ASEDIOS AL DOGMA: LOS SIETE ENSAYOS DE MARIÁTEGUI COMO CRÍTICA DE
LA RAZÓN OLIGÁRQUICA * **
Felipe
A. Lagos Rojas
En este trabajo se presenta una visión global de
la obra del socialista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), destacando
los vínculos entre su acción y su discurso político y las diversas
consideraciones acerca de los motivos culturales y estéticos que se debatían en
Latinoamérica y el Perú de la década de los ’20.También se busca mostrar el
estrecho vínculo entre los diversos registros periodísticos y la organización
del discurso ensayístico mariateguiano.
Los estudios mariateguianos y sus
principales discusiones
Alberto Flores Galindo relata una anécdota de lo
ocurrido en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, efectuada en Buenos
Aires en junio de 1929: la representación del recién creado Partido Socialista
Peruano había sido encargada a Julio Portocarrero y Hugo Pesce; este último,
luego de recibidas las primeras críticas del secretariado regional hacia los
planteamientos de dicho partido, regala los Siete
ensayos al entonces dirigente del PC argentino –y enlace
directo de la III Internacional en América Latina– Vittorio Codovilla.
Respondiendo al obsequio, con la seguridad de ser escuchado por los presentes,
Codovilla se refiere al escaso valor teórico de Mariátegui, a su poco feliz énfasis en
la superestructura y a la evidente herencia del “ensayismo burgués”: el libro
venía a demostrar el retraso de la sección peruana respecto del movimiento
comunista internacional.(1) Este suceso nos ubica en
uno de los ejes más revisados en los estudios acerca de la relación de
Mariátegui con el marxismo: el de su “ortodoxia” o “heterodoxia”. Las disputas
políticas respecto del pensamiento del Amauta primero, y los sucesivos exámenes
acerca de su significación para el proyecto socialista después, mantuvieron y
mantienen en circulación y debate el aporte mariateguiano; no obstante, el
rendimiento de esta obra (como el de todo trabajo que trasciende su época y
logra actualidad fuera de su propio contexto de producción) no ha sido homogéneo y se
ha desarrollado a la par de los cismas sufridos por el marxismo durante el
siglo XX. Comenta Fernanda Beigel que la primera época de los estudios
mariateguianos corresponde al periodo que va desde su muerte, en abril de 1930,
hasta el doble quiebre implicado en el triunfo de la Revolución Cubana y el
inicio de la edición de sus Obras
Completas en 1959, y que este período, en lo general,
sirvió a la disputa entre comunistas y apristas por apropiarse de la herencia
intelectual del Amauta. Así, la ortodoxia o heterodoxia de Mariátegui fue
valorada en función de su cercanía o lejanía con el marxismo codificado por el estalinismo en la década
de los treinta,(2)buscando en
ella elementos de adecuación (casi siempre deshistorizada) a los preceptos del “marxismo-leninismo”. O bien se
llevó a cabo el ejercicio contrario:reorganizar el texto mariateguiano como
crítica de las rigideces conceptuales del estalinismo. En cualquier caso, se los hizo responder de modo directo,
y en interpretaciones por momentos notablemente forzadas, a preguntas ajenas a
su propio contexto de producción.
La ortodoxia imperante redujo el método de Marx a un cientificismo
abstracto y mecanicista, que definía la dialéctica como forma privilegiada para
conocer las “leyes generales” de la realidad, y cuyo status de privilegio parte
de la unidad – aproblemática– entre el interés del proletariado, del Partido
Comunista y de la III Internacional. La operación teórica estaliniana “consistía
en deshistorizar al marxismo, con lo cual todas las etapas del pensamiento
filosófico que arrancan con Marx y que son sucedidas por los marxistas posteriores se diluyen
amalgamándose inmediatamente en una misma y compacta aleación constituida por un
conjunto doctrinario limitado y finito de proposiciones".(3) El marxismo quedaba así
preso de las variaciones de la política interna y externa de la URSS, junto al
propio movimiento comunista. Y el contexto político del Perú de entonces,
sumado al escaso conocimiento que hubo hasta los años sesenta de gran parte del
corpus textual
escrito por Mariátegui, hizo que su estudio se viera restringido a las discusiones
político-partidistas, aun cuando emergieron esfuerzos aislados por
realzar aspectos parciales del discurso mariateguiano.(4)
Los hechos de año 1959 vinieron a modificar las condiciones políticas
y culturales de recepción de una obra que, desde entonces, sigue siendo fuente
de estudio y debate. Algunos de los principales investigadores de la nueva
etapa se reunieron en la Universidad de Sinaloa en 1980, en un congreso en el que se pudo
apreciar la apertura y el enriquecimiento de los estudios sobre Mariátegui: en
primer lugar, el que el congreso se haya llevado a cabo en México y no en el país natal
del Amauta, indica que esta nueva lectura de Mariátegui encontró un radio mayor de
alcance, y que si en el periodo 1930-1959 las exégesis estuvieron centradas casi exclusivamente
en encontrar respuestas para la práctica política del Perú, en el siguiente su
alcance se extiende a niveles continentales. El trabajo de la “generación de
Sinaloa” desarrollaría además algunos ejes poco abordados por los anteriores analistas y, más que canonizar o
criticar lo meramente escrito, puso un certero énfasis en la praxis
mariateguiana, incorporando la práctica política
y el contexto de intervención en que ésta se fue desplegando.(5)
Finalmente, en el trienio 1989-1991 (caída del Muro de Berlín,
disolución de la URSS, etc.) se vería abierta una tercera etapa para los
estudios mariateguianos, que transcurre hasta hoy. Como en otros aspectos de la
discusión marxista postsocialismos
reales, el cuestionamiento de los marcos eurocéntricos
de las teorías del desarrollo capitalista ha contribuido a realzar los aspectos
heterodoxos del discurso de Mariátegui, que ofrece además coherencia al
proyecto de levantar un socialismo que no sea “ni calco ni copia, sino creación
heroica”. Este giro quedaría marcado en el Encuentro Internacional “José Carlos
Mariátegui y Europa. El otro aspecto del descubrimiento” efectuado en Francia
el año 1992, en el que la obra del Amauta (leída a través de los problemas que marcan esta nueva “crisis
del marxismo”) ha posibilitado sugerentes aproximaciones al análisis de la
dialéctica del desarrollo en el capitalismo latinoamericano, las formas que
asumió la crisis hegemónica, el papel de los aspectos culturales y étnicos en
el discurso político, etc. Investigaciones recientes también han documentado
que el radio de la praxis
mariateguiana no solo abarcó el Perú y Latinoamérica, sino que se extendió por
algunos círculos europeos, fundamentalmente a través de la difusión de la
revista Amauta.(6)
Transcurridos ochenta años de la publicación de los Siete ensayos, el marxismo
latinoamericano debe evaluar las nuevas condiciones de aplicación de las
categorías de ortodoxia y heterodoxia, toda vez que el derrumbe del campo
soviético (esto es,la realidad material que precisó del DIAMAT estalinista como
fundamento ideológico de la “voluntad general” del proletariado, representada por el Estado
Soviético) permite hoy la renovación del discurso marxista, abriendo con ello
una nueva época de productividad teórica y práctica para la crítica socialista al
“capitalismo realmente existente”. Como dijo el mismo Mariátegui: “La crítica
marxista estudia concretamente la sociedad capitalista. Mientras el capitalismo
no haya tramontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo
válido. El socialismo, o sea la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista, mantiene
viva esa crítica, la continúa, la confirma, la corrige”(7)
De igual modo, resulta limitado considerar el marxismo mariateguiano
sin atender a la intervención política y cultural que nuestro autor sostuvo en medio
de la crisis mundial y nacional de los años veinte. Su práctica intelectual
debe ser observada en consonancia con la red de producción y circulación
político-cultural que creara, y en la que la revista Amauta
constituyó el más logrado y trascendente (pero no
el primero ni el único) de sus dispositivos de intervención. La investigación
mariateguiana se encuentra actualmente en condiciones de asumir una
reconstrucción integral de las relaciones entre praxis política, sindical y
cultural, y nuestro objetivo en este capítulo es el de ofrecer algunas
reflexiones para esta tarea.
Amauta: revista y voz generacional en la crisis hegemónica de los años
Veinte
La actividad periodística constituye una de las principales
actividades en la trayectoria biográfica de Mariátegui desde los tiempos en que
las duras condiciones de vida de su familia lo llevaron a trabajar en 1908, con 14 años,
como alcanzarejones en el diario La
Prensa de Lima; dos años más tarde es ascendido a
ayudante de linotipista y corrector de pruebas, y uno después aparece su
primera columna en el mismo matutino. En 1912 se le encomienda la redacción de
las noticias policiales, y en 1913 es incorporado como redactor del periódico.
Posteriormente, asume como cronista parlamentario de El Tiempo (1916), y en 1917 se le
otorga el premio de la Municipalidad de Lima por la crónica “La procesión
tradicional”. Ese mismo año y a sus cortos veintidós, es electo vicepresidente
del Círculo de Periodistas.
Por la vía del periodismo de ideas, Mariátegui llegó a ocupar un lugar
importante en la intelectualidad peruana de los años veinte. Su etapa juvenil o
“edad de piedra” encuentra fin cuando, junto a César Falcón, renuncia al diario
El Tiempo en 1918, siguiéndose de esto un conjunto de esfuerzos orientados a
generar medios periodísticos autónomos a los medios y a la cultura oficial.
Mariátegui y Falcón abrirán en 1918, junto a Félix del Valle, la revista Nuestra Época que tuvo una
breve vida de dos números y se orientó hacia la difusión artística y cultural
de vanguardia; al año siguiente, junto al mismo Falcón, funda el periódico La Razón que rápidamente pasa a
cumplir un papel activo en la defensa y la información respecto de las
movilizaciones limeñas. El incremento de la conflictividad social tenía en
aquel momento su máxima expresión en los sucesos de la Reforma Universitaria,
que se sumaban a las huelgas obreras contra el encarecimiento de las subsistencias y a la emergencia de nuevas movilizaciones indígenas en
la sierra.
Este clima de protesta y descontento con el régimen y las
instituciones sería aprovechado en 1919 por el candidato presidencial Augusto
B. Leguía, quien con una prédica antioligárquica y populista se gana la
adhesión de las capas populares y, por esta vía, logra ser electo el año 1919. La sociedad peruana
entraba así, bajo el gobierno de Leguía (1919-1930), en un lento pero irreversible
proceso de modernización condicionado por una creciente dependencia del capital
norteamericano, situación que terminaría por rearticular al bloque dominante.
