La expansión capitalista sobre la Tierra en todas las direcciones Aportes del Marxismo Ecológico
Damiano Tagliavini(1)
Ignacio Sabbatella(2)
Resumen: Tradicionalmente,
el marxismo se enfocó en la contradicción capital-trabajo y no atendió a la
relación capital-naturaleza más que fragmentaria y aisladamente. Sin embargo,
la acelerada expansión de la formación social capitalista a escala planetaria
en las últimas décadas intensifica y renueva los procesos de apropiación
privada y mercantilización de la naturaleza que Marx ubicara en una etapa
originaria del capitalismo. El desenvolvimiento de dichos procesos hace
necesario nutrir al marxismo con una perspectiva ecológica que habilite la
incorporación de nuevas herramientas teóricas. El presente artículo tiene como
objetivo realizar un estado del arte del marxismo ecológico, para lo cual se
describirán y clasificarán sus principales contribuciones al entendimiento de
la relación capital naturaleza. Asimismo, se propone recuperar críticamente
algunos conceptos fundamentales de la obra de Marx y Engels, teniendo en cuenta
tanto los aspectos más sugerentes como los más controversiales en relación con
una perspectiva ecológica.
Palabras clave: · Marxismo ecológico · Capital ·
Naturaleza
La expansión capitalista sobre la Tierra en todas las direcciones.Aportes
del Marxismo Ecológico
Damiano
Tagliavini
Ignacio
Sabbatella
Introducción
Tradicionalmente, el marxismo se
enfocó en la contradicción capital-trabajo y no atendió a la relación
capital-naturaleza más que fragmentaria y aisladamente. Sin embargo, la
acelerada expansión de la formación social capitalista a escala planetaria en
las últimas décadas intensifica y renueva los procesos de apropiación privada y
mercantilización de la naturaleza que Marx ubicara en una etapa originaria del
capitalismo. Aún así, Marx intuyó el proceso por el cual el capitalismo avanza
en “la exploración de la Tierra en todas las direcciones” con el objeto de
reproducirse cuantitativa y cualitativamente. El pleno desenvolvimiento de este
proceso en el presente hace necesario retomar algunos de sus conceptos y nutrir
al marxismo con una perspectiva ecológica que habilite la incorporación de
nuevas herramientas teóricas.
Desde algunas vertientes
ecologistas se suele rechazar o desconocer los aportes teóricos que Marx y
Engels hicieran respecto a las consecuencias del desarrollo del capitalismo
sobre el mundo natural. A modo de ejemplo, podemos citar al economista
ecológico José Luis Naredo, quien afirma que
[…] si bien Marx y Engels se
mostraron, en ocasiones, preocupados por problemas ecológicos o medioambientales,
tales preocupaciones no tienen cabida en su visión global de lo económico y sus
formulaciones no aportan el aparato teórico y conceptual que exigiría el
análisis de tales problemas (Naredo, 1987: 174).
Estas vertientes también suelen
ignorar las contribuciones de otros pensadores que se inscriben en una
corriente ecológica del marxismo.
En un artículo anterior
(Sabbatella y Tagliavini, 2011) revisamos críticamente los aspectos centrales
de la obra de Marx y Engels con el objetivo de rastrear sus posiciones en
relación a la naturaleza, repasamos las críticas más relevantes hacia el
marxismo por parte de los economistas ecológicos y culminamos con una rápida
mención de autores y conceptos que han aportado al desarrollo de un marxismo
ecológico. A modo de conclusión, descartamos la posibilidad de encontrar todas
las respuestas a las problemáticas medioambientales en Marx y destacamos que
era necesario reconsiderar y reformular sus categorías en función de contribuir
menos a la conformación de un “Marx verde” que a un Marxismo Ecológico. No
pretendemos hacer hablar a Marx sobre los aspectos cruciales de nuestra época
–el cambio climático o el agotamiento de recursos fósiles– sino reapropiarnos
de la crítica de la economía política para facilitar la crítica de la
economía-política-ecológica.
Si nuestro objetivo general es
contribuir a la sistematización de un Marxismo Ecológico, el objetivo
específico del presente trabajo es ampliar y profundizar el estado del arte del
mismo. Enumerar, describir y clasificar las contribuciones del marxismo al entendimiento
de la relación capital-naturaleza. Antes de ello, comenzaremos discutiendo los
pasajes más relevantes o controversiales de los escritos de los fundadores del
marxismo en términos de una perspectiva ecológica.
Discusiones en torno a la obra de Marx y Engels
En nuestro trabajo anterior,
constatamos que el mundo natural es una noción inicial en buena parte de los
escritos de Marx, tanto en su etapa juvenil como en su etapa madura, aunque
luego se diluye o fragmenta frente al desarrollo de la contradicción
fundamental del modo de producción capitalista entre capital y trabajo. Por
otra parte, en lo que se refiere a sus aspectos más productivistas, en algunos
escritos aparece cierto optimismo en relación al desarrollo de las fuerzas
productivas y una desatención de los límites naturales implicados. Sin embargo,
la degradación de la tierra producto del funcionamiento del propio sistema
capitalista había sido adelantada en numerosos pasajes de su obra, aunque ésta
no fuera suficientemente esclarecedora de las consecuencias que traen
aparejados el agotamiento de otros bienes naturales y la contaminación
ambiental.
Por ello, una traducción
automática de Marx a la ecología contemporánea no alienta un conocimiento e investigación
sobre los nuevos problemas ecológicos. Creemos necesario rescatar sus
principales aportes y resignificarlos, al mismo tiempo que es preciso marcar
sus propias limitaciones y debilidades.
Aportes y potencialidades
Concepción de la naturaleza
Para comprender la concepción de
la naturaleza en Marx, creemos sugerente hacer referencia a dos importantes
libros: “El concepto de naturaleza en Marx” de Alfred Schmidt y el más reciente
“La Ecología de Marx”, de John Bellamy Foster.
Bellamy Foster (2004) reconstruye
una concepción materialista-dialéctica de la naturaleza en Marx, y arroja luz
sobre tres grandes herencias que habrían sido descuidadas: el filósofo griego
antiguo Epicuro, el químico agrícola Justus Von Liebig y Charles Darwin. El
primero inspiró una visión materialista de la naturaleza (aunque la de Epicuro
era contemplativa). A partir del segundo comprendió el papel de los nutrientes
del suelo y de los fertilizantes. Y de Darwin adoptó un enfoque
co-evolucionista de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza.
Dicha reconstrucción echa por tierra todo prejuicio hacia la producción
intelectual de Marx como ajena al mundo natural.
Por su parte, en un trabajo que
pretende ser una interpretación filosófica de Marx, Alfred Schmidt rastrea la
significación que el concepto de naturaleza adquiere en su obra. El autor
destaca la concepción socio-histórica de la naturaleza de Marx, planteando que
“parte de la naturaleza como la primera fuente de todos los medios y objetos
del trabajo, es decir, la ve de entrada en relación con la actividad humana”
(Schmidt, 1983: 11). Para Schmidt, habría una interpenetración recíproca entre
naturaleza y sociedad, donde la dialéctica de sujeto y objeto es una dialéctica
de las partes constitutivas de la naturaleza. “La naturaleza es para Marx un
momento de la praxis humana y al mismo tiempo la totalidad de lo que existe”
(Schmidt, 1983: 23).
