Apareció en la revista Oiga en 1994.En esta entrevista el menor de los hijos de José Carlos Mariátegui nos deja entrever aspectos poco escuchados y tomados en cuenta por los "marxistas" peruanos.Por lo menos, si no es del gusto de los fanáticos y lunáticos ideológicos del socialismo realmente existente y los burócratas (Patria Rosa y compañía) , las opiniones de Javier Mariátegui Chiappe (Psiquiatra) es lo más cercano al proyecto mariateguiano.Una opinión post-caída muro de Berlín y post-desintegración de la URSS imposible pasar por alto.Pero es además conmovedor porque nos muestra todo lo que tuvo que padecer la mujer e hijos tras la muerte de El Amauta para sostener la obra mariateguista y sus subsistencias en medio de tanta imbecilidad estalinista ,trotskista y maoísta y su afán monopolista de tener el poder y el protagonismo a todo precio.
JCM quiso un socialismo en
libertad – Oiga 13/06/1994
Hijo menor de José Carlos, Javier
Mariátegui Chiappe conversó con OIGA extensamente. Sus recuerdos iniciales, la
difusión de la obra de Mariátegui, los obstáculos e inconvenientes que esta
difusión tuvo en los inicios, la ausencia de continuadores de su obra y la
vigencia o no de los principales planteamientos de Mariátegui fueron algunos de
los tópicos abordados en esta conversación. Políticamente, Javier Mariátegui
sostiene que su padre abogó por un socialismo en libertad y que no habría
tolerado los excesos y las arbitrariedades cometidas por el ‘socialismo real’
en nombre de la denominada ‘dictadura del proletariado’. Veamos:
DOCTOR
Javier Mariátegui, usted nació en 1928, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de
José Carlos Mariátegui?
–Mis recuerdos son simplemente amnésicos en lo que a mí concierne, porque un
niño tiene recuerdos de su vida sólo a partir de los dos y medio o tres años,
con firmeza recién a los cinco ‘memoria consolidada’. Al comienzo creí que
algo me acordaba, pero eran ilusiones del recuerdo. Yo nací en la casa de
Washington y fui un inocente testigo de la muerte. Conforme crecía, asimilaba
el entorno, a reparar de las etapas duras que la familia pasaba, con cambios
domiciliarios. Mi madre tuvo que ir desprendiéndose de muebles y otras cosas,para
la subsistencia.
Hasta que pasamos a la calle Juan Pablo,
donde mi madre pone una pensión con una vecina suya que vivía al lado de la
casa de Washington. De eso sí tengo recuerdos nítidos.
Y del
entierro, que fue muy impactante….
–Del entierro me cuentan que yo estaba perplejo. Me habían informado que
había muerto mi papá y que yo no entendía que era eso. No entendía el concepto
de muerte como pérdida del ser. Me cuenta una prima, Amalia Cavero, que yo
repetía en mi lenguaje incipiente que me apenaba que estuviera mi papá más
enfermo, cuando en realidad estaba muerto.
¿Y cómo
fue descubriendo, ya no a Mariátegui padre, sino a Mariátegui pensador?
–Es que yo estuve siempre cercano a todo ello. Un ejemplo puede servirle. Yo
estaba aprendiendo a leer y en la casa había un depósito de libros con una ruma
de tomos de la Poesía de Eguren, una antología de su poesía. Era una edición
mala, con muchas erratas, y Mariátegui no quiso que se difundiera. Iba a hacer
una nueva edición. Recuerdo que las primeras letras las aprendí con las
poesías de Eguren, que entonces me pareció que era lectura para niños. Eso fue
parte de un proceso. Muy pronto vi también los papeles que dejó Mariátegui, las
cosas por hacer, y comenzamos a experimentar los cuatro hijos el reclamo de
nuestra madre de que nosotros, al llegar a cierta edad, tendríamos para
ocuparnos de la obra de José Carlos.
Ese
trabajo sería nuestro, ocuparnos, apenas estuviésemos en condiciones y en edad
aparente, de la obra de Mariátegui. Igualmente recuerdo de esa época la presencia
de Antonio Navarro Madrid, que estaba perseguido, y recuerdo que en el techo
había un cobertizo y un aparato rústico de imprimir. Después me enteré que ese equipo,
que para mí siempre fue misterioso, era un mimeógrafo donde seguramente se
imprimía algún tipo de material propagandístico. Alguna vez también Rabines,
que estaba perseguido, estuvo escondido unos días en la casa de la calle
Agricultura, y es cuando se decide ensamblar sus obras ‘Defensa del marxismo’
y El alma matinal que Mariátegui había dejado prácticamente listos, para
imprimirlos en Buenos Aires. Ana le pidió a Rabines que ayudara en la preparación,
pero Rabines nunca tocó esos ejemplares. Alguna vez le dijo: “Anita todo esto
ya está rancio; todo esto ya ha sido superado”.
