domingo, 3 de junio de 2018

NOAM CHOMSKY : SOBRE EL TERRORISMO,AMÉRICA LATINA Y ASIA

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¿ES POSIBLE GANAR LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO?


            Basado en entrevistas concedidas a Kevin Canfield del Hartford Courant, 20 de septiembre de 2001 y David Barsamian, 21 de septiembre de 2001.

            P: ¿Es posible ganar la llamada guerra de la nación contra el terrorismo? Si así fuera, ¿cómo? En caso contrario, ¿qué debería hacer la administración Bush para evitar ataques como los que golpearon a Nueva York y Washington?


            CHOMSKY: Si consideramos la pregunta con rigor, debemos reconocer que, en gran parte del mundo, Estados Unidos es visto como un conspicuo Estado terrorista. Y con sobrada razón. Debemos tener en cuenta, por ejemplo, que en 1986 Estados Unidos fue condenado por el Tribunal Internacional «por uso ilegal de la fuerza» (terrorismo internacional). Estados Unidos vetó la resolución del Consejo de Seguridad, que exigía a todos los Estados (se refería a Estados Unidos), respetar la ley internacional. Es sólo uno de innumerables ejemplos.

            Para mantenernos en el limitado margen de la pregunta —el terrorismo de otros dirigido contra nosotros—, sabemos muy bien cómo debería tratarse el problema, si queremos reducir la amenaza en vez de intensificarla. Cuando las bombas del IRA estallaban en Londres, nadie llamó a bombardear Belfast occidental ni Boston, fuentes de gran parte del apoyo financiero del IRA. En cambio, se dieron pasos para apresar a los criminales y se hicieron esfuerzos para negociar sobre lo que estaba detrás del origen del terror. Cuando voló un edificio federal en la ciudad de Oklahoma, hubo quien llamó a bombardear Oriente Medio y, tal vez, lo habrían hecho de haberse descubierto que los responsables estaban allí. Cuando se descubrió que era un ataque interno, ligado con las milicias ultraderechistas, nadie pidió que fueran borradas del mapa Idaho y Montana. Lo que se hizo fue buscar al criminal, encontrarlo, juzgarlo y sentenciarlo. Además se hicieron esfuerzos para comprender los agravios que yacían detrás de semejantes crímenes y para tratar de resolver los problemas. Casi cualquier delito —sea un robo callejero o atrocidades colosales— tiene razones y, en general, descubrimos que algunas de ellas son graves y deben ser consideradas.

            Hay medios adecuados y legales para proceder en caso de delitos, cualquiera sea su escala. Y existen precedentes. Un ejemplo claro es el que acabo de mencionar, uno que no puede desatar polémica alguna, en vista de la reacción de las más altas autoridades internacionales.

            En los años ochenta, Nicaragua fue sometida a un violento ataque por parte de Estados Unidos. Murieron decenas de miles de personas. El país fue prácticamente destruido. Es posible que no se recupere nunca. El ataque terrorista internacional estuvo acompañado por una guerra económica devastadora que, un pequeño país aislado por la venganza de una superpotencia cruel, no podía enfrentar, como han revelado en detalle los historiadores más ilustres de Nicaragua, Thomas Walker entre ellos. Los efectos fueron incluso mucho más graves que la tragedia de Nueva York el otro día. El ataque a Nicaragua no fue represalia por haber puesto bombas en Washington. Los nicaragüenses se presentaron ante el Tribunal Internacional, que falló a su favor, y ordenó a Estados Unidos desistir en su campaña y pagar importantes reparaciones. Estados Unidos desestimó despectivamente el fallo del Tribunal y respondió con una inmediata escalada de ataques. Nicaragua se dirigió entonces al Consejo de Seguridad, que consideró una resolución, pidiendo a los Estados respetar las leyes internacionales. Sólo Estados Unidos la vetó. Los nicaragüenses acudieron entonces a la Asamblea General, donde lograron una resolución semejante, aprobada con la oposición de Estados Unidos e Israel durante dos años consecutivos (en una ocasión se les unió El Salvador). Así es como debe proceder un Estado. Si Nicaragua hubiera sido suficientemente poderosa, podría haber abierto otro expediente criminal. Ésas son las medidas que Estados Unidos tendría que haber tomado y nadie se las habría bloqueado. Eso es lo que están pidiendo los pueblos de la región, incluidos sus aliados.

