron robados descaradamente por
unos pocos que acumularon una riqueza colosal […]
“La
riqueza le corresponde a quienes la crean, y cada dólar tomado de la industria
sin una contrapartida es un robo. Si alguien no quiere trabajar, no debería
comer […]
“Creemos
que ha llegado el momento en que el pueblo se apropie de los ferrocarriles o
bien las corporaciones ferroviarias se adueñarán de todo […] El transporte es
un medio de intercambio y una necesidad pública, el estado debe apropiarse de
los ferrocarriles y operarlos en interés del pueblo […]
“El
telégrafo y el teléfono, como el sistema de correos, que se volvieron una
necesidad para la transmisión de noticias, deben ser expropiados por el estado
y operados por él en beneficio del pueblo…”
El
crecimiento del poder económico de los EEUU significó un crecimiento simultáneo
del poder de las grandes empresas. Para 1904 la Standard Oil Company controlaba
más del 86% del petróleo refinado para iluminación del país. Hacia 1980, las
gigantescas corporaciones controlaban cada industria importante. La Aluminum
Company producía el 100% de la exportación de aluminio virgen de los Estados
Unidos. La Ford Motor Company y la General Motors Corporation, juntas,
producían tres de cada cuatro autos. La Bell Telephone Company poseía cuatro de
cada cinco teléfonos en los Estados Unidos. La Singer Sewing Machine Compan y
producía al menos tres de cada cuatro máquinas de coser vendidas en los Estados
Unidos, etc.
La
profunda polarización entre el trabajo y el capital, entre ricos y pobres, fue
la base real sobre la que se desarrolló la lucha de clases en el suelo de los
Estados Unidos. En los primeros años la diferencia entre ricos y pobres era tan
pequeña que un hombre como Alexis de Tocqueville podía considerarla
insignificante. Pero en los últimos cien años la diferencia entre ricos y
pobres, entre los que tienen y los que no, se ha hecho abismal.
Las
raíces del movimiento obrero fueron firmemente establecidas en el siglo XIX.
William Sylvis, un precoz activista sindical, fundó el sindicato de matriceros
del acero, y ayudó a fundar la National Labor Union, la que intentó afiliar a
la Asociación Internacional de los Trabajadores -organismo que lideraba Karl
Marx. Fue un adelantado para su época al considerar el papel de los
trabajadores negros y de las mujeres obreras –los quería incorporar a los
sindicatos- enfrentando una considerable oposición. Fue un gran impulsor de la
unidad de la clase obrera, venciendo todas las divisiones artificiales que
separaban a los trabajadores. Murió en la miseria a los 41 años.
Los
intentos de los trabajadores de defenderse de los explotadores fueron
reprimidos con extrema brutalidad. Como escribió un dirigente obrero de la
época: “manifestaban un gran rencor contra las organizaciones sindicales, y
ponían a sus hombres en listas negras en un número difícil de igualar.” Como
respuesta los trabajadores formaron un sindicato clandestino La Noble Orden de
los Caballeros del Trabajo- fundada en 1869 en Filadelfia. Los Caballeros del
Trabajo tenían un programa muy avanzado que solicitaba la jornada laboral de
ocho horas, igual pago por igual trabajo para la mujer, la abolición del
trabajo forzado para convictos y del trabajo infantil, la propiedad pública de
las utilidades y el establecimiento de cooperativas. Las terribles condiciones
y la brutalidad de los jefes a veces provocaban una respuesta violenta. La
Molly Maguires era una sociedad secreta de inmigrantes irlandeses que luchaban
para mejorar las condiciones de trabajo en las minas de carbón del nordeste de
Pennsylvania. Considerados asesinos y marginales, catorce de sus dirigentes fueron
apresados y diez de ellos colgados en 1876.
En
respuesta al movimiento obrero los empresarios lanzaron sus tropas de choque:
la Agencia de detectives Pinkerton (la odiada policía privada de los
monopolistas) formada por esquiroles, rompehuelgas, asesinos a sueldo y
pistoleros para enfrentar a los trabajadores. Los patrones también tenían a su
disposición las fuerzas del estado. Los trabajadores fueron apresados,
golpeados y asesinados por el “crimen” de luchar por sus derechos. Defendiendo
los intereses privados, en particular el fundador de la Lehigh Valley Railroad,
Asa Packer, tanto como Franklin Gowen de la Philadelphia and Reading Railroad y
los dueños de las compañías mineras, buscaban aplastar a las nacientes
organizaciones obreras.
En
1892 la huelga en Homestead por parte de la Intersindical de los trabajadores
del hierro, el acero y la hojalata de la acería Carnegie en Homestead Pa.,
terminó con la muerte de unos cuantos huelguistas y guardias de Pinkerton. La
huelga finalizó en derrota y los trabajadores, despedidos en más de una fábrica
del área de Pennsylvania. Dos años después una huelga del Sindicato Ferroviario
norteamericano liderado por Eugene V. Debs contra la Pullman Co., fue derrotada
por el dictado de restricciones y por las tropas federales enviadas a la región
de Chicago. Debs y otros sindicalistas fueron apresados por violación de las
restricciones legales, y el sindicato fue desmantelado.
Los
mártires de Chicago y el 1º de Mayo
La
lista de mártires obreros norteamericanos es infinita, los más celebres son los
mártires de Chicago de 1886 -como resultado de los cuales la clase obrera
norteamericana legó el primero de mayo al resto del mundo. Es irónico que en
los EEUU, “el día de los trabajadores” está ahora ubicado a comienzos de
septiembre, alejado de su fecha más significativa: 1º de mayo. Está considerado
generalmente como el último fin de semana largo del verano, con grandes
parrilladas y muchos litros de cerveza. Las movilizaciones sindicales en las
grandes ciudades han disminuido al reducir la importancia del 1º de mayo con su
traslado a septiembre y al convertirlo en un fin de semana festivo. De ese modo
la clase dominante en EEUU hace todo lo posible para que la clase obrera olvide
su propia historia y sus tradiciones.
El
1º de mayo de 1886 Albert Parsons, dirigente de los Caballeros del Trabajo de
Chicago (su esposa Lucy era una activista infatigable que hizo una campaña para
conseguirle el indulto), encabezó una manifestación de 80.000 personas a través
de las calles de la ciudad en reclamo de la jornada laboral de 8 horas. Unos
pocos días después se les acoplaron en toda la nación unos 350.000 trabajadores
que entraron en huelga en 1.200 fábricas de todo el país, incluyendo 70.000
obreros de Chicago. El 4 de mayo, Spies, Parsons y Samuel Fielden estaban
hablando en un acto de 2.500 personas convocado para repudiar la masacre
policial del día anterior en la fábrica McCornik, cuando llegaron 180 agentes,
liderados por el jefe de policía de Chicago. Mientras él trataba de dispersar
la manifestación explotó una bomba, matando a un agente de policía. La
represalia policial ocasionó la muerte de otros siete policías en el tiroteo,
además de otros cuatro hombres; y casi doscientos resultaron heridos. La
identidad del autor del atentado continúa siendo desconocida.
Por
supuesto que fue invocado otro alerta rojo (“¡Comunismo en Chicago!”) mientras
todos los trabajadores estaban luchando por la jornada de 8 horas. El 21 de
junio de 1886, ocho líderes obreros, incluidos Spies, Fielden y Parsons, fueron
procesados, cargados con la responsabilidad del atentado. El juicio estuvo
lleno de mentiras y contradicciones, y el fiscal general del estado dirigió
estas palabras al jurado:
“Condenen
a estos hombres, para que sirva de ejemplo, cuélguenlos, y salven nuestras
instituciones.”
Aunque
sólo dos de ellos estaban presentes en el momento de la explosión (Parsons
había ido a una taberna cercana), siete fueron sentenciados a muerte y el
restante a quince años de prisión. El colegio de abogados de Chicago revisó el
juicio, y varios años después el gobernador John P. Altgeld exculpó a los ocho,
liberando a los tres sobrevivientes (dos de ellos habían visto reducida su pena
de horca a prisión perpetua). Desafortunadamente, los hechos que rodearon a la
ejecución de los mártires de Haymarket alimentaron el estereotipo de activista
radical como extranjero y violento, contribuyendo de esa manera a incrementar
la represión. El 11 de noviembre de 1886, cuatro líderes anarquistas fueron
colgados; Louis Lingg se había suicidado horas antes. Doscientos mil personas
tomaron parte en la procesión por el funeral, encolumnados en las calles o
marchando detrás de las carrozas fúnebres.
A
medida que se desarrolla la crisis, los trabajadores necesitan armarse con un
programa que pueda responder a sus necesidades y aspiraciones. Es necesario
rescatar la tradición de lucha del primero de mayo. Esa misma fecha comenzó con
la campaña por la jornada laboral de 8 horas en los Estados Unidos que en la
década de 1880 tuvo el papel de hacer nacer el Día Internacional del
Trabajador. En 1884 la Convención de la Federación de Organizaciones Sindicales
había tomado una resolución que actuó como una señal para toda la clase obrera:
“estas ocho horas deben constituirse legalmente en la jornada laboral de los
trabajadores a partir del 1º de mayo de 1886”. Ese llamado fue tomado por el
movimiento obrero con la creación de la Liga por las ocho horas, que consiguió
importantes concesiones de la patronal, y la multiplicación de los miembros de
los sindicatos.
Poco
después de la tragedia de Chicago de mayo de 1886, los representantes obreros
formaron la Segunda Internacional (Socialista) en 1889, bajo la bandera del
internacionalismo obrero. Una resolución clave de ese Congreso fue que cada 1º
de mayo los trabajadores de todos los países vayan a huelga, manifestándose por
la jornada de 8 horas. El 1º de mayo de 1890 hubo huelga en toda Europa, con
100.000 manifestantes en Barcelona, 120.000 en Estocolmo, 8.000 en Varsovia,
mientras millares no fueron al trabajo en Austria y Hungría donde las
movilizaciones estaban prohibidas. Las huelgas se extendieron a través de
Italia y Francia. Diez trabajadores fueron muertos a tiros en el norte de
Francia. En palabras del líder de la socialdemocracia austriaca, Adler,
“Sectores enteros de la clase obrera con los que nunca habíamos contactado, se
sacudieron de su largo letargo.”
En
Inglaterra y Alemania, se realizaron grandes manifestaciones el domingo
posterior al 1º de mayo. La importancia de estos hechos no fue ignorada por
Frederich Engels, el viejo camarada de Karl Marx, que había vivido el largo
período de quietud del movimiento obrero británico desde los grandiosos días de
los cartistas, en la década de 1840. Él escribió entusiastamente sobre el 1º de
mayo: “con una columna de más de 100.000 trabajadores, el 4 de mayo de 1890, la
clase obrera inglesa se sumó al gran ejército internacional, su largo sueño
invernal terminó al fin. Los nietos de los viejos cartistas están entrando en
combate.” Una vez más, una gran tradición obrera internacional es “made in USA”
(originaria de EEUU).
Sindicalismo
aristocrático o de oficiales cualificados (Craft unionism)
El
ascenso del capitalismo norteamericano como un poder mundial en las últimas
décadas del siglo XIX estuvo marcado por un gran crecimiento de las fuerzas
productivas, el florecimiento industrial y grandes ganancias que permitían
ciertas concesiones a la capa superior de la clase obrera cualificada. Esa
“aristocracia obrera” constituyó la base del tipo de sindicalismo economicista
tipificado por la AFL (American Federation of Labor).
En
1881, seis sindicatos importantes: gráficos, metalúrgicos, matriceros,
tabacaleros, carpinteros y vidrieros acordaron junto con otros grupos la
formación de la Federation of Organized Trades and Labor Unions (FOTLU),
liderada por Samuel Gompers y Adolf Strasser. Comenzó débil, con sólo 45.000
miembros, y opacada por los Caballeros del Trabajo. Pero a partir del boom
económico, la tendencia hacia la colaboración de clases encontraba fundamento.
En la década de 1880 la tendencia del “sindicalismo práctico” o “sindicalismo
puro y simple” ganó terreno frente a los Caballeros del Trabajo que, para 1890,
quedaron con sólo 100.000 miembros. La fuerza de la AFL -como más tarde se
llamó la FOTLU- estaba principalmente en los gremios antes nombrados.
Comenzaron con una afiliación de cerca de 138.000 en 1886 y lentamente
duplicaron ese número en los siguientes doce años. Samuel Gompers, un hombre de
la patronal, fue elegido primer presidente y se mantuvo en el cargo hasta su
muerte en 1924.
El
ascenso de este autodenominado sindicalismo “puro y simple” no fue accidental,
se apoyaba en las condiciones materiales de ese momento. En la excepcionalmente
privilegiada posición del capitalismo norteamericano, que estaba comenzando a
desafiar la posición británica como principal poder industrial a principios del
siglo XX, las concesiones hacían posible la corrupción de la aristocracia
obrera. Una situación similar llevó a la degeneración nacional-reformista de
los sindicatos y de las organizaciones socialdemócratas en Gran Bretaña,
Francia y Alemania en los años previos a 1914. Desde 1900 a 1904, la afiliación
de la AFL creció de medio millón a un millón y medio, y a dos millones a
comienzos de la primera guerra mundial. Durante la guerra, y a su finalización,
la agremiación continuó creciendo rápidamente, llegando a más de cuatro
millones en 1920. En ese periodo, se estima que un 70 u 80 por ciento de los
trabajadores sindicalizados en los EEUU pertenecían a la AFL.
Pero
el gran poder de los sindicatos estaba acompañado por un proceso de
degeneración burocrática de la dirigencia. En ese período la situación era
adecuada para las políticas de colaboración de clases y apoliticismo, que ha
caracterizado al sindicalismo amarillo de los líderes de la AFL desde siempre.
Dirigentes como Gompers y Meany se adecuaron al capitalismo, predicando la
unidad de intereses entre el capital y el trabajo –lo que es como predicar la
unidad de intereses entre el caballo y el jinete. Mientras tanto, la inmensa
mayoría de los trabajadores norteamericanos permanecían desorganizados, sin
representación y oprimidos.
Además,
la colaboración de clases preconizada por los líderes de la AFL no era aceptada
por todos los patrones, quienes veían con alarma el crecimiento del
sindicalismo.
Caroll Dougherty escribió en su libro Los problemas laborales en la industria norteamericana: “La mayoría de los [empleadores] más poderosos, consideraban que el sindicalismo estaba volviéndose demasiado fuerte y temiendo su creciente influencia en el control de la industria, decidieron romper relaciones, y en los años que van desde 1912 a la primera guerra mundial, se caracterizaron por un definido incremento de su antisindicalismo. […]
“El
gerenciamiento científico y los sistemas “eficientes” fueron introducidos en
muchas plantas, para perjuicio de algunos sindicatos. Una serie de tácticas
antisindicales fueron adoptadas por los empleadores. Grupos de guardias y
comités de empresarios fueron promovidos para enfrentar las actividades
sindicales. Las decisiones judiciales generalmente avalaban las prácticas
antisindicales de los empleadores. Frente a esas nuevas dificultades, la
afiliación de la AFL cayó un poco y luego retomó su crecimiento pero a un ritmo
mucho menor que antes de 1902.”
