domingo, 27 de septiembre de 2015

La expansión capitalista sobre la Tierra en todas las direcciones Aportes del Marxismo Ecológico

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La expansión capitalista sobre la Tierra en todas las direcciones Aportes del Marxismo Ecológico

Damiano Tagliavini(1)
Ignacio Sabbatella(2)

Resumen: Tradicionalmente, el marxismo se enfocó en la contradicción capital-trabajo y no atendió a la relación capital-naturaleza más que fragmentaria y aisladamente. Sin embargo, la acelerada expansión de la formación social capitalista a escala planetaria en las últimas décadas intensifica y renueva los procesos de apropiación privada y mercantilización de la naturaleza que Marx ubicara en una etapa originaria del capitalismo. El desenvolvimiento de dichos procesos hace necesario nutrir al marxismo con una perspectiva ecológica que habilite la incorporación de nuevas herramientas teóricas. El presente artículo tiene como objetivo realizar un estado del arte del marxismo ecológico, para lo cual se describirán y clasificarán sus principales contribuciones al entendimiento de la relación capital naturaleza. Asimismo, se propone recuperar críticamente algunos conceptos fundamentales de la obra de Marx y Engels, teniendo en cuenta tanto los aspectos más sugerentes como los más controversiales en relación con una perspectiva ecológica.

Palabras clave: · Marxismo ecológico · Capital · Naturaleza


La expansión capitalista sobre la Tierra en todas las direcciones.Aportes del Marxismo Ecológico

Damiano Tagliavini
Ignacio Sabbatella

Introducción

Tradicionalmente, el marxismo se enfocó en la contradicción capital-trabajo y no atendió a la relación capital-naturaleza más que fragmentaria y aisladamente. Sin embargo, la acelerada expansión de la formación social capitalista a escala planetaria en las últimas décadas intensifica y renueva los procesos de apropiación privada y mercantilización de la naturaleza que Marx ubicara en una etapa originaria del capitalismo. Aún así, Marx intuyó el proceso por el cual el capitalismo avanza en “la exploración de la Tierra en todas las direcciones” con el objeto de reproducirse cuantitativa y cualitativamente. El pleno desenvolvimiento de este proceso en el presente hace necesario retomar algunos de sus conceptos y nutrir al marxismo con una perspectiva ecológica que habilite la incorporación de nuevas herramientas teóricas.

Desde algunas vertientes ecologistas se suele rechazar o desconocer los aportes teóricos que Marx y Engels hicieran respecto a las consecuencias del desarrollo del capitalismo sobre el mundo natural. A modo de ejemplo, podemos citar al economista ecológico José Luis Naredo, quien afirma que

[…] si bien Marx y Engels se mostraron, en ocasiones, preocupados por problemas ecológicos o medioambientales, tales preocupaciones no tienen cabida en su visión global de lo económico y sus formulaciones no aportan el aparato teórico y conceptual que exigiría el análisis de tales problemas (Naredo, 1987: 174).

Estas vertientes también suelen ignorar las contribuciones de otros pensadores que se inscriben en una corriente ecológica del marxismo.

En un artículo anterior (Sabbatella y Tagliavini, 2011) revisamos críticamente los aspectos centrales de la obra de Marx y Engels con el objetivo de rastrear sus posiciones en relación a la naturaleza, repasamos las críticas más relevantes hacia el marxismo por parte de los economistas ecológicos y culminamos con una rápida mención de autores y conceptos que han aportado al desarrollo de un marxismo ecológico. A modo de conclusión, descartamos la posibilidad de encontrar todas las respuestas a las problemáticas medioambientales en Marx y destacamos que era necesario reconsiderar y reformular sus categorías en función de contribuir menos a la conformación de un “Marx verde” que a un Marxismo Ecológico. No pretendemos hacer hablar a Marx sobre los aspectos cruciales de nuestra época –el cambio climático o el agotamiento de recursos fósiles– sino reapropiarnos de la crítica de la economía política para facilitar la crítica de la economía-política-ecológica.

Si nuestro objetivo general es contribuir a la sistematización de un Marxismo Ecológico, el objetivo específico del presente trabajo es ampliar y profundizar el estado del arte del mismo. Enumerar, describir y clasificar las contribuciones del marxismo al entendimiento de la relación capital-naturaleza. Antes de ello, comenzaremos discutiendo los pasajes más relevantes o controversiales de los escritos de los fundadores del marxismo en términos de una perspectiva ecológica.

Discusiones en torno a la obra de Marx y Engels

En nuestro trabajo anterior, constatamos que el mundo natural es una noción inicial en buena parte de los escritos de Marx, tanto en su etapa juvenil como en su etapa madura, aunque luego se diluye o fragmenta frente al desarrollo de la contradicción fundamental del modo de producción capitalista entre capital y trabajo. Por otra parte, en lo que se refiere a sus aspectos más productivistas, en algunos escritos aparece cierto optimismo en relación al desarrollo de las fuerzas productivas y una desatención de los límites naturales implicados. Sin embargo, la degradación de la tierra producto del funcionamiento del propio sistema capitalista había sido adelantada en numerosos pasajes de su obra, aunque ésta no fuera suficientemente esclarecedora de las consecuencias que traen aparejados el agotamiento de otros bienes naturales y la contaminación ambiental.

Por ello, una traducción automática de Marx a la ecología contemporánea no alienta un conocimiento e investigación sobre los nuevos problemas ecológicos. Creemos necesario rescatar sus principales aportes y resignificarlos, al mismo tiempo que es preciso marcar sus propias limitaciones y debilidades.

Aportes y potencialidades

Concepción de la naturaleza

Para comprender la concepción de la naturaleza en Marx, creemos sugerente hacer referencia a dos importantes libros: “El concepto de naturaleza en Marx” de Alfred Schmidt y el más reciente “La Ecología de Marx”, de John Bellamy Foster.

Bellamy Foster (2004) reconstruye una concepción materialista-dialéctica de la naturaleza en Marx, y arroja luz sobre tres grandes herencias que habrían sido descuidadas: el filósofo griego antiguo Epicuro, el químico agrícola Justus Von Liebig y Charles Darwin. El primero inspiró una visión materialista de la naturaleza (aunque la de Epicuro era contemplativa). A partir del segundo comprendió el papel de los nutrientes del suelo y de los fertilizantes. Y de Darwin adoptó un enfoque co-evolucionista de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Dicha reconstrucción echa por tierra todo prejuicio hacia la producción intelectual de Marx como ajena al mundo natural.

Por su parte, en un trabajo que pretende ser una interpretación filosófica de Marx, Alfred Schmidt rastrea la significación que el concepto de naturaleza adquiere en su obra. El autor destaca la concepción socio-histórica de la naturaleza de Marx, planteando que “parte de la naturaleza como la primera fuente de todos los medios y objetos del trabajo, es decir, la ve de entrada en relación con la actividad humana” (Schmidt, 1983: 11). Para Schmidt, habría una interpenetración recíproca entre naturaleza y sociedad, donde la dialéctica de sujeto y objeto es una dialéctica de las partes constitutivas de la naturaleza. “La naturaleza es para Marx un momento de la praxis humana y al mismo tiempo la totalidad de lo que existe” (Schmidt, 1983: 23).

