Elmar Altvater*
¿Existe un marxismo ecológico?**
EN ESTE ESCRITO pretendo mostrar
que las aseveraciones marxistas sobre las relaciones sociales del hombre con la
naturaleza pueden ser empleadas para una mejor comprensión de los problemas
ecológicos contemporáneos.
El mismo Marx es ambivalente con
respecto a la concepción de la naturaleza en su crítica a la economía política.
Por un lado, su teoría está relacionada con los enfoques tradicionales de la
economía y la teoría política; Marx no abandona el “campo teórico”
argumentativo tradicional de la economía política para abrir un nuevo campo.
Sigue las señales de la ilustración racional y una lógica que no tiene en
cuenta los límites de la naturaleza. El argumento principal es el siguiente: el
hombre construye su historia al transformar la sociedad, la naturaleza y a sí
mismo, pero no existen límites impuestos por la naturaleza. Por consiguiente,
la naturaleza es concebida como un conjunto de recursos que pueden ser
utilizados. Esta concepción podemos encontrarla ya en las ideas de Bacon, en la
derivación de John Locke de los derechos de propiedad (de la capacidad del
trabajo humano de apropiarse de los frutos de la tierra), así como también en
el concepto de división del trabajo de Adam Smith como fuente constantemente
creciente de productividad y, por ende, de riqueza para las naciones. Este
campo teórico también incluye la concepción de David Ricardo sobre la tierra
como factor limitante de la acumulación capitalista debido a los efectos que
tiene la existencia de tierra de menor calidad y fertilidad sobre la reproducción
de los costos del trabajo que llevan a una tasa de ganancia decreciente.
La idea de Marx resulta ser un progreso en
comparación con la de Ricardo porque presenta la interpretación fundamental de
las “leyes de movimiento” de la acumulación capitalista como moldeadas por las
contradicciones sociales y no por los límites impuestos por la naturaleza.
Aquellas que Marx llamaba “interpretaciones vulgares” de la divergencia entre
la oferta de recursos naturales y la demanda del hombre de productos de la naturaleza,
particularmente acentuadas en la teoría de Thomas Malthus, exhiben un
naturalismo inhumano, que Marx rechazaba ya en sus primeros trabajos en contra
del idealismo alemán.
En las interpretaciones clásicas,
y sobre todo en las neoclásicas, de la relación hombre-naturaleza, la
racionalidad individual en la toma de decisiones con relación a los recursos escasos
es el punto central, contrariamente a lo que ocurre con el pensamiento
malthusiano en el que el exceso de demanda es la categoría
decisiva. En las teorías clásica y neoclásica, la categoría de escasez aparece
como la pieza central del razonamiento económico. El “individualismo
metodológico” (Schumpeter, 1908) ha nacido; y con él, una racionalidad que
separa en un primer momento recursos naturales de otras partes no valiosas de
la naturaleza, que no sirven como fuentes de valorización capitalista, y que en
un siguiente paso separa un recurso natural del otro. De otra manera, una toma
de decisión racional no sería posible bajo las precondiciones del
individualismo metodológico.
Por ende, la totalidad holística de la
naturaleza o su respectiva integridad se disuelven en un conjunto de recursos
naturales individuales y en un resto que no puede ser valorizado o validado. La
naturaleza es de este modo transformada de una entidad ecológica en una entidad
económica; más allá de esto, la naturaleza permanece “externa” al discurso
económico y su racionalidad. En la corriente dominante dentro de la economía,
este supuesto tiene, por un lado, la ventaja de ser apropiado para la
aplicación de modelos altamente formalizados. Por otro, un razonamiento teórico
de este tipo tiene que tener en cuenta la existencia de externalidades, como
por ejemplo las fallas de mercado. Así es como la teoría de economías y deseconomías
externas ha sido desarrollada por autores desde A. Marshall (1964) hasta A. C.
Pigou (1960) y R. Coase (1960). La economía de los recursos (Hotelling, 1931)
prometía proveer reglas sobre cómo lidiar con recursos naturales escasos sin
dañar a la naturaleza, por ejemplo, sin producir excesos de demanda.
Paradójicamente, las reglas sobre cómo lidiar con la escasez son concebidas
como un remedio para evitar excesos de demanda (Altvater, 1993). Hoy, la
aplicación de reglas racionales de decisión bajo condiciones de escasez como
forma de sobrellevar una situación de real exceso de demanda es altamente
dudosa dados los “límites al crecimiento”, el agotamiento de recursos y los
conflictos militares sobre recursos (“nuevas guerras sobre recursos”) en África,
América Latina y Medio Oriente. Varias guerras han sido declaradas por la
dominación de territorios donde abunda el petróleo y por la influencia sobre
los precios del mismo. Estos eventos muestran claramente los límites de la
economía pura para explicar la realidad, y la necesidad de adoptar un enfoque
político económico para comprender las contradicciones de nuestro tiempo.
Jean-Paul Deléage concluye: “Moverse más allá de los límites […] adoptando la
‘postura de la totalidad’ es la única opción metodológica que puede servir como
una base sólida para el análisis de la relación entre la sociedad y la
naturaleza” (Deléage, 1989: 15).
La disolución de la naturaleza
entera en una aglomeración de recursos naturales individuales, y luego la
aplicación de un conjunto de instrumentos analíticos basados en el
individualismo metodológico para así guiar racionalmente el manejo de los
recursos, es ajena al concepto marxista de economía ecológica. La principal y
fundamental razón es el concepto muy diferente de socialización (vergesellschaftung).
Los individuos atomísticos, llamados homines oeconomici, que operan fuera
del tiempo y el espacio, y por ende en un mundo caracterizado por el
individualismo racional no natural, son una construcción idealista sin
relevancia social. Su construcción es un resultado del “individualismo
metodológico” de la economía moderna. En cambio, los individuos sociales se
encuentran insertos en un sistema social histórico y dependen de la naturaleza
y sus fronteras. Por ende, la racionalidad sólo puede ser una racionalidad
restringida por lo social, y la perspectiva es la totalidad
sociedad-hombre-naturaleza. Las categorías básicas de la crítica marxista de la
economía política con respecto a la relación de la sociedad con la naturaleza
están orientadas hacia la comprensión del metabolismo, esto es, de las
transformaciones de la materia y la energía, el rol crucial de las necesidades
humanas, el carácter dual del trabajo y la producción, la dinámica de las
crisis económicas y sociales, la valorización del capital, la acumulación y
expansión (globalización), la entropía y la irreversibilidad. En las siguientes
páginas analizo estas categorías antes de arribar a una conclusión en relación
con la utilidad de la ecología marxista para entender los problemas ambientales
contemporáneos.