Esa
es la eterna contradicción de la política reformista en general: se producen
resultados que son exactamente opuestos a los buscados. La actitud conciliadora
de los líderes sindicales siempre conduce a un endurecimiento de las posiciones
de parte de los empleadores: la debilidad invita a la agresión.
Los
IWW (Trabajadores Industriales del Mundo)
Si
se visita alguna vez Moscú y se realiza una caminata alrededor de los muros del
Kremlin, se pueden encontrar entre las tumbas de los famosos revolucionarios
rusos las lápidas de dos excepcionales norteamericanos: “Big” Bill Haywood y
John Reed, el célebre escritor y periodista norteamericano que fue representado
en la película Reds. John Reed, que era un activo participante del movimiento
obrero y socialista norteamericano antes de la primera guerra mundial, es
recordado por su maravilloso libro sobre la revolución rusa Diez días que
conmovieron al mundo, que Lenin mismo describió como la más objetiva
descripción de la revolución de octubre. Después de la monumental Historia de
la revolución rusa de Trotsky ese es el mejor libro que se puede leer sobre el
tema.
Pero
John Reed no era una excepción. En los tormentosos años previos y posteriores a
la primera guerra mundial, el movimiento obrero en los EEUU estaba vivo y
palpitante. Ese fue un período de gigantes como Eugene Debs, el “gran viejo”
del movimiento obrero estadounidense. Nacido en Terre Haute, Ind., Debs dejó su
hogar a los 14 años para trabajar en el ferrocarril. Como fogonero de
locomotoras, se convirtió en un temprano defensor del sindicalismo industrial,
y fue elegido presidente del sindicato ferroviario norteamericano en 1893. Su
participación en la huelga de Pullman lo llevó a seis meses de prisión en 1895.
En 1898 ayudó a fundar el Partido Socialista estadounidense; se presentó como
su candidato presidencial cinco veces entre 1900 y 1920. En 1905 participó de
la fundación de los Industrial Workers of the World. Debs fue acusado de
sedición en 1918 después de haber sido denunciado por el Acta de Espionaje de
1917; condujo su última campaña electoral desde prisión, obteniendo 915.000
votos, antes de ser liberado por orden presidencial en 1921.
El
progreso más importante de este período fue la formación de los IWW. En 1905 un
puñado de figuras sindicales y políticas de las más radicales de la nación se
reunieron en Chicago. Incluidos Big Bill Haywood de la Federación de mineros
del oeste y Eugene V. Debs del partido socialista, el grupo quería encender un
fuego proletario que pudiera revolucionar la nación y derribara el malvado e
injusto sistema, ladrillo por ladrillo.
En
los primeros años del siglo XX las industrias de producción masiva se
expandieron rápidamente. Muchos de los trabajadores de esas industrias carecían
de representación sindical. La AFL se oponía a la sindicalización de los
trabajadores no calificados o semi calificados, argumentando que esos intentos
fracasarían. Esta visión fue suplantada -con éxito- por uno de los movimientos
sindicales más extraordinariamente combativos nunca vistos en el país: los
Trabajadores industriales del mundo (I.W.W.), también conocidos por el
sobrenombre de Wobblies- quienes probaron ser los más radicales y combativos de
la historia obrera norteamericana.
Los
IWW entraron en acción en los años previos a la guerra. Encabezados por grandes
figuras como Joe Hill y Big Bill Haywood, los “Wobblies” lograron organizar
capas de la clase obrera que nunca se habían sindicalizado. No estaban
aburguesados, no tenían prejuicios reformistas ni se limitaban a la lucha económica,
y combatieron por su clase con entusiasmo y energía. Libre desde su absolución
de los cargos de asesinato en Idaho, Bill Haywood se convirtió en un motivador
para los IWW. Convencido de que la Federación de los Mineros del Oeste no era
la respuesta, Haywood quería que los IWW representaran a todos los trabajadores
en un gran sindicato. Y llevar a ese sindicato a enfrentarse con los centros
del poder norteamericano.
Las
ideas de los IWW eran una peculiar y colorida mixtura de anarcosindicalismo y
marxismo. En su convención fundante de 1905, adoptaron un preámbulo que era un
emotivo llamado a la lucha de clases:
“La
clase obrera y la clase de los propietarios no tienen nada en común. No puede
haber paz cuando el hambre y la necesidad reinan entre los millones de obreros
mientras los pocos privilegiados, que forman parte de la clase propietaria,
poseen todas las cosas buenas.
“Entre
esas dos clases habrá de continuar la lucha hasta que todos los trabajadores se
unan, tanto en el campo político como en el industrial, tomen y se apropien de
lo que producen con su labor, mediante la organización económica de la clase
obrera que aún no tenga afiliación a ningún partido político.”
Los
IWW declararon la guerra al tipo de línea elitista representada por la AFL: “La
gran concentración de la riqueza y la centralización del manejo de la industria
en cada vez menos manos hizo perder a los sindicatos su capacidad de sobrevivir
al siempre creciente poder de los empleadores, porque los sindicatos cultivaron
un estado de cosas que permitía el aislamiento de los trabajadores de sus
compañeros en otra rama de la misma industria, de esa manera los perjudicaba
una vez más en la lucha por los ingresos.”
La
respuesta de los IWW era luchar por los principios del sindicalismo industrial
bajo su famoso eslogan: “un gran sindicato” (One Big Union). Combatiendo la
línea elitista y luchando para organizar a todos los trabajadores en un solo
sindicato, estaban indudablemente en la línea correcta, y aunque su política
estaba distorsionada por algunos prejuicios anarco-sindicalistas, prepararon el
terreno con su combativa política de clase. En 1908 ellos aprobaron otra
declaración que terminaba con un llamado a la abolición del capitalismo: “En
lugar del lema reformista “un buen salario por un buen trabajo”, debemos
inscribir en nuestra bandera la consigna revolucionaria, “abolición del trabajo
asalariado”.
“La
misión histórica de la clase obrera es terminar con el capitalismo. Debemos
organizar el ejército de la producción, no sólo para la lucha diaria contra los
capitalistas, sino también controlar la producción cuando el capitalismo haya
sido derrocado. Por estar industrialmente organizados estamos formando la
estructura de la nueva sociedad dentro de la vieja.”
En
realidad, las organizaciones del movimiento obrero en EEUU, y en los demás
países, son sólo eso: el embrión de la nueva sociedad que ha tomado forma y
está madurando lentamente en el vientre de la antigua. Esta es la causa por la
que los capitalistas han mostrado tanta hostilidad hacia los sindicatos y
traten de destruir, de una manera u otra, todo intento de organización obrera
en defensa de sus intereses de clase. Los IWW, uniendo en sus filas a los
trabajadores más conscientes, resueltos y revolucionarios de la clase obrera norteamericana,
dirigieron una serie de huelgas combativas antes de la primera guerra mundial,
pese a la feroz represión de los empresarios y del estado capitalista. Entre
otras acciones de masas organizaron brillantemente una exitosa huelga de
trabajadores textiles en Lawrence, Massachusetts, en 1912. Los Wobblies usaron
armas variadas en su lucha contra el Capital, incluyendo el arte, la poesía y
la música. Uno de los participantes de la huelga en Lawrence recordaba:
“Esta
es la primera huelga con canciones. Nunca olvidaré el aspecto curioso, la
extraña y variada mezcla de nacionalidades en los actos cuando cantaban con el
lenguaje universal de la música. Y no sólo cantaban en los actos, también lo
hacían en los comedores y en las calles. Vi un grupo de mujeres huelguistas que
pelaban papas en un puesto sanitario cuando repentinamente rompieron a entonar
“La Internacional”. Tienen un amplio repertorio de canciones adaptadas a los
tonos familiares –La canción de las 8 horas, Las banderas del trabajo,
Trabajadores, ¿deben los patrones dominarnos?- Pero la favorita era “La
Internacional”.” (Ray Stannard Baker, The Revolutionary Strike,
en The american Magazine, Mayo de 1912.)
Los
IWW también utilizaron el arma proletaria más devastadora, particularmente
importante en los EEUU: el humor. Este es un buen ejemplo:
“En
una ocasión un hombre no sindicalizado entró en una carnicería a comprar una
cabeza de ternero. Cuando el carnicero estaba por envolverla, el cliente
observó su carné del sindicato.
“-Dime, ¿esa es una cabeza de ternero sindicalizado? -le preguntó.
“-Sí, señor, -respondió el carnicero.
“-Bueno, no pertenezco a ningún sindicato y no quiero carne sindical. -dijo el cliente.
“-Puedo convertirla en carne no sindicalizada -dijo el carnicero, tomándola y llevándola a la sala de atrás. Volvió a los pocos minutos y puso la cabeza en la balanza mientras decía:
-Ahora sí está lista.
“-¿Qué le hizo Ud. para que ahora no sea sindicalizada? -preguntó el comprador.
“-Sólo le extraje los sesos.”
“-Dime, ¿esa es una cabeza de ternero sindicalizado? -le preguntó.
“-Sí, señor, -respondió el carnicero.
“-Bueno, no pertenezco a ningún sindicato y no quiero carne sindical. -dijo el cliente.
“-Puedo convertirla en carne no sindicalizada -dijo el carnicero, tomándola y llevándola a la sala de atrás. Volvió a los pocos minutos y puso la cabeza en la balanza mientras decía:
-Ahora sí está lista.
“-¿Qué le hizo Ud. para que ahora no sea sindicalizada? -preguntó el comprador.
“-Sólo le extraje los sesos.”
Joe
Hill
“Mañana
espero emprender un viaje al planeta Marte, y entonces comenzaré inmediatamente
a organizar a los trabajadores de los canales marcianos en los IWW y les
enseñaré a cantar buenas y viejas canciones, tan alto que los astrónomos
eruditos de la Tierra tendrán la prueba definitiva de que el planeta Marte está
realmente habitado […] No tengo nada para decir de mí, excepto que siempre he
intentado hacer este planeta un poco mejor para la gran clase productora, y que
puedo pasar olvidado al más allá con el placer de saber que nunca en mi vida he
engañado a ningún hombre, mujer o niño.” (Joe Hill al editor Ben
Williams, Solidarity, 9 de octubre de 1915.)
El
19 de noviembre de 1915, un escritor wobbly de 33 años fue ejecutado por un pelotón
de fusilamiento en la penitenciaría estatal de Utah, acusado de asesinato. Así
terminaba la vida de una de las más extraordinarias figuras de la historia
obrera norteamericana: Joe Hill.
Joe
Hill había nacido en Gavle, Suecia, el 7 de octubre de 1879. También conocido
como Josef Hillstrom y Joel Hagglund, era un trabajador norteamericano que
escribía canciones y un mártir que había llegado al pobrísimo sector este del
barrio de Bowery en Nueva York vía Ellis Island en 1902. Su ingenuo idealismo
sobre la sociedad norteamericana pronto se hizo añicos con las crueles
condiciones de vida y la explotación de los trabajadores inmigrantes de las que
fue testigo. Se convirtió en trabajador golondrina, fue minero, trabajó en la
industria maderera y como estibador. También aprendió el “oficio” de vagabundo,
viajando en trenes de carga y viviendo de la tierra.
Se
había unido a los IWW (Industrial Workers of the World o Wobblies) alrededor
del año 1910 y se convirtió en el juglar Wobbly, mostrando una extraordinaria
habilidad como poeta y autor de canciones. Fue el autor de docenas de canciones
Wobbly, que eran impresas en cancioneros y publicadas en el Industrial Worker,
Solidarity y en los libritos rojos de los IWW. Las canciones estaban basadas en
su experiencia personal y en la vida de los trabajadores comunes de su época.
Sus más famosas canciones, incluidas Chica rebelde, El predicador y el esclavo
y Casey Jones, se volvieron mundialmente famosas y fueron usadas en los actos
obreros y en las movilizaciones. No las escribía sólo para la diversión. Eran
armas de lucha.
Joe
Hill llegó a Utah en 1913 y encontró empleo en las minas de Park City mientras
se familiarizaba con la comunidad sueca de Murray, Utah. En 1914 fue acusado de
asesinar a un comerciante de Salt Lake City, John A. Morrison, y fue condenado
con pruebas indirectas. Se comenzó una lucha internacional para evitar su
ejecución por parte del estado de Utah. Los seguidores de Hill denunciaron que
los intereses comerciales del oeste, especialmente los empresarios Copper de
Utah, habían conspirado para eliminarlo. Nunca se supo exactamente lo que
ocurrió. Los empresarios usaron todo tipo de métodos sucios contra el
movimiento obrero, pero siempre fueron muy cuidadosos a la hora de ocultar
pruebas. No se puede negar que el clima de la opinión pública en el oeste y en
Utah era decididamente hostil para los IWW y para Joe Hill, y que no tuvo un
juicio justo. Bajo la ley actual, Joe Hill no habría sido ejecutado con las
pruebas que se presentaron en el juicio. El presidente Woodrow Wilson intervino
dos veces para evitar la aplicación de la sentencia, pero Hill fue ejecutado el
19 de noviembre de 1915 en la prisión estatal de Utah en Sugar House.
Desde
su ejecución, Hill se convirtió en un héroe popular y un mártir obrero, un
símbolo de la tradición revolucionaria norteamericana y de la búsqueda de la
justicia social y económica para los oprimidos de la sociedad. Una de sus
últimas declaraciones, “¡No hay que lamentarse, hay que organizarse!”, se
convirtió en un grito del movimiento obrero. Existen pocos documentos tan
conmovedores en la literatura mundial como la última voluntad de Joe Hill,
escrita en su celda mientras esperaba la ejecución:
Mi
última voluntad es fácil de decidir,
Porque no hay nada que decidir.
Mis parientes no necesitan preocuparse y gemir.
El musgo no crece en una piedra que rueda.
¿Mi cuerpo? ¡Oh! Si pudiera elegir,
Quisiera reducirlo a cenizas,
Y dejaría que las alegres brisas llevaran
mi polvo hacia donde crecen algunas flores.
Quizás entonces algunas débiles flores
Puedan revivir y se abran de nuevo.
Este es mi último deseo y el final.
Buena suerte para todos ustedes”.
Porque no hay nada que decidir.
Mis parientes no necesitan preocuparse y gemir.
El musgo no crece en una piedra que rueda.
¿Mi cuerpo? ¡Oh! Si pudiera elegir,
Quisiera reducirlo a cenizas,
Y dejaría que las alegres brisas llevaran
mi polvo hacia donde crecen algunas flores.