En sus obras de juventud, en
especial en los Manuscritos Económicos Filosóficos de 1844, Marx esboza una
definición del concepto de naturaleza. Allí plantea que
La naturaleza es el cuerpo
inorgánico del hombre, es decir, la naturaleza en cuanto no es ella misma el
cuerpo humano. El hombre vive de la naturaleza; esto quiere decir que la
naturaleza es su cuerpo, con el que debe permanecer en un proceso continuo, a
fin de no perecer. El hecho de que la vida física y espiritual del hombre
depende de la naturaleza no significa otra cosa sino que la naturaleza se
relaciona consigo misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza (Marx,
2004: 112).
En este pasaje de los Manuscritos se hace
evidente que para Marx no existe dicotomía entre el ser humano y la naturaleza.
No la concibe como un ámbito externo o un mundo exterior. “El hombre no está en
la naturaleza, sino que es naturaleza” (Vedda, 2004: XXIX). La naturaleza le
ofrece al hombre su medio de vida inmediato, así como la materia, el objeto y
la herramienta de su actividad vital, el trabajo. Esto nos conduce a plantear
una continuidad con su obra de madurez, especialmente en su texto más
importante, El Capital, al cual nos referiremos a continuación.
Relación trabajo-naturaleza en la producción de valores de uso
En El Capital, Marx señala que la
naturaleza es, junto al trabajo, punto de partida de la producción de valores
de uso.
En este trabajo de conformación,
el hombre se apoya constantemente en las fuerzas naturales. El trabajo no es,
pues, la fuente única y exclusiva de los valores de uso que produce, de la
riqueza material. El trabajo es, como ha dicho William Petty, el padre de la
riqueza, y la tierra la madre (Marx, 2000: 10).
Apartándonos de su forma histórica, en toda
sociedad el trabajo es el momento de intercambio con la naturaleza, es la
actividad con la cual el hombre se apropia de su entorno y lo transforma con el
fin de satisfacer sus necesidades (alimento, vivienda, vestimenta, etc.). En el
proceso de trabajo interviene no sólo el trabajo del hombre sino también el
objeto sobre el cual se realiza y los medios de trabajo, ambos brindados por la
naturaleza. Además, destaca las condiciones materiales que no suelen
identificarse en el proceso productivo pero sin las cuales éste no podría
ejecutarse. De esas condiciones dependen la productividad del trabajo y la
producción de plusvalía:
Si prescindimos de la forma más o
menos progresiva que presenta la producción social, veremos que la
productividad del trabajo depende de toda una serie de condiciones naturales.
Condiciones que se refieren a la naturaleza misma del hombre y a la naturaleza
circundante. Las condiciones de la naturaleza exterior se agrupan
económicamente en dos grandes categorías: riqueza natural de medios de vida, o
sea, fecundidad del suelo, riqueza pesquera, etc., y riqueza natural de medios
de trabajo, saltos de agua, ríos navegables, madera, metales, carbón, etc. En
los comienzos de la civilización es fundamental y decisiva la primera clase de
riqueza natural; al llegar a un cierto grado de progreso, la primacía
corresponde a la segunda (Marx, 2000: 429)(3).
En su Crítica del Programa de
Gotha, Marx refuerza la idea de la naturaleza como parte fundamental de la
producción de valores de uso y como fuente de medios y objetos de trabajo. La
propiedad sobre esos objetos y medios de trabajo que brinda la naturaleza es la
que va a determinar que una parte de la humanidad, que no dispone de la misma,
deba necesariamente entregar su fuerza de trabajo a quienes se han adueñado de
esas condiciones materiales (Marx, 1979). Se trata, ni más ni menos, que de una
de las condiciones históricas para el surgimiento de la mercancía fuerza de
trabajo en el modo de producción capitalista que desarrollara en El Capital.
Separación hombre-naturaleza y campo-ciudad
Desde los Manuscritos de 1844,
Marx destaca que el trabajo alienado convierte a la naturaleza en algo extraño
al hombre, en un “mundo ajeno”, “hostilmente contrapuesto al trabajador” (Marx,
2004:111). En el marco de la apropiación privada, existe una alienación
respecto de la naturaleza, donde los medios de vida y de trabajo no le
pertenecen al trabajador y se le presentan como objetos externos. Por tanto,
concluye en los Grundrisse:
Lo que necesita explicación, o es
resultado de un proceso histórico, no es la unidad del hombre viviente y
actuante, [por un lado,] con las condiciones inorgánicas, naturales, de su
metabolismo con la naturaleza, [por el otro,] y, por lo tanto, su apropiación
de la naturaleza, sino la separación entre estas condiciones inorgánicas de la
existencia humana y esta existencia activa, una separación que por primera vez
es puesta plenamente en la relación entre trabajo asalariado y capital (Marx,
2005: 449).
No es la unidad del hombre con la
naturaleza lo que necesita explicación sino su separación. Esa separación es de
carácter histórico y es la base sobre la que se asienta la relación capital-trabajo.
El trabajador es separado de su “cuerpo inorgánico” al mismo tiempo que el
producto de su trabajo se convierte en mercancía apropiada por el capitalista.
Su actividad productiva bajo la forma salario es resultado de la “cosificación”
del mundo natural y de las relaciones sociales, al mismo tiempo que la
reproduce (4). Ecos de esta problemática pueden vislumbrarse ya en los
artículos del joven Marx en la Gaceta Renana, donde desde un enfoque todavía
racionalista liberal, comienza a analizar la cuestión de la creciente
mercantilización de los bienes de uso comunal, como la leña, y la consecuente
criminalización de su apropiación por el campesino (Marx, 2007).
El proceso de expulsión de
pequeños propietarios y de cercamiento de tierras comunales es el punto de
partida de la acumulación originaria. Ingentes masas humanas pasan a engrosar
las filas del proletariado urbano. Como bien señalan Bellamy Foster (2004) y
Foladori (2001), entre otros, no puede soslayarse el acabado entendimiento que
tuvo Marx de la separación campo-ciudad consumada en el modo de producción
capitalista. La agricultura capitalista se caracteriza por la gran propiedad,
el despoblamiento rural y el hacinamiento urbano. Además de ser la causa
fundamental de la polución y la depredación, quedan disociadas progresiva y
radicalmente las fuentes de la producción de medios de vida y materias primas
de los centros de consumo. Es la fractura del metabolismo social con la
naturaleza.
Degradación de la agricultura por el capital
En el final del capítulo XIII de
El Capital, Marx afirma que el capitalismo degrada ambas fuentes de riqueza, el
hombre y la tierra (5). Al contrario de lo que comúnmente se cree, no sólo
investigó las consecuencias de la explotación capitalista sobre el trabajo,
sino que también comprendió el daño que el latifundio capitalista provoca sobre
la vitalidad del suelo. Así, la gran industria y la gran agricultura explotada
industrialmente actuarían en unidad, la primera devastando la fuerza de trabajo
y la segunda degradando la fuerza natural de la tierra. “La industria y el
comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la
tierra” (Marx, 2000, t. III: 753).
