El marxismo y los Estados Unidos, una herencia revolucionaria que no debe ser olvidada (Primera parte)
Por Alan Woods
El
presente trabajo comenzó como un borrador para el prólogo a la edición
norteamericana del libro “Razón y Revolución”. En él partíamos de la idea de
que muchos norteamericanos tienen prejuicios contra el marxismo al que
consideran una ideología extranjera. Explicábamos también que la historia de
los EEUU posee una gran tradición revolucionaria, ya desde la Guerra de la
Independencia que puso a los EEUU en el primer plano mundial. El tema es
fascinante y desafortunadamente muy poco conocido en Europa, donde predomina la
idea de que EEUU, en tanto bastión del imperialismo mundial nunca ha producido
cosa alguna de interés para el socialismo y para los revolucionarios. La
realidad es justamente la contraria, como espero demostrarlo en este ensayo.
Introducción
El
presente trabajo comenzó como un borrador para el prólogo a la edición
norteamericana de Reason in Revolt (Razón y revolución) que se publicará a
finales de 2002. En él partíamos de la idea de que muchos norteamericanos
tienen prejuicios contra el marxismo al que consideran una ideología
extranjera. Explicábamos también que la historia de los EEUU posee una gran
tradición revolucionaria, ya desde la Guerra de la Independencia que puso a los
EEUU en el primer plano mundial.
Pero
al indagar más profundamente en el tema, resultó que era demasiado extenso para
ser incluido satisfactoriamente como introducción a un libro. Por eso
abandonamos ese propósito primitivo y escribimos otro prefacio cuyo contenido
era principalmente de carácter científico.
Más
tarde, al mostrarle una copia del borrador inicial a un amigo norteamericano,
nos sugirió que, con una ampliación, podría publicarse como folleto aparte. Y
amablemente nos proporcionó interesante información adicional. En consecuencia
nos sentimos obligados a incorporar algunos materiales más sobre la
independencia, la guerra civil y la historia de los sindicatos norteamericanos.
El
tema es fascinante y desafortunadamente muy poco conocido en Europa, donde
predomina la idea (totalmente errónea) de que EEUU, en tanto bastión del
imperialismo mundial (lo que el mayor escritor norteamericano vivo, Gore Vidal,
describe como ¨el Imperio¨), nunca ha producido cosa alguna de interés para el
socialismo y para los revolucionarios. En realidad, es justamente lo contrario,
como espero demostrarlo en este largo ensayo.
Parte
de mi intención era combatir la clase de antinorteamericanismo sin sentido que
se encuentra muy frecuentemente en los círculos de izquierda. Los marxistas
somos internacionalistas y no tenemos una actitud negativa en relación con el
pueblo de ningún país. Estamos por la unidad de todos los trabajadores contra
la opresión y la explotación. A lo que nos oponemos no es a los norteamericanos
sino al capitalismo y al imperialismo norteamericanos.
El
pueblo norteamericano y, sobre todo, la clase obrera norteamericana tiene una
gran tradición revolucionaria. Sobre la base de los grandes acontecimientos
históricos están destinados a redescubrir estas tradiciones y a ponerse una vez
más en la primera línea de la revolución como lo hicieron en 1776 y en 1860. El
futuro del mundo entero depende en última instancia de esta perspectiva. Y
aunque hoy eso puede parecer muy lejano, no es tan increíble como se podría
pensar. Permítasenos recordar que antes de 1917 la Rusia zarista era el bastión
de la reacción mundial, como son los EEUU hoy. Algunas personas estaban
convencidas de que la idea de la revolución socialista en Rusia era un
impracticable delirio de Lenin y Trotsky. Sí, esas personas estaban
completamente convencidas, y completamente equivocadas.
La
lujuriosa rapacidad de las grandes corporaciones y la ambición de la élite
gobernante del “Imperio” están llevando a los EEUU de una aventura tras otra.
Nuevas pesadillas pueden surgir de tales aventuras. Cincuenta mil jóvenes
norteamericanos murieron en el pantano de Vietnam. Las agresivas maniobras de
George W. Bush amenazan con muchas víctimas más, norteamericanos y otros. Tarde
o temprano esto se volverá en contra de los EEUU, produciendo una reacción
general frente al sistema que provoca semejantes monstruosidades. Las
manifestaciones masivas de Seattle alertaron a los sectores del poder de que la
juventud norteamericana no permanecerá en silencio para siempre.
Debido
a que esta exposición se estaba haciendo demasiado larga, me vi obligado
desagradablemente a interrumpirla porque el contenido de esta materia requería
tratarla con la profundidad necesaria. Ciertamente, debemos volver a ella en el
futuro. Y mientras tanto, yo espero que puede servir para corregir algunos
prejuicios de los izquierdistas no norteamericanos sobre Norteamérica, y al
menos algunos de los prejuicios de los norteamericanos sobre el marxismo.
Incluso si no ocurriera tal como es nuestra intención, espero que al menos las
personas de ambos lados piensen más seriamente sobre este tema.
Los
EEUU y el mundo
Los
terribles hechos del 11 de septiembre de 2001, señalaron un punto de inflexión
en la historia de los EEUU y del mundo entero. De la noche a la mañana, se hizo
imposible al ciudadano norteamericano común imaginar que lo que estaba
ocurriendo en el resto del mundo no era asunto de su incumbencia. Un
sentimiento general de inseguridad y aprehensión se apoderó de la psicología
nacional. De pronto, el mundo se volvió un lugar hostil y peligroso. Desde el
11 de septiembre, los norteamericanos han estado angustiados por sentirse parte
de un mundo donde pueden producirse horrores semejantes.
Muchas
personas se han estado preguntando: ¿qué tenemos que hacer para que no se
genere semejante odio contra nosotros? Por supuesto que el norteamericano común
no ha hecho nada para merecer esos atentados. Nosotros sostenemos que es un
acto criminal el asesinato de civiles inocentes -de cualquier nación- por
motivos políticos. No hay dudas, sin embargo, que el accionar de los EEUU en el
mundo -de su gobierno, de sus grandes corporaciones y de sus fuerzas armadas-
ha originado sentimientos de profunda antipatía y resentimiento. Esto debe
servir para que los norteamericanos traten de entender por qué las cosas son de
esta manera.
En
gran parte de su historia, el aislamiento ha jugado un rol central en la
política de los EEUU. Pero el hecho es que en el mundo moderno ningún país, en
ninguna cuestión importante y poderosa, puede apartarse del resto del mundo.
Hoy en día el fenómeno más decisivo de nuestro tiempo es precisamente ése: el
aplastante dominio del mercado mundial. Esto es lo que en los últimos años se
menciona rimbombantemente como globalización. Pero no es un hecho nuevo. Hace
más de 150 años, en el más contemporáneo de sus escritos, El Manifiesto
Comunista, Marx y Engels predijeron que el sistema capitalista, comenzando por
una serie de estados nacionales, crearía un mercado de dimensiones mundiales.
La
participación de los EEUU en la economía y la política mundiales ha crecido
casi continuamente durante todo el siglo veinte. Todo intento de llevar a
Norteamérica a un estado de aislamiento autoimpuesto debía fallar e
inevitablemente fracasó, como George W. Bush ha descubierto muy rápidamente.
Los EEUU han heredado el rol de policía mundial que desempeñaba previamente Gran
Bretaña. Pero mientras la dominación británica del mundo tuvo lugar en un
momento en que el sistema capitalista se encontraba en su fase ascendente,
Norteamérica ahora se encuentra tutelando un mundo que está mortalmente
enfermo. La enfermedad es producto del hecho de que este capitalismo a escala
mundial se encuentra en un estado de declinación irreversible. Esto se expresa
en una serie de convulsiones que están adquiriendo un carácter crecientemente
violento. El terrible cataclismo del 11 de septiembre fue sólo una
manifestación de esto.
Desafortunadamente,
el antinorteamericanismo está extendiéndose. Decimos desafortunadamente porque
no sostenemos malos sentimientos hacia el pueblo de los EEUU ni de ningún otro
país. Como marxistas, nos oponemos al nacionalismo y a las actitudes
chovinistas que siembran odios y conflictos entre diferentes pueblos. Pero esto
no quiere decir que se puedan justificar los actos de un gobierno en
particular, de sus compañías y de sus fuerzas armadas, que están generando acciones
que perjudican al resto del mundo. Sólo significa que es un error confundir las
clases dominantes de cualquier país con los trabajadores y la gente pobre de
esa nación.
El
fenómeno del antinorteamericanismo está fortaleciéndose en los países pobres de
Asia, América Latina y el Medio Oriente. Las razones para esto están
relacionadas con la explotación de los recursos de esos países por parte de las
voraces corporaciones multinacionales, protegidas por los militares
estadounidenses y por la CIA, que llevan al empobrecimiento de esos pueblos, a
la destrucción del medio ambiente, a la desestabilización de sus monedas, sus
economías, y también de sus gobiernos. Este tipo de actos no está destinado a
promover el amor y el respeto por los EEUU a lo largo del mundo.
Hace
un par de años The Economist señalaba que los precios de las materias primas
estaban en su nivel más bajo en 150 años –esto es, desde el comienzo de los
registros. La superexplotación de lo que se conoce como el Tercer Mundo por
parte de las corporaciones rapaces es lo que causa una reacción en África, Asia
y América Latina, y a veces puede tomar la forma de rechazo de todo lo
norteamericano. Pero esto es, en el fondo, una expresión de antiimperialismo.
La mejor manera de poner fin a la pobreza y al hambre en el Tercer Mundo es
luchar por la expropiación de las grandes corporaciones que son enemigas de los
trabajadores en todo lugar -comenzando, como veremos, por los trabajadores
norteamericanos.
