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En
defensa del marxismo. Slavoj Žižek y la teoría del Acto (*)
Santiago M. Roggerone
IIGG-FSOC-UBA/ CONICET
Try again. Fail
again. Fail better.
Samuel Beckett
Si es cierto que debido a una
acuciante debilidad de la imaginación actualmente resulta más sencillo concebir
“el total deterioro de la tierra y de la naturaleza que el derrumbe del
capitalismo” (Jameson, 2000: 11), también lo es que los complejos y confusos
tiempos en los que en el presente nos toca vivir podrían ser caracterizados del
modo más vívido mediante el reparo en un curioso Acontecimiento. Aquella crisis
terminal del marxismo a la que se asistía con cierta perplejidad tras el
colapso de la URSS y la consagración del neoliberalismo como única alternativa
—crisis que a decir verdad, era no sólo una crisis del marxismo: lo que en
definitiva se había cerrado entre los años de 1989 y 1991, se decía entonces,
era la época estatalista-revolucionaria inaugurada por los jacobinos dos siglos
antes—, hoy en día se trastoca en una crisis del capitalismo que no sería
simplemente una más de las recurrentes crisis a las que lamentablemente éste ha
sabido acostumbrar a los hombres. En lo fundamental, la crisis del capitalismo
vigente —que es menester señalar, habría empezado a tomar forma el 11 de
septiembre de 2001 con los ataques cometidos al World Trade Center y habría
terminado de definir su fisonomía a principios de 2008 con aquel marasmo
económico-financiero cuyo destino aún es incierto— consistiría en una que, como
sucedía anteriormente con la del marxismo, porta algo consigo que la evidencia
como una crisis que es ya necesariamente terminal, que es ya necesariamente
última, que es ya necesariamente final.
Ahora bien, a causa de que ha
llegado a ser evidente que ya nada es (del todo) evidente, la veracidad de este
último enunciado es —en cuanto menos— cuestionable. Independientemente de esta
circunstancia, el intento por determinar cuál es la situación del marxismo en
la actualidad, continúa siendo más que válido. Si bien es cierto que en las
últimas décadas el marxismo —en tanto que entraña un proyecto científico (el
desarrollo de la concepción materialista de la historia), uno político (la
consecución del socialismo y el comunismo) y uno filosófico (el
perfeccionamiento de la dialéctica materialista)— ha sufrido una notable serie
de embates, no por ello debe concluirse que ha desaparecido como horizonte
teóricopráctico. Como bien ha apuntado Perry Anderson, “no es lo mismo ser
derrotado que doblegado” (Anderson, 2008: 13). En un estado de crisis
permanente 2 (Sazbón, 2002), el marxismo —pese a todo— persiste. Es
precisamente a causa de esto que —adoptando el punto de vista de un realismo
intransigente con el que sea posible negarse “a toda componenda con el sistema
imperante” (Anderson, 2000: 12) y a la vez rechazar “toda piedad y eufemismo
que puedan infravalorar su poder” (ídem)—, como decíamos, es válido indagar en
la actual situación del marxismo. En efecto: ¿ha podido éste recomponerse tanto
teórica como prácticamente de lo que era una crisis presuntamente terminal? ¿Ha
logrado responder a los desafíos lanzados por el postestructuralismo y por el
más amplio discurso de la posmodernidad? ¿Ha conseguido desarticular los retos
filosóficos que para él estaban supuestos en los postulados de las llamadas
corrientes postmarxistas?
Como parte de un esfuerzo más
vasto por dar cuenta de estos interrogantes, en la presente ponencia se
prestará atención a los aportes que el filósofo Slavoj Žižek ha realizado a los
fines de emplazar su teoría del Acto. Lo que distingue a Žižek de otros
pensadores contemporáneos que intentan fundamentar normativamente una defensa
del marxismo, es que él en modo alguno es un marxista —es más, que sea esloveno
(es decir, ex-yugoslavo) y el hecho de que su irrupción en la escena
intelectual haya tenido lugar en un año tan emblemático como el de 1989, da
cuenta a su manera de alguien que tiene poco que ver con el marxismo. En lo
esencial, se trata de un peculiar hegeliano que pertenece a aquel campo que
Yannis Stravrakakis (2010) ha denominado la izquierda lacaniana, y cuyas
premisas se inscriben en lo que según Adrian Johnston (2008) es una teoría
materialista-trascendental de la subjetividad. No obstante, sobre todo en los
últimos años, Žižek ha demostrado cada vez mayor fidelidad por lo que Alain
Badiou (2007) ha llamado la hipótesis comunista y un creciente interés por la
renovación de la filosofía del materialismo dialéctico. En este marco,
alejándose cada vez más de sus intereses previos por la crítica de la
ideología, ha efectuado una notable serie de aportes que resultan
extremadamente originales tanto para las vicisitudes de la teoría marxista como
para las de la práctica política que los tiempos en los que nos toca vivir reclaman
para sí.