El latifundio capitalista, que
reduce la población agraria y la hacina en las grandes ciudades, es la raíz de
“una fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo
social” (Marx, 2000, t. III: 752). El concepto de metabolismo se refiere a la
interacción entre la naturaleza y la sociedad a través del trabajo humano y le
permite a Marx “dar una expresión más sólida y científica de esta fundamental
relación”, señala Bellamy Foster (2004: 245). Es una herencia de la química de
Liebig, utilizado en la teoría de los sistemas frente al complejo intercambio
de los organismos con su medio, que Marx supo adecuar al entendimiento del
proceso del trabajo humano y de su fractura en el modo de producción
capitalista (6).
El abordaje de la agricultura
capitalista lo condujo a la crítica de la teoría de la superpoblación de
Malthus (7) y de la teoría de la renta de Ricardo porque en ellas no se
explicaba el cambio histórico en la fertilidad del suelo, es decir, la
intervención del hombre en ella más allá de la productividad natural (8). La
mano del hombre puede ser tanto un factor de mejora como de degradación del suelo.
Foladori recupera la importancia de la teoría marxista de la renta capitalista
del suelo como “una aplicación de la ley del valor a aquella parte de la
naturaleza que puede ser monopolizable” (1996:135). El papel de la naturaleza
en la formación del valor entrega elementos metodológicos para explicar la
degradación del suelo y de los recursos naturales en general. La agricultura
puesta al servicio de la extracción de valor de cambio sería, así, la condición
de posibilidad de que mayores inversiones de capital entreguen rendimientos
económicos crecientes al mismo tiempo que disminuyen la fertilidad natural del
suelo. La obtención de ganancias extraordinarias es posible aún con
rendimientos físicos decrecientes, hasta que en un momento determinado acontece
una crisis ecológica (Foladori, 2001).
En el mismo sentido, Engels
plantea que en el capitalismo lo que prima es siempre la inmediatez, el
beneficio inmediato es el único fin del capitalista aislado, sin importarle las
consecuencias. El capitalista aislado produce sin tomar en consideración el
posible agotamiento o degradación del recurso, ni siquiera para una potencial
utilización por otros capitalistas.
Con el actual modo de producción,
y por lo que respecta tanto a las consecuencias naturales como a las
consecuencias sociales de los actos realizados por los hombres, lo que interesa
preferentemente son sólo los primeros resultados, los más palpables (Engels,
1973:124).
Finalmente, es digno de
destacarse una nota al pie del tercer tomo de El Capital que hubiera requerido
una mayor profundización. Allí Marx expone los motivos de la contradicción
existente entre la propiedad privada y una agricultura verdaderamente racional
y sostiene que la explotación de la naturaleza se ajusta más a las necesidades
sociales cuando permanece bajo la esfera estatal.
Pero el hecho de que el cultivo
de los distintos productos agrícolas dependa de las fluctuaciones de los
precios del mercado y los cambios constantes de estos cultivos a tono con estos
precios del mercado, y todo el espíritu de la producción capitalista,
encaminado al lucro pecuniario directo e inmediato, chocan con la agricultura,
la cual tiene que operar con todas las condiciones constantes de vida a través
de la cadena de las generaciones humanas. Un ejemplo palmario de esto lo
tenemos en los bosques, los cuales sólo se explotan de un modo más o menos
conforme al interés colectivo allí donde no se hallan sujetos al régimen de
propiedad privada, sino bajo la administración del Estado (Marx, 2000, t III:
576).
Ampliación del sistema de necesidades y expansión del capital sobre la
naturaleza
En un clarificador pasaje de los
Grundrisse, Marx daba cuenta de que la creación de plusvalía absoluta exige la
ampliación constante de la esfera de circulación de mercancías. De manera que
“la tendencia a crear el mercado mundial está dada directamente en la idea
misma del capital”. La expansión de la formación social capitalista supone una
progresiva conquista de las formaciones anteriores y la abolición de la
producción de “valores de uso directos”, con el fin de someter la producción al
intercambio. Por lo tanto, “el comercio ya no aparece aquí como función que
posibilita a las producciones autónomas el intercambio de su excedente, sino
como supuesto y momento esencialmente universales de la producción misma”. A su
vez, la creación de plusvalor relativo requiere la ampliación del consumo
dentro de la esfera de circulación: cuantitativa, primero; cualitativa,
segundo; y, por último, producción de nuevas necesidades, descubrimiento y
creación de nuevos valores de uso. El capital se lanza a “la exploración de la
Tierra en todas las direcciones” en búsqueda de nuevas propiedades y nuevos
objetos naturales. La naturaleza pierde su carácter divino y es objetualizada
en función del provecho útil para la satisfacción de esas nuevas necesidades.
“El capital crea así la sociedad burguesa y la apropiación universal tanto de
la naturaleza como de la relación social misma por los miembros de la
sociedad”.
La fuerza “civilizadora” del
capital destruye tanto las barreras nacionales como las culturales y las
naturales para convertirse en la primera formación social de escala planetaria.
La ampliación incesante del sistema de necesidades humano y la expansión sobre
la naturaleza entera son inherentes al proceso de producción y reproducción
capitalista (Marx, 2005: 359-362).
Relación hombre-naturaleza en el comunismo
No es frecuente encontrar
alusiones de Marx a posibles características de una sociedad futura ya que
siempre evitó anticiparse al movimiento real existente, aunque en algunas obras
de juventud podemos rastrear menciones al respecto. Por ejemplo, en los
Manuscritos de 1844 se refiere al comunismo como la “verdadera solución del
conflicto que el hombre sostiene con la naturaleza y con el propio hombre”
(Marx, 2004: 142). En cuanto superación positiva de la propiedad privada, el
comunismo es superación de la alienación del hombre con respecto a la
naturaleza. La sociedad comunista “es la unidad esencial plena del hombre con
la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo
consumado del hombre y el humanismo consumado de la naturaleza” (Marx:
2004:144).
Esa concepción que Marx tenía en
textos de juventud se mantiene en El Capital, donde adelanta la definición del
concepto contemporáneo de “sustentabilidad”, en cuanto a la transferencia
intergeneracional de la tierra:
Considerada desde el punto de
vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada
de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la
propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su
conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento
dado, son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias,
llamadas a usarla como boni patres familias (buenos padres de familia) y a
transmitirla mejorada a las futuras generaciones (Marx, 2000, t. III: 720).
Es interesante observar que
aquella formación económica superior debería estar fundada en la “asociación” o
en la reunión de “productores asociados”. Dicha asociación reconstruiría la
unidad esencial plena del hombre con la naturaleza, en su formulación de
juventud (9), o recompondría la fractura metabólica, en su enunciación
posterior (10). Se desprende de esta lectura la insistencia en la eliminación
de la propiedad privada y en la disolución de la contradicción entre la ciudad
y el campo como condiciones elementales para la armonización del hombre con la
naturaleza.
Límites y debilidades
Ausencia de una definición de recursos naturales agotables
Una de las críticas ecologistas
hacia el marxismo se relaciona con la agotabilidad de los recursos naturales.
Martínez Alier y Schlupmann (1992) remarcan la ausencia de un análisis de la
reproducción o sustitución de los medios de producción utilizados en una
economía basada en recursos agotables, con lo cual no se ponen en consideración
la existencia de límites en la “reproducción simple” ni en la “reproducción
ampliada”. Así, el tratamiento de los recursos naturales por parte de Marx
habría sido más ricardiano que ecológico, centrado en la distribución de la
renta más que en el agotamiento y contaminación. En consecuencia, no existiría
una preocupación por la asignación intertemporal de los recursos agotables. Sin
embargo, cabría preguntarse hasta qué punto podemos esperar que Marx y Engels
problematizaran una situación que no fue visible hasta muchos años después (11).