Europa
y Norteamérica
El
antinorteamericanismo no está confinado a los países pobres. Algunos europeos
tienen ciertas actitudes negativas hacia Norteamérica. Se disgustan por el rol
subordinado que han sido obligados a aceptar en la escena mundial, y temen las
consecuencias del colosal dominio económico y militar del gigante
trasatlántico. Detrás de la cortés fachada de la diplomacia entre amigos, se
ocultan difíciles y contradictorias relaciones, que se manifiestan en periódicos
conflictos comerciales y peleas diplomáticas.
Por
otra parte a muchos europeos les molesta lo que ven como una intrusión de una
cultura extraña, insolente y comercializada, que amenaza con devaluar y minar
su identidad cultural. Detrás del resentimiento cultural de los intelectuales
europeos se esconde un consolidado sentimiento de inferioridad que busca
disimularse detrás de una cierta arrogancia cultural. Ese sentimiento tiene una
base material, y es allí donde se encuentran las verdaderas causas de los
conflictos.
Es
un hecho comprobable que la historia de los últimos cien años es la historia de
la declinación de Europa y de la ascensión de los EEUU. Como predijo el
revolucionario ruso León Trotsky, el Mediterráneo, que para los latinos era el
centro del mundo, se ha convertido en un lago sin importancia. El centro de la
historia mundial ha pasado primero al Atlántico y finalmente al Pacifico, dos
imponentes océanos a horcajadas de un coloso, los EEUU. Las relaciones reales
entre Europa y Norteamérica están resumidas en las relaciones entre George W.
Bush y Tony Blair. Esto es, entre el señor y su lacayo. Y como un buen lacayo
inglés, mister Blair cumple su rol imitando el estilo y las maneras de su
señor. A pesar de eso nadie en su juicio puede engañarse sobre las verdaderas
relaciones entre ambos.
El
aire de superioridad que hasta hace poco adoptaban los miembros de la élite
británica sobre los valores y la cultura norteamericana es particularmente
cómico. Semejan a los aires y la gracia de los aristócratas ingleses pobres del
siglo XIX en presencia de los burgueses advenedizos, un fenómeno bien
documentado por las novelas de Jane Austen y de otros escritores. Esos aires y
gracias, por supuesto, no pudieron impedir que en la primera oportunidad sus hijas
e hijos se casaran con los descendientes de los nuevos ricos.
La
actitud negativa de los europeos hacia la cultura norteamericana es producto de
un malentendido. Piensan que la exportación cultural made in EEUU inunda los
mercados mundiales con mala música que ensordece, sobrevaluados “diseños” de
prendas de vestir producidos por el indignante trabajo esclavo en el tercer
mundo, y comida rápida con colesterol que engorda producida por el trabajo
esclavo en las calles. Todo esto es parte del asqueroso y barato comercialismo
que constituye el sello del capitalismo en el período de su decadencia senil.
Es perfectamente natural que monstruosidades semejantes produzcan sentimientos
de repulsión en todo ser humano pensante y sensible.
De
cualquier modo, el concepto de cultura, sobre todo en el mundo moderno, es más
amplio que la música pop, Coca Cola y McDonald´s. Incluye también cosas como
computadoras, Internet, y algunos otros aspectos de la ciencia y la tecnología.
En este nivel, es imposible negar los impresionantes logros de los EEUU.
Además, son precisamente esos avances científicos los que están colocando las
bases de una revolución cultural sin precedentes, una vez que estén
correctamente conducidos por una economía socialista planificada a escala mundial.
El
presente autor no tiene tiempo para un crudo antinorteamericanismo. Estoy
rotundamente convencido de que el gigantesco potencial de los EEUU está
destinado a jugar un papel decisivo en el futuro orden mundial socialista. Pero
hay que admitir que el presente rol de los EEUU, en este momento histórico, no
refleja su real potencial para el bien, sólo se observa la lujuriosa rapacidad
de las grandes empresas multinacionales que se apropiaron de Norteamérica y
controlan sus actos en su propio interés egoísta. Este autor es un ferviente
admirador de la Norteamérica real, y un implacable opositor de la otra
Norteamérica, la Norteamérica de los grandes bancos y monopolios, la enemiga de
la libertad y del progreso en cualquier lugar.
¿Una
“idea ajena a Norteamérica”?
Para
comprender las ideas del marxismo, primero es necesario acercarse sin
prejuicios. Esto es difícil porque, hasta ahora, la gran mayoría de los
norteamericanos sólo han escuchado sobre el marxismo cosas relacionadas a la
monstruosa caricatura que fue la Rusia estalinista. El marxismo y el comunismo
están por lo tanto asociados en las mentes de muchas personas con un régimen
extranjero, un estado totalitario donde la vida del hombre y la mujer estaba
dominada por una burocracia todopoderosa, y donde la iniciativa individual y la
libertad eran sofocadas y negadas. El colapso de la URSS aparentemente prueba
las insuficiencias del socialismo, y la superioridad de la economía de libre
mercado ¿Hace falta decir más?
Sí,
hay mucho más para decir. El monstruoso régimen burocrático de la URSS no tiene
nada que ver con las ideas de Marx y de Lenin, quienes abogaban por una
sociedad democrática y socialista, donde los hombres y las mujeres pudieran ser
libres para decidir sobre sus propias vidas, cosa que hoy no sucede ni en los
EEUU ni en ningún otro país. Este tema está muy bien expuesto en el maravilloso
libro escrito por mi amigo y camarada de toda la vida Ted Grant (Rusia, de la
Revolución a la Contrarrevolución).
La
caída del estalinismo en Rusia no significó el fracaso del socialismo, sólo de
su caricatura burocrática. Ciertamente no significa tampoco el fin del
marxismo, el cual es hoy más relevante que nunca. Sostenemos que sólo el
marxismo, con su metodología científica, puede proveernos de las herramientas
analíticas necesarias para que podamos entender el proceso que está
desarrollándose a escala mundial –y en los EEUU en particular.
Se
piense lo que se piense sobre el marxismo, está claro que ha tenido un enorme
impacto en todo el curso de la historia humana. Hoy es imposible que se
considere a cualquier hombre o mujer como adecuadamente educado, si no conoce
al menos las ideas básicas del marxismo. Esto vale tanto para los opositores al
socialismo como para los que están a favor.
Una
seria barrera enfrenta el lector norteamericano que se aproxima al marxismo: es
la idea de que es una importación ajena que no tiene lugar en la historia, la
cultura y las tradiciones de los EEUU. Aunque el infame Comité de Actividades
Antinorteamericanas y el difunto senador Joseph McCarthy son ahora un mal
recuerdo del pasado, el legado psicológico perdura, se piensa que ¨el comunismo
y la revolución no son para nosotros”.
En
la actualidad este es un serio malentendido de la historia norteamericana, pero
no es difícil de disipar. De hecho, el comunismo tiene raíces mucho más
antiguas en Norteamérica que el capitalismo. Este último lleva solamente unos
dos siglos de existencia. Pero mucho antes que los primeros europeos pisaran el
suelo del Nuevo Mundo (como ellos lo llamaban), los norteamericanos primitivos
habían vivido en una sociedad comunista por miles de años.
Los
norteamericanos nativos no tenían conocimiento de la propiedad privada (al
menos, no en el sentido moderno de la palabra). El estado y la moneda no
existían. No había policía ni prisiones. Las ideas sobre el trabajo asalariado
y el capital les eran tan extrañas que nunca pudieron ser adecuadamente
integrados a la sociedad capitalista. Y esta nueva forma social destruyó su
antiguo modo de vida, expropiando sus tierras ancestralmente comunes y
reduciéndolos a un horrendo estado de miseria y degradación todo en el nombre
de la civilización cristiana.
Esta
nueva forma de vida llamada capitalismo -con su avaricia, su ausencia de
solidaridad, y su moralidad propia de la jungla- era en realidad un sistema
ajeno, importado desde el extranjero. Se puede argüir -bastante correctamente-
que eso precisamente es lo que hizo posible la apertura de Norteamérica, el
colosal desarrollo de la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología
que han hecho de los EEUU el mayor poder económico que el mundo haya visto
jamás. Y si el marxismo sostiene que la clave de todo progreso humano se apoya
en el desarrollo de las fuerzas productivas, esto representó un progreso a
escala gigantesca.
En
efecto, eso es verdad. Pero existe un precio a pagar por el progreso que
resulta de la anarquía capitalista y del juego ciego de las fuerzas del
mercado. Con el paso del tiempo, un creciente número de personas -no
necesariamente socialistas- está adquiriendo conciencia de la amenaza para la
especie humana que significa la sistemática destrucción del medio ambiente: el
aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos. Lejos de
disminuir, esta aprehensión está incrementándose bastante, por el destacado
progreso de la ciencia y la tecnología, que han avanzado más rápidamente en
EEUU que en cualquier otro país del mundo.
Antes
de que el hombre blanco llegara, Norteamérica era una tierra de praderas
inexplotadas, de prístinos bosques y de cascadas y lagos cristalinos. Era un
lugar en el que hombres y mujeres podían respirar libremente. Para los
habitantes originales de América, la tierra era sagrada y la naturaleza era
respetada. Pero las grandes compañías que ahora dominan Norteamérica no tienen
ningún cuidado por el medio ambiente nuestra herencia común. Todo está reducido
a una cuestión de beneficio para unos pocos (un concepto que los nativos
americanos hallarían incomprensible). El advenimiento de la modificación
genética indudablemente contiene el potencial para importantes avances, pero
bajo el presente sistema plantea una amenaza mortal para el futuro de la
humanidad.
En
una época, los filmes sobre el salvaje oeste (“Wild West”) inevitablemente
presentaban a los norteamericanos nativos como salvajes sanguinarios, y al
hombre blanco como el portador de la civilización, destinado a tomar sus
tierras y consignarlos en “reservas” donde podían aprender los beneficios de la
caridad cristiana. Hoy en día, esto ya no se considera aceptable. Los
norteamericanos nativos están presentados bajo una luz más positiva. Pero en la
práctica, el americano promedio conoce poco sobre su cultura y sus formas de
vida.