En sus obras de juventud, en especial en los Manuscritos Económicos Filosóficos de 1844, Marx esboza una definición del concepto de naturaleza. Allí plantea que

La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre, es decir, la naturaleza en cuanto no es ella misma el cuerpo humano. El hombre vive de la naturaleza; esto quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe permanecer en un proceso continuo, a fin de no perecer. El hecho de que la vida física y espiritual del hombre depende de la naturaleza no significa otra cosa sino que la naturaleza se relaciona consigo misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza (Marx, 2004: 112).

 En este pasaje de los Manuscritos se hace evidente que para Marx no existe dicotomía entre el ser humano y la naturaleza. No la concibe como un ámbito externo o un mundo exterior. “El hombre no está en la naturaleza, sino que es naturaleza” (Vedda, 2004: XXIX). La naturaleza le ofrece al hombre su medio de vida inmediato, así como la materia, el objeto y la herramienta de su actividad vital, el trabajo. Esto nos conduce a plantear una continuidad con su obra de madurez, especialmente en su texto más importante, El Capital, al cual nos referiremos a continuación.

Relación trabajo-naturaleza en la producción de valores de uso

En El Capital, Marx señala que la naturaleza es, junto al trabajo, punto de partida de la producción de valores de uso.

En este trabajo de conformación, el hombre se apoya constantemente en las fuerzas naturales. El trabajo no es, pues, la fuente única y exclusiva de los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es, como ha dicho William Petty, el padre de la riqueza, y la tierra la madre (Marx, 2000: 10).

 Apartándonos de su forma histórica, en toda sociedad el trabajo es el momento de intercambio con la naturaleza, es la actividad con la cual el hombre se apropia de su entorno y lo transforma con el fin de satisfacer sus necesidades (alimento, vivienda, vestimenta, etc.). En el proceso de trabajo interviene no sólo el trabajo del hombre sino también el objeto sobre el cual se realiza y los medios de trabajo, ambos brindados por la naturaleza. Además, destaca las condiciones materiales que no suelen identificarse en el proceso productivo pero sin las cuales éste no podría ejecutarse. De esas condiciones dependen la productividad del trabajo y la producción de plusvalía:

Si prescindimos de la forma más o menos progresiva que presenta la producción social, veremos que la productividad del trabajo depende de toda una serie de condiciones naturales. Condiciones que se refieren a la naturaleza misma del hombre y a la naturaleza circundante. Las condiciones de la naturaleza exterior se agrupan económicamente en dos grandes categorías: riqueza natural de medios de vida, o sea, fecundidad del suelo, riqueza pesquera, etc., y riqueza natural de medios de trabajo, saltos de agua, ríos navegables, madera, metales, carbón, etc. En los comienzos de la civilización es fundamental y decisiva la primera clase de riqueza natural; al llegar a un cierto grado de progreso, la primacía corresponde a la segunda (Marx, 2000: 429)(3).

En su Crítica del Programa de Gotha, Marx refuerza la idea de la naturaleza como parte fundamental de la producción de valores de uso y como fuente de medios y objetos de trabajo. La propiedad sobre esos objetos y medios de trabajo que brinda la naturaleza es la que va a determinar que una parte de la humanidad, que no dispone de la misma, deba necesariamente entregar su fuerza de trabajo a quienes se han adueñado de esas condiciones materiales (Marx, 1979). Se trata, ni más ni menos, que de una de las condiciones históricas para el surgimiento de la mercancía fuerza de trabajo en el modo de producción capitalista que desarrollara en El Capital.

Separación hombre-naturaleza y campo-ciudad

Desde los Manuscritos de 1844, Marx destaca que el trabajo alienado convierte a la naturaleza en algo extraño al hombre, en un “mundo ajeno”, “hostilmente contrapuesto al trabajador” (Marx, 2004:111). En el marco de la apropiación privada, existe una alienación respecto de la naturaleza, donde los medios de vida y de trabajo no le pertenecen al trabajador y se le presentan como objetos externos. Por tanto, concluye en los Grundrisse:

Lo que necesita explicación, o es resultado de un proceso histórico, no es la unidad del hombre viviente y actuante, [por un lado,] con las condiciones inorgánicas, naturales, de su metabolismo con la naturaleza, [por el otro,] y, por lo tanto, su apropiación de la naturaleza, sino la separación entre estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que por primera vez es puesta plenamente en la relación entre trabajo asalariado y capital (Marx, 2005: 449).

No es la unidad del hombre con la naturaleza lo que necesita explicación sino su separación. Esa separación es de carácter histórico y es la base sobre la que se asienta la relación capital-trabajo. El trabajador es separado de su “cuerpo inorgánico” al mismo tiempo que el producto de su trabajo se convierte en mercancía apropiada por el capitalista. Su actividad productiva bajo la forma salario es resultado de la “cosificación” del mundo natural y de las relaciones sociales, al mismo tiempo que la reproduce (4). Ecos de esta problemática pueden vislumbrarse ya en los artículos del joven Marx en la Gaceta Renana, donde desde un enfoque todavía racionalista liberal, comienza a analizar la cuestión de la creciente mercantilización de los bienes de uso comunal, como la leña, y la consecuente criminalización de su apropiación por el campesino (Marx, 2007).

El proceso de expulsión de pequeños propietarios y de cercamiento de tierras comunales es el punto de partida de la acumulación originaria. Ingentes masas humanas pasan a engrosar las filas del proletariado urbano. Como bien señalan Bellamy Foster (2004) y Foladori (2001), entre otros, no puede soslayarse el acabado entendimiento que tuvo Marx de la separación campo-ciudad consumada en el modo de producción capitalista. La agricultura capitalista se caracteriza por la gran propiedad, el despoblamiento rural y el hacinamiento urbano. Además de ser la causa fundamental de la polución y la depredación, quedan disociadas progresiva y radicalmente las fuentes de la producción de medios de vida y materias primas de los centros de consumo. Es la fractura del metabolismo social con la naturaleza.

Degradación de la agricultura por el capital

En el final del capítulo XIII de El Capital, Marx afirma que el capitalismo degrada ambas fuentes de riqueza, el hombre y la tierra (5). Al contrario de lo que comúnmente se cree, no sólo investigó las consecuencias de la explotación capitalista sobre el trabajo, sino que también comprendió el daño que el latifundio capitalista provoca sobre la vitalidad del suelo. Así, la gran industria y la gran agricultura explotada industrialmente actuarían en unidad, la primera devastando la fuerza de trabajo y la segunda degradando la fuerza natural de la tierra. “La industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra” (Marx, 2000, t. III: 753).