Y, en tanto crisis del orden oligárquico (una vez finalizado el período que
Jorge Basadre denominó como “República Aristocrática”: 1895-1919), evidencia la
falta de alternativas en el plano de la hegemonía, por lo que las capas medias
emergentes debieron buscar nuevas vías para la producción y circulación cultural
en las
principales ciudades del país.(8)
Mariátegui gustaba en denominar “nueva generación” al movimiento que
convocaba al conjunto de actores sociales, intelectuales y culturales que
emergieron en Latinoamérica en medio de la crisis oligárquica, y se identificó
a sí mismo como parte de este conjunto: en más de una oportunidad señaló que
los inicios de este movimiento se ubican en los sucesos de la Reforma
Universitaria de Córdoba primero, y de otras universidades latinoamericanas
después, observando que con su emergencia se abre una nueva sensibilidad
revolucionaria en el continente.(9) Para Mariátegui, la “nueva generación peruana” era
parte integrante del panorama mundial de la postguerra y de los movimientos
políticos de la izquierda que surgía en el mundo luego de la Revolución Rusa, y
gran parte de su trabajo consistió en otorgar a esta nueva generación elementos
que clarificaran sus intereses y su significación nacional y latinoamericana,
sin descuidar el panorama mundial sino nutriéndose del mismo para sus fines.
Las ideas representativas de la clase aristócrata-feudal, organizadas
en la ideología civilista (10), comienzan a
hacer evidente su falta de respuestas al momento histórico en que entraba el
Perú, y el surgimiento de nuevos actores sociales (los campesinos indígenas, el
proletariado organizado, los estudiantes y la “nueva juventud”, los movimientos
feministas, los intelectuales de vanguardia) ponía a los voceros civilistas en actitud reactiva y conservadora. La radicalización
del campo cultural se ve impulsada entonces por el rechazo de estos grupos al
Estado oligárquico, y por la conciencia acerca de la necesidad de la actividad
social y política para superar su crisis: la figura emergente adquiría, de este
modo, la forma de una alianza de la “vanguardia político-cultural” con los
nuevos actores populares.
Con respecto a la idea de vanguardia, Fernando Alegría señala que la
principal diferencia con las corrientes europeas reside en que las vanguardias
latinoamericanas no devinieron “escuelas seculares” (el término es de Adorno),
es decir, nunca se establecieron como ismo. A nosotros este fenómeno nos parece a su vez consecuencia de un
distinto grado de autonomización del campo cultural, que de un lado permitió la
formación de escuelas y la formalización, incluso la institucionalización, de
procedimientos estéticos y de formas artísticas, mientras que en el nuestro
recién aparecía como embrión de aquellas búsquedas y del descontento cultural
que portaban, y que acompañaron los inicios de la autonomización relativa del
campo cultural.(11)
A poco de ser electo, y dada la agitación promovida desde La Razón, Leguía puso a sus directores en la disyuntiva entre ir a la cárcel o partir al
exilio, bajo la figura de “representantes culturales”. Mariátegui pasará así dos años y medio en
Italia y otro más de viaje por algunos países europeos, y según su propia confesión
en este periplo hace su “mejor aprendizaje”, el del marxismo. Pero a su
contacto con los comunistas italianos, y su propia lectura de Marx, se debe
sumar el hecho de que Mariátegui también se impregnó de las corrientes de la
vanguardia europea, tanto en lo que respecta a sus propuestas estéticas y
artísticas como en la conformación de espacios de contrahegemonía (revistas, organizaciones culturales,
editoriales populares, manifiestos y otros medios de producción y circulación
cultural). Estas referencias constituyen un aspecto central, aunque escasamente
estudiado aún, del “aprendizaje europeo” de Mariátegui, y caben ser destacadas entre los
movimientos que más influyeron en su obra posterior: el proyecto de Proletkult de Anatoli Lunacharsky,
las empresas de Henri Barbusse (grupo y revista Clarté, revista Monde), la revista/periódico L’Ordine Nuovo dirigida por
Antonio Gramsci y Umberto Terracini entre otros, y la empresa cultural
organizada por Piero Gobetti en torno a la revista La Rivoluzione Liberale.(12) Constituyen
entonces antecedentes de los proyectos culturales más trascendentes del
peruano: la revista Amauta, la
Editorial Minerva y el periódico obrero Labor.
El regreso de Mariátegui al Perú se produjo en marzo de 1923; entre
esta fecha y la aparición de la revista Amauta, en 1926, la vanguardia peruana intensificaba su presencia generando
nuevos espacios de producción y circulación intelectual y artística. Por sólo
mencionar algunas de las revistas creadas durante estos años, se fundaron en Arequipa Plac-Plac
(1923) y Humanidad
(1925); en Puno, La Esfera (1925) y Boletín Titikaka (1926-1930);
en Cuzco, Vórtice (1923)
y Kosko (1924- 1925/1932); en Huancayo, Hélice (1925), Renovación (1925) e Iniciación (1926); y en Lima, Claridad
(1923-1924), Boletín
Bibliográfico (1923-1934), Bohemia
Azul (1923-1924), Flechas
(1924), Perricholi
(1925-1926), Poliedro
(1926) y Trampolín-
Hangar-Rascacielos-Timonel (1926-1927), entre muchas
otras de diversa continuidad y
trascendencia.(13) La revista Amauta entablaría
diálogos productivos con muchas de
ellas, dando forma a un proyecto de red editorial nacional e internacional, cuyo objetivo fue disminuir la
distancia entre la masa crítica peruana
y las corrientes de renovación espiritual de
otras latitudes del orbe.
Mariátegui se incorporó a las actividades de la vanguardia peruana a
través de las actividades de las Universidades Populares González Prada y de la
revista Claridad, ambas
bajo el alero de la Federación de Estudiantes Peruanos (liderada por Víctor Raúl
Haya de la Torre). Estas colaboraciones se verían interrumpidas el mes de mayo
de 1924, cuando una recaída en su frágil salud obligara la amputación de su pierna izquierda, problema que se vino a sumar a la fragilidad de su
derecha desde la niñez: Mariátegui se desplazaría, de allí en más, en silla de
ruedas. Su convalecencia motivó muestras de solidaridad de intelectuales y
militantes sindicales de Lima, y durante su recuperación vendría la oferta de
incorporarse como articulista permanente de la revista Mundial –dirigida por Andrés
Avelino Aramburú– en septiembre de 1924.(14)
La colaboración de Mariátegui en Mundial
constituye una etapa que vendría a renovar el
conjunto de su producción crítica, ya que en estos escritos se da comienzo a un
proceso de estudio y exposición de los principales aspectos de la realidad
peruana, así como una revisión de los tópicos existentes hasta ese entonces en
la discusión sobre los problemas del país. El discurso civilista había construido
algunas dicotomías (costa-sierra, criollo-indio, exótico-nacional, europeo-americano)
derivando interpretaciones dualistas de la estructura social; Mariátegui, por
su parte, resignificará aquellos pares conceptuales desde la tribuna “Peruanicemos al Perú” de Mundial, a través de una serie de operaciones sistemáticas que buscan, al
mismo tiempo, polemizar con el “sentido común” de la época, y ofrecer nuevas vías de comprensión de la realidad peruana.
Proponemos considerar el debate contra el civilismo ideológico como clave de
lectura de los Siete ensayos, de lo que se desprende que la interpretación de la realidad social implica
develar el poder que las ideas dominantes tienen sobre dicha realidad, esto es,
que le sirven orgánicamente, si la crítica realmente tiene como objetivo contribuir
al crecimiento y fortalecimiento de un sujeto
revolucionario.(15)
Varios autores han señalado la participación en Mundial como el momento de la “nacionalización”
del marxismo mariateguiano (antes centrado en explicar e interpretar la crisis
europea), giro marcado por la aparición del artículo “El problema primario del
Perú” (diciembre de 1924), seguido semanas después por una convocatoria al
estudio sistemático, organizado y colectivo de los problemas nacionales. Nos
referimos a “Hacia un estudio de los problemas peruanos”, de agosto de 1925,
donde dice:
Los jóvenes tienden a
agruparse; tienden a entenderse. La obra del intelectual de vanguardia no
quiere ser monólogo. Se propaga, poco a poco, la convicción de que los hombres
nuevos del Perú deben articular y asociar sus esfuerzos. Y de que la obra
individual debe convertirse, voluntaria y conscientemente, en obra colectiva[…]. El proyecto en gestación
quiere que algunos intelectuales, movidos por un mismo impulso histórico, se
asocien en el estudio de las ideas y de los hechos sociales y económicos […].(16)
También a comienzos de 1925, y una vez que su salud se hubo
estabilizado, junto a su familia se trasladan a su residencia definitiva en
Washington Izquierda. En este espacio el Amauta comienza a reunir en tertulias
periódicas a sus colaboradores más cercanos, haciendo de su hogar el centro de
operaciones de múltiples proyectos políticos y culturales; en consecuencia, la
residencia sufriría los embates del gobierno de Leguía como allanamientos,
confiscaciones y vigilancia policial. Flores Galindo señala que el origen de Amauta hay que buscarlo en la
tertulia de Washington Izquierda,(17) lo que habla del carácter colectivo que asumirán los emprendimientos
del marxista peruano hacia la conformación de un “nuevo Perú”.
El 31 de octubre de 1925 se funda la Editorial Minerva como sociedad
de los hermanos Julio César y José Carlos Mariátegui, y en septiembre del año
siguiente verá la luz por primera vez la revista Amauta. Dice Flores Galindo que
Minerva permitió la supervivencia de Amauta, ya que aseguró a la revista un tiraje de 5000 ejemplares por número.
La editorial asumía tres líneas de publicación: la Biblioteca Minerva, dedicada a
obras representativas del “espíritu contemporáneo” (Sorel, Freud), la Biblioteca Amauta para textos de
contenido social y político sobre Indo América (Siete ensayos, Tempestad de los Andes), y la Biblioteca de Vanguardia, para obras
literarias de corrientes vanguardistas.
