¿ES
POSIBLE GANAR LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO?
Basado
en entrevistas concedidas a Kevin Canfield del Hartford Courant, 20 de septiembre de 2001 y David Barsamian, 21 de
septiembre de 2001.
P: ¿Es
posible ganar la llamada guerra de la nación contra el terrorismo? Si así
fuera, ¿cómo? En caso contrario, ¿qué debería hacer la administración Bush para
evitar ataques como los que golpearon a Nueva York y Washington?
CHOMSKY:
Si consideramos la pregunta con rigor, debemos reconocer que, en gran parte del
mundo, Estados Unidos es visto como un conspicuo Estado terrorista. Y con
sobrada razón. Debemos tener en cuenta, por ejemplo, que en 1986 Estados Unidos
fue condenado por el Tribunal Internacional «por uso ilegal de la fuerza»
(terrorismo internacional). Estados Unidos vetó la resolución del Consejo de
Seguridad, que exigía a todos los Estados (se refería a Estados Unidos),
respetar la ley internacional. Es sólo uno de innumerables ejemplos.
Para
mantenernos en el limitado margen de la pregunta —el terrorismo de otros
dirigido contra nosotros—, sabemos muy bien cómo debería tratarse el problema,
si queremos reducir la amenaza en vez de intensificarla. Cuando las bombas del
IRA estallaban en Londres, nadie llamó a bombardear Belfast occidental ni
Boston, fuentes de gran parte del apoyo financiero del IRA. En cambio, se
dieron pasos para apresar a los criminales y se hicieron esfuerzos para
negociar sobre lo que estaba detrás del origen del terror. Cuando voló un
edificio federal en la ciudad de Oklahoma, hubo quien llamó a bombardear
Oriente Medio y, tal vez, lo habrían hecho de haberse descubierto que los
responsables estaban allí. Cuando se descubrió que era un ataque interno,
ligado con las milicias ultraderechistas, nadie pidió que fueran borradas del
mapa Idaho y Montana. Lo que se hizo fue buscar al criminal, encontrarlo,
juzgarlo y sentenciarlo. Además se hicieron esfuerzos para comprender los
agravios que yacían detrás de semejantes crímenes y para tratar de resolver los
problemas. Casi cualquier delito —sea un robo callejero o atrocidades colosales—
tiene razones y, en general, descubrimos que algunas de ellas son graves y
deben ser consideradas.
Hay
medios adecuados y legales para proceder en caso de delitos, cualquiera sea su
escala. Y existen precedentes. Un ejemplo claro es el que acabo de mencionar,
uno que no puede desatar polémica alguna, en vista de la reacción de las más
altas autoridades internacionales.
En
los años ochenta, Nicaragua fue sometida a un violento ataque por parte de
Estados Unidos. Murieron decenas de miles de personas. El país fue prácticamente
destruido. Es posible que no se recupere nunca. El ataque terrorista
internacional estuvo acompañado por una guerra económica devastadora que, un
pequeño país aislado por la venganza de una superpotencia cruel, no podía
enfrentar, como han revelado en detalle los historiadores más ilustres de
Nicaragua, Thomas Walker entre ellos. Los efectos fueron incluso mucho más
graves que la tragedia de Nueva York el otro día. El ataque a Nicaragua no fue
represalia por haber puesto bombas en Washington. Los nicaragüenses se
presentaron ante el Tribunal Internacional, que falló a su favor, y ordenó a
Estados Unidos desistir en su campaña y pagar importantes reparaciones. Estados
Unidos desestimó despectivamente el fallo del Tribunal y respondió con una
inmediata escalada de ataques. Nicaragua se dirigió entonces al Consejo de
Seguridad, que consideró una resolución, pidiendo a los Estados respetar las
leyes internacionales. Sólo Estados Unidos la vetó. Los nicaragüenses acudieron
entonces a la Asamblea General, donde lograron una resolución semejante,
aprobada con la oposición de Estados Unidos e Israel durante dos años
consecutivos (en una ocasión se les unió El Salvador). Así es como debe
proceder un Estado. Si Nicaragua hubiera sido suficientemente poderosa, podría
haber abierto otro expediente criminal. Ésas son las medidas que Estados Unidos
tendría que haber tomado y nadie se las habría bloqueado. Eso es lo que están
pidiendo los pueblos de la región, incluidos sus aliados.
