domingo, 17 de marzo de 2019

ALBERT CAMUS : PERIODISMO CRÍTICO

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Lecciones de Albert Camus para la prensa de hoy

Por Mar Abad

En los artículos de prensa que escribió Albert Camus hay muchas respuestas a los problemas que afrontan hoy los medios de comunicación. María Santos-Sainz lo descubrió cuando empezó buscando los editoriales del escritor y acabó leyendo toda su obra periodística. «Para mí ha sido un descubrimiento. Me di cuenta de que nadie había reflexionado sobre lo que dijo sobre el periodismo y pensé que eso merecía ser contado», indica la profesora de Periodismo en la Universidad Bordeaux Montaigne de Francia.

En los editoriales que Camus fue escribiendo en los años 40 dejó, sin proponérselo, «un manifiesto del periodismo crítico». Así lo cree Santos-Sainz, quien asegura que el argelinofrancés «construyó una verdadera teoría del periodismo». Y de esos textos hoy se puede «elaborar una especie de nueva ética del periodismo», como dijo Jean Daniel, el fundador de Le Nouvel Observateur.

Camus hablaba de unos conceptos que hoy, y siempre, deberían estar en las mesas de redacción:

·        - Autocrítica permanente
·         -Responsabilidad social
·         -Buen uso del lenguaje y de la verdad

Camus creía que «uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen». Pero para que esto ocurra es imprescindible tener independencia económica, un asunto que a día de hoy sigue sin estar resuelto. Albert Camus lo intentó en Combat, un periódico sin mecenas, ni subvenciones, ni publicidad. Lo rechazaron todo. Querían vivir sólo de sus lectores pero no pudo ser. Ese modelo económico fracasó y Camus se despidió así:

«Hay diversas maneras de hacer fortuna en el periodismo. Huelga decir que nosotros entramos pobres en este diario y salimos también pobres. Nuestra sola riqueza residió siempre en el respeto que tenemos por nuestros lectores» (Combat, 3 de junio de 1947)

Camus y algunos compañeros habían fundado este periódico en Francia, tres años antes, cuando aún caían las bombas de la Segunda Guerra Mundial. Apoyaban a la Resistencia francesa frente a la invasión alemana. En uno de sus primeros editoriales, titulado ‘Crítica de la nueva prensa’, el periodista, ilusionado, escribió:

«Pensábamos entonces que un país vale a menudo lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos, desde nuestro puesto y en nuestra humilde medida, a elevar este país elevando su lenguaje» (Combat, 31 de agosto de 1944)

La periodista María Santos-Sainz cuenta en su libro Albert Camus, periodista, de Libros.com, que la figura del periodista comprometido apareció en Francia a finales del XIX. Emile Zola fue uno de los primeros, cuando el 13 de enero de 1898 publicó en L’Aurore una carta abierta al presidente del país titulada Yo acuso en defensa del capitán Dreyfus.

Pero fueron los periodistas de entreguerras los que tomaron el asunto más en serio. «Esta generación, con Albert Camus a la cabeza, toma del compromiso un modelo de periodismo en el que, como subraya el mismo Camus: ‘El amor a la verdad no impide tomar posición’», relata la autora.

Este periodista enamorado del teatro decía también que «la objetividad no es neutralidad». Y eso le hacía ser un defensor vehemente de un periodismo de ideas y un periodismo crítico, de la verdad ante todo, de puntos de vista y comentarios honestos para que el lector pueda formarse su propia opinión, según Santos-Sainz.

El ensayista, que de pequeño descubrió su amor por la lectura en una biblioteca donde le llevó su abuela, describió así la figura del periodista:

«Es, de entrada, un hombre al que se atribuyen ideas. Luego es alguien encargado de informar al público sobre los acontecimientos de la víspera, un historiador de la realidad diaria cuya primera preocupación es la verdad».

