domingo, 18 de octubre de 2015

Slavoj Zizek : Cómo volver a empezar... desde el principio

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¿Cómo repensar el marxismo o el proyecto socialista en el siglo XXI?En este artículo Zizek nos brinda una solución original sobre el posible reinicio del marxismo y si acaso hay muchos disfrazados de izquierdistas radicales es en este artículo dónde se puede captar la auténtica vena crítica y autocrítica que identifica al verdadero marxismo.... 


 Cómo volver a empezar...
desde el principio
Slavoj Zizek
Cuando, en 1922, después de ganar la guerra civil con todas las probabilidades en contra, los bolcheviques se vieron obligados a retroceder y refugiarse en la NEP (la "Nueva Política Económica" que permitía la ampliación de la economía de mercado y la propiedad privada), Lenin escribió un maravilloso texto breve, titulado "Sobre el ascenso a una alta montaña". En él, para describir lo que significa el retroceso en un proceso revolucionario, Lenin utiliza la comparación con un alpinista que, después de su primer intento de llegar al pico de una montaña antes inexplorada, tiene que retroceder hasta el valle. Cuando emprendemos la retirada:
Las voces que nos llegan desde abajo resuenan con maliciosa alegría. No lo ocultan. Ríen alegremente entre dientes y gritan: "Caerá en un minuto. ¡Se lo tiene merecido, el lunático!". Otros tratan de disimular su rencoroso júbilo. Se lamentan y levantan la mirada al cielo acongojados, como si dijeran: "¡Nos entristece enormemente comprobar que nuestros miedos estaban justificados!" Pero nosotros, que nos hemos pasado la vida elaborando un prudente plan para escalar esta montaña, ¿no pedimos acaso que se pospusiera el ascenso hasta que hubiéramos completado el plan? Y si protestamos tan vehementemente contra la idea de seguir esa senda, la que este lunático ahora está abandonando (mirad, mirad, está regresando. ¡Está descendiendo! Cada paso le llevó horas de preparación. Y, sin embargo, ¡solo recibimos insultos cuando una y otra vez pedíamos moderación y cautela!), si censuramos tan fervientemente a este loco y previnimos a todos del peligro de imitarlo y ayudarlo, lo hicimos guiados únicamente por nuestra devoción al gran plan de escalar esta montaña y ¡para evitar que el gran plan sufriera un descrédito generalizado! (1)

Después de enumerar los logros y fracasos del Estado soviético, Lenin continúa subrayando la necesidad de admitir francamente los errores:
Están condenados aquellos comunistas que imaginan que es posible terminar la empresa de construcción de una época, como lo es sentar las bases de la economía socialista (particularmente en un país de pequeños campesinos), sin cometer errores, sin retrocesos, sin numerosas alteraciones de lo que falta terminar o de lo que se ha hecho mal. Los comunistas que no caen en el engaño, que no se dejan vencer por el abatimiento y que conservan la fortaleza y la flexibilidad para "volver a empezar desde el principio", una y otra vez, encarando una tarea extremadamente difícil, no están condenados (y es muy probable que nunca perezcan).
Este es Lenin en su mejor estilo beckettiano, haciendo resonar las palabras de Rumbo a peor [Worstward Ho]: "Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor". El símil al que recurre Lenin merece una atenta lectura. Su conclusión -"volver a empezar, desde el principio, una y otra vez"- deja en claro que está hablando no meramente de desacelerar el progreso y fortificar lo que se ha logrado ya, sino precisamente de descender y regresar al punto de partida-: uno debería "volver a empezar", no desde el lugar adonde logró ascender en el esfuerzo anterior, sino desde el principio. Para decirlo con las palabras de Kierkegaard, un proceso revolucionario no es un progreso gradual, sino un movimiento repetitivo, un movimiento que repite el comienzo una y otra vez... y este es exactamente el punto donde nos encontramos hoy, después del "oscuro desastre" de 1989. Como en 1922, las voces que nos llegan desde abajo resuenan alrededor con maliciosa alegría: "¡Se lo tenían merecido, lunáticos que querían imponerle a la sociedad su visión totalitaria!". Otros tratan de disimular su rencoroso júbilo. Se lamentan y levantan la mirada al cielo acongojados, como si dijeran: "¡Nos entristece enormemente comprobar que nuestros miedos estaban justificados! Era muy noble vuestra visión de crear una sociedad justa. ¡Nuestro corazón latía con el vuestro, pero nuestra razón nos decía que vuestros nobles planes solo podían terminar en desdicha y nuevas formas de coartar la libertad!". Al tiempo que rechazamos cualquier transigencia con esas voces seductoras, definitivamente debemos "volver a empezar", es decir, no "continuar construyendo sobre los cimientos" de la época revolucionaria del siglo XX (que se extendió desde 1917 hasta 1989), sino "descender" hasta el punto de partida y elegir una senda diferente. Este es el telón de fondo sobre el cual deberíamos leer la reafirmación de la idea comunista de Badiou:

La hipótesis comunista continúa siendo la buena hipótesis, no veo ninguna otra. Si tenemos que abandonar esta hipótesis, ya no vale la pena hacer nada en absoluto en el campo de la acción colectiva. Sin el horizonte del comunismo, sin esta Idea, no hay nada en el devenir histórico y político que tenga algún interés para un filósofo. Dejemos que cada uno se preocupe por sus propios asuntos y dejémonos de hablar del tema. En ese caso, el hombre de las ratas está en lo cierto como lo están, dicho sea de paso, varios ex comunistas que o bien corren ávidos tras sus rentas o bien han perdido el coraje. Sin embargo, continuar aferrado a la Idea, a la existencia de esta hipótesis, no significa que debamos conservar su primera forma de presentación que se concentraba en la propiedad y el Estado. En realidad, lo que se nos impone como misión, hasta como una obligación filosófica, es contribuir a que la hipótesis pueda desplegarse en un nuevo modo de existencia. (2)
Debemos cuidarnos de leer estas líneas en una perspectiva kantiana, es decir, concibiendo el comunismo como una "Idea reguladora", con lo cual resucitaríamos el espectro del "socialismo ético" cuyo axioma-norma a priori es la igualdad... Deberíamos, en cambio, mantener la referencia precisa a un conjunto de antagonismos sociales que generan la necesidad del comunismo: la buena vieja noción de Marx del comunismo entendido no como un ideal, sino como un movimiento que reacciona a los antagonismos sociales reales sigue siendo hoy completamente adecuada. Si concebimos el comunismo como una "Idea eterna", estamos suponiendo que la situación que lo genera no es menos eterna, que el antagonismo frente al cual reacciona el comunismo estará siempre allí, y desde esta suposición no hay más que un paso a una lectura "deconstructiva" del comunismo considerado como un sueño de presencia, de abolición de toda representación alienante, un sueño que lucha contra su propia imposibilidad. ¿Cómo podremos pues romper con este formalismo y formular antagonismos que continúen generando la Idea comunista? ¿Dónde deberemos buscar ese nuevo modo de la Idea? Es fácil ridiculizar el concepto de "fin de la historia" de Fukuyama, pero hoy la mayoría es fukuyamista: el capitalismo democrático liberal ha sido aceptado como la fórmula finalmente lograda de la mejor sociedad posible; lo único que queda es hacerlo más justo, más tolerante, etcétera. Contaré lo que le pasó recientemente a Franco Cicala, un periodista italiano: había escrito un artículo en el que utilizaba una vez la palabra "capitalismo" y el jefe de redacción le preguntó si realmente era necesario que utilizara ese término, si no podía reemplazarlo por un sinónimo como, por ejemplo, "economía". ¿Qué mejor prueba del triunfo total del capitalismo que la virtual desaparición del término mismo durante las últimas dos o tres décadas?
Aquí surge una pregunta simple pero pertinente: si las diversas variantes del capitalismo democrático liberal evidentemente funcionan mejor que todas las alternativas conocidas, si el capitalismo democrático liberal es -si no la mejor, al menos- la forma menos mala de sociedad, ¿por qué sencillamente no nos resignamos a ella con una actitud madura y hasta la aceptamos de todo corazón? ¿Por qué insistir en la Idea comunista contra toda esperanza? Semejante insistencia, ¿no es un caso ejemplar de narcisismo de la causa perdida?