Recuerde:
los gobiernos de Oriente Próximo y el norte de África, lo mismo que el gobierno
terrorista argelino —uno de los más sanguinarios de todos— estarían encantados
de unirse a Estados Unidos para luchar contra las redes terroristas que los
atacan. Ellos son los primeros blancos. Pero piden evidencias y quieren luchar
dentro de un marco de mínimo respeto por las leyes internacionales. La postura
de los egipcios es compleja. Son parte del sistema original que organizó las
fuerzas islámicas radicales, en las cuales participaba la red de Bin Laden.
Fueron sus primeras víctimas cuando fue asesinado Sadat y desde entonces las
principales. Les gustaría acabar con él pero —dicen—, si se ofrece alguna
evidencia de que esté involucrado en los ataques del 11-09. Siempre dentro del
marco de la Carta de las Naciones Unidas y bajo el auspicio del Consejo de
Seguridad.
Ése
es el camino que se debe seguir si la intención es reducir la probabilidad de
mayores atrocidades. Hay otra vía: reaccionar con extrema violencia
desencadenando una escalada de violencia, que conduzca a mayores atrocidades,
como la que incita a la venganza. La dinámica es muy conocida.
¿Qué
aspecto o aspectos de la historia no han contado los principales medios de
comunicación? ¿Por qué sería importante examinarlos más a fondo?
Hay
varias preguntas fundamentales.
Primero:
¿qué cursos de acción están abiertos para nosotros y cuáles serían sus
probables consecuencias? Prácticamente no se ha discutido la opción de atenerse
a la ley como han hecho otros países, por ejemplo Nicaragua, país que ya he
mencionado (como es natural fracasó, pero nadie pondría obstáculos en el caso
de Estados Unidos). O como hizo Inglaterra en el caso del IRA. Incluso como
hizo Estados Unidos cuando descubrió que las bombas colocadas en la ciudad de
Oklahoma eran de origen interno. Hay innumerables casos más.
Hasta
ahora, lo que ha habido es más bien un altisonante redoble de tambores llamando
a la acción violenta, con escasas alusiones al hecho de que esa violencia, no sólo
infligirá un tremendo castigo a víctimas del todo inocentes —muchas de ellas afganas,
víctimas ya de los talibanes—, sino que provocará la respuesta de las más
fervorosas plegarias de Bin Laden y su red.
La
segunda pregunta es: «¿por qué?». Esa pregunta nunca se formula con rigor.
Negarse
a enfrentar esa pregunta es optar por aumentar significativamente la
probabilidad de mayores crímenes. Ha habido algunas excepciones. Como he dicho
antes, hay que acreditar al Wall Street
Journal haber estudiado las opiniones de los «musulmanes acaudalados»,
personas pro estadounidenses, pero muy críticas con la política de Estados
Unidos en la zona, por razones conocidas para cualquiera que haya prestado
alguna atención. En las calles el sentimiento es similar, aunque mucho más
iracundo y enconado.
La
red de Bin Laden, propiamente dicha, tiene una categoría diferente. Durante
veinte años sus acciones han causado graves daños a los pueblos pobres y
oprimidos de la región, por quienes no se preocupan las redes terroristas.
Pero, en esa reserva de rabia, miedo y desesperación, sí ruegan por una reacción
violenta de Estados Unidos, que movilizará a otros a plegarse a su horrenda
causa.
Temas
semejantes deberían ocupar las primeras planas… Al menos, si pretendemos
reducir el ciclo de violencia en vez de aumentar su escalada.
.
AMÉRICA LATINA DECLARA SU INDEPENDENCIA
6 DE SEPTIEMBRE DE 2006
Cinco
siglos después de la conquista española Sudamérica está reafirmando su
independencia. De Venezuela a Argentina, gran parte de la región se está
alzando para despojarse de su herencia de dominación externa de los siglos
anteriores y de las formas sociales crueles y destructivas que han contribuido
a establecer.
Los
mecanismos del control imperial —violencia y guerras económicas, que para
América Latina no son un recuerdo lejano— están perdiendo su efectividad: señal
del viraje hacia la independencia. Washington ahora se ve obligado a tolerar a
gobiernos que en el pasado hubiesen provocado una intervención o represalias.