Quizás entonces algunas débiles flores
Puedan revivir y se abran de nuevo.
Este es mi último deseo y el final.
Buena suerte para todos ustedes”.
Joe
Hill.
Durante
todos estos años ha habido muchos intentos de representar la vida de Hill en
diferentes medios: se han escrito sobre él biografías, novelas, canciones,
obras de teatro y películas. I Dreamed I Saw Joe Hill Last Night de
Alfred Hayes y Earl Robinson se convirtió en una canción popular estadounidense
de calidad duradera. Hoy las canciones de Joe Hill, el bardo woobly, el
luchador de clase y mártir del movimiento obrero estadounidense, son conocidas,
amadas y cantadas en todo el mundo.
Literatura
y revolución
Joe
Hill demostró cómo la música y la poesía pueden ser armas poderosas en la lucha
de clases. Su ejemplo fue seguido por otros, incluido el gran Woody Guthrie. El
amado “dust bowl” [tierra desértica por el efecto de la erosión] y cantante
folk “vagabundo”, creó un nuevo género de música popular radical que enlaza las
mejores tradiciones de las canciones del oeste estadounidense con una política
de clase revolucionaria. El portavoz de la clase obrera, es uno de los grandes
cantautores estadounidenses que continúa influyendo en los músicos de hoy en
día, especialmente cantantes y compositores como Bob Dylan. Aunque la mayoría
de los norteamericanos conocen la canción This land is your
land (Esta tierra es tu tierra), pocos saben que es una canción socialista
(entre sus líneas afirma: ¡esta tierra fue hecha para ti y para mí!)
Es
una lástima que muchos jóvenes estadounidenses ignoren hoy en día que existe
una gran tradición estadounidense de escritores de izquierda, empezando con
Jack London que fue un militante socialista comprometido. Jack London, en su
cima, era el más valorado y más popular de todos los escritores de su época. Es
más conocido por ser autor de novelas sobre la vida salvaje: El llamado de
la selva y Colmillo blanco, que siguen siendo populares entre los
lectores jóvenes. Pero muchos han leído sus inspirados ensayos como Guerra
de clases, Revolución y Cómo me hice socialista. Uno de los más
interesantes es su autobiografía, Qué significa para mí la vida:
“Así
regresé a la clase obrera, en la que había nacido y a la que pertenecía. Ya no
me preocupa ascender. El imponente edificio de la sociedad sobre mi cabeza no
tiene encantos para mí. Son los cimientos del edificio los que me interesan.
Estoy contento de trabajar, con la palanca en la mano, hombro con hombro con
los intelectuales, idealistas y trabajadores con conciencia de clase, conseguir
ahora una palanca sólida y una vez más sujetar todo el edificio oscilante.
Algún día, cuando consigamos unas cuantos manos más y herramientas adecuadas,
lo derribaremos, junto con toda su vida corrompida y su muerte insepulta. Su
egoísmo monstruoso y su materialismo embrutecido. Entonces, limpiaremos el
sótano y construiremos un nuevo hogar para la humanidad, donde no habrá un sólo
piso en el que todas las habitaciones no sean brillantes y estén bien
ventiladas, donde el aire que se respire sea fresco, noble y vivo.
“Esa
es mi perspectiva. Espero con ilusión el momento en que el hombre avance sobre
algo más digno y más elevado que su estómago, el momento en el que exista un
estímulo que impulse al hombre a la acción y que no sea el incentivo actual,
que es el incentivo del estómago. Mantengo mi fe en la nobleza y la excelencia
del ser humano. Creo que la dulzura espiritual y la generosidad conquistarán a
la grosera glotonería de hoy en día. Y por último, pero no menos importante, mi
fe está en la clase obrera. Como dijo un francés: La escalera del tiempo
resuena con los zapatos de madera que suben y con las botas brillantes que
bajan”.
Una
de las obras más destacables de Jack London es su novela El talón de
hierro, que era admirada por Lenin y Trotsky. En ella predice el ascenso del
fascismo y narra la lucha heroica de los trabajadores estadounidenses por el
socialismo, mucho antes que la Revolución Rusa y el ascenso de Hitler
demostraran lo pavorosamente acertado de sus palabras.
“Al
leerlo –dice Trotsky– uno no cree a sus propios ojos: ¡es exactamente la
descripción del fascismo, de su economía, de su técnica gubernamental, de su
psicología política! El hecho es indiscutible: en 1907 Jack London ya preveía y
describía el régimen fascista como el resultado inevitable de la derrota de la
revolución proletaria. Cualesquiera sean los errores aislados de la novela –que
existen– no podemos dejar de inclinarnos ante la poderosa intuición del artista
revolucionario”.
John
Steinbeck fue autor de novelas que representan la vida y la lucha de los
trabajadores estadounidenses comunes durante la Gran Depresión: Las uvas
de la ira, Cannery Row o Sobre ratas y hombres. Las uvas de
la ira se publicó en 1939, cuando EEUU todavía no había salido de la Gran
Depresión y millones de personas vivían en la pobreza. La conmovedora
descripción que John Steinbeck hace de las condiciones de hambre y miseria, su
lucha para mantener la dignidad humana, le hicieron ganar el Pulitzer en 1940.
En su novela, Steinbeck describe gráficamente la crueldad de las grandes
empresas que enviaron las palas mecánicas para demoler las pequeñas granjas y
cabañas que representaban la esperanza de sus habitantes después de muchos años
de trabajo. Hombres, mujeres y niños fueron condenados de la noche a la mañana
y pasaron de ser granjeros a vagabundos sin propiedad.
Lo
más destacable de esta novela es que no parece ser una descripción de las masas
escrita desde fuera. El autor consiguió introducirse en la piel de los –oakies–
y expresar, con sus propias palabras y lenguaje, los pensamientos más íntimos,
los sentimientos y aspiraciones de las personas. Así, por ejemplo, es cómo ven
a la policía:
¿Qué
dijo el delegado? –preguntó Huston.
El delegado se volvió loco. Y dijo: -Tú, maldito rojo, estás todo el tiempo creando problemas. Lo mejor es que vengas conmigo- Así que tomó al tipo pequeño y lo metió sesenta días en prisión por vagancia.
¿Cómo pudieron hacerle eso si tenía empleo? –preguntó Timothy Wallace.
El delegado se volvió loco. Y dijo: -Tú, maldito rojo, estás todo el tiempo creando problemas. Lo mejor es que vengas conmigo- Así que tomó al tipo pequeño y lo metió sesenta días en prisión por vagancia.
¿Cómo pudieron hacerle eso si tenía empleo? –preguntó Timothy Wallace.
El
hombre regordete se rió. No sabes que vagabundo es cualquiera que a la policía
no le guste. Y por eso ellos odian estar aquí en el campamento. Ningún policía
puede entrar. Estos son los Estados Unidos, no California”.
Tom
Joad expresaba la voz de los desamparados. Ellos siguen trabajando con nuestros
espíritus. Están intentando que nos acobardemos y nos arrastremos como un perro
apaleado. Están intentando quebrarnos. ¿Por qué, Jesucristo? vienen en el
momento en que la única forma en que uno puede mantener su decencia es dando un
puñetazo a un policía. Están abusando de nuestra decencia”.
Hubo
muchos otros grandes novelistas socialistas en EEUU. La novela de Upton
Sinclair, La jungla, es una vívida exposición de las condiciones de vida
en los corrales y mataderos de Norteamérica que termina con un mensaje
socialista intransigente. Es una condena radical del capitalismo que aún hoy
mantiene vigencia y una representación de las condiciones espantosas en las que
vivían y trabajaban los obreros en los mataderos:
“No
hacía calor en las mesas de despiece, los hombres trabajaban con las puertas
abiertas durante todo el invierno. Por esa razón, en cualquier parte del
edificio hacía poco calor, excepto en las cocinas y lugares similares, y eran
precisamente los hombres que trabajaban en estas salas los que corrían más
riesgos porque tenían que pasar de una habitación a otra a través de corredores
gélidos y algunas veces no tenían otra cosa que ponerse excepto una camiseta
sin mangas. En las mesas de despiece lo normal es que estuvieras cubierto de
sangre y ésta se congelaba; si te apoyabas contra una columna te congelabas y
cuando ponías la mano sobre la hoja del cuchillo, entonces podías dejar la piel
en él. Los hombres se cubrían los pies con periódicos y sacos viejos, que se
empapaban de sangre y se congelaban, y así sucesivamente, hasta que llegaba la
noche y los hombres andaban a grandes saltos como si tuvieran pies de elefante.
Antes y entonces, cuando los jefes no miraban, los veías hundiendo los pies
hasta los tobillos en las entrañas calientes de los novillos, o se precipitaban
a través de la habitación hasta los chorros de agua caliente. Lo más cruel de
todo era que casi todos ellos —todos los que utilizaban cuchillos— no podían
llevar guantes, sus brazos estaban blancos por el frío y las manos entumecidas,
y entonces, por supuesto, había accidentes. También el aire estaba lleno de
vapor, que salía del agua y la sangre calientes, por esa razón no podías ver a
cinco pies de distancia; después los hombres corrían de un lado para otro
rápidamente hasta las salas de despiece y con los cuchillos de carnicero en la
mano, como si fueran navajas de afeitar, resultaba asombroso que no hubiera más
hombres heridos”.
Por
último, pero no menos importante, tenemos la obra de John dos Passos: USA.
Esta obra maestra de la literatura estadounidense es una trilogía compuesta
por: El paralelo 42; 1919 y El gran dinero. La segunda de
estas novelas relata con una intensidad extraordinaria la naturaleza y la
atmósfera del período que siguió a la Revolución Rusa. Es un trabajo
extraordinario, escrito de una forma muy original, combinando los titulares de
periódicos y episodios telegráficos con historias reales y de ficción, que realmente
dan el aroma de la época. Tomemos un par de ejemplos. El célebre Tratado de
Versalles que puso el sello a la derrota de Alemania en 1919 fue firmado por
EEUU, Gran Bretaña y Francia. Quizá no tiene paralelo como ejemplo del cinismo
del poder político y del saqueo imperialista. Con el toque de un maestro, dos
Passos expresa la esencia de las intrigas en la cima del poder y la total
hipocresía de los líderes del “mundo cristiano civilizado”:
“Clemenceau,
Lloyd George,
Lloyd George,
Woodrow Wilson.
Tres viejos hombres barajando el
mazo,
mezclando las cartas:
Rhineland, Danzig, el corredor
polaco, el Ruhr, la autodeterminación de las pequeñas aciones, el Saar, la Liga
de las Naciones, mandatos, el Mespot, la libre navegación de los mares,
Transjordania, Shantung, Fiume, y la Isla de Yap:
fuego de ametralladora e incendio
premeditado
hambre, piojos, cólera, tifus;
el petróleo es triunfo. […]”
“El
28 de junio el Tratado de Versalles estaba preparado y Wilson tuvo que regresar
a casa a dar explicaciones a los políticos, que estaban conspirando contra él,
mientras buscaba ayuda en el senado y en la Casa Blanca para aparecer
presentable ante la opinión pública y el Dios de su padre, y para demostrar
como había salvado al mundo para la democracia y la Nueva Libertad”.
Tanto
en la Alemania de 1919 como en el Irak de 2002, los representantes diplomáticos
de las grandes potencias nunca admiten que sus actividades están dictadas por
crudos intereses económicos (el petróleo era, y es, triunfo), sus motivaciones
son, por el contrario, siempre puras y nobles (“mantener al mundo seguro para
la democracia”). Y como el monstruoso Tratado de Versalles, que supuestamente
aseguraría un mundo en paz, lo convirtió en un lugar más inseguro y preparó el
camino para la Segunda Guerra Mundial, de la misma forma las actuales guerras
de EEUU en Afganistán e Irak que supuestamente tienen la intención de “hacer
del mundo un lugar seguro”, sólo conseguirán convertirlo en un lugar aún más
inestable, inseguro y peligroso que antes. George W. Bush también cree
fervientemente en el Dios de sus padres, a quien reza mientras ordena el
bombardeo de las ciudades iraquíes, utiliza ametralladoras y provoca incendios
que condenan al hambre y a la enfermad a millones de personas. Mientras, detrás
de toda la retórica, el petróleo todavía es triunfo.
La
descripción de la lucha de clases en EEUU en los tormentosos años posteriores a
la Primera Guerra Mundial en el libro de dos Passos es extraordinaria por su
realismo intransigente y crudo. Eran los años en que los empresarios y el
gobierno temiendo el efecto de la revolución rusa en la clase obrera
estadounidense, recurrieron a los métodos mafiosos y de linchamiento para
aplastar al movimiento obrero. La verdadera historia del brutal linchamiento
del veterano de guerra y militante wobbly, Wesley Everett, es uno de los
episodios más conmovedores del libro.
“El
día del armisticio fue frío y húmedo; la niebla entraba a raudales desde Puget
Sound y caían gotas de las oscuras ramas en las pulcras y brillantes vidrieras
de las tiendas de la ciudad. Warren O. Grimm dirigía la sección de Centralia en
el desfile. Los ex-soldados iban con sus uniformes. Cuando el desfile pasó sin
detenerse por el local sindical, los leñadores de adentro respiraron aliviados,
pero al regresar el desfile se detuvo delante del local. Alguien silbó con los
dedos. Alguien gritó: ‘Vamos… hacia ellos’. Corrieron hacia el local woobly.
Tres hombres tiraron la puerta. Un fusil habló. Los rifles resonaban en las
colinas a espaldas de la ciudad, bramaban en el fondo de la sala. Grimm y un
ex-soldado resultaron heridos.
El
desfile se convirtió en un caos, pero los hombres con los rifles formaron de
nuevo y asaltaron el local. Se encontraron a unos pocos hombres desarmados
ocultos detrás de un viejo refrigerador, un muchacho en la escalera con las
manos en la cabeza.
Wesley
Everest descargó la recámara de su rifle, lo tiró y huyó hacia los bosques.
Cuando huía se abrió paso entre la multitud en la parte trasera del local,
ahuyentando a la multitud con una automática azul. Saltó una cerca, dobló por
una callejuela y se dirigió a la calle de atrás. La multitud lo siguió.
Lanzaban los lazos de cuerda que llevaban, para linchar a Britt Smith,
secretario del IWW. Fue la acción de Wesley Everest lo que evitó que lo hicieran
allí mismo.
Se
detuvo una o dos veces para dispersar a la multitud con algunos disparos,
Wesley Everest corrió hacia el río, comenzó a vadearlo hasta que el agua le
llegó a la cintura, entonces se detuvo y volvió.
Se
enfrentó a la multitud con una sonrisa tranquila y divertida. Había perdido el
sombrero y su pelo estaba empapado de agua y sudor. La multitud comenzó a
abalanzarse sobre él.