            Recuerde: los gobiernos de Oriente Próximo y el norte de África, lo mismo que el gobierno terrorista argelino —uno de los más sanguinarios de todos— estarían encantados de unirse a Estados Unidos para luchar contra las redes terroristas que los atacan. Ellos son los primeros blancos. Pero piden evidencias y quieren luchar dentro de un marco de mínimo respeto por las leyes internacionales. La postura de los egipcios es compleja. Son parte del sistema original que organizó las fuerzas islámicas radicales, en las cuales participaba la red de Bin Laden. Fueron sus primeras víctimas cuando fue asesinado Sadat y desde entonces las principales. Les gustaría acabar con él pero —dicen—, si se ofrece alguna evidencia de que esté involucrado en los ataques del 11-09. Siempre dentro del marco de la Carta de las Naciones Unidas y bajo el auspicio del Consejo de Seguridad.

            Ése es el camino que se debe seguir si la intención es reducir la probabilidad de mayores atrocidades. Hay otra vía: reaccionar con extrema violencia desencadenando una escalada de violencia, que conduzca a mayores atrocidades, como la que incita a la venganza. La dinámica es muy conocida.

            ¿Qué aspecto o aspectos de la historia no han contado los principales medios de comunicación? ¿Por qué sería importante examinarlos más a fondo?

            Hay varias preguntas fundamentales.

            Primero: ¿qué cursos de acción están abiertos para nosotros y cuáles serían sus probables consecuencias? Prácticamente no se ha discutido la opción de atenerse a la ley como han hecho otros países, por ejemplo Nicaragua, país que ya he mencionado (como es natural fracasó, pero nadie pondría obstáculos en el caso de Estados Unidos). O como hizo Inglaterra en el caso del IRA. Incluso como hizo Estados Unidos cuando descubrió que las bombas colocadas en la ciudad de Oklahoma eran de origen interno. Hay innumerables casos más.

            Hasta ahora, lo que ha habido es más bien un altisonante redoble de tambores llamando a la acción violenta, con escasas alusiones al hecho de que esa violencia, no sólo infligirá un tremendo castigo a víctimas del todo inocentes —muchas de ellas afganas, víctimas ya de los talibanes—, sino que provocará la respuesta de las más fervorosas plegarias de Bin Laden y su red.

            La segunda pregunta es: «¿por qué?». Esa pregunta nunca se formula con rigor.

            Negarse a enfrentar esa pregunta es optar por aumentar significativamente la probabilidad de mayores crímenes. Ha habido algunas excepciones. Como he dicho antes, hay que acreditar al Wall Street Journal haber estudiado las opiniones de los «musulmanes acaudalados», personas pro estadounidenses, pero muy críticas con la política de Estados Unidos en la zona, por razones conocidas para cualquiera que haya prestado alguna atención. En las calles el sentimiento es similar, aunque mucho más iracundo y enconado.

            La red de Bin Laden, propiamente dicha, tiene una categoría diferente. Durante veinte años sus acciones han causado graves daños a los pueblos pobres y oprimidos de la región, por quienes no se preocupan las redes terroristas. Pero, en esa reserva de rabia, miedo y desesperación, sí ruegan por una reacción violenta de Estados Unidos, que movilizará a otros a plegarse a su horrenda causa.

            Temas semejantes deberían ocupar las primeras planas… Al menos, si pretendemos reducir el ciclo de violencia en vez de aumentar su escalada.