Camus atribuía su compromiso periodístico a la moral. Por eso hoy la figura de este autor encarna, en palabras de Santos-Sainz, «un periodismo como contrapoder en democracias amenazadas por la connivencia de las élites periodísticas, políticas y económicas, y por el control de los medios por parte de grupos industriales».

Y por eso hoy es tan actual y tan necesario como lo fue en su época. «Camus dijo el siglo XX fue el siglo del miedo. El XXI sigue siéndolo. Hoy en nombre del miedo y la seguridad nos están amordazando», propone la doctora en Ciencias de la Información. «Tenemos que tomarle el relevo para contar realmente lo que está pasando. Todo lo que dijo no ha envejecido ni un ápice. La historia ha acabado dándole la razón».

Desde que empezó a trabajar en un periódico de Argelia, Alger Républicain, se propuso «dar voz a los sin voz». El joven que entonces tenía 25 años fue a visitar uno de los barrios más pobres del país norteafricano. Quería ver con sus propios ojos lo que ocurría allí. Estuvo diez días viajando en autobús y a pie, y a su vuelta escribió una serie de reportajes llamada ‘Miseria de la Cabilia’. Fueron sus primeras piezas de periodismo de investigación y lo que se considera hoy, según Santos-Sainz, un periodismo ciudadano, un periodismo moral, un periodismo de intencionalidad que pretende llamar la atención sobre lo que se considera injusto. «Fue uno de los primeros periodistas de investigación y fue pionero en denunciar las consecuencias del capitalismo», comenta la autora en un café de Madrid.
Denunciar los bajos fondos de su país lo convirtió en un ‘periodista crítico’. Camus no tenía miedo a relatar las mezquindades del gobierno ni la desidia de los políticos. El 24 de diciembre de 1939 publicó un reportaje desolador en Alger Républicain sobre una sesión municipal. Los políticos estaban terriblemente aburridos.

«Monsieur Leclerc, durante este tiempo, continúa su informe mientras las conversaciones aumentan de tono. Mondieur Salles hace cada vez más ruido con las hojas de su enorme registro. Monsieur Rozis le llama la atención. Y Monsieur Salles, ofendido, firma aún más papeles. Monsieur Leclerc para su discurso para tomar una pastilla. Monsieur Dumond sigue dibujando, con tanto ahínco que termina por contagiar a su vecino, Monsieur Peisson, quien se pone a morder a conciencia una original cabeza de avestruz. Monsieur Salles, al acabar de firmar, empieza a subrayar. Luego, aburrido, juega con el lápiz entre los dedos y, cuando vuelve a cansarse, se pone a dibujar»

Claro que esto les pasó a aquellos messieurs porque no tenían el Frozen Free Fall. Celia Villalobos, en cambio, lo pasaba en grande con este videojuego, en su mesa de vicepresidenta del Congreso, durante el debate del estado de la nación celebrado en febrero de 2015.

Villalobos ni siquiera pidió disculpas. A Camus, en cambio, lo declararon persona non grata en Argel. Desde entonces no volvió a encontrar un empleo y, finalmente, en marzo de 1940, emigró a París, la ciudad gris que lo acogió y, a la vez, le robó su amado sol de infancia.



Silencio

Cuenta María Santos-Sainz que el talento literario y la moralidad de Camus se forjaron en el silencio del pequeño apartamento donde creció. Allí vivía con su madre, una mujer que no sabía leer ni escribir y limpiaba otras casas para llevar algo de comer a la suya. Era una vivienda con letrinas en el rellano, sin agua corriente, ni luz eléctrica.

Ni su madre ni su abuela le animaron a estudiar. Al contrario. Le animaban a buscar un oficio para ganarse la vida dignamente y dejara de perder el tiempo con esos libros. Pero él insistió. Y acabó haciendo el camino más largo imaginable. El joven de 18 años que, al entregar un trabajo a su profesor en la Facultad de Letras de Argel, dijo: «Nadie a mi alrededor sabía leer. Tenga eso en cuenta», acabó recogiendo el Nobel de Literatura a los 44 años.