Tanto la columna “Peruanicemos al Perú” como la revista Amauta funcionaron como espacios de difusión de ideas respecto de las principales discusiones
que atraviesan la crisis ideológica y cultural burguesa de la época. Por medio de
estas tribunas, el discurso mariateguiano transita por diversos aspectos de la realidad
peruana, latinoamericana y mundial, distante de afanes académicos y con una
finalidad más allá de la pasiva contemplación de su objeto de análisis: en Mundial se encuentra el grueso de los “fragmentos” (columnas) de los que luego serían los Siete ensayos; y la revista
Amauta aparece,
en este mismo contexto, como espacio de discusión de diversas corrientes
intelectuales, culturales y artísticas unidas por un ánimo renovador. En este
sentido, la revista se dispone como un elemento más de una práctica intelectual abierta y esencialmente dialógica que, como tarea colectiva, convoca al debate a la “nueva generación
peruana”, bajo el objetivo de derivar ideas capaces de proyectar la
construcción de un orden social alternativo. En la columna “Regionalismo y
gamonalismo” (Mundial,
octubre de 1925), uno de los primeros “fragmentos” de los Siete ensayos, encontremos
el siguiente motivo programático:
[…] con la aparición de una
ideología que traduce los intereses de la masa –la cual adquiere gradualmente
conciencia y espíritu de clase– surge una corriente o una tendencia nacional
que se siente solidaria con la suerte del indio. Para esta corriente la
solución del problema del indio es la base de un programa de renovación o
reconstrucción peruana. El problema del indio cesa de ser, como en la época del
diálogo entre liberales y conservadores, un tema adjetivo o secundario. Pasa a
representar el tema capital.(18)
Esta nueva concepción de los problemas peruanos muestra también que
“el programa que se elabora en la conciencia de esta generación es mil veces
más nacional que el que, en el pasado, se alimentó únicamente de sentimientos o
supersticiones aristócratas o de conceptos y fórmulas jacobinas”.(19) Y, como dice Osvaldo
Fernández, la revista Amauta se
propone como tribuna de discusiones, es decir, como espacio intencionalmente tensionado de concentración y
polarización ideológica: de allí que su nombre
completo fuera Amauta: revista mensual de doctrina, literatura, arte, polémica.(20)
Los editoriales de Amauta fueron utilizados por Mariátegui para anunciar las etapas de la
revista según los objetivos cifrados en ella para la lucha política y cultural
de la “nueva generación peruana”. Por esto, los estudiosos de la obra
mariateguiana distinguen las épocas de la revista a partir de las “jornadas”
sancionadas en aquellas editoriales. Alberto Tauro se refiere a tres “jornadas”
de Amauta: 1) la
que comienza con el editorial del número 1 “Presentación de Amauta”, y caracterizada como
“jornada de definición programática”; 2) la que sigue al cierre de la revista desde
mayo a diciembre de 1927 (debido al allanamiento sufrido por Mariátegui), y que retoma su circulación con el número 10 abriendo con la editorial
“Segundo acto”; y 3) la que inaugura el número 17 en septiembre de 1928, que
registra el quiebre definitivo con Haya de la Torre, y que además define la
“jornada socialista” de la revista, en “Aniversario y balance”.(21) Osvaldo Fernández
rectifica que las etapas de la revista contenidas en estos editoriales se
reducen a dos: la “jornada de definiciones” y la “jornada socialista”, lo que a
su vez es complementado por Fernanda Beigel al precisar que, tras la muerte de
Mariátegui en abril de 1930, Amauta
transitará aún una tercera etapa que comprende
los números 30, 31 y 32, y en la que se buscó homenajear al intelectual
peruano, pero también justificar la decisión de adecuar el Partido Socialista
del Perú a los imperativos de la III Internacional, dando comienzo a la
estalinización del comunismo peruano y a la eliminación de todo
“mariateguismo”.
Los objetivos iniciales de Amauta
en su primera “jornada” quedan registrados entonces en el editorial de presentación:
Esta revista, en el campo
intelectual, no representa un grupo. Representa, más bien, un movimiento, un
espíritu. En el Perú se siente desde hace algún tiempo una corriente, cada día
más vigorosa y definida, de renovación. A los fautores de esta renovación se
les llama vanguardistas, socialistas, revolucionarios, etc. La historia no los
ha bautizado definitivamente todavía. Existen entre ellos algunas discrepancias
formales, algunas diferencias psicológicas. Pero, por encima de lo que los diferencia,
todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de
crear un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo.La inteligencia, la coordinación
de los más volitivos de estos elementos, progresan gradualmente. El movimiento
–intelectual y espiritual– adquiere poco a poco organicidad. Con la aparición
de ‘Amauta’ entra en una fase de definición.(22)
Amauta conjugó una sorprendente
amplitud de registros y aspectos de la producción intelectual y cultural,
incorporados por Mariátegui en los 29 números que alcanzara a dirigir, dando
vida a una revista que publicó en total 314 piezas literarias, 214 ensayos, 68
críticas de arte, 28 artículos sobre filosofía y religión, 13 sobre
antropología y 16 sobre derecho, 6 cuadros de viaje, 47 comentarios sobre política
internacional, 46 esbozos históricos sobre regiones y países diversos, 36 artículos
sobre economía y más de 220 columnas acerca de diversos problemas contemporáneos.(23) En total, más de 1500
colaboraciones nutrieron la corta pero intensa vida de Amauta. Entre estos aportes, en
el número 2 se incorporará completo el ensayo “La evolución de la economía
peruana”, compuesto por los artículos sobre la materia escritos para Mundial entre enero y febrero de
1925 y que, con mínimas modificaciones, será el primero de los Siete ensayos. Le siguen “Regionalismo
y centralismo” (número 4), “El problema de la tierra en el Perú” (números 10 y
11), y “La reforma universitaria” y “El proceso de la instrucción pública en el
Perú”, las dos partes del cuarto ensayo (números 12 al 16). De este modo,
cuatro de los siete ensayos vieron la luz en Mundial
y Amauta
antes de aparecer en la edición de Minerva en
octubre de 1928.
El carácter de Amauta se verá clarificado por Mariátegui cuando, en polémica con Luis Alberto
Sánchez, explique la pertinencia de sostener un espacio de esta naturaleza:
Nuestra ideología, nuestro
espíritu, tiene que aceptar precisamente un trabajo de contrastación constante.
Éste es el único medio de concentrar y polarizar fuerzas, y nosotros –no lo
ocultamos– nos proponemos precisamente este resultado. Tenemos confianza en
nuestra obra -no por lo iluminado o taumatúrgico o personal de su inspiración,
sino por su carácter de interpretación y coordinación de un sentimiento
colectivo y de un ideal histórico.(24)
Pareciese estar recordando el llamado al estudio colectivo de la
realidad peruana, y nos atrevemos a afirmar que así es, pues la revista Amauta acompaña el proceso de
estudio e interpretación del Perú desde sus inicios, incorporando matrices de reflexión
a los temas de debate contenidos en cada uno de los ensayos de interpretación
posteriores, en lo que respecta a la economía mundial y nacional, a los aspectos jurídico-administrativos y del derecho, a la importancia
de la vanguardia literaria, al nuevo valor de la sensibilidad religiosa, al
papel de la reforma educativa, etc. En su afán por acceder a la realidad
peruana desde distintos ángulos y aspectos, Amauta
brinda a la “nueva generación peruana” un completo
bosquejo de las aristas y tensiones que componen cada uno de los temas tratados
a la luz de la coyuntura global, haciéndose cargo con esto de la doble función
asignada: tribuna de doctrina y de debate sobre su objeto específico, el Perú.(25)
El fin de la primera “jornada” de Amauta
se produce hacia fines de 1928 y se encuentra
signado por dos sucesos: la publicación de los Siete ensayos y la ruptura generada
en el seno del proyecto del APRA (26), los que quedaron registrados en el editorial de septiembre de 1928,
“Aniversario y balance”:
El trabajo de definición
ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones
categóricas y solícitas en expresarse[…] La primera jornada de
‘Amauta’ ha concluido. En la segunda jornada, no necesita llamarse revista de
la ‘nueva generación’, de la ‘vanguardia’, de las ‘izquierdas’. Para ser fiel a
la Revolución, le basta ser una revista socialista […]. No queremos,
ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación
heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio
lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una
generación nueva.(27)
La revista Amauta, en
tanto producto colectivo y fruto de la maduración de las fuerzas sociales,
acompaña el proceso de definiciones de la “vanguardia políticocultural” peruana,
y en este sentido la querella con el aprismo y con Haya de la Torre aparece
como momento crítico en que culmina un proceso (la jornada de “doctrina y
polémica”) para abrir otro caracterizado por necesidades y tareas distintas. La
formación del Partido Nacionalista Peruano llevó a Mariátegui y sus colaboradores
no sólo a cambiar el carácter de la revista, sino a intensificar su influencia
en la clase trabajadora mediante el quincenario Labor, además de iniciar el proceso de formación de
dos organizaciones autónomas de clase: el Partido Socialista y la Central
General de Trabajadores del Perú.
Los Siete
ensayos y la consolidación del discurso crítico en
América Latina
Los Siete ensayos responden entonces a la necesidad de contar con un análisis científico
del Perú actual, que fuera capaz de mostrar y superar los límites de la ideología
oligárquica organizada en el “civilismo”, y de proyectar la organización de un
“nuevo Perú”. César Germaná sugiere leer los Siete
ensayos como el libro de la polémica con la “generación
del novecientos” peruana, siendo este debate la puerta de acceso a la crítica de las estructuras oligárquicas y
semi-feudales.(28)
La última camada del civilismo ideológico, la “generación del
novecientos”, aparecía a comienzos del siglo XX como portadora de soluciones modernas –occidentales– para los
problemas nacionales, a través de una perspectiva positivista y europeísta común entre sus miembros más ilustres: los hermanos Francisco y Ventura
García Calderón, José de la Riva Agüero, Augusto Aguirre Morales, Víctor Andrés
Belaúnde y Manuel Vicente Villarán. Ellos muestran a Mariátegui que el
civilismo ha madurado hacia un criterio más realista que el de las anteriores
generaciones intelectuales, pese a lo cual sigue ofreciendo un panorama donde
la sociedad peruana aparece como una yuxtaposición de elementos desvinculados,
por lo que no pueden acceder a la esencia de los problemas del Perú.
La “generación del novecientos”, como gran parte de la jóvenes
intelectual de la época, recibió el impacto del Ariel que Rodó publicara en
1902, con lo que comienza a germinar el “juvenilismo” como discurso parcialmente crítico de la
cultura oficial de herencia hispana y que, al mismo tiempo, anunciaba los
riesgos de las soluciones panamericanistas que insuflaba el imperialismo
norteamericano por aquellos tiempos. Los “arielistas”, siguiendo las enseñanzas
de Próspero, promovieron el reconocimiento de la cultura clásica y latina,
enfrentándose al materialismo anglosajón con las “armas del espíritu”. Y en la
juventud limeña de fines de siglo XIX (formada en la Universidad Mayor de San
Marcos por Alejandro Deústua en las lecturas de Taine, Renan, De Maistre y
Fouillée) la influencia de Rodó resultó ser especialmente significativa.
El “arielismo” fue una de las corrientes del modernismo finisecular,
por vía del cual el campo cultural latinoamericano comenzó a autonomizar sus espacios y
sus formas, así como sus discursos y sus medios de circulación, de su anterior complicidad
con el poder oligárquico. No obstante, esta generación mantuvo los tópicos
clásicos del ideario oligárquico, como la creencia en la superioridad racial blanca,
el paternalismo subyacente a sus soluciones del “problema del indio”, el elitismo
y el aristocratismo cultural, acompañados ahora de un ejercicio constante de
autoafirmación estamental en la cúspide de la sociedad. El Amauta no dejará de reconocer la importancia de sus polemistas, por ejemplo, cuando dice
de Le Pérou contemporain (1907) de Francisco García Calderón –un ensayo de integración sociológica
de las principales tendencias de la historia moderna del país, al que dedicará
buena parte de la polémica de los Siete
ensayos– que “estudió el Perú con un criterio más realista que el de las anteriores generaciones
intelectuales”.(29)O cuando
debate con José de la Riva Agüero y su Carácter
de la literatura del Perú independiente, una obra que
tendría hasta ese entonces una presencia sostenida para la intelectualidad
criolla.(30)
El hecho de que la crisis política del pacto oligárquico articulado en
el civilismo se manifieste también como crisis ideológica no resulta ser
garantía de su caducidad como cuerpo doctrinal. Mariátegui, lector atento de su
tiempo histórico y del campo intelectual en que se desenvolvía, comprendió que las corrientes ideológicas
pueden mutar sus formas y contenidos de diversos modos sin que por ello dejen
de legitimar el conjunto de intereses de una alianza de clases. Como dice
Liliana Weinberg, Mariátegui muestra en el desarrollo de los Siete ensayos que toda obra intelectual,
creadora, constituye una fuerza simbólica que traduce relaciones, intereses y
conflictos de la sociedad en la que surge,(31) y sabe que la decadencia de los móviles
originales no basta para sustituir una concepción de mundo por otra: es preciso
que aparezca una fuerza afirmativa, que proyecte concretamente el nuevo espíritu
y que emprenda la tarea de remover los fundamentos del orden de dominación para
erigir, sobre nuevos criterios y valores, “un nuevo Perú”. De este modo, el ensayo mariateguiano polemizará con los principales ejes del
civilismo; esta polémica, de carácter programático, busca “configurar una
unidad política y cultural” en el cuerpo ensayístico (32), por medio de aproximaciones divergentes a una realidad
fragmentada por la ideología civilista, y bajo un criterio realista (Materialista)
de interpretación.