El latifundio capitalista, que reduce la población agraria y la hacina en las grandes ciudades, es la raíz de “una fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social” (Marx, 2000, t. III: 752). El concepto de metabolismo se refiere a la interacción entre la naturaleza y la sociedad a través del trabajo humano y le permite a Marx “dar una expresión más sólida y científica de esta fundamental relación”, señala Bellamy Foster (2004: 245). Es una herencia de la química de Liebig, utilizado en la teoría de los sistemas frente al complejo intercambio de los organismos con su medio, que Marx supo adecuar al entendimiento del proceso del trabajo humano y de su fractura en el modo de producción capitalista (6).

El abordaje de la agricultura capitalista lo condujo a la crítica de la teoría de la superpoblación de Malthus (7) y de la teoría de la renta de Ricardo porque en ellas no se explicaba el cambio histórico en la fertilidad del suelo, es decir, la intervención del hombre en ella más allá de la productividad natural (8). La mano del hombre puede ser tanto un factor de mejora como de degradación del suelo. Foladori recupera la importancia de la teoría marxista de la renta capitalista del suelo como “una aplicación de la ley del valor a aquella parte de la naturaleza que puede ser monopolizable” (1996:135). El papel de la naturaleza en la formación del valor entrega elementos metodológicos para explicar la degradación del suelo y de los recursos naturales en general. La agricultura puesta al servicio de la extracción de valor de cambio sería, así, la condición de posibilidad de que mayores inversiones de capital entreguen rendimientos económicos crecientes al mismo tiempo que disminuyen la fertilidad natural del suelo. La obtención de ganancias extraordinarias es posible aún con rendimientos físicos decrecientes, hasta que en un momento determinado acontece una crisis ecológica (Foladori, 2001).

En el mismo sentido, Engels plantea que en el capitalismo lo que prima es siempre la inmediatez, el beneficio inmediato es el único fin del capitalista aislado, sin importarle las consecuencias. El capitalista aislado produce sin tomar en consideración el posible agotamiento o degradación del recurso, ni siquiera para una potencial utilización por otros capitalistas.

Con el actual modo de producción, y por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los primeros resultados, los más palpables (Engels, 1973:124).

Finalmente, es digno de destacarse una nota al pie del tercer tomo de El Capital que hubiera requerido una mayor profundización. Allí Marx expone los motivos de la contradicción existente entre la propiedad privada y una agricultura verdaderamente racional y sostiene que la explotación de la naturaleza se ajusta más a las necesidades sociales cuando permanece bajo la esfera estatal.

Pero el hecho de que el cultivo de los distintos productos agrícolas dependa de las fluctuaciones de los precios del mercado y los cambios constantes de estos cultivos a tono con estos precios del mercado, y todo el espíritu de la producción capitalista, encaminado al lucro pecuniario directo e inmediato, chocan con la agricultura, la cual tiene que operar con todas las condiciones constantes de vida a través de la cadena de las generaciones humanas. Un ejemplo palmario de esto lo tenemos en los bosques, los cuales sólo se explotan de un modo más o menos conforme al interés colectivo allí donde no se hallan sujetos al régimen de propiedad privada, sino bajo la administración del Estado (Marx, 2000, t III: 576).

Ampliación del sistema de necesidades y expansión del capital sobre la naturaleza

En un clarificador pasaje de los Grundrisse, Marx daba cuenta de que la creación de plusvalía absoluta exige la ampliación constante de la esfera de circulación de mercancías. De manera que “la tendencia a crear el mercado mundial está dada directamente en la idea misma del capital”. La expansión de la formación social capitalista supone una progresiva conquista de las formaciones anteriores y la abolición de la producción de “valores de uso directos”, con el fin de someter la producción al intercambio. Por lo tanto, “el comercio ya no aparece aquí como función que posibilita a las producciones autónomas el intercambio de su excedente, sino como supuesto y momento esencialmente universales de la producción misma”. A su vez, la creación de plusvalor relativo requiere la ampliación del consumo dentro de la esfera de circulación: cuantitativa, primero; cualitativa, segundo; y, por último, producción de nuevas necesidades, descubrimiento y creación de nuevos valores de uso. El capital se lanza a “la exploración de la Tierra en todas las direcciones” en búsqueda de nuevas propiedades y nuevos objetos naturales. La naturaleza pierde su carácter divino y es objetualizada en función del provecho útil para la satisfacción de esas nuevas necesidades. “El capital crea así la sociedad burguesa y la apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma por los miembros de la sociedad”.

La fuerza “civilizadora” del capital destruye tanto las barreras nacionales como las culturales y las naturales para convertirse en la primera formación social de escala planetaria. La ampliación incesante del sistema de necesidades humano y la expansión sobre la naturaleza entera son inherentes al proceso de producción y reproducción capitalista (Marx, 2005: 359-362).

Relación hombre-naturaleza en el comunismo

No es frecuente encontrar alusiones de Marx a posibles características de una sociedad futura ya que siempre evitó anticiparse al movimiento real existente, aunque en algunas obras de juventud podemos rastrear menciones al respecto. Por ejemplo, en los Manuscritos de 1844 se refiere al comunismo como la “verdadera solución del conflicto que el hombre sostiene con la naturaleza y con el propio hombre” (Marx, 2004: 142). En cuanto superación positiva de la propiedad privada, el comunismo es superación de la alienación del hombre con respecto a la naturaleza. La sociedad comunista “es la unidad esencial plena del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo consumado del hombre y el humanismo consumado de la naturaleza” (Marx: 2004:144).

Esa concepción que Marx tenía en textos de juventud se mantiene en El Capital, donde adelanta la definición del concepto contemporáneo de “sustentabilidad”, en cuanto a la transferencia intergeneracional de la tierra:

Considerada desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias (buenos padres de familia) y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones (Marx, 2000, t. III: 720).

Es interesante observar que aquella formación económica superior debería estar fundada en la “asociación” o en la reunión de “productores asociados”. Dicha asociación reconstruiría la unidad esencial plena del hombre con la naturaleza, en su formulación de juventud (9), o recompondría la fractura metabólica, en su enunciación posterior (10). Se desprende de esta lectura la insistencia en la eliminación de la propiedad privada y en la disolución de la contradicción entre la ciudad y el campo como condiciones elementales para la armonización del hombre con la naturaleza.

Límites y debilidades

Ausencia de una definición de recursos naturales agotables

Una de las críticas ecologistas hacia el marxismo se relaciona con la agotabilidad de los recursos naturales. Martínez Alier y Schlupmann (1992) remarcan la ausencia de un análisis de la reproducción o sustitución de los medios de producción utilizados en una economía basada en recursos agotables, con lo cual no se ponen en consideración la existencia de límites en la “reproducción simple” ni en la “reproducción ampliada”. Así, el tratamiento de los recursos naturales por parte de Marx habría sido más ricardiano que ecológico, centrado en la distribución de la renta más que en el agotamiento y contaminación. En consecuencia, no existiría una preocupación por la asignación intertemporal de los recursos agotables. Sin embargo, cabría preguntarse hasta qué punto podemos esperar que Marx y Engels problematizaran una situación que no fue visible hasta muchos años después (11). Bensaïd plantea que como hombres del siglo XIX, “a Marx y Engels les habría repugnado, en suma, admitir límites naturales” (2003:475).