METABOLISMO, NECESIDADES Y EL
CARÁCTER DUAL DEL TRABAJO
Ya en sus primeros trabajos, Marx entendía la
práctica humana como parte de un metabolismo hombre-naturaleza. Los seres
humanos tienen que satisfacer sus necesidades y lo hacen de manera social, de
forma tal que las necesidades de unos son satisfechas por el trabajo de otros
y, viceversa, las necesidades de estos otros por el trabajo y la producción de
los primeros. El concepto de necesidades es una categoría central en el
pensamiento marxista que señala el carácter mutuo de las actividades de
producción y consumo del hombre en una sociedad determinada. En La
ideología alemana (Marx y Engels, 1974), oír, ver, sentir, querer,
amar, todos estos “órganos de la individualidad humana” son entendidos como
“apropiación”, y hasta la conciencia es producida socialmente. Las necesidades
y las formas de satisfacer esas necesidades son la base de la división del
trabajo, que también tiene como prerrequisito, el mutuo reconocimiento de los
individuos sociales como tales. En los Grundrisse, Marx dice que es
necesario tener en cuenta el “sistema de necesidades” y el “sistema de
trabajo”, pero no está seguro respecto de dónde ubicar una discusión acerca de
ellos (Marx, 1974: 427). Dada su mutualidad, el concepto de necesidad debe
distinguirse claramente del de avaricia, que es necesidad sin mutualidad, un
esfuerzo individualista que presenta una alta potencialidad para la
autodestrucción de la sociedad. Para Marx, la razón de la avaricia es la
existencia de propiedad privada. Y esto debido a que la propiedad privada ha
convertido a los hombres en individuos tan estúpidos y sesgados que sólo ven a
un objeto como “suyo” cuando lo poseen, cuando existe para ellos como capital
(Marx y Engels, 1974). El dinero es introducido como mediador entre el
productor y el hombre con necesidades. El dinero es “el vínculo entre el
trabajador y las necesidades individuales, entre las necesidades y los objetos,
entre la vida y los medios de vida, es decir, el alimento (Leben und Lebensmittel)”.
El dinero es, al mismo tiempo, deidad y prostituta (Marx y Engels, 1974).
El trabajo tiene un doble
carácter: produce valores de uso, que satisfacen las necesidades de otros, y
produce valor (de cambio), que está basado en el intercambio de mercancías en
el mercado en una sociedad monetaria o capitalista. Aquí, nuevamente, las
necesidades entran en el horizonte del razonamiento, porque el trabajo es
socialmente útil y necesario solamente en la medida en que satisface necesidades.
El trabajo social no está solamente determinado por su capacidad de producir
valores de intercambio, sino que también debe producir valores de uso, esto es,
productos que satisfagan necesidades sociales. El carácter social del trabajo
puede ser sólo conceptualizado como una unidad de producción de valor de cambio
y valor de uso. Como las necesidades humanas pertenecen a la existencia de los
seres humanos como individuos sociales y naturales, el proceso de producción de
valor puede ser solamente entendido al mismo tiempo como moldeado por y
moldeando a la relación de la sociedad con la naturaleza. Mientras
Marx, en sus primeros trabajos, y siguiendo la tradición hegeliana, toma en
cuenta las necesidades, en trabajos subsiguientes, empezando por los Manuscritos
de 1844, el autor detecta la noción del trabajo y la manera en que este
está organizado en una sociedad capitalista. La razón es bastante clara:
debemos entender cómo el trabajo no sólo produce valor sino también plusvalía,
y de esta forma reproduce el capital –y la explotación del trabajo– como una
relación social a niveles cada vez más altos. La producción y reproducción
capitalista es un proceso (interrumpido por crisis periódicas) de crecimiento
en espiral que avanza en el dominio sobre la naturaleza –como Marx la llama– de
forma cada vez más expansiva.
Hay muchas preguntas envueltas en
el proceso de producción de valores. El valor es siempre una relación social
entre los propietarios y sus mercancías. La relación social
mercancías-propietarios no contiene porción alguna de naturaleza; la naturaleza
está completamente excluida de esa relación social. Hasta el dinero, que Marx
concibe como dinero dorado, representa solamente una relación social. El
carácter metálico del oro es completamente irrelevante para el oro en su forma
de dinero. Es decir, es posible sustituir dinero papel –y, en nuestro tiempo,
bits y bytes electrónicos– por dinero metálico en la forma de oro y plata. Es
importante entender el carácter inmaterial y antinatural de la relación social
del intercambio, aunque el intercambio de mercancías tiene una cualidad
material y energética. Esta dualidad es también el origen del fetichismo de la
mercancía, que Marx describe al final del primer capítulo del primer volumen de
El
Capital (1986). El mensaje es muy claro: no es fácil entender las
relaciones sociales entre los hombres, y entre los hombres y la naturaleza,
porque tal tarea requiere de un trabajo intelectual que permita sobrellevar el
inherente fetichismo.
La figura analítica del doble
carácter o de la dualidad del trabajo en el análisis de Marx del proceso de
producción capitalista lo lleva a distinguir entre la producción, por un lado,
como un proceso de trabajo y, por el otro, como un proceso de producción de
valores (valorización). El proceso de trabajo puede ser entendido de mejor
manera como una transformación de materia natural y energía en valores de uso
que sirven para satisfacer necesidades humanas. Hay tres advertencias que deben
ser introducidas aquí.
La primera se refiere a cierto
antropocentrismo en el análisis del carácter metabólico del proceso de
producción, debido a que este está relacionado con las necesidades humanas;
otros efectos del metabolismo, en cambio, suelen ser a menudo ignorados. En
consecuencia, desde el punto de vista del análisis de la energía, el proceso de
producción es concebido de manera muy diferente, en comparación con el punto de
vista del análisis de la mercancía y el valor. Con respecto a las diferentes
perspectivas, Juan Martinez-Alier afirma: “La productividad de la agricultura no
se ha incrementado, sino que ha decrecido, desde el punto de vista del análisis
de la energía” (1987: 3); pero en términos de la producción mercantil de la
agricultura, y en términos del retorno del capital invertido, la productividad
ha crecido.
La segunda advertencia tiene que
ver con un cierto trabajo-centrismo en el concepto y un sistemático olvido de
la naturaleza. Algunos ecologistas le reprochan a Marx una cierta desatención
del “valor de la naturaleza” en el proceso de generación de valores (por ejemplo,
Immler y Schmied-Kowarzik, 1984; Bunker, 1985; Deléage, 1989). Pero esta
crítica es solamente relevante con respecto al proceso de trabajo. Por
supuesto, la naturaleza es tan importante como el trabajo a la hora de
convertir materia y energía en valores de uso necesarios. Aquí, las leyes de la
termodinámica son válidas, y los inputs y outputs no son cuantitativamente
diferentes respecto de las unidades de energía –y materia–; sin embargo, en el
aspecto cualitativo son transformados en valores, por un lado, y en deshechos,
por el otro. En el curso del proceso de input a output, el hombre y la
naturaleza trabajan juntos; ambos son igualmente importantes. Pero en tanto
proceso de producción de valor de intercambio es sólo el trabajo el que crea
valor y plusvalía. La razón que suele ser malentendida por los críticos del
concepto marxista de naturaleza es la siguiente: la naturaleza es
maravillosamente productiva; la evolución de las especies en la historia del
planeta y su tremenda diversidad y variedad lo demuestran. Pero la naturaleza
no produce mercancías para vender en el mercado. No hay mercado en la
naturaleza. El mercado es una construcción social y económica. El más hermoso
de los pájaros o un viejo árbol en una selva tropical o el hierro en una mina
no son mercancías; sólo se convierten en mercancías a través de un proceso de
valorización (Inwertsetzung; mise en valeur). No es el trabajo en sí mismo,
el trabajo sans phrase, el que logra la metamorfosis de la naturaleza en
mercancía, sino la fuerza de trabajo consumida bajo la forma social del capitalismo y
bajo la condición social de estar subyugada al proceso capitalista de
producción de valor y plusvalía (Altvater, 1992: 25; Burkett, 1996:
64).