. AMÉRICA LATINA DECLARA SU INDEPENDENCIA

6 DE SEPTIEMBRE DE 2006
Cinco siglos después de la conquista española Sudamérica está reafirmando su independencia. De Venezuela a Argentina, gran parte de la región se está alzando para despojarse de su herencia de dominación externa de los siglos anteriores y de las formas sociales crueles y destructivas que han contribuido a establecer.
Los mecanismos del control imperial —violencia y guerras económicas, que para América Latina no son un recuerdo lejano— están perdiendo su efectividad: señal del viraje hacia la independencia. Washington ahora se ve obligado a tolerar a gobiernos que en el pasado hubiesen provocado una intervención o represalias.
En toda la región un vibrante despliegue de movimientos populares proporciona las bases para una democracia con sentido. Las poblaciones indígenas, como si estuvieran redescubriendo su legado precolombino, son mucho más activas e influyentes, sobre todo en Bolivia y Ecuador.
Estos acontecimientos son, parcialmente, resultado de un fenómeno observado ya desde hace algunos años por especialistas y organizaciones de encuestas en América Latina: cuando los gobiernos electos se volvieron más formalmente democráticos los ciudadanos expresaron una creciente decepción por la forma en que funcionaba la democracia y su «falta de fe» en las instituciones democráticas. Han tratado de construir sistemas democráticos basados en la participación popular, más que en la élite y la dominación extranjera.
El politólogo argentino Atilio Borón ofrece una explicación convincente de la pérdida de fe en las instituciones democráticas existentes; observó que la nueva ola de democratización en América Latina coincidió con las «reformas» económicas ordenadas desde afuera, que socavan la democracia efectiva: el neoliberal «consenso de Washington», en el cual prácticamente todos los elementos debilitan la democracia, y que ha llevado, además, al desastre económico en América Latina, así como en otras regiones que siguieron con toda puntualidad las reglas.
Los conceptos de democracia y desarrollo están estrechamente relacionados en muchos respectos. Uno es que tienen un enemigo común: la pérdida de soberanía. En un mundo de estados-nación, por definición, una pérdida de soberanía conlleva una pérdida de democracia y una pérdida de capacidad para llevar a la práctica políticas sociales y económicas. Esto a su vez afecta el desarrollo, conclusión confirmada por siglos de historia económica.
El mismo registro histórico revela que la pérdida de soberanía invariablemente conduce a una liberalización impuesta, por supuesto en interés de aquellos que tienen el poder para imponer este régimen social y económico. En los últimos años al régimen impuesto suele llamárselo «neoliberalismo». El término no es muy bueno: el régimen socioeconómico no es nuevo, y no es liberal, al menos no como entendían el concepto los liberales clásicos.
En Estados Unidos la fe en las instituciones también ha ido declinando sin cesar, y con razón. Entre la opinión pública y la política pública se ha abierto un enorme abismo del que rara vez se habla, aunque la gente no puede dejar de notar que sus opciones políticas no son tomadas en cuenta.
Resulta instructivo comparar las recientes elecciones presidenciales en el país más rico del mundo y en el país más pobre de América del Sur: Bolivia.
Durante las elecciones presidenciales de 2004 en Estados Unidos los votantes tenían que elegir entre dos candidatos de los niveles más altos de las élites privilegiadas. Sus programas eran similares, congruentes con las necesidades de sus principales electores: la riqueza y el privilegio. Los estudios de opinión revelaron que, en una gran cantidad de temas fundamentales, ambos partidos —sobre todo la administración Bush— están muy a la derecha de la población general. En parte debido a esto se quitan los temas de la plataforma electoral. Pocos votantes conocían siquiera la postura de los candidatos respecto a ciertos asuntos. Los candidatos se empacan y venden como pasta dental, autos y drogas recreativas, y lo hacen las mismas industrias, dedicadas al fraude y al engaño.
En contraste, pensemos en Bolivia y la elección de Evo Morales en diciembre pasado (2005). Los votantes estaban familiarizados con los temas, muy reales e importantes, como el control nacional del gas natural y otros recursos, que tiene aplastante apoyo popular. Los derechos de los indígenas, los derechos de las mujeres, los derechos de la tierra y los derechos del agua están en el programa político, entre muchas otras cuestiones fundamentales que han sido el centro de una lucha constante por parte de las organizaciones populares. La población eligió a alguien de entre sus propias filas, no a un representante de sectores privilegiados cerrados. Fue una participación real, no el simple accionar de una palanca una vez cada tantos años.
La comparación, y no es la única, suscita algunas preguntas acerca de dónde son necesarios programas de «promoción de la democracia».
En el contexto de estos acontecimientos América Latina puede hacer frente a algunos de sus graves problemas internos. La región es conocida por la rapacidad de sus clases pudientes y su indiferencia a la responsabilidad social.
Estudios comparativos sobre el desarrollo económico latinoamericano y del este de Asia son reveladores en este sentido. América Latina tiene prácticamente el peor récord de desigualdad en el mundo, el este de Asia el mejor. Lo mismo puede decirse de la educación, la salud y el bienestar social en general. Las importaciones en América Latina son básicamente para consumo de los ricos; en el este asiático se dirigen a la inversión productiva. La fuga de capitales en América Latina se acerca al monto de la deuda… lo que sugiere una forma de superar esta abrumadora carga. En el este de Asia la fuga de capitales está firmemente controlada.
Las economías latinoamericanas han estado también más abiertas a la inversión extranjera que las asiáticas. Desde los años cincuenta las multinacionales extranjeras han controlado una proporción mucho mayor de la producción industrial en América Latina que en las historias de éxito del este asiático, según la Conferencia de Comercio y Desarrollo de la ONU. El Banco Mundial reportó que en América Latina la inversión extranjera y la privatización han tendido a sustituir otros flujos de capital, transfiriendo el control y enviando las utilidades al exterior, al revés que en el este de Asia.
Entre tanto, los nuevos programas socioeconómicos que están implantándose en América Latina están dando marcha atrás a patrones que se remontan a la conquista española, donde las élites y las economías están vinculadas a las potencias imperiales, pero no entre sí.