¿Qué
significaba ‘rancio’ y ‘superado’?…
–Como añejo. Es que Rabines traía dos consignas: hay que ‘Desmariateguizar’ el
partido, y hay que ‘desamautizar’ el partido. ‘Desmariateguizar’ era liquidar
la figura de Mariátegui y dejarlo ahí, quizá como un remoto precursor. Y
‘desamautizar’ era quitarle todo lo que tenía de amplitud cultural…
El
aspecto literario…
–Así es. Rabines cumplía ciegamente eso. De nada valía la amistad que había
tenido con José Carlos. Era un cumplidor ciego de las consignas del Buró
Sudamericano de la Tercera Internacional y de Codovilla, el secretario general,
particularmente.
¿Y por
qué Anita, entonces, le pide colaboración a Rabines?
–Es que estaba perseguido, escondido en casa de las hermanas, y en ese lapso
cae por la casa unos días. Los papeles estaban en el escritorio y mi madre me
cuenta que le pidió ordenarlos para editarlos y así cubrir incluso necesidades
alimenticias nuestras, porque podía llegar algo de dinero por derechos de
autor. Entonces había un cierto interés en publicar esos libros, incluso por
razones prácticas. Esperaba los originales en Buenos Aires Samuel Glusberg de
la Editorial Babel. Pero Rabines saboteó esa publicación porque cumplía una
consigna. Si no hay edición de los ’7 Ensayos del ’30 al ’40, si los libros de
Mariátegui no aparecen sino por nuestro esfuerzo, cuando nosotros entramos ya
a ‘la edad de la razón’, es porque estaba vetado en Lima por la política
represiva, en el exterior por los funcionarios de la Tercera Internacional.
Entonces
es cierto lo que afirma Jorge Andújar: que la gran difusión de Mariátegui fue
obra de los hijos, en los año ’50…
–Previamente nosotros hicimos, en 1943, la segunda edición de los ’7 Ensayos’.
Lo recuerdo porque yo estaba aún en el colegio, en el Maristas de Barranco, y
los hermanos españoles eran casi todos falangistas o franquistas. Cuando
apareció esa edición, uno de mis hermanos tuvo la ocurrencia de regalarle al
más reaccionario de los curas un ejemplar y fui objeto de la burla y de la
sátira de este cura por algún tiempo. Entonces el libro todavía era el ‘libro
rojo’, el libro del escándalo. Había que tener cuidado…
O sea,
estaba vetado por Rabines, y por el otro lado también…
–Vetado por la Iglesia. Vetado por la gente formal de derecha, por la gente
oficial de gobierno. Si pudimos publicar los ’7 Ensayos’ en 1943 fue porque durante
el gobierno de Prado la guerra se decidía a favor de los aliados y había un
poco de ‘oxígeno’ democrático para hacerlo…
¿Y
todos los amigos de Mariátegui, todo el grupo intelectual que se reunió
alrededor de ‘Amauta’, todos los corresponsales en provincias, por qué no hubo
entre ellos una repercusión de los ’7 Ensayos’ o de la obra de Mariátegui?
–Es que todo eso era como un sistema
nervioso y Mariátegui era un centro: A su muerte, fue desactivado lo que
‘Amauta’ significaba como gran proyecto, cultural y político, y se perdió
todo. Esa es una de las razones por las que el Apra tuvo auge desde el
principio. El Apra no existía en el Perú. Estaba conformado por grupos de
universitarios desterrados en distintos lugares y eran en realidad muy pocos.
La fuerza obrera, la fuerza organizada, la CGTP, todo eso respondía a Mariátegui.
Pero la
CGTP estuvo después con Rabines…
–Estuvo con Rabines, sí, pero era gente radicalizada e inmadura, como dice
Hugo Pesce en el prólogo a Ideología y Política. Se sintieron desorientados con
la muerte de Mariátegui y muchos se fueron al Apra. Me contaba que él mismo se
inscribió en el Apra porque había que militar. Caído Leguía, había que hacer
algo. El país vivía una situación confusa.