Esta espinosa cuestión no es nueva. El gran problema (determinante) del marxismo occidental fue el de la falta de un sujeto revolucionario: ¿cómo es posible que la clase obrera no complete el paso de en-sí a para-sí y se constituya en un agente revolucionario? Este problema fue la principal raison d'etre de su referencia al psicoanálisis, evocado precisamente para explicar los mecanismos libidinales inconscientes que impiden el desarrollo de la conciencia de clase inscrita en el ser mismo (la situación social) de la clase trabajadora. De ese modo, quedó a salvo la verdad del análisis socioeconómico marxista, ya no había razón que diera lugar a teorías "revisionistas" sobre el ascenso de la clase media, etcétera. Por este mismo motivo, el marxismo occidental estaba además en la busca permanente de otros agentes sociales que pudieran desempeñar el papel del agente revolucionario y que, en caso de necesidad, reemplazaran a la poco dispuesta clase obrera: campesinos del tercer mundo, estudiantes e intelectuales, excluidos...

Además, no basta pues con permanecer fiel a la Idea comunista; uno debe situar en la realidad histórica los antagonismos que hacen que esta Idea sea una urgencia práctica. La única pregunta verdadera es hoy: ¿confirmamos la naturalización predominante del capitalismo o consideramos que el capitalismo global actual contiene antagonismos suficientemente intensos para impedir su reproducción indefinida? Hay cuatro antagonismos: la creciente amenaza de una catástrofe ecológica; la inadecuación de la noción de propiedad privada aplicada a la llamada "propiedad intelectual"; las implicaciones socioéticas de los nuevos desarrollos tecnocientíficos (especialmente en el campo de la biogenética); y, por último, pero no por ello menos importante, las nuevas formas de apartheid, los nuevos Muros, los barrios marginales. Hay una diferencia cualitativa entre este último rasgo, la brecha que separa a los excluidos de los incluidos, y los otros tres que designan los dominios de lo que Hardt y Negri llaman "lo común", la sustancia compartida de nuestro ser social cuya privatización es un acto violento que también debería resistirse con medios violentos, si es necesario:
  • Lo común de la cultura, las formas inmediatamente socializadas del capital "cognitivo", principalmente el lenguaje, nuestro medio de comunicación y educación, pero también la infraestructura compartida del transporte público, la electricidad, el correo, etcétera (si a Bill Gates se le hubiera permitido poseer el monopolio, habríamos llegado a la absurda situación en la cual un individuo privado habría sido literalmente el propietario de la textura de software de nuestra red básica de comunicación);
  • Lo común de la naturaleza externa amenazada por la contaminación y la explotación (desde el petróleo a los bosques y al hábitat natural mismo);
  • Lo común de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la humanidad); con la nueva tecnología biogenética, la creación de un Hombre Nuevo en el sentido literal de la cambiante naturaleza humana llega a ser una probabilidad realista.
Lo que todas estas luchas comparten es la conciencia de su potencial destructivo hasta la autoaniquilación de la humanidad misma, en caso de que se permita que la lógica capitalista de cercar lo común continúe libremente su marcha. Nicholas Stern tiene razón cuando caracteriza la crisis climática como "el mayor fracaso del mercado en la historia de la humanidad".(3)De modo que, cuando Kishan Khoday, jefe de la comisión de Energía y Ambiente de las Naciones Unidas, escribió recientemente: "Hay un creciente espíritu de ciudadanía ambientalista global, un deseo de abordar el cambio climático como una cuestión de preocupación común de toda la humanidad",(4) deberíamos poner el acento en las expresiones "ciudadanía global" y "preocupación común", pues la necesidad de establecer una organización y un compromiso políticos globales para neutralizar y canalizar los mecanismos del mercado representa muy bien una perspectiva propiamente comunista.