La tercera advertencia es la siguiente: en una
sociedad de mercado capitalista, las necesidades humanas son sólo relevantes si
aparecen como demanda monetaria en el mercado. Es obvio que en una sociedad
capitalista las necesidades se transforman en poder adquisitivo monetario; de
no ser así, no son reconocidas. Porque el dinero constituye, como dijera Marx
sarcásticamente, la real y verdadera comunidad. El dinero es quien sirve como
nexo en las relaciones sociales y, concomitantemente, en la relación de la
sociedad con la naturaleza. El mecanismo de mercado tiene que colmar un vacío
entre el trabajo y las necesidades, y un análisis de las necesidades debe tomar
las dinámicas capitalistas en consideración. La forma social está siempre
presente, incluso en procesos que parecen exclusivamente naturales. Sin embargo,
las condiciones naturales del proceso de trabajo son transformadas por el
trabajo. Marx sostiene que:
Como creador de valores de uso,
es decir como trabajo útil, el trabajo es, por tanto, condición de
vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad, una
necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico
entre el hombre y la naturaleza ni, por consiguiente, la vida humana […] En su
producción, el hombre sólo puede proceder como procede la misma naturaleza, es
decir, haciendo que la materia cambie de forma (Marx, 1986: 10, Tomo I; énfasis en el original).
Marx, con estas palabras, le
responde al economista político Pietro Verri, quien en 1773 escribiera:
Los fenómenos del universo, ya
los provoque la mano del hombre, ya se hallen regidos por las leyes generales
de la naturaleza, no representan nunca una verdadera creación de la nada, sino
una simple transformación de la materia. Cuando el espíritu humano analiza la
idea de reproducción, se encuentra siempre, constantemente, como únicos
elementos, con las operaciones de asociación y disociación; exactamente lo
mismo acontece con la reproducción del valor […] y de la riqueza, cuando la
tierra, el aire y el agua se transforman en trigo sobre el campo o cuando, bajo
la mano del hombre, la secreción viscosa de un insecto se convierte en seda o
unas cuantas piezas de metal se ensamblan para formar un reloj de repetición
(citado en Marx, 1986: 10, Tomo I).
La dinámica capitalista puede
describirse como sujeta a las leyes de la naturaleza y a los límites impuestos
por la naturaleza vis-à-vis cualquier actividad humana. Esta es la razón por la
cual Marx concluye que “el trabajo no es, pues, la fuente única y exclusiva de
los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es, como lo
ha dicho William Petty, el padre de la riqueza, y la tierra la madre” (Marx,
1986: 10, Tomo I).
Pero, al aplicar las leyes de la
naturaleza al proceso de trabajo, el hombre transforma la naturaleza en una
naturaleza hecha por el hombre, “humanizada”, que al principio de cada proceso
productivo es utilizada y que, terminado el consumo del producto, recibe los
desperdicios producidos.
La otra cara del proceso de
producción, sin embargo, es la creación de valor y plusvalía, esto es, la
acumulación capitalista y el crecimiento económico. Debido al carácter
autorreferencial del capital, esta cara del proceso productivo no conoce ni
acepta límites externos a su dinámica. La idea de crecimiento sin límites es
una consecuencia directa de la inmanencia del fetichismo en las formas sociales
que manejan las relaciones sociales de los hombres. Un buen ejemplo de este
fetichismo del crecimiento es el libro Growth Triumphant de Richard A.
Easterlin (1998). La contradicción entre una naturaleza limitada que convive
con necesidades limitadas (Marx suele referirse al entendimiento aristotélico
de las necesidades como reflejando la medida humana) y la ilimitada acumulación
de capital está inscripta en la relación dinero, dado que el metal-dinero,
aparentemente “natural”, muy pronto encuentra límites naturales en comparación
con la demanda económica. El oro circulante en una determinada economía es
cuantitativamente insuficiente para la creciente demanda del comercio y para
las intervenciones de los bancos centrales en su función de “prestamistas de
última instancia”. De esta manera, es lógico sustituir meros símbolos de dinero
(papel) como relación social entre comprador-vendedor y entre acreedor-deudor
por oro como “cara natural del dinero”. El dinero-papel o dinero inmaterial
bajo la forma de bits y bytes puede ser creado en cantidades necesarias para la
circulación de la moneda en el mercado mundial. El oro es natural, pero el oro
en tanto dinero es social. En esta función puede ser reemplazado por meros
símbolos. Este es un aspecto del desacople de la esfera económica respecto de
los límites sociales y naturales (Polanyi, 1978; Altvater y Mahnkopf, 2002).
El proceso del trabajo muestra al
mismo tiempo efectos productivos y destructivos; o, para interpretarlo en las
categorías de la termodinámica: dada la dualidad del proceso productivo en el
cual no sólo se producen valores de cambio y plusvalía, sino que también se
transforman materia y energía, la entropía necesariamente crece. En la
interpretación de Ilya Prigogine, un crecimiento de la entropía es la expresión
inevitable de la transformación de materia y energía en el proceso de la
evolución natural y –deberíamos agregar– social (Prigogine y Stenger, 1986).
Marx interpretaba el desarrollo de las fuerzas productivas como positivo para
la humanidad, porque constituyen la base de una sociedad comunista en la cual
el principio reinante es: a cada uno de acuerdo a sus necesidades. La limitada
restricción en esta sociedad no es la valorización autorreferencial del
capital, sino la medida humana en una sociedad humanizada. Dado que los hombres
y sus necesidades son parte del ciclo de reproducción natural, la nueva
formación social que distribuye riqueza de acuerdo con las necesidades humanas
es también pensada como una sociedad de reconciliación del hombre con la
naturaleza.
El proceso de producción de
entropía, sin embargo, es destructivo porque socava los medios de
autorreproducción social y natural. Al producir valores de uso que
potencialmente satisfacen necesidades humanas, produce también, inevitablemente,
deshechos. Cada proceso productivo está ligado a outputs necesarios, como así
también a otros innecesarios o incluso perjudiciales. Es físicamente imposible
transformar materia y energía sin producir desperdicios y, en consecuencia,
externalidades. Marx es muy consciente del poder de destrucción producido por
la acumulación capitalista. Al final del largo capítulo XIII del primer tomo de
El
Capital sobre la “Gran Industria”, Marx también menciona la tendencia
de la industrialización de la agricultura, al concluir que, en un sistema
agrícola sujeto al régimen de racionalidad industrial,
cada paso que se da en la intensificación de
la fertilidad del suelo dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez
un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha
fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se
apoya un país, como ocurre por ejemplo con Estados Unidos, sobre la gran
industria, como base de su desarrollo. Por tanto, la producción capitalista
sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de
producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda
riqueza: la tierra y el hombre (Marx, 1986: 423-424, Tomo I).