Bensaïd plantea que como hombres del siglo XIX, “a Marx y Engels les habría
repugnado, en suma, admitir límites naturales” (2003:475).
De todas formas, cabe destacar
que en una carta de Engels a Marx se advierte una preocupación por el
despilfarro de energía y reservas naturales:
[…] el hombre, en cuanto obrero,
no fija simplemente el calor solar actual, sino que derrocha muchísimo más el
calor solar del pasado. Las reservas de energía, carbón, minas, bosques, etc.,
que hemos logrado despilfarrar, las conoces mejor que yo. Desde este punto de
vista, incluso la pesca y la caza no se manifiestan como fijación de nuevo
calor solar, sino como gasto e incipiente derroche, de la energía solar ya
acumulada (1973:332).
Asimismo, en otra carta, Marx (12)
realizaba un comentario elogioso de los estudios de Karl N. Fraas (13), quien
según él habría demostrado que “como resultado del cultivo, y en proporción a
su intensidad, desaparece la ‘humedad’, tan deseada por el campesino”, y
empieza así la formación de estepas. El cultivo sin control, y acompañado de
desforestación, puede dejar tras de sí desiertos (Marx y Engels, 1973; 199).
Progreso indefinido de las fuerzas productivas
Uno de los aspectos de la obra de
Marx que posiblemente haya sido el más criticado por el ecologismo es el
desarrollo indefinido de las fuerzas productivas. Esas críticas suelen concluir
en un completo abandono de la teoría marxista, acusándola de productivista.
Martinez Alier y Schlupmann plantean que
los marxistas posteriores
deberían haber modificado la noción de ‘fuerzas productivas’ a la luz de la
crítica ecológica de la ciencia económica, pero han existido obstáculos
epistemológicos (el uso de categorías de la economía política clásica) e
ideológicos (la perspectiva de una transición al comunismo en dos etapas) que
lo han impedido (1992: 276).
Bensaïd responde acertadamente
afirmando que la noción de fuerzas productivas no constituye en Marx
un factor unilateral de progreso,
independientemente de su imbricación concreta en un modo de producción dado.
Pueden tanto enriquecerse con conocimientos y formas de cooperación social
nuevas como negarse a sí mismas mudándose en su contrario, en fuerzas
destructivas (2003: 474).
Igualmente cierto es que existen
pasajes donde la noción de progreso es muy relevante. En los artículos que Marx
escribiera en 1853 sobre la dominación británica en la India, a pesar de
denunciar las miserias y penurias a las que Inglaterra estaba sometiendo al
pueblo hindú, concluye que esa dominación es un paso necesario dentro del
desarrollo de las fuerzas productivas, y que la introducción de valores
burgueses e infraestructura capitalista dentro de la “atrasada” sociedad hindú
son una “revolución social”, la cual sentaría las bases para una posterior toma
de control por parte del proletariado (14). Asimismo, Marx le asigna un valor
superlativo a las condiciones de producción, es decir, a las obras de
infraestructura que modernizan la estructura productiva; y culpará, también, a
la falta de medios de comunicación por la existencia en la India de indigencia
social en medio de tanta abundancia de productos naturales (15).
Por otra parte, en el Manifiesto
Comunista, se puede vislumbrar una cierta concepción evolucionista de la
historia (16). Allí se describe de manera elogiosa el desarrollo que implicó la
sociedad capitalista y el carácter revolucionario de la burguesía:
la burguesía ha creado energías
productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones
juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano
del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y
la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el
telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos
abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como
por ensalmo […] (Marx y Engels, 2003: 32).
Asimismo, el ecologismo acusa a
Engels de tener una lógica instrumentalista de la naturaleza cuando, en la
elaboración de su socialismo científico, planteaba que
Las condiciones de vida que
rodean al hombre y que hasta ahora le dominaban, se colocan, a partir de este
instante, bajo su dominio y su mando, y el hombre al convertirse en dueño y
señor de sus propias relaciones sociales, se convierte por primera vez en señor
consciente y efectivo de la naturaleza (Engels, 1973a:102).
Habiendo tomado en consideración
algunas de las limitaciones que la obra de Marx y Engels tiene en relación a
una perspectiva ecológica, podemos adentrarnos en el desarrollo histórico que
dicha orientación tuvo en sus sucesores.
El marxismo y la ecología
Más allá de Marx y Engels,
numerosos autores marxistas se abocaron al análisis de las relaciones sociales
de producción capitalistas desde una perspectiva ecológica. Aquí realizaremos
un breve recorrido por los antecedentes históricos de lo que se puede denominar
“Marxismo Ecológico”.
El asunto Podolinsky
El socialista ucraniano Serge
Podolinsky (1850-1891) fue, posiblemente, el primer marxista en estudiar al
trabajo desde un análisis de los flujos de energía, planteando la posibilidad
de explicar la explotación capitalista a partir de las leyes de distribución de
la energía. Así, la cantidad de energía acumulada en los productos del trabajo
sería mayor a la necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo.
Podolinsky distingue entre trabajo útil y trabajo inútil en relación a su
capacidad de aumentar la energía disponible. El trabajo productivo sería aquel
que aumenta de las reservas de energía disponible sobre la tierra, y es esa
energía transformable la verdadera fuente de riqueza.
Desde la Economía Ecológica se
critica a Marx por un supuesto desinterés por estas cuestiones, debido a no
haber emitido opinión sobre la tesis de Podolinsky. El único que opina sobre la
cuestión es Engels (17), quien plantea que “su verdadero descubrimiento [de
Podolinsky] es que el trabajo humano tiene el poder de fijar la energía solar
sobre la superficie de la tierra permitiendo que su acción dure más de lo que
duraría sin él. Todas las conclusiones económicas que deduce de esto son
equivocadas”. Además, Engels plantea que en la industria es imposible todo
cálculo energético por lo cual sería “imposible expresar las relaciones
económicas en magnitudes físicas”. Engels concluye su breve comentario sobre el
trabajo del ucraniano diciendo que a pesar de haber realizado un descubrimiento
muy valioso “ha tomado caminos equivocados porque estuvo tratando de encontrar
en la ciencia de la naturaleza una nueva demostración de la verdad del
socialismo, y con ello ha confundido la economía con la física” (Marx y Engels,
1973: 331-333).
Según Bensaïd (2003), las razones
de Engels en su crítica al ucraniano son de dos órdenes: una ideológica y otra
epistemológica. La razón ideológica se enmarcaría en las discusiones de la
época que el marxismo mantenía con el malthusianismo y las visiones
apocalípticas y pesimistas con respecto al futuro de la humanidad. La ley de
entropía se presenta como una brecha donde podría colarse la regresión
religiosa. “Engels rechaza el segundo principio de la termodinámica en razón de
sus posibles consecuencias teológicas” (2003: 486)(18). Por otro lado, la razón
epistemológica tiene que ver con el intento que realiza Podolinsky de
justificar el socialismo a partir de pruebas científicas: “la lucha de clases
nunca es reductible a una querella de expertos, que intervienen para abogar por
la inocencia de la técnica o para fundar científicamente una política
ecológica” (2003: 489).