‘Retrocedan’,
gritó Wesley, ‘si hay toros [policías] entre la multitud que me arresten’.
La multitud se dirigió hacia él. Disparó irreflexivamente cuatro veces, después se le trabó el arma. Arrastró el gatillo y con sangre fría disparó hacia una de las personas que se encontraban en primera fila y la mató. Esa persona era Dale Hubbard, otro ex-soldado sobrino de uno de los grandes madereros de Centralia.
La multitud se dirigió hacia él. Disparó irreflexivamente cuatro veces, después se le trabó el arma. Arrastró el gatillo y con sangre fría disparó hacia una de las personas que se encontraban en primera fila y la mató. Esa persona era Dale Hubbard, otro ex-soldado sobrino de uno de los grandes madereros de Centralia.
Después
tiró el arma vacía y empezó a luchar con las manos. La multitud lo apresó. Un
hombre le bajó los dientes con la culata de una escopeta. Otro trajo una cuerda
y comenzaron a colgarlo. Una mujer se abrió paso a codazos entre la multitud y
le puso la cuerda al cuello.
‘No
tienen agallas para colgar a un hombre en este día’ les dijo Wesley Everest.
Lo llevaron a la cárcel y lo lanzaron sobre en el piso. Mientras tanto, sometieron a los otros leñadores al tercer grado.
Lo llevaron a la cárcel y lo lanzaron sobre en el piso. Mientras tanto, sometieron a los otros leñadores al tercer grado.
Esa
noche las luces de la ciudad se apagaron. Una multitud derribó la puerta de la
prisión. ‘No disparen, muchachos, aquí está su hombre’ dijo el guardia. Wesley
Everest se encontraba a sus pies. ‘Díganles a los muchachos que hice todo lo
posible’ susurró en voz baja hacia los detenidos en otras celdas.
Lo
metieron en una limusina y lo llevaron hacia el puente sobre el río Chehails.
Cuando Wesley Everest yacía sin sentido en el suelo del coche, un empresario de
Centralia le cortó con una navaja el pene y los testículos. Wesley Everest
gritó de dolor. Alguien recordó después que susurraba: ‘Por Dios dispárenme… no
me hagan sufrir de este modo’. Al amanecer lo colgaron del puente”.
Después
de describir este sangriento linchamiento de una forma despiadada, dos Passos
regresa a la fría y cruda ironía:
“La
investigación del juez resultó ser un gran chiste. Informó que Wesley Everest
se había escapado de la prisión, se había dirigido hacia el puente sobre el río
Chehails, se había atado la soga al cuello y había saltado, y, como la cuerda
era demasiado corta había saltado de nuevo rompiéndose el cuello y que además
se había disparado un tiro.
Introdujeron
los restos mutilados en una caja y los enterraron.
Nadie
sabe dónde está enterrado el cuerpo de Wesley Everest, pero los seis leñadores
que apresaron con él están enterrados en la penitenciaría de Walla Walla”.
El
CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) y la huelga de brazos caídos
“El plan estadounidense; la
prosperidad automotriz filtrándose
desde lo alto; concurriendo allí
estaban las cuerdas para eso.
Sólo unos cinco dólares diarios,
pagados al trabajador estadounidense
bueno y limpio.
Que no bebe ni fuma cigarrillos, que
no lee ni piensa,
que no comete adulterio
y cuyas sus viudas no cobran las
pensiones,
hizo de EEUU una vez más el Yukón de
los sudorosos
trabajadores del mundo;
creó la edad del laminado y el
automóvil, e
incidentalmente,
creó a Henry Ford el fabricante de automóviles, el admirador de Edison,
el amante de los pájaros,
el gran estadounidense de su tiempo”.
(John Dos Passos, The Big Money)
Los
llamados “dorados años veinte” fueron testigos de un auge económico muy similar
al boom de los recientes años noventa. La producción se disparó alcanzando
cotas inauditas. El 1 de septiembre de 1929 William Green —presidente del AFL—
observaba con satisfacción el descenso del número de huelgas en EEUU (de 3.789
en 1916 a 629 en 1928) y decía que “cada vez más se aceptaba la negociación
colectiva como una forma preventiva de las disputas laborales”.
En
realidad, el boom de los años veinte, como cualquier otro boom bajo el
capitalismo, estaba basado en la superexplotación de la clase obrera. Los
trabajadores de las industrias de producción masiva: acero, automóviles,
caucho, textil, petróleo, químicos, etc., estaban desorganizados, atomizados y
a merced de los empresarios. Estaban privados de todos los derechos y proclives
a la mayor explotación.
Fueron
unos años de violenta lucha de clases en EEUU. Como recuerda Art Preis en su
libro Labor’s Giant Step (Un paso gigantesco para el movimiento
obrero): “Casi todos los piquetes eran aplastados con una violencia
especialmente sangrienta por parte de la policía, guardias, soldados y
rompehuelgas profesionales armados”. El Partido Comunista organizaba
manifestaciones de masas de desempleados que eran disueltas violentamente por
la policía con muchos trabajadores encarcelados, heridos o asesinados. El 7 de
marzo de 1932 una manifestación de desocupados que exigían trabajo fue
dispersada con ametralladoras frente a Ford Rouge Plant, el resultado fue de
cuatro muertos y muchos heridos. Siguiendo órdenes directas del presidente
Hoover, el general Douglas MacArthur, montado sobre un caballo blanco al frente
de sus tropas atacó una manifestación formada por 25.000 veteranos de guerra
desempleados y a sus familias con gas lacrimógeno, fuego de artillería y
bayonetas. Estos “incidentes” eran algo habitual en los años treinta, incluso
durante el New Deal de Roosevelt. Por ejemplo, en 1937 diez personas fueron asesinadas
y 80 resultaron heridas durante el día de conmemoración de los soldados caídos,
en un enfrentamiento entre la policía y los miembros del Comité Organizador de
los Trabajadores del Acero de la planta del Republican Steel Co., al sur de
Chicago.
Después
del Gran Crash de 1929 los empresarios lanzaron un programa salvaje de recortes
salariales. La AFL respondió anunciando que no convocaría huelgas. Se suponía
que era el resultado de haber llegado a un “acuerdo de caballeros” ente los
sindicatos y los empresarios. Pero en la práctica, los sindicados cedieron en
todo y los empresarios, en nada. Entre junio y julio de 1930, 60 empresas e
industrias anunciaron recortes salariales y la AFL no hizo nada. El resultado
fue un rápido declive de la afiliación sindical. En 1931 la AFL perdía 7.000
militantes a la semana, de los 4.029.000 afiliados que tenía en 1920 pasó a
tener 2.127.000 en 1933. Este es el epitafio adecuado para la política
supuestamente “realista” del “sindicalismo puro y simple”.
Sin embargo, varios sindicatos de la AFL crearon el Comité para la Organización Industrial (CIO) con el fin de organizar a los trabajadores no afiliados de la industria. El intento tuvo un gran éxito en las industrias del caucho, el acero y el automóvil. La disputa interna por la organización de estas industrias continuó y en 1938 la AFL expulsó a los sindicatos que formaron el CIO. Los sindicatos expulsados crearon su propia federación y cambiaron su nombre por el de Congreso de Organizaciones Industriales (CIO). John L. Lewis, de la Unión de Trabajadores Mineros, se convirtió en el primer presidente de la organización.
La
formación del CIO fue un paso gigantesco para el movimiento obrero. De la noche
a la mañana los desorganizados estaban organizados. No es demasiado conocido
que los trotskistas, especialmente los de Minneapolis, ayudaron a dirigir las
grandes huelgas de camioneros que llevaron a la formación del CIO. Gente como
Farell Dobbs jugaron un papel clave, lo más extraordinario es que él antes era
un votante republicano. Debido a su experiencia en la lucha de clases, pasó
directamente del republicanismo a la revolución. Este pequeño detalle demuestra
cómo puede cambiar rápidamente la conciencia.
Mucha
gente cree que fueron los trabajadores franceses quienes inventaron las
ocupaciones de fábrica como forma de lucha durante los años treinta. ¡No fue
así! Los trabajadores estadounidenses a principios de los años treinta
iniciaron un poderoso movimiento conocido en EEUU como las huelgas de brazos
caídos. En ellas los trabajadores iban a sus puestos de trabajo y allí se
negaban a trabajar. Es una ocupación de fábrica en todo menos en el nombre. La
primera huelga de brazos caídos triunfante fue la de Flint (Michigan) en 1937,
cuando el Sindicato de Trabajadores del Automóvil de la fábrica General Motors
paró la producción. Este método demostró ser efectivo, aunque controversial
para la gerencia y para algunos dirigentes obreros. En la primera gran huelga
de brazos caídos el Sindicato de Trabajadores del Caucho (CIO) consiguió el
reconocimiento de la Goodyear Tire and Rubber Company. Pero no todas las
huelgas terminaron en victoria. La huelga de cinco semanas del “acerito” fue
derrotada y los trabajadores de Inland Steel regresaron al trabajo sin
conseguir el reconocimiento de su sindicato.
Los
sindicatos después de 1945
La
nueva generación de jóvenes estadounidenses debería estudiar detenidamente las
tradiciones del CIO durante esos primeros años. Están muy pobremente reflejados
en la película hollywoodense Hoffa, y mucho mejor en la anterior, y menos
conocida, llamada FIST –el único film decente de Sylvester Stallone. Lo
principal es comprender que no se trata de una historia antigua. La lucha de
clases no se detuvo en los años treinta, por el contrario ha continuado desde
entonces, con alzas y bajas. Los trabajadores estadounidenses siempre han
tenido una buena tradición sindical y, en realidad, el número de huelgas
aumentó durante los años posteriores a la segunda Guerra Mundial. Desde 1936
hasta 1955 en EEUU hubo un total de 78.798 huelgas en las que participaron 42.366.000
huelguistas. El desglose es el siguiente:
Número
de huelgas y huelguistas (por décadas)
Años
|
N° de huelgas
|
N° de huelguistas
|
1923-32
|
9.658
|
3.952.000
|
1936-45
|
35.519
|
15.856.000
|
1946-55
|
43.279
|
26.510.000
|
En
1949 hubo huelgas importantes en las industrias del carbón y el acero; 1952 fue
un año de huelgas en el acero y el carbón; y 1959 fue el año de la huelga que
duró 116 días en el sector del acero, la huelga más larga en la historia de
EEUU, medida en términos de días por hombres en huelga. Para limitar la
militancia sindical, en 1947 los empresarios y el gobierno introdujeron la ley
antisindical Taft-Hartley.
Las
grandes empresas y el estado eran, y son, muy hostiles al sindicalismo. Aunque
los sindicatos ya no eran ilegales, el estado no dudó en invocar la legislación
antisindical allí donde era conveniente para los empresarios. Esta maquinaria
del estado de excepción, representada en la Ley Taft-Hartley, destinada a la
resolución de disputas laborales que amenazan con “poner en peligro la salud o
la seguridad nacional”, ha sido invocada por el presidente en 23 ocasiones,
desde que se promulgó en 1947 hasta 1963.
Esta
no es historia antigua. La Ley Taft-Hartley todavía está en vigencia y es
utilizada para destruir a los sindicatos en EEUU. El presidente Ronald Reagan
despidió a la mayoría de los controladores aéreos por apoyar una huelga ilegal
y arruinó a su sindicato, la Asociación Profesional de Controladores Aéreos.
13.000 controladores aéreos desafiaron la orden de regresar al trabajo.
Posteriormente 400.000 sindicalistas participaron en Washington en la mayor
asamblea obrera de la historia estadounidense para protestar contra la política
de la administración Reagan. Más recientemente George W. Bush utilizó la
Taft-Hartley contra los estibadores.
Además
existen otras leyes a las que recurre el establishment legal para evitar que
los trabajadores hagan uso de su derecho legítimo a la huelga. En la guerra
entre el trabajo y el capital, el estado no es imparcial, ¡ahora menos que en
el pasado! La lucha por los derechos sindicales, contra las injustas leyes
antisindicales, es una necesidad imperiosa para la clase obrera estadounidense.
Esta situación demuestra que es completamente inútil separar el sindicalismo de
la política.
Si
alguien cree que en EEUU la lucha de clases está muerta le aconsejo que estudie
la experiencia de huelgas como la minera de 1989. En abril de ese año el
Sindicato Minero (UMW) convocó una huelga contra el Pittston Coal Group al que
acusaban de prácticas laborales injustas. Antes de la convocatoria de la
huelga, los mineros llevaban trabajando catorce meses sin contrato. Entre las
prácticas sindicales denunciadas por el UMW se encontraba la suspensión de los
beneficios médicos de los pensionistas, viudas e incapacitados; la empresa se
negó a contribuir al fondo benéfico creado por los mineros en 1950 para los que
se jubilaron antes de 1974; y la empresa se negó a negociar. Los mineros de
Virginia, Kentucky y Virginia Occidental también se pusieron en huelga contra
Pittston.
Los
mineros y sus familias empezaron una campaña de desobediencia civil contra la
empresa. Haciendo honor a la tradición de los empresarios estadounidenses, la
huelga se enfrentó a una gran represión, enviaron a los soldados para que
arrestaran a los mineros en huelga. Los mineros lucharon valientemente con
dinamita. A pesar de la enorme importancia de esta huelga la “prensa libre” de
EEUU prácticamente no la mencionó, prefirió dar más cobertura a otra huelga
minera: ¡en Rusia!
La
disposición de la clase obrera estadounidense para luchar por sus intereses
continúa, como lo demuestran claramente las últimas luchas de los trabajadores
de UPS y los estibadores. Si no se han producido más huelgas, si el nivel de
vida y las condiciones laborales de los trabajadores no han seguido el mismo
ritmo que el enorme aumento de los beneficios, se debe al fracaso de la
dirección de los sindicatos, no a los trabajadores. En los últimos años los
sindicatos se han encontrado con muchas dificultades debido a esta situación.
Como en otros países los sindicatos en EEUU están muy burocratizados y los
dirigentes han perdido el contacto con los problemas reales de los trabajadores
comunes.
La
crisis de la industria pesada en el Norte y en el Este –la base tradicional del
sindicalismo- ha llevado a la caída en el número de afiliados. La dirigencia ha
demostrado ser incapaz de responder al desafío que han planteado las grandes
empresas al movimiento sindical. Con el desarrollo de las nuevas industrias en
el Sur y el Oeste millones de trabajadores en los Estados Unidos están ahora
sin organizar. Quizá la tarea más imperiosa del presente es su organización en
los sindicatos. Para resolver este problema, los sindicatos deben regresar a
sus raíces, a las tradiciones militantes del CIO, cuando ellos organizaron a
los trabajadores no sindicalizados en la tormentosa década del “30. Cuando eso
ocurra descubriremos como esas capas anteriormente inertes y “atrasadas” se
convertirán en los elementos más militantes y revolucionarios de todo el
movimiento sindical.