Claro está que este giro no es para nada bienvenido en Washington, por las razones de siempre: Estados Unidos ha esperado poder confiar en América Latina como base segura de recursos, mercados y oportunidades de inversión. Y, como han insistido los planificadores, si este hemisferio está fuera de control, ¿cómo puede Estados Unidos esperar resistir a las provocaciones en otras partes?



LAS ALTERNATIVAS PARA AMÉRICA

29 DE DICIEMBRE DE 2006
Este mes, la coincidencia de un nacimiento y una muerte marca una transición para América del Sur y, por cierto, también para el mundo.
El ex dictador chileno Augusto Pinochet murió al mismo tiempo que los dirigentes de algunas naciones sudamericanas concluían en Cochabamba, Bolivia, huéspedes del presidente de ese país, Evo Morales, una reunión cumbre cuyos participantes y orden del día representaban la antítesis de Pinochet y su época de estados neonazis de seguridad nacional —sostenidos y en ocasiones instalados por el amo del hemisferio—, de esa plaga de terror, tortura y salvajismo desencadenados que se extendió desde Argentina hasta Centroamérica.
En la Declaración de Cochabamba los presidentes y los enviados especiales de doce países acordaron estudiar la idea de formar una comunidad de proporciones continentales, semejante a la Unión Europea.
La declaración marca otra etapa en los pasos dados recientemente hacia la integración regional de América del Sur, quinientos años después de las conquistas europeas. El subcontinente, de Venezuela a Argentina, puede darle al mundo un ejemplo de la forma de crear una opción futura para un legado de imperio y de terror.
Estados Unidos ha dominado a la región desde hace mucho, recurriendo a dos métodos: la violencia y el estrangulamiento económico. En términos generales, los asuntos internacionales guardan una semejanza más que leve con la mafia. El Padrino no se toma las cosas a la ligera cuando lo hacen enojar, aunque se trate de un humilde tendero… cosa que saben muy bien los latinoamericanos.
Los intentos anteriores de independizarse fueron aplastados, en parte debido a la falta de cooperación regional. Sin ésta, las amenazas pueden manejarse una por una.
Para Estados Unidos el enemigo real ha sido siempre el nacionalismo independiente, en particular cuando amenaza convertirse en un «ejemplo contagioso», por usar la caracterización hecha por Henry Kissinger del socialismo democrático en Chile —curado de la infección el 9 de septiembre de 1973, de la manera antes descrita.
Entre los líderes de Cochabamba estaba la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Igual que Allende, es socialista y médico. También estuvo exiliada y fue prisionera política. Su padre fue un general que murió en prisión después de haber sido torturado.
En Cochabamba Morales y Hugo Chávez, presidente de Venezuela, celebraron una nueva empresa conjunta, un proyecto de separación de gas en Bolivia. Este tipo de cooperación fortalece el papel de la región como jugador prominente en la energía global. Venezuela ya es el único miembro latinoamericano de la OPEP, y posee las reservas probadas más grandes después del Medio Oriente. Chávez contempla la creación de Petroamérica, un sistema energético integrado como el que China está tratando de iniciar en Asia.
