Lecciones de Albert Camus para la prensa de hoy
Por Mar Abad
En los artículos de prensa que
escribió Albert Camus hay muchas respuestas a los problemas que afrontan hoy
los medios de comunicación. María Santos-Sainz lo descubrió cuando empezó
buscando los editoriales del escritor y acabó leyendo toda su obra
periodística. «Para mí ha sido un descubrimiento. Me di cuenta de que nadie
había reflexionado sobre lo que dijo sobre el periodismo y pensé que eso
merecía ser contado», indica la profesora de Periodismo en la Universidad
Bordeaux Montaigne de Francia.
En los editoriales que Camus fue
escribiendo en los años 40 dejó, sin proponérselo, «un manifiesto del
periodismo crítico». Así lo cree Santos-Sainz, quien asegura que el
argelinofrancés «construyó una verdadera teoría del periodismo». Y de esos
textos hoy se puede «elaborar una especie de nueva ética del periodismo», como
dijo Jean Daniel, el fundador de Le Nouvel Observateur.
Camus hablaba de unos conceptos
que hoy, y siempre, deberían estar en las mesas de redacción:
· - Autocrítica permanente
· -Responsabilidad social
· -Buen uso del lenguaje y de la verdad
Camus creía que «uno no puede
ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la
padecen». Pero para que esto ocurra es imprescindible tener independencia
económica, un asunto que a día de hoy sigue sin estar resuelto. Albert Camus lo
intentó en Combat, un periódico sin mecenas, ni subvenciones, ni publicidad. Lo
rechazaron todo. Querían vivir sólo de sus lectores pero no pudo ser. Ese
modelo económico fracasó y Camus se despidió así:
«Hay diversas maneras de hacer
fortuna en el periodismo. Huelga decir que nosotros entramos pobres en este
diario y salimos también pobres. Nuestra sola riqueza residió siempre en el
respeto que tenemos por nuestros lectores» (Combat, 3 de junio de 1947)
Camus y algunos compañeros habían
fundado este periódico en Francia, tres años antes, cuando aún caían las bombas
de la Segunda Guerra Mundial. Apoyaban a la Resistencia francesa frente a la
invasión alemana. En uno de sus primeros editoriales, titulado ‘Crítica de la
nueva prensa’, el periodista, ilusionado, escribió:
«Pensábamos entonces que un país
vale a menudo lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la
voz de una nación, estábamos decididos, desde nuestro puesto y en nuestra
humilde medida, a elevar este país elevando su lenguaje» (Combat, 31 de agosto
de 1944)
La periodista María Santos-Sainz
cuenta en su libro Albert Camus, periodista, de Libros.com, que la figura del
periodista comprometido apareció en Francia a finales del XIX. Emile Zola fue
uno de los primeros, cuando el 13 de enero de 1898 publicó en L’Aurore una
carta abierta al presidente del país titulada Yo acuso en defensa del capitán
Dreyfus.
Pero fueron los periodistas de
entreguerras los que tomaron el asunto más en serio. «Esta generación, con
Albert Camus a la cabeza, toma del compromiso un modelo de periodismo en el
que, como subraya el mismo Camus: ‘El amor a la verdad no impide tomar
posición’», relata la autora.
Este periodista enamorado del
teatro decía también que «la objetividad no es neutralidad». Y eso le hacía ser
un defensor vehemente de un periodismo de ideas y un periodismo crítico, de la
verdad ante todo, de puntos de vista y comentarios honestos para que el lector
pueda formarse su propia opinión, según Santos-Sainz.
El ensayista, que de pequeño
descubrió su amor por la lectura en una biblioteca donde le llevó su abuela,
describió así la figura del periodista:
«Es, de entrada, un hombre al que
se atribuyen ideas. Luego es alguien encargado de informar al público sobre los
acontecimientos de la víspera, un historiador de la realidad diaria cuya primera
preocupación es la verdad».
Camus atribuía su compromiso periodístico
a la moral. Por eso hoy la figura de este autor encarna, en palabras de
Santos-Sainz, «un periodismo como contrapoder en democracias amenazadas por la
connivencia de las élites periodísticas, políticas y económicas, y por el
control de los medios por parte de grupos industriales».