En
toda la región un vibrante despliegue de movimientos populares proporciona las
bases para una democracia con sentido. Las poblaciones indígenas, como si
estuvieran redescubriendo su legado precolombino, son mucho más activas e
influyentes, sobre todo en Bolivia y Ecuador.
Estos
acontecimientos son, parcialmente, resultado de un fenómeno observado ya desde
hace algunos años por especialistas y organizaciones de encuestas en América
Latina: cuando los gobiernos electos se volvieron más formalmente democráticos
los ciudadanos expresaron una creciente decepción por la forma en que
funcionaba la democracia y su «falta de fe» en las instituciones democráticas.
Han tratado de construir sistemas democráticos basados en la participación
popular, más que en la élite y la dominación extranjera.
El
politólogo argentino Atilio Borón ofrece una explicación convincente de la
pérdida de fe en las instituciones democráticas existentes; observó que la
nueva ola de democratización en América Latina coincidió con las «reformas»
económicas ordenadas desde afuera, que socavan la democracia efectiva: el
neoliberal «consenso de Washington», en el cual prácticamente todos los
elementos debilitan la democracia, y que ha llevado, además, al desastre
económico en América Latina, así como en otras regiones que siguieron con toda
puntualidad las reglas.
Los
conceptos de democracia y desarrollo están estrechamente relacionados en muchos
respectos. Uno es que tienen un enemigo común: la pérdida de soberanía. En un
mundo de estados-nación, por definición, una pérdida de soberanía conlleva una
pérdida de democracia y una pérdida de capacidad para llevar a la práctica
políticas sociales y económicas. Esto a su vez afecta el desarrollo, conclusión
confirmada por siglos de historia económica.
El
mismo registro histórico revela que la pérdida de soberanía invariablemente
conduce a una liberalización impuesta, por supuesto en interés de aquellos que
tienen el poder para imponer este régimen social y económico. En los últimos
años al régimen impuesto suele llamárselo «neoliberalismo». El término no es
muy bueno: el régimen socioeconómico no es nuevo, y no es liberal, al menos no
como entendían el concepto los liberales clásicos.
En
Estados Unidos la fe en las instituciones también ha ido declinando sin cesar,
y con razón. Entre la opinión pública y la política pública se ha abierto un
enorme abismo del que rara vez se habla, aunque la gente no puede dejar de
notar que sus opciones políticas no son tomadas en cuenta.
Resulta
instructivo comparar las recientes elecciones presidenciales en el país más
rico del mundo y en el país más pobre de América del Sur: Bolivia.
Durante
las elecciones presidenciales de 2004 en Estados Unidos los votantes tenían que
elegir entre dos candidatos de los niveles más altos de las élites
privilegiadas. Sus programas eran similares, congruentes con las necesidades de
sus principales electores: la riqueza y el privilegio. Los estudios de opinión
revelaron que, en una gran cantidad de temas fundamentales, ambos partidos
—sobre todo la administración Bush— están muy a la derecha de la población
general. En parte debido a esto se quitan los temas de la plataforma electoral.
Pocos votantes conocían siquiera la postura de los candidatos respecto a
ciertos asuntos. Los candidatos se empacan y venden como pasta dental, autos y
drogas recreativas, y lo hacen las mismas industrias, dedicadas al fraude y al
engaño.
En
contraste, pensemos en Bolivia y la elección de Evo Morales en diciembre pasado
(2005). Los votantes estaban familiarizados con los temas, muy reales e
importantes, como el control nacional del gas natural y otros recursos, que
tiene aplastante apoyo popular. Los derechos de los indígenas, los derechos de
las mujeres, los derechos de la tierra y los derechos del agua están en el
programa político, entre muchas otras cuestiones fundamentales que han sido el
centro de una lucha constante por parte de las organizaciones populares. La
población eligió a alguien de entre sus propias filas, no a un representante de
sectores privilegiados cerrados. Fue una participación real, no el simple
accionar de una palanca una vez cada tantos años.
La
comparación, y no es la única, suscita algunas preguntas acerca de dónde son
necesarios programas de «promoción de la democracia».
En
el contexto de estos acontecimientos América Latina puede hacer frente a
algunos de sus graves problemas internos. La región es conocida por la
rapacidad de sus clases pudientes y su indiferencia a la responsabilidad social.