De los primeros ecomarxistas
al stalinismo
En los interesantes y recurrentes
debates que se han dado en el seno de la teoría marxista, desde la muerte de
Marx hasta la Revolución Rusa de 1917, y aún más a partir de ésta, no es común
encontrar temáticas donde los aspectos ecológicos entren en discusión. Sin
embargo, creemos conveniente rescatar algunos autores que han atendido estas
cuestiones y hacer una mención a la experiencia ecológica soviética en sus
primeros años.
Posiblemente, uno de los primeros
autores a los cuales debemos referirnos como precursores de un marxismo
ecológico, es el británico William Morris (19), uno de los fundadores de la
Liga socialista en Inglaterra y considerado el primer “ecosocialista”. Su
crítica al capitalismo industrial se basaba en la idea de “trabajo inútil”, es
decir, la “producción de una cantidad ilimitada de tonterías inútiles”, de la
forma más barata posible, “para ser vendidas y no para ser utilizadas” (Cuerdo
Mir y Ramos Gorostiza, 2000: 88). A pesar de realizar una crítica utópica, casi
estética, de la sociedad industrial urbanizada, sus escritos fueron pioneros en
el análisis del deterioro de la calidad de vida que implica la ciudad moderna.
Por otro lado, el gran teórico
marxista de fines del siglo XIX y principios del XX, Karl Kautsky, también se
pronunció sobre cuestiones relativas a la relación entre sociedad y naturaleza
en algunos de sus trabajos (20). Para Alfred Schmidt (1983), en la obra de
Kautsky desempeña un importante papel el enfoque social-darwinista, llegando al
punto de entender a la historia de la humanidad sólo como un apéndice de la
historia natural. Sin embargo, creemos importante mencionar esa preocupación ya
que fue uno de los más importantes referentes de la Socialdemocracia alemana.
Asimismo, creemos necesario
destacar el papel que ocupó la naturaleza en las políticas desarrolladas
durante el proceso revolucionario más importante de la historia del siglo XX, y
que constituyó la primera oportunidad de que un partido autodenominado marxista
tomara el poder del Estado. La imagen que se suele tener de la URSS es, con
argumentos válidos y reales, contraria a la de una relación armoniosa con la
naturaleza. Sin embargo, durante la década de 1920 hubo un desarrollo relevante
de la ecología y una preocupación por la conservación de la naturaleza. Bensaid
(2003) señala la existencia de una vasta producción de conocimiento en ese
nuevo campo de las ciencias por parte de investigadores soviéticos como D. N.
Kasharov (21), Vladímir I.Vernadski (22), Georgii Gause y Vladimir Stanchisky.
Este último es destacado por Arran Gare (1996) debido a su participación en el
Primer Congreso de toda Rusia para la Conservación de la Naturaleza, realizado
en 1929, donde habría argumentado que los ecologistas debían tener una mayor
participación en la formulación del Plan Quinquenal.
Así también, debe destacarse el
papel de Lenin, para lo cual hay que analizar las medidas concretas en relación
a la naturaleza que fueron tomadas en la Rusia revolucionaria. A pesar de no
contar con suficientes materiales que trabajen el tema, resulta importante
hacer mención a algunas cuestiones de modo de evitar juicios sobre el
bolchevismo a partir de la experiencia stalinista y de los desastres ecológicos
posteriores que las políticas económicas del “socialismo real” provocaron.
Decretos sobre la tierra y sobre los bosques de 1918 estipulaban no sólo la
propiedad estatal de los recursos naturales sino que, además, dividían los
sectores explotables de los protegidos. Asimismo, por sugerencia del agrónomo
Podiapolski, la naciente república soviética aprobó, en 1921, una resolución
sobre “Protección de la naturaleza, jardines y parques” e impulsó la creación
de “zapovednikis”, zonas reservadas donde la naturaleza no podía ser modificada
(23). Para 1929 se habrían creado 61 de estas reservas en toda Rusia, ocupando
un total de 4 millones de hectáreas (Gare, 1996).
Ese interés y desarrollo de la
ecología durante los primeros años de la revolución fueron interrumpidos con el
ascenso del stalinismo. Algunos de esos pensadores e investigadores fueron
perseguidos, encarcelados y sus ideas permanecieron ocultas durante largo
tiempo. Así sucedió con Nikolai Bujarín, “el muchacho de oro de la revolución”,
al decir de Lenin, cuyos escritos ecológicos fueron escondidos por el propio
Stalin luego de su ejecución en 1938. En su trabajo más famoso, “Materialismo
histórico”, Bujarín le había dedicado un capítulo entero a la relación entre
sociedad y naturaleza, partiendo de la afirmación de que “la sociedad humana es
impensable sin su ambiente” (Bujarín, 1921). Una línea de pensamiento que
habría contribuido a la transformación del modo de vida fue aplastada por la
burocracia soviética, enrolada en el productivismo de la colectivización
forzada y la industrialización acelerada (24).
Freno de emergencia
A pesar de la citada versión
“productivista” de Marx, fue la política que tomó la URSS la que tiñó al
marxismo de una ideología del crecimiento como sinónimo de bienestar. Con el
objetivo de superar al capitalismo en términos de desarrollo, bajo la falsa
creencia de que eso significaba superioridad de un sistema sobre el otro, el
“socialismo real” asimiló su desarrollo al de Occidente. En ese marco surgieron
algunas voces críticas al marxismo ortodoxo y productivista promovido desde
Moscú.
Walter Benjamin representó una de
esas voces y ante la conformación actual de un ecomarxismo, su influencia es
notable. Revisitar la obra de Benjamin nos brinda un aporte muy interesante
para el análisis crítico de la noción de crecimiento continuo. En particular,
en sus tesis sobre la historia, Benjamin realiza un fuerte cuestionamiento a la
idea del progreso y la noción lineal y mecánica de la historia. Critica al
marxismo vulgar y plantea que en él: “se encuentra un concepto de naturaleza
que se aleja con aciagos presagios del que tenían las utopías socialistas
anteriores a la revolución de 1848” (2007: 32) Agrega, además, que
la idea de un progreso del género
humano en la historia es inseparable de la representación de su movimiento como
un avanzar por un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación
del movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea
de progreso en general (2007: 34-35).
De ese modo, plantea una idea de
revolución que adquiere mucha relevancia en la crítica del desarrollo
desenfrenado del capitalismo contemporáneo: “Marx dice que las revoluciones son
la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por
completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de
emergencia que da el género humano que viaja en ese tren” (2007: 49).
Al mismo tiempo, otros autores ya
vislumbraban las consecuencias del crecimiento desmedido de la producción.
Bensaïd cita al economista austríaco Julius Dickman quien habría observado en
la década de 1930 el “estrechamiento de la reserva de los recursos naturales”
debido al desarrollo “irreflexivo” de las fuerzas productivas bajo el capitalismo
en detrimento de sus “condiciones de reproducción permanente”, minando las
condiciones mismas de existencia del género humano (Bensaïd, 2003:499).