La sustitución de ciclos y
regímenes de tiempo-espacio naturales por ciclos y regímenes de tiempo-espacio
industriales en agricultura tiene un impacto perjudicial sobre el medio
ambiente, el natural al igual que el construido, y sobre el sistema social.
Este es un factor fundamental para el agravamiento de la crisis ecológica del
capitalismo y para la intensificación de los movimientos en su contra.
CRISIS
Hay varios efectos indirectos
sobre la naturaleza de la producción capitalista de valores, dado que la
acumulación capitalista es un proceso impulsado por procesos de crisis. Marx
analiza las crisis periódicas de su tiempo, en primer lugar con respecto a sus
efectos sobre las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora. En
su época, las crisis económicas cíclicas eran una experiencia nueva,
mencionadas por primera vez por Sismondi a comienzos del siglo XIX. Situaciones
de extrema emergencia, como las hambrunas causadas por una mala cosecha o una
catástrofe natural, estaban profundamente grabadas en la memoria de los
pueblos. Siempre había estado claro que las causas de estas crisis están más
allá de la influencia humana, aunque en tiempos precapitalistas y
preindustriales estas crisis habían sido, en alguna medida, causadas por
acciones humanas, tales como el uso excesivo de la tierra y los recursos
naturales (la extinción de bosques europeos en la Edad Media) o las guerras.
Pero, desde el nacimiento del capitalismo industrial, las crisis económicas
comenzaron a surgir periódicamente, aumentando la inseguridad de amplios
sectores de la población debido a la pérdida de puestos de trabajo e ingresos.
Marx observaba muy cuidadosamente el desarrollo de ciclos de crisis desde
mediados del siglo XIX, esperando que la inestabilidad social y económica
durante dichas crisis provocara agitación social y cambio político
revolucionario. Pero Marx sabía que las crisis capitalistas operan como
“fuentes de la juventud” en donde el sistema capitalista encuentra remedios
para su recreación y estabilización, y nuevas dinámicas en un renovado vaivén
positivo de la economía: “destrucción creadora”, como la llamará Schumpeter más
adelante. Más tarde, Antonio Gramsci analizaría la crisis como un proceso de
transición que permitía estabilizar la hegemonía de la burguesía.
En nuestro tiempo tenemos que
tener en cuenta el carácter global de las crisis. Más que nunca en la historia,
las crisis toman hoy la forma de un colapso financiero, antes de afectar a los
sistemas político, social y económico. En tanto, crisis financieras tienen
alcance global, porque los mercados financieros están liberalizados y
desregulados, propagándose de un lugar a otro. La primera razón es el “efecto
manada”. Los inversores extranjeros quitan sus créditos y venden sus activos
para cambiarlos por monedas más seguras. Luego aparece el “efecto contagio”: la
crisis de una moneda afecta a otras. En su forma económica, la crisis afecta
necesariamente a áreas regionales o nacionales y, en este sentido, es usual que
se la denomine según el país más afectado: por ejemplo, la crisis mexicana,
brasileña, argentina. Esto parece convertir a la crisis financiera en un evento
remoto. Sin embargo, estas crisis económicas locales no sólo tienen el nombre
del país al que afectan en una primera instancia y con mayor intensidad, sino
que también conllevan efectos muy concretos en la economía y la sociedad
“real”. Por su aparente calidad virtual, las crisis también parecen no tener
efectos realmente perjudiciales sobre la naturaleza. ¿Por qué, entonces, hablar
de la crisis del capitalismo? En el pensamiento posmoderno, esto no tiene
sentido. Entendida sólo como una crisis real, esta tiene consecuencias visibles
que son interpretadas como el resultado de errores políticos de gobiernos
irresponsables, que nada tienen que ver con el funcionamiento de los mercados
globales. El enfoque marxista, contrario a estos supuestos, tiene siempre
presente que el dinero y el capital aparecen como entidades autorreferenciales,
pero que, en realidad, la autonomía de la esfera financiera global vis-à-vis
la esfera real es ficticia. La quiebra pone fin a esta ficción y da inicio a la
realidad de la destrucción de la riqueza. De más está decir que, conforme
transcurren estas crisis financieras, la pobreza avanza en Asia, África, Rusia
y América Latina.
Sin embargo, la riqueza también crece porque
la expropiación de deudores es la otra cara de la muchas veces despiadada
apropiación de riqueza por parte de los acreedores. En repetidas oportunidades,
los ecologistas suelen decir que la pobreza es una de las principales causas de
la destrucción ecológica, y el Banco Mundial en particular trabaja con este
supuesto. Pero no es cierto. La desigualdad y la injusticia son las que
resultan perjudiciales no sólo para la cohesión social sino también para la
naturaleza. Los pobres son relegados a la satisfacción de las llamadas
necesidades básicas, mientras que los ricos han acumulado tantos reclamos sobre
la naturaleza que pueden expandir codiciosamente el “medio ambiente” que
dominan y excluir a otros de su uso ordenado, por lo que desarrollan prácticas
destructivas de uso excesivo de los recursos que están a su disposición. La
“huella ecológica” de los ricos es mucho mayor que la de los pobres. La emisión
promedio de dióxido de carbono (CO2 ) de un ciudadano de EE.UU. en 1999 era de
20,2 toneladas, cifra que contrasta con la emisión de un ciudadano brasileño
que sólo alcanza a contaminar la atmósfera con 1,8 toneladas del mismo gas.
Estudios empíricos realizados en varias partes del mundo exhiben la colusión
perjudicial de la pobreza y la riqueza en el proceso de destrucción de la
naturaleza. En la selva amazónica, por ejemplo, los pobres pobladores hacen uso
excesivo de su pedazo de tierra porque los terratenientes ricos utilizan la
tierra como un objeto de especulación. Una vez más, nos encontramos cara a cara
con las consecuencias de la ruptura entre el trabajo y las necesidades debido
al poder de la codicia individualista. Esta situación es destructiva tanto para
la cohesión social como para la relación con la naturaleza, es decir, para la
sustentación de las relaciones sociales y ambientales.
La “naturaleza humanizada” de la
que Marx habla enfáticamente en sus primeras obras puede ser también entendida
como una naturaleza hecha por el hombre. Nos referimos también al medio
ambiente construido, es decir, las calles, los puentes, los puertos, los
aeropuertos, las ciudades, los parques y la agricultura, todo lo cual cubre
casi el 100% de la superficie terrestre. Incluso los océanos están cada vez más
y más “humanizados”, es decir, son cada vez más un producto del hombre: la
contaminación cambia la calidad del agua, la pesca en exceso produce daños
irreparables en la fauna y flora marítimas, y un ruido permanente interrumpe el
silencio del mar. En primer lugar, es la naturaleza hecha por el hombre la que
produce la totalidad de los efectos externos. La mayoría de las naturalezas
construidas deben considerarse como deseconomías externas negativas, y sólo
unas pocas como economías externas que proveen beneficios sociales. Los efectos
externos son una concomitancia inevitable de la transformación de materia y
energía. Demuestran que la naturaleza es más que una mera colección de recursos
más o menos útiles, es una totalidad extremadamente compleja de relaciones
naturaleza-hombre, como ya sostenía Marx en sus trabajos iniciales. El concepto
de efectos externos refleja sólo en parte la naturaleza sistémica de la dupla
naturaleza-hombre. Sin embargo, exhibe los límites de las teorías del mercado
libre y el supuesto de la existencia de actores racionales de mercado. Peor
incluso, su racionalidad individual se transforma en irracionalidad y en
decisiones que no respetan las condiciones de la reproducción natural.