Estudios
comparativos sobre el desarrollo económico latinoamericano y del este de Asia
son reveladores en este sentido. América Latina tiene prácticamente el peor
récord de desigualdad en el mundo, el este de Asia el mejor. Lo mismo puede
decirse de la educación, la salud y el bienestar social en general. Las
importaciones en América Latina son básicamente para consumo de los ricos; en
el este asiático se dirigen a la inversión productiva. La fuga de capitales en
América Latina se acerca al monto de la deuda… lo que sugiere una forma de
superar esta abrumadora carga. En el este de Asia la fuga de capitales está
firmemente controlada.
Las
economías latinoamericanas han estado también más abiertas a la inversión
extranjera que las asiáticas. Desde los años cincuenta las multinacionales
extranjeras han controlado una proporción mucho mayor de la producción
industrial en América Latina que en las historias de éxito del este asiático,
según la Conferencia de Comercio y Desarrollo de la ONU. El Banco Mundial reportó
que en América Latina la inversión extranjera y la privatización han tendido a
sustituir otros flujos de capital, transfiriendo el control y enviando las
utilidades al exterior, al revés que en el este de Asia.
Entre
tanto, los nuevos programas socioeconómicos que están implantándose en América
Latina están dando marcha atrás a patrones que se remontan a la conquista
española, donde las élites y las economías están vinculadas a las potencias
imperiales, pero no entre sí.
Claro
está que este giro no es para nada bienvenido en Washington, por las razones de
siempre: Estados Unidos ha esperado poder confiar en América Latina como base
segura de recursos, mercados y oportunidades de inversión. Y, como han
insistido los planificadores, si este hemisferio está fuera de control, ¿cómo
puede Estados Unidos esperar resistir a las provocaciones en otras partes?
LAS
ALTERNATIVAS PARA AMÉRICA
29 DE DICIEMBRE DE 2006
Este
mes, la coincidencia de un nacimiento y una muerte marca una transición para
América del Sur y, por cierto, también para el mundo.
El
ex dictador chileno Augusto Pinochet murió al mismo tiempo que los dirigentes
de algunas naciones sudamericanas concluían en Cochabamba, Bolivia, huéspedes
del presidente de ese país, Evo Morales, una reunión cumbre cuyos participantes
y orden del día representaban la antítesis de Pinochet y su época de estados
neonazis de seguridad nacional —sostenidos y en ocasiones instalados por el amo
del hemisferio—, de esa plaga de terror, tortura y salvajismo desencadenados
que se extendió desde Argentina hasta Centroamérica.
En
la Declaración de Cochabamba los presidentes y los enviados especiales de doce
países acordaron estudiar la idea de formar una comunidad de proporciones
continentales, semejante a la Unión Europea.
La
declaración marca otra etapa en los pasos dados recientemente hacia la
integración regional de América del Sur, quinientos años después de las
conquistas europeas. El subcontinente, de Venezuela a Argentina, puede darle al
mundo un ejemplo de la forma de crear una opción futura para un legado de
imperio y de terror.
Estados
Unidos ha dominado a la región desde hace mucho, recurriendo a dos métodos: la
violencia y el estrangulamiento económico. En términos generales, los asuntos
internacionales guardan una semejanza más que leve con la mafia. El Padrino no
se toma las cosas a la ligera cuando lo hacen enojar, aunque se trate de un
humilde tendero… cosa que saben muy bien los latinoamericanos.
Los
intentos anteriores de independizarse fueron aplastados, en parte debido a la
falta de cooperación regional. Sin ésta, las amenazas pueden manejarse una por
una.
Para
Estados Unidos el enemigo real ha sido siempre el nacionalismo independiente,
en particular cuando amenaza convertirse en un «ejemplo contagioso», por usar
la caracterización hecha por Henry Kissinger del socialismo democrático en
Chile —curado de la infección el 9 de septiembre de 1973, de la manera antes
descrita.
Entre
los líderes de Cochabamba estaba la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Igual
que Allende, es socialista y médico. También estuvo exiliada y fue prisionera
política. Su padre fue un general que murió en prisión después de haber sido
torturado.