De todas formas, cabe destacar que en una carta de Engels a Marx se advierte una preocupación por el despilfarro de energía y reservas naturales:

[…] el hombre, en cuanto obrero, no fija simplemente el calor solar actual, sino que derrocha muchísimo más el calor solar del pasado. Las reservas de energía, carbón, minas, bosques, etc., que hemos logrado despilfarrar, las conoces mejor que yo. Desde este punto de vista, incluso la pesca y la caza no se manifiestan como fijación de nuevo calor solar, sino como gasto e incipiente derroche, de la energía solar ya acumulada (1973:332).

Asimismo, en otra carta, Marx (12) realizaba un comentario elogioso de los estudios de Karl N. Fraas (13), quien según él habría demostrado que “como resultado del cultivo, y en proporción a su intensidad, desaparece la ‘humedad’, tan deseada por el campesino”, y empieza así la formación de estepas. El cultivo sin control, y acompañado de desforestación, puede dejar tras de sí desiertos (Marx y Engels, 1973; 199).

Progreso indefinido de las fuerzas productivas

Uno de los aspectos de la obra de Marx que posiblemente haya sido el más criticado por el ecologismo es el desarrollo indefinido de las fuerzas productivas. Esas críticas suelen concluir en un completo abandono de la teoría marxista, acusándola de productivista. Martinez Alier y Schlupmann plantean que

los marxistas posteriores deberían haber modificado la noción de ‘fuerzas productivas’ a la luz de la crítica ecológica de la ciencia económica, pero han existido obstáculos epistemológicos (el uso de categorías de la economía política clásica) e ideológicos (la perspectiva de una transición al comunismo en dos etapas) que lo han impedido (1992: 276).

Bensaïd responde acertadamente afirmando que la noción de fuerzas productivas no constituye en Marx

un factor unilateral de progreso, independientemente de su imbricación concreta en un modo de producción dado. Pueden tanto enriquecerse con conocimientos y formas de cooperación social nuevas como negarse a sí mismas mudándose en su contrario, en fuerzas destructivas (2003: 474).

Igualmente cierto es que existen pasajes donde la noción de progreso es muy relevante. En los artículos que Marx escribiera en 1853 sobre la dominación británica en la India, a pesar de denunciar las miserias y penurias a las que Inglaterra estaba sometiendo al pueblo hindú, concluye que esa dominación es un paso necesario dentro del desarrollo de las fuerzas productivas, y que la introducción de valores burgueses e infraestructura capitalista dentro de la “atrasada” sociedad hindú son una “revolución social”, la cual sentaría las bases para una posterior toma de control por parte del proletariado (14). Asimismo, Marx le asigna un valor superlativo a las condiciones de producción, es decir, a las obras de infraestructura que modernizan la estructura productiva; y culpará, también, a la falta de medios de comunicación por la existencia en la India de indigencia social en medio de tanta abundancia de productos naturales (15).

Por otra parte, en el Manifiesto Comunista, se puede vislumbrar una cierta concepción evolucionista de la historia (16). Allí se describe de manera elogiosa el desarrollo que implicó la sociedad capitalista y el carácter revolucionario de la burguesía:

la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo […] (Marx y Engels, 2003: 32).

Asimismo, el ecologismo acusa a Engels de tener una lógica instrumentalista de la naturaleza cuando, en la elaboración de su socialismo científico, planteaba que

Las condiciones de vida que rodean al hombre y que hasta ahora le dominaban, se colocan, a partir de este instante, bajo su dominio y su mando, y el hombre al convertirse en dueño y señor de sus propias relaciones sociales, se convierte por primera vez en señor consciente y efectivo de la naturaleza (Engels, 1973a:102).

Habiendo tomado en consideración algunas de las limitaciones que la obra de Marx y Engels tiene en relación a una perspectiva ecológica, podemos adentrarnos en el desarrollo histórico que dicha orientación tuvo en sus sucesores.

El marxismo y la ecología

Más allá de Marx y Engels, numerosos autores marxistas se abocaron al análisis de las relaciones sociales de producción capitalistas desde una perspectiva ecológica. Aquí realizaremos un breve recorrido por los antecedentes históricos de lo que se puede denominar “Marxismo Ecológico”.

El asunto Podolinsky

El socialista ucraniano Serge Podolinsky (1850-1891) fue, posiblemente, el primer marxista en estudiar al trabajo desde un análisis de los flujos de energía, planteando la posibilidad de explicar la explotación capitalista a partir de las leyes de distribución de la energía. Así, la cantidad de energía acumulada en los productos del trabajo sería mayor a la necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo. Podolinsky distingue entre trabajo útil y trabajo inútil en relación a su capacidad de aumentar la energía disponible. El trabajo productivo sería aquel que aumenta de las reservas de energía disponible sobre la tierra, y es esa energía transformable la verdadera fuente de riqueza.

Desde la Economía Ecológica se critica a Marx por un supuesto desinterés por estas cuestiones, debido a no haber emitido opinión sobre la tesis de Podolinsky. El único que opina sobre la cuestión es Engels (17), quien plantea que “su verdadero descubrimiento [de Podolinsky] es que el trabajo humano tiene el poder de fijar la energía solar sobre la superficie de la tierra permitiendo que su acción dure más de lo que duraría sin él. Todas las conclusiones económicas que deduce de esto son equivocadas”. Además, Engels plantea que en la industria es imposible todo cálculo energético por lo cual sería “imposible expresar las relaciones económicas en magnitudes físicas”. Engels concluye su breve comentario sobre el trabajo del ucraniano diciendo que a pesar de haber realizado un descubrimiento muy valioso “ha tomado caminos equivocados porque estuvo tratando de encontrar en la ciencia de la naturaleza una nueva demostración de la verdad del socialismo, y con ello ha confundido la economía con la física” (Marx y Engels, 1973: 331-333).

Según Bensaïd (2003), las razones de Engels en su crítica al ucraniano son de dos órdenes: una ideológica y otra epistemológica. La razón ideológica se enmarcaría en las discusiones de la época que el marxismo mantenía con el malthusianismo y las visiones apocalípticas y pesimistas con respecto al futuro de la humanidad. La ley de entropía se presenta como una brecha donde podría colarse la regresión religiosa. “Engels rechaza el segundo principio de la termodinámica en razón de sus posibles consecuencias teológicas” (2003: 486)(18). Por otro lado, la razón epistemológica tiene que ver con el intento que realiza Podolinsky de justificar el socialismo a partir de pruebas científicas: “la lucha de clases nunca es reductible a una querella de expertos, que intervienen para abogar por la inocencia de la técnica o para fundar científicamente una política ecológica” (2003: 489).