En
realidad el hombre que hizo más que ninguno por describir la sociedad y la
civilización de estos pueblos fue el gran antropólogo norteamericano, Lewis
Henry Morgan. Su famoso libro La sociedad antigua (Ancient Society) representó
una revolucionaria apertura en los estudios de la antropología y de la historia
de la antigüedad. Él dio la primera explicación científica acerca de la gens o
clan como la unidad básica de la sociedad humana en la prehistoria:
“La
más simple y primitiva forma de consejo era el de la gens (clan). Consistía en
una asamblea democrática ya que todos los miembros adultos, hombres y mujeres,
tenían voz sobre todas las cuestiones que se presentaban. Se elegían y removían
los sachem (jefes en tiempo de paz) y caudillos (jefes militares), se elegían
también ¨custodios de la fe¨, se perdonaban o vengaban asesinatos de los
miembros del clan , y se adoptaban personas extrañas en la gens […]¨
“Todos
los miembros de la gens iroquesa eran personalmente libres, y estaban obligados
a proteger cada uno la libertad de los demás; se encontraban en igualdad de
inmunidades y de derechos personales, ni los sachem ni los caudillos pretendían
tener ninguna superioridad, y todos formaban una colectividad fraternal, unida
por vínculos de parentesco. Libertad, igualdad y fraternidad, aunque nunca
formuladas, eran los principios cardinales de la gens.”(Ancient Society, p.
85.)
Y
más adelante: “Un poderoso elemento popular impregnaba toda la organización e
influenciaba sus actos. Esto se observa en el derecho de las personas a elegir
y remover sus sachems y caudillos, en el derecho de las personas a ser
escuchadas en el consejo mediante los oradores de su propia selección, y en el
sistema voluntario en el servicio militar. En ese y en el subsiguiente período
étnico los principios democráticos eran el elemento vital de la sociedad
gentilicia.”(Ancient Society, p. 144.)
El
trabajo de Morgan fue leído con gran interés por Marx y Engels y jugó un
importante rol en el desarrollo de sus ideas sobre las sociedades antiguas. Los
escritos de Morgan sobre los iroqueses y otras tribus fueron absolutamente
centrales para el libro de Engels Los orígenes de la familia, el estado y la
propiedad privada –uno de los escritos más básicos del marxismo. Este, a su
vez, fue la base del celebrado libro de Lenin El estado y la revolución,
escrito en 1917, que presenta el genuino modelo leninista de democracia
socialista, en el cual el viejo estado burocrático y opresivo debe ser disuelto
y reemplazado por una democracia directa, basada en:
-Elecciones
libres con derecho a revocación de todos los cargos.
-Ningún
cargo debe recibir un salario mayor al de un trabajador especializado.
-Abolición
del ejército permanente y su reemplazo por el pueblo en armas.
-Todas
las tareas de administración del estado deben ser desempeñados por turnos por todos
los integrantes de la sociedad (si todos son burócratas, nadie es un
burócrata).
Es
bastante irónico que la fuente de algunos de los principales escritos del
marxismo resultan ser los Estados Unidos. Y es incluso más irónico que la
constitución democrática que Lenin y Trotsky introdujeron en la joven república
soviética después de noviembre de 1917 tenga sus raíces en los textos de Lewis
Morgan y sea, en esencia, un retorno al viejo orden comunista de los
norteamericanos nativos, aunque obviamente sobre los más altos fundamentos que
han hecho posible la industria moderna, la ciencia y la tecnología. De esta
manera, se puede argüir que ¡era Rusia la que importaba una vieja idea
norteamericana, y no viceversa!
Aspectos
olvidados de la historia norteamericana
En
el siglo XVII los Padres Peregrinos (Pilgrims) comenzaron la tarea de
domesticar la salvaje naturaleza norteamericana, desplegando un indomable
coraje en las condiciones más difíciles. Pero ¿quiénes eran? Refugiados
políticos que huían del opresivo régimen británico. Ese régimen era el
resultado de la contrarrevolución que tuvo lugar después de la muerte de Oliver
Cromwell, cuando la burguesía inglesa se comprometió con la reacción e invitó a
Carlos II a retornar de Francia.
Queremos
recordar que en ese momento la política y la religión estaban inextricablemente
relacionadas. Cada iglesia o secta diferente representaba no sólo diversas
interpretaciones de los evangelios sino también una línea definida de opinión
política y en último análisis, el punto de vista de una determinada clase o
subclase de la sociedad. Así, los católicos representaban abiertamente la
reacción feudal, y los episcopalianos eran una versión disfrazada de la misma
postura. Los presbiterianos personalizaban a los mercaderes enriquecidos de la
ciudad de Londres, inclinados al compromiso con la monarquía. Los
independientes, tipificados por Cromwell, representaban el brazo más radical de
la pequeña burguesía, etc.
En
el ala izquierda del espectro existía un conjunto de sectas, que iban desde
demócratas revolucionarios hasta comunistas: Fifth Monarchy men (los hombres de
la quinta monarquía), anabaptistas, cuáqueros, y otros se apoyaban en los más
bajos estratos de la pequeña burguesía, los artesanos y los semiproletarios,
los verduleros y los aprendices -en resumen, las masas. Los Levellers
(niveladores) y particularmente los Diggers (cavadores) en ese momento
cuestionaban abiertamente el derecho de propiedad privada. En todos esos grupos
vemos un fuerte apego a la democracia, un aborrecimiento hacia los ricos y
poderosos (a los que veían como agentes de Satán y e ¨hijos de Belial”) y
también una feroz defensa de la igualdad. Este era el espíritu que inspiraba la
revolución inglesa del siglo XVII.
Las
masas revolucionarias creían que podían establecer el reino de Dios en la
tierra. Ahora sabemos que eso era una ilusión. El nivel de desarrollo histórico
de su tiempo no estaba maduro para establecer una sociedad sin clases. La
verdadera función de la guerra civil inglesa, y posteriormente de la
norteamericana, fue preparar el terreno para el desarrollo del capitalismo.
Pero esto no era posible sin la participación activa de las masas, que estaban
inspiradas por una visión diferente.
Habiendo
llegado al poder basándose en el apoyo de las masas semiproletarias, Cromwell
suprimió brutalmente al ala izquierda del movimiento, y así preparó el retorno
de la odiada monarquía y el alto clero que la sostenía. Los restos que quedaron
del ala izquierda de los puritanos, fueron objeto de persecución civil y religiosa.
Esa fue la causa por la que los Peregrinos (pilgrims) llegaron a Norteamérica a
fundar comunidades basadas no sólo en la libertad religiosa sino también en
principios de estricta igualdad y democracia. Como De Tocqueville puntualizó:
“El puritanismo no era una mera doctrina religiosa, se correspondía en algunos
puntos con la más incondicional teoría democrática y republicana.” (De
Tocqueville, La democracia en América)
Los
Padres Peregrinos organizaron sus comunidades por la vía de la democracia y el
igualitarismo extremos: “En Connecticut el cuerpo electoral abarcó, desde los
comienzos, al número completo de los ciudadanos; y esto se entiende fácilmente
cuando recordamos que esta gente disfrutaba de una casi perfecta igualdad de
fortuna y una todavía mayor uniformidad de opiniones. En Connecticut, en ese
período, todo los funcionarios ejecutivos eran electos, incluido el gobernador
del estado. Los ciudadanos mayores de dieciséis años estaban obligados a llevar
armas; formaban una milicia nacional, nombraban a sus propios oficiales, y
estaban sujetos a quedar en disposición de marchar en cualquier momento por la
defensa del país.”(Ibíd., pp. 37-8.)
Este
modelo de democracia popular no es muy diferente del implementado por los
revolucionarios de París en la Comuna de 1870, a semejanza del cual Marx
formuló su idea de una democracia de los trabajadores (la “dictadura del
proletariado”). Ese fue el modelo que Lenin citó en su libro El estado y la
revolución, en el que se fundaron las bases de la original democracia soviética
de 1917 en Rusia, antes de que fuera derrocada por la contrarrevolución
política estalinista. Pero este paralelo histórico, por alguna razón, ¡nunca ha
sido mostrado por los historiadores oficiales de los EEUU!
Para
esas damas y caballeros los Padres Peregrinos eran sólo gente religiosa,
buscando la libertad de adorar a su dios a su manera. Por supuesto, esto es en
parte verdad, pero no transmite la verdad completa. Esas personas eran
valientes revolucionarios que huían de la persecución religiosa y política en
el Viejo Mundo. Y estaban muy avanzados en varios aspectos. Por ejemplo,
introdujeron la educación pública obligatoria, la que justificaban,
naturalmente, en términos religiosos:
“Es
el proyecto principal del viejo embaucador Satán ocultar a los hombres el
conocimiento de las Escrituras […] para persuadir a usar el idioma propio, que
el aprendizaje no pueda ser enterrado en la tumba de nuestros padres, en la
iglesia y la comunidad, el Señor nos asista en nuestros esfuerzos […]” etc.
Pero
si vemos en la sustancia y no en la forma religiosa, ésta era una reforma
extremadamente avanzada e ilustrada. Las escuelas se establecían en cada pueblo
y aldea y sus habitantes estaban obligados a sostenerlas bajo pena de graves
sanciones. Las autoridades municipales se obligaban a asegurar la concurrencia
de los niños a la escuela y castigar con multas a los padres que lo
obstaculizaran. Esto ocurría dos siglos antes que leyes similares se aplicaran
en Europa.