En
Cochabamba Morales y Hugo Chávez, presidente de Venezuela, celebraron una nueva
empresa conjunta, un proyecto de separación de gas en Bolivia. Este tipo de
cooperación fortalece el papel de la región como jugador prominente en la
energía global. Venezuela ya es el único miembro latinoamericano de la OPEP, y
posee las reservas probadas más grandes después del Medio Oriente. Chávez
contempla la creación de Petroamérica, un sistema energético integrado como el
que China está tratando de iniciar en Asia.
El
nuevo presidente de Ecuador, Rafael Correa, propuso un enlace terrestre y
fluvial desde la selva tropical del Amazonas, en Brasil, hasta la costa del
Pacífico en Ecuador: un equivalente sudamericano del canal de Panamá. Entre
otros proyectos prometedores está Telesur, un esfuerzo por romper el monopolio
occidental de los medios. El presidente de Brasil, Lula da Silva, instó a sus
homólogos a superar las diferencias históricas y unir al continente, por ardua
que parezca la tarea.
La
integración es una premisa para la genuina independencia. La historia colonial
—España, Inglaterra, otras potencias europeas, Estados Unidos— no solamente
dividió a los países entre sí, sino que también dejó en su seno una profunda
división entre una reducida élite adinerada y una masa de personas
empobrecidas.
La
correlación con la raza es bastante estrecha. Habitualmente la élite adinerada
era blanca, europea, occidentalizada, y los pobres eran nativos, indígenas,
negros y mestizos. Las élites casi completamente blancas tenían poca
interrelación con los demás países de la región, orientadas como estaban hacia
el Occidente, y no hacia sus propias sociedades en el sur.
Debido
a los nuevos acontecimientos sudamericanos, Estados Unidos se ha visto forzado
a hacer ajustes en su política. Los gobiernos que ahora gozan de su apoyo —como
el Brasil de Lula— pueden bien haber sido depuestos en el pasado, como ocurrió
con el presidente de Brasil João Goulart, en un golpe respaldado por Estados
Unidos en 1964.
Los
principales controles económicos de los últimos años han venido del Fondo
Monetario Internacional, prácticamente un brazo del Departamento del Tesoro.
Argentina era el hijo predilecto del FMI… hasta la quiebra de 2001. El país se
recuperó, pero rompiendo las reglas del FMI, negándose a pagar sus deudas y
liquidando lo que quedaba de la deuda externa, en parte con la ayuda de
Venezuela, en otra forma de cooperación.
Brasil,
a su propia manera, ha tomado la misma dirección para librarse del FMI. Bolivia
había sido un alumno obediente del FMI durante alrededor de 25 años y terminó
con un ingreso per cápita más bajo que al empezar. Ahora también Bolivia se
está desembarazando del FMI, nuevamente con la ayuda de Venezuela.
En
América del Sur Estados Unidos todavía hace una distinción entre los chicos
buenos y los chicos malos. Lula es uno de los chicos buenos, Chávez y Morales
son los chicos malos.
Para
mantener los principios partidistas de Washington, sin embargo, es necesario
suavizar algunos hechos. Por ejemplo el hecho de que cuando Lula fue reelegido,
en octubre (2006), una de sus primeras acciones fue volar a Caracas para apoyar
la campaña electoral de Chávez. También Lula inauguró un proyecto brasileño en
Caracas (un puente sobre el río Orinoco) y discutió otros proyectos conjuntos.
Este
mes (diciembre de 2006), Mercosur, el bloque comercial sudamericano, continuó
el diálogo sobre la unidad de América del Sur en su reunión semestral en
Brasil, donde Lula inauguró el Parlamento de Mercosur, otro signo prometedor de
liberación de los demonios del pasado.
Las
barreras a la integración dual —entre países y dentro de ellos— son imponentes,
pero los pasos que se están dando resultan promisorios, muy notablemente porque
el papel de los dinámicos movimientos populares de masas están sentando las
bases de una democracia auténtica y un cambio social que se necesita
desesperadamente.
ASIA,
AMÉRICA Y LA SUPERPOTENCIA REINANTE
7 DE MARZO DE 2006
La
perspectiva de que Europa y Asia pudieran dar pasos hacia una mayor
independencia ha perturbado a los planificadores estadunidenses desde la
segunda guerra mundial. La preocupación ha aumentado dado que ha seguido
avanzando el «orden tripolar»: Europa, Norteamérica y Asia.