Entonces,
¿se sintieron desorientados por la caída de Leguía o por la muerte de
Mariátegui?
–Pienso que las dos cosas. La muerte de
Mariátegui fue la caída de su proyecto de partido socialista y la caída de
Leguía fue un fermento que agitó la escena social, hay mucha fuerza en el
debate, se discute mucho lo político, el país vivía la recesión del ’29 al 32’…
Es interesante ver cómo incluso comités del Partido Socialista fuera de Lima se
transformaron en comités apristas. Como Rabines predicaba la consigna “clase
contra clase”, había tipos conciliadores, que pensaban en una transición
democrática y no se sentían cómodos en un Partido Comunista. Entonces optaron
por el aprismo.
Aun así
es curioso que el término ‘mariateguismo’, que era una palabra peyorativa con
Rabines, fuese reivindicada por Jorge del Prado, alrededor del Partido
Comunista nuevamente…
–Claro. Jorge del Prado habla de “volver a Mariátegui”, porque durante largo
tiempo la expresión ‘mariateguismo’ era un modo de descartar gente y sindicarla
negativamente, puesto que era un heterodoxo, como un hombre fuera de la línea
dogmática y de los cánones de la organización internacional. La difusión escasa
del pensamiento de José Carlos se debe entonces no solamente a las dificultades
económicas para hacer libros, porque se pudieron hacer en Buenos Aires, sino
al saboteo sistemático de los comunistas que dirigían el partido y que
obedecían consignas de Buenos Aires. Y hay que reconocer que ahí pecaron nuestros
amigos, con Antonio Navarro y Jorge del Prado y hasta Hugo Pesce, que fueron
colaboradores de Rabines. Después, cuando ya en Chile el mismo Rabines es
puesto en disciplina, aquí ellos reaccionan. Y eso es en 1943. El cambio fue
coincidente con un movimiento progresista de izquierda que se fundó en 1944: el
Bloque Antifascista. Eran profesionales de prestigio como Hugo Pesce, José
Antonio Encinas, Ovidio García Rossell y un tisiólogo famoso. Se había disuelto
la Tercera Internacional, porque era uno de los acuerdos de los Tres Grandes,
y había que apoyar a los gobiernos democráticos. Es ahí cuando el Partido
Comunista apoya a Manuel Prado y un militante del Partido Comunista, Nicolás
Terreros, es autor de la frase: “Prado es el Stalin peruano”…
Que
entonces era un elogio…
–Era un elogio, efectivamente. Había que
respaldar a Prado porque rompió con el Eje y le declaró la guerra. En esa época
se produjo la reivindicación de Jorge del Prado porque Mariátegui era atacado
en la propia Unión Soviética por expertos en movimientos de América Latina que
acusaban a Mariátegui de ‘populista’ y afirmaban que no tuvo un planteamiento
socialista ni marxista. En la revista ‘Dialéctica’ de La Habana, se produjo el
debate y Jorge del Prado y Moisés Arroyo Posada trataron de señalar, contra lo
que ellos mismos habían sostenido, que Mariátegui estaba en la ortodoxia
marxista, no diré stalinista, pero sí en la ortodoxia que en ese tiempo cuidaba
la Unión Soviética. Hay esa etapa corta: todavía habría que esperar un tiempo
para publicar en ruso los ‘7 Ensayos’, después de la guerra fría, en 1963.
Hito
importante en la difusión del pensamiento de Mariátegui fue la decisión de los
hijos de sacar, en 1955, la edición popular de los ’7 Ensayos’: el famoso 7
Ensayos a 3 soles’…
–Sí. Nosotros habíamos observado que las ediciones de los libros de formato
grande tomaban años en venderse. La gente tenía dificultades para comprar
libros y había la necesidad de hacer ediciones populares. Sandro consiguió un
formato de libro que se podía hacer en máquinas pequeñas, evitando el costo que
significaba la costura con un pegamento importado. Y así se hizo. Después, en
1959, salió la primera serie de diez tomitos para la Feria del Libro y hubo un
entusiasmo muy grande por las obras completas. Luego hay una etapa, también
larga, en la que van apareciendo gradualmente los otros diez tomos. En relación
con ventas, el libro que más atrae es “7 Ensayos’ y le siguen ‘Ideología y
Política’, ‘Defensa del marxismo’ y ‘Peruanicemos el Perú’.
De las
obras de José Carlos, ¿Cuál es la que usted prefiere?