El convencimiento que acompaña a
esta ponencia es que Žižek debe ser tomado en serio. Debido al carácter
prolífico de su obra, a la reputación internacional de la que dispone, a las
conferencias multitudinarias que brinda alrededor del mundo, a los chistes
vulgares de los que se vale en sus textos, a los ejemplos que extrae de la
cultura popular, a su histrionismo, a su singular estilo de escritura, a que ha
sido objeto de documentales como Žižek! (2005) y a que ha participado en filmes
como The Pervert’s Guide to Cinema (2006), Marx Reloaded (2011) o el más
reciente The Pervert’s Guide to Ideology (2012), etc., la academia no ha
vacilado a la hora de tildarlo como un filósofo pop o —incluso— como un
comediante. Desacreditado con motes como los de “rockstar de la academia”,
“Elvis de la crítica cultural” o “Borat de la filosofía” —motes que le son
puestos, claro está, con la intención de hacerle resto a la radicalidad de su
pensamiento—, Žižek ha sido acusado reiteradamente por su asistematicidad,
vaguedad, repetición, falta de seriedad y diletantismo. Si bien es cierto que
desde su ruptura con Jacques-Alain Miller y la aparición de su primer trabajo
en inglés ha publicado una infinidad de libros,artículos y ensayos que abarcan
temas tan diversos como el capitalismo, el psicoanálisis, la opera, el
totalitarismo, el fascismo, la ciencia cognitiva, la física cuántica, el
racismo, la religión, los medios de comunicación, la cultura popular, el cine,
el amor, la ética, el posmodernismo, el multiculturalismo y la política,(1)
también lo es que —como ha apuntado atinadamente Ernesto Laclau en su prefacio
a El sublime objeto de la ideología— sus trabajos se caracterizan por ser,
fundamentalmente, “una serie de intervenciones teóricas que se alumbran unas a
otras, no en función de la progresión de una argumentación, sino en función de
(…) la reiteración de esta última en diferentes contextos discursivos” (Laclau,2005a:
15). Sus críticos se equivocan al no tomarlo en serio: el hecho de que libro a
libro, en diálogo y debate con intelectuales de todo el mundo, Žižek reelabore
y refine su edificio filosófico, da cuenta precisamente de la naturaleza
sistemática de su trabajo. Si publica dos o incluso tres libros por año, es
porque es esclavo de lo que según él es una verdadera “compulsión a escribir y
a escribir” (Žižek, 2006c: 45); como ha señalado en una enfática réplica a sus
principales críticos (Žižek, 2007), si dispone de cierta visibilidad y a menudo
ofrece conferencias, se debe a que de hecho eso es lo único que puede hacer
(Žižek no dispone de influencia en ningún departamento universitario destacado
y su acceso a subsidios de investigación es limitado; en pocas palabras: se
trata de un verdadero marginal, un outsider sin ningún tipo de poder institucional
que lo respalde).
A continuación se reconstruirá
genealógicamente los componentes conceptuales de la teoría žižekiana del Acto.
Cabría aclarar que el enfoque que se empleará para ello es el de un tipo de
historiografía intelectual que se desliga explícitamente de los afamados
programas de la History of Ideas (Lovejoy, 2000), la archéologie du savoir
(Foucault, 2001), la Begriffsgeschichte (Koselleck, 1993), el Contextual Focus
(Skinner, 2007), la déconstruction (Derrida, 1989), etc. En lo fundamental, se
opta por una propuesta metodológica que concentrándose en autores con el fin de
reconstruir su trabajo como una unidad intencional situada en un determinado
contexto político-intelectual e identificando contradicciones en la
argumentación para tratarlas como puntos de tensión sintomáticos (Anderson,
1998: 11-18; 2008: 7-13), pretende —para emplear una expresión cara a la
tradición política del trotskismo— someter las ideas al implacable laboratorio
de la historia.Parafraseando lo establecido por el propio Žižek en su libro
sobre Gilles Deleuze, este trabajo no es un diálogo entre dos perspectivas
diversas (el pensamiento de Žižek de un lado y un tipo de historia intelectual
de otro), sino algo muy diferente: “un intento de establecer los contornos de
un encuentro entre dos campos incompatibles” (Žižek, 2006b: 15); un intento de
trazar los límites de un “encuentro con lo Real” (Žižek, 1998: 140) de Slavoj
Žižek.
I
Tanto la crítica de la ideología
como la teoría del Acto impulsadas por el autor que aquí es objeto de estudio,
se montan al reparo de una concepción eminentemente materialista de la
ontología. Al albor de la revisión de las tesis acontecimentalistas desplegadas
por buena parte de la intelectualidad francesa tras los sucesos de mayo de 1968
—Žižek tiene en mente a filósofos tales como Alain Badiou, Etienne Balibar,
Jacques Rancière y Claude Lefort, pero también a Ernesto Laclau y Antonio
Negri—, el pensador oriundo de Liubliana ha pulido durante las últimas dos
décadas un aparato teórico-conceptual con el que ha buscado polemizar con los
razonamientos idealistas que sotierran la dimensión de la economía y —como
resultado de ello— autonomizan radicalmente las de la política y lo político. A
juicio de Žižek, las corrientes post-althusserianas, post-marxistas, marxistas
postestructuralistas, democrático-radicales, etc., comparten por igual la
irreductibilidad del Acontecimiento “a todo orden positivo del ser” (Žižek,
2006c: 130).
Puntualmente, Žižek se opone de
modo tajante a Badiou (1999) en “que el acontecimiento es algo que emerge de la
nada” (Žižek, 2006c: 130).En efecto: debido a que para él la lógica
acontecimentalista convencional resulta “demasiado idealista” (ibídem: 131), se
ha esforzado por esbozar un programa materialista que busca responder
deliberadamente a los interrogantes “cómo pensar la unidad del ser y el
acontecimiento (…) cómo tiene que estar estructurado el orden del ser para que
sea posible algo como un acontecimiento” (ídem).Y para concebir una suerte de
respuesta, Žižek se ha valido cada vez más de la noción lacaniana de la
doublure, “el doblez, la torsión o curvatura en el orden del ser que abre el
espacio para el acontecimiento” (ídem).