Y por eso hoy es tan actual y tan
necesario como lo fue en su época. «Camus dijo el siglo XX fue el siglo del
miedo. El XXI sigue siéndolo. Hoy en nombre del miedo y la seguridad nos están
amordazando», propone la doctora en Ciencias de la Información. «Tenemos que
tomarle el relevo para contar realmente lo que está pasando. Todo lo que dijo
no ha envejecido ni un ápice. La historia ha acabado dándole la razón».
Desde que empezó a trabajar en un
periódico de Argelia, Alger Républicain, se propuso «dar voz a los sin voz». El
joven que entonces tenía 25 años fue a visitar uno de los barrios más pobres
del país norteafricano. Quería ver con sus propios ojos lo que ocurría allí.
Estuvo diez días viajando en autobús y a pie, y a su vuelta escribió una serie
de reportajes llamada ‘Miseria de la Cabilia’. Fueron sus primeras piezas de
periodismo de investigación y lo que se considera hoy, según Santos-Sainz, un
periodismo ciudadano, un periodismo moral, un periodismo de intencionalidad que
pretende llamar la atención sobre lo que se considera injusto. «Fue uno de los
primeros periodistas de investigación y fue pionero en denunciar las
consecuencias del capitalismo», comenta la autora en un café de Madrid.
Denunciar los bajos fondos de su
país lo convirtió en un ‘periodista crítico’. Camus no tenía miedo a relatar
las mezquindades del gobierno ni la desidia de los políticos. El 24 de
diciembre de 1939 publicó un reportaje desolador en Alger Républicain sobre una
sesión municipal. Los políticos estaban terriblemente aburridos.
«Monsieur Leclerc, durante este
tiempo, continúa su informe mientras las conversaciones aumentan de tono.
Mondieur Salles hace cada vez más ruido con las hojas de su enorme registro.
Monsieur Rozis le llama la atención. Y Monsieur Salles, ofendido, firma aún más
papeles. Monsieur Leclerc para su discurso para tomar una pastilla. Monsieur
Dumond sigue dibujando, con tanto ahínco que termina por contagiar a su vecino,
Monsieur Peisson, quien se pone a morder a conciencia una original cabeza de
avestruz. Monsieur Salles, al acabar de firmar, empieza a subrayar. Luego,
aburrido, juega con el lápiz entre los dedos y, cuando vuelve a cansarse, se
pone a dibujar»
Claro que esto les pasó a
aquellos messieurs porque no tenían el Frozen Free Fall. Celia Villalobos, en
cambio, lo pasaba en grande con este videojuego, en su mesa de vicepresidenta
del Congreso, durante el debate del estado de la nación celebrado en febrero de
2015.
Villalobos ni siquiera pidió
disculpas. A Camus, en cambio, lo declararon persona non grata en Argel. Desde
entonces no volvió a encontrar un empleo y, finalmente, en marzo de 1940,
emigró a París, la ciudad gris que lo acogió y, a la vez, le robó su amado sol
de infancia.
Silencio
Cuenta María Santos-Sainz que el
talento literario y la moralidad de Camus se forjaron en el silencio del
pequeño apartamento donde creció. Allí vivía con su madre, una mujer que no
sabía leer ni escribir y limpiaba otras casas para llevar algo de comer a la
suya. Era una vivienda con letrinas en el rellano, sin agua corriente, ni luz
eléctrica.
Ni su madre ni su abuela le
animaron a estudiar. Al contrario. Le animaban a buscar un oficio para ganarse
la vida dignamente y dejara de perder el tiempo con esos libros. Pero él
insistió. Y acabó haciendo el camino más largo imaginable. El joven de 18 años
que, al entregar un trabajo a su profesor en la Facultad de Letras de Argel,
dijo: «Nadie a mi alrededor sabía leer. Tenga eso en cuenta», acabó recogiendo
el Nobel de Literatura a los 44 años.