El informe del Club de Roma y límites del crecimiento
Desde finales de la década de
1960 y principios de la de 1970, las problemáticas ambientales comenzaron a
tener una mayor repercusión. En 1970 comienza a celebrarse el Día de la Tierra
y, en 1972, se realiza la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente en Estocolmo. Ambos fueron hechos que pusieron en la agenda mundial la
cuestión ambiental. En ese mismo año se publica el informe “Límites del
crecimiento” encargado por el Club de Roma, organización que aglutina a
científicos de diversas disciplinas. El informe alcanzó una difusión masiva a
partir de la crisis del petróleo de 1973. Posicionado dentro de lo que se llamó
“neo-malthusianismo”, el informe alertaba sobre el crecimiento poblacional en
relación con la producción de alimentos, el agotamiento de algunos recursos
naturales no renovables y la contaminación ambiental.
En general, el marxismo respondió
críticamente al informe, exceptuando algunos casos como los del español Manuel
Sacristán (25) y del alemán Wolfgang Harich (26). Este último ensaya una
defensa de Límites del crecimiento desde el marxismo. Retoma a Malthus diciendo
que este “cometió el error de atribuir situaciones socialmente negativas,
explicables sólo en base a las contradicciones del modo de producción
capitalista a un factor extrasocial, biológico” (Harich, 1978: 42). No obstante,
diferencia la sobrepoblación relativa (fenómeno puramente social) de la
sobrepoblación absoluta, la cual está relacionada con la dependencia de la
sociedad en su conjunto de los ecosistemas de la biosfera y de las materias
primas no regenerables, es decir que existe un límite físico al crecimiento de
la población. Harich destaca que Kautsky, a pesar de criticar la teoría
económica de Malthus, retoma en parte sus ideas al sostener que incluso la
sociedad socialista debería regular en algún momento el crecimiento demográfico
(27). Además, para Harich la crisis ecológica convertía en una necesidad
urgente el paso a un comunismo “homeostático”, esto es, sin crecimiento,
limitado y en equilibro, en detrimento de un comunismo de la abundancia. Esa
salida solo podía ser autoritaria y despótica, mientras que, por el contrario,
para Sacristán era posible preguntarse por la posibilidad de un “democratismo
directo radical” (1978: 27).
Asimismo, como plantea Schoijet,
Harich “afirmó que hay necesidades que no podrían ser satisfechas, porque
serían antisociales, por chocar contra restricciones ambientales, poniendo como
ejemplo la generalización del uso del automóvil, en detrimento de otras formas
de transporte” (Schoijet, 2008: 31). En la misma línea, André Gorz destacó el
vínculo existente entre crisis ecológica y crisis de la sobreacumulación,
realizando una fuerte crítica al consumismo y el productivismo, y en
particular, a la ideología social del automóvil, a partir del cual estaría
organizado el universo urbano. Gorz decía que la industria capitalista
convierte lo superfluo en necesario y que “se necesitará una revolución
ideológica (cultural) para romper este círculo vicioso” (Gorz, 2011: 62).
Posteriormente, otros autores
marxistas comenzaron a trabajar y debatir sobre la pertinencia del marxismo
para comprender la crisis ecológica, así como si Marx podría ser considerado
ecologista o no. En parte por razones de espacio y en parte por no disponer en
forma completa de las publicaciones, no podremos avanzar profundamente en sus
respectivos aportes, pero podemos nombrar a algunos como Paul Burkett y Ted
Benton. Burkett (28), en coincidencia con el ya citado Bellamy Foster, realiza
una defensa de la obra de Marx y de Engels frente a las críticas ecologistas,
planteando que no haría falta una reevaluación ni revisión de la teoría
marxista para dar respuesta a la crisis ecológica actual. Por su parte, Benton
(29) critica algunos conceptos de la teoría marxista desde un punto de vista
ecológico. Para Benton no habría un Marx ecológico, aunque sería posible una
revisión de su teoría para adecuarla a las condiciones actuales.
Segunda contradicción del capital
El historiador francés Jean
Chesneaux proponía en 1976 “hacer entrar la historia natural en la historia
social”. La contradicción entre sociedad y naturaleza era más un fenómeno
propio del desarrollo capitalista de su tiempo que de la época de Marx y Engels
donde el mundo natural podía aún aparecer como una reserva ilimitada de
recursos energéticos, industriales y alimenticios. En ese sentido, Chesneaux
afirma:
Hoy, entramos en una fase
cualitativamente nueva del capitalismo, caracterizada por la incompatibilidad
entre las exigencias ilimitadas del crecimiento del capital, de su reproducción
ampliada sin cesar, y por otra parte los recursos limitados que la naturaleza
ofrece al hombre. Es una nueva contradicción. Marx y Engels no se encontraban
en situación de analizarla, porque en su época los fenómenos de destrucción del
medio ambiente eran todavía embrionarios, no constituían el aspecto principal
del desarrollo del capitalismo industrial. Lo cual, dicho sea de paso, precisa
a la vez la fecundidad y el carácter limitado de los principios marxistas, la
necesidad de aplicarlos de manera creadora (Chesneaux, 2005: 142).
En la misma línea, Gunnar
Skirbekk, en plena crisis del petróleo de 1974, planteaba que el capitalismo
marcha hacia una crisis autodestructiva, una “ecocrisis universal”, por lo cual
“es necesario repensar algunos elementos del marxismo”. En ese sentido, “la
oposición entre fuerzas productivas y relaciones de producción ya no puede ser
considerada como el único elemento fundamental de desarrollo histórico”
(Skirbekk, 1996: 131).
Análogamente, James O’Connor
afirma que mientras la tradición marxista había centrado su análisis en la
contradicción capital-trabajo, el Marxismo Ecológico busca esclarecer una
segunda contradicción fundamental: la relación capital-naturaleza. Por tanto,
una visión marxista ecológica del capitalismo debe concentrarse “en la forma en
que el poder de las relaciones de producción y las fuerzas productivas
capitalistas, combinadas, se autodestruye al afectar o destruir sus propias
condiciones, más que reproducirlas” (O’Connor, 2001: 201). Las condiciones de
producción del capital están divididas en tres partes. En primer lugar, las
condiciones físicas externas o elementos naturales que intervienen en el
capital constante y variable. En segundo lugar, las condiciones personales, la
fuerza de trabajo. Y por último, las condiciones comunales generales, la
infraestructura y el espacio urbano. Dichas condiciones no son producidas como
mercancías pero son tratadas por el capital como si lo fueran. En términos
similares, Karl Polanyi denominó “mercancías ficticias” a la tierra y al
trabajo (Polanyi, 1989: 137).
La provisión de las condiciones
de producción es limitada: no se encuentran disponibles en la cantidad,
momento, lugar y precio “ficticio” requeridos por el capital. Por tanto, el
Estado aparece como mediador entre el capital y las condiciones de producción,
regulando el acceso a las mismas. La regulación estatal de los mercados
ficticios es necesaria también porque, en principio, no hay límites a la
explotación capitalista de esas condiciones. Los capitales individuales son
incapaces de abstenerse de sobreexplotar y/o dañar sus propias condiciones. Los
problemas de abastecimiento o el encarecimiento de las condiciones de
producción pueden forjar un problema de producción de plusvalor y presentarse
como barreras externas a la acumulación capitalista. Así, a las crisis de
sobreproducción, el marxismo ecológico adiciona la crisis de subproducción como
efecto de los crecientes costos de reproducción de las condiciones naturales de
producción.