Apelando a este concepto de la
doublure, Žižek no da luz a una teoría postmarxista más que postula que, en el
terreno de la política, es pasible rearticular (retroactivamente) el orden
simbólico mediante el establecimiento de un point de capiton. A lo que Žižek
apunta es a la posibilidad de erigir un Acto que si bien está inscripto
simbólicamente, puede torcer o curvar el registro de dicha inscripción. La
hipótesis que da fundamento último a todo Acto auténtico, es que siempre,
necesariamente, en le Symbolique mismo anida “una insuperable brecha de
paralaje” (Žižek, 2006d: 11) —vale decir, “la confrontación de dos perspectivas
estrechamente vinculadas entre las cuales no es posible ningún campo neutral en
común” (ibídem: 11-12).
En otras palabras: lo que la
concepción materialista de la ontología žižekiana supone es el reparo en la
inexistencia del grand Autre —es decir, el reparo en la inconsistencia radical
del Todo, en la ficcionalidad incesante del orden simbólico, etc. A diferencia
del idealista, el materialista entiende que lo experimentado siempre está
abierto, pues para él “es el mismo ‘Todo’ el que es no-Todo, inconsistente,
marcado por una irreductible contingencia” (ibídem: 116). Y el índice de la
inconsistencia del Todo, el testimonio de su no-totalidad, su cortocircuito
básico, etc., no es otro que el Acontecimiento —vale decir, la emergencia
material del Acontecimiento en el orden del Ser. Al respecto, en Órganos sin
cuerpo, Žižek señala:
La solución materialista es (…) que el
Acontecimiento no es más que su propia inscripción en el orden del Ser, un
corte/ruptura en el orden del Ser por cuya causa el Ser no puede formar nunca
un Todo consistente. No hay un Más Allá del Ser que se inscriba en el orden del
Ser. No “hay” nada sino el orden del Ser. Aquí debería traerse a colación (…)
la teoría general de la relatividad, en la que la materia no curva el espacio
sino que es un efecto de la propia curvatura del espacio. Un Acontecimiento no
curva el espacio del Ser por su inscripción en él: por el contrario, un Acontecimiento
no es más que esa curvatura del espacio del Ser. “Todo lo que hay” es el
intersticio, la no coincidencia del ser consigo mismo, a saber, el no cierre
ontológico del orden del Ser (Žižek, 2006b: 128-129).
Traduciendo todo esto a la lógica de los registros
lacanianos de le Réel, le Symbolique y l’Imaginaire —esto es, a la lógica de
los registros estrechados por aquel nudo borromeo RSI que indica la estructura
del ser hablante y cuyo enlace, a la vez, define la especificidad del objet
petit a—, podría decirse que de las tres, Žižek privilegia la dimensión que
niega el orden de la significación —es decir, que niega aquello que no puede
ser incorporado en él— y, vis-à-vis, establece los contornos en los que la
misma funciona. Según Žižek, en todo momento le Réel persistiría como una falta
y toda fantasía ideológica —que en cuanto tal, pertenecería al reino de
l’Imaginaire pero tendría lugar en el de le Symbolique— existiría como una
respuesta a esa falta que impondría límites de negación y simultáneamente
constituiría a todo orden discursivo significante. De esta manera, el orden
eminentemente simbólico que es la realidad social, sería el sitio en donde
tendría lugar el intento por establecer una consistencia elemental frente a los
efectos corrosivos de le Réel; es decir, el sitio en donde se inscribiría la
tentativa (ideológica) de inhibir aquel núcleo traumático que justamente no
puede ser simbolizado, explicado, internalizado o aceptado. Y al menos desde El
espinoso sujeto y los debates mantenidos con Ernesto Laclau y Judith Butler en
Contingencia, hegemonía, universalidad, para Žižek este núcleo sería
básicamente uno, a saber: la lucha de clases, el “antagonismo social
fundamental” (Žižek, 2003b: 135) que “divide el edifico social desde dentro”
(ídem), sobredeterminándolo pero también distorsionándolo.
Lo propio de la interpretación
que hace Žižek de los registros RSI, es que le Réel no sólo es entendido como
aquello que no se puede simbolizar, aquello que está esencialmente
distorsionado, etc., sino también —y fundamentalmente— como el propio principio
de la distorsión de la realidad. En suma, en lo que estrictamente concierne al
análisis político-social, le Réel sería según Žižek un antagonismo social
traumático que conseguiría fijar los límites de las simbolizaciones posibles 6
que, necesariamente, habrían de diferir entre sí; el meollo inmanente e
inherente a le Symbolique que tendría lugar en tanto hiato o brecha debido a
que éste (le Symbolique) lo introduciría en la realidad. Podríamos decir así que
hay un trauma (el del capitalismo), un Réel (el antagonismo de la lucha de
clases) y por tanto también una verdad (la de la distorsión ideológica de las
distintas perspectivas de clase).
De este modo, el problema con le Réel no es
que no tiene lugar, sino, contrariamente, que sucede:
para Lacan, lo Real no es
imposible en el sentido de que nunca puede ocurrir —un núcleo traumático que
siempre se nos escapa. No, el problema con lo Real es que ocurre y esto es el
trauma. Es decir, no es que lo Real sea imposible, sino que lo imposible es
Real. Un trauma, o un acto, es simplemente el instante en el que lo Real ocurre
y es difícil de aceptar. Lacan no es un poeta que nos dice que siempre fallamos
lo Real —el último Lacan dice justamente lo contrario. La tesis es que se puede
confrontar lo Real, y esto es lo que es tan difícil de aceptar (…) Lo Real es
imposible pero no simplemente en el sentido de un encuentro fallido. Es también
imposible en el sentido de que es un encuentro traumático que tiene lugar, pero
que somos incapaces de confrontar. Y una de las estrategias que usamos para
evitar confrontarlo es precisamente la de colocarlo como este ideal indefinido
que es pospuesto eternamente. Un aspecto de lo Real es que es imposible, y el
otro aspecto es que ocurre, pero es imposible sostenerlo, integrarlo (Žižek,
2006c: 70-72).