Bueno, los ‘7 Ensayos’ es el texto
fundamental. Después, a mí me encanta ‘El alma matinal’, porque es el
Mariátegui de los grandes tópicos, de los planteamientos filosóficos, de los
grandes temas literarios y artísticos. Es un Mariátegui muy hondo, muy
profundo. Ahora me parece importante también ‘Ideología y Política’ porque
existen algunas tesis y planteamientos que se complementan con los editoriales
de ‘Amauta’, es importante la visión en conjunto. Además me parece muy
importante ‘Defensa del marxismo’ de polémica y elaboración teórica y
‘Peruanicemos el Perú’, que reúne una serie de textos que pudieran haberse integrado
a los ’7 Ensayos’, porque aparecieron en la sección de ‘Mundial’ donde
Mariátegui publicó casi todo lo correspondiente a los ’7 Ensayos’. Entonces se
puede decir que ‘Peruanicemos el Perú’ es un complemento de los ’7 Ensayos’.
Ese era
el nombre de una columna previa, que suscribía el periodista Gastón Roger
(seudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos)… ¿Es así?
–Claro, pero un título demasiado grande
para un periodista costumbrista y ligero como Gastón Roger. A pedido del
director de ‘Mundial’ entonces él dejó la columna y la asumió Mariátegui.
Al
asumir esa columna, en setiembre de 1925, se produce un giro interesante en
la producción de Mariátegui. Hasta esa fecha él había estado suscribiendo
mayormente sobre temas internacionales, especialmente europeos; ahí comienza a
escribir temas nacionales…
–Claro. Pero en realidad él tenía interés en hacer las dos cosas paralelas. La
invitación del director de ‘Mundial’, Andrés Avelino Aramburú, produjo un poco
de susceptibilidad en Mariátegui, porque Gastón Roger era su amigo. Entonces
Aramburú le aclaró que la columna pertenecía a la revista. Mariátegui entró a
ella al comienzo con poco entusiasmo y se fue enamorando del título gradualmente.
Porque al comienzo pensaba, según me han contado, que eso de ‘peruanizar el
Perú’ podía interpretarse como una especie de patrioterismo, de chauvinismo…
Ustedes
eligieron ese nombre para el libro…
–Bueno, es que Mariátegui recuperó la
acepción de peruanicemos al Perú; la ennobleció, le puso nueva sustancia.
Ahora
está identificada con Mariátegui y ya no con ‘Mundial’ y menos con Gastón
Roger…
–Totalmente identificada con Mariátegui, a tal punto que en muchos lugares se
pone como lema de Mariátegui: ‘Peruanicemos el Perú’.
Ucronías
de Mariátegui, interpretando su posible actitud en 1931 y después, se han
suscrito por miles. Es un tema controvertido. ¿Cuál sería su ucronía?
-Yo creo que el curso político del Perú habría tenido otro desarrollo con
Mariátegui. ¡Su presencia era muy respetada!…
¿Habría
entrado a la acción política?
-Por su carencia de ambiciones personalistas, la acción política no lo atraía,
casi diría que la rechazaba, pero seguramente hubiese tenido que entrar en
ella. Lo que sí Mariátegui no hubiera aceptado nunca es el encasillamiento y
la sumisión pasiva, y total a las consignas de ninguna organización como la
Tercera Internacional. De eso no me cabe la menor duda.
Desde
1929 él se sentía muy aislado por las críticas que le hacían…
-Si, claro. Mariátegui tenía tres frentes
contra él. Por un lado, el leguiísmo, que lo tenía prácticamente preso en su
propia casa, cada vez con mayor saña; por otro lado, se había producido la ruptura
con Haya de la Torre y tenía por lo tanto un frente externo, por lo menos a
través de la correspondencia; y después, el asedio de la Tercera Internacional…
La agonía de Mariátegui, como decía Alberto Flores Galindo, la polémica con el
Komintern.
Ubicándonos
en 1931, ¿considera usted contradictorio que la Tercera Internacional acuse a
Mariátegui de ‘populista’ y ‘campesinista’, y que aquí, sin embargo, Robines y
el PC lanzasen a un campesino apellidado Quispe como candidato presidencial?
–Claro. Esa fue la típica demagogia comunista, porque el comunismo también
tiene su demagogia. Lo que pasa es que se hablaba de la República Quechua y
Aimara y entonces se proponía a este obrero lampero de Morococha. Se utilizaba
al indio analfabeto como ‘significante’.