Esa
gente practicaba su propia versión de la democracia republicana en un momento
-permítasenos recordar– en que Norteamérica estaba bajo dominio británico y por
lo tanto formalmente bajo una monarquía. Ellos establecieron un régimen de
doble poder en el que una república y una democracia de ciudadanos, completada
con una milicia popular, la elección de todos los cargos, y una asamblea
general de todo el pueblo, existían en cada ciudad y en cada aldea. Y eso
ocurría en la época en que las monarquías absolutas dominaban en toda Europa y
pisoteaban los derechos de las personas.
La
revolución y los EEUU
“¿Qué
país puede preservar sus libertades, si sus gobernantes no están advertidos de
que periódicamente el pueblo recupera el espíritu de resistencia? Dejémoslo
tomar las armas… El árbol de la libertad reverdecerá periódicamente, regado por
la sangre de los patriotas y de los tiranos”. (Thomas Jefferson, carta de la
Colección William S. Smith, 1787.)
“Este
país, con sus instituciones, pertenece al pueblo que lo habita. Cuando quiera
que la población se halle cansada del gobierno existente, puede ejercer su
derecho constitucional de corregirlo, o su derecho revolucionario a
desmembrarlo o derrocarlo.” (Abraham Lincoln – 4 de abril de 1861)
Hoy
en día, la opinión pública de los EEUU ha aprendido a temer y a odiar las
revoluciones. Al igual que el comunismo, son consideradas como
antinorteamericanas, algo extraño, una amenaza exterior. Pero en realidad,
Norteamérica, desde sus mismos orígenes, siempre fue nutrida por revoluciones
extranjeras. De todas maneras, en los textos citados se ve claramente que la
revolución está lejos de ser una idea proveniente de tierras extrañas ya que
los EEUU deben su existencia a una revolución. Cuando las colonias
norteamericanas izaron la bandera de la revuelta contra la corona inglesa fue
un acto verdaderamente revolucionario. Eso sirvió como semilla de inspiración
para la Revolución Francesa que estalló más de una década más tarde. Así, la
llama de la revolución en Europa fue encendida primero en Norteamérica.
Una
revolución necesariamente significa la irrupción de las masas en la arena de la
política y sólo puede alcanzar sus objetivos en la medida en que involucre a la
masa de “gente común” en el movimiento. La revolución norteamericana no fue una
excepción a esa regla. Aunque la historia oficial enfatice (y exagere) el rol
de hombres como George Washington, lo que realmente garantizó el éxito de la
revolución fue la activa participación de las masas –los artesanos,
carpinteros, aprendices, pequeños granjeros y tramperos, y los elementos de
clase media baja, abogados y periodistas inspirados en las ideas
revolucionarias, que los incentivaron a entrar en acción.
El
carácter clasista de la revolución norteamericana fue bien entendido por los
colonialistas británicos. El general Thomas Gage que estaba a la cabeza de las
tropas británicas en Norteamérica escribió en tono preocupado al Secretario de
Estado del rey el 21 de diciembre de 1765:
“El
plan de los propietarios ha sido sublevar a las clases bajas para impedir la
ejecución de la ley […] con el propósito de aterrorizar y alarmar a la gente de
Inglaterra con la revocación del acta. Y los comerciantes, habiendo contradicho
las bondades que habían descrito para que al menos fuera revocada, obligaron
sin duda a que muchas ciudades mercantiles y los principales comerciantes de
Londres los ayudaran a lograr sus fines.
“Los
abogados son la fuente desde donde fluyen los reclamos en todas las provincias.
En esta provincia, nada público es ejecutado sin ellos, y es de desear que
siquiera el escaño esté libre de culpa. El cuerpo completo de comerciantes en
general, asambleístas, magistrados, etc., se ha mantenido unido en este plan de
motines, y sin la influencia e instigación de ellos el pueblo raso se hubiese
quedado muy quieto. Muy grandes penas estábamos tomando al incitarlos antes que
ellos despierten. Los marinos son los únicos que se mantienen apropiadamente
mansos, y están enteramente bajo el comando de los comerciantes que los
emplean.”
Estas
líneas indudablemente contienen un error característico de la mentalidad
policial (o militar). Atribuyen las huelgas, disturbios y revoluciones al
trabajo de ¨agitadores¨, quienes son considerados la causa del despertar de la
masa que de otro modo continuaría mansamente subyugada. Agitadores existían,
por supuesto, y muy talentosos, como Sam Adams. Pero imaginar que pudieran
tener semejante efecto dramático en las masas, sin que éstas estuvieran ya
preparadas para escuchar su mensaje revolucionario, es una evidente estupidez.
El relativamente pequeño número de revolucionarios agitadores, organizados en
sociedades ilegales como los Hijos de la Libertad, sólo tuvo pudo tener éxito
porque el pueblo estaba ya preparado para movilizarse, motivado por su propia
experiencia. Siempre sucede así.
La
historia oficial de la Revolución, como siempre, subestima el rol de las masas
y se concentra en los estratos altos –los comerciantes ricos de Boston y los
terratenientes feudales como Washington, quienes defendían sus propios
intereses, como el general Gage entendió muy bien. Pero para triunfar en esa
disputa contra la administración colonial, estaban obligados a apoyarse en las
masas, quienes llevaron todo el peso de la lucha. Sucedió que los trabajadores
en las ciudades, organizados en los Hijos de la Libertad, destruyeron las casas
de los odiados agentes y arrojaron sus muebles en las calles y los quemaron.
Fueron ellos los que alquitranaron y emplumaron a los soplones. Fueron ellos
quienes tradujeron los discursos de los líderes a la acción. Después de eso
fueron los pequeños granjeros y tramperos quienes jugaron el rol decisivo en la
derrota militar del ejército inglés de ocupación.
El
hecho es que la revolución norteamericana nunca podía haber triunfado sin que
las masas intervinieran de manera decisiva. Hay que recordar que los
comerciantes norteamericanos adinerados, que habían dado el puntapié inicial
con su desafío frente a Londres en cuestiones de comercio e impuestos,
comenzaron a frenar la revolución cuando vieron que las masas pobres se estaban
poniendo demasiado activas y tomando el asunto en sus propias manos. Los
comerciantes estaban con temor de que las masas pudieran “ir demasiado lejos” y
por lo tanto trataron de alcanzar un compromiso con el enemigo. En el momento
de la verdad los “patriotas” norteamericanos ricos tenían mucho más en común
con sus hermanos de clase en Inglaterra que con la clase trabajadora y los
granjeros pobres de su propio país.
La
lucha de clases y la revolución norteamericana
Ya
en el momento de su nacimiento, Norteamérica se enfrentó con la sonora
contradicción entre ricos y pobres –esto es, con la cuestión de clase. Desde su
mismo comienzo esa ha sido una contradicción entre la teoría y la práctica de
la democracia norteamericana, un abismo entre las palabras y los hechos.
Mientras el pueblo estaba luchando por los Derechos del Hombre, los
comerciantes y los terratenientes de Norteamérica sólo se preocupaban por los
Derechos de los Ricos. El gobernador Morris expresaba los sentimientos de los
adinerados cuando escribió: “La vanguardia de la movilización se vuelve
peligrosa para la buena gente, y la cuestión es cómo limitarla.” Esa fue la cuestión
para la clase dominante norteamericana desde entonces.
Tan
temprano como en 1772 –antes del comienzo de las hostilidades con Inglaterra-
el gran revolucionario norteamericano Sam Adams escribió en The Boston Gazette:
“Este
no es un gran momento para el pueblo de este país, sea para declarar
explícitamente si seremos hombres libres o si seremos esclavos […] Déjenos […]
observar con calma a nuestro alrededor para considerar qué es lo mejor que se
puede hacer […] Dejemos que sea el tema de discusión en todos los clubes
sociales. Dejemos que todo el pueblo se reúna. Dejemos que las asociaciones y
las combinaciones se constituyan por todas partes para consultarse y recuperar
nuestros justos derechos.”
¿Qué
es esto sino un llamado a organizar lo que los rusos más tarde llamarían
soviets (que en ruso significa “comité” o “consejo”)? Los revolucionarios
norteamericanos establecieron algo que se asemejaba a los soviets –esto es,
comités revolucionarios- más de cien años antes de que los obreros rusos
pensaran en eso. Ellos establecieron sus clubes de la libertad y los comités de
correspondencia, los cuales pusieron a los grupos combatientes revolucionarios
en contacto unos con otros.
Habiendo
incitado a las masas a luchar contra Gran Bretaña, esa movilización no era
fácil de aceptar por el alto mando de la oligarquía privilegiada, después que
los chaquetas rojas ingleses fueron expulsados. En New Hampshire una turba de
varios cientos de hombres marchó a la legislatura con palos, piedras y pistolas
reclamando ayuda: “Impriman dinero y bajen las tasas” era su slogan. Se
sucedieron graves insurrecciones en Massachusetts contra los altos impuestos
que recaían desproporcionadamente sobre los pobres. Ellos particularmente
apuntaron a los tribunales donde los prestamistas se asegurarían ordenes de
desahucio contra los granjeros pobres que habían contraído deudas. En el New
York Picket del 11 de septiembre de 1786 leemos:
“El
martes 29 [de agosto]… día señalado por la ley para la sesión de la Corte de
Apelaciones Ordinarias […] se congregaron en la ciudad desde diferentes
comarcas del condado cuatrocientas o quinientas personas algunas de ellas
armadas con mosquetes, otros con cachiporras, con la declarada intención de
impedir que la corte continuara sus actividades […]”
Ese
movimiento culminó en lo que fue conocido como el levantamiento de Shays –una
insurrección armada liderada por Daniel Shays, antiguo oficial del ejército
revolucionario. Alrededor de 1.000 hombres armados con mosquetes, espadas y
palos, tuvo éxito en cerrar la corte por varios meses. Leo Huberman escribió:
“Las
clases altas de todo el país estaban completamente aterrorizadas por este
levantamiento armado de la gente pobre. No había dinero en el tesoro para pagar
a las tropas estatales, así que un cierto número de gente rica contribuyó lo
suficiente para costearlas. Shays y sus seguidores apuntaron hacia Springfield,
donde existía un depósito público conteniendo 7.000 mosquetes y 13.000 barriles
de pólvora, cocinas de campaña, calderas y sillas de montar. Fueron
interceptados por las tropas estatales, unos pocos tiros fueron disparados y la
turba se dispersó.” (Leo Huberman, We the People, p. 94.)