 De los primeros ecomarxistas al stalinismo

En los interesantes y recurrentes debates que se han dado en el seno de la teoría marxista, desde la muerte de Marx hasta la Revolución Rusa de 1917, y aún más a partir de ésta, no es común encontrar temáticas donde los aspectos ecológicos entren en discusión. Sin embargo, creemos conveniente rescatar algunos autores que han atendido estas cuestiones y hacer una mención a la experiencia ecológica soviética en sus primeros años.

Posiblemente, uno de los primeros autores a los cuales debemos referirnos como precursores de un marxismo ecológico, es el británico William Morris (19), uno de los fundadores de la Liga socialista en Inglaterra y considerado el primer “ecosocialista”. Su crítica al capitalismo industrial se basaba en la idea de “trabajo inútil”, es decir, la “producción de una cantidad ilimitada de tonterías inútiles”, de la forma más barata posible, “para ser vendidas y no para ser utilizadas” (Cuerdo Mir y Ramos Gorostiza, 2000: 88). A pesar de realizar una crítica utópica, casi estética, de la sociedad industrial urbanizada, sus escritos fueron pioneros en el análisis del deterioro de la calidad de vida que implica la ciudad moderna.

Por otro lado, el gran teórico marxista de fines del siglo XIX y principios del XX, Karl Kautsky, también se pronunció sobre cuestiones relativas a la relación entre sociedad y naturaleza en algunos de sus trabajos (20). Para Alfred Schmidt (1983), en la obra de Kautsky desempeña un importante papel el enfoque social-darwinista, llegando al punto de entender a la historia de la humanidad sólo como un apéndice de la historia natural. Sin embargo, creemos importante mencionar esa preocupación ya que fue uno de los más importantes referentes de la Socialdemocracia alemana.

Asimismo, creemos necesario destacar el papel que ocupó la naturaleza en las políticas desarrolladas durante el proceso revolucionario más importante de la historia del siglo XX, y que constituyó la primera oportunidad de que un partido autodenominado marxista tomara el poder del Estado. La imagen que se suele tener de la URSS es, con argumentos válidos y reales, contraria a la de una relación armoniosa con la naturaleza. Sin embargo, durante la década de 1920 hubo un desarrollo relevante de la ecología y una preocupación por la conservación de la naturaleza. Bensaid (2003) señala la existencia de una vasta producción de conocimiento en ese nuevo campo de las ciencias por parte de investigadores soviéticos como D. N. Kasharov (21), Vladímir I.Vernadski (22), Georgii Gause y Vladimir Stanchisky. Este último es destacado por Arran Gare (1996) debido a su participación en el Primer Congreso de toda Rusia para la Conservación de la Naturaleza, realizado en 1929, donde habría argumentado que los ecologistas debían tener una mayor participación en la formulación del Plan Quinquenal.

Así también, debe destacarse el papel de Lenin, para lo cual hay que analizar las medidas concretas en relación a la naturaleza que fueron tomadas en la Rusia revolucionaria. A pesar de no contar con suficientes materiales que trabajen el tema, resulta importante hacer mención a algunas cuestiones de modo de evitar juicios sobre el bolchevismo a partir de la experiencia stalinista y de los desastres ecológicos posteriores que las políticas económicas del “socialismo real” provocaron. Decretos sobre la tierra y sobre los bosques de 1918 estipulaban no sólo la propiedad estatal de los recursos naturales sino que, además, dividían los sectores explotables de los protegidos. Asimismo, por sugerencia del agrónomo Podiapolski, la naciente república soviética aprobó, en 1921, una resolución sobre “Protección de la naturaleza, jardines y parques” e impulsó la creación de “zapovednikis”, zonas reservadas donde la naturaleza no podía ser modificada (23). Para 1929 se habrían creado 61 de estas reservas en toda Rusia, ocupando un total de 4 millones de hectáreas (Gare, 1996).

Ese interés y desarrollo de la ecología durante los primeros años de la revolución fueron interrumpidos con el ascenso del stalinismo. Algunos de esos pensadores e investigadores fueron perseguidos, encarcelados y sus ideas permanecieron ocultas durante largo tiempo. Así sucedió con Nikolai Bujarín, “el muchacho de oro de la revolución”, al decir de Lenin, cuyos escritos ecológicos fueron escondidos por el propio Stalin luego de su ejecución en 1938. En su trabajo más famoso, “Materialismo histórico”, Bujarín le había dedicado un capítulo entero a la relación entre sociedad y naturaleza, partiendo de la afirmación de que “la sociedad humana es impensable sin su ambiente” (Bujarín, 1921). Una línea de pensamiento que habría contribuido a la transformación del modo de vida fue aplastada por la burocracia soviética, enrolada en el productivismo de la colectivización forzada y la industrialización acelerada (24).

Freno de emergencia

A pesar de la citada versión “productivista” de Marx, fue la política que tomó la URSS la que tiñó al marxismo de una ideología del crecimiento como sinónimo de bienestar. Con el objetivo de superar al capitalismo en términos de desarrollo, bajo la falsa creencia de que eso significaba superioridad de un sistema sobre el otro, el “socialismo real” asimiló su desarrollo al de Occidente. En ese marco surgieron algunas voces críticas al marxismo ortodoxo y productivista promovido desde Moscú.

Walter Benjamin representó una de esas voces y ante la conformación actual de un ecomarxismo, su influencia es notable. Revisitar la obra de Benjamin nos brinda un aporte muy interesante para el análisis crítico de la noción de crecimiento continuo. En particular, en sus tesis sobre la historia, Benjamin realiza un fuerte cuestionamiento a la idea del progreso y la noción lineal y mecánica de la historia. Critica al marxismo vulgar y plantea que en él: “se encuentra un concepto de naturaleza que se aleja con aciagos presagios del que tenían las utopías socialistas anteriores a la revolución de 1848” (2007: 32) Agrega, además, que

la idea de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar por un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea de progreso en general (2007: 34-35).

De ese modo, plantea una idea de revolución que adquiere mucha relevancia en la crítica del desarrollo desenfrenado del capitalismo contemporáneo: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren” (2007: 49).

Al mismo tiempo, otros autores ya vislumbraban las consecuencias del crecimiento desmedido de la producción. Bensaïd cita al economista austríaco Julius Dickman quien habría observado en la década de 1930 el “estrechamiento de la reserva de los recursos naturales” debido al desarrollo “irreflexivo” de las fuerzas productivas bajo el capitalismo en detrimento de sus “condiciones de reproducción permanente”, minando las condiciones mismas de existencia del género humano (Bensaïd, 2003:499).