Y ese simbolismo, ¿no podía reflejar cierta íntima convicción respecto a la
representatividad de las mayorías en el Perú?
–Yo creo que no. Fue algo postizo.
No me
refería a Rabines, sino a la posibilidad de que Mariátegui hubiese simpatizado
con una candidatura como ésa…
–Bueno, Mariátegui no creía en la improvisación, no creía en el ‘bluff’ y ahí
está la esencia de su ruptura con Haya y con el famoso Partido Nacionalista Libertador.
Algo merecido era lo de Julián Quispe. Esa candidatura no era un juego limpio,
porque ese pobre hombre no hubiera podido hacer absolutamente nada, en el caso
hipotético de haber llegado a ser Presidente de la República. Simplemente
utilizaron a un indígena como mascarón de proa, porque era indio, porque era
analfabeto, porque era monolingüe quechua, tratando de señalar que ése era un
‘rescate del campesino’. Y no era el rescate del campesino, porque él era
obrero minero, que es casi un obrero industrial. Y no hay que olvidar que Mariátegui
reivindica al indio como campesino…
Mariátegui
decía: “La liberación de los indios vendrá por obra de los propios indios”
¿Qué nos quiso decir…?
–Bueno, creía que había que hacer todo
un trabajo educativo, un trabajo formativo, que generara conciencia de clase
en la propia masa indígena.
También
Mariátegui declaró caducas las tesis pedagógicas al abordar el problema
indígena.
–Claro. Las tesis pedagógicas de alfabetizar al indio y de occidentalizarlo.
Pero sí creía que el indio tendría que tomar conciencia de su situación,
conciencia de quiénes eran sus reales enemigos e incorporarse a la dinámica
social como clase campesina del Perú.
Mariátegui
publicó ’7 Ensayos’ en 1928 y el Perú ha cambiado mucho desde entonces. Sin
embargo, en los colegios, por no mencionar a algunas universidades, se sigue,
presentando a los ’7 Ensayos’ como si fuese la imagen del Perú actual…
–Eso es cierto en términos generales, porque los problemas que analizó
Mariátegui están vigentes o, como dice César Miró, se han complicado con el
curso de los años. El problema del indio es hoy más duro que entonces; el
problema de la tierra, el problema de la educación, en fin, creo que como
análisis estructural de la realidad del país, como gran planteamiento, como
visión panorámica, ’7 Ensayos’ está absolutamente vigente.
¿No se
siente un poco incómodo al hablar de la vigencia de Mariátegui después de
producida la caída del Muro de Berlín?
–No. Por el contrario. Todas las objeciones
que se hicieron a Mariátegui en el campo socialista ahora resultan que son sus
principales méritos.
¿Por
ejemplo?
–Por ejemplo, lo que los chinos llamaban social-imperialismo que es el
capitalismo’ de Estado, la rigidez del dogmatismo ruso, esa dictadura del
proletariado que duró 70 años, cosa insólita. Yo creo que la idea socialista
no se ha quebrado. Se ha quebrado el estatismo, el stalinismo y el dogmatismo.
¿Qué
entendía Mariátegui por ‘socialismo’?
–Mariátegui se refería a un orden social y a un modo de vivir en libertad, con
la mayor posibilidad para el desarrollo personal y para la capacidad de lograr
los más elevados valores espirituales.
¿No
será que a veces hacemos algo elásticos los pensamientos originales para tratar
de darles permanente actualidad?
–No me parece. Para Mariátegui el socialismo no era limitarse a la satisfacción
de las necesidades básicas y resignarse a una especie de homogenización chata
y mediocre. La gente tiene necesidad de pensar, de laborar, de jugar con la
esperanza, con nuevas creaciones, tener una actitud auspiciosa hacia el futuro.
En
‘Defensa del marxismo’ y en ‘La Escena Contemporánea’, Mariátegui se define
como ‘socialista revolucionario’ y es muy duro al cuestionar al ‘socialismo
reformista’ y al ‘socialismo parlamentario, a quienes califica como ‘socialismo
mediocre’…
–Eso sí, porque le parecía una visión
atenuada, un marxismo que se había burocratizado, que sólo tenía por concepto
ganar diputados y senadores e incorporarse a la dinámica de la vida burguesa.
Pero él
no juzga intenciones; él parece descalificar métodos. Insinúa que entrar al
juego parlamentario es una claudicación del socialismo.