El
verdadero significado de la rebelión de Shays sólo puede ser entendido en
términos de clase. Más tarde el general Knox escribió a George Washington
explicando el carácter peligroso que tenían las ideas de los insurgentes. En
particular, Knox comentó la creencia de los rebeldes en que “las propiedades de
los Estados Unidos habían sido protegidas de […] Gran Bretaña con los esfuerzos
conjuntos de todos y por lo tanto deben ser propiedad común de todos.” (el
destacado es mío, Alan Woods)
Incidentes
similares a éste han ocurrido en todas las revoluciones de la historia. Cuando
las masas sienten que el poder por el que han luchado y muerto está resbalando
de sus manos, intentan desesperadamente tomar la iniciativa otra vez. Pero la
naturaleza de clase de la revolución norteamericana del siglo XVIII era
objetivamente burguesa. No podía ir más allá de los límites prescriptos por el
modo de producción capitalista. En consecuencia, el intento de Shays estaba
condenado a fracasar de antemano, como lo había estado el intento análogo de
los Levellers ingleses y del ala izquierda de los puritanos, más de un siglo
antes en Inglaterra.
El
frustrado desafío de Shays debió aterrorizar a la oligarquía que tranquilamente
había estado concentrando el poder político y económico en sus manos. Y
comprendió la necesidad de crear inmediatamente un fuerte poder estatal como un
bastión contra las masas. En ese mismo momento estaban bajo la presión de las
masas. Cuando los 55 delegados se reunieron en 1787 para revisar los Artículos
de la Confederación, ninguno de ellos provenía de las clases trabajadoras o de
los pequeños granjeros. La clase que había sostenido toda la lucha y se había
jugado la vida en la revolución fue rigurosamente excluida del proceso de
decisión. Los hombres que redactaron la Constitución norteamericana eran todos
prestamistas, comerciantes, fabricantes, especuladores o esclavistas.
Algunos
han trazado un paralelo entre esta fase de la revolución norteamericana y la
contrarrevolución termidoriana en Francia, es decir el comienzo de la reacción
conservadora contra el espíritu igualitario del auge revolucionario. En el
sentido de que marcó la inevitable etapa de estabilización, cuando los hombres
adinerados, los grandes terratenientes y los comerciantes ricos arrebataron el
poder a la plebe radical, ésa es una comparación justa. Gradualmente, la voz de
los elementos más radicales fue estrangulada por los propietarios. Los fieros
debates que se propagaron acerca de la Constitución fueron el detonante de ese
conflicto de clases.
Las
discusiones se extendieron por meses. La cuestiones en disputa eran numerosas:
¿debían los grandes estados tener más voz en el gobierno nacional que los
pequeños estados? ¿Debían los esclavos negros ser considerados como lo eran los
hombres blancos? etc. Pero había una cuestión en la cual todos ellos
coincidieron: que aquellos que tenía pequeñas propiedades o ninguna no debían
tener demasiado poder. Al final la Constitución de los Estado Unidos sólo fue
aprobada después de encarnizados debates y aún así fue aprobada sólo por un
estrecho margen, como podemos ver:
New
York: a favor 30, en contra 27
New
Hampshire: a favor 57, en contra 47
Massachusetts:
a favor 187, en contra 168
Virginia:
a favor 89; en contra 79
Los
ideales expresados en la Constitución eran extremadamente revolucionarios para
su época, comenzando con las palabras de apertura: “Sostenemos estas verdades
como evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales.” Esta
proclamación de la igualdad era como un manifiesto revolucionario. En el texto
de la famosa Declaración, no obstante, hay un cambio significativo. En los
primeros documentos se consideraban como “derechos inalienables” del hombre a:
“la vida, la libertad y la propiedad.” El último punto era de particular
interés para los comerciantes ricos y los terratenientes que ahora estaban a la
cabeza de la República. Sin embargo, Thomas Jefferson la sustituyó por esta
frase: “la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad”, dejando afuera toda
referencia a la propiedad.
Ese
era claramente un cambio significativo resultante de la presión de las clases
bajas. En los hechos el gobierno revolucionario tomó medidas que violaron el
sagrado derecho de propiedad cuando se confiscaron las tierras de los Tories,
propietarios proingleses. Las haciendas estaban entonces quebradas y se
vendieron a los pequeños granjeros. La república norteamericana desde su
nacimiento fue un poder revolucionario que debía su existencia de los
trabajadores y pequeños granjeros y estaba, al menos en el comienzo, bajo su
influencia. Posteriormente, cuando la lava de la revolución se enfrió, los
grandes terratenientes y los intereses comerciales prevalecieron. Pero en sus
inicios la revolución norteamericana fue un faro de esperanza para el mundo
entero.
El
significado internacional de la revolución norteamericana fue mayor de lo que
la mayoría de la gente supone hoy. La conexión entre las revoluciones
norteamericana y francesa fue muy cercana. El gran revolucionario norteamericano
Thomas Paine había vivido en Francia y desarrollado las ideas más radicales. La
proclamación de Los derechos del hombre fue la idea más revolucionaria de su
tiempo. Personas como Thomas Paine eran de los más avanzados revolucionarios
demócratas de su época. Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que ellos
invocaban hicieron temblar a las clases dominantes de toda Europa.
Lo
que aún falta por comprender es el impacto que las ideas revolucionarias
norteamericanas tuvieron en el naciente movimiento de los trabajadores
británicos. Los escritos de Tom Paine pasaron de mano en mano entre los grupos
clandestinos de trabajadores conocidos como corresponding societies (sociedades
de corresponsales). Hoy en día, el poder británico gusta de ostentar sus credenciales
democráticas. Pero esa es una mentira evidente. La clase dominante británica
luchó con uñas y dientes contra la democracia. Se opusieron a todo intento de
establecer el derecho a voto, que más adelante fue conquistado con la lucha de
la clase obrera británica, pagando un alto precio en mártires, prisión,
deportación y muerte.
En
aquellos oscuros días, cuando la clase obrera británica estaba luchando por
conseguir los más elementales derechos, cuando los sindicatos estaban
prohibidos por las tristemente recordadas Combination Acts del Primer Ministro
Pitt, la llama de la libertad estaba alimentándose, no sólo con el ejemplo
revolucionario de Francia, sino también con las ideas revolucionarias
democráticas de Thomas Paine, quien por generaciones fue un héroe de los
trabajadores británicos.
Ricos
y pobres
Si
bien la conquista de la independencia por parte de las colonias norteamericanas
fue un gran paso adelante, no significó la victoria final de la democracia en
Norteamérica. El poder estaba en manos de la opulenta oligarquía: “El más serio
problema heredado de la revolución fue el incumplimiento en llevar a cabo su
declaración acerca de la igualdad de los hombres. Queremos señalar que los
líderes del período revolucionario limitaron deliberadamente la aplicación de
la igualdad para aquellos hombres a los que reconocían como partícipes del
contrato social y miembros de la comunidad política. Aun entre ellos la
igualdad no fue nunca rigurosamente mantenida. El voto calificado, limitado a
los propietarios, y la desigual representación de las distintas secciones en la
legislatura estatal otorgaron distintas ventajas a los hombres ricos y a las
áreas privilegiadas. Las pruebas de alfabetismo fueron sustituyendo con los
años a las pruebas de propiedad como una más defendible forma de privar de sus
derechos a los pobres, pero con el mismo o peor efecto. Esas desigualdades han
persistido hasta el presente, operando ahora principalmente para poner a los
hombres blancos en ventaja por sobre los negros, y a las áreas rurales en
ventaja sobre las urbanas en los comicios.” (Dan Lacy, The Meaning of the
American Revolution, pp. 282-3.)
La
conquista de la democracia formal y la proclamación de los Derechos del Hombre
no impidieron la concentración del poder económico y político en pocas manos.
La posición social de la clase trabajadora lejos de mejorar, empeoró, como se
ve en el siguiente ¨Llamamiento del pueblo trabajador de Manayuk al público¨,
aparecido en Pennsylvanian, el 28 de agosto de 1833:
“Estamos
obligados por nuestros empleadores a trabajar, en esta estación del año, de las
5 de la mañana hasta el ocaso, durante catorce horas y media, con un intermedio
de media hora para desayunar y otro de una hora para almorzar, completando
trece horas de dura labor, en un empleo insalubre, donde nunca sentimos entrar
una brisa que nos refresque, acalorados y sofocados como estamos, y donde nunca
vemos el sol sino a través de una ventana, y en una atmósfera pesada, con polvo
y pequeñas partículas de algodón, las que estamos constantemente inhalando para
deterioro de nuestra salud, nuestro apetito y nuestras fuerzas.
“A
menudo nos sentimos tan débiles que apenas somos capaces de realizar nuestro
trabajo, a causa del agotador horario estamos obligados a trabajar a través de
los largos y ardientes días del verano, en el impuro e insano aire de las
fábricas, y el pequeño descanso que tenemos por la noche no resulta suficiente
para recuperar nuestras exhaustas energías físicas, retornamos a la labor en la
mañana, tan agotados como cuando la dejamos; además del trabajo que tenemos,
cansados y debilitados como estamos, nosotros y nuestras familias estaremos
pronto hambrientos, porque nuestro salario es apenas suficiente para proveernos
con lo necesario para vivir. No podemos aprovisionarnos contra enfermedades o
dificultades de ningún tipo, ni guardar un sólo dólar, las necesidades diarias
consumen lo poco que recibimos y cuando estamos en cama por una enfermedad
algún tiempo, nos hundimos en la más profunda desesperación, que a menudo termina
en la ruina total, pobreza e indigencia.