Esta referencia a "lo común" es lo que justifica la resurrección de la noción de comunismo, pues nos permite ver el cerco que gradualmente se cierra sobre lo común como un proceso de proletarización de aquellos que, como consecuencia, quedan excluidos de su propia sustancia. La situación histórica actual no solamente no nos incita a abandonar la noción de proletariado, de posición proletaria, sino que, por el contrario, nos impulsa a radicalizarla hasta un nivel existencial que supera ampliamente la imaginación de Marx. Necesitamos contar con una noción más radical del sujeto proletario, un sujeto reducido al punto evanescente del cogito cartesiano, despojado de su contenido sustancial.
Por ello, la nueva política emancipadora ya no será el acto de un agente social particular, sino una combinación explosiva de diferentes agentes. Lo que nos une es que, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que "no tienen nada que perder, salvo sus cadenas", corremos el peligro de perderlo todo: la amenaza que pende sobre nosotros es que quedemos reducidos al sujeto cartesiano abstracto y vacío, despojados de todo contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia simbólica, expuestos a la manipulación de nuestra base genética, vegetando en un ambiente inhabitable. Esta triple amenaza a nuestro entero ser nos hace a todos, en cierto modo, proletarios, reducidos a una "subjetividad sin sustancia", como dice Marx en los Grundrisse. La figura de la "parte de ninguna parte" nos confronta con la verdad de nuestra propia posición, y el desafío eticopolítico consiste en reconocernos en esa figura: de alguna manera, todos estamos excluidos, tanto de la naturaleza como de nuestra sustancia simbólica. Hoy, todos somos potencialmente un Homo sacer y la única manera de evitar convertirnos realmente en él es obrar preventivamente.

Con todo, si queremos seguir siendo considerados comunistas, esta proletarización no es suficiente. El cerco que se tiende continuamente alrededor de lo común corresponde a las relaciones de las personas con las condiciones objetivas de sus procesos vitales tanto como a las relaciones entre las personas: lo común se privatiza a expensas de la mayoría proletarizada. Sin embargo, hay una brecha importante entre estos dos aspectos: un régimen autoritario comunitario, sin comunismo, podría devolverle lo común a la humanidad colectiva: también sería posible neutralizar en la dirección del comunitarismo al sujeto desubstancializado, desarraigado, desprovisto de su contenido sustancial, para que encontrara allí su lugar propio dentro de una nueva comunidad sustancial. En este preciso sentido, Negri acierta con su título antisocialista: Adiós, señor socialismo. Es necesario oponer el comunismo al socialismo que, en lugar de lo colectivo igualitario, ofrece una comunidad orgánica solidaria. Recordemos que el nazismo era nacionalsocialismo y no nacionalcomunismo. Puede haber un antisemitismo socialista, pero no puede haber uno comunista. (Si aparece, como en los últimos años de Stalin, es un indicador de que el movimiento ya no guarda fidelidad al acontecimiento revolucionario.) Eric Hobsbawn publicó recientemente una columna con el siguiente título: "El socialismo fracasó, el capitalismo está en bancarrota. ¿Qué viene ahora?". La respuesta es: el comunismo. El socialismo quiere resolver los tres primeros antagonismos que mencioné antes sin ocuparse del cuarto, sin la universalidad singular del proletariado. La única manera de que el sistema capitalista global sobreviva a su antagonismo de larga data, y la única manera de evitar simultáneamente la solución comunista, sería reinventar algún tipo de socialismo... al estilo del comunitarismo, el populismo, el capitalismo con valores asiáticos o algo semejante. El futuro será comunista o... socialista.

Es por ello que debemos insistir en la diferencia cualitativa entre el último rasgo mencionado -la brecha que separa a los excluidos de los incluidos- de los otros tres: solo el cuarto antagonismo, la referencia a los excluidos, es lo que justifica el término comunismo. No hay nada más "privado" que una comunidad de Estado que percibe a los excluidos como una amenaza y se preocupa por mantenerlos a una distancia conveniente. En otras palabras, en la serie de las cuatro oposiciones, la que se ha establecido entre los excluidos y los incluidos es el antagonismo crucial: sin él los otros tres pierden su filo subversivo. La ecología se vuelve un problema de desarrollo sustentable; la propiedad intelectual, un complejo desafío legal; la biogenética, una cuestión ética. Uno puede luchar sinceramente por la ecología, defender una noción más amplia de la propiedad intelectual, oponerse a que se registre la propiedad de los genes, sin afrontar el antagonismo entre los incluidos y los excluidos; más aún, hasta se pueden formular algunas de estas luchas haciendo referencia a la amenaza que sufren los incluidos a causa de la contaminación que producen los excluidos. En esto no hay ninguna universalidad verdadera, solo preocupaciones "privadas" en el sentido kantiano del término. Las grandes empresas como Whole Foods y Starbucks continúan gozando del favor de los liberales aun cuando apelan a prácticas antisindicalistas; la astucia está en que venden sus productos con un giro progresista: estamos comprando café hecho con granos pagados a un precio superior al del valor justo del mercado, manejamos un vehículo híbrido, les compramos a empresas que otorgan buenos beneficios a sus clientes (según los propios criterios de la compañía), etcétera. En resumidas cuentas, sin el antagonismo entre los incluidos y los excluidos, podemos encontrarnos cómodamente instalados en un mundo en el cual Bill Gates es el mayor filántropo que lucha contra la pobreza y las enfermedades, y Rupert Murdoch es el más abnegado ambientalista que moviliza a cientos de millones de personas a través de su imperio periodístico.