Camus nunca olvidó de dónde
venía. Tres años después, en el coche que aplastó su vida contra un árbol,
encontraron el manuscrito de su obra póstuma, El primer hombre. Ahí decía:
«Mamá. La verdad es que pese a todo mi amor, yo no pude vivir con esa paciencia
ciega, sin frases, sin proyectos. No pude vivir su vida ignorante. Y anduve por
el mundo, construí, creé».
«Fiel a los suyos, Camus se
convertirá en el verbo de los seres sin voz, de todos aquellos condenados al
silencio, al mutismo obligado, privados de la expresión», escribe Santos-Sainz
en el libro que acaba de publicar sobre el también filósofo y dramaturgo.
«Camus escucha más que habla y escribe las palabras de los que no las tienen.
La escritura es su refugio y el altavoz de todos los olvidados y silenciados.
Su lenguaje, su estilo, es eficaz, simple, claro, directo, desdeñando lo
inútil, yendo a lo necesario, a lo esencial. Una prosa sobria para decir las
cosas justas y verdaderas».
Esa precisión en el lenguaje era
su propósito: «Usaré el mínimo de palabras para describir lo que veo», escribe
en sus Diarios. Lo hace para que el significado sea más crudo, más punzante y
mostrar con más claridad el absurdo de muchas situaciones que relata.
A Camus le entusiasmaba la
ironía. Es una cualidad que deberían tener todos los periodistas, según
escribió en ‘Manifiesto del periodista’ (Le Soir Républicain, en noviembre de
1939). Él la empleó siempre para burlar a los censores. Estos hombres grises
podían meter tijera a su antojo pero no podían apagar la voz de los grandes
clásicos. Un día, en un artículo del argelino Le Soir Républicain, Camus
introdujo una frase atribuida a Calígula.
«Se juzga a los hombres por el
uso que hacen de su poder. Es bien sabido que las almas inferiores tienen
tendencia a abusar de las parcelas de poder que el azar o la estupidez les han
confiado»
No sería el censor quien se
atreviera a cortar la cabeza al emperador romano y la frase apareció publicada.
Hoy, en cambio, «no hay suficientes dosis de ironía», según Santos-Sainz.
«Muchos medios toman posiciones muy cercanas a los intereses del grupo político
o económico que los financia».
El absurdo del mal
Camus no podía entender el mal.
Aunque lo vio durante toda su vida. Especialmente, en las dos guerras mundiales
y el nazismo. El escritor estaba perplejo ante tanta maldad. De ello habló en
muchos editoriales y se anticipó, según Santos-Sainz, a las reflexiones que más
tarde haría la filósofa alemana Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. Así
lo relató el ensayista argelinofrancés en un discurso titulado ‘Defensa de la
inteligencia’, de 1945:
«Durante cuatro años, en nuestra
tierra, asistimos al ejercicio razonado de ese odio. Hombres como vosotros y
como yo, que por la mañana acariciaban a los niños en el metro, se
transformaban por la noche en meticulosos verdugos. Se convertían en
funcionarios del odio y la tortura. Durante cuatro años, esos funcionarios
sacaron adelante su administración: en ella se fabricaban pueblos de huérfanos
y se disparaba contra los hombres en plena cara para que no fueran reconocidos,
metían a pisotones los cadáveres de los niños en ataúdes demasiado pequeños
para ellos, se torturaba al hermano delante de la hermana, se formaban cobardes
y se destruían las almas más altivas».
Aun así Camus nunca perdió la
esperanza y continuó «dando luz y voz a los olvidados», insiste la autora.
«Este libro es una toma de conciencia. Debemos tenerle como faro, como vigía.
Me gustaría que sirviera a los futuros periodistas. Que dejen los libros de
texto y lean a los grandes maestros. Ellos siguen llamando a la reflexión y al
debate».
Camus siempre siguió firme en sus
principios. Y un día, pensando en la condición humana frente al absurdo del
mundo, escribió en sus Diarios: «La única manera de lidiar con este mundo sin
libertad es volverte absolutamente libre, de modo que tu mera existencia sea un
acto de rebelión».
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