“Nuestros
gastos son quizá superiores a los de la mayoría de los trabajadores, porque se
requiere del salario de toda los integrantes de la familia capaces de trabajar
(salvo sólo una pequeña niña que cuide la casa y prepare la comida) para
suministrar lo urgente, en consecuencia las mujeres no tienen tiempo alguno
para hacer sus propios vestidos o el de los niños, ni por supuesto tampoco para
emplear en la compra de cualquier artículo que se necesite.” (J. Kuczynski, A Short History of Labor
Conditions under Industrial Capitalism, vol.2, p. 25.)
La
situación de las mujeres trabajadoras era subrayada en un informe de la
Convención de los Sindicatos Nacionales en septiembre de 1834: “El señor
Douglass ha observado que sólo en la aldea de Lowell, hay cerca de 4,000
mujeres, de distintas edades, arrastradas hoy a una vida de esclavitud y
miseria. Es suficiente para que a uno le duela el corazón, dijo, observar a
esas mujeres degradadas, como pasan por las fábricas -marcado su pálido rostro-
con su aspecto abatido. Estos establecimientos son actual morada de desgracias,
enfermedad y miseria; y están inevitablemente calculados para perpetuarla –si
no para destruir la libertad misma.”
Otro
informe declara: “Se ha observado que, en relación al número de hombres, es
superior en 140.000 el número de mujeres empleadas en todo Estados Unidos, las
cuales trabajan un promedio de 14 a 15 horas por día, sin que el aire puro y el
sano ejercicio sean suficientes para su salud, y en confinamiento, con el
consiguiente exceso de esfuerzo, el cual detiene el crecimiento del cuerpo,
destruyendo en consecuencia las naturales capacidades mentales, y
frecuentemente deformando sus extremidades.”
Aún
más horrible era la situación de los niños: “Si los niños deben ser condenados
a esas prisiones mortales,” decían los delegados de New Haven en la mencionada
convención, “hagamos que la ley al menos los proteja contra el esfuerzo
excesivo y que se derramen unos pocos rayos de luz sobre su oscurecido
intelecto ¡Trabajadores! Amargo debe ser el pan que nuestros pequeños niños
obtienen entre penas y lágrimas, esforzándose en el trabajo de día, durmiendo
de noche, sometidos a la opresión, consunción y decrepitud, llevados hacia una
temprana tumba, sin conocer otra vida que ésta, y conociendo de ésta sólo la
miseria.”
La
lucha de clases ha acompañado a la República Norteamericana desde su
nacimiento. En 1778, cuando aún estaba fresca la tinta de la Declaración de
Independencia, los oficiales gráficos de la ciudad de Nueva York se organizaron
en demanda de un incremento salarial. La primera huelga por obtener aumentos
tuvo lugar en Filadelfia a comienzos de 1786 cuando los trabajadores gráficos
reclamaron un salario mínimo semanal. La primera huelga general, que fue la
primera huelga de un considerable número de trabajadores de un largo número de
sindicatos en un gran movimiento huelguístico, tuvo lugar en 1827, también en
Filadelfia. En este periodo se formaron muchos sindicatos y hubo numerosas
huelgas.
Los
patrones se opusieron ferozmente al derecho de los trabajadores a organizarse
en sindicatos y a declararse en huelga. En 1806 miembros de los obreros
textiles de Filadelfia fueron procesados por conspiración criminal después de
una huelga por mejoras salariales. Los cargos fueron (1) asociación para elevar
salarios y (2) asociación para dañar a otros. Quebrada la huelga, el sindicato
se disgregó. Este no era un caso aislado. Siempre que fue posible los
empleadores contrataban esquiroles para quebrar las huelgas y apelaban a los
tribunales para que declarara ilegales a los sindicatos. Lejos de ser
reconocidas en tanto derecho democrático, las organizaciones sindicales fueron
llevadas a los tribunales y procesadas por “conspiración para impedir los negocios”
(una frase copiada de la legislación inglesa: “conspiracy in restraint of
trade”). Por décadas, las huelgas, boicots y otras formas de lucha de la clase
obrera estaban sujetas a la acción legal basada en considerarlas como
“conspiración”.
La
segunda revolución norteamericana
Norteamérica, que había proclamado el sagrado principio de la libertad, fue mancillada por el mal de la esclavitud. Hombres y mujeres, arrancados de sus hogares y tierras en el África negra por el monstruoso tráfico de seres humanos, fueron comprados y vendidos como objetos por caballeros cristianos que veneraban al Señor en la iglesia cada domingo, y torturaban, violaban y asesinaban a sus esclavos los demás días de la semana.
Si
bien el tráfico de esclavos africanos ya era ilegal, los latifundistas sureños
continuaron importando esclavos después de 1808. Se estima que al menos 150.000
esclavos fueron enviados al Nuevo Mundo cada año, comparados con los 45.000 de
fines del siglo XVIII. Y aunque muchos de ellos no fueron embarcados directamente
hacia los EEUU, la mayoría terminó allí. Los esclavos estaban considerados
cosas o animales, tal como lo expone la siguiente descripción de una subasta:
“Alrededor de una docena de caballeros se envanecían en el lugar mientras un
pobre muchacho se desvestía, y tan pronto subió a la plataforma, desnudo de la
cabeza a los pies, fue instituido el más riguroso escrutinio de su persona. La
límpida piel negra fue inspeccionada por todas partes buscando llagas de
enfermedades; y ninguna parte de su cuerpo quedó sin examinar. El joven fue
obligado a abrir y a cerrar sus manos, y a responder si podía recoger algodón,
y cada diente de su boca fue escrupulosamente observado.”
En
el Charleston Courier del 12 de abril de 1828 leemos: ” Tan valiosa
como siempre, se ofrece una familia a la venta, constituida por una cocinera de
unos 35 años de edad, su hija de 14 y su hijo de 8. El grupo puede ser vendido
en conjunto o en parte, según el deseo del comprador.”
El
punto de vista de clase de los esclavistas fue bien expresado en los
comentarios de Senador Hammond, de Carolina del Sur: “En todo sistema social
debe existir una clase que cumpla con las tareas más bajas, que realice el
trabajo cotidiano más pesado […] nosotros los llamamos esclavos. En el Sur aún
somos old-fashioned (anticuados); esa es una palabra descartada ahora
por los oídos finos; no puedo caracterizar de la misma forma a las clases en el
Norte; pero ahí las tienen; están allí; como siempre; esto es eterno […] La
diferencia entre nosotros es que nuestro esclavo tiene empleo de por vida y
bien recompensado; no pasa hambre, no mendiga, no busca empleo entre nuestra
gente, y tampoco está demasiado ocupado. Los de ustedes están empleados por un
día, no están cuidados, y son escasamente compensados, lo que resulta en las
más deplorables costumbres, a cualquier hora, en cualquier calle de sus grandes
ciudades. ¿Por qué, señor, se encuentran más mendigos en un día, en cualquier
calle de la ciudad de Nueva York que los que pueda encontrar en su vida en todo
el Sur?. Nuestro esclavo es negro, de una raza inferior […] los suyos son
blancos, de su misma raza; ustedes esclavizan a sus hermanos de sangre.”
Son
unas líneas interesantes porque hacen caer la máscara sonriente de las clases
dominantes para revelar la brutalidad hipócrita que se esconde debajo. Con el
fin de defender lo indefendible –las bondades de la esclavitud- los esclavistas
sureños ponen su dedo acusador en los capitalistas del Norte. La intención de
embellecer la esclavitud es, por supuesto, absurda. Pero existe un germen de
verdad en su ataque a la hipocresía capitalista del Norte. Los esclavistas les
reclamaban: “¿Por qué nos condenan cuando, en realidad, ustedes son tan
explotadores como nosotros? Nuestra esclavitud es abierta y evidente. No la ocultamos.
Pero su sistema (capitalista) es tan nefasto, si no peor, sólo que es
disimulado e hipócrita.” No hace falta aceptar la lógica de los esclavistas
para entender que la actitud hacia la clase explotada de cada clase explotadora
en la historia -esclavistas, señores feudales y capitalistas- es muy similar.
Por su parte los manufactureros del Norte eran tibios sobre la abolición de la
esclavitud porque temían –no sin razón- que cualquier intento de cambio en “los
sagrados derechos de propiedad” en el Sur podía sentar un peligroso precedente
que motivara a la clase obrera en el Norte.
Sobrevinieron
algunas revueltas de esclavos que fueron reprimidas con el mayor salvajismo.
Los blancos estaban siempre ocupados intimidando a los negros, inculcando en
ellos un sentimiento de inferioridad y de temor hacia sus amos. Recurriendo a
todas las formas de crueldad, los negros, tanto los libres como los esclavos (y
había muchos libres en algunos estados) fueron ¨puestos en su lugar¨.
Unas
pocas familias esclavistas ricas dominaban el Sur, mientras 4 millones de
esclavos negros hacían todo el trabajo. En el medio se hallaba una población de
blancos pobres que siempre era requerida para apoyar a sus patrones contra los
esclavos.