Con
cada día que pasa también América Latina se va independizando más. Ahora Asia y
América están fortaleciendo sus vínculos mientras la superpotencia reinante, el
que queda fuera, se consume en sus desventuras en el Medio Oriente.
La
integración regional en Asia y Latinoamérica es una cuestión decisiva y cada
vez más importante que, desde la perspectiva de Washington, presagia un mundo
desafiante que se ha salido de control. Por supuesto, la energía sigue siendo
un factor determinante —el motivo de controversia— por doquier.
China,
a diferencia de Europa, se rehúsa a dejarse intimidar por Washington, razón
principal de que los planificadores estadunidenses le teman. Esta situación
plantea un dilema: cualquier paso que signifique confrontación es inhibido por
la dependencia corporativa de Estados Unidos con respecto China como plataforma
de exportación y mercado en crecimiento, así como de las reservas financieras
chinas, que según se dice se asemejan, por su escala, a las de Japón.
En
enero (2006) Abdulá, el rey de Arabia Saudita, visitó Beijing, hecho que se
espera remate en un memorando de entendimiento sino-saudí que convoque a una
«mayor cooperación e inversión entre los dos países en petróleo, gas natural y
minerales», informa el Wall Street
Journal.
Gran
parte del petróleo de Irán ya va a China, y ésta a su vez provee a Irán de
armas que ambas naciones consideran presumiblemente un elemento de disuasión
para las intenciones de los estadunidenses.
India
también tiene opciones. Puede escoger entre ser cliente de Estados Unidos o
sumarse al bloque asiático más independiente que se está conformando, cada vez
más vinculado a los productores de petróleo del Medio Oriente. Siddarth
Varadarajan, subeditor del Hindu,
observa que «si el siglo XXI ha de ser un ‘siglo asiático’, debe terminar la
pasividad de Asia en el sector energético».
La
clave es la cooperación entre India y China. En enero (2006) un acuerdo firmado
en Beijing «despejó el camino para que India y China colaboren no sólo en
tecnología sino también en la exploración y producción de hidrocarburos,
asociación que a la larga podría modificar ecuaciones fundamentales en el
sector petrolero y de gas natural de todo el mundo», señala Varadarajan.
Un
paso adicional, que ya se contempla, sería un mercado petrolero asiático que
comercie en euros. El impacto sobre el sistema financiero internacional y el
equilibrio del poder global podría ser de grandes proporciones.
No
tiene que causar sorpresa que recientemente el presidente Bush haya hecho una
visita a India para tratar de mantenerla en el redil, ofreciendo como señuelo
cooperación nuclear y otros incentivos[33].
Mientras
tanto, en Latinoamérica, de Venezuela a Argentina, prevalecen los gobiernos de
centro izquierda. Las poblaciones indígenas se han vuelto mucho más activas e
influyentes, sobre todo en Bolivia y Ecuador, donde quieren que el petróleo y
el gas se controlen en su propio país o bien, en algunos casos, se oponen del
todo a la producción. Muchos pueblos indígenas aparentemente no comprenden por
qué razón su vida, su sociedad y su cultura deben verse alteradas o destruidas
para que los neoyorquinos puedan estar sentados en sus camionetas en medio de
un embotellamiento.
Venezuela,
el principal exportador de petróleo del hemisferio, es probablemente el país
latinoamericano que ha forjado la relación más estrecha con China, y está
planeando venderle mayores cantidades de petróleo como parte de su esfuerzo por
reducir su dependencia del gobierno norteamericano, francamente hostil.
Venezuela
se ha integrado al Mercosur, la unión arancelaria sudamericana, jugada que
Néstor Kirchner, presidente de Argentina, ha calificado de «un hito» en el
desarrollo de este bloque comercial, y que Inácio Lula da Silva, presidente de
Brasil, ha acogido como «un nuevo capítulo en nuestra integración».
Aparte
de abastecer de gasóleo a Argentina, Venezuela compró casi una tercera parte de
la deuda de ese país emitida en 2005, un elemento del esfuerzo regional por
liberar a los países de los controles del Fondo Monetario Internacional luego
de cuatro lustros de desastrosa conformidad a las reglas impuestas por las
instituciones financieras internacionales dominadas por Estados Unidos.