Los
sindicatos fueron siempre la organización básica de la clase obrera. Son la
primera línea en la defensa de los derechos básicos de los trabajadores. Sin la
lucha día a día para avanzar bajo el capitalismo, la transformación socialista
de la sociedad sería una utopía. En consecuencia la lucha para transformar los
sindicatos, para democratizarlos en todos los niveles y hacerlos representantes
genuinos de los deseos y aspiraciones de los obreros, convirtiéndolos en
genuinos órganos de lucha, es una condición prioritaria en la lucha por los
EEUU socialistas, en la que los sindicatos puedan jugar el rol que imaginaron
para ellos los pioneros de las organizaciones obreras: organizaciones básicas
para gobernar la economía en una democracia obrera.
La
dictadura de las grandes empresas
“Todos
los gobiernos son en mayor o menor medida asociaciones en contra del pueblo… y
como los que dominan no tienen otra virtud que el dominar… el poder del
gobierno sólo se puede mantener dentro de los límites constitucionales por un
despliegue de poder igual al mismo, el sentimiento de toda la población”.
(Benjamín Franklin Bache. En un editorial del Philadelphia Aurora de 1794).
Hoy
en día nada queda de la antigua Norteamérica sobre la que escribió Tocqueville.
La conciencia humana siempre va detrás de la marcha de la historia. El
desarrollo de las fuerzas productivas en EEUU durante el último siglo ha
alcanzado alturas vertiginosas. La industria, la agricultura, la ciencia y la
técnica se han desarrollado hasta un punto en donde sería fácilmente posible
dar un gigantesco paso adelante. Sólo con el potencial productivo de EEUU, si
se aprovechara con un plan de producción democrático y racional, sería
suficiente para erradicar la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad en todo
el mundo.
Sin
embargo, aquí también tropezamos con una contradicción dialéctica. En la primera
década del siglo XXI en los propios Estados Unidos vemos un enorme y creciente
abismo entre ricos y pobres. La división de clase que según las teorías
oficiales debería haber desaparecido hace mucho tiempo, o al menos quedar
reducida a la insignificancia, ha alcanzado proporciones insólitas. No sólo no
ha disminuido en momentos de auge económico sino que ha aumentado. Hoy el 20
por ciento más rico de los estadounidenses posee la mitad de la riqueza del
país, mientras que el 20 por ciento más pobre apenas posee el 4 por ciento.
En
ese libro que hizo época, El Manifiesto Comunista, Marx y Engels decían que la
libre competencia inevitablemente terminaría en el monopolio. Durante mucho
tiempo los economistas oficiales intentaron negar la existencia de la concentración
de capital que Marx había pronosticado. En particular durante las dos últimas
décadas estos economistas insistieron en que la tendencia iba en dirección
contraria, hacia los pequeños emprendimientos, en los que cada pequeño hombre
tendría lo suyo. Incluso acuñaron la frase: “lo pequeño es maravilloso”.
¡Qué
absurdamente inapropiadas suenan hoy estas palabras! El proceso de
concentración del capital ha alcanzado niveles sin precedentes en todas partes.
Menos de doscientas gigantescas empresas dominan el comercio mundial, la mayoría
de ellas en suelo estadounidense que es donde ha ido más lejos este proceso.
Hoy la vida y el destino de millones de estadounidenses están en manos de un
minúsculo puñado de corporaciones que a su vez están, en la práctica, dirigidas
por un puñado de ejecutivos multimillonarios. El único propósito de esta nueva
casta de barones del robo es enriquecerse e incrementar el poder de sus
respectivas empresas. Las necesidades de la enorme mayoría de los ciudadanos
estadounidenses tienen poco interés para ellos, y las de los habitantes del
resto del globo no les interesa en absoluto.
Michael
Moore, en su reciente y exitoso libro Stupid White Men, da algunos datos
reveladores del mundo en el que vivimos:
“Desde
1979 hasta ahora el 1 por ciento más rico del país ha visto crecer sus ingresos
en un 157 por ciento; aquellos que se encuentran en el 20 por ciento inferior
ganan 100 dólares menos al año (ajustados por inflación) que al principio de la
era Reagan.
Las
doscientas empresas más ricas del mundo han visto crecer sus beneficios un
362,4 por ciento desde 1983; sus ventas combinadas son ahora mayores que el
Producto Bruto Interno combinado de todas las naciones, excepto diez, del
planeta.
En
el último año del que disponemos cifras, cuarenta y cuatro de las ochenta y dos
primeras empresas de EEUU no pagaban la tasa del 35 por ciento en los impuestos
que deben pagar todas las empresas. En realidad, el 17 por ciento de ellas NO
pagan ningún tipo de impuesto, ¡y siete de ellas, incluida la General Motors,
hicieron tales maniobras con el código impositivo que al final el estado les
debía millones de dólares!
Otras
1.279 corporaciones con activos valorados en 250 millones de dólares o más
tampoco pagaron impuestos y no informaron de ‘ningún ingreso’ en 1995 (año más
reciente del que se disponen datos)”. (Stupid White Men, pp. 52-3).
Estas
damas y caballeros (ahora ya hay unas cuantas mujeres entre ellos) son los
verdaderos dueños de EEUU. La famosa democracia sobre la que escribió Alexis de
Tocqueville se ha convertido en la cobertura para la dictadura de las grandes
empresas. Importa poco a quién vota la población estadounidense para que ocupe
la Casa Blanca o el Capitolio, porque todas las decisiones importantes se
adoptan detrás de las puertas de estas minúsculas y poco representativas
camarillas que en la práctica sólo rinden cuentas ante sí mismas.
Los
inmensos intereses creados por este estrato dominante cuentan con el apoyo de
la maquinaria militar más poderosa de la historia. Este pretende tener el
derecho a intervenir en cualquier parte, derribar gobiernos legalmente electos,
iniciar guerras y guerras civiles, destruir estados supuestamente soberanos,
sin permiso ni obstáculo. ¿A alguien le puede extrañar que estos EEUU se hayan
ganado el odio de millones de personas en todo el mundo? En realidad no es
difícil de entender. Estos no son los verdaderos EEUU, ni los verdaderos
habitantes de EEUU que lucharon contra el imperialismo británico para conquistar
su libertad y luego en la Guerra Civil para extender esa libertad (al menos
sobre el papel) a los esclavos negros.
Las
ilusiones se desvanecieron. A pesar de todo, muchos estadounidenses todavía
creen que EEUU es la tierra de los valientes y el país de la libertad. No
comprenden por qué en el resto del mundo no aman a los EEUU. Lentamente, pero a
paso seguro, están empezando a comprender que no todo va tan bien en EEUU. Una
reciente encuesta publicada por la revista Business Week reveló que el setenta
y cuatro por ciento de los estadounidenses pensaban que las grandes empresas
ejercían demasiado poder sobre sus vidas. El resto de esta interesante encuesta
también mostró que debajo de la superficie de calma y contención, hay un
creciente sentimiento de insatisfacción con la situación actual. Las
manifestaciones masivas de hace tres años en Seattle demostraron a la clase
dominante estadounidense que algo estaba empezando a despertar. Esto es sólo el
principio.
Aumenta
el descontento
“El
espíritu de resistencia al gobierno es muy valioso en determinadas ocasiones,
deseo que siempre se mantenga vivo. A menudo se ejercerá equivocadamente, pero
mejor así que no ejercerlo en absoluto. No viene mal un poco de rebelión de vez
en cuando”. (Thomas Jefferson, carta a Abigail Adams, 1787).
Los
largos años de auge económico que siguieron a la Segunda Guerra Mundial
interrumpieron el movimiento revolucionario que se estaba desarrollando durante
los años treinta en EEUU y, hasta cierto punto, adormecieron la conciencia de
clase del proletariado. Pero ahora la crisis mundial del capitalismo está
afectando seriamente a los EEUU. Millones de trabajadores están amenazados con
cierres de empresas y con despidos. Esta situación representa un cambio
fundamental. EEUU no había experimentado un crecimiento del desempleo como el
actual desde de los años sesenta.
La
tasa de desempleo está ahora cercana al 6 por ciento y no hay indicios de
recuperación. Además, los trabajadores que han perdido sus empleos tienen más
problemas para encontrar otro. Un artículo publicado recientemente por The New
York Times (28/11/2002) señalaba que era muy elevado el número de trabajadores
que llevaba más de 27 semanas desocupados:
“En
la actualidad aproximadamente 800.000 trabajadores más que en el año 2000,
llevan al menos seis meses desocupados. Por esa razón es tan importante
extender los subsidios por desempleo.
Además,
el número de trabajadores de tiempo parcial a los que les gustaría encontrar un
trabajo de tiempo completo ha ascendido a un millón. El aumento de la fuerza
laboral se ha desacelerado notoriamente porque muchas más personas han dejado
de buscar empleo y no figuran en las estadísticas. En las recesiones de
principios de los años ochenta y noventa, la fuerza laboral crecía más rápidamente
y eso aumentaba la tasa de desempleo”.
El
boom de los años noventa supuso una cierta mejoría para muchos trabajadores y
personas de clase media, pero por otro lado también supuso fabulosas fortunas
para una pequeña minoría. Incluso en esta época los ricos consiguieron mucho
más que los pobres que vieron cómo su situación mejoraba muy lentamente. Pero
ahora con la crisis económica que comenzó hace dos años, los ingresos
familiares han caído otra vez de forma generalizada. Y estos ingresos caen más
rápidamente para aquellos que se encuentra entre el 20 o 30 por ciento que
menos tiene. La desigualdad va en aumento, mientras que para los de arriba el
crecimiento de la riqueza es más evidente que nunca.
Los
ricos disponen de métodos para evitar el pago de impuestos y la carga
impositiva recae más duramente sobre la clase media y los trabajadores. Un buen
ejemplo es el Impuesto sobre la Propiedad, que es un impuesto sobre la riqueza.
En 1999, sólo el dos por ciento de las grandes propiedades pagaron todo el impuesto,
la mitad de la recaudación por el Impuesto a la Propiedad procedía de sólo
3.300 propiedades —el 0,16 por ciento del total—, con un valor mínimo de 5
millones de dólares y un valor medio de 17 millones de dólares cada una. Una
cuarta parte de los impuestos se recaudaba con sólo 467 propiedades con un
valor superior a los 20 millones.
Paul
Krugman en un reciente artículo publicado en The New York Times (20/10/2002)
con el significativo título de “Lucha de clases: el final de la clase media
estadounidense” escribe:
“En
EEUU la desigualdad de ingresos ha regresado a los niveles de los años veinte.
La riqueza heredada no juega un papel importante para la mayoría de nuestra
sociedad, pero en este contexto, con la revocación del Impuesto sobre la
Propiedad, crearemos una elite hereditaria apartada de las preocupaciones de
los estadounidenses comunes, como el viejo Horace Havemeyer. Y la nueva elite,
como la vieja, tendrá un enorme poder político”.
Incluso
aquellos que aún mantienen sus empleos están disconformes. Tienen poca
confianza en el futuro. Ya nadie se siente seguro. Es un nuevo ambiente de
volatilidad, crítica y descontento en todos los niveles. Existe una enorme y
creciente alienación entre la población de EEUU y aquellos que gobiernan sus
vidas. Cada vez son más los estadounidenses que son conscientes de la situación
y están insatisfechos con ella. Quizá no saben exactamente lo que quieren, pero
saben a ciencia cierta lo que no quieren. El sentido de alienación se refleja
en el gran número de personas que no votan en las elecciones. La “derrota” de
Al Gore en las últimas elecciones presidenciales, a pesar de que la economía
estadounidense estaba en un boom (“¡Es la economía, estúpido!”), fue una
advertencia para el establishment político de que no todo va bien en la
sociedad estadounidense.
Existe
un mar de fondo de descontento que procede del corazón mismo de los EEUU.
Millones de hombres y mujeres no son felices con la vida que llevan: largas
horas de trabajo, presión despiadada, actitud dictatorial de la dirección,
inseguridad crónica. Este ambiente está empezando a afectar incluso a antiguas
capas privilegiadas de la clase media. E incluso en el nivel más alto están
comenzando a cuestionarse los valores de una sociedad donde las leyes de la jungla
se mantienen como un modelo: ¡La competencia despiadada y feroz por la vida!
¿Es esto lo que significa en realidad la vida en el siglo XXI?
J.
K. Galbraith escribió hace unos años un libro titulado The Policy of
Contentment, en el cual hacía la siguiente advertencia: “La recesión y la
depresión empeoran por el empobrecimiento masivo a largo plazo, se han
planteado por separado dos perspectivas, el peligro implícito de la autonomía
del poder militar y el malestar creciente en los barrios bajos urbanos provocado
por el aumento de la necesidad y la desesperanza. Aunque en realidad todo esto
podría aparecer conjuntamente. Una recesión profunda podría provocar un
descontento mayor en aquellas zonas donde se ha producido un desastre urbano
debido a algunos accidentes militares donde debido a la naturaleza de las
fuerzas armadas modernas cualquier desgracia tiene unas consecuencias
desproporcionadas”. (The Policy of Contentment, pp. 172-3).
Por
ahora EEUU ha conseguido evitar esa profunda recesión pronosticada por
Galbraith. Pero su aplazamiento no significa que no vaya a ocurrir. La
situación actual de la economía estadounidense, basada en el consumo y en la
deuda en lugar de la inversión productiva, puede que no dure mucho tiempo y
podría ser el preludio de una caída incluso más profunda. En cualquier caso, el
futuro de la economía capitalista, tanto en EEUU como a escala mundial, tiene
un aspecto sombrío. Son inevitables nuevas sacudidas y con consecuencias
imprevistas.
La
cuestión es que nadie puede controlar las fuerzas que se han desencadenado a
escala global durante lo últimos diez o veinte años. Las contradicciones
fundamentales del capitalismo no han desaparecido como algunos economistas
estadounidenses pretenden, en realidad se han reproducido a una escala mucho
más amplia que en cualquier otro momento de la historia. No existe ninguna ley
que diga que estas fuerzas del mercado conseguirán algún tipo de equilibrio
automático. Todo lo contrario, el carácter anárquico y desorganizado del
capitalismo se manifestará en convulsiones más profundas. La globalización se
manifestará como una crisis global de capitalismo, en realidad ya lo está
haciendo.
George
Soros, que no es un marxista pero sí un experto en los mecanismos del mercado
mundial, ha señalado que el mercado no puede funcionar como un péndulo sino
como una bola de demolición, demoliendo todo lo que encuentra a su paso. Hemos
visto los resultados de esta bola de demolición en Argentina. Y no va a ser el
último caso.