La naturaleza funciona como un
medio de intercambio de externalidades que llevan el nombre de externas porque
no pueden ser reguladas por los mecanismos de mercado. Esta aporía fundamental
de las teorías clásica y neoclásica sólo puede superarse excluyendo el tiempo y
el espacio, es decir, la dimensión de la naturaleza, de su cuerpo teórico
(Altvater, 1989). Es necesario concebir a la economía como un emprendimiento
más allá del tiempo y del espacio históricos 1 , porque de otra
manera la teoría debe admitir que las transformaciones económicas (el consumo
de energía y materia) tienen un efecto irreversible en la naturaleza, ya sea
que las externalidades sean internalizadas o no. La internalización es sólo
relevante para cálculos económicos y para quienes toman decisiones, pero no
para el sistema natural. El enfoque marxista no tiene estos problemas porque, primero,
el tiempo y el espacio son categorías centrales en la crítica de la economía
política (tiempo de circulación; transporte en espacio). Segundo, porque la
naturaleza como naturaleza humanizada, es decir, como naturaleza producida, es
parte de las condiciones generales de producción. La violación de su integridad
por medio de la degradación o incluso de la destrucción de las condiciones
naturales de producción y reproducción no es, por tanto, algo externo a la
economía, sino que pertenece a su desarrollo contradictorio. Los efectos
negativos de la contaminación del aire y el agua, de la violación de las leyes
de seguridad alimentaria o del uso excesivo de los océanos y la erosión de la
tierra tienen una repercusión directa (negativa) sobre los costos de
reproducción y la capacidad productiva de la fuerza de trabajo y, en
consecuencia, sobre el proceso de producción de plusvalía. El costo del aire
limpio y el agua limpia pertenece al gasto del capital y, por consiguiente,
incrementa el monto de capital fijo constante en el proceso de producción,
generando el efecto de un aumento en la composición orgánica del capital. Por
lo tanto, la tasa de ganancia caerá (por supuesto, ceteris paribus). Los
efectos negativos sólo pueden ser ignorados bajo el supuesto de que la
naturaleza tiene una capacidad infinita de absorberlos. Sin embargo, el proceso
de acumulación capitalista tiende a transgredir el límite de las condiciones
naturales de reproducción y, consecuentemente, la teoría tiene que tomar a la
naturaleza en consideración. Aparentemente, esto era innecesario mientras se
desconocían “los límites del crecimiento” o los problemas del medio ambiente y,
por lo tanto, estos no eran tema en el discurso político o científico.
El medio ambiente aparece
mayoritariamente como “el medio ambiente construido”, producido por el hombre.
Es concebido como la provisión de bienes públicos, que incluyen no sólo los
bienes culturales y naturales sino también la infraestructura material e
inmaterial producida. Con respecto a la producción y el consumo, David Harvey
explica:
Podemos […] realizar una
distinción útil entre el capital fijo incluido en el proceso de producción (por
ejemplo, los instrumentos de producción) y el capital fijo que funciona como
marco físico de la producción (por ejemplo: fábricas). A este último, lo llamo
el medio ambiente construido para la producción. Por el lado del consumo
tenemos una estructura paralela. El fondo de consumo está formado por
mercancías que funcionan como ayudas más que como insumos directos del consumo.
Algunos artículos están directamente incluidos en el proceso de consumo (por
ejemplo: artículos durables como cocinas, lavadoras, etc.), en tanto que otros
funcionan como estructuras físicas para el consumo (casas, caminos, etc.). A
estos últimos los denomino el medio ambiente construido para el consumo
(Harvey, 1989: 64).
Lo que Harvey llama “medio ambiente
construido” hoy es discutido bajo el rótulo más extenso y abarcativo de “bienes
públicos”. No es adecuado profundizar aquí en los detalles de los discursos
sobre bienes públicos (Kaul et al., 2003; Altvater, 2003; Brunnengrüber, 2003).
En la teoría de Marx, el “medio ambiente construido” es tratado como las
“condiciones generales de producción” que, como regla, tienen que ser provistas
por el estado, al menos mientras el sistema de derechos de propiedad no esté
suficientemente desarrollado como para ofrecer activos seguros a los inversores
privados (Marx, 1974: 422-432). David Harvey resalta la importancia de la dupla
“espacio temporal” en el curso de la acumulación del capital porque esta “no es
un sector menor de la economía y es capaz de absorber cantidades masivas de
capital y trabajo, particularmente bajo condiciones de rápida expansión e
intensificación geográ- fica” (Harvey, 2004: 63). Más aún, si los gastos en el
medio ambiente construido o en el progreso social demuestran no ser productivos
ni lucrativos, “la sobreacumulación de valores en el medio ambiente construido
o en educación puede volverse evidente con la devaluación de esos activos
(viviendas, oficinas, parques industriales, aeropuertos, etc.) o con
dificultades para pagar deudas estatales en infraestructuras físicas o
sociales” (Harvey, 2004: 65).El medio ambiente construido, por lo tanto, no es
sólo parte pasiva del ciclo-crisis, sino la esfera-núcleo de la acumulación y,
consecuentemente, una causa importante de la diná- mica y la crisis de la
acumulación capitalista. Dada esta importancia, Harvey critica “esas
descripciones de la dinámica capitalista de acumulación que o bien ignoran
completamente estos temas, o los tratan como un epifenómeno” (Harvey, 2004:
65).
Consecuentemente, la categoría
del medio ambiente construido es capaz de relacionar la dinámica de la
acumulación capitalista con el papel del medio ambiente. Esta es la razón por
la cual James O’Connor (1988), en un artículo seminal, desarrolla la propuesta
para fundar un “marxismo ecológico” en un entendimiento doble de la crisis
capitalista. Primero, la crisis es interpretada en categorías clásicas de la
teoría marxista. En términos generales y un poco simplificados, la dialéctica
de las fuerzas de producción y las relaciones de producción dispara un proceso
cíclico de negocios que incluye una crisis más o menos profunda. El mismo Marx
desarrolló su argumento paso a paso. Primero, demostró la posibilidad de una
crisis implícita en la producción y circulación de mercancías. Luego, comprobó
la necesidad de la crisis en el curso contradictorio de los procesos de
producción y acumulación, especialmente debido a la periódica y tendencial
caída de la tasa de ganancia. Tercero, describió y analizó la realidad concreta
de las crisis con todos los aspectos concretos que diferían de caso en caso, en
el tiempo, y de país en país, en el espacio. James O’Connor no está interesado
en este enfoque brevemente delineado. Él apunta hacia otra serie de
contradicciones que surgen en las condiciones de producción como resultado de
los efectos del desarrollo del capitalismo, es decir, en otros términos, dentro
del medio ambiente construido. No se refiere explícitamente al discurso
tradicional que abarca desde Adam Smith hasta David Hume, quienes eran
conscientes de que el sistema capitalista sólo puede sobrevivir si el soberano
provee de bienes públicos; de lo contrario, la seguridad comercial no está
garantizada y la inseguridad hace que el comercio sea muy caro o, incluso,
imposible. Marx también escribió sobre las condiciones generales de la
producción de una manera diferente que Adam Smith. Aquel suponía que las
condiciones generales de producción son sólo momentáneamente provistas bajo la
responsabilidad del gobierno, dado que el capitalismo privado no está lo
suficientemente desarrollado como para convertir los bienes públicos en
exclusivos, establecer los derechos de propiedad privada y transformarlos en
bienes privados que puedan ser financiados por inversiones en activos.