Por todo ello, es esencial insistir en la Idea emancipadora del comunismo igualitaria, y hacerlo en un sentido precisamente marxiano: hay grupos sociales que, por carecer de un lugar determinado en el orden "privado" de la jerarquía social, directamente representan la universalidad; son lo que Ranciére llamó la "parte de ninguna parte" del cuerpo social. Toda política genuinamente emancipadora se genera como consecuencia de un cortocircuito entre la universalidad del "uso público de la razón" y la universalidad de la "parte de ninguna parte". Este era ya el sueño del joven Marx: reunir la universalidad de la filosofía y la universalidad del proletariado. Desde la antigua Grecia, existe una palabra para nombrar la intrusión de los excluidos en el espacio sociopolítico: democracia. La pregunta hoy es: democracia, ¿continúa siendo un nombre apropiado para esta explosión igualitaria? Los dos extremos son, por un lado, desechar rápidamente la democracia por considerarla la forma de aparición meramente ilusoria de su opuesto (la dominación de clase) y, por el otro, sostener que la democracia que tenemos, la democracia realmente existente, es una deformación de la verdadera democracia, siguiendo la línea de la famosa respuesta que le dio Gandhi a un periodista británico que le preguntó sobre la democracia: "Una buena idea, ¡deberíamos probarla y ver cómo resulta!". Evidentemente, el debate que se desarrolla entre estos dos extremos es demasiado abstracto: el criterio que hace falta introducir es cómo se relaciona la democracia con la dimensión de la universalidad encarnada en los excluidos.

No obstante, aquí nos encontramos con un problema que se repite: el paso de los jacobinos a Napoleón, de la Revolución de Octubre a Stalin, de la Revolución Cultural de Mao al capitalismo de Deng Xiao-ping. ¿Cómo debemos interpretar ese paso? La segunda fase (el Termidor), ¿es la "verdad" de la primera fase revolucionaria (como parece haber sostenido a veces Marx) o lo que sucede es solo que la serie de eventos revolucionarios terminó por agotarse? Concentrémonos por un momento en la Revolución Cultural. Podemos interpretarla en dos niveles diferentes. Si la consideramos como una parte de la realidad (ser) histórica, podemos someterla fácilmente a un análisis "dialéctico" que percibe el resultado final de un proceso histórico como su "verdad": el fracaso último de la Revolución Cultural atestigua la inconsistencia inherente al proyecto mismo (la noción) de Revolución Cultural, es la explicación, el despliegue y la realización de esas inconsistencias (del mismo modo en que, para Marx, la vulgar, no heroica, vida cotidiana capitalista inclinada a obtener ganancias es la "verdad" del noble heroísmo revolucionario jacobino).