En Žižek, la posibilidad del Acto
se basa en lo fundamental en esta tesis que postula que, a causa de la
inconsistencia constitutiva del orden simbólico, es factible confrontar le
Réel. Ahora bien, lo que habría que agregar es que puesto que el Acto no tiene
que ver estrictamente ni con el passage à l’acte ni con el Acting-out, debe —de
alguna manera— suponer la lógica de la jouissance femenina. Recuérdese que
sobre todo en los tiempos cínicos de la actualidad, la jouissance, el goce, no
implica una transgresión (y esto vale tanto para lo que respecta a la
sexualidad femenina como para lo que respecta a la masculina): en su estatuto
más profundo, se trata de “algo impuesto, ordenado; cuando gozamos nunca lo
hacemos ‘espontáneamente’, siempre seguimos cierto mandato” (Žižek, 1998: 22).
Ocasionalmente, en la sexualidad femenina, la naturaleza de “este mandato
obsceno (…), ‘¡Goza!’” (ídem) —cuyo nombre psicoanalítico no es otro que el de
superyó—, es develada. En efecto: en la medida en que ese síntoma del hombre
que es la mujer busca conseguir la jouissance, la inconsistencia del grand
Autre —es decir, la inconsistencia del orden simbólico— queda al descubierto y,
como consecuencia de ello, se abre el espacio para la confrontación de le Réel
y por tanto también para la realización del Acto.
II
Considerado desde las coordenadas
simbólicas de las cuales emerge, el Acto es imposible. En lo que precisamente
consiste un Acto, es en hacer retroactivamente posible, en posibilitar a
posteriori, lo que sin más, desde un determinado punto de vista —es decir,
desde una determinada visión de paralaje—, se presenta como imposible.
Efectivamente:
Un acto no ocurre simplemente
dentro del horizonte dado de lo que parece ser “posible”; él redefine los
contornos mismos de lo que es posible (un acto cumple lo que, dentro del
universo simbólico dado, parece ser “imposible”, pero cambia sus condiciones de
manera que crea de manera retroactiva las condiciones de su propia posibilidad)
(Žižek, 2003b: 132).
Para explicar esta posibilitación
retroactiva de lo imposible que es intrínseca a todo Acto, en sus textos Žižek
suele valerse del mito de Antígona y de ejemplos cinematográficos como el de la
autodestrucción de Keyser Söze en The Usual Suspects (1995) o el de la golpiza
que se auto-inflige el personaje que Edward Norton interpreta en The Fight Club
(1999). Pero el ejemplo más ilustrativo tal vez sea el que el propio Lacan dio
en 1979, cuando disolvió abruptamente, de un día para otro, la École Freudienne
de París —es decir, “su agalma, su propia organización, el espacio mismo de su
vida colectiva” (ibídem: 133). Ciertamente, lo que se le plantea a quien actúa
auténticamente, es la necesidad de asumir un gran riesgo, la necesidad de
confrontar la noche del mundo hegeliana, la necesidad de dar un paso al vacío
sin garantía de éxito alguno. Sólo así, mediante el enfrentamiento de un
callejón sin salida, mediante la constatación del hecho de que “los cambios
verdaderos son dolorosos” (Žižek, 2006c: 116), mediante el ataque violento al
grand Autre pero también a uno mismo —sin esto último, claro está, el Acto no
sería más que una rearticulación del orden simbólico que cambia todo para que
en verdad nada tenga que hacerlo—, es que se puede despejar el terreno para un
nuevo comienzo. Y por nuevo comienzo, no debe ser entendido otra cosa más que
un gesto esencialmente radical y fundante que efectivamente pertenece al orden
de lo nuevo; esto es, un gesto que patea el tablero del campo de las
simbolizaciones posibles y accede, con ello, a le Réel imposible: en palabras
de Žižek, “sólo un gesto ‘imposible’ de puro gasto puede cambiar las propias
coordenadas de lo que es estratégicamente posible dentro de una constelación
histórica” (Žižek, 2006b: 232).
Es precisamente en este sentido
que para Žižek es necesario reivindicar el lema insignia del mayo francés.
La izquierda tiene hoy una elección ante sí: o
acepta el horizonte democrático liberal predominante (democracia, derechos
humanos y libertades…) y emprende una batalla hegemónica dentro de él, o
arriesga el gesto opuesto de rechazar sus mismos términos, de rechazar
categóricamente el chantaje liberal actual, de acuerdo con el cual propiciar
cualquier perspectiva de cambio radical allana el camino al totalitarismo. Es
mi firme convicción, mi premisa político-existencial, que el viejo lema de 1968
“Soyons réalistes, demandons l’impossible!” sigue en pie: son los defensores de
los cambios y las resignificaciones dentro del horizonte democrático liberal
quienes resultan verdaderos utópicos en su creencia de que sus esfuerzos
redundarán en algo más que la cirugía estética que nos dará un capitalismo con
rostro humano (ídem).