El ensayo ha sido una de las formas paradigmáticas para la exposición
y la circulación de ideas en nuestro continente: equidistante entre la
composición artístico- literaria y la exposición filosófico-científica, la
tensión entre ambos componentes da licencia a un modo de problematizar la
realidad que no busca su validez en el puro plano de sus conceptos o
conclusiones, sino en el mismo proceso problematizador. En su larga tradición latinoamericana, el ensayo
constituye un vehículo mediante el que circulan fecundas reflexiones acerca de
la identidad cultural, problema que encontró así una afinidad electiva (el concepto
es de Weber) con el estilo personal, subjetivo e incluso literario que caracteriza
al ensayo. Se puede decir que la vía de legitimación de los criterios de
análisis y de las prácticas culturales de la “nueva generación peruana” residió
en la identificación ensayística entre una perspectiva (un particular modo de
interpretación) y la realidad significada, a través de la
identificación/construcción de un sujeto colectivo, un
“nosotros”.
Los ensayos mariateguianos son, por esto, un artefacto cultural
complejo, en los que el materialismo histórico constituye sólo un aspecto (si
bien, a nuestro juicio, el aspecto fundamental) del método de interpretación adoptado. En ellos
vemos desplegarse una querella que no escatima en el uso de diversos elementos
para enfrentarse al edificio ideológico del civilismo, lo que queda marcado
desde su portada, diseñada por José Sabogal e integrada por motivos vinculados
al indigenismo pictórico; mientras que en la primera página encontramos que es Nietzsche
el encargado de abrir la lectura,(33) y cuyo criterio es reiterado por Mariátegui en la
“Advertencia” que, recordando también a Sarmiento, indica la presentación de un
problema tratado de modo incompleto y abierto: “Ninguno de estos ensayos está
acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense y tenga algo que añadir a lo
por mí escrito, vivido y pensado”.(34) Aquí también establece el criterio de demarcación metodológica de los
escritos: “pensé en incluir en este volumen un ensayo sobre la evolución
política e ideológica del Perú. Mas, a medida que avanzo en él, siento la necesidad de darle desarrollo y autonomía
en un libro aparte”, y se hace explícita la orientación política que anima la
empresa interpretativa: “toda esta labor no es sino una contribución a la
crítica socialista de los problemas y la historia del Perú”. Luego de lo cual
la imagen sarmientina encabeza una significativa aclaración:
No faltan quienes me
suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que
mi obra se encargue de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura.
He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para
Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento
que es todavía uno de los creadores de la argentinidad, fue en su época un
europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino.(35)
La “leal advertencia” finaliza de un modo que ya se establecía como
sello en la explicitación de su propia perspectiva: “otra vez repito que no soy
un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis
sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de
concurrir a la creación del socialismo peruano”.(36) En las dos páginas que sirven de “acceso” a los ensayos,
Mariátegui resume algunos de los criterios expuestos antes en sus columnas y
artículos periódicos: la correspondencia entre las ideas y las fuerzas sociales;
la necesidad de una voluntad, de un sujeto, tras las nuevas ideas; la vigencia
y productividad de algunas concepciones europeas; y la síntesis posible entre
la peruanidad y el “aluvión civilizatorio” del socialismo, si éste es asumido como
acto de creación. La demarcación metodológica es también similar a la que Lenin
propusiera para su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia en 1899. La similitud entre ambos textos se expresa en que, lejos de
referirse de modo pre-dialéctico a una relación mecánica entre base y
superestructura, buscan observar el desarrollo social bajo un criterio que
interpreta la historia concreta de desenvolvimiento del capital en la economía,
tomando como base el análisis de los modos
de producción pero siempre teniendo en cuenta que el objeto de
estudio es una formación económica y social, es decir, una combinación de varios modos de producir socialmente.(37)
El propósito de entender la continuidad de la historia peruana a
través de ejes alternativos a los trazados por el civilismo de los novecentistas,
y propios de una nueva clase, lleva a este “marxista convicto y confeso” a
concluir (a partir del análisis del hecho económico) que lo que se ha entendido
por peruanidad debe ser relativizado y re-pensado, ahora bajo un concepto científico
de historia y de sociedad: el materialismo histórico devela la dependencia de
Occidente (España, Inglaterra, Norteamérica) en todo el período que los
novecentistas suponen “nacional”. En poco más de cuatro páginas –las primeras
del primer ensayo– Mariátegui aplica la dialéctica entre lo externo/activo y lo
interno/inerte que ofreciera ya en su artículo para Mundial “Lo nacional y lo exótico”
(de diciembre de 1924), cuando señalara que: “El Perú es todavía una nacionalidad en
formación. Lo están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones
de la
civilización occidental”.(38)
Así la peruanidad –la actividad específica de los peruanos sobre sus
propias condiciones de existencia– es resignificada a través de la comprensión
del “problema del indio”. La clave materialista de la interpretación
mariateguiana estriba en observar los elementos activos y pasivos operantes en
la historia peruana: sabe que el capital y el trabajo son conceptos que
permiten analizar las fuerzas sociales concretas presentes en el escenario
social y económico, pero advierte que la dinámica del capital no se ha desarrollado,
en el Perú, por vía de una clase burguesa de vigor suficiente para erigir un
capitalismo nacional. El bloque dominante hegemonizado por la oligarquía terrateniente
sólo ha sufrido una “mediocre metamorfosis”, de la cual devino una burguesía
incapaz, por su dependencia del latifundio, de impulsar la modernización de las
estructuras sociales. Y si bien, a través de esta clase, la economía y la
cultura han asumido las funciones de la economía y la cultura modernas, en ella
no han germinado las formas orgánicas de este proceso.(39) La constatación final del primer ensayo es categórica:
[…] en el Perú actual coexisten
elementos de tres economías. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la
conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía
comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa
que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía
retardada.(40)
La diferencia generacional, expresada en el método de análisis, se
corresponde al estadio de maduración de la perspectiva que caracteriza a la
nueva sensibilidad antioligárquica, y que mostró al indio como el “problema
primario del Perú”. El examen de este problema, a partir de su fundamento
económico, llevó a Mariátegui a relevar la importancia de los campesinos indígenas en la
articulación de la formación económica y social peruana: la permanencia de
latifundio y servidumbre los mantiene, como grupo, en un proceso de semi-proletarización que
afecta al conjunto de las clases productoras del país, sostenido por el
carácter intermediario que el latifundio ha asumido respecto del capital extranjero (sobre
todo en la industrialización agrícola, la principal actividad económica del
Perú). El carácter predominantemente agrario de la economía lleva a nuestro
autor a examinar las diferencias en la proletarización agrícola entre la costa
y la sierra (en “El problema de la tierra”), conflicto decisivo para la
maduración ideológica de una generación que no sólo debe mostrarse solidaria
con la suerte del indio, sino colaborar activamente en organizar los intereses
del conjunto de los productores.
Resulta pertinente ubicar Le
Pérou contemporain en el debate abierto por Siete ensayos, pues la obra
de García Calderón identificaba la dualidad fundamental del país entre la Costa (moderna) y la Sierra
(atrasada), lo que constituye un
antecedente de las tesis acerca del “dualismo
estructural” latinoamericano.