En
diciembre (2005) se dieron más avances hacia la integración sudamericana con la
elección en Bolivia de Evo Morales, el primer presidente indígena del país.
Rápidamente Morales tomó medidas para cerrar una serie de acuerdos energéticos
con Venezuela. The Financial Times
reportó que «se espera que éstos apuntalen próximas reformas radicales en los
sectores económico y energético de Bolivia», que posee enormes reservas de gas,
las segundas de Sudamérica, después de Venezuela.
Las
relaciones entre Cuba y Venezuela son cada vez más estrechas, basadas en las
ventajas comparativas de cada uno. Venezuela provee petróleo a bajo costo y a
cambio Cuba organiza programas de alfabetización y salud, enviando a miles de
profesionales altamente calificados, maestros y doctores, que trabajan en las
zonas más pobres y abandonadas, al igual que en otras partes del Tercer Mundo.
La
asistencia médica cubana también es bienvenida en otros lugares. Una de las
peores tragedias de los últimos años fue el terremoto registrado en Pakistán en
octubre (2005). Además del inmenso número de pérdidas humanas, los sobrevivientes,
cuya cifra se desconoce, tienen que afrontar la cruenta temporada invernal con
escasez de abrigo, alimentos y asistencia médica.
«Cuba
ha proporcionado el contingente más grande de médicos y paramédicos para
Pakistán» cubriendo todos los gastos (quizá con fondos venezolanos), escribe
John Cherian en Frontline, de India,
citando el diario pakistaní en lengua inglesa de mayor circulación, Dawn.
El
presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, expresó su «profunda gratitud» a
Fidel Castro por el «espíritu y la compasión» de los equipos de médicos
cubanos, que, según se dice, comprendían más de mil personas entrenadas, 44% de
ellas mujeres, que se quedaron a trabajar en los pueblos remotos de las
montañas, «viviendo en tiendas de campaña, en un clima gélido y en medio de una
cultura desconocida», después de que los grupos occidentales de ayuda se
retiraran.
Los
movimientos populares, que van en aumento, sobre todo en el sur pero con
participación cada vez mayor de los países industriales ricos, son los que
están sirviendo de base para muchos de estos hechos que conducen a una mayor
independencia y preocupación por las necesidades de la gran mayoría de la
población.
ASÍ SE CREAN TERRORISTAS
El debate sobre si la tortura ha
sido eficaz para obtener información sigue siendo intenso; parece que la idea
de partida es que si es eficaz está justificada. Según este argumento, cuando
Nicaragua capturó al piloto de Estados Unidos Eugene Hasenfus en 1986 —tras
derribar su avión cuando estaba entregando ayuda a las fuerzas de la Contra
apoyadas por Washington—, no debería haberlo juzgado, declararlo culpable y
luego devolverlo a Estados Unidos como hicieron, sino que deberían haber
aplicado el paradigma de la tortura de la CIA para tratar de obtener información
sobre otras atrocidades terroristas planificadas y llevadas a cabo desde
Washington, no poca cosa para un país pequeño y empobrecido bajo la agresión
terrorista de la superpotencia global.
Siguiendo el mismo criterio, si
los nicaragüenses hubieran podido capturar al principal coordinador del
terrorismo —John Negroponte, entonces embajador de Estados Unidos en Honduras
(después nombrado primer director de Inteligencia Nacional, en esencia un pope
del contraterrorismo, sin provocar ni un murmullo)— deberían haber hecho lo
mismo. Cuba habría tenido justificación para actuar de manera similar si el
Gobierno de Castro hubiera podido hacerse con los hermanos Kennedy. No hay
ninguna necesidad de sacar a relucir lo que sus víctimas deberían haberles
hecho a Henry Kissinger, Ronald Reagan y otros destacados comandantes
terroristas, cuyas hazañas hacen palidecer a al-Qaeda y que sin duda tenían
amplia información que podría haber impedido posteriores «ataques inminentes».
Esos ejemplos nunca surgen en el
debate, lo que lleva a una evaluación clara de la excusa de la información
valiosa.