Ahora bien, la alteración
(retroactiva) del orden simbólico no es suficiente para que un fenómeno
determinado alcance el status de Acto. En El espinoso sujeto, Žižek afirma que
“en este punto resulta esencial introducir una distinción adicional: para
Lacan, un verdadero acto no solo cambia retroactivamente las reglas del espacio
simbólico, sino que también perturba la fantasía subyacente” (Žižek, 2002a:
217). En efecto: la traversée du fantasme es la otra parte integral de todo
Acto.
En este sentido cabría advertir
que el hecho de que el atravesamiento de la fantasía (ideológica) que regula la
estabilidad del orden simbólico sea un componente clave del Acto, refuerza la
idea de que éste no sea asimilable ni al passage à l’acte ni al Acting-out. Si
bien el Acto comparte con el passage à l’acte el no enviar ningún tipo de mensaje
cifrado al grand Autre y por tanto el suponer una cierta salida de la escena
simbólica —cosa que el Acting-out no presupone—, se diferencia por asumir
responsabilidad por lo que lleva a cabo —es decir, por reconocer, identificar y
reivindicar lo que lleva a cabo. En la clínica psicoanalítica, el passage à
l’acte presupone en cuanto tal una salida defensiva del orden simbólico que en
tanto no promueve la conscientización y la reelaboración del deseo y la
fantasía, no significa un paso adelante en la dirección de la cura.
Contrariamente al sujeto del passage à l’acte, al ponerse “a sí mismo como su
propia causa” (ibídem: 402), el sujeto del Acto consigue dominar sus deseos y
fantasías inconscientes. Precisamente en esto reside la singularidad de la traversée
du fantasme en la que todo Acto debe basarse: al no dirigir de modo consciente
ninguna clase de mensaje cifrado al grand Autre, quien actúa asume
resueltamente su responsabilidad en el revelamiento del carácter
fantasmáticoideológico del campo simbólico que sustenta las (falsas) elecciones
que en su contexto se presentan como posibles.
El tercer y último fundamento de todo Acto
reside en el hecho de que no existe una temporalidad a él intrínseca. En lo que
a esto respecta, Žižek reivindica un decisionismo próximo al que Rosa Luxemburg
supo esgrimir “en contra de los revisionistas” (Žižek, 2005c: 182).
El tiempo del Acontecimiento no
es otro tiempo que está más allá y por encima del tiempo histórico “normal”,
sino que es una especie de recodo [esto es, doublure] dentro de este tiempo (…)
Cuando lo observamos desde la ventajosa posición de la distancia, el proceso
parece desarrollarse en una línea recta; sin embargo, lo que no podemos
advertir son las vueltas [de nuevo, doublures] internas subjetivas que sostienen
esta línea recta “objetiva”. Es por ello que la pregunta “¿en qué circunstancia
emerge el tiempo condensado del Acontecimiento?” es falsa. Implica volver a
inscribir el Acontecimiento en el proceso histórico positivo. Es decir, uno no
puede establecer el tiempo de la explosión del Acontecimiento mediante un
preciso análisis histórico “objetivo” (al estilo de: “cuando las
contradicciones objetivas alcancen tal nivel, las cosas estallarán”); no hay
ningún Acontecimiento fuera de la decisión subjetiva comprometida que lo crea:
si uno espera a que madure el tiempo del Acontecimiento, el Acontecimiento
nunca ocurrirá (ibídem: 185).
Lo que todo esto quiere decir es que el Acto
posee siempre algo de emergencia: quien actúa, se arriesga y sin legitimación alguna,
se compromete dando un paso al vacío en una suerte de apuesta pascaliana —vale
decir, aprovecha el momento puesto que sabe que mañana será demasiado tarde. En
otras palabras: el Acto conlleva el convencimiento de que no es necesario pedir
ninguna clase de permiso al grand Autre —“la búsqueda de garantías es el miedo
al abismo del acto” (2004: 11). No hay que esperar a que las condiciones estén
maduras, pues no existe algo como el tiempo del Acto. En lo que concierne a
esto, no hay grandes secretos: el Acto consiste en una oportunidad que surge —o
mejor dicho, que se hace surgir— y que en tanto tal, no hay que dejar pasar de
largo.
Es así que la máxima lacaniana que alega que
no hay que ceder al deseo —Ne pas ceder sur son désir—, que no hay que ceder
por lo tanto al mandato del grand Autre, es la que guía al Acto žižekiano. En
efecto: el Acto implica que por más que la causa de uno ya esté perdida, es
preciso continuar demostrando fidelidad y persistir en ella, pues “las derrotas
del pasado acumulan la energía utópica que explotará en la última batalla: la
‘maduración’ no está a la espera de circunstancias ‘objetivas’ para alcanzar la
madurez, sino de la acumulación de derrotas” (Žižek, 2011a: 402). A fin de
cuentas, sólo esta persistencia en el deseo es lo que puede dar con aquello a
lo que recientemente Žižek se ha referido como “señales del futuro” (Žižek,
2012c: 128).
III
De acuerdo a lo establecido hasta
aquí, el Acto žižekiano se enmarca en una concepción materialista de la
ontología y se basa en la posibilitación (retroactiva) de lo imposible, en el
atravesamiento de la fantasía (ideológica) y en el compromiso que con él asume
el sujeto que lo lleva a cabo. Contra lo que tranquilamente podría esperarse,
la teoría del Acto esbozada por Žižek se encuentra más próxima al leninismo que
a alguna variante post-marxista de la política. En cierto sentido, esto
constituye un indicador de que los esfuerzos del pensador oriundo de Liubliana
consagrados a sentar las bases de una teoría del Acto, no sólo representan una
neutralización de los desafíos posmodernos que al marxismo le han sido
planteados estrictamente en el plano de la teoría por filósofos como Laclau,
sino también —y quizás fundamentalmente— una (tácita) alianza con la política
emancipatoria radical que se emparenta con figuras como las de Lenin o Trotsky.