Mariátegui desmontará esta perspectiva en sus
ensayos, por cuanto la abstracta
dualidad dejaba espacio a dos soluciones que
venían teniendo cierta influencia
política: la solución “centralista” o costeña
que, bajo la visión del peruano radicado en París, propugnaba una estrategia de poblamiento impulsada por la
autoridad central, que cumpliría de este modo la “mestización” del país;(41) o la solución regionalista
que había adoptado la retórica federalista y que, a juicio del Amauta, era
expresiva de descontentos esporádicos del regionalismo latifundista. En un comentario
de septiembre de 1925 a De la vida
inkaica de Luis Emilio Valcárcel, titulado “El rostro y
el alma del Tawantinsuyo”, sentenciaba:
La dualidad de la historia
y del alma peruanas, en nuestra época, se precisa así como un conflicto entre
la forma histórica que se elabora en la costa y el sentimiento indígena que
sobrevive en la sierra hondamente enraizado en la naturaleza. El Perú actual es
una formación costeña. La nueva peruanidad se ha sedimentado en tierra baja. Ni
el español ni el criollo supieron ni pudieron conquistar los Andes […]. Éste
es el drama del Perú contemporáneo. Drama que nace, como escribí hace poco, del
pecado de la Conquista. Del pecado original transmitido a la República, de
querer construir una sociedad y una economía peruana ‘sin el indio y contra el
indio’.(42)
En el sexto ensayo “Regionalismo y centralismo” se repite el juicio
después de referirse al mismo libro de García Calderón: mientras el elitismo
político y cultural de la intelectualidad novecentista sitúa el problema de un
modo formal y administrativo, propio de la concepción burguesa de la política,
Mariátegui comienza su ponencia de modo inequívoco: “Teórica y prácticamente la
lucha se desplaza del plano exclusivamente político al plano social y
económico. A la nueva generación no le preocupa nuestro régimen en lo formal
–el mecanismo administrativo– sino lo substancial –la estructura económica."(43)El examen que Mariátegui ofrece de la teoría y de
la práctica del civilismo indica hasta qué punto tanto las versiones
federalistas como centralistas han respondido al mismo interés de clase
solidario con el feudalismo, mientras el regionalismo genuino “se alimenta evidente,
aunque inconscientemente, de este contraste entre la costa y la sierra”.(44)
La afinidad de García Calderón con el grupo nacional-fascista L’Action Française (afinidad que,
según Teodoro Hampe, se inicia luego de que estallara la guerra(45))
es puesta en evidencia por el Amauta cuando dice
en “Nacionalismo y vanguardismo”
(noviembre de 1925): “Los discípulos del nacionalismo monarquista de ‘L’Action Francaise’ adoptan, probablemente la fórmula de Maurras:
‘todo lo nacional es nuestro’. Pero su conservantismo se guarda mucho de
definir lo nacional, lo peruano”. Desenmascaramiento que continúa con lo que, a
nuestro juicio, es la operación central de los ensayos: la incorporación del elemento indígena en la tradición nacional: “Lo nacional, para todos nuestros pasadistas, comienza en lo
colonial. Lo indígena es en su sentimiento, aunque no lo sea en su tesis, lo
pre-nacional. El conservantismo no puede concebir ni admitir sino una peruanidad:
la formada en los moldes de España y Roma”. El nacionalismo reaccionario de
García Calderón se anexa “no sólo todo el pasado y toda la gloria de España
sino también todo el pasado y la gloria de la latinidad”, con lo cual “las raíces
de la nacionalidad resultan ser hispánicas y latinas”, mientras que “en oposición
a este espíritu, la vanguardia propugna la reconstrucción peruana sobre la base del indio”.(46)
La querella entre el nacionalismo civilista y el vanguardismo está,
pues abierta; a la entrega de “Nacionalismo y vanguardismo”, dirigida contra García
Calderón, seguirá una segunda parte que llevaba por título “Nacionalismo y
vanguardismo: en la literatura y en el arte” y donde los dardos apuntan a otro
insigne miembro del futurismo: José de la Riva Agüero, quien canonizara una
historia de las letras peruanas igualmente latinista y colonialista. Mariátegui
entiende que la crítica literaria no es un mero ejercicio erudito sino, ante
todo, construye una imagen acerca del espíritu de un pueblo, resultando pieza
central de la dirección cultural como queda expresado en el pasaje de “El
proceso de la literatura” que debate el lugar asignado por el colonialismo a
Ricardo Palma en las letras nacionales:
La generación ‘futurista’,
que más de una vez he calificado como la más pasadista de nuestras
generaciones, ha gastado la mayor parte de su elocuencia en esta empresa de
acaparamiento de la gloria de Palma. Es este el único terreno en el que ha
maniobrado con eficacia. Palma aparece oficialmente como el máximo
representante del colonialismo.(47)
El método utilizado en lo fundamental en la tesis de Riva Agüero,
afirma que el “carácter” de una literatura se explica por la imitación y por la
individualidad artística, y no por cualquier operación de un colectivo
cultural.(48) Mariátegui identifica
esta lectura del desarrollo literario del país como parte de las obsoletas tendencias
que “se contentan con representar los residuos espirituales y formales del
pasado”,(49) sin poder adentrarse en los fenómenos actuales, signados por el cambio
en el carácter de la lucha de clases. La incomprensión de la dialéctica externo-interno
(propia de su espíritu colonial) y su incapacidad para ofrecer, en este
proceso, importancia alguna a la literatura indígena, lleva a que en sus estudios
posteriores “ni una fuerte curiosidad de erudito, ni una fervorosa tentativa del
paisaje serrano, han disminuido en el espíritu de Riva Agüero la fidelidad a la
Colonia".(50)
A través de la crítica a la tesis de Riva Agüero en el séptimo ensayo,
Mariátegui busca exponer la presencia de la “nueva generación” en la literatura
del Perú, tanto a través del examen de los nóveles valores que la vienen
enriqueciendo como en la revalorización que hacen de la tradición indígena y popular. Entiende
que ambos signos obedecen a un mismo proceso de maduración, que se consolida en
el vanguardismo indigenista y que muestra así, de modo concreto y empírico, la productividad
del elemento externo (el vanguardismo) sobre el material cultural que reside en
las letras y la lengua indígena. En “Testimonio de parte”, texto que abre el
séptimo ensayo y que hace las veces de advertencia inicial, nos encontramos en
presencia del vínculo íntimo que liga al juicio mariateguiano con el proyecto a que refiere su esfuerzo, y que refleja el compromiso de
clase de los idearios que se ven enfrentados: mientras que Riva Agüero había
afirmado en El carácter de la literatura peruana que la crítica literaria debía transcurrir por la senda de la imparcialidad,(51) el Amauta responde: “a su inconfesa parcialidad ‘civilista’ o
colonialista enfrento mi explícita parcialidad revolucionaria y socialista. No me atribuyo mesura ni
equidad de árbitro: declaro mi pasión y mi beligerancia de opositor”, y deja la
resolución de estos juicios a la historia, en un fragmento que busca exponer la
necesidad (dialéctica) de la batalla ideológica emprendida en el ensayo: “Los
arbitrajes, las conciliaciones se actúan en la historia, a condición de que las partes se combatan con copioso y extremo
alegato”.(52)
Es éste tal vez el ensayo que mejor expresa el proceso levantado por
el Amauta contra el civilismo, en el intento de sustituir sus criterios
fundacionales por los criterios y valores de la “nueva generación”. Los límites
del pensamiento civilista, incapaz de extender la historia nacional en una
dirección que trascienda los límites de la Colonia, se evidencian en la
negativa de Riva Agüero para abordar el actual contexto de la literatura
peruana, desde fines de siglo XIX hasta los años veinte: en el llamado capítulo
sexto de su Carácter –de apenas poco más de una página–, se rehúsa “por prudencia” a
comenzar con este examen (53); mientras que Mariátegui, en “Nacionalismo y vanguardismo: en la literatura
y el arte”, explica las consecuencias que trae aparejadas el no considerar el
estado actual del campo literario:
Hasta hace muy pocos años,
nuestra literatura no ha sido sino una modesta colonia de la literatura
española. Su transformación, a este respecto como a otros, empieza con el
movimiento ‘Colónida’ […]. Y ahora el fenómeno se acentúa. Lo que más nos
atrae, lo que más nos emociona tal vez en el poeta César Vallejo es la trama
indígena, el fondo autóctono de su arte. Vallejo es muy nuestro, es muy indio.(54)
El juicio mariateguiano ya ha adquirido una perspectiva acerca de la
dinámica económico-social del Perú. Esta perspectiva se traduce, en el séptimo
ensayo, en una verdadera refundación de la crítica literaria en lo que respecta
a sus problemas básicos –periodización, debates acerca del canon, papel del
intelectual como articulación entre política y cultura (55) –, que la tornan una
unidad específica y distinta de otras literaturas “orgánicas”, es decir, que se
han desarrollado vis-á-vis con la evolución de un idioma nacional, y que no han sufrido el
quiebre lingüístico que irrumpiera con la conquista española: “el dualismo
quechua-español del Perú, no resuelto aún, hace de la literatura nacional un
caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las
literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y crecidas sin la intervención de una conquista”. Ante esto,
su propuesta teórica, breve pero de claridad suficiente, establece:
Una teoría moderna
–literaria, no sociológica– sobre el proceso normal de la literatura de un
pueblo distingue en él tres períodos: un período colonial, un período
cosmopolita, un período nacional. Durante el primer período un pueblo, literariamente,
no es sino una colonia, un apéndice de otro. Durante el segundo período, asimila
simultáneamente elementos de diversas literatura extranjeras. En el tercero,
alcanzan una expresión bien modulada su propia personalidad y su propio
sentimiento. No prevé más esta teoría de la literatura. Pero no nos hace falta,
por el momento, un sistema más amplio.(56)
Mariátegui reconoce los alcances que la dialéctica entre
cosmopolitismo y nacionalismo había introducido por vía de las vanguardias para
los países coloniales, lo que se ve refrendado en su afán por difundir la
literatura y la plástica de los artistas mexicanos y peruanos más
representativos del indigenismo estético, pues entiende que el elemento étnico adquiere una función decisiva en
el proceso cultural latinoamericano.(57) En las letras argentinas, un caso diferente de emancipación del período
colonial –pues, según el Amauta, “el cruzamiento del europeo y del indígena
produjo al gaucho. En el gaucho se fundieron perdurable y fuertemente la raza forastera y conquistadora y la raza aborigen”– el
sino del proceso literario desemboca en una auténtica modulación del
sentimiento nacional:“No obstante esta impregnación de cosmopolitismo, no obstante su
concepción ecuménica del arte, los mejores de estos poetas vanguardistas siguen
siendo los más argentinos. La argentinidad de Girondo, Güiraldes, Borges, etc.,
no es menos evidente que su cosmopolitismo. El vanguardismo literario argentino
se denomina ‘martinfierrismo’”.(58)
En la vereda opuesta, los literatos del Perú independiente ignoraron o
bien desdeñaron las manifestaciones culturales populares, sus usos y sus
costumbres, lo que desemboca en la exaltación que hace Riva Agüero de un nacionalismo
meramente ideal que mantiene a las letras peruanas sin esqueleto vertebral.
Según Mariátegui, la tesis de Riva Agüero acerca de las influencias “exóticas”
debe ser invertida, como señalara en su artículo “Lo nacional y lo exótico”,
pues en la actual fase del desarrollo peruano “la realidad nacional está menos
desconectada, es menos independiente de Europa, de lo que suponen nuestros
nacionalistas”, y, en este sentido, “el nacionalismo a ultranza es la única
idea efectivamente exótica y forastera que aquí se propugna”.(59)
A través del reconocimiento de un juego dialéctico de fuerzas entre
las ideas europeas y la tradición indígena, entre vanguardismo y nacionalismo,
Mariátegui propone una forma de comprender la historia de la literatura peruana
alternativa a El carácter de la literatura del Perú independiente, y que muestra al mismo tiempo que Riva Agüero ha comandado un
intento de refundación del orden colonial en la literatura.(60) Al mismo tiempo, cumple con develar el interés de
clase tras la crítica literaria novecentista, lo que le permite autonomizar la
propia mirada partiendo en busca del sustrato popular e indígena manifiesto en Palma, Melgar, Chocano,
Gamarra o Valdelomar, hasta llegar a Hidalgo, Vallejo y Portal, valores
genuinos de la vanguardia peruana.
La creación del Socialismo Indo-Americano: defensa y
reconstrucción del Marxismo
En dos escritos de noviembre de 1927 para Mundial (“Heterodoxia de la
tradición” y “La tradición nacional”), Mariátegui esclarecía su concepción acerca
de la nacionalidad revelando, una vez más, la dialéctica entre tradición y
vanguardia como la característica central del método que se consolida en los Siete ensayos. Dice en el
primero que “la tradición es, contra lo que desean los tradicionalistas, viva y
móvil. La crean los que la niegan para renovarla y enriquecerla. La matan los que
la quieren muerta y fija, prolongación de un pasado en un presente sin fuerza, para
incorporar en ella su espíritu y para meter en ella su sangre”.(61)Con esta afirmación parece que se viniese a
completar la sentencia que el Amauta recogiera de Nietzsche, aunque puntualizando que la idea a la que se refiere es
la de tradición nacional; el pasado operando sin fuerza en el presente no es, entonces, el conjunto
de la tradición peruana sino sólo las ideas tributarias del colonialismo, época
que constituye el centro de la restauración de los civilistas Riva Agüero y García
Calderón. Una semana después, en “La tradición nacional”, clarificará aún más
el punto diciendo: “El tradicionalismo
mutila y fracciona la tradición en el Perú […]. Este tradicionalismo
empequeñecía a la nación, reduciéndola a la población criolla o mestiza”.(62)
La exposición de los principales problemas nacionales, emerge en estos
escritos como conciencia de la “disponibilidad ideológica"(63) en que se encuentran los
nuevos grupos intelectuales debido a la crisis hegemónica del Perú. Esta
disponibilidad es observada por Mariátegui de modo dialéctico y, por ende,
enraizada en las clases sociales que constituyen los actores principales de la
crisis. La necesidad de comprender la naturaleza histórica de esta crisis,
entonces, no se contentar con contraponer a las ideas viejas otras nuevas, como
simple postura iconoclasta o “fundacionista”:
Toda doctrina
revolucionaria actúa sobre la realidad por medio de negaciones intransigentes,
que no es posible comprender sino interpretándolas en su papel dialéctico.Los
verdaderos revolucionarios, no proceden como si la historia empezara conellos.