Consecuentemente, la financiación de los bienes públicos con las ganancias del
estado es innecesaria; las condiciones generales de producción, entonces,
pueden ser tanto bienes públicos como privados, según Marx. Todo depende del
estado de desarrollo en que se encuentre el sistema capitalista en cuestión
(Marx, 1974).
El discurso sobre las condiciones generales de
producción, es decir, sobre los bienes públicos, es un tema de carácter
politizado, en esencia porque el estado, el sistema político y la estructura de
poder de una determinada sociedad están involucrados desde su comienzo. James
O’Connor es muy claro con respecto a la politización de los discursos sobre las
condiciones generales de producción:
Precisamente porque ellos [los
bienes públicos] no son producidos o reproducidos en forma capitalista, pero
dado que son comprados y vendidos y utilizados como si fueran mercancías, las
condiciones de suministro (cantidad y calidad, lugar y tiempo) deben ser
reguladas por el estado o por los actores capitalistas como si ellos fueran el
estado. Aunque la capitalización de la naturaleza implica el aumento de la
penetración del capital en las condiciones de producción (por ejemplo: los
árboles de las plantaciones, las especies genéticamente alteradas, los
servicios postales privados, el voucher educativo, etc.), el estado se instala
entre el capital y la naturaleza, o media entre el capital y la naturaleza, con
el resultado inmediato de que las condiciones de producción capitalistas se
politizan (O’Connor, 1988: 23).
Los actores que politizan el tema económico de
la provisión de bienes públicos o de las condiciones generales de producción
son, respectivamente, en primer lugar, el estado representado por el gobierno,
los partidos políticos, la administración, etc.; segundo, los capitalistas y
los representantes de corporaciones o asociaciones de empleados; tercero, los
gremios; y, cuarto, las ONGs y los nuevos movimientos sociales. Los conflictos
sociales y las luchas discursivas se centran no sólo alrededor de la estructura
de clases, el conflicto de clases y los intereses de las clases en una sociedad
capitalista, sino también en torno a la relación social entre hombre y
naturaleza, el medio ambiente construido, las condiciones generales de
producción, y el tema de la calidad y cantidad de la provisión de bienes
públicos:
La mayoría de los problemas de los
ambientes naturales y sociales son aún más acuciantes para los pobres,
incluidos los trabajadores ocupados, que para los empleados de “cuello blanco”
y los ricos. En otras palabras, los temas relativos a las condiciones de
producción son temas de clase, si bien ellos son más que cuestiones de clase
(O’Connor, 1988: 37).
La segunda contradicción, en consecuencia,
desencadena la acción de nuevos movimientos sociales (ver también Leff, 1998);
la crisis de las “condiciones de producción”, o relativa a la provisión de
bienes públicos, se politiza (ver también Kaul et al., 2003). Otro aspecto
también importante en la postura de O’Connor se evidencia cuando el autor
concluye que la acumulación capitalista “está perjudicando o destruyendo las
condiciones mismas del capital, amenazando de esta forma sus propias ganancias
y su capacidad de producir y acumular más capital” (O’Connor, 1988: 25). Brinda
algunos ejemplos que ya hemos mencionado anteriormente como efectos negativos
externos:
El calentamiento de la atmósfera
inevitablemente destruirá gente, lugares, beneficios, por no decir otras
especies de vida. La lluvia ácida contamina bosques y lagos y edificios y
utilidades de la misma manera. La salinización del agua, los residuos tóxicos,
la erosión del suelo, etc. […] dañan la naturaleza y la rentabilidad. Los
tratamientos con pesticidas destruyen los beneficios así como la naturaleza. El
capital urbano daña sus propias condiciones de rentabilidad, en principio
ventajosas, por ejemplo: los costos de la congestión de tráfico, el aumento de
las rentas, etc. El estado decrépito de la infraestructura en este país
[Estados Unidos] puede ser mencionado como un ejemplo. Existe también una
rutina similar sobre la cual corre el capital en los ámbitos de la educación,
del bienestar, de la tecnología, del cuidado de la salud, etc. (O’Connor,
1988).
O’Connor describe la degradación de las
condiciones generales de producción como una “crisis de subproducción”. Y
agrega: “podemos sin riesgo alguno introducir ‘escasez’ en la teoría de crisis
económicas de manera marxista y no neo-malthusiana. Podemos introducir también
la posibilidad de una subproducción de capital una vez que
sumemos los costos crecientes de la reproducción de las condiciones” (O’Connor,
1988: 26; para una crítica ver Altvater, 1993). Finalmente, entonces, podemos
establecer una crisis de sobreproducción o sobreacumulación en términos del
“marxismo clásico”, y una crisis de subproducción de acuerdo con el “marxismo
ecológico”, respectivamente.
Esta distinción, sin embargo, no
es completamente convincente. La categoría de subproducción está basada en el
supuesto de una reproducibilidad de las condiciones naturales de producción, y
significa nada más ni nada menos que la degradación ecológica y el costo
(social) que derivan de la restauración del medio ambiente construido:
Los ejemplos incluyen los costos de la salud
requeridos por el trabajo capitalista y las relaciones familiares; los costos
de medicamentos y los tratamientos por rehabilitación en adicciones; de las
grandes sumas gastadas como resultado del deterioro del medio ambiente social
(la cuenta de la policía y los divorcios); de los enormes ingresos invertidos
en evitar mayor destrucción ambiental y en limpiar o reparar la destrucción
ecológica pasada; del dinero requerido para inventar, desarrollar y producir
sustitutos sintéticos como medios y objetos de producción y consumo; las
enormes sumas requeridas para pagar a las compañías de petróleo y energía […]
los gastos por recolocación de basura; los costos extra derivados de la
congestión del espacio urbano; los costos que caen sobre los gobiernos, los
campesinos y trabajadores del Tercer Mundo como resultado de una crisis gemela
de la ecología y el desarrollo. Y así sucesivamente (O’Connor, 1988: 26).