Para
terminar con esta abominación y concluir el trabajo comenzado en 1776, una
nueva revolución era necesaria, e incluso una sangrienta guerra civil. Hizo
falta gran coraje y determinación. El nombre de Abraham Lincoln siempre tendrá
un lugar de honor en los anales de la larga lucha por la democracia. En el
curso de este conflicto, él creció en estatura como hombre y como líder. La
iniciativa para ese épico combate, no obstante, vino desde abajo, de los
militantes abolicionistas y de los mismos esclavos. Un movimiento que comenzó
como una pequeña minoría, rechazada por “extremista” y “subversiva”, resistida
por las “corrientes moderadas” triunfó, mediante su esfuerzo heroico, y puso a
Norteamérica patas arriba.
Existía
una tendencia antiesclavista militante que utilizaba métodos revolucionarios
para libertar a los esclavos. La lucha entre esclavistas y abolicionistas se
convirtió en guerra civil abierta en 1856, cuando John Brown condujo sus
fuerzas de militantes abolicionistas a Kansas para enfrentar a los esclavistas.
En octubre de 1859, John Brown al mando de 18 hombres armados, de los cuales
cuatro eran negros, tomó el Arsenal Federal del Embarcadero de Harper, en
Virginia. La incursión fracasó y el coronel Robert E. Lee, futuro comandante de
las fuerzas Confederadas, lideró un destacamento de marines que capturó a John
Brown. En medio de una atmósfera de linchamiento, Brown fue sentenciado a
muerte por ahorcamiento, la sentencia se cumplió en diciembre de 1859.
La
derrota del Sur -ese bastión de la reacción latifundista- y la emancipación de
los esclavos fue indudablemente una tarea progresista, una tarea que se fusionó
imperceptiblemente con una guerra de emancipación de los esclavos negros. Pero
la burguesía la frenó buscando un compromiso hasta el último momento, cuando el
primer cañonazo fue lanzado en Fort Sumter el 12 de abril de 1861. Fue la
presión de los militantes antiesclavistas, de la clase trabajadora y la clase
media baja lo que forzó al Norte a entrar en acción. Los obreros de la Unión
estaban preparados para sacrificar sus vidas en esta causa. Y los trabajadores
de Europa instintivamente lo entendieron y tomaron una posición verdaderamente
internacionalista en relación con la Guerra Civil -la segunda revolución
norteamericana.
Como
cualquier otro conflicto serio, en el fondo la Guerra Civil norteamericana fue
una lucha de clases. Los manufactureros del Norte necesariamente tenían que
entrar en pugna con las clases terratenientes del Sur. El conflicto de
intereses entre ambos se extendió por sesenta años y finalmente terminó en una
guerra civil. De todas maneras el aborrecimiento mutuo entre los capitalistas
norteños y los esclavistas del Sur, basado en lo económico, era solamente la
mitad del asunto. Existía también un genuino sentimiento de indignación moral
entre los sectores de la clase obrera norteña y de la clase media contra el
flagelo de la esclavitud. La ejecución de John Brown puso el asunto en un
primer plano. La masas antiesclavistas se unificaron y hubo muchas
manifestaciones en el Norte. Fue esa agitación de masas la que llevó, en los
años siguientes, a la elección de Abraham Lincoln como presidente.
La
burguesía industrial del Norte deseaba consolidar su poder mediante la
destrucción del anticuado sistema esclavista del Sur. Y así satisfacer sus
intereses. Pero no continuaron la tarea con entusiasmo. Por el contrario, una
parte significativa de los capitalistas norteños había estado buscado un
compromiso con los reaccionarios sudistas. Temían una guerra que perjudicara el
movimiento comercial y preferían limitar el conflicto a una serie de maniobras
parlamentarias, como el “compromiso de Missouri”. Pero la lógica de la
situación hizo imposible cualquier compromiso, y esas intrigas parlamentarias y
luchas políticas culminaron en la guerra civil que la burguesía había esperado
evitar.
Al
principio, cuando Carolina del Sur y otros diez estados esclavistas declararon
que ya no seguirían formando parte de la Unión, la prioridad de Lincoln fue
impedir esta secesión. En vano se esforzó por asegurarles a los esclavistas que
su gobierno se proponía “no interferir con la continuidad de la esclavitud en
los estados en los que esa institución exista”. Lincoln sólo estaba exponiendo
la posición de una importante fracción de la burguesía norteña que buscaba
evitar un conflicto con el Sur. Para el final de esta terrible contienda
Lincoln ya no sería el mismo hombre que al comienzo.
Partiendo
de un mero forcejeo político para preservar la Unión, la Guerra Civil se
convirtió inexorablemente una guerra revolucionaria contra la esclavitud.
Para
emprender la guerra contra los esclavistas del Sur, Abraham Lincoln buscó el
apoyo de las masas de trabajadores y pequeños granjeros norteamericanos.
Después de alguna duda inicial (temía perder el apoyo de los cuatro estados
límites: Delaware, Kentucky, Maryland y Missouri, donde la esclavitud aún
existía), aceptó el reclutamiento de soldados negros en el ejército de la
Unión. También adoptó abiertamente la causa de los trabajadores, haciendo
comentarios que hoy en día lo harían automáticamente sospechoso de subversivo y
comunista. Él dijo, entre otras cosas: ¨Todos los que perjudiquen al que
trabaja, traicionan a Norteamérica. No debe hacerse ninguna diferencia entre
estos dos términos. Si alguien dice que ama a Norteamérica, pero odia al
trabajador, es un mentiroso. Si un hombre te dice que confía en Norteamérica,
pero le teme al que trabaja, está loco.”
También
defendía el derecho de huelga como un derecho democrático de los trabajadores:
“Me agrada observar que un sistema de trabajo prospera donde los trabajadores
pueden declararse en huelga siempre que quieren…Prefiero el sistema que permite
al hombre parar cuando quiera y deseo que ese sistema pueda prosperar en todas
partes.”
Los
trabajadores del Norte ingresaron con entusiasmo en la lucha. Muchos sindicatos
locales se disolvieron durante el conflicto, ya que frecuentemente su fuerza
laboral completa estaba empleada en la guerra. En el conflicto entre el
capitalismo industrial del Norte y el feudalismo y la esclavitud sureños,
estaba claro a qué lado apoyarían los marxistas. Los sindicalistas
norteamericanos también jugaron un rol decisivo en la lucha contra la
esclavitud, como los trabajadores del Norte se alistaron en el ejército de la
Unión.
Después
de dos años de lucha sangrienta, el presidente Lincoln publicó su Proclama
de la Emancipación, que liberó a los esclavos en los estados que se enfrentaban
a la Unión. Más tarde los esclavos también fueron liberados en los estados
neutrales limítrofes. De un sólo golpe el dominio de los esclavistas fue
destruido. Eran cuatro millones de seres humanos que ya no serían mantenidos
bajo la esclavitud. La clase reaccionaria de los plantadores sureños fue
confiscada por valor de dos mil millones de dólares en propiedades, sin un sólo
centavo de compensación. Así, la expropiación de los tiranos y oligarcas no
tiene nada de “ajeno a Norteamérica”, ya que fue llevada a cabo en 1776 y
nuevamente en 1865. Los Estados Unidos establecieron en su nacimiento un acta
de expropiación revolucionaria. De la misma forma los EEUU socialistas
establecerán en el futuro la expropiación de las posesiones de los grandes
bancos y corporaciones que ejercen hoy su dictadura sobre las personas y que
han transformado a la democracia en una palabra vacía.
En
esa guerra contra las fuerzas de la reacción, la Asociación Internacional
de los Trabajadores (la Primera Internacional) se puso inequívocamente del
lado del Norte contra el Sur. Generalmente no se conoce que Karl Marx escribió
una carta a Abraham Lincoln en nombre de la Internacional, expresándole
admiración y apoyo en su lucha contra la esclavitud. De esta manera, en ese
momento decisivo en la historia norteamericana, el marxismo estuvo hombro con
hombro con el pueblo norteamericano, y no sólo con palabras. Los miembros de la
Internacional lucharon en las filas del ejército de la Unión, y cumplieron de
esta manera con su deber internacionalista. Revolucionarios de la clase trabajadora
como Anneke y Weydemeyer, este último íntimo amigo de Marx- sirvieron con
distinción en las filas del ejército de la Unión.
Al comienzo de la Guerra Civil existía un monto considerable de capital británico invertido en empresas norteamericanas, incluyendo vías férreas, bancos, carbón, madereras y tierras. Mientras la clase dominante británica simpatizaba abiertamente con los esclavistas de la Confederación, el pueblo trabajador británico apoyó de todo corazón a la Unión. Esto es bastante notable si consideramos que la Guerra Civil en Norteamérica obstaculizó muy seriamente el comercio de algodón y causó una depresión en las fábricas algodoneras de Lancashire y un terrible desempleo y sufrimiento para los trabajadores.
De
cómo el capitalismo traicionó a la población negra
La
segunda revolución norteamericana fue un importante paso adelante, pero nunca
cumplió con sus promesas a la población negra. Los verdaderos ganadores de la
Guerra Civil fueron los capitalistas del Norte que abrieron nuevos mercados y
obtuvieron un gigantesco aporte de baratísima mano de obra adicional. Cerca de
siglo y medio después de la abolición de la esclavitud en los EEUU, estamos muy
lejos de observar una igualdad genuina para todos, sin importar raza, color o
sexo. Pese al importante número de avances conseguidos mediante la lucha de la
población negra en la década de 1960, su posición social continúa siendo de
clara desventaja. Michael Moore señala que en los EEUU de hoy:
- Cerca del 20% de los jóvenes negros entre los 16 y 24 años no están
escolarizados ni tienen empleo –comparados con sólo el 9% de los jóvenes
blancos. En los últimos diez años, durante el “boom económico” de los noventa,
ese porcentaje no ha bajado significativamente.
- En 1993, los hogares blancos han destinado cerca de tres veces más dinero a la compra de mercancías, a la obra social y al seguro que las familias negras. Desde entonces, los artículos han más que duplicado su precio.