Saben que representa fuerzas históricas, cuya realidad no les permite complacerse
con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas. Marx extrajo del
estudio completo de la economía burguesa, sus principios de política socialista.(64)
A nuestro juicio, en estos escritos Mariátegui ubica como contrincante
ideológico no sólo al civilismo sino, más ampliamente, al conjunto de fórmulas que
reducen la tradición a un “conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos” y
la comprenden “en una receta escueta y única”: Mariátegui propone, en cambio,
que:
La tradición […] se
caracteriza precisamente por su resistencia a dejarse aprehender en una fórmula
hermética. Como resultado de una serie de experiencias –esto es, de sucesivas
transformaciones de la realidad bajo la acción de un ideal que la supera
consultándola y la modela obedeciéndola–, la tradición es heterogénea y
contradictoria en sus componentes.(65)
La dialéctica de la tradición se encuentra, entonces, definida por la
realidad social concreta sobre la cual opera un ideal que organiza y, por ende,
transforma. Y en esta dialéctica, en esta definición “heterodoxa” de la
tradición, se encuentran cuestionadas a la vez dos “ortodoxias” distintas pero
complementarias, presentes ambas en el campo ideológico de aquellos tiempos: 1)
el civilismo (66), y 2) el nacionalismo
de Haya de la Torre. Esta segunda “ortodoxia”, si bien más sutil, resultaba ser
mucho más peligrosa en aquel momento pues venía aumentando su ascendiente en el
movimiento popular peruano, de la mano de una serie de operaciones teóricas
destinadas a desestimar la validez del marxismo para la situación peruana. Haya
proponía que la de América Latina es una realidad “excepcional” en la cual el
imperialismo resulta ser “la primera fase del capitalismo”, derivando en un
etapismo similar al que, posteriormente, caracterizaría al estalinismo.(67)
En el proyecto mariateguiano, en cambio, la idea que opera sobre la
realidad es la conciencia de clase del proletariado, aquella clase de la cual dice en
los Siete ensayos que “siega una de las antiguas fuentes del proselitismo caudillista y
cambia los términos de la lucha política”.(68) El marxismo, como cuerpo doctrinal, se hace presente
en la historia peruana a través de la clase de los trabajadores que lo adopta
como guía de la acción revolucionaria, y el examen concreto de las contradicciones
de clase del Amauta concluye que los trabajadores peruanos son, en sus cuatro
quintas partes, de extracción indígena y campesina. Por este motivo la
estrechez de la idea de tradición mantenida por Haya de la Torre termina por modelar
su acción política, que recae en el personalismo, caudillismo y electoralismo
y, por lo tanto, se establece como continuación de la vieja política oligárquica.
Estos motivos son expresados directamente por Mariátegui en las cartas a los
militantes comunistas y apristas en las que define las distancias con el nuevo carácter del APRA y con las fórmulas de su líder.(69)
En esta idea se encuentra el meollo de la discusión que acabará en
1928 con la ruptura entre Mariátegui y Haya de la Torre, pero que ya asediaba a
la militancia de vanguardia del Perú desde 1927, año en que el segundo comienza
a proclamar al APRA como la organización antiimperialista de América Latina por
excelencia, iniciando un progresivo alejamiento de la III Internacional
Comunista. Mariátegui, por su parte, insistirá en la necesidad de una praxis socialista guiada por el marxismo,
capaz de ordenar y definir “las reivindicaciones de las masas, de la clase
trabajadora” en el nuevo escenario social y político global, signado por el capitalismo
imperialista. Se trata entonces de que el proletariado peruano sepa ubicar su
propio contexto de lucha en el marco de la batalla mundial entre capitalismo y
socialismo, y aunque el concepto de imperialismo no aparezca explícitamente en
los Siete ensayos, sí que constituye el fundamento de base de la nueva alianza
impulsada por el gobierno de Leguía entre capital norteamericano y burguesía peruana, con el fin de mantener la dominación de clase sobre
la economía y la política del país. Y el ejercicio de Haya, en este contexto,
induce a la confusión en un movimiento popular que puja por alcanzar grados de
autonomía y maduración ideológica.
El civilismo y el aprismo constituyen, entonces, dos aspectos opuestos
pero complementarios de la ideología que el marxismo mariateguiano busca
combatir en su esfuerzo por aportar a la madurez de conciencia
de clase de los trabajadores peruanos: mientras el primero había construido una
idealización burguesa del pasado colonial, el segundo parecía dirigirse por la
vía de renegar la emergencia del interés proletario reflejada en la emancipación de los trabajadores
indígenas. En la vereda del socialismo, en cambio, el esfuerzo teórico por extraer
desde la entraña misma de la realidad peruana los motivos culturales e ideales del
socialismo (que pueden servir de móviles para la acción política autónoma de
los trabajadores), hace síntesis en la propuesta de un “socialismo
Indo-Americano” que, por lo demás, constituye la base del programa de acción de la célula que daría vida
al Partido Socialista Peruano, fundada por Mariátegui y los militantes de vanguardia
que rompieron con el APRA. Y si extremamos (no mucho) la alusión de Antonio
Melis, quien dijo que Mariátegui es “el primer marxista de América”, podemos
agregar que los Siete ensayos son la inauguración del “socialismo científico” en el Perú y en Indo-América,
mientras que el proyecto aprista aparece, por oposición, como uno de los
recursos encubiertos del revisionismo burgués.
El proceso de clarificación programática abierto en 1926 desde la
primera “jornada” de Amauta –un
análisis concreto de la estructura de clases del Perú de los años veinte– ha
demostrado la carencia de un motivo nacionalista de importancia en el seno de las clases dominantes. Definiendo entonces el problema de la
tierra en solidaridad con el problema del indio “en términos absolutamente
inequívocos y netos” (esto es, en términos materialistas), resulta que el
bloque dirigido por la burguesía, antes enfeudada en el latifundio, ahora
entregada a la economía imperialista, es el factor decisivo que impide el
proyecto de un “capitalismo nacional”.
Ésta es la discusión que el Amauta continuaría en los escritos que
componen Defensa del marxismo, comenzados a redactar en 1928 y finalizados hacia fines del año
siguiente, elaborado de modo explícito contra la “liquidación” del marxismo emprendida
por el social-reformista belga Henri de Man, pero en los que batalla, de modo implícito, contra Haya de la Torre y su teoría igualmente
“revisionista” del espacio-tiempo histórico. El marxismo mariateguiano,
defendido como método, no quiere ser –no puede ser– una repetición de escritos canónicos: su
intención no es ni la de sistematizar ni la de “revisar” el marxismo, al modo en que
la erudición libresca y académica de un lado, o el revisionismo de otro, venían
acostumbrando a las indagaciones sobre el pensamiento de Marx. No: su objetivo estaría
situado en la profundización del socialismo marxista, vía por la que éste puede
aportar una propuesta desde y para Indo-América. Y si para el marxismo el
proletariado es, teóricamente, el sujeto revolucionario capaz de erigir una
hegemonía alternativa a la burguesa, para el caso peruano aquello requiere de
la articulación nacional de esta clase, bajo la consideración de que sus
demandas serán nacionales sólo mediante la incorporación del “problema de la
tierra”.(70)
Mariátegui se vale de la discusión con el revisionismo de Henri de Man
para exponer su propia perspectiva acerca del valor del “cuerpo dogmático” del
marxismo, desechando equívocos respecto a su supuesto determinismo,
economicismo y aversión a los problemas culturales, éticos y psicológicos de la
nueva época, y mostrando su capacidad integradora de los elementos más activos
y productivos de la “nueva sensibilidad”, a través del estudio crítico-dialéctico del
carácter de la proletarización de los productores peruanos y de los intereses
universales contenidos en su conflicto con las estructuras capitalistas. Las
reivindicaciones que emergen para la elaboración del proyecto de la vanguardia
socialista son, entonces, a la vez nacionales (indígenas,
campesinas) y vanguardistas (socialistas, antiimperialistas); la autonomía de
clase de los trabajadores, si es respetada como criterio orgánico e ideológico, llevará a desarrollar en su seno las
auténticas reivindicaciones indígenas, cooptadas y tergiversadas en la historia
peruana por la prédica demagógica de caudillos oportunistas y serviles, al final del
día, a los intereses de la gran propiedad. Este razonamiento quedará contenido
en dos famosos artículos enviados a la mentada conferencia con que abrimos este
trabajo, “El problema de las razas en América Latina” y “Punto de vista
anti-imperialista"(71)(lo que
seguramente contribuyó a reforzar el prejuicio de Codovilla hacia nuestro autor),mientras que en Defensa del marxismo quedaría plasmado bajo la figura del mito revolucionario de Sorel como factor de movilización conducente a la formación de una ética socialista (una "moral de productores") en el proceso de lucha contra el capital.
Esta “ética del socialismo”, enriquecida por la integración de motivos
culturales, ético-morales e intersubjetivos, parte de la antigua tradición
quechua que sobrevive en los resabios de la comunidad indígena y que, resistiendo
a la feudalidad y ante el capital (que no la han podido liquidar del todo),
constituye el elemento interno necesario para la formulación de una “utopía
realista” que aporte, desde Indo- América, una racionalidad alternativa a la
racionalidad burguesa en crisis. Por eso en la editorial donde sanciona la
“jornada” socialista de Amauta, se señala que:
La revolución
latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la
revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta
palabra, agregad los adjetivos que queráis: ‘anti-imperialista’, ‘agrarista’,
‘nacionalista-revolucionaria’. El socialismo los supone, los antecede, los
abarca a todos […].