A este respecto, habría que precisar algo
sobre el lema que Žižek adoptó como corolario del debate mantenido en
Contingencia, hegemonía, universalidad: repetir Lenin. Refrendado el rechazo
del horizonte del capitalismo y su democracia —esto es, el point de capiton de
la sociedad global contemporánea—, reiterando sus críticas al multiculturalismo
y la pospolítica, señalando a quienes defenestran la forma Partido lo que
Robespierre a los girondinos —“Queréis una revolución sin revolución”
(Robespierre, citado en: Žižek, 2004: 111)— y reconociendo el carácter redentor
de la violencia, en su posfacio a una compilación de escritos de Lenin —pero
también en un libro dedicado a la figura de Stalin (Žižek, 2002c)—, Žižek
arribó a una firme conclusión: “hoy más que nunca debemos volver a Lenin”
(Žižek, 2004: 84). Es que en lo fundamental, para Žižek existe una afinidad muy
importante entre la figura de Lenin y la ética lacaniana. A su entender, la
idea del revolucionario ruso
es simplemente que no existe el
gran Otro; nunca hay una garantía; hay que actuar. Hay que arriesgarse y actuar
(…) Del mismo modo en que Lacan dice que el analista sólo está autorizado por
sí mismo, el mensaje de Lenin es que un revolucionario ne s’autorise que de lui
même. Es decir, en cierto instante hay que asumir la responsabilidad del acto
(Žižek, 2006c: 155).
Ahora bien, la reactivación de Lenin por la
que Žižek aboga (Budgen, Kouvelakis y Žižek, 2010), no busca quedar encorsetada
sin más en el estrecho marco del leninismo —a decir verdad, “una noción
profundamente estalinista” (Žižek, 2004: 36)—; para él,
“REPETIR Lenin” NO significa una VUELTA a
Lenin —repetir Lenin consiste en aceptar que “Lenin ha muerto”, que su solución
particular fracasó, cabe decir incluso monstruosamente, pero que en ella hay un
destello utópico que vale la pena rescatar. Repetir Lenin significa que hay que
distinguir entre lo que Lenin hizo en realidad y el campo de posibilidades que
inauguró, la tensión en Lenin entre lo que hizo en realidad y otra dimensión,
que “no era Lenin, sino que estaba en Lenin”. Repetir Lenin es repetir, no lo
que HIZO Lenin, sino lo que NO LOGRÓ HACER, sus oportunidades PERDIDAS (ibídem:
155-156).
Este rechazo del sentido más tradicional que
posee el término leninismo, no se inscribe en algo así como un abandono de la
cosmovisión del marxismo, en “la búsqueda del momento de (…) [su] Caída”
(Žižek, 2010a: 5), etc. Para Žižek, todo este tema debe ser rechazado
terminantemente: “la Caída ha de inscribirse en los mismos orígenes” (ídem); en
efecto: si “uno somete el pasado marxista a una crítica implacable, primero
tiene que reconocerlo como ‘propio de uno’, asumiendo la plena responsabilidad
por él, no desentenderse cómodamente del ‘mal’ giro de las cosas atribuyéndolo
a un intruso externo” (ibídem: 6).
Es también en esta clave que, en
el contexto de una serie de introducciones críticas a clásicos de la lucha
revolucionaria (Žižek, 2009a; 2010a; 2010b), Žižek se presta a defender al
Trotsky de Terrorismo y comunismo —una obra en verdad maldita para el
trotskismo; el “peor libro” (Bensaïd, 2002: 24) de Trotsky, a decir de alguien
como Daniel Bensaïd. Es que el Trotsky que defiende el gobierno partidario y el
terror revolucionario —vale decir, el Trotsky que es ajeno al mito que lo
concibe como una figura cálida, profundamente democrática, partidario del
psicoanálisis, amigo de artistas surrealistas, amante de Frida Kahlo, etc.—
“representa un elemento perturbador para la alternativa ‘o socialismo
(social)democrático o totalitarismo estalinista” (Žižek, 2011a: 239). Tal como
Žižek lo ve, no es ninguno más que este Trotsky maldito el que es preciso
rescatar.
Trotsky es aquel para el que no hay lugar ni
en el socialismo realmente existente anterior a 1990 ni en el capitalismo
realmente existente posterior a 1990, en el que ni siquiera los nostálgicos del
comunismo saben qué hacer con la revolución permanente de Trotsky: tal vez el
significante “Trotsky” sea la designación más apropiada para lo que vale la
pena redimir del legado leninista (Žižek, 2009a: 25).
Efectivamente: a diferencia de Stalin —en
donde “‘Lenin vive para siempre’ como un obsceno espíritu que no sabe que está
muerto, artificialmente mantenido con vida como un instrumento de poder”
(ibídem: 43)—, en Trotsky, Lenin vive “en la medida en que encarna (…) la
‘eterna Idea’ de la emancipación universal, la inmortal lucha por la justicia
con la que no hay insultos ni catástrofes que consigan acabar” (ibídem: 41-42).