El nuevo presidente de Ecuador, Rafael Correa, propuso un enlace terrestre y fluvial desde la selva tropical del Amazonas, en Brasil, hasta la costa del Pacífico en Ecuador: un equivalente sudamericano del canal de Panamá. Entre otros proyectos prometedores está Telesur, un esfuerzo por romper el monopolio occidental de los medios. El presidente de Brasil, Lula da Silva, instó a sus homólogos a superar las diferencias históricas y unir al continente, por ardua que parezca la tarea.
La integración es una premisa para la genuina independencia. La historia colonial —España, Inglaterra, otras potencias europeas, Estados Unidos— no solamente dividió a los países entre sí, sino que también dejó en su seno una profunda división entre una reducida élite adinerada y una masa de personas empobrecidas.
La correlación con la raza es bastante estrecha. Habitualmente la élite adinerada era blanca, europea, occidentalizada, y los pobres eran nativos, indígenas, negros y mestizos. Las élites casi completamente blancas tenían poca interrelación con los demás países de la región, orientadas como estaban hacia el Occidente, y no hacia sus propias sociedades en el sur.
Debido a los nuevos acontecimientos sudamericanos, Estados Unidos se ha visto forzado a hacer ajustes en su política. Los gobiernos que ahora gozan de su apoyo —como el Brasil de Lula— pueden bien haber sido depuestos en el pasado, como ocurrió con el presidente de Brasil João Goulart, en un golpe respaldado por Estados Unidos en 1964.
Los principales controles económicos de los últimos años han venido del Fondo Monetario Internacional, prácticamente un brazo del Departamento del Tesoro. Argentina era el hijo predilecto del FMI… hasta la quiebra de 2001. El país se recuperó, pero rompiendo las reglas del FMI, negándose a pagar sus deudas y liquidando lo que quedaba de la deuda externa, en parte con la ayuda de Venezuela, en otra forma de cooperación.
Brasil, a su propia manera, ha tomado la misma dirección para librarse del FMI. Bolivia había sido un alumno obediente del FMI durante alrededor de 25 años y terminó con un ingreso per cápita más bajo que al empezar. Ahora también Bolivia se está desembarazando del FMI, nuevamente con la ayuda de Venezuela.
En América del Sur Estados Unidos todavía hace una distinción entre los chicos buenos y los chicos malos. Lula es uno de los chicos buenos, Chávez y Morales son los chicos malos.
Para mantener los principios partidistas de Washington, sin embargo, es necesario suavizar algunos hechos. Por ejemplo el hecho de que cuando Lula fue reelegido, en octubre (2006), una de sus primeras acciones fue volar a Caracas para apoyar la campaña electoral de Chávez. También Lula inauguró un proyecto brasileño en Caracas (un puente sobre el río Orinoco) y discutió otros proyectos conjuntos.
Este mes (diciembre de 2006), Mercosur, el bloque comercial sudamericano, continuó el diálogo sobre la unidad de América del Sur en su reunión semestral en Brasil, donde Lula inauguró el Parlamento de Mercosur, otro signo prometedor de liberación de los demonios del pasado.

Las barreras a la integración dual —entre países y dentro de ellos— son imponentes, pero los pasos que se están dando resultan promisorios, muy notablemente porque el papel de los dinámicos movimientos populares de masas están sentando las bases de una democracia auténtica y un cambio social que se necesita desesperadamente.