El socialismo, en fin,
está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista
primitiva, que registra la historia, es la inkaica.(72)
Resumiendo lo expuesto, la génesis del proceso de maduración del
proyecto de “socialismo indo-americano” en el marxismo mariateguiano se ubica
en el examen científico de la realidad peruana llevado a cabo desde la columna
“Peruanicemos al Perú” de la revista Mundial
y que cristalizará en los Siete ensayos, así como en
el debate abierto en la revista Amauta
por la “nueva generación” y orientado hacia su definición programática. El término no se
encuentra exento de problemas, a los que Mariátegui le dedicaría sus últimos
años de producción, comenzando en la misma editorial citada:
El socialismo no es,
ciertamente, una doctrina indo-americana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema
contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en
Europa, como el capitalismo, no es tampoco específica ni particularmente
europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países
que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta
civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización
dispuso, a la universalidad. Indo América, en este orden mundial, puede y debe
tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares.(73)
Este conjunto de motivos emparenta en cierto modo a Mariátegui con la
tradición del “marxismo occidental” y en especial con Gramsci y Lukács. La
similitud con el primero ha sido ya ampliamente formulada por los estudios
mariateguianos; del segundo, en cambio, poco se ha dicho. Destacaremos, para
cerrar este capítulo, que el concepto de “heterodoxia” utilizado por el Amauta
en su Defensa del marxismo coincide en lo sustancial con la defensa de la “ortodoxia marxista”
que el húngaro
realizara en su conocido escrito Historia
y conciencia de clase (1923), donde señala:
Suponiendo –aunque no
asumiendo– que la investigación reciente hubiera probado indiscutiblemente la
falsedad material de todas las proposiciones sueltas de Marx, todo marxista
‘ortodoxo’ serio podría reconocer sin reservas todos esos nuevos resultados y
rechazar sin excepciones todas las tesis sueltas de Marx sin tener en cambio que
abandonar ni por un minuto su ortodoxia marxista. Así, pues, marxismo ortodoxo
no significa reconocimiento acrítico de los resultados de la investigación
marxiana, ni ‘fe’ en tal o cual tesis, ni interpretación de una escritura
‘sagrada’. En cuestiones de método, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método.(74)
Por su parte, la definición mariateguiana de heterodoxia concluye que
“aquellas fases del proceso económico que Marx no previó […] no afectan
mínimamente los fundamentos de la economía marxista”, lo que deriva en plantear
una relevante distinción entre ciencia (método correcto) y cientificismo: “La
teoría y la política de Marx se cimientan invariablemente en la ciencia, no en
el cientificismo”.(75)
Por medio de la consolidación de una perspectiva que compone y propone
una unidad mítica, utópica y realista a la vez, Mariátegui encontró una
respuesta al desafío lanzado en el primer número de Amauta y destinado a dar un nuevo
significado al nombre de la revista, proyectando un programa en cuyos objetivos
convergen una visión no tradicionalista de la tradición incaica y los elementos
más productivos de las vanguardias culturales. El mito movilizador que en los Siete ensayos se advierte en
la cultura peruana y que reclama (desde la presión por la renovación educativa,
administrativa, religiosa o literaria) la solidaridad con el indio, ha madurado
de tal modo en la praxis del Amauta,
que le permite adherir a un horizonte socialista fundado en el indio; y la
heterodoxia de su concepto de tradición le posibilita, finalmente, incorporar
el elemento cultural indígena en el horizonte de significaciones a ser
alcanzados por el socialismo peruano. De este modo la fundamentación de una
nueva racionalidad, de una hegemonía plena (en sentido gramsciano) a partir de
los materiales concretos que mantienen viva la cooperación y el combate a la
propiedad privada, sí corresponde a uno de los “cimientos” de la política (y no
sólo de la teoría) inaugurada por Marx.
*Este trabajo es fruto de la investigación desarrollada en el marco
del Seminario Permanente de Historia Intelectual de América Latina, del Centro
de Estudios Históricos de El Colegio de México. El autor agradece las
sugerencias y los comentarios constructivos brindados a lolargo de esta
investigación por parte de Fabio Moraga, Carlos Marichal, Carla Moscoso, Pablo
Sepúlveda, Andrés Aedo, Anahí Durand y Omar Aguilar.
** Publicado en Estrategias del pensar: ensayo y prosa de
ideas en América Latina, siglo XX.Liliana
Weinberg (editora y coordinadora). CIALC-UNAM, México DF, primera edición 2010.
NOTAS Y CITAS
1 La anécdota fue relatada a Flores Galindo por el
mismo Pesce, y refrendada por Portocarrero. Véase Alberto Flores Galindo, “La
agonía de Mariátegui”, en Obras
Completas vol. II Lima, Fundación Andina-SUR, 1994.
2 El documento en el que se puede apreciar esta
codificación es “Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico”,
escrito por el mismo Stalin en 1938 como parte de la Historia del P.C.U.S. y
compilado en J. Stalin, Los
fundamentos del leninismo, México D.F., Grijalbo,
1970.
3 Véase Néstor Kohan, Marx en su (tercer) mundo, Buenos
Aires, Biblos, 1998, pág. 29.
4 Entre estos trabajos ubicamos algunos de los
artículos compilados por Aricó en el debate Mariátegui
y los orígenes del marxismo latinoamericano,
México, Cuadernos de pasado y presente, 1978, así como los trabajos de Eugenio
Chang-Rodríguez La literatura política de González Prada, Mariátegui y Haya de la
Torre, México, Andrea, 1957, y la Anatomía de los 7 Ensayos de Jorge Falcón, Lima,
Amauta, 1978. Aunque esta última no se enmarca en el período de tiempo
señalado, mantiene el énfasis del período y no va más allá de una “defensa”
abstractamente materialista y cientificista, que busca polemizar directamente
con el “idealismo hayista” y que pasa por alto los principales tópicos y
tensiones de la obra mariateguiana. Se puede revisar a modo de ejemplo su
“Introducción” a la cuarta edición de “Defensa del marxismo”, en Obras Completas, vol. V,
1988a, Lima, Editorial Amauta, Serie
popular.
5 Sugerimos principalmente los siguientes trabajos
de autores pertenecientes a la mencionada “generación de Sinaloa”: Alberto
Tauro, “Amauta y su influencia” en Obras completas, vol. 19, Lima, Amauta, 1960; Antonio Melis, “Mariátegui, primer
marxista de América” en Mariátegui:
tres estudios, Lima, Amauta, 1971; Diego Meseguer Illán, José Carlos
Mariátegui y su pensamiento revolucionario, Lima, Instituto
de Estudios Peruanos, 1974; José Aricó, Mariátegui
y los orígenes del marxismo latinoamericano,
México, Cuadernos del pasado y presente, 1978; Estuardo Núñez, La experiencia europea de José Carlos Mariátegui y otros ensayos, Lima, Amauta, 1978; Aníbal Quijano, “Reencuentro y debate: una
introducción a Mariátegui” en José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, pról. de Aníbal Quijano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979; Juan Gargurevich
Regal, La razón del joven Mariátegui, La Habana, Casa de las Américas, 1980; Alberto Flores Galindo, “La
agonía de Mariátegui” en Obras
completas II, Lima, Fundación Amauta, 1994; Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Pasado y Presente, 1981; y Oscar Terán, Discutir Mariátegui, Puebla, Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 1985.
6 Para este período, se pueden consultar entre
otros los siguientes trabajos: Osvaldo Fernández, Mariátegui o la experiencia del otro, Lima, Amauta, 1994; Roland Forgues, Mariátegui, la utopía realizable, Lima, Amauta, 1995; Carlos Germaná, El socialismo indoamericano de José Carlos Mariátegui, Lima,
Amauta, 1995; Fernanda Beigel, El
itinerario y la brújula, Buenos Aires, Biblos, 2003, y La
epopeya de una generación y una revista, Buenos Aires,
Biblos, 2006; y David Sobrevilla, El
marxismo de Mariátegui, Lima, Editorial Mantaro, 2007.
7 Mariátegui, “Defensa del marxismo” en op.cit., págs. 40-41. Nótese la
similaridad en el énfasis de este párrafo con lo escrito por Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: “[…] las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se
critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia
marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo […]”.
En Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1980, p. 98.
8 Para un panorama general del período, véase
Aníbal Quijano, Imperialismo, clases sociales y Estado en
el Perú (1890-1930), Lima, Mosca Azul, 1978; Julio Cotler, Clases, Estado y nación en el Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1978, y Manuel Burga y Alberto Flores Galindo, “Apogeo y crisis de la ‘República
Aristocrática’”, en Obras Completas II, Lima, Fundación
Amauta, 1994.
9 Carlos Tünnermann recuerda que la adhesión limeña
fue la primera manifestación de los estudiantes reformistas fuera de Argentina,
dado el carácter “feudal” de las cátedras universitarias en particular, y de la
cultura académica en general. Véase C. Tünnermann, Noventa años de la Reforma Universitaria de Córdoba (1918-2008), Buenos Aires, CLACSO, 2008, pp. 72-73.
10 Denominada de este modo por su origen en el
Partido Civil, que gobernó el Perú desde mediados de siglo XIX hasta 1919, y
que representaba la emergencia de la burguesía pero, a la vez, su sumisión a
los intereses terratenientes, dando forma al “pacto oligárquico” que sobrevivió
en el Perú hasta la década de los veinte.
11 Véase Fernando Alegría, “Elite y contracultura.
Proyecciones políticas de la vanguardia latinoamericana”, en Nueva Sociedad, núm. 85,
Buenos Aires, 1986, pp. 60-66. A este respecto, véase también Hugo Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (Manifiestos, proclamas y otros escritos), México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 11.
12 El trabajo de Fernanda Beigel constituye el
primer esfuerzo destinado a comprender la importancia de estas empresas
culturales en el proyecto mariateguiano. Véase La epopeya de una generación y una revista, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2006, pp. 89-130.
13 Para completar esta enumeración, véase el trabajo
de Yazmín López Lenci, El laboratorio de la vanguardia literaria
en el Perú, Lima, Horizonte, 1999, pp. 171-172.
14 Juan Garagurevich recuerda que se trataba de un
semanario de orientación leguiísta que aparece por vez primera en 1920 y que
“rápidamente se convirtió en la revista más importante de aquellos años tanto
por el nivel de sus colaboradores como por la tolerancia política de su
propietario”. Entre sus redactores destacan Edgardo Rebagliatti, José Gálvez, Raúl
Porras Barrenechea, Jorge Basadre, Jorge Guillermo Leguía, Mariátegui y
Vallejo, lo que ofrece un registro de la amplitud editorial que cobijó en sus páginas.
Véase Juan Garagurevich, Historia de la prensa peruana, Lima, La Voz, 1991, p. 131.
15 Adolfo Sánchez Vásquez dice respecto de este
punto que “No se puede desarrollar una verdadera acción real mientras se confía
ilusoriamente en el poder de las ideas y éstas aparezcan desvinculadas de su
verdadero fundamento económico-social. De ahí la necesidad de explicar la
verdadera naturaleza de las formaciones ideológicas, su origen, su función y la
vía para disiparlas”. Véase A. Sánchez Vásquez, Filosofía de la praxis, México,
Grijalbo, 1967, p. 136.
16 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú” en Obras completas, vol. 11,
Lima Amauta, 1988b, p. 55.
17 A. Flores Galindo, “La agonía de Mariátegui”, op.cit., p. 61. Osvaldo Fernández
complementa este panorama y dice que “las tertulias iban consolidando los
compromisos de colaboración, y cada número de la revista iba, de esta manera,
cobrando cuerpo, a través de una práctica que se afincaba mucho más en la
participación de todos, que en un rígido equipo de redacción […]. El centro de
esta empresa era el encuentro diario en Washington a la izquierda”. O.
Fernández, ibíd., p. 57.