- Los pacientes negros con ataque al corazón, sin importar la raza de sus doctores,
son destinados a recibir cateterismo cardiaco (un procedimiento común que puede
salvarles la vida) con mucha menos frecuencia que los blancos. Doctores negros
y blancos juntos derivan pacientes blancos para cateterismo cerca del 40% más
frecuentemente que a los pacientes negros.
- Los blancos accidentados reciben tratamientos de emergencia con una frecuencia
cinco veces mayor que los negros.
- Las mujeres negras están cuatro veces más expuestas que las blancas a morir
durante el parto.
- El
nivel de desempleo es de aproximadamente el doble que el de los blancos desde
1954.
- En los primeros nueve meses de 2002, los desempleados estadounidenses han crecido a un promedio de 5,7%, comparados con los primeros nueve meses del 2000, cuando promediaban un 4%. Cerca de 2,5 millones más de trabajadores desempleados que en el 2000. Pero el crecimiento del desempleo para los afroamericanos fue un 60% mayor que para el trabajador promedio. Unos 400.000 más que en el 2000 están ahora sin trabajo, un crecimiento de 30% en dos años.
El
capitalismo ha incumplido con todos, a excepción de una reducida minoría que
posee y controla los medios de producción y maneja el país y a sus gobernantes
como si fueran su propiedad privada. Pero los mayores perdedores son el veinte
por ciento más pobre, y entre ellos la gran mayoría es población negra y
latina. Pese a los intentos de ocultar esta situación mediante el simbólico
cupo que permite a un puñado de negros privilegiados como Colin Powell figurar
prominentemente en la escena, la posición de la gran mayoría de clase obrera y
de los negros pobres no ha mejorado sustancialmente.
La
conclusión es clara. La única forma de eliminar el racismo es arrancándolo de
raíz. Los esclavos negros en un principio fueron introducidos en los EEUU como
una forma de trabajo barato, al servicio de los ricos plantadores sureños. Como
resultado de la segunda revolución norteamericana, fueron declarados
formalmente libres. Pero permanecen como mano de obra barata a disposición de
las grandes empresas.
La
relación entre racismo y capitalismo fue claramente entendida por Malcolm X y
los Panteras Negras que intentaron organizarse en líneas de clase y vincular la
lucha de las personas negras por progresar con la lucha general de la clase
obrera norteamericana. Eso representaba una amenaza mortal al poder establecido
que ha prosperado durante mucho tiempo con la política del divide y vencerás.
Este es el por qué los Panteras Negras fueron combatidos y brutalmente
perseguidos y asesinados.
Los
marxistas consideran que los principios básicos de la revolución norteamericana
representan un gran avance histórico, pero también consideran que la única
forma de revitalizar esos grandes principios es terminando con el dominio de
los grandes bancos y de los monopolios que ejercen una dictadura sobre el
pueblo y han transformado la idea de democracia en una cáscara vacía. La
supresión de la dictadura de las grandes empresas demanda de la máxima unidad
en la lucha de todos los trabajadores –negros y blancos, nativos e irlandeses,
hispanos y judíos, de cuello blanco y descamisados, hombres y mujeres, viejos y
jóvenes. No hacemos distinción en torno al color, sexo o credo. Es necesario
unir a todos los oprimidos, relegados y explotados bajo la bandera del
movimiento obrero y el socialismo.
En
la base de una genuina sociedad socialista –que no tiene nada que ver con
dictaduras ni totalitarismos– la idea de los Derechos del Hombre y la Mujer
dejará de ser una frase vacía y se convertirá en una realidad. No sólo los
derechos ¨a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad¨, sino una
genuina autonomía para desarrollar el potencial del ser humano al máximo –ese
es el significado del socialismo.
“Envíennos
sus masas rebeldes”
La
llegada de los Padres Peregrinos (the Pilgrim Fathers) fue el primer flujo
hacia Norteamérica de personas que escapaban de una revolución derrotada, pero
no fue el último. En los dos últimos siglos se observó el siguiente fenómeno:
después de cada fracaso de una revolución en Europa, hubo una gran afluencia de
refugiados a Norteamérica. Un rico mosaico de pueblos se fundieron para formar
la moderna nación norteamericana que se conformó principalmente con exiliados
polacos, húngaros, alemanes, italianos, rusos, judíos e irlandeses, con la
mezcla de los descendientes de esclavos africanos y más recientemente,
latinoamericanos.
¿De
dónde provenían esas personas? Si dejamos de lado a los norteamericanos nativos
y a los millones de esclavos negros, que fueron traídos por la fuerza desde sus
tierras y embarcados hasta las plantaciones del Sur, y consideramos que los
inmigrantes europeos del siglo XIX formaron el corazón de la población de los
EEUU, la gran mayoría era, como los peregrinos, refugiados políticos huyendo de
alguna ofensiva contrarrevolucionaria u opresión nacional. La derrota de los
levantamientos polacos de 1830 y 1863, el fracaso de la revolución alemana de
1848, la persecución de los judíos y revolucionarios por el zarismo ruso, la
derrota de los numerosos levantamientos del pueblo irlandés contra sus opresores
británicos –todas estos hechos crearon un constante flujo de material humano
hacia Norteamérica que hizo que sea lo que es hoy en día.
Para
conquistar el vasto espacio abierto de Norteamérica, despejar los densos
bosques y enfrentar los peligros innumerables de un ambiente salvaje y hostil
se requería de un tipo de gente especial, motivado por un tipo de espíritu
especial. La conquista del oeste, que fue una terrible tragedia para los
pueblos nativos considerados como un obstáculo a ser eliminado, significó sin
dudas un desarrollo históricamente progresivo. Los norteamericanos se refieren
orgullosamente al espíritu pionero que la hizo posible. ¿Pero de dónde vino ese
espíritu?
Si
examinamos este asunto con detención, de inmediato se vuelve evidente que esos
pioneros heroicos que se lanzaron con semejante energía a la exploración de
Norteamérica eran revolucionarios en todo sentido que, habiendo perdido la fe
en la posibilidad de cambiar el Viejo Mundo, buscaban comenzar una nueva vida
en el Nuevo. La misma energía y coraje con los que lucharon contra los
regímenes dominantes en Europa fueron apuntados hacia nuevos propósitos. Así,
el celebrado “espíritu pionero” norteamericano fue, en sentido amplio, el
producto de una sicología revolucionaria que simplemente buscó una salida
diferente.
Este
hecho fue previamente comprendido por el gran filósofo Hegel, cuando señaló que
si Francia hubiera poseído las praderas de Norteamérica, la Revolución francesa
nunca hubiera tenido lugar. Aquí también se encuentra la explicación histórica
para el famoso sueño americano, la idea de que es posible para cualquier
persona progresar sobre la base de la iniciativa individual y el trabajo. En el
período en que Norteamérica poseía vastas extensiones de tierras sin cultivar,
esta visión no carecía totalmente de fundamento. Las posibilidades
aparentemente ilimitadas tenían como consecuencia que la idea de revolución
estuviera subordinada y contenida. En lugar de lucha entre clases, allí existía
la lucha individual de hombres y mujeres contra la naturaleza, la incesante
lucha por domesticar el salvajismo y cultivar una parte de la madre tierra.
Este es el verdadero origen de esa traza de rudo individualismo que ha sido
considerada por largo tiempo como el ingrediente básico del “carácter
norteamericano”.
En
el siglo XIX, el famoso sociólogo e historiador francés Alexis de Tocqueville
escribió un muy conocido libro titulado “Democracy in America” (La democracia
en América), que desde entonces ha tenido la dimensión de un clásico. Su tesis
básica es que la democracia en los Estados Unidos tenía muy profundas raíces
porque las diferencias entre ricos y pobres eran relativamente pequeñas, y
palpablemente mucho menores que en Europa. También observó que los
norteamericanos ricos habían salido de la pobreza, y trabajando treparon en la
escala social. Cuando de Tocqueville escribió su libro, esto era verdad. Con la
excepción del Sur, donde la esclavitud continuaba dominando y existía una rica
aristocracia blanca, en la mayoría de los estados de la Unión se podía
encontrar un grado de igualdad considerable entre los ciudadanos. Por supuesto,
existían ricos y pobres. Pero aun los ciudadanos pobres sentían que era posible
progresar mediante un pequeño esfuerzo. Las divisiones de clases existían estaban
las llamadas “guerras de alambrados” (range wars) entre los grandes rancheros y
los pequeños propietarios que a veces tomaban un carácter violento. Pero en
general, durante las últimas décadas del siglo XIX, la lucha de clases
permaneció relativamente sin desarrollar.
Esto
tuvo ciertas consecuencias. Por ejemplo, durante largo tiempo el estado fue
relativamente débil, y Norteamérica no fue afectada por la pesada carga de
burocracia y militarismo que abrumó intensamente a la mayoría de las naciones
de Europa. De cualquier manera, todo esto comenzó a cambiar con el rápido
desarrollo del capitalismo industrial hacia fines del siglo XIX. El crecimiento
de los grandes consorcios (trust), la búsqueda de mercados y el comienzo de la
intromisión de Norteamérica en aventuras exteriores, comenzando con la Guerra
contra España por Cuba entre 1892 y 1898, marcó la inexorable transformación de
los EEUU en un país dominado por los gigantescos monopolios y en el más
poderoso estado imperialista que el mundo jamás haya visto.
PUNTO Y APARTE
Foster the People - pumped up kicks
Radiohead - Creep ( EN CASTELLANO )
Spandau Ballet - True
The Romantics - Talking In Your Sleep
Duran Duran - Ordinary World
Soul Asylum - Runaway Train
Phil Collins - Against all Odds
The Eagles - Hotel California ( Castellano)
Toto - Africa
Baltimora - Tarzan Boy
Lenny Kravitz - Again
Foster The People - Pumped Up Kicks (version en español)
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