ASIA, AMÉRICA Y LA SUPERPOTENCIA REINANTE

7 DE MARZO DE 2006
La perspectiva de que Europa y Asia pudieran dar pasos hacia una mayor independencia ha perturbado a los planificadores estadunidenses desde la segunda guerra mundial. La preocupación ha aumentado dado que ha seguido avanzando el «orden tripolar»: Europa, Norteamérica y Asia.
Con cada día que pasa también América Latina se va independizando más. Ahora Asia y América están fortaleciendo sus vínculos mientras la superpotencia reinante, el que queda fuera, se consume en sus desventuras en el Medio Oriente.
La integración regional en Asia y Latinoamérica es una cuestión decisiva y cada vez más importante que, desde la perspectiva de Washington, presagia un mundo desafiante que se ha salido de control. Por supuesto, la energía sigue siendo un factor determinante —el motivo de controversia— por doquier.
China, a diferencia de Europa, se rehúsa a dejarse intimidar por Washington, razón principal de que los planificadores estadunidenses le teman. Esta situación plantea un dilema: cualquier paso que signifique confrontación es inhibido por la dependencia corporativa de Estados Unidos con respecto China como plataforma de exportación y mercado en crecimiento, así como de las reservas financieras chinas, que según se dice se asemejan, por su escala, a las de Japón.
En enero (2006) Abdulá, el rey de Arabia Saudita, visitó Beijing, hecho que se espera remate en un memorando de entendimiento sino-saudí que convoque a una «mayor cooperación e inversión entre los dos países en petróleo, gas natural y minerales», informa el Wall Street Journal.
Gran parte del petróleo de Irán ya va a China, y ésta a su vez provee a Irán de armas que ambas naciones consideran presumiblemente un elemento de disuasión para las intenciones de los estadunidenses.
India también tiene opciones. Puede escoger entre ser cliente de Estados Unidos o sumarse al bloque asiático más independiente que se está conformando, cada vez más vinculado a los productores de petróleo del Medio Oriente. Siddarth Varadarajan, subeditor del Hindu, observa que «si el siglo XXI ha de ser un ‘siglo asiático’, debe terminar la pasividad de Asia en el sector energético».
La clave es la cooperación entre India y China. En enero (2006) un acuerdo firmado en Beijing «despejó el camino para que India y China colaboren no sólo en tecnología sino también en la exploración y producción de hidrocarburos, asociación que a la larga podría modificar ecuaciones fundamentales en el sector petrolero y de gas natural de todo el mundo», señala Varadarajan.
Un paso adicional, que ya se contempla, sería un mercado petrolero asiático que comercie en euros. El impacto sobre el sistema financiero internacional y el equilibrio del poder global podría ser de grandes proporciones.
No tiene que causar sorpresa que recientemente el presidente Bush haya hecho una visita a India para tratar de mantenerla en el redil, ofreciendo como señuelo cooperación nuclear y otros incentivos[33].
Mientras tanto, en Latinoamérica, de Venezuela a Argentina, prevalecen los gobiernos de centro izquierda. Las poblaciones indígenas se han vuelto mucho más activas e influyentes, sobre todo en Bolivia y Ecuador, donde quieren que el petróleo y el gas se controlen en su propio país o bien, en algunos casos, se oponen del todo a la producción. Muchos pueblos indígenas aparentemente no comprenden por qué razón su vida, su sociedad y su cultura deben verse alteradas o destruidas para que los neoyorquinos puedan estar sentados en sus camionetas en medio de un embotellamiento.