El informe del Club de Roma y límites del crecimiento

Desde finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, las problemáticas ambientales comenzaron a tener una mayor repercusión. En 1970 comienza a celebrarse el Día de la Tierra y, en 1972, se realiza la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente en Estocolmo. Ambos fueron hechos que pusieron en la agenda mundial la cuestión ambiental. En ese mismo año se publica el informe “Límites del crecimiento” encargado por el Club de Roma, organización que aglutina a científicos de diversas disciplinas. El informe alcanzó una difusión masiva a partir de la crisis del petróleo de 1973. Posicionado dentro de lo que se llamó “neo-malthusianismo”, el informe alertaba sobre el crecimiento poblacional en relación con la producción de alimentos, el agotamiento de algunos recursos naturales no renovables y la contaminación ambiental.

En general, el marxismo respondió críticamente al informe, exceptuando algunos casos como los del español Manuel Sacristán (25) y del alemán Wolfgang Harich (26). Este último ensaya una defensa de Límites del crecimiento desde el marxismo. Retoma a Malthus diciendo que este “cometió el error de atribuir situaciones socialmente negativas, explicables sólo en base a las contradicciones del modo de producción capitalista a un factor extrasocial, biológico” (Harich, 1978: 42). No obstante, diferencia la sobrepoblación relativa (fenómeno puramente social) de la sobrepoblación absoluta, la cual está relacionada con la dependencia de la sociedad en su conjunto de los ecosistemas de la biosfera y de las materias primas no regenerables, es decir que existe un límite físico al crecimiento de la población. Harich destaca que Kautsky, a pesar de criticar la teoría económica de Malthus, retoma en parte sus ideas al sostener que incluso la sociedad socialista debería regular en algún momento el crecimiento demográfico (27). Además, para Harich la crisis ecológica convertía en una necesidad urgente el paso a un comunismo “homeostático”, esto es, sin crecimiento, limitado y en equilibro, en detrimento de un comunismo de la abundancia. Esa salida solo podía ser autoritaria y despótica, mientras que, por el contrario, para Sacristán era posible preguntarse por la posibilidad de un “democratismo directo radical” (1978: 27).

Asimismo, como plantea Schoijet, Harich “afirmó que hay necesidades que no podrían ser satisfechas, porque serían antisociales, por chocar contra restricciones ambientales, poniendo como ejemplo la generalización del uso del automóvil, en detrimento de otras formas de transporte” (Schoijet, 2008: 31). En la misma línea, André Gorz destacó el vínculo existente entre crisis ecológica y crisis de la sobreacumulación, realizando una fuerte crítica al consumismo y el productivismo, y en particular, a la ideología social del automóvil, a partir del cual estaría organizado el universo urbano. Gorz decía que la industria capitalista convierte lo superfluo en necesario y que “se necesitará una revolución ideológica (cultural) para romper este círculo vicioso” (Gorz, 2011: 62).

Posteriormente, otros autores marxistas comenzaron a trabajar y debatir sobre la pertinencia del marxismo para comprender la crisis ecológica, así como si Marx podría ser considerado ecologista o no. En parte por razones de espacio y en parte por no disponer en forma completa de las publicaciones, no podremos avanzar profundamente en sus respectivos aportes, pero podemos nombrar a algunos como Paul Burkett y Ted Benton. Burkett (28), en coincidencia con el ya citado Bellamy Foster, realiza una defensa de la obra de Marx y de Engels frente a las críticas ecologistas, planteando que no haría falta una reevaluación ni revisión de la teoría marxista para dar respuesta a la crisis ecológica actual. Por su parte, Benton (29) critica algunos conceptos de la teoría marxista desde un punto de vista ecológico. Para Benton no habría un Marx ecológico, aunque sería posible una revisión de su teoría para adecuarla a las condiciones actuales.

Segunda contradicción del capital

El historiador francés Jean Chesneaux proponía en 1976 “hacer entrar la historia natural en la historia social”. La contradicción entre sociedad y naturaleza era más un fenómeno propio del desarrollo capitalista de su tiempo que de la época de Marx y Engels donde el mundo natural podía aún aparecer como una reserva ilimitada de recursos energéticos, industriales y alimenticios. En ese sentido, Chesneaux afirma:

Hoy, entramos en una fase cualitativamente nueva del capitalismo, caracterizada por la incompatibilidad entre las exigencias ilimitadas del crecimiento del capital, de su reproducción ampliada sin cesar, y por otra parte los recursos limitados que la naturaleza ofrece al hombre. Es una nueva contradicción. Marx y Engels no se encontraban en situación de analizarla, porque en su época los fenómenos de destrucción del medio ambiente eran todavía embrionarios, no constituían el aspecto principal del desarrollo del capitalismo industrial. Lo cual, dicho sea de paso, precisa a la vez la fecundidad y el carácter limitado de los principios marxistas, la necesidad de aplicarlos de manera creadora (Chesneaux, 2005: 142).

En la misma línea, Gunnar Skirbekk, en plena crisis del petróleo de 1974, planteaba que el capitalismo marcha hacia una crisis autodestructiva, una “ecocrisis universal”, por lo cual “es necesario repensar algunos elementos del marxismo”. En ese sentido, “la oposición entre fuerzas productivas y relaciones de producción ya no puede ser considerada como el único elemento fundamental de desarrollo histórico” (Skirbekk, 1996: 131).

Análogamente, James O’Connor afirma que mientras la tradición marxista había centrado su análisis en la contradicción capital-trabajo, el Marxismo Ecológico busca esclarecer una segunda contradicción fundamental: la relación capital-naturaleza. Por tanto, una visión marxista ecológica del capitalismo debe concentrarse “en la forma en que el poder de las relaciones de producción y las fuerzas productivas capitalistas, combinadas, se autodestruye al afectar o destruir sus propias condiciones, más que reproducirlas” (O’Connor, 2001: 201). Las condiciones de producción del capital están divididas en tres partes. En primer lugar, las condiciones físicas externas o elementos naturales que intervienen en el capital constante y variable. En segundo lugar, las condiciones personales, la fuerza de trabajo. Y por último, las condiciones comunales generales, la infraestructura y el espacio urbano. Dichas condiciones no son producidas como mercancías pero son tratadas por el capital como si lo fueran. En términos similares, Karl Polanyi denominó “mercancías ficticias” a la tierra y al trabajo (Polanyi, 1989: 137).

La provisión de las condiciones de producción es limitada: no se encuentran disponibles en la cantidad, momento, lugar y precio “ficticio” requeridos por el capital. Por tanto, el Estado aparece como mediador entre el capital y las condiciones de producción, regulando el acceso a las mismas. La regulación estatal de los mercados ficticios es necesaria también porque, en principio, no hay límites a la explotación capitalista de esas condiciones. Los capitales individuales son incapaces de abstenerse de sobreexplotar y/o dañar sus propias condiciones. Los problemas de abastecimiento o el encarecimiento de las condiciones de producción pueden forjar un problema de producción de plusvalor y presentarse como barreras externas a la acumulación capitalista. Así, a las crisis de sobreproducción, el marxismo ecológico adiciona la crisis de subproducción como efecto de los crecientes costos de reproducción de las condiciones naturales de producción.