Sin embargo, la categoría
subproducción no es convincente para otros marxistas como Elmar Altvater (2003)
“ya que está basada en el supuesto de una ilimitada reproducibilidad de las
condiciones naturales de producción y significa nada más ni nada menos que la
degradación ecológica y el costo (social) que derivan de la restauración del
medioambiente construido”. Más enfático es el rechazo de Foladori, quien opina
que la crisis ambiental no es una restricción al capitalismo ya que puede
superar los problemas de escasez o incremento de costos sustituyendo productos,
aumentando la productividad del trabajo en las ramas de energéticos, de
materias primas y de reciclaje de productos, o disminuyendo los salarios. En
cambio, la caída de la tasa de ganancia por efecto del aumento de la
composición orgánica sí es un problema para el capital. Así, “la supuesta
segunda contradicción del capitalismo siempre se reduce a la primera” (1996:
133).
Retomando las sugerencias de
O’Connor, el “valor” de los bienes (o elementos) naturales depende de la
demanda del mercado y de la renta (que se explica en términos del poder de la
propiedad), pero también de la lucha de clases, en general, y de la lucha
ambiental, en particular, ya que definen las maneras en que la naturaleza puede
usarse o no, legal o legítimamente (O’Connor, 2001: 179). El acceso a la
naturaleza está politizado, mediado por conflictos, dado que la naturaleza no
tiene identidad política y subjetividad propias (O’Connor, 2001: 201).
Este marco teórico resulta
propicio para abrir nuevas investigaciones sobre los impactos de la relación
capital-naturaleza dentro de la fase neoliberal del capitalismo. El
neoliberalismo es la solución capitalista a la crisis de mediados de los años
‘70, abriendo una etapa hegemonizada por EEUU y el predominio del capital
financiero. David Harvey realiza apreciaciones oportunas a la línea que estamos
elaborando aquí. La crisis de sobreacumulación de capital, entendida como un
exceso de capital sin oportunidades de inversión rentable, trae aparejado
“soluciones espacio-temporales”, es decir la búsqueda de nuevas áreas rentables
a través de la expansión geográfica y la reorganización espacial. Harvey
introduce el concepto “acumulación por desposesión” para dar cuenta de la
persistencia de los mecanismos depredadores, violentos y/o fraudulentos del
capitalismo que Marx y el marxismo adjudicaban a una etapa originaria.
Algunos de estos mecanismos se han afinado
para desempeñar un papel aún más importante en la actualidad, tal como sucede
con la expansión del sistema de crédito y el capital financiero. Al mismo
tiempo, se han creado nuevos mecanismos de acumulación por desposesión: el
patentamiento de material genético humano, animal o vegetal; la mercantilización
de la naturaleza en todas sus formas, así como de las expresiones culturales y
de la creatividad intelectual; la privatización de instituciones y empresas
públicas. El poder del Estado es nuevamente utilizado para impulsar estos
procesos mediante el desmantelamiento de los marcos regulatorios de los
mercados de trabajo o de protección del medioambiente y la cesión al dominio
privado de derechos de propiedad pública o comunal (Harvey, 2007: 118). La
acumulación por desposesión complementa la reproducción ampliada del capital
pero cobra un mayor peso en tiempos de crisis de sobreacumulación ya que libera
un conjunto de activos (fuerza de trabajo, bienes naturales, medios de
producción, infraestructura, etc.) que pueden ser apropiados a un bajo o nulo
costo para darles un uso rentable. La apropiación de nuevos activos a través de
viejos y renovados mecanismos recrudeció a partir de la crisis de mediados de
la década del ‘70 y de la imposición de la doctrina neoliberal a escala
mundial. La privatización de empresas públicas y la liberalización de mercados
generaron un nuevo “cercamiento de bienes comunales”30. La presión del capital
global logró eliminar barreras espaciales y abrir nuevos mercados, propiciando
lo que se ha denominado “globalización”.
La expansión capitalista sobre el
mundo natural se engloba en lo que hemos llamado subsunción real de la naturaleza
al capital (Sabbatella, 2010). Partiendo de la subsunción real del trabajo al
capital, es posible proyectar la naturaleza subsumida a las necesidades del
capital: la producción capitalista en escala ampliada se apoya en un mundo
natural crecientemente mercantilizado, que no sólo provee de valores de uso
sino también que adquiere un precio mediante el cual puede ser enajenado y
apropiado. En la subsunción real del trabajo y de la naturaleza al capital se
produce una revolución total del modo de producción mismo. Es la instauración
del modo de producción específicamente capitalista que conquista todas las
ramas industriales y, según nuestra perspectiva, la naturaleza misma.
El régimen capitalista no sólo
incluye a la naturaleza sino que también la subordina a los designios de la
producción de plusvalor. Es un proceso simultáneamente extensivo e intensivo.
Extensivo porque el capital se va adueñando de cada porción de la naturaleza,
ampliando las fronteras de extracción como continuidad de la acumulación originaria.
E intensivo porque cada vez precisa mayor cantidad de bienes naturales y de
sometimiento de las fuerzas naturales para incorporarlos como medios de vida y
medios de producción, fundamentalmente como energía.
Por otra parte, si la degradación
ambiental cada vez más profunda queda a merced de que las empresas internalicen
los costos del daño ecológico, o de que el Estado se haga cargo de ellos
elevando los impuestos, cae la acumulación de capital. “No hay salida” en
palabras de Immanuel Wallerstein. No hay salida dentro de los términos de lo
que él llama economíamundo capitalista, que requiere acumular y expandirse sin
tropiezos. No obstante, gobiernos y empresas pueden “comprar tiempo”,
desplazando el problema desde el Norte hacia el Sur, desde los países más ricos
a los más pobres. Las vías para lograr esto son dos: la primera es la descarga
de todos los residuos en el Sur; la segunda consiste en forzar a los países del
Sur a aceptar severas limitaciones a la producción industrial o a la utilización
de formas de producción ecológicamente más saludables (pero más caras),
imponiéndole la posposición de su “desarrollo” (Wallerstein, 1998).
Reflexiones finales
El sometimiento del mundo natural
al proceso de valoración capitalista no es una etapa histórica cerrada y, por
el contrario, encuentra en el neoliberalismo su forma más acabada en términos
de extensión e intensidad, lo que denominamos como subsunción real de la
naturaleza al capital. De modo que los nuevos procesos de despojo y cercamiento
de bienes naturales, a través de las políticas de desregulación, privatización
y mercantilización, abonan al menos dos sugerencias para enriquecer la
investigación social.
La primera es la necesidad de
retomar la crítica de las relaciones sociales de producción y reproducción
capitalistas que Marx y Engels realizaran mejor que nadie. Una relectura en
clave ecológica permite rescatar el concepto de naturaleza que elaboraron; la
relación entre trabajo y naturaleza; la separación bajo condicionamientos
históricos del hombre y la naturaleza, por un lado, y del campo y la ciudad,
por el otro; la conquista de cada rincón de la Tierra impulsada por la
ampliación del sistema de necesidades; y la recomposición de la unidad
hombre-naturaleza o del metabolismo social en una etapa superadora al
capitalismo.
La segunda sugerencia es que no
se trata de reproducir mecánicamente el corpus teórico marxista, sino de
reformular sus categorías históricamente y trabajar sus debilidades para
constituir una nueva perspectiva ecológica. En ese sentido, el marxismo debe
incorporar como punto de partida que la dotación de bienes y de servicios de la
naturaleza es finita y por ende que el desarrollo de la humanidad es limitado.