Hay, a buen seguro, una
respuesta: nuestro terrorismo, aunque sin duda es terrorismo, es beneficioso,
lo que se deriva de la idea de la ciudad en un monte. Quizá la exposición más elocuente
de esta tesis la presentó el director de New
Republic, Michael Kinsley, respetado portavoz de «la izquierda». La
organización Americas Watch (parte de Human Rights Watch) había protestado
cuando el Departamento de Estado confirmó que las fuerzas terroristas de
Washington recibieron órdenes oficiales de atacar «blancos fáciles» —objetivos
civiles indefensos— y evitar al ejército nicaragüense, lo cual podían hacer
gracias al control de la CIA del espacio aéreo de Nicaragua y a los
sofisticados sistemas de comunicaciones proporcionados a la Contra. En
respuesta, Kinsley explicó que los ataques terroristas de Estados Unidos sobre
objetivos civiles están justificados si cumplen algunos criterios pragmáticos:
una «política sensata [debería] resistir un análisis coste-beneficio», un
análisis de «la cantidad de sangre y sufrimiento que se provocaran y la
probabilidad de que emerja la democracia en el otro extremo»;26 «democracia»
según los moldes determinados por las elites de Estados Unidos.
Las ideas de Kinsley no
suscitaron quejas públicas, que yo sepa; por lo visto se consideraron
aceptables. Parecería derivarse, pues, que los líderes de Estados Unidos y sus
agentes no son culpables por llevar a cabo esas políticas sensatas de buena fe,
ni siquiera si su juicio en ocasiones estuviera errado.
Quizá la culpa sería mayor, según
los criterios morales imperantes, si se descubriera que la tortura del Gobierno
Bush costó vidas estadounidenses. Esta es, de hecho, la conclusión a la que
llegó el comandante Matthew Alexander (seudónimo), uno de los más
experimentados interrogadores de Estados Unidos en Irak, que obtuvo «la
información que condujo a los militares estadounidenses a localizar a Abu Musab
al-Zarqawi, el jefe de al-Qaeda en Irak», según informa el corresponsal Patrick
Cockburn.
Alexander solo expresa desprecio
por los duros interrogatorios del Gobierno de Bush. Cree que «el uso de
tortura» no solo no proporciona ninguna información útil, sino que «se ha
revelado tan contraproducente que podría haber conducido a la muerte de tantos
soldados estadounidenses como civiles murieron el 11-S». A través de centenares
de interrogatorios, Alexander descubrió que los combatientes extranjeros
llegaban a Irak como respuesta a los abusos en Guantánamo y Abu Ghraib, y que
ellos y sus aliados locales pensaban en los ataques suicidas y otras acciones
terroristas por las mismas razones.27
También hay cada vez más pruebas
de que los métodos de tortura que alentaron Dick Cheney y Donald Rumsfeld
crearon terroristas. Un caso estudiado cuidadosamente es el de Abdallah
al-Ajmi, encerrado en Guantánamo bajo la acusación de «participar en dos o tres
escaramuzas con la Alianza del Norte». Terminó en Afganistán porque no pudo
llegar a Chechenia para combatir contra los rusos. Después de cuatro años de
trato brutal en Guantánamo fue devuelto a Kuwait. Más tarde logró llegar a Irak
y, en marzo de 2008, estrelló un camión cargado de explosivos en un complejo
militar iraquí. Trece soldados iraquíes y él mismo murieron en «el acto de violencia
más atroz cometido por un ex preso de Guantánamo», según The Washington Post. Su
abogado dijo que era el resultado directo de su encarcelamiento abusivo.28
Como esperaría una persona
razonable.
PUNTO Y APARTE
El Manifiesto Comunista - Karl Marx y Friedrich Engels
Las "Biografías" de Marx
Breve biografía de Carlos Marx (extracto de la biografía escrita por V.I. Lenin)
Maestros del dinero: Karl Marx
Marx y sus herederos
Karl Marx (Historia)
Audio Biografía de Karl Marx. Historia y filosofía de Karl Marx en español (Audio Biografias)
Introducción a la Filosofía de Karl Marx
CHARLES BUKOWSKI (CAP. 29 DE FACTÓTUM)
Meditaciones de Marco Aurelio Emperador de Roma
YUKIO MISHIMA {EL MUCHACHO QUE ESCRIBÍA POESÍA}
La posverdad en los medios peruanos
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