Sin embargo, la categoría subproducción no es convincente para otros marxistas como Elmar Altvater (2003) “ya que está basada en el supuesto de una ilimitada reproducibilidad de las condiciones naturales de producción y significa nada más ni nada menos que la degradación ecológica y el costo (social) que derivan de la restauración del medioambiente construido”. Más enfático es el rechazo de Foladori, quien opina que la crisis ambiental no es una restricción al capitalismo ya que puede superar los problemas de escasez o incremento de costos sustituyendo productos, aumentando la productividad del trabajo en las ramas de energéticos, de materias primas y de reciclaje de productos, o disminuyendo los salarios. En cambio, la caída de la tasa de ganancia por efecto del aumento de la composición orgánica sí es un problema para el capital. Así, “la supuesta segunda contradicción del capitalismo siempre se reduce a la primera” (1996: 133).

Retomando las sugerencias de O’Connor, el “valor” de los bienes (o elementos) naturales depende de la demanda del mercado y de la renta (que se explica en términos del poder de la propiedad), pero también de la lucha de clases, en general, y de la lucha ambiental, en particular, ya que definen las maneras en que la naturaleza puede usarse o no, legal o legítimamente (O’Connor, 2001: 179). El acceso a la naturaleza está politizado, mediado por conflictos, dado que la naturaleza no tiene identidad política y subjetividad propias (O’Connor, 2001: 201).

Este marco teórico resulta propicio para abrir nuevas investigaciones sobre los impactos de la relación capital-naturaleza dentro de la fase neoliberal del capitalismo. El neoliberalismo es la solución capitalista a la crisis de mediados de los años ‘70, abriendo una etapa hegemonizada por EEUU y el predominio del capital financiero. David Harvey realiza apreciaciones oportunas a la línea que estamos elaborando aquí. La crisis de sobreacumulación de capital, entendida como un exceso de capital sin oportunidades de inversión rentable, trae aparejado “soluciones espacio-temporales”, es decir la búsqueda de nuevas áreas rentables a través de la expansión geográfica y la reorganización espacial. Harvey introduce el concepto “acumulación por desposesión” para dar cuenta de la persistencia de los mecanismos depredadores, violentos y/o fraudulentos del capitalismo que Marx y el marxismo adjudicaban a una etapa originaria.

 Algunos de estos mecanismos se han afinado para desempeñar un papel aún más importante en la actualidad, tal como sucede con la expansión del sistema de crédito y el capital financiero. Al mismo tiempo, se han creado nuevos mecanismos de acumulación por desposesión: el patentamiento de material genético humano, animal o vegetal; la mercantilización de la naturaleza en todas sus formas, así como de las expresiones culturales y de la creatividad intelectual; la privatización de instituciones y empresas públicas. El poder del Estado es nuevamente utilizado para impulsar estos procesos mediante el desmantelamiento de los marcos regulatorios de los mercados de trabajo o de protección del medioambiente y la cesión al dominio privado de derechos de propiedad pública o comunal (Harvey, 2007: 118). La acumulación por desposesión complementa la reproducción ampliada del capital pero cobra un mayor peso en tiempos de crisis de sobreacumulación ya que libera un conjunto de activos (fuerza de trabajo, bienes naturales, medios de producción, infraestructura, etc.) que pueden ser apropiados a un bajo o nulo costo para darles un uso rentable. La apropiación de nuevos activos a través de viejos y renovados mecanismos recrudeció a partir de la crisis de mediados de la década del ‘70 y de la imposición de la doctrina neoliberal a escala mundial. La privatización de empresas públicas y la liberalización de mercados generaron un nuevo “cercamiento de bienes comunales”30. La presión del capital global logró eliminar barreras espaciales y abrir nuevos mercados, propiciando lo que se ha denominado “globalización”.

La expansión capitalista sobre el mundo natural se engloba en lo que hemos llamado subsunción real de la naturaleza al capital (Sabbatella, 2010). Partiendo de la subsunción real del trabajo al capital, es posible proyectar la naturaleza subsumida a las necesidades del capital: la producción capitalista en escala ampliada se apoya en un mundo natural crecientemente mercantilizado, que no sólo provee de valores de uso sino también que adquiere un precio mediante el cual puede ser enajenado y apropiado. En la subsunción real del trabajo y de la naturaleza al capital se produce una revolución total del modo de producción mismo. Es la instauración del modo de producción específicamente capitalista que conquista todas las ramas industriales y, según nuestra perspectiva, la naturaleza misma.

El régimen capitalista no sólo incluye a la naturaleza sino que también la subordina a los designios de la producción de plusvalor. Es un proceso simultáneamente extensivo e intensivo. Extensivo porque el capital se va adueñando de cada porción de la naturaleza, ampliando las fronteras de extracción como continuidad de la acumulación originaria. E intensivo porque cada vez precisa mayor cantidad de bienes naturales y de sometimiento de las fuerzas naturales para incorporarlos como medios de vida y medios de producción, fundamentalmente como energía.

Por otra parte, si la degradación ambiental cada vez más profunda queda a merced de que las empresas internalicen los costos del daño ecológico, o de que el Estado se haga cargo de ellos elevando los impuestos, cae la acumulación de capital. “No hay salida” en palabras de Immanuel Wallerstein. No hay salida dentro de los términos de lo que él llama economíamundo capitalista, que requiere acumular y expandirse sin tropiezos. No obstante, gobiernos y empresas pueden “comprar tiempo”, desplazando el problema desde el Norte hacia el Sur, desde los países más ricos a los más pobres. Las vías para lograr esto son dos: la primera es la descarga de todos los residuos en el Sur; la segunda consiste en forzar a los países del Sur a aceptar severas limitaciones a la producción industrial o a la utilización de formas de producción ecológicamente más saludables (pero más caras), imponiéndole la posposición de su “desarrollo” (Wallerstein, 1998).

Reflexiones finales

El sometimiento del mundo natural al proceso de valoración capitalista no es una etapa histórica cerrada y, por el contrario, encuentra en el neoliberalismo su forma más acabada en términos de extensión e intensidad, lo que denominamos como subsunción real de la naturaleza al capital. De modo que los nuevos procesos de despojo y cercamiento de bienes naturales, a través de las políticas de desregulación, privatización y mercantilización, abonan al menos dos sugerencias para enriquecer la investigación social.

La primera es la necesidad de retomar la crítica de las relaciones sociales de producción y reproducción capitalistas que Marx y Engels realizaran mejor que nadie. Una relectura en clave ecológica permite rescatar el concepto de naturaleza que elaboraron; la relación entre trabajo y naturaleza; la separación bajo condicionamientos históricos del hombre y la naturaleza, por un lado, y del campo y la ciudad, por el otro; la conquista de cada rincón de la Tierra impulsada por la ampliación del sistema de necesidades; y la recomposición de la unidad hombre-naturaleza o del metabolismo social en una etapa superadora al capitalismo.