El
corazón corrupto de la Norteamérica corporativa
El
escándalo Enron y la oleada de escándalos empresariales que le siguieron,
demostraron contundentemente que es mentira que la economía de mercado sea el
sistema más eficaz, la mejor forma de evitar la burocracia y la corrupción, y
que sea, en cierto modo, es el sistema “más democrático” y que permite a más
personas decidir cómo funcionan las cosas. La realidad es que dentro de las
grandes empresas estadounidenses abunda la corrupción, reina la tiranía; y los
empleos, la vida y las pensiones de millones de personas están en manos de
minorías poderosas y despóticas de ejecutivos multimillonarios.
Es
completamente falso que este sistema funcione bien porque recompensa la
eficacia. Hay muy poca recompensas para la gran mayoría de trabajadores
estadounidenses que están obligados a trabajar largas horas sometidos a una
presión despiadada pagar conseguir ganar lo suficiente para mantener a sus
familias, y con demasiada frecuencia tienen que recurrir a dos o tres empleos
para poder llegar a fin de mes. En los últimos veinte años la productividad en
EEUU ha aumentado enormemente y se han conseguido inmensos beneficios a costa de
exprimir a la fuerza laboral estadounidense. La jornada laboral se ha alargado
inexorablemente hasta superar la media de 50 horas semanales.
La
gente siente la tensión. Ve socavada su salud mental y física y arruinada su
vida familiar. Pero no sólo es el caso de los trabajadores de cuello azul,
también de los profesionales y directivos inferiores. Lo que los mantiene no es
la libre elección o el incentivo de “tener éxito”, sino la presión despiadada
para que consigan resultados (es decir beneficios para los empresarios) y el
temor a perder su empleo.
Por
otro lado, es igualmente falso que los altos ejecutivos de las grandes empresas
estén guiados por el principio de mayores recompensas por mejores resultados.
Todo lo contrario, en las últimas décadas, los altos ejecutivos se han visto
recompensados con asombrosas sumas de dinero, que no guardaban ninguna relación
con la productividad ni el trabajo. Se han amasado grandes fortunas, y se están
amasando, para personas que no hacen casi nada (algunas veces nada en
absoluto). Incluso en la recesión actual, cuando los beneficios empresariales
están cayendo y los trabajadores son despedidos o se les pide más sacrificios,
los “fat cats” (grandes contribuyentes) continúan saqueando la riqueza de EEUU
de la forma más vergonzosa.
Además
de sus enormes salarios, que no guardan relación con su rendimiento, los altos
ejecutivos reciben una amplia gama de ingresos extras, acumulando corrupción a
gran escala. El mejor ejemplo es el famoso sistema de “stock options” (opciones
sobre acciones). Así, aunque los ejecutivos de AOL Time Warner fueron
“castigados” por la falta de pago de los bonos, sin embargo, recibieron stock
options valoradas en aproximadamente 40 millones de dólares por cabeza. ¡Muchos
trabajadores estadounidenses habrían estado muy contentos con recibir este
“castigo” durante una recesión!
También
hay una amplia gama de ingresos extras que no aparecen en las inspecciones
normales a los empresarios. Coca Cola exige que tanto su jefe como su esposa
viajen siempre en el jet de la empresa, un privilegio que le cuesta a la
empresa 103.989 dólares al año. En AOL Time Warner, Gerald Levin y Richard
Parkins, su sucesor designado (debería decir ungido), consiguió 97.500 dólares
en “servicios financieros” (por “declaración de ingresos y planificación
financiera”, eso es lo que dijo la empresa, cualquiera que sea su significado).
Es
verdad que algunos de ellos ahora han aceptado “reducciones salariales”. ¿En
qué consisten estas “reducciones”? Stanford Weill, el jefe ejecutivo del
Citigroup, recientemente redujo su salario un 83 por ciento, que dejó al pobre
con unos miserables 36,1 millones de dólares al año. The Economist (6/4/02)
comentaba:
“Es
preocupante que el salario de un ejecutivo haya subido a semejantes cotas
teniendo en cuenta los malos tiempos que corren: la compensación media total
según la encuesta Mercer [una encuesta reciente entre las 100 grandes empresas
realizada por William M. Mercer y el Wall Street Journal] todavía era de 2,16
millones de dólares. Los salarios no han caído al mismo nivel que los
beneficios. La compensación total de los ejecutivos jefes ha bajado un 2,9 por
ciento en un año, pero los beneficios después de impuestos cayeron el año
pasado casi un 50 por ciento entre las empresas incluidas en el S&P 500.
Algunos componentes del salario de los altos ejecutivos, como los salarios
básicos en realidad subieron, a pesar de su espantoso rendimiento”.
The
Economist continúa: “Algunos de los servicios financieros que las empresas
estadounidenses ofrecen a sus principales ejecutivos les ofrecen poner las
cuentas fuera de las empresas. Compaq, un fabricante de computadoras, ha
aceptado olvidarse de los préstamos valuados en 5 millones de dólares (!) que
concedió a su jefe, Michael Capellas, y le ha proporcionado un nuevo préstamo
para ayudarlo a pagar los impuestos. Bernie Ebbers, el ejecutivo jefe de
WorldCom, una empresa de telecomunicaciones con problemas, pidió prestado la
principesca cantidad de 341 millones de dólares y está pagando un interés algo
superior al 2 por ciento”.
Estos
ejecutivos que realmente no responden ante nadie, se enriquecen
desvergonzadamente a costa de los beneficios procedentes de los salarios no
pagados a la clase obrera. Cuando un trabajador es despedido (a estas personas
raramente le ocurre) o se jubila, reciben una compensación ridícula, algunos
incluso nada, Pero estas damas y caballeros continúan actuando como sanguijuelas
incluso cuando formalmente están jubilados.
“Además
de su pensión valuada en 9 millones de dólares al año, Jack Welch, el jefe
jubilado de General Electric, es ‘requerido’, siguiendo los términos de su
contrato, de por vida para asesorar a la empresa, por esta tarea cobrará
diariamente [sí ¡diariamente!] 17.000 dólares”. (Ibíd)
No
se menciona en qué consiste exactamente esta “consulta”. Pero la situación es
muy clara. Lo que aquí tenemos no es el empresario estadounidense autodidacta,
una imagen asiduamente cultivada por los defensores del capitalismo, sino
exactamente lo contrario. Se trata del saqueo incondicional y sin freno de la
economía estadounidense por parte un puñado, no representativo, de ejecutivos
zánganos e improductivos. Instalados confortablemente en sus brillantes torres
de cristal, completamente alejados de la fuerza laboral y de la población
estadounidense, al frente de una vasta y servil burocracia empresarial,
tranquilamente deciden el destino de millones de personas, tanto en EEUU como
en el resto del mundo. Esta es la verdadera cara de la empresa estadounidense y
la realidad de la llamada economía de mercado. Enron es sólo la punta de un
iceberg muy grande, feo y peligroso.
En
caso de que alguien piense que es sólo una exageración marxista y alarmismo,
dejemos que la última palabra la diga el campeón de la economía de libre
mercado, The Economist, que ya hemos citado. Predice que si sigue la tendencia
actual, “en el 2021 emergerá una gran empresa estadounidense donde el empresario
ganará más que las ventas totales de la empresa. Si es así como funcionan las
fuerzas del mercado, entonces lo mejor es ignorarlas”.
Socialismo
y democracia
La
idea de que el socialismo y la democracia son algo incompatibles es otra
falsedad. En esta cuestión, los defensores del capitalismo se comportan como un
calamar que se defiende lanzando una gran cantidad de tinta para confundir a su
enemigo. La cuestión es la siguiente: que la democracia en EEUU es una
cobertura de la dictadura de un puñado de poderosas empresas dirigidas por
minúsculas camarillas de personas no electas e irresponsables. Estas últimas no
sólo poseen y controlan la riqueza de EEUU, también controlan su prensa, la
televisión y otros medios que sirven para moldear y condicionar a la opinión
pública. En teoría hay dos partidos políticos, pero todo el mundo sabe que la
diferencia entre los Demócratas y los Republicanos es mínima.
La
Rusia estalinista era una dictadura monopartidista (algo que ni Marx ni Lenin
defendieron jamás). EEUU alardea de una democracia plural. En esta democracia
todo el mundo puede decir que quiere (mejor dicho, casi todos), mientras los
bancos y las grandes empresas deciden lo que se hace. Las elecciones se
celebran regularmente, aunque el electorado en realidad no puede elegir
verdaderamente. Tanto Demócratas como Republicanos defienden los intereses de
las grandes empresas. No hay diferencia real entre ellos: las pequeñas
diferencias que solían existir entre ellos en el pasado ahora han desaparecido.
Para poder salir elegido o se es millonario o se tiene acceso a grandes sumas
de dinero. Y como dice el proverbio: “Quien paga al flautista elige la
melodía”. El escándalo Enron simplemente confirmó lo que todo el mundo sabía:
que la gran mayoría de los senadores y congresistas (¡no debemos olvidar a las
mujeres!) están en la nómina de las grandes empresas. No es de extrañar que
millones de ciudadanos estadounidenses estén desencantados y no acudan a votar.
Los
marxistas defienden la democracia. Pero defienden una genuina democracia, no
una caricatura fraudulenta. Y la primera condición para la introducción de la
democracia en EEUU es el derrocamiento de la dictadura de las grandes empresas.
Hay que poner fin al poder de los grandes bancos y empresas, hay que
nacionalizar la economía y ponerla bajo el control democrático y la
administración de los propios trabajadores. ¡Y así se podría dar rienda suelta
a la iniciativa personal!
El
talento de los ingenieros, administradores, científicos y técnicos jugará un
papel crucial en la economía socialista planificada. Una vez que el beneficio
privado ya no sea el principio dominante, quedará preparado el camino para un
auge sin precedentes de las invenciones e innovaciones de todo tipo. Sobre
todo, esto incentivaría a los hombres y las mujeres de las fábricas para que
participaran en las discusiones y debates sobre cómo mejorar las técnicas de
producción. De esta forma, todo el mundo tendrá interés en el funcionamiento de
la sociedad. La producción ya no sería privilegio de un puñado de ricos
ejecutivos, sino de la propiedad común de todos los estadounidenses.
¿De
qué forma contradice esto los ideales tradicionales estadounidenses de democracia
y derechos individuales? No lo contradice en absoluto, sino que los reafirma y
los lleva a un nivel cualitativamente superior. Actualmente hay poco margen
para el libre desarrollo individual en los Estados Unidos de las gigantes
corporaciones. La población no participa en ninguna de las decisiones
importantes que afectan su vida. No se toman ni siquiera en el Capitolio, sino
por individuos invisibles, ocultos tras las puertas cerradas de Wall Street, en
el Pentágono y en el Departamento de Estado, y sobre todo, en los consejos de
administración de las grandes empresas que realmente dominan EEUU.
¿Es
inevitable la burocracia?
Con
frecuencia se dice que la propiedad privada es superior a las empresas
nacionalizadas porque permite la iniciativa privada. Pero en la práctica, las
grandes empresas que dominan la economía estadounidense son extremadamente
burocráticas, ineficaces y frecuentemente corruptas. No dejan mucho margen para
la iniciativa: al menos para la gran mayoría de la fuerza laboral. Son fundamentalmente
antidemocráticas, son dirigidas por un puñado de ejecutivos extremadamente
ricos cuyo objetivo principal en la vida es hacerse aún más ricos.
La
opinión pública en general no preocupa a estos individuos, excepto cuando la
mala publicidad puede dañar las ventas y por lo tanto los beneficios. La
solución a este problema, sin embargo, no es actuar en interés de la opinión
pública, sino pagar al departamento de relaciones públicas para que presenten
una imagen favorable de la empresas, es decir, desinformar y engañar a la
opinión pública. El caso Enron es un excelente ejemplo de las prácticas reales
de las empresas estadounidenses. Hay que decir que esta empresa estaba
estrechamente ligada al gobierno estadounidense, la conexión llegaba hasta tan
alto nivel que es prácticamente imposible investigar sus actividades, es
probable, incluso, que nunca se llegue a saber toda la verdad. Y hay muchos
otros Enron que todavía no han salido a la luz.
Nada
menos que una autoridad como Adam Smith avisó de los peligros del monopolio:
“Los directores de tales [sociedades] empresas […] son más bien los gestores
del dinero de otras personas que del suyo propio, no se puede esperar que
vigilen el dinero con el mismo celo que ponen los socios de una empresa privada
en la vigilancia de su propio dinero […] La negligencia y el exceso siempre
prevalecen, en mayor o menor medida, en la gestión de los negocios de la
empresa”. (Adam Smith, La riqueza de las naciones, part. 3. p. 112).
La
solución a este problema no puede ser el regreso a la época de las pequeñas
empresas, como defienden algunas personas. Ese período ha sido relegado para
siempre por la historia y no regresará. La economía capitalista moderna está
completamente dominada por los grandes monopolios y nada puede dar marcha atrás
a esa tendencia. Cualquiera que dude de esto sólo debe examinar la historia de
la legislación anti-trust de EEUU. Desde hace mucho tiempo existen leyes contra
los monopolios pero en la práctica han tenido un efecto insignificante. La
última prueba es la lucha entre Bill Gates y las autoridades federales. Nadie
puede poner en duda que Gates ha creado el monopolio más grande del mundo y que
esto es perjudicial para el progreso de la tecnología en un área vital. En la
práctica, se ha podido ver que es imposible revertir esta situación.
Como
no es posible detener la inevitable tendencia hacia la monopolización, sólo
queda una alternativa: poner a estas gigantescas empresas, que en la actualidad
no responden ante nadie excepto ante sí mismas, bajo el control democrático.
Pero aquí nos topamos con una dificultad insuperable. No es posible controlar
lo que no posees. La respuesta es muy clara: para controlar los monopolios, es
necesario arrebatarlos de las manos privadas, es decir, nacionalizarlos. Sólo
entonces sería posible asegurar que los puntos claves de la economía estén al
servicio de la sociedad y no de su amo.
¿Pero
esto no acarrearía el peligro de la burocracia como ocurrió en la Rusia
estalinista? Esta parece ser una objeción muy seria aunque realmente no es así.
La degeneración burocrática de la revolución rusa no fue el resultado de la
nacionalización, sino del aislamiento de la revolución en condiciones de atraso
espantosas. No hay que olvidarse que en 1917 Rusia era un país semifeudal extremadamente
atrasado. De una población total de 150 millones de personas sólo había cuatro
millones de trabajadores industriales. En un notablemente breve espacio de
tiempo, la economía nacionalizada y planificada transformó a Rusia de un país
atrasado como Pakistán en la segunda nación más poderosa sobre la tierra.
Durante varias décadas la URSS consiguió resultados económicos no igualados
jamás por otro país. No hay que olvidar que durante la Segunda Guerra Mundial
su economía sufrió una terrible devastación, murieron 27 millones de ciudadanos
soviéticos.