18 J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana en Obras Completas, vol. 2, Lima, Amauta,
1980, p. 199.
19 Ibíd.
20 O. Fernández, op.cit., p. 66.
21 Véase Alberto Tauro, “Amauta y su influencia” en
J. C. Mariátegui, Obras Completas, vol.19, Lima, Editorial Amauta, Serie Popular, 1960.
22 J. C. Mariátegui, “Ideología y política”, en Obras Completas, vol. 13,
Lima, Editorial Amauta Serie popular, 1987, p. 238.
23 Cf. Alberto Tauro, op.cit.
24 J. C.
Mariátegui, op.cit., p.
227.
25 El carácter de “laboratorio” de la revista
mariateguiana permitía hacer confluir en sus páginas reflexiones y aportes de
la vanguardia artística europea con las contribuciones de la propia vanguardia
literaria del Perú (fundamentalmente del indigenismo), y generar un diálogo en
el que participan Valcárcel, Sabogal, Hidalgo, Vallejo, Elmore, Orrego, Eguren,
Peralta, Spelucín, Sánchez, Portal, Abril, Delmar, César A. Rodríguez, Blanca
Luz Brum y el propio Mariátegui junto a Barbusse, Bela Uitz, Istrati, Neruda,
Grosz, Unamuno, Matisse, Ilya Ehrenburg, Diego Rivera, Trotsky, Huidobro, Norah y Jorge Luis Borges.
26 Ruptura que se produce a raíz del llamado a
conformar el Partido Nacionalista Peruano por parte de Haya de la Torre, y el
rechazo de Mariátegui y gran parte de la célula de Lima a este cambio de
orientación del aprismo.
27 J. C.
Mariátegui, op.cit., pp.
247 y 249.
28 César Germaná, op.cit, pp. 42-43.
29 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., pp. 70.
30 “Discuto y critico preferentemente la tesis de
Riva Agüero porque la estimo la más representativa y dominante, y el hecho de
que a sus valoraciones se ciñan estudios posteriores, deseosos de imparcialidad
crítica y ajenos a sus motivos políticos, me parece una razón más para
reconocerle un carácter central y un poder fecundador”, en J. C. Mariátegui,
“Siete ensayos”, op.cit., p.
233n.
31 Liliana Weinberg, “Los 7 ensayos y el problema del ensayo”,
en Liliana Weinberg y Ricardo Melgar (eds.) Mariátegui
entre la memoria y el futuro, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 2000, p. 63.
32 F. Pérous, “Heterogeneidad estructural e historia
en los Siete ensayos de José Carlos Mariátegui”, en L. Weinberg y R. Melgar, op.cit., p. 40.
33 “Ya no quiero leer a ningún autor a quien se note
que quería hacer un libro; sino sólo a aquellos cuyos pensamientos llegaron a
formar un libro sin que ellos se dieran cuenta”, indica la cita a El caminante y su sombra (en
alemán: “Ich will keinen Autor mehr lesen, dem man anmerkt, er wollte ein Buch machen;
sondern nur jene, deren, Gedanken unversehens ein Buch werden”), en J. C. Mariátegui, Ibíd., p. 9.
34 En su “Advertencia del autor” Sarmiento dice:
“Quizá haya un momento en que, desembarazado de las preocupaciones que han
precipitado la redacción de esta obrita, vuelva a refundirla en un plan nuevo,
desnudándola de toda digresión accidental, y apoyándola en numerosos documentos
oficiales, a que sólo hago ahora una ligera referencia”. En D. F. Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie, Buenos Aires, Centro Editor de Cultura, 2006, p. 8.
35 J. C. Mariátegui, op.cit., p. 12.
36 Ibíd.
37 Para un examen introductorio, pero clarificador,
acerca del desarrollo de este tópico en la referida obra de Lenin, véase la
compilación de Daniel Bensaïd y Alain Nair, Teoría
marxista del
partido político/2, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1980,
así como la de Césare Luporini y Emilio Sereni, El concepto de formación económico-social, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1986.
38 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., p. 36.
39 El ejemplo utilizado por Mariátegui es, a este
respecto, el de la ciudad como espacio privilegiado de la producción y la
circulación capitalista: “La hacienda, acaparando con la tierra y las
industrias anexas, el comercio y los transportes, priva de medios de vida al burgo,
lo condena a una existencia sórdida y exigua”, en “Siete ensayos”, op.cit., p. 32.
40 Ibíd., p. 28.
41 A través de sentencias como “la raza se depura
con la inmigración europea”, García Calderón propugnaba una política racista
que buscaba dar con la base bio-antropológica que mejor asimilase la cultura
latina Cf. Antonio Peña, “El pensamiento conservador de Francisco García
Calderón”, en Logos Latinoamericano Nº 6, Lima, 2006. Cabe recordar que la “generación del novecientos”
proponía que el catolicismo español, la ilustración francesa, el derecho romano
constituyen los elementos de latinidad que, siguiendo las pautas establecidas
por Ariel, mejor
se condicen con el carácter y la historia de América Latina (en oposición a la
América Sajona).
42 J. C.
Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., p. 89. Las cursivas son mías.
43 J. C. Mariátegui, “Siete ensayos”, op.cit., p. 194.
44 Ibíd., pág.
207.
45 Véase su “García Calderón, el arielista. Un
pensador de talla continental”, en Teodoro Hampe (Comp.), América Latina y el Perú del novescientos: antología de textos, Lima, Universidad Mayor San Marcos, 1960, p. 34.
46 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., págs. 98-99.
47 Ibíd.,
pág. 245.
48 Cf. Oscar Coello, “José de la Riva Agüero:
centenario de una tesis memorable”, en Escritura
y pensamiento Nº 17, Lima, 2005, pág. 100.
49 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., pág. 103.
50 J. C. Mariátegui, “Siete ensayos”, op.cit., pág. 231n.
51 O. Coello, op.cit., pág. 97.
52 J. C. Mariátegui, op.cit., pp. 233. Las cursivas
son nuestras.
53 Ó. Coello, op.cit., pp. 100.
54 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., pp. 107.
55 Véase Guillermo Mariaca, El poder de la palabra, Santiago de
Chile, Editorial Tajamar, 2007, p. 69.
56 J. C. Mariátegui, “Siete ensayos”, op.cit., pp. 236 y 239.
57 La revista Amauta
contribuyó en difundir y criticar la obra de los
artistas de la vanguardia mexicana como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros. A
este respecto, véase Amauta: revista mensual de doctrina, literatura, arte,
polémica, Lima, Ed. Facsímile Editorial Amauta, 1995.
58 J. C. Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., p. 106. Queda claro, en
esta parte de “El proceso de la literatura”, el uso de muchos de los fragmentos
y de las reflexiones vertidas en “Nacionalismo y vanguardismo: en la literatura
y el arte”.
59 J. C. Mariátegui, ibíd., pp. 36 y 40.
60 “La revisión de los valores de la literatura con
que debutó Riva Agüero en la política, corresponde absolutamente a los fines de
una restauración. Idealiza y glorifica la Colonia, buscando en ella las raíces
de la nacionalidad”. J. C. Mariátegui, “Siete ensayos”, op.cit., págs. 277-278.
61 J. C.
Mariátegui, “Peruanicemos al Perú”, op.cit., p. 161.
62 Ibíd., p. 167.
63 El término es de Michael Löwy, La teoría de la revolución en el joven Marx, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 1972, pp. 56ss.
64 J. C. Mariátegui, op.cit., p. 162
65 Ibíd., p.
163.
66 “Sobreviviente aún, en parte, como estado social
–feudalidad, gamonalismo–, pero batido [sic] para siempre como espíritu” Ibíd., p. 168.
67 En el trabajo de Eugenio Chang-Rodríguez, “La
tesis del espacio-tiempo histórico de Haya de la Torre”, se resume de modo
acrítico, pero completo, el uso por parte del líder aprista de la teoría de la
relatividad de Einstein para formular una “teoría del espacio-tiempo histórico”
que asigna al devenir de América Latina un carácter “excepcional” respecto de la
trayectoria europea, y que en el escrito programático de 1928 titulado “El
anti-imperialismo y el APRA” concluye por decir que “Nuestro tiempo y nuestro
espacio económicos nos señalan una posición y un camino: mientras el
capitalismo subsista como sistema dominante en los países más avanzados,
tendremos que tratar con el capitalismo”. Cit. E. Chang-Rodríguez, “La tesis
del espacio-tiempo histórico de Haya de la Torre”, en Revista peruana de filosofía aplicada Nº 13, Lima, s/f.
68 J. C. Mariátegui, “Siete ensayos”, op.cit., p. 25.
69 Véase a este respecto la correspondencia
incorporada por Aníbal Quijano, Textos
básicos, México, FCE, 1991, en especial las cartas a
Moisés Arrollo Posadas y Eudocio Ravines.
70 Todo esto había sido adelantado por Mariátegui ya
en 1927, ante las quejas de Luis Alberto Sánchez (a la postre, uno de los
principales intelectuales del APRA) acerca de que el “indigenismo” de los
vanguardistas peruanos sería oportunista y poco sincero; precisa el Amauta: “El
‘indigenismo’ de los vanguardistas no le parece sincero a Luis Alberto Sánchez.
No tengo por qué convertirme en fiador de la sinceridad de ninguno […]. Lo que
afirmo, por mi cuenta, es que de la confluencia o aleación de ‘indigenismo’ y
socialismo, nadie que mire al contenido y a la esencia de las cosas puede
sorprenderse. El socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas,
de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas –la clase trabajadora– son en
sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano –ni siquiera sería socialismo– si no se
solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas”. En J. C.
Mariátegui, ibíd., p.
217.
71 En ibíd., pp. 21-95.
72 J. C.
Mariátegui, “Ideología y política”, op.cit., pp. 247-248 y 249.
73 Ibíd., p. 248.
74 György Lukács, Historia
y conciencia de clase, 1ª. ed. 1923, México, Editorial Sarpe, 1985, pp.
73-74.
75 J. C.
Mariátegui, “Defensa del marxismo”, op.cit., p. 75.
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PUNTO Y APARTE
Políticos Corruptos
Ladrones
NO A KEIKO
MARCA ASÍ PORQUE NO HAY DEMOCRACIA REAL....
POPULISMO ETIQUETA AZUL
MARCA ASÍ PORQUE NADA CAMBIARÁ
FUERA!
TIA MARIA NO VA!
No recomendable - Mátalos a todos
La Sarita - Pueblo Indio
AMARU PUMAC KUNTUR - Sanjuanito
El soldado perro - Imperialismo no!
TRAFICO - QUISIERA SER PICAFLOR
JimmyDorothy - Barman
Los Destellos - Amor Andino
JimmyDorothy - Niña de Arena
TRAFICO - VALICHA
ILLAPAS CUSCO - VALICHA
CESAR GINO - DICEN QUE SOMOS DEL SUR
The Beach Boys - Wouldn't It Be Nice
Manuel Sotelo - Juramento
TRAFICO - OJOS AZULES
Celine Dion - My Heart Will Go On (Cover en español)
SOVIET SOVIET - ECSTASY
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