Muchos de estos ejemplos son mencionados y
analizados por K. William Kapp en su famoso libro sobre “los costos sociales
del emprendimiento privado” (Kapp, 1958). De este modo, los hechos no son
nuevos, pero el discurso sobre los hechos sí lo es. Sin embargo, es bastante
dudoso si la categoría de subproducción de las condiciones generales de
producción tiene sentido, y si es más poderosa analíticamente hablando que las
categorías desarrolladas por Marx para un análisis de los procesos de
acumulación y expansión capitalista. En el Tomo I de El Capital, Marx describe
el proceso de producción como un proceso de reproducción de las relaciones
sociales entre el trabajo y el capital. Dado que sabemos que estas relaciones
también incluyen la relación social con la naturaleza, el análisis del proceso
de reproducción puede extenderse para comprender la dinámica de la naturaleza
hecha por el hombre, la naturaleza humanizada, las condiciones generales de
producción y el medio ambiente construido. A diferencia de la reproducción del
trabajo, incluyendo las relaciones de género en los hogares, la reproducción de
la naturaleza obedece a leyes naturales cuasi-eternas que sólo pueden ser
utilizadas por el hombre y, por lo tanto, deben ser respetadas. Respecto de las
leyes naturales, el supuesto de una subproducción no es muy convincente, dado
que requiere la posibilidad de reproducción y circularidad de los procesos,
cuando en la naturaleza todos los procesos se caracterizan por su
irreversibilidad. Esto contrasta con el carácter autopoiético –y por ende
autorreferencial– del capital, que no puede respetar los límites de la
naturaleza. El modo de producción capitalista consecuentemente es perjudicial
para la naturaleza y, por lo tanto, para el hombre. Las repercusiones sobre el
capital mismo, uno de los principales argumentos de James O’Connor, son sin
lugar a duda un punto crucial (Martinez-Alier, 1987: XIX).
VALORIZACIÓN
El proceso de acumulación capitalista tiene
lugar en las coordenadas de tiempo y espacio. En lo que respecta al tiempo, su
lógica es la aceleración. El aumento de la productividad para la producción de
plusvalía relativa no es otra cosa que la aceleración de la producción y
circulación en todos los procesos para poder producir más productos en la misma
unidad de tiempo. Al acelerar todos los procesos, es posible extender el
alcance de la producción y reproducción capitalista en el espacio. De este
modo, la expansión espacial del capital pertenece a la dinámica de la
acumulación capitalista. La expansión sólo es posible si se eliminan los
límites y fronteras, ya sea que tengan origen en condiciones naturales o que
hayan sido establecidos por las instituciones políticas. Por eso Marx escribe
en los Grundrisse sobre el mercado mundial como incluido en la
categoría de “capital” desde el principio (Marx, 1974: 311). Hoy podemos
interpretar esta tendencia mencionada por Marx como la globalización moderna.
La globalización se ha convertido en una realidad porque es la emanación real
de las potencialidades inmanentes de la acumulación capitalista. La
globalización es el proceso de valorización interminable de todas aquellas
partes de la naturaleza que antes estaban afuera de la lógica de valorización
del sistema capitalista. La tendencia expansionista en el espacio y el tiempo
es un tema importante en los Grundrisse (Marx, 1974: 415-435). Ha
sido descripta por teorías clásicas del imperialismo que abarcan de Luxemburgo
a Lenin, pasando por Bujarin y Kautsky. Pero la valorización no puede ser
solamente entendida como un proceso de conquista territorial. Los espacios a
descubrir, incursionar, conquistar e integrar en el sistema capitalista de
producción de valor incluyen también los cascos polares, el suelo del fondo de los
océanos, las zonas de jungla más remotas de las selvas tropicales, el espacio
exterior y, más importante aun, los nanoespacios de los genes de las plantas,
los animales y los seres humanos. El capitalismo es un sistema expansionista en
el que todo es interpretado como materia prima para el proceso de producción de
valor y plusvalía. Si no es útil, y en la medida en que no pueda satisfacer
esta necesidad, la materia prima será considerada inútil, sin valor y, por lo
tanto, un objeto inadecuado para la valorización capitalista. Al separar los
recursos que poseen valor de aquellos que son inútiles, la integridad de la
naturaleza será inevitablemente desintegrada; proceso que anticipa su
destrucción.
La valorización es en principio
un proceso infinito, que nunca termina, excepto que el capitalismo alcance una
barrera insuperable. El aspecto más destructivo de la valorización es la
selección entre recursos valorables y no valorables. Por ejemplo, en la selva
amazónica puede verse que la valorización de la madera de la selva como
ecosistema es destructiva. Al final no hay más madera, porque se impide la
reproducción de la selva. Este es obviamente un caso de subproducción en el
sentido de James O’Connor. La consecuencia es que la selva, una vez destruida
debido a la sobreexplotación de madera, no puede reproducirse en un tiempo
semejante al que le toma a los seres humanos explotar y destruir el ecosistema.
Al menos esto es lo que sucede en las selvas tropicales, donde la recreación de
un ecosistema degradado está llevando más tiempo que su destrucción. La
explotación es frecuentemente una cuestión de días, mientras que la recreación
es una cuestión de dé- cadas o siglos. La desigualdad del régimen de tiempos en
una sociedad dada es una de las principales razones de la destrucción
ecológica, de la “subproducción”, en el sentido de O’Connor.
ENTROPÍA
Efectivamente, la
irreversibilidad es una categoría decisiva para comprender el desarrollo de la
naturaleza. Dado que el capital obedece a una lógica de circularidad, lo natural
y el régimen del tiempo capitalista no son compatibles. El capital debe
apropiarse de la plusvalía e invertirla nuevamente en el proceso de producción
que al final resultará nuevamente en la apropiación de una plusvalía mayor. La
compulsión hacia la plusvalía es inevitable si los procesos de producción
fueron financiados con créditos e intereses que deben ser pagados. Los
indicadores de performance del capital señalan muy claramente la circularidad y
la reversibilidad del flujo del capital dentro de la relación entre resultados
y gasto. La ganancia, la eficiencia marginal del capital, el retorno del
capital, la rentabilidad y otros indicadores demuestran claramente que la
racionalidad está basada en una comparación entre medios, es decir, inversión,
y objetivos, o sea, ganancia o plusvalía.
Por el contrario, tanto los
procesos naturales de transformación de materia y energía como el proceso
natural de crecimiento de seres vivientes tales como las plantas y los animales
se caracterizan por no resultar reversibles. Esto se deduce, últimamente, de la
ley de entropía. Al final del proceso hay algo cualitativamente nuevo (en la
racionalidad de la reversibilidad, la calidad se mantiene igual mientras que la
cantidad de la misma calidad cambia). Este producto cualitativamente nuevo no
puede ser reproducido con la misma energía o materia; por lo tanto, los stocks
de energía y materia son usados hasta su agotamiento, salvo que el sistema sea
abierto y nueva energía y materia sean provistas para transformarse en valores
de uso. Pero, nuevamente aquí, el problema es que cada proceso de producción es
producción encadenada. De acuerdo con Herman Daly, no sólo existe el proceso
directo de entradas y salidas sino también la producción de productos
intermedios (Daly, 1991). Es ley natural que es imposible transformar el 100%
de la entrada de energía y materia en productos diseñados para la satisfacción
de las necesidades humanas. Por lo tanto, “disfrutamos de nuestras vidas”
(Georgescu-Roegen, 1971) incrementando la entropía de todo el sistema. Marx era
totalmente consciente de esta tendencia de doble faz. Por un lado, está la
transformación antropocéntrica de materia y energía de la naturaleza viviente y
no viviente en esas cosas, las mercancías, que son capaces de satisfacer
nuestras necesidades sociales e individuales. Por otro lado, está la
consecuencia amarga del deterioro y la degradación de la naturaleza,
precisamente porque la satisfacción de necesidades está garantizada o porque
las necesidades de la valorización capitalista son satisfechas.