No
es posible comprender lo que ocurrió en la Unión Soviética sin considerar estos
hechos. Tampoco es razonable hacer una analogía entre el destino de la economía
nacionalizada-planificada en la Rusia atrasada y las perspectivas para una
economía socialista planificada en los Estados Unidos. La burocracia es el
producto del atraso económico y cultural. No es difícil demostrar esto. Si se
tiene en cuenta la situación en aquellos países que en algunas ocasiones
llamamos del “Tercer Mundo”, estados de África, Asia y América Latina,
entonces, inmediatamente resulta obvio que la burocracia es una característica
común en cada uno de ellos, estén o no nacionalizados los medios de producción.
Es
posible trazar un gráfico que demuestre el grado de burocratización de una
sociedad determinada y demostrar que guarda una proporción inversa con su
desarrollo cultural y económico. Lo mismo es aplicable al fenómeno de la
corrupción, la ineficacia y el papeleo que están normalmente relacionados con
la burocracia. La sociedad tiende a liberase de estas cosas en la medida que se
eleva desde un nivel inferior de desarrollo económico y tecnológico hasta que
consigue elevar el nivel cultural de la población.
Por
supuesto, donde una burocracia se convierte en una casta dominante atrincherada
como ocurrió en Rusia después de la muerte de Lenin, puede aferrarse al poder y
a los privilegios llegando a un punto en que el nivel de desarrollo cultural y
económico se vuelve algo completamente superfluo. Pero en ese caso, la
burocracia sofocará y destruirá la economía nacionalizada-planificada, que es
precisamente lo que ocurrió en la Unión Soviética. Esa es exactamente la
cuestión. La existencia de la burocracia en Rusia no fue sólo el producto de la
economía nacionalizada y planificada, porque era completamente antagónica a
ella. Trotsky explicó que la economía nacionalizada y planificada necesita la
democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno.
Sin
la democracia y el control y administración de la sociedad por parte de la
clase obrera, la economía planificada finalmente se agarrotará, atascará y
obstruirá debido al sofocante peso de la burocracia.
El
alma de EEUU
En
la primera parte de Razón y Revolución, se hace referencia a la contradicción
entre los maravillosos avances de la ciencia y el extraordinario atraso de la
conciencia humana. Esta contradicción es particularmente notable en EEUU. En el
país que durante el período pasado ha hecho más que cualquier otro por el
avance de la ciencia, la aplastante mayoría de la población estadounidense cree
en Dios o de alguna forma es religiosa. El treinta y seis por ciento de los
estadounidenses creen que la Biblia es la palabra literal de Dios y la mitad
creen que EEUU disfruta de protección divina. Después del 11 de septiembre el
78 por ciento pensaba que la influencia de la religión en la vida pública
estaba creciendo. Los libros sobre el Apocalipsis se convirtieron en éxitos de
ventas. Esta situación es bastante diferente a la de la mayoría de los países
europeos, donde la religión organizada está moribunda (aunque existe mucha
superstición y misticismo).
Aunque
parezca extraño los Padres Fundadores no eran nada religiosos. Estos verdaderos
hijos del siglo XVIII utilizaban términos muy mordaces para hacer referencia a
la religión en general y la Cristiandad en particular. Los Padres Fundadores,
George Washington y John Adams, escribieron lo siguiente en un mensaje
diplomático a Malta: “De ninguna forma Estados Unidos se ha formado basándose
en la religión cristiana”.
John
Adams, fue incluso más allá como podemos ver en una carta que escribió a Thomas
Jefferson: “Sería el mejor de los mundos posibles si en él no existiera la
religión”.
En
1814 Thomas Jefferson comentaba lo siguiente: “En cada país y en cada época los
sacerdotes han sido hostiles a la libertad. Siempre se han aliado con el
déspota y lo han ayudado en sus abusos a cambio de protección para ellos
mismos”.
Y el
mismo Thomas Jefferson escribía en 1823: “Llegará el día en que la generación
mística de Jesús por el Ser Supremo, su padre, en el útero de la virgen se
enfrente a la fábula de la generación de Minerva en el cerebro de Júpiter”. Y
añadía: “No encuentro ninguna buena cualidad en la cristiandad ortodoxa”.
Las
cosas no eran distintas con Abraham Lincoln, quien también era abiertamente
antirreligioso: “La Biblia no es mi libro y la cristiandad no es mi religión”.
“Nunca podré dar mi aprobación a las largas y complicadas declaraciones del
dogma cristiano”.
Estas
ideas eran el resultado natural de la filosofía racionalista que representaban
las ideas filosóficas más avanzadas de la Ilustración del siglo XVIII. El
rechazo de la religión siempre fue el primer paso hacia una visión racional de
la naturaleza y la sociedad. Fue el principio de todo el progreso moderno, la
base de la revolución francesa y la americana. Y fue igualmente el punto de
partida para el desarrollo de la ciencia y la tecnología modernas, la verdadera
base de la grandeza de EEUU. Hoy en día, el grado de avance científico y
tecnológico en EEUU es inigualable en cualquier otro país. En EEUU tenemos una
visión tentadora del futuro y del asombroso potencial de desarrollo humano.
Pero también hay una contradicción. Junto a las ideas más avanzadas persisten
ideas que son herencia inalterable de un pasado remoto y bárbaro.
La
causa de la persistencia de la creencia religiosa es que los hombres y mujeres
creen que sus vidas están bajo el control de fuerzas desconocidas e
imprevisibles. Sienten que no controlan su propio destino, como si realmente no
fueran seres humanos libres. En realidad nuestra vida está determinada por
fuerzas que no están bajo nuestro control. Los vaivenes salvajes de las
“fuerzas del mercado” a escala mundial son las que determinan si millones de
personas tendrán un empleo o no. Los giros igualmente salvajes de las bolsas
pueden arruinar a millones de familias en cuestión de días e incluso horas. Hay
inestabilidad general y volatilidad en todo el mundo, se expresa en guerras
interminables, atrocidades terroristas y otras barbaridades. Esta situación crea
un clima general de temor e incertidumbre. A eso es lo que se llama el nuevo
orden mundial.
En
su período ascendente el capitalismo se basó en el racionalismo. Eso es lo que
expresaban las ideas de los Padres Fundadores reproducidas más arriba. En
general, cuando un sistema socioeconómico entra en una situación de colapso, su
declive se expresa en una crisis general de la moralidad, la familia, las
creencias, etc. La ideología de la elite dominante cada vez es más ruinosa y
sus valores se corrompen. La gente ya no cree en las viejas formulas ni en los
antiguos “ideales”, se unen en el escepticismo y la ironía. Finalmente, surge
toda una serie de nuevos ideales y la nueva ideología refleja el punto de vista
de la clase revolucionaria ascendente. En el siglo XVIII fue la burguesía la
que adoptó en general este punto de vista racionalista. En el siglo XXI será la
clase obrera quien adopte las bases del socialismo científico: el marxismo.
En
general, cuando la sociedad entra, como entrará indudablemente el capitalismo,
en una fase de declive terminal, puede reaccionar de dos formas. Una respuesta
es la introversión, intentar escapar de una realidad horrible cerrando todas
las puertas y ventanas, cerrando los ojos a lo que está ocurriendo en el mundo
exterior. El problema es que el mundo exterior tiene una manera incómoda de
entrometerse en la vida de las personas, incluso de las más reservadas. Tarde o
temprano, golpeará en tu puerta y a la hora más inoportuna. Realmente no hay
escape.
La
segunda forma es mirar a la realidad a la cara, intentar comprenderla y de este
modo prepararse para cambiarla. Hegel dijo hace mucho tiempo que la verdadera
libertad es el reconocimiento de la necesidad, es decir, si queremos cambiar
las circunstancias en las que vivimos debemos primero comprenderlas. El
marxismo nos proporciona una herramienta maravillosa para ayudarnos a entender
la naturaleza del mundo en el que vivimos, para hacernos comprender de dónde
venimos y hacia dónde vamos. A diferencia de la religión, que ofrece el consuelo
en la visión de un futuro de felicidad y satisfacción más allá de la tumba, el
marxismo dirige nuestros ojos, no al cielo, sino a la vida real, nos ayuda a
comprender las aparentemente misteriosas fuerzas que determinan nuestro
destino.
Desde
que apareció por primera vez Razón y Revolución, se han producido avances
espectaculares en la ciencia, el más destacado de ellos: el mapa del genoma
humano. Estos resultados han demolido completamente las posiciones del
determinismo genético que criticábamos en el libro. También ha cerrado el
camino a las “teorías” racistas defendidas por determinados escritores de EEUU
que intentaban ponerse al servicio de la genética para divulgar sus “teorías”
reaccionarias y pseudo-científicas, por ejemplo, que los negros están
genéticamente predispuestos a la ignorancia y la pobreza. También ha asestado
un golpe mortal a las estupideces de los creacionistas que quieren rechazar el
darwinismo en favor de los primeros capítulos del Génesis e imponer esto en las
escuelas estadounidenses.
Para
muchos estadounidenses, el marxismo es un libro cerrado porque parece
antirreligioso. ¿Después de todo Marx no describió a la religión como el “opio
del pueblo”? En realidad, justo antes de estas famosas palabras Marx escribió:
“La angustia religiosa es al mismo tiempo la expresión de la angustia real y la
protesta contra la angustia real”. En esencia, la religión es una expresión del
deseo de un mundo mejor y la creencia en que debe haber algo más en la vida que
el valle de lágrimas en el que vivimos desde que nacemos hasta que llegamos a
la tumba.
Muchas
personas se sienten insatisfechas con su vida. No es sólo una cuestión de la
pobreza material que existe en EEUU y en los demás países. También es una
cuestión de pobreza espiritual: la futilidad de la vida de las personas, la
rutina mental adormecedora del trabajo que ocupa muchas horas en la vida de una
persona; la alineación que divide a hombres y mujeres entre sí; la ausencia de
relaciones humanas y solidaridad fomentada deliberadamente en una sociedad que
proclama orgullosamente las leyes de la jungla y la llamada supervivencia del
más apto (es decir del más rico); la vulgaridad de una “cultura” que se ha
convertido en una mercancía. En este tipo de mundo la pregunta no es “¿hay vida
después de la muerte?”, sino “¿hay vida antes de la muerte?”
El
sistema capitalista es un sistema monstruosamente opresor e inhumano, que
significa una miseria incalculable, enfermedad, opresión y muerte para millones
de personas en el mundo. El deber de cualquier ser humano es apoyar la lucha
contra este sistema. Sin embargo, para luchar de una forma efectiva, es
necesario elaborar un programa serio, una política y una perspectiva que
garanticen el éxito. Creemos que sólo el marxismo (o socialismo científico) proporciona
esta perspectiva.
El
problema que un marxista tiene con la religión es básicamente el siguiente:
creemos que hombres y mujeres deben luchar para transformar sus vidas y crear
una sociedad verdaderamente humana que permita a la especie humana elevarse
hasta su verdadera estatura. Creemos que los hombres sólo tienen una vida y
deberían dedicarse a hacer esta vida maravillosa y plena. Si se quiere, estamos
luchando por un paraíso sobre este planeta porque no pensamos que exista otro
paraíso.
Aunque
desde un punto de vista filosófico el marxismo es incompatible con la religión,
sobra decir que nos oponemos a cualquier idea de prohibir o reprimir la
religión. Defendemos la completa libertad del individuo a tener una creencia
religiosa, o ninguna. Lo que decimos es que debería haber una separación
radical ente la iglesia y el estado. Las iglesias no deben ser financiadas
directa o indirectamente por los impuestos, ni se debería enseñar religión en
las escuelas públicas. Si la gente quiere religión, hay que mantenerla
exclusivamente en las iglesias a través de las contribuciones de la
congregación y predicar su doctrina en su tiempo libre.
En
la medida que hombres y mujeres sean capaces de tomar el control de su vida y
desarrollarse como seres humanos libres, creo que el interés en la religión, es
decir, la búsqueda de consuelo en una vida posterior, decaerá por sí misma de
una forma natural. Por supuesto, se puede estar en desacuerdo con esta
predicción. El tiempo dirá quién de nosotros tiene razón. Mientras tanto, los
desacuerdos en estas cuestiones no deben impedir que todos los cristianos
honrados unan las manos con los marxistas en la lucha por un mundo nuevo y
mejor.
Religión
y revolución
La
propia cristiandad comenzó como un movimiento revolucionario hace
aproximadamente dos mil años cuando los primeros cristianos organizaron un
movimiento de masas de los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad. No
es casualidad que los romanos acusaran a los cristianos de ser un movimiento de
esclavos y mujeres. Los primeros cristianos también eran comunistas, como se
puede ver en los Hechos de los Apóstoles. El propio Cristo trabajó entre los
pobres y desposeídos y frecuentemente atacó a los ricos. Dijo que es más fácil
que un camello pase por el ojo de una aguja a que un hombre rico entre en el
Reino de Dios. Hay muchas expresiones como ésta en la Biblia.
El
comunismo de los primeros cristianos también se demuestra en que dentro de sus
comunidades toda la riqueza era común. Todo aquel que deseaba unirse primero
tenía que entregar todas sus pertenencias. Por supuesto, este comunismo tenía
algo de ingenuo y un carácter primitivo. Era el reflejo de los hombres y
mujeres de aquella época, que eran personas valerosas que no temieron
sacrificar sus vidas en la lucha contra el monstruoso estado esclavista romano.
Pero la conquista real de comunismo (la sociedad sin clases) era imposible en
aquel momento porque las condiciones materiales estaban ausentes.
Marx
y Engels por primera vez dieron al comunismo un carácter científico. Explicaron
que la verdadera emancipación de las masas depende del nivel de desarrollo de
las fuerzas productivas (industria, agricultura, ciencia y tecnología), el que
creará las condiciones necesarias para una reducción general de la jornada
laboral y el acceso a la cultura para todos, como la única forma de transformar
la manera de pensar de las personas y el comportamiento hacia los demás.
Las
condiciones materiales en la época de los primeros cristianos no estaban los
suficientemente avanzadas para permitir este desarrollo, y por lo tanto, el
comunismo de los primeros cristianos permaneció en un nivel primitivo, el nivel
del consumo (el reparto de la comida, la ropa, etc.) y no un comunismo real
basado en la propiedad colectiva de los medios de producción.
Sin
embargo, las tradiciones revolucionarias de los primeros cristianos no guardan
relación en absoluto con la situación actual. Desde el siglo IV d.C., cuando el
movimiento cristiano fue encorsetado por el estado y se convirtió en un
instrumento de los opresores, la Iglesia Cristiana ha estado de parte de los
ricos y poderosos frente a los pobres. Hoy las principales iglesias son instituciones
muy ricas, estrechamente vinculadas con las grandes empresas. El Vaticano posee
un gran banco, una enorme riqueza y poder, la Iglesia de Inglaterra es el mayor
terrateniente de Gran Bretaña, y así sucesivamente.