La segunda sugerencia es que no se trata de reproducir mecánicamente el corpus teórico marxista, sino de reformular sus categorías históricamente y trabajar sus debilidades para constituir una nueva perspectiva ecológica. En ese sentido, el marxismo debe incorporar como punto de partida que la dotación de bienes y de servicios de la naturaleza es finita y por ende que el desarrollo de la humanidad es limitado.

Como hemos visto, las contribuciones de autores marxistas han sido numerosas y más teniendo en cuenta que este artículo no tiene la pretensión de haber realizado un relevamiento exhaustivo. Todavía es necesaria una mayor sistematización y profundización de esos aportes. Igualmente, fueron enumerados una gran cantidad de debates al interior del marxismo que adquieren un lugar más protagónico en la medida que se agudiza la crítica situación ecológica mundial: desde la controversia con Podolinsky al frustrado ecologismo de la URSS; la voz de alerta de Benjamin; el impacto del Informe del Club de Roma; la introducción de una segunda contradicción del capitalismo y las desigualdades Norte-Sur.


Notas:

1 Instituto Nacional del Agua (INA)
2 Becario CONICET – Instituto Gino Germani (UBA)
3 En el tercer punto de este artículo veremos que James O’Connor desarrolla en profundidad el concepto de condiciones de producción.
4 “[…] se consuma la mistificación del régimen de producción capitalista, la materialización de las relaciones sociales, el entrelazamiento directo de las relaciones materiales de producción con sus condiciones históricas: el mundo encantado, invertido y puesto de cabeza en que Monsieur le Capital y Madame la Terre aparecen como personajes sociales, a la par que llevan a cabo sus brujerías directamente, como simples cosas materiales” (Marx, 2000, t. III: 768).
5 “Por tanto, la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Marx, 2000, capítulo XIII).
6 Bellamy Foster destaca que “el concepto de metabolismo, con sus nociones asociadas de intercambios materiales y acción reguladora, le permitía expresar la relación humana con la naturaleza como una relación que incluía las ‘condiciones impuestas por la naturaleza’ y la capacidad de los seres humanos para afectar este proceso […] y le proporcionaba a Marx un modo concreto de expresar la noción de la alienación de la naturaleza (y su relación con la alienación del trabajo), que era fundamental en su crítica a partir de sus primeros escritos” (2004:245).
7 En 1798, Thomas Malthus, en su “Ensayo sobre la población” planteó que la producción de alimentos iba estar siempre retrasada en relación al aumento de la población, por lo cual habría que limitar esta última.
8 Al respecto, Marx habría sido más influido por el economista político escocés James Anderson, quien atribuyó la existencia de una renta diferencial principalmente a los cambios históricos en la fertilidad del suelo (Bellamy Foster, 2004).
9 “La asociación, desde el punto de vista de la economía política, aplicada a la tierra y el suelo, divide la ganancia del latifundio y es la primera en realizar la tendencia originaria de la división, a saber, la igualdad, porque ella produce la relación afectiva del hombre con la tierra de manera racional y ya no mediada por la servidumbre, la dominación y la mística estúpida de la propiedad, en tanto que la tierra deja de ser un objeto de mercantilización y se convierte nuevamente, mediante el trabajo y el goce libres, en una propiedad del hombre verdadera y personal” (Marx, 2004:101).
10 “La libertad en ese terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza, poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana” (Marx, 2000, t. III: 759).
11 Debemos tener en cuenta que cuando Marx vive no existía la luz eléctrica, ni el automóvil, y el consumo general era ínfimo en comparación con lo que conocemos en el siglo XXI.
12 Carta de Marx a Engels del 25 de marzo de 1868.
13 Botánico alemán (1810-1875) La obra a la que se refiere Marx es El clima y el mundo vegetal a través de los tiempos, una historia de ambos (1847).
14 Marx plantea que “es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución” (Marx, 1853).
15 Marx, Futuros resultados de la dominación británica de la India, en www.marxists.org, [consultado el 01/10/2010].
16 Cabe destacar que al estudiar la realidad de Rusia a partir de un intercambio epistolar con Vera Zasúlich, Marx planteó la posibilidad de un desarrollo alternativo al occidental para ese país. La concepción lineal de la historia no era aplicada por Marx a cualquier situación, sino que dependía del medio en que se desenvolviera.
17 En una carta dirigida a Marx el 19 de diciembre de 1882 (¡tres meses antes de la muerte de Marx…!).
18 Mientras que la primera ley de la termodinámica afirma que la energía del universo es constante en términos cuantitativos, la segunda afirma que la energía tiende a disiparse en términos cualitativos y no puede volver a ser utilizada por los seres humanos. La entropía refiere a la cantidad creciente de energía no convertible en otras formas de energía.
19 William Morris (1834-1896). Inglés. Su novela más famosa fue “Noticias de ninguna parte” (1890).
20 En especial en La cuestión agraria, de 1899, y en La concepción materialista de la historia, de 1906.
21 Kasharov dirigió un Instituto de enseñanza de Ecología, publicó el primer manual de ecología para la enseñanza (“Ambiente y comunidades”) y colaboró en la publicación de la primer revista soviética de ecología.
22 Vernadski desarrolló en 1926 el concepto de biosfera. Hizo hincapié en el creciente deterioro del medio ambiente, el cual únicamente podría revertirse mediante un cambio en los hábitos dietéticos y la forma de utilización de la energía.
23 Uno de los pocos trabajos que describe este interés ecológico de los bolcheviques es el de Douglas Weiner “Models of nature: Conservation, ecology and cultural revolution in Soviet Russia” (1988). Veáse Arran Gare (1996).
24 Alfred Schmidt encuentra la raíz del materialismo dialéctico oficial de la URSS en la Dialéctica de la Naturaleza de Engels, y alega que su concepción de la naturaleza difería de la de Marx (Schmidt, 1983).
25 Filósofo español, entre sus escritos se cuenta “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx” (1984).
26 Filósofo alemán, fundador de la Revista alemana de Filosofía en 1953. Formó parte en 1956 de un movimiento disidente en la RDA que le causó ocho años de cárcel.
27 Se refería al texto de Kautsky “La influencia del crecimiento de la población sobre el progreso de la sociedad”, de 1880.
28 Veáse Burkett, P. “Marx and Nature: A Red and Green Perspective” (1999) y Burkett, P. “Marx’s vision of sustainable development” (2005).
29 Ver Benton, T. “The greening of Marxism” (1996) y Benton, T. “Marxism and natural limits: an ecological critique and reconstruction” (1988).
30 “Los bienes públicos en poder del Estado fueron lanzados al mercado para que el capital sobreacumulado pudiera invertir en ellos, reformarlos y especular con ellos. Así se abrieron nuevas áreas de actividad rentable, y eso contribuyó a mitigar el problema de la sobreacumulación, al menos durante un tiempo. Pero una vez en movimiento, estas iniciativas suscitaron terribles presiones para hallar cada vez más áreas, en el propio país o en el extranjero, a las que poder aplicar la privatización” (Harvey, 2007: 125).

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