Sin embargo, si lo analizamos como un Acontecimiento, como una realización de la Idea eterna de Justicia igualitaria, luego, el resultado fáctico último de la Revolución Cultural, su fracaso catastrófico y su inversión a la reciente explosión capitalista no agotan lo real de la Revolución Cultural: la Idea eterna de la Revolución Cultural sobrevive a su derrota en la realidad sociohistórica, continúa guiando la vida espectral subterránea de los fantasmas de las utopías malogradas que rondan sobre las futuras generaciones, esperando pacientemente su resurrección. Esto nos remite a Robespierre, quien expresó de manera conmovedora la sencilla fe en la Idea eterna de la libertad que persiste a través de todas sus derrotas y sin la cual, como lo entendió claramente Robespierre, una revolución "no es más que un crimen estruendoso que destruye otro crimen", la fe que declaró del modo más emocionante en su último discurso, pronunciado el 8 de Termidor de 1794, la víspera de su arresto y ejecución:
Pero existen, puedo asegurarlo, almas sensibles y puras; existe esa pasión tierna, imperiosa e irresistible, el tormento y el deleite de los corazones magnánimos; ese profundo horror a la tiranía, ese fervor compasivo por los oprimidos, ese amor sagrado por la patria, ese amor aún más sublime y sagrado por la humanidad, sin el cual una gran revolución no es más que un estruendoso crimen que destruye otro crimen; existe esa ambición generosa de establecer aquí en la tierra la primera república del mundo.(5)
¿No es aún más aplicable esto mismo a la última gran encarnación en la vida de esta Idea, la Revolución Cultural maoísta? Sin esta Idea que sostenía el entusiasmo revolucionario, la Revolución Cultural fue, y hasta en un grado mayor, solo "un crimen estruendoso que destruye otro crimen". Aquí no está de más recordar las sublimes palabras de Hegel sobre la Revolución Francesa expresadas en sus Conferencias sobre la filosofía de la historia mundial, palabras que, por supuesto, no le impidieron analizar fríamente la necesidad interna de esta explosión de libertad abstracta de transformarse en su opuesto, el terror revolucionario autodestructivo; con todo, nunca deberíamos olvidar que, al aceptar el principio básico de la Revolución Francesa (y de su complemento clave, la Revolución de Haití), la crítica de Hegel es inmanente y es exactamente lo que deberíamos hacer en relación con la Revolución de Octubre (y, luego, la Revolución china) que fue el primer caso en toda la historia de la humanidad en el que tuvo éxito una rebelión de los pobres explotados; estos fueron los miembros nivel cero de la nueva sociedad, quienes fijaron la regla. La revolución se estabilizó constituyendo un nuevo orden social. Se creó un nuevo mundo que, milagrosamente, sobrevivió durante décadas, en medio de presiones económicas y militares y un aislamiento inimaginables. Este fue efectivamente "un glorioso amanecer mental. Todo pensamiento tomaba parte del júbilo de la época". Contra todos los órdenes jerárquicos, la universalidad igualitaria llegaba directamente al poder. Y esto es lo que ve claramente el enfoque hegeliano: lejos de reducir la explosión revolucionaria a su resultado final, reconoce plenamente su momento universal "eterno".

La Idea comunista, por ende, subsiste: sobrevive a los fracasos de su realización como un espectro que regresa una y otra vez, en una incesante persistencia que Beckett recapitula del modo más efectivo en su ya citada obra Rumbo a peor: "Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor". Lo cual nos lleva al meollo del asunto. Uno de los mantras de la izquierda posmoderna es que ya deberíamos echar al olvido el paradigma "jacobino leninista" del poder dictatorial centralizado. Pero quizás ya sea el momento de invertir ese mantra y admitir que lo que necesita hoy la izquierda es precisamente una dosis de ese paradigma: hoy más que nunca deberíamos insistir en lo que Badiou llama la Idea "eterna" del comunismo o las "invariantes" comunistas, los cuatro conceptos fundamentales presentes desde Platón y las rebeliones milenaristas medievales hasta el jacobinismo, el leninismo y el maoísmo: estricta justicia igualitaria, terror disciplinario, voluntarismo político y confianza en el pueblo. Esta matriz no ha sido "superada" por ninguna nueva dinámica posmoderna ni postindustrial ni post lo que fuera. No obstante, hasta el momento histórico presente, esta Idea eterna funcionó, precisamente, como una Idea platónica que perseveraba, retornando una y otra vez después de cada derrota. Lo que aquí se pierde es -para ponerlo en términos filosófico teológicos- el vínculo privilegiado de la Idea con un momento histórico singular (de la misma manera en que, en el cristianismo, todo el edificio divino eterno se eleva y cae con el acontecimiento contingente del nacimiento y la muerte de Cristo). La constelación actual tiene algo único: muchos analistas perspicaces han observado que el capitalismo contemporáneo plantea un problema a esta lógica de la resistencia que persiste. Y citaré a Brian Massumi, quien ha formulado claramente cómo el capitalismo de hoy ya superó la lógica de la normalidad totalizadora y adoptó la lógica del exceso errático:

Cuanto más variado y hasta errático, tanto mejor. La normalidad ha comenzado a perder su autoridad. Las regularidades comienzan a hacerse menos rigurosas. Este aflojamiento de la normalidad es parte de la dinámica capitalista. No se trata de una simple liberación. Es la forma propia de poder del capitalismo. Ya no es el poder institucional disciplinario lo que define todo, sino que es el poder del capitalismo para producir variedad porque los mercados se han saturado. Quien produce variedad produce un nuevo nicho para el mercado. Sean bienvenidas las tendencias afectivas más extravagantes, siempre que paguen. El capitalismo comienza a intensificar o a diversificar el afecto, pero solo con el propósito de extraer mayor superávit. Se apropia del afecto para intensificar el potencial de ganancias. Literalmente, valoriza el afecto. La lógica capitalista de producción de valor excedente comienza a conquistar el campo de las relaciones que también es la esfera de la ecología política, el campo ético de la resistencia a la identidad y las trayectorias predecibles. Todo esto es muy perturbador y confuso porque me parece que ha habido cierto tipo de convergencia entre la dinámica del poder capitalista y la dinámica de la resistencia.(6)
Durante toda la era del socialismo realmente existente, la secreta esperanza de los "socialistas democráticos" era la democracia directa de los soviets, los concejos locales, como la forma de autoorganización del pueblo, y es profundamente sintomático que, con la decadencia del socialismo realmente existente, esta sombra emancipadora que lo sobrevoló todo el tiempo también desapareciera. ¿No es esta la última confirmación de que la versión de concejos del "socialismo democrático" era solo un doble espectral del socialismo "burocrático" realmente existente, su trasgresión inherente con ningún contenido positivo sustancial propio, es decir, una forma incapaz de servir como el principio organizador básico y permanente de una sociedad? Esta es una lección profundamente hegeliana de "negación abstracta": el fin de una constelación está dado no por la victoria de la fuerza contraria, sino además por la derrota de esa misma fuerza contraria.

Por supuesto, la "desterritorialización" emancipadora igualitaria no es lo mismo que esta desterritorialización capitalista posmoderna, que, sin embargo, llega a cambiar radicalmente los términos de la lucha emancipadora: el enemigo ya no es el orden jerárquico establecido de un Estado. ¿Cómo debemos pues revolucionar un orden cuyos principios mismos están revolucionándose constantemente? Más que una solución a los problemas que afrontamos hoy, el comunismo es en sí mismo el nombre de un problema: el nombre de la difícil tarea de romper los confines del marco mercado-y-Estado, tarea para la que no contamos con ninguna fórmula instantánea: "Es solo que la cosa misma es difícil, tan difícil de hacer", como dice Brecht en su Elogio del comunismo.

La respuesta hegeliana es que el problema o punto muerto es su propia solución: no en el sentido simple y directo de que el capitalismo ya es en sí mismo comunismo, de que solo hace falta operar una inversión puramente formal. Mi conjetura es la siguiente: ¿y si el capitalismo dinámico de hoy, precisamente en la medida en que es inestable, una constante desorganización de todo orden fijo, abriera el espacio para una revolución que rompiera el círculo vicioso de revolución y reinscripción, es decir, que no siguiera ya el modelo de una explosión de acontecimientos después de la cual las cosas vuelven a la normalidad, sino que asumiera la tarea de establecer un nuevo "ordenamiento" contra el desorden capitalista global? Más allá de la rebelión deberíamos pasar desvergonzadamente a respaldar un nuevo orden. (¿Es esta una de las lecciones de la fusión financiera permanente?) Esta es la razón por la cual, si queremos reactualizar la Idea comunista, es esencial que nos concentremos en el capitalismo; el inestable capitalismo dinámico de hoy cambia radicalmente las coordenadas de la lucha comunista: el enemigo ya no es el Estado que debe ser socavado desde su punto de torsión sintomática, sino un flujo que se revoluciona permanentemente.