Nicholas Georgescu-Roegen
introdujo el concepto de “revolución prometeica” en su razonamiento para
demostrar que el aumento de la entropía depende terminantemente del régimen de
energía. Tanto la revolución industrial como la revolución neolítica cambiaron
el régimen de energía; la primera, desarrollando dispositivos que capturan la
energía solar y la transforman en energía útil para el hombre (principalmente,
comestibles). La segunda, sustituyendo la energía de los fósiles al
transformarlos en energía útil por medio de una serie de infraestructuras
industriales para lograr la transformación de energía solar, principalmente, en
el sistema agrícola. No sorprende que Eric Hobsbawm en La era de los extremos
(1994) detecte sólo una revolución en el curso del siglo XX: esa primera vez en
la historia de la humanidad en que, a comienzos de los años cincuenta, el
número de personas que viven en el campo y trabajan como granjeros es menor que
el número de personas que dependen de la industria urbana. La transición de una
relación social agrícola con la naturaleza a una relación industrial presenta
un cambio radical, una revolución que sólo tiene una perspectiva corta de vida.
La revolución neolítica ha
utilizado el eterno flujo de la energía solar y, por lo tanto, el modo de
producción agrícola no conoce límites energéticos, aunque hay límites relativos
a la fertilidad del suelo, el uso de ciertas técnicas agrícolas, etc. La
revolución fósil e industrial, sin embargo, está basada en el consumo del stock
limitado de fósiles energéticos. Primero, estos se agotarán en unas pocas
décadas y, segundo, su combustión está produciendo tal cantidad de emisiones
dañinas para el clima que las condiciones de vida en la tierra cambiarán con
consecuencias que nadie puede predecir, excepto por el hecho innegable de que
son perjudiciales para la vida en la tierra. En términos de la economía
termodinámica, la transición a sistemas capitalistas industriales basados en
combustibles fósiles significa que el planeta Tierra, en primer lugar, es “globalizado”
y, en segundo lugar, es tratado como un sistema cerrado porque la energía solar
almacenada a lo largo de millones de años en pozos de petróleo y minas de
carbón es sustituida por la radiación solar del presente. La Tierra es un
planeta limitado y, por lo tanto, un sistema de energía sustentable sólo si se
basa en la apertura de su sistema de energía a la radiación solar
(Geourgescu-Roegen, 1971; Daly, 1991; Altvater, 1995). La combustión incrementa
inevitablemente la entropía global y, al tratar de evitar este resultado
desagradable, nuevas partes del planeta (que hace cientos de años todavía eran
partes vírgenes del planeta) han sido incluidas en las estructuras de
valorización capitalistas. Esta es la razón ecológica por la cual hoy la Tierra
está globalizada y nosotros debemos lidiar con problemas globales del medio
ambiente, y no principalmente con problemas locales o regionales.
CONCLUSIÓN
El concepto marxista de relación
naturaleza-hombre es mucho más apropiado que otros conceptos para comprender
las contradicciones y la dinámica de la relación social entre ser humano y
naturaleza, es decir, de la relación entre la economía, la sociedad y el medio
ambiente. La principal razón consiste en que dicho concepto permite concebir al
ser humano trabajador como alguien que transforma la naturaleza y, por lo
tanto, está incluido en un metabolismo de naturaleza-hombre que, por un lado,
obedece a leyes de la naturaleza cuasi-eternas y, por el otro, está regulado
por la dinámica de la formación social capitalista. La “formación” representa
el conjunto de formas sociales, comenzando por la forma mercancía, la forma
dinero, la forma política, incluso la forma del crédito moderno. La acumulación
capitalista también obedece a la lógica de “desencaje” que Karl Polanyi
describe tan convincentemente en La gran transformación (Polanyi,
1978; ver también Altvater y Mahnkopf, 2002). Esto ha sido demostrado en este
artículo cuando nos hemos referido al dinero metálico y simbólico, es decir,
dinero “concreto”, basado en un material natural, y dinero “abstracto”, aquel
que sólo representa una forma social. El proceso de desencaje, sin embargo,
exhibe también el aspecto extremadamente importante de transformación del
sistema de energía, desde energías bióticas hasta el régimen de energías
fósiles. Las sociedades capitalistas buscan volverse independientes del flujo
de energía solar porque pueden utilizar los stocks de energía fósil. Para la
relación social capitalista con la naturaleza, esta transición ofrece muchas
ventajas. El sistema contemporáneo de energía es independiente a nivel espacial
y temporal porque la energía fósil es transportable y puede ser concentrada y
almacenada donde sea necesario. Por eso, esta energía es “homóloga” a un
sistema capitalista dinámico. Esta es la razón por la cual es tan difícil
reducir el consumo de energía fósil en las sociedades capitalistas modernas, y
por la cual la “eco-regulación” (Burkett, 1996) o una economía “sustentable”
son tan difíciles de lograr. Bajo la presión de ser competitivo localmente en
el espacio global, una reducción del consumo de energía fósil no sucederá
voluntariamente, sino sólo como resultado de una acción colectiva. Tal como las
discusiones sobre el protocolo de Kyoto lo demuestran claramente, una acción
colectiva con una superpotencia poderosa, con free-riders y con estados
débiles, es de difícil ocurrencia.
Como los recursos fósiles
seguramente se agotarán en un par de décadas, las guerras sobre la distribución
de recursos escasos ya han comenzado. La guerra de EE.UU. contra Irak puede ser
interpretada como una ouverture del advenimiento de los
conflictos sobre el recurso del petróleo en el mundo. En este punto del
razonamiento queda claro que la cuestión ecológica relacionada a la capacidad
de transporte a escala mundial incluye un asunto adicional no menos importante:
cómo distribuir de un modo justo los recursos escasos de una manera pacífica, y
cómo organizar la transición a un régimen sustentable de energía. La teoría
marxista puede servir de ayuda para comprender la dinámica de las relaciones
sociales con la naturaleza en el capitalismo moderno. Pero la cuestión también
marca la transición de consideraciones teoréticas a prácticas políticas.
* Catedrático de Economía
Política, Universidad Libre de Berlín, Alemania.
** Traducción de Bárbara
Schijman. Revisión de Atilio A. Boron.
Nota:
1. Para la distinción entre
tiempo y espacio histórico y físico ver Georgescu-Roegen, 1971).
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PUNTO Y APARTE
Amadeus X - Hijos de la tierra y el sol (2015)
Amadeus X - Apagando el Sistema (Perú)
BARETO - La voz del Sinchi (Perú)
Bareto - Mujer Hilandera
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(*)El videoclip anterior fue retirado porque tenía propaganda electoral de Cesar Alvarez, el alcalde regional investigado por el caso La centralita y ser parte de una red criminal.
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