Camus nunca olvidó de dónde venía. Tres años después, en el coche que aplastó su vida contra un árbol, encontraron el manuscrito de su obra póstuma, El primer hombre. Ahí decía: «Mamá. La verdad es que pese a todo mi amor, yo no pude vivir con esa paciencia ciega, sin frases, sin proyectos. No pude vivir su vida ignorante. Y anduve por el mundo, construí, creé».

«Fiel a los suyos, Camus se convertirá en el verbo de los seres sin voz, de todos aquellos condenados al silencio, al mutismo obligado, privados de la expresión», escribe Santos-Sainz en el libro que acaba de publicar sobre el también filósofo y dramaturgo. «Camus escucha más que habla y escribe las palabras de los que no las tienen. La escritura es su refugio y el altavoz de todos los olvidados y silenciados. Su lenguaje, su estilo, es eficaz, simple, claro, directo, desdeñando lo inútil, yendo a lo necesario, a lo esencial. Una prosa sobria para decir las cosas justas y verdaderas».

Esa precisión en el lenguaje era su propósito: «Usaré el mínimo de palabras para describir lo que veo», escribe en sus Diarios. Lo hace para que el significado sea más crudo, más punzante y mostrar con más claridad el absurdo de muchas situaciones que relata.

A Camus le entusiasmaba la ironía. Es una cualidad que deberían tener todos los periodistas, según escribió en ‘Manifiesto del periodista’ (Le Soir Républicain, en noviembre de 1939). Él la empleó siempre para burlar a los censores. Estos hombres grises podían meter tijera a su antojo pero no podían apagar la voz de los grandes clásicos. Un día, en un artículo del argelino Le Soir Républicain, Camus introdujo una frase atribuida a Calígula.

«Se juzga a los hombres por el uso que hacen de su poder. Es bien sabido que las almas inferiores tienen tendencia a abusar de las parcelas de poder que el azar o la estupidez les han confiado»

No sería el censor quien se atreviera a cortar la cabeza al emperador romano y la frase apareció publicada. Hoy, en cambio, «no hay suficientes dosis de ironía», según Santos-Sainz. «Muchos medios toman posiciones muy cercanas a los intereses del grupo político o económico que los financia».



El absurdo del mal

Camus no podía entender el mal. Aunque lo vio durante toda su vida. Especialmente, en las dos guerras mundiales y el nazismo. El escritor estaba perplejo ante tanta maldad. De ello habló en muchos editoriales y se anticipó, según Santos-Sainz, a las reflexiones que más tarde haría la filósofa alemana Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. Así lo relató el ensayista argelinofrancés en un discurso titulado ‘Defensa de la inteligencia’, de 1945:

«Durante cuatro años, en nuestra tierra, asistimos al ejercicio razonado de ese odio. Hombres como vosotros y como yo, que por la mañana acariciaban a los niños en el metro, se transformaban por la noche en meticulosos verdugos. Se convertían en funcionarios del odio y la tortura. Durante cuatro años, esos funcionarios sacaron adelante su administración: en ella se fabricaban pueblos de huérfanos y se disparaba contra los hombres en plena cara para que no fueran reconocidos, metían a pisotones los cadáveres de los niños en ataúdes demasiado pequeños para ellos, se torturaba al hermano delante de la hermana, se formaban cobardes y se destruían las almas más altivas».

Aun así Camus nunca perdió la esperanza y continuó «dando luz y voz a los olvidados», insiste la autora. «Este libro es una toma de conciencia. Debemos tenerle como faro, como vigía. Me gustaría que sirviera a los futuros periodistas. Que dejen los libros de texto y lean a los grandes maestros. Ellos siguen llamando a la reflexión y al debate».

Camus siempre siguió firme en sus principios. Y un día, pensando en la condición humana frente al absurdo del mundo, escribió en sus Diarios: «La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte absolutamente libre, de modo que tu mera existencia sea un acto de rebelión».



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