–Así es, porque le hace perder al socialismo la mística revolucionaria. Una
vez Hugo Pesce le preguntó a Mariátegui qué líder de izquierda le había
impresionado más en Europa, dirigiéndose a la multitud. José Carlos dijo:
“Enrico Malatesta, este viejo anarquista comunicaba una emoción revolucionaria
con un verbo iluminado y contundente como no lo he escuchado yo a nadie”.
En el caso del Perú, hoy mismo, ¿existe ese ‘socialismo domesticado’?
–Quizá son aquellos que se acomodan para llegar a la Constituyente o para llegar
al Parlamento. Hay mucho de ese socialismo domesticado’ en el Perú actual.
¿Es
cierto que él no escribió ninguna crítica al concepto de ‘dictadura del
proletariado’?
–No lo criticó de manera directa y consistente, pero creo que lo interpretó
como uno de esos males necesarios por los cuales pasa necesaria y temporalmente
un proceso revolucionario. Así fue como lo aceptó Mariátegui. Si la revolución
exigía lucha o un papel estoico, con deberes, lucha y sufrimiento, había que
aceptarla así en un proceso revolucionario.
Pero,
¿no contradice todo eso aquel socialismo en libertad?
–Así es. Pero en determinado momento puede haber un fenómeno crítico y en ese
fenómeno crítico el hombre de pensamiento socialista, el conductor de masas,
no puede ser un espectador indiferente. Tiene que participar en esa misma
lucha. Pero esa lucha es para construir una realidad más consistente, y es por
lo tanto temporal y eso no fue lo que ocurrió en URSS. Mariátegui en una vida
corta no tuvo ocasión para sufrir mayores desengaños. Algunas críticas al
sistema soviético se las guardó para él o para su círculo íntimo. Menciono
nuevamente a Hugo Pesce, porque él es un hombre con una mentalidad muy parecida
a la de Mariátegui. Cuando en 1967 Pesce leyó el libro ‘El Primer Círculo’ de
Solzjenitzin, en italiano, me dijo que dedicarle la vida a la idea socialista
no significaba aceptar acríticamente las atrocidades que ocurrían penosamente
en la Unión Soviética. Había en estas gentes una crítica que no se hacía
pública para no debilitar al frente.
Hay una
pregunta que lanzó Hugo Neira en 1973 y que tiene enorme actualidad. El
preguntaba por qué la izquierda peruana no había producido otro Mariátegui.
¿Qué le respondería usted en 1994?
–Bueno, que la verdad es ésa: que no ha habido otro Mariátegui. Decía Arturo
Corcuera, en una carta reciente que la gente siempre se pregunta mucho “¿en qué
momento se jodió el Perú?”, Responde: “el Perú se jodió cuando murió
Mariátegui” y a un país como el nuestro, que le cuesta mucho crear un Mariátegui,
no puede generarlo en corto plazo.
¿No es
ése un criterio algo antimarxista? Todo un movimiento que depende de una sola
persona…
–No. Es que Mariátegui es el hombre-panorama. Países como el nuestro no se
pueden dar el lujo de tener muchos Mariátegui. Es un fenómeno extraño. Cuando,
por ejemplo, trato de entender a Mariátegui con los recursos de la psicología
creativa, esos instrumentos no me sirven para nada. Con esos parámetros se pueden
seleccionar personal, gerentes o ejecutivos, pero no para medir la genialidad.
Es un poco la imagen que también trasmite Basadre.
¿Cómo
le gustaría que se recuerde a Mariátegui ahora, a nivel nacional, en los
colegios, en las universidades y en la cultura peruana en general?
–En su justa medida, como un pensador muy significativo enceste siglo. Basadre
decía que Mariátegui era un peruano representativo del siglo XX. Como un
pensador universal como Martí, como Sarmiento, como Montalvo. En ese nivel.
¿Y a
nivel de los pensadores peruanos?
–Yo creo que ninguno. Ninguno es equiparable. Mariátegui fue un hombre
excepcional y queda como un hombre-guía, como un hombre-panorama, en una época
crítica que generó las condiciones para generar a un hombre que pensó lo que
dijo.
¿Cree
que es el momento de hacer el “aniversario y balance” de su obra, como él lo
hubiese hecho?
–Creo que sí. Desde luego, no vamos a mitificar su imagen, no vamos a
petrificarla. Eso sería ir contra el propio espíritu de Mariátegui. Pero
Mariátegui representa una época. Emilio Romero decía que este siglo es el
siglo de Mariátegui y creo que hay que aceptarlo así.
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