Y con esta Idea eterna a la que Žižek alude,
arribamos quizás al punto más álgido del giro leninista que él ha
protagonizado. Hay que señalar que la noción de Idea forma parte del aparato
conceptual que pertenece Badiou (2008). Si bien es cierto 11 que en su último
libro Žižek (2012b) ha dedicado una considerable cantidad de páginas para
explicar qué es lo que lo separa de Badiou, también lo es que desde su ruptura
con Laclau, se ha vinculado cada vez más estrechamente con el filósofo francés.
La razón de ello radica en que, a su manera, Badiou ha sabido revelarle el
carácter de “la política de la verdad (universal)” (Žižek, 2002a: 142); vale
decir, aquello que es “lo propiamente político” (ibídem: 226):
el momento en el que la
negociación no aborda solo una demanda particular, sino que apunta a algo más,
y comienza a funcionar como la condensación metafórica de la reestructuración
global de todo el espacio social. Existe un claro contraste entre esa
subjetivación y la proliferación actual de la “política de la identidad” posmoderna,
cuya meta es exactamente la opuesta: la afirmación de la propia identidad
particular, del propio lugar en el seno de la estructura social. La política
posmoderna de la identidad con relación a los estilos de vida particulares
(étnicos, sexuales, etcétera) se adecua perfectamente a la idea despolitizada
de la sociedad, en la cual cada grupo particular “se justifica”, tiene un
status específico (de víctima), es reconocido por medio de la “acción
afirmativa” u otras medidas destinadas a asegurar la justicia social (ídem).
Como respuesta a la concepción posmoderna de
la política, Badiou ha montado un aparato filosófico en el que la noción de
Idea cumple papel central de otorgar al Sujeto el soporte de su fidelidad.
Aquellas Ideas que son verdaderas a su vez son “eternas, indestructibles,
vuelven siempre que se anuncia su muerte” (Žižek, 2011a: 11). Y hay una Idea
que precisamente a causa de su eternidad —es decir, a causa de su
transhistoricidad, a causa de que su universalidad rebasa los mundos históricos
específicos y los horizontes de sentido particulares—, reviste central
importancia: se trata de la Idea del comunismo, aquella Idea que condensa “‘los
cuatro conceptos fundamentales’ que actúan desde Platón, a través de las
rebeliones milenaristas medievales, del jacobinismo, el leninismo y el maoísmo:
la estricta justicia igualitaria, el terror disciplinario, el voluntarismo
político y la confianza en el pueblo” (Žižek, 2011b: 145); vale decir, aquella
“Idea platónica que persiste, regresando una y otra vez después de cada
derrota” (ibídem: 46). En pocas palabras: lo específicamente propio de la Idea
(eterna) del comunismo es que subsiste: “sobrevive a los fracasos de su
realización como un espectro que regresa una y otra vez, en una incesante
persistencia que Beckett recapitula del modo más efectivo en (…) Rumbo a peor:
‘Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor’” (Žižek, 2010c: 240).
Como indica Žižek, concebir al
comunismo como una Idea eterna, implica advertir “que la situación que lo genera
es igualmente eterna, es decir, que el antagonismo contra el que reacciona el
comunismo siempre existirá” (Žižek, 2011b: 103). Afirmar esto permite insistir
en la Idea del comunismo en un sentido netamente marxista: “hay grupos sociales
que, a cuenta de su falta de un lugar determinado en el orden ‘privado’ de la
jerarquía social, representan directamente la universalidad” (ibídem: 116): son
lo que Rancière llama la “parte de los que no tienen parte” (Rancière, 2012:
25). De lo que en definitiva se trata para Žižek, es de ser irrestrictamente
solidario con esta parte de los que no tienen parte y con su posición de
universalidad singular.
Ahora bien, ¿quién o qué es lo que encarna en
la sociedad global contemporánea esta parte de ninguna parte? La crítica de
Laclau a propósito del “callejón sin salida” (Laclau, 2005b: 295) en el que se
encuentra Žižek a la hora de apuntar algún “actor histórico concreto para su
lucha anticapitalista” (ibídem: 296) o proveer una “teoría del sujeto
emancipatorio” (ídem), parecería poseer al menos un momento de verdad en vistas
a las ambigüedades e imprecisiones en las que el filósofo esloveno incurre
cuando intenta determinar esta parte de ninguna parte del cuerpo social.
No obstante, hay que decir que
Žižek no cree —como Badiou— que la política está ya impedida a la hora de
intervenir “en un universo que ya es en sí mismo falto de mundo” (Žižek, 2011b:
147). Para él, la tarea de la política emancipatoria no pasa por “crear un
nuevo mundo, (…) [por] proponer nuevos SignificantesAmos que proporcionen un
‘mapa cognitivo’” (Žižek, 2011a: 408), etc. Según Žižek, lo que en verdad ella
tiene que hacer es “distinguir entre puntos ‘falsos’ y ‘verdaderos’, entre
elecciones ‘falsas’ y ‘verdaderas’, es decir, (…) traer de vuelta el tercer
elemento, cuya obliteración sustenta la falsa elección” (ibídem: 396). Es un
error, por lo tanto, aceptar al Estado como un hecho y operar a distancia de
él; de lo que se trata es de sustraerse de esa lógica, de rechazar los mismos
(falsos) términos de elección que ella impone (esto es, dentro del Estado o
fuera de él).
Que para Badiou en la actualidad sólo sea
“posible crear verdad política a modo de (fidelidad a) un acontecimiento local,
a una lucha local, a una intervención con una constelación específica” (ibídem:
413), etc., revela que ha terminado adscribiendo a “su propia versión de la
posmodernidad” (ídem), en la que lo único posible son “los actos locales de
‘resistencia’” (ídem). Así, paradójicamente, Badiou ha terminado coincidiendo
con Laclau, pues al renunciar a una verdadera política anticapitalista, ambos
adolecen de “una metateoría de la Historia que proporcione una respuesta clara
a la solución de recambio que obsesiona a las teorizaciones ‘posmodernas’ de lo
político” (ídem). Al adolecer de esto, al renunciar al anticapitalismo, el
comunismo de Badiou ha dimitido ya del horizonte del marxismo.