Venezuela, el principal exportador de petróleo del hemisferio, es probablemente el país latinoamericano que ha forjado la relación más estrecha con China, y está planeando venderle mayores cantidades de petróleo como parte de su esfuerzo por reducir su dependencia del gobierno norteamericano, francamente hostil.
Venezuela se ha integrado al Mercosur, la unión arancelaria sudamericana, jugada que Néstor Kirchner, presidente de Argentina, ha calificado de «un hito» en el desarrollo de este bloque comercial, y que Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, ha acogido como «un nuevo capítulo en nuestra integración».
Aparte de abastecer de gasóleo a Argentina, Venezuela compró casi una tercera parte de la deuda de ese país emitida en 2005, un elemento del esfuerzo regional por liberar a los países de los controles del Fondo Monetario Internacional luego de cuatro lustros de desastrosa conformidad a las reglas impuestas por las instituciones financieras internacionales dominadas por Estados Unidos.
En diciembre (2005) se dieron más avances hacia la integración sudamericana con la elección en Bolivia de Evo Morales, el primer presidente indígena del país. Rápidamente Morales tomó medidas para cerrar una serie de acuerdos energéticos con Venezuela. The Financial Times reportó que «se espera que éstos apuntalen próximas reformas radicales en los sectores económico y energético de Bolivia», que posee enormes reservas de gas, las segundas de Sudamérica, después de Venezuela.
Las relaciones entre Cuba y Venezuela son cada vez más estrechas, basadas en las ventajas comparativas de cada uno. Venezuela provee petróleo a bajo costo y a cambio Cuba organiza programas de alfabetización y salud, enviando a miles de profesionales altamente calificados, maestros y doctores, que trabajan en las zonas más pobres y abandonadas, al igual que en otras partes del Tercer Mundo.
La asistencia médica cubana también es bienvenida en otros lugares. Una de las peores tragedias de los últimos años fue el terremoto registrado en Pakistán en octubre (2005). Además del inmenso número de pérdidas humanas, los sobrevivientes, cuya cifra se desconoce, tienen que afrontar la cruenta temporada invernal con escasez de abrigo, alimentos y asistencia médica.
«Cuba ha proporcionado el contingente más grande de médicos y paramédicos para Pakistán» cubriendo todos los gastos (quizá con fondos venezolanos), escribe John Cherian en Frontline, de India, citando el diario pakistaní en lengua inglesa de mayor circulación, Dawn.
El presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, expresó su «profunda gratitud» a Fidel Castro por el «espíritu y la compasión» de los equipos de médicos cubanos, que, según se dice, comprendían más de mil personas entrenadas, 44% de ellas mujeres, que se quedaron a trabajar en los pueblos remotos de las montañas, «viviendo en tiendas de campaña, en un clima gélido y en medio de una cultura desconocida», después de que los grupos occidentales de ayuda se retiraran.
Los movimientos populares, que van en aumento, sobre todo en el sur pero con participación cada vez mayor de los países industriales ricos, son los que están sirviendo de base para muchos de estos hechos que conducen a una mayor independencia y preocupación por las necesidades de la gran mayoría de la población.