Políticamente,
las iglesias han respaldado sistemáticamente a la reacción. Los sacerdotes
católicos bendijeron los ejércitos de Franco en su campaña para aplastar a los
trabajadores y campesinos españoles. El Papa apoyó a Hitler y Mussolini.
Finalmente, en EEUU hoy, la derecha religiosa, respaldada con millones de
dólares, dirige una campaña a favor de todas las causas reaccionarias. Tiene a
su disposición emisoras de radio y televisión, donde los charlatanes religiosos
hacen fortunas jugando con el temor y la superstición de las personas.
Puede
que el Reino de Dios esté reservado a los pobres, pero estas damas y caballeros
se han asegurado para sí mismos una vida muy confortable en este planeta. La
primera acción de Jesús al entrar en Jerusalén fue expulsar del Templo a los
prestamistas. Pero aquellos que presumen de hablar en su nombre siempre se
ponen del lado de los ricos y poderosos contra los oprimidos de este planeta.
Son los más fervorosos defensores de los recortes al estado del bienestar y
otras políticas dirigidas contra los sectores más indefensos de la sociedad,
como las madres solteras. Cristo defendía el derecho de la mujer a cometer
adulterio, pero los fariseos modernos hacen cola para apedrear al pobre y al
indefenso.
Para
estas personas “religiosas” no tenemos otra cosa que desprecio. Pero a los
cristianos honrados que desean unirse a nosotros en la lucha para cambiar la
sociedad, les damos una bienvenida afectuosa y fraternal. Podemos estar en
desacuerdo sobre filosofía, pero podemos estar de acuerdo en que la situación
actual es indigna para la humanidad y que se debe cambiar. Sabemos que muchos
luchadores de clase dedicados y abnegados en EEUU son cristianos practicantes.
Siempre ha ocurrido así como vemos en el siguiente extracto de La Jungla, esa
gran novela socialista de Upton Sinclair:
“’No
estoy defendiendo al Vaticano’, exclamó Lucas con vehemencia, ‘estoy
defendiendo la palabra de Dios, que es un largo lamento por la liberación de
nuestro espíritu humano del dominio de la opresión. Tomemos el capítulo
veinticuatro del Libro de Job, el que acostumbro a citar en mis discursos como
‘la Biblia sobre la confianza de la fuerza’, o tomemos las palabras de Isaías,
o del propio Maestro. No al príncipe elegante de nuestro arte vicioso y
violento, no al ídolo enjoyado de nuestras iglesias de alta sociedad, sino al
Jesús de la terrible realidad, al hombre del dolor y la pena, al excluido,
despreciado por el mundo, que no tenía ningún lugar donde depositar la cabeza’
‘Yo
admitiré a tu Jesús’ interrumpió el otro.
‘Bien’,
gritó Lucas, ‘y ¿por qué Jesús no tiene nada que ver con su Iglesia? ¿por qué
sus palabras, su vida, no tienen ninguna autoridad entre aquellos que declaran
su adoración? Aquí tenemos a un hombre que fue el primer revolucionario del
mundo, el verdadero fundador del movimiento socialista; un hombre en que todo
su ser era una llamarada de odio a la riqueza y todo lo que representaba, la
soberbia y la riqueza, y la tiranía de la riqueza; que él mismo era un
vagabundo y un mendigo, un hombre del pueblo, un socio de los taberneros y de
las mujeres de la ciudad; que una y otra vez, en un lenguaje muy explícito,
denunció la riqueza y al que la poseía: ‘¡Nos os guardéis para vosotros los
tesoros que hay sobre la tierra!’ ‘¡Vended lo que tenéis y dad limosnas!’,
‘¡Benditos sean los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos!’
‘¡Desgraciados los ricos porque sólo recibirán consuelo!’ ‘¡En verdad yo digo,
que es muy improbable que el rico entre en el reino de los cielos!’ Quién
denunció en su época a los explotadores y con unos términos tan desmesurados:
‘¡Desgraciados los escribas, los fariseos y los hipócritas!’ ‘¡Desgraciados
vosotros también, los abogados!’ ‘¡Sí, serpientes, sí, generación de víboras!
¿cómo van a escapar a la condena del infierno?’ ‘¡Quién echó a los empresarios
y a los prestamistas del templo con un látigo!’ ‘¡Quién fue crucificado,
pensemos en ello, por incendiar y perturbar el orden social!’ Y a este hombre
lo han colocado como el sumo sacerdote de la propiedad y la presuntuosa
respetabilidad, ¡una sanción divina de todos los horrores y abominaciones de la
civilización comercial moderna! Han hecho imágenes enjoyadas de él, sacerdotes
sensuales le queman incienso, los piratas modernos de la industria les llevan
sus dólares, exprimen el trabajo duro de mujeres y niños indefensos, le
construyen templos, se sientan en sillones acolchados y escuchan sus enseñanzas
explicadas por doctores de la divinidad polvorienta”.
La
voz de la rebelión de los oprimidos contra la injusticia y la opresión ha
utilizado este tipo de lenguaje durante los últimos dos mil años. Lo importante
no es el lenguaje sino el significado. Lo que es importante no es la forma sino
el contenido. El mensaje original del movimiento cristiano hace dos mil años
era revolucionario y comunista. Nadie podría ser cristiano a menos que primero
diera todas sus pertenencias, renunciara a la propiedad privada y abrazara la
doctrina de la hermandad universal y la igualdad para todos. Ese mensaje
revolucionario fue reafirmado por los Puritanos de los siglos XVI y XVII. Desde
entonces ha resurgido muchas veces como una expresión del revolucionarismo
instintivo de las masas. El marxismo toma como punto de partida este
revolucionarismo instintivo pero le da una expresión científica y elaborada.
Nuestra
primera tarea es unirnos para poner fin a la dictadura del capital que mantiene
a la raza humana en una situación de esclavitud. El socialismo permitirá el
libre desarrollo de los seres humanos, sin la restricción de las necesidades
materiales. En cuanto al futuro de la religión, se puede decir lo siguiente: el
socialismo, basado en la plena libertad humana, nunca intentará prohibir que
las personas piensen y crean en lo que ellas elijan. A las personas se las debe
permitir tener las creencias religiosas que ellas deseen, o ninguna.
La
religión, por supuesto, debe estar completamente separada del estado. Aquellos
que desean practicar la religión deben pagarlo de sus propios bolsillos. Y no
hay lugar en absoluto para la religión en las escuelas. Una vez hemos
establecido una sociedad genuinamente libre en la cual hombres y mujeres tomen
el control de sus vidas y destinos, donde sean capaces de desarrollar todas sus
capacidades físicas y mentales, donde sean capaces relacionarse con los demás
de una forma realmente humana, no habrá margen para las supersticiones del
pasado y poco a poco desaparecerán.
¿No
estás de acuerdo? Estás en tu derecho. La historia decidirá quien de nosotros
tiene razón. Pero ante todo, debemos estar de acuerdo en combinar todas
nuestras fuerzas en un poderoso movimiento para a expulsar a los prestamistas
del templo, o más bien de nuestras casas, calles y centros de trabajo. Debemos
limpiar esta sociedad de toda opresión, explotación e injusticia. Entonces
podemos dejar que el futuro se encargue de sí mismo.
El
marxismo y el futuro
El
marxismo es una filosofía, pero es bastante diferente a otras filosofías. El
materialismo dialéctico es una herramienta metodológica poderosa que sirve para
comprender el funcionamiento de la naturaleza, el pensamiento y la sociedad
humana y una guía para la acción. Como señaló el joven Marx: “los filósofos
sólo han interpretado el mundo en diferentes formas, la cuestión es
transformarlo”.
Bien
puede ser que nos encontremos muy felices en el mundo en el que vivimos y no
deseemos cambiarlo. En ese caso, podremos encontrar este ensayo como algo
educativo, o al menos entretenido. No lo comprenderemos, básicamente, porque
hablaremos lenguajes mutuamente ininteligibles. Sin embargo, si hay una época
en la cual los estadounidenses deben reexaminar seriamente su visión del mundo
en el que viven, ese momento es ahora. Y para obtener una visión racional de
este mundo es de gran importancia tener un conocimiento del materialismo
dialéctico.
La
característica más esencial del materialismo dialéctico es su carácter
dinámico. Ver el mundo como un proceso interminable, que se mueve por
contradicciones internas, donde tarde o temprano las cosas se convierten en su
contrario. Además, la línea de desarrollo no es un proceso suave y lineal, sino
una línea interrumpida periódicamente por saltos repentinos, explosiones que
transformar la cantidad en calidad. Esta es una visión adecuada de los procesos
que vemos en la naturaleza y en el desarrollo social que llamamos historia.
La
mayoría de las personas imaginan que el mundo en el que han nacido es algo fijo
e inmutable. Raramente cuestionan sus valores, su moralidad, su religión, su
política y las instituciones del estado. Esta inercia mental, reforzada por el
peso muerto de la tradición, las costumbres, el hábito y la rutina, es una
rémora poderosa que permite a un orden socioeconómico determinado continuar
existiendo mucho tiempo después de haber perdido su base racional. En EEUU,
quizá más que en cualquier otro país del mundo, esta inercia ejerce un papel
importante e impide que las personas sean conscientes de lo que está
ocurriendo.
En
realidad, las sociedades no son inmutables. La historia nos enseña que, los
sistemas socioeconómicos, como los hombres y mujeres individuales, nacen,
maduran, alcanzan un punto álgido de desarrollo y después, en determinado
momento, entran en una fase de declive y decadencia. Cuando una sociedad deja
de jugar un papel progresista (cuando, en última instancia, llega a ese punto
donde es incapaz de desarrollar las fuerzas productivas como lo hacía en el
pasado), la gente es capaz de percibirlo. Se manifiesta en todo tipo de formas,
no sólo en el terreno económico. La vieja moralidad comienza a resquebrajarse.
Hay crisis en la familia y las relaciones personales, aparece una creciente
ausencia de solidaridad y cohesión social, aumenta el crimen y la violencia. La
gente ya no cree en las antiguas religiones y gira hacia el misticismo, la
superstición y las sectas exóticas. Hemos visto estas cosas muchas veces en la
historia y lo estamos viendo ahora, incluso en EEUU.
Vivimos
una época en que muchas personas han comenzado a cuestionarse el mundo en el
que viven y hacer preguntas no es malo. Los terribles acontecimientos del 11 de
septiembre de 2001 han hecho que muchos estadounidenses piensen seriamente en
cosas en las que anteriormente tenían poco interés. De repente, se han dado
cuenta de que no todo va bien en el mundo y que los Estados Unidos están
profundamente implicados en una crisis mundial de la que nadie puede escapar, y
en la que nadie está a salvo. La destrucción de las Torres Gemelas puso una
sombra oscura sobre EEUU. Durante un tiempo Bush y el ala más reaccionaria de
la clase dominante han podido aprovecharse de esta situación. Pero esto no
durará para siempre. Tarde o temprano, la niebla de la propaganda y la mentira
se disipará y la gente será consciente de la verdadera situación, tanto de los
EEUU como del resto del mundo.
Aunque
muchas personas en su fuero interno perciben que algo va mal, no encuentran una
explicación lógica. Eso no es una sorpresa. Parte de la forma en que les han
enseñando a pensar desde sus primeros años de vida, han aprendido a rechazar
cualquier sugerencia que diga que algo anda mal en la sociedad en la que viven.
Cerrarán los ojos, intentarán evitar las conclusiones incómodas en la medida
que puedan.
Es
bastante natural. Es muy duro para las personas cuestionar sus creencias. Pero
tarde o temprano, los acontecimientos los alcanzarán, los movimientos sísmicos
los obligarán a reconsiderar muchas cosas que anteriormente daban por sentado.
Y cuando llegue este momento, las mismas personas que tercamente se negaban a
considerar nuevas ideas, examinarán lo que ayer consideraban herejías y
encontrarán las explicaciones y alternativas por las que estaban luchando.
Hoy,
el marxismo es visto como una herejía. Levantan las manos escandalizados ante
él. Dicen que no tiene base, que ha fracasado y que está pasado de moda. Pero
si esto fuera verdad, ¿por qué los apologistas del capitalismo persisten en
atacarlo, si está muerto y es irrelevante deberían ignorarlo. El poder de las
ideas marxistas se basa precisamente en que son, y son las únicas, que pueden
proporcionar una explicación coherente, rigurosa y, sí, científica de los
fenómenos más importantes del mundo en el que vivimos.
Desgraciadamente
muchas personas, especialmente en EEUU, tienen la misma actitud hacia el
marxismo que los representantes de la Iglesia Católica Romana tenían hacia el
telescopio de Galileo. Cuando Galileo les rogó que miraran con sus propios ojos
y examinaran la evidencia, tercamente, se negaron a hacerlo. Lo único que
sabían era que Galileo estaba equivocado, y con eso bastaba. De la misma forma,
muchas personas “sólo saben” que el marxismo está equivocado, y no ven razón
alguna para seguir investigando. Pero si el marxismo está equivocado, sólo
podremos estar firmemente convencidos de su equivocación si lo estudiamos con
más profundidad. No tienes nada que perder y añadirás más materia a tu reserva
de conocimiento. Pero el autor de estas líneas está firmemente convencido de
que si más personas se tomaran la molestia de leer las obras de Marx, Engels,
Lenin y Trotsky, pronto se convencerían de que el marxismo realmente tiene
muchas cosas importantes que decir, y que estas cosas tienen una gran relevancia
en el mundo moderno.
Al
recomendar las ideas del marxismo a la opinión pública estadounidense, mi
esperanza ferviente es convencer al lector de la corrección y la relevancia de
las ideas de Marx y Engels en el mundo del siglo XXI. Si conseguimos, incluso
parcialmente, convencerte, estaré muy complacido. Si no, espero haber despejado
muchos malentendidos sobre el marxismo y mostrado, al menos, que tiene cosas
interesantes que decir sobre el mundo en el que vivimos. En cualquier caso,
espero conseguir que muchas más personas piensen en forma crítica sobre la
organización de nuestra sociedad, sobre su presente y su futuro.
24
de noviembre de 2002
PUNTO Y APARTE
nightwish - kinslayer
Ill Bill - The anatomy of a school shooting
Foster The People - Pumped Up Kicks - Adaptacion Español
The Police - Every Breath You Take
Bryan Adams - Heaven ( Versión Español )
U2 - With or Without You ( Versión Español)
Robbie Williams - Feel (Version Español)
No Doubt - Don't Speak (Versión Español)
BANDIDOS - HOTEL CALIFORNIA
Tears For Fears - Everybody Wants To Rule The World (V.Español)
James Blunt - You're Beautiful
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