Que Žižek entienda que debe otorgársele una
nueva oportunidad a la dictadura del proletariado —esto es, a la dictadura de
la parte de ninguna parte—, que sostenga que de hecho ésa es “la única opción
auténtica que tenemos” (ibídem: 422), indica que se ha rehusado vehementemente
a seguir a Badiou en su abandono del marxismo. Por otra parte, esta insistencia
en el proletariado desmiente la acusación de que Žižek no conciba un sujeto
para la lucha emancipatoria. A fin de cuentas, no es otro que el proletariado
—la parte de los que no tienen parte en la sociedad global contemporánea— el
que encarna el sujeto del Acto žižekiano; no es otro que el proletariado el que
—al reivindicarse como una parte y obrar en consecuencia— puede develar las
contradicciones del orden simbólico e indicar cuál es el Réel que
sobredetermina y distorsiona al mismo (esto es, el antagonismo de la lucha de
clases).
En este sentido, resulta importante retener
que la consigna que guía a Žižek no es ni repetir el comunismo ni repetir Mao
—consignas éstas con la que un ex-maoísta 13 como Badiou podría sentirse cómodo
en más de un sentido—: como hemos visto, la premisa política de la que se vale
el pensador esloveno, es repetir Lenin. Pues si bien a través de lúcidos
razonamientos como “hay un gran desorden bajo el cielo, la situación es
excelente” (Mao, citado en: Žižek, 2012a: 26), Mao al igual que Lenin advirtió
que “la inconsistencia del gran Otro abre el espacio para el acto” (ídem), hay
algo que lo separa decisivamente del revolucionario ruso en lo que respecta a
la reactualización del marxismo que desde el presente puede (y debe) ser
llevada a cabo. Mientras que la revolución impulsada por Mao recayó solamente
en los campesinos, la que junto a Trotsky Lenin dirigió, lo hizo en una fuerza
social de la que también formaban parte los campesinos, pero que era
hegemonizada por los trabajadores. Precisamente por esto, la Revolución de Octubre
—a pesar de que fuera anterior a la china—, es más relevante para un contexto
geopolítico como el actual, en donde tras haber destruido los últimos nichos de
resistencia, el capitalismo se ha totalizado.
Ahora bien, para concluir no habría que dejar
de señalar que ese mismo proceso sociometabólico (Mészàros, 2009) a través del
cual el capitalismo ha devenido total, hoy en día parecería estar encontrando
su fin. Recientemente, Žižek ha manifestado en relación a esta situación que
“actualmente nos estamos aproximando claramente a una nueva época de tiempos
interesantes” (Žižek, 2012a: 413). Una verdadera posición radical-emancipatoria
se distingue por no replegarse frente al peligro que tales tiempos suponen: al
tanto de todo lo que implica el peligro, quien asume una verdadera posición
radical-emancipatoria se arriesga a valerse de él como si fuera una oportunidad
para el cambio social. En definitiva, de todo esto es lo que trata la peculiar
defensa del marxismo y la apuesta por la Idea del comunismo que la teoría del
Acto de Slavoj Žižek entraña.
(*) Cita: Santiago M. Roggerone (2013). En defensa del marxismo.
Slavoj Žižek y la teoría del Acto. fue presentado en las X Jornadas de Sociología. Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
NOTAS
(1) Siguiendo a Jamil Khader (2013), la vasta obra de Žižek puede ser dividida en al menos cuatro categorías principales (se excluyen artículos de revistas, partes de libros, trabajos colectivos, compilaciones, traducciones parciales, etc.): introducciones a Lacan a través de la cultura popular y ejemplos de la vida cotidiana (Žižek, 2000; 1994; 2008), trabajos teóricos que entrelazan la filosofía con el psicoanálisis para desarrollar una crítica de la fantasía ideológica y una teoría política de la subjetividad (Žižek, 2013; 2005a; 1998; 1991; 2003a; 1996; 1997; 1999; 2002a; 2001a; 2001b; 2002c; 2006b; 2006d; 2012a; 2012b), escritos que abordan acontecimientos sociales y políticos (Žižek, 2005b; 2006a; 2009b; 2011a; 2011b; 2012c) y obras que abogan por la apropiación del centro ateo-radical del cristianismo (Žižek, 2002b; 2005c). Existe una voluminosa literatura en inglés que aborda el itinerario intelectual de Žižek; cfr., sobre todo, Kay (2003), Parker (2004), Butler (2005), Dean (2006), Pound (2008), Sharpe y Boucher (2010), Wood (2012) y Sheehan (2012). En relación a los estudios žižekianos, además del sitio web de la International Journal of Žižek Studies (www.zizekstudies.org), cfr., especialmente, Boucher, Glynos y Sharpe (2005), Bowman y Stamp (2007) y Khader y Rothenberg (2013). En castellano, los abordajes de la obra de Žižek son escasos; la excepción la constituye el excelente trabajo de Camargo Brito (2011).
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PUNTO Y APARTE
CHAPA TU CHORO....CHAPA A LOS QUE DESTRUYEN EL PAÍS
BORRACHO DE MIERDA .......JAJAJA......... NECESITA UN DOCTOR
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