ASÍ SE CREAN TERRORISTAS

El debate sobre si la tortura ha sido eficaz para obtener información sigue siendo intenso; parece que la idea de partida es que si es eficaz está justificada. Según este argumento, cuando Nicaragua capturó al piloto de Estados Unidos Eugene Hasenfus en 1986 —tras derribar su avión cuando estaba entregando ayuda a las fuerzas de la Contra apoyadas por Washington—, no debería haberlo juzgado, declararlo culpable y luego devolverlo a Estados Unidos como hicieron, sino que deberían haber aplicado el paradigma de la tortura de la CIA para tratar de obtener información sobre otras atrocidades terroristas planificadas y llevadas a cabo desde Washington, no poca cosa para un país pequeño y empobrecido bajo la agresión terrorista de la superpotencia global.
Siguiendo el mismo criterio, si los nicaragüenses hubieran podido capturar al principal coordinador del terrorismo —John Negroponte, entonces embajador de Estados Unidos en Honduras (después nombrado primer director de Inteligencia Nacional, en esencia un pope del contraterrorismo, sin provocar ni un murmullo)— deberían haber hecho lo mismo. Cuba habría tenido justificación para actuar de manera similar si el Gobierno de Castro hubiera podido hacerse con los hermanos Kennedy. No hay ninguna necesidad de sacar a relucir lo que sus víctimas deberían haberles hecho a Henry Kissinger, Ronald Reagan y otros destacados comandantes terroristas, cuyas hazañas hacen palidecer a al-Qaeda y que sin duda tenían amplia información que podría haber impedido posteriores «ataques inminentes».
Esos ejemplos nunca surgen en el debate, lo que lleva a una evaluación clara de la excusa de la información valiosa.
Hay, a buen seguro, una respuesta: nuestro terrorismo, aunque sin duda es terrorismo, es beneficioso, lo que se deriva de la idea de la ciudad en un monte. Quizá la exposición más elocuente de esta tesis la presentó el director de New Republic, Michael Kinsley, respetado portavoz de «la izquierda». La organización Americas Watch (parte de Human Rights Watch) había protestado cuando el Departamento de Estado confirmó que las fuerzas terroristas de Washington recibieron órdenes oficiales de atacar «blancos fáciles» —objetivos civiles indefensos— y evitar al ejército nicaragüense, lo cual podían hacer gracias al control de la CIA del espacio aéreo de Nicaragua y a los sofisticados sistemas de comunicaciones proporcionados a la Contra. En respuesta, Kinsley explicó que los ataques terroristas de Estados Unidos sobre objetivos civiles están justificados si cumplen algunos criterios pragmáticos: una «política sensata [debería] resistir un análisis coste-beneficio», un análisis de «la cantidad de sangre y sufrimiento que se provocaran y la probabilidad de que emerja la democracia en el otro extremo»;26 «democracia» según los moldes determinados por las elites de Estados Unidos.
Las ideas de Kinsley no suscitaron quejas públicas, que yo sepa; por lo visto se consideraron aceptables. Parecería derivarse, pues, que los líderes de Estados Unidos y sus agentes no son culpables por llevar a cabo esas políticas sensatas de buena fe, ni siquiera si su juicio en ocasiones estuviera errado.
Quizá la culpa sería mayor, según los criterios morales imperantes, si se descubriera que la tortura del Gobierno Bush costó vidas estadounidenses. Esta es, de hecho, la conclusión a la que llegó el comandante Matthew Alexander (seudónimo), uno de los más experimentados interrogadores de Estados Unidos en Irak, que obtuvo «la información que condujo a los militares estadounidenses a localizar a Abu Musab al-Zarqawi, el jefe de al-Qaeda en Irak», según informa el corresponsal Patrick Cockburn.
Alexander solo expresa desprecio por los duros interrogatorios del Gobierno de Bush. Cree que «el uso de tortura» no solo no proporciona ninguna información útil, sino que «se ha revelado tan contraproducente que podría haber conducido a la muerte de tantos soldados estadounidenses como civiles murieron el 11-S». A través de centenares de interrogatorios, Alexander descubrió que los combatientes extranjeros llegaban a Irak como respuesta a los abusos en Guantánamo y Abu Ghraib, y que ellos y sus aliados locales pensaban en los ataques suicidas y otras acciones terroristas por las mismas razones.27
También hay cada vez más pruebas de que los métodos de tortura que alentaron Dick Cheney y Donald Rumsfeld crearon terroristas. Un caso estudiado cuidadosamente es el de Abdallah al-Ajmi, encerrado en Guantánamo bajo la acusación de «participar en dos o tres escaramuzas con la Alianza del Norte». Terminó en Afganistán porque no pudo llegar a Chechenia para combatir contra los rusos. Después de cuatro años de trato brutal en Guantánamo fue devuelto a Kuwait. Más tarde logró llegar a Irak y, en marzo de 2008, estrelló un camión cargado de explosivos en un complejo militar iraquí. Trece soldados iraquíes y él mismo murieron en «el acto de violencia más atroz cometido por un ex preso de Guantánamo», según The Washington Post. Su abogado dijo que era el resultado directo de su encarcelamiento abusivo.28
Como esperaría una persona razonable.


PUNTO Y APARTE


El Manifiesto Comunista - Karl Marx y Friedrich Engels




Las "Biografías" de Marx




Breve biografía de Carlos Marx (extracto de la biografía escrita por V.I. Lenin)




Maestros del dinero: Karl Marx




Marx y sus herederos




Karl Marx (Historia)




Audio Biografía de Karl Marx. Historia y filosofía de Karl Marx en español (Audio Biografias)




Introducción a la Filosofía de Karl Marx




CHARLES BUKOWSKI (CAP. 29 DE FACTÓTUM)




Meditaciones de Marco Aurelio Emperador de Roma




YUKIO MISHIMA {EL MUCHACHO QUE ESCRIBÍA POESÍA}




La posverdad en los medios peruanos

















































































































































































































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