Como hemos visto, las
contribuciones de autores marxistas han sido numerosas y más teniendo en cuenta
que este artículo no tiene la pretensión de haber realizado un relevamiento
exhaustivo. Todavía es necesaria una mayor sistematización y profundización de
esos aportes. Igualmente, fueron enumerados una gran cantidad de debates al
interior del marxismo que adquieren un lugar más protagónico en la medida que
se agudiza la crítica situación ecológica mundial: desde la controversia con
Podolinsky al frustrado ecologismo de la URSS; la voz de alerta de Benjamin; el
impacto del Informe del Club de Roma; la introducción de una segunda
contradicción del capitalismo y las desigualdades Norte-Sur.
Notas:
1
Instituto Nacional del Agua (INA)
2
Becario CONICET – Instituto Gino Germani (UBA)
3 En
el tercer punto de este artículo veremos que James O’Connor desarrolla en
profundidad el concepto de condiciones de producción.
4
“[…] se consuma la mistificación del régimen de producción capitalista, la
materialización de las relaciones sociales, el entrelazamiento directo de las
relaciones materiales de producción con sus condiciones históricas: el mundo
encantado, invertido y puesto de cabeza en que Monsieur le Capital y Madame la
Terre aparecen como personajes sociales, a la par que llevan a cabo sus
brujerías directamente, como simples cosas materiales” (Marx, 2000, t. III:
768).
5
“Por tanto, la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la
combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos
fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Marx, 2000,
capítulo XIII).
6
Bellamy Foster destaca que “el concepto de metabolismo, con sus nociones
asociadas de intercambios materiales y acción reguladora, le permitía expresar
la relación humana con la naturaleza como una relación que incluía las
‘condiciones impuestas por la naturaleza’ y la capacidad de los seres humanos
para afectar este proceso […] y le proporcionaba a Marx un modo concreto de
expresar la noción de la alienación de la naturaleza (y su relación con la
alienación del trabajo), que era fundamental en su crítica a partir de sus
primeros escritos” (2004:245).
7 En
1798, Thomas Malthus, en su “Ensayo sobre la población” planteó que la
producción de alimentos iba estar siempre retrasada en relación al aumento de
la población, por lo cual habría que limitar esta última.
8 Al
respecto, Marx habría sido más influido por el economista político escocés
James Anderson, quien atribuyó la existencia de una renta diferencial
principalmente a los cambios históricos en la fertilidad del suelo (Bellamy
Foster, 2004).
9
“La asociación, desde el punto de vista de la economía política, aplicada a la
tierra y el suelo, divide la ganancia del latifundio y es la primera en
realizar la tendencia originaria de la división, a saber, la igualdad, porque
ella produce la relación afectiva del hombre con la tierra de manera racional y
ya no mediada por la servidumbre, la dominación y la mística estúpida de la
propiedad, en tanto que la tierra deja de ser un objeto de mercantilización y
se convierte nuevamente, mediante el trabajo y el goce libres, en una propiedad
del hombre verdadera y personal” (Marx, 2004:101).
10
“La libertad en ese terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado,
los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la
naturaleza, poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por
él como por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de
fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana”
(Marx, 2000, t. III: 759).
11
Debemos tener en cuenta que cuando Marx vive no existía la luz eléctrica, ni el
automóvil, y el consumo general era ínfimo en comparación con lo que conocemos
en el siglo XXI.
12
Carta de Marx a Engels del 25 de marzo de 1868.
13
Botánico alemán (1810-1875) La obra a la que se refiere Marx es El clima y el
mundo vegetal a través de los tiempos, una historia de ambos (1847).
14
Marx plantea que “es verdad que al realizar una revolución social en el
Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos,
dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses.
Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede
cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no
puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento
inconsciente de la historia al realizar dicha revolución” (Marx, 1853).
15
Marx, Futuros resultados de la dominación británica de la India, en
www.marxists.org, [consultado el 01/10/2010].
16
Cabe destacar que al estudiar la realidad de Rusia a partir de un intercambio
epistolar con Vera Zasúlich, Marx planteó la posibilidad de un desarrollo
alternativo al occidental para ese país. La concepción lineal de la historia no
era aplicada por Marx a cualquier situación, sino que dependía del medio en que
se desenvolviera.
17
En una carta dirigida a Marx el 19 de diciembre de 1882 (¡tres meses antes de
la muerte de Marx…!).
18
Mientras que la primera ley de la termodinámica afirma que la energía del
universo es constante en términos cuantitativos, la segunda afirma que la
energía tiende a disiparse en términos cualitativos y no puede volver a ser
utilizada por los seres humanos. La entropía refiere a la cantidad creciente de
energía no convertible en otras formas de energía.
19
William Morris (1834-1896). Inglés. Su novela más famosa fue “Noticias de
ninguna parte” (1890).
20
En especial en La cuestión agraria, de 1899, y en La concepción materialista de
la historia, de 1906.
21
Kasharov dirigió un Instituto de enseñanza de Ecología, publicó el primer
manual de ecología para la enseñanza (“Ambiente y comunidades”) y colaboró en
la publicación de la primer revista soviética de ecología.
22
Vernadski desarrolló en 1926 el concepto de biosfera. Hizo hincapié en el
creciente deterioro del medio ambiente, el cual únicamente podría revertirse
mediante un cambio en los hábitos dietéticos y la forma de utilización de la
energía.
23
Uno de los pocos trabajos que describe este interés ecológico de los
bolcheviques es el de Douglas Weiner “Models of nature: Conservation, ecology
and cultural revolution in Soviet Russia” (1988). Veáse Arran Gare (1996).
24
Alfred Schmidt encuentra la raíz del materialismo dialéctico oficial de la URSS
en la Dialéctica de la Naturaleza de Engels, y alega que su concepción de la
naturaleza difería de la de Marx (Schmidt, 1983).
25
Filósofo español, entre sus escritos se cuenta “Algunos atisbos
político-ecológicos de Marx” (1984).
26
Filósofo alemán, fundador de la Revista alemana de Filosofía en 1953. Formó
parte en 1956 de un movimiento disidente en la RDA que le causó ocho años de
cárcel.
27
Se refería al texto de Kautsky “La influencia del crecimiento de la población
sobre el progreso de la sociedad”, de 1880.
28 Veáse Burkett, P. “Marx and
Nature: A Red and Green Perspective” (1999) y Burkett, P. “Marx’s vision of
sustainable development” (2005).
29 Ver Benton, T. “The greening of
Marxism” (1996) y Benton, T. “Marxism and natural limits: an ecological
critique and reconstruction” (1988).
30
“Los bienes públicos en poder del Estado fueron lanzados al mercado para que el
capital sobreacumulado pudiera invertir en ellos, reformarlos y especular con
ellos. Así se abrieron nuevas áreas de actividad rentable, y eso contribuyó a
mitigar el problema de la sobreacumulación, al menos durante un tiempo. Pero
una vez en movimiento, estas iniciativas suscitaron terribles presiones para
hallar cada vez más áreas, en el propio país o en el extranjero, a las que poder
aplicar la privatización” (Harvey, 2007: 125).
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