En consecuencia, quiero proponer dos axiomas sobre las relaciones entre Estado y política: 1) El fracaso de la política del Estado partido comunista es ante todo y principalmente el fracaso de la política antiestatal, de la misión de romper con las presiones del Estado, de reemplazar las formas estatales de organización por formas no representativas "directas" de autoorganización ("concejos") 2) Si uno no tiene una idea de con qué reemplazar el Estado, no tiene derecho a sustraerse/apartarse del Estado. En lugar de retroceder a cierta distancia del Estado, la verdadera tarea debería consistir en hacer que el Estado mismo funcionara de un modo no estatal. La alternativa "luchar por el poder del Estado (lo cual nos convierte en lo mismo que el enemigo que estamos combatiendo) o retroceder a una resistencia que se mantenga a distancia del Estado" es falsa, pues sus dos términos comparten la misma premisa: que la forma Estado, de la manera en que la conocemos, está aquí para quedarse y que, por lo tanto, lo único que podemos hacer es tomar el poder del Estado o mantenernos a distancia de él. Aquí uno podría repetir sin vergüenza la lección de Estado y revolución de Lenin: el objetivo de la violencia revolucionaria no es tomar el poder del Estado, sino transformarlo, cambiar radicalmente su funcionamiento, la relación que mantiene con su base, etcétera. Y allí está el componente clave de la "dictadura del proletariado". Bulent Somay señalaba con acierto que lo que le da al proletariado su condición de tal es, en última instancia, un rasgo negativo: todas las demás clases son (potencialmente) capaces de alcanzar el estatus de "clase dirigente", vale decir, de establecerse como la clase que controla el aparato estatal:
Lo que hace de la clase obrera un organismo activo y le da una misión no es su pobreza ni su organización militante y seudomilitar, ni su proximidad con los medios de producción (principalmente industriales). Solo es su incapacidad estructural de organizarse en otra nueva clase dirigente que le dé a su vez a la clase obrera esa misión. El proletariado es la única clase (revolucionaria) de la historia que se neutraliza en el acto de neutralizar a su opuesto.(7)
La única conclusión apropiada que deberíamos extraer de esa visión es la siguiente: la "dictadura del proletariado" es una suerte de oxímoron (necesario) y no una forma de Estado en la que el proletariado constituye la clase dirigente. Solo tenemos efectivamente la "dictadura del proletariado" cuando se consigue transformar radicalmente el Estado mismo sobre la base de nuevas formas de participación del pueblo. Por eso fue de una absoluta hipocresía que, en el punto culminante del estalinismo, cuando las purgas destrozaban todo el edificio social, la nueva constitución proclamara el fin de la figura de la "clase" en el poder soviético (se les devolvía el derecho a votar a los miembros de clases antes excluidas) y que los regímenes socialistas recibieran el nombre de "democracias del pueblo" -una indicación segura de que no eran "dictaduras del proletariado"-. Pero ¿cómo se logra pues tal "dictadura del proletariado"?

Peter Sloterdijk (quien definitivamente no es uno de los nuestros, pero que tampoco es ningún tonto) señalaba que, si hay una persona a quien se le levantarán monumentos dentro de cien años, esa persona es Lee Quan Yew, el líder de Singapur que inventó e instrumentó el llamado "capitalismo con valores asiáticos". El virus de este capitalismo autoritario se está extendiendo de manera lenta pero segura por todo el planeta. Antes de poner en marcha sus reformas, Deng Xiao-ping visitó Singapur y elogió expresamente el modelo que "toda la China debería seguir". Este cambio tiene una significación histórica mundial: hasta ahora, el capitalismo parece inextricablemente asociado a la democracia; por supuesto, de vez en cuando, se recurrió a la dictadura directa pero, después de una o dos décadas, la democracia volvía a imponerse (recordemos nada más los casos de Corea del Sur y de Chile). Sin embargo, hoy el vínculo entre democracia y capitalismo se ha roto.

¿A qué se debe este resurgimiento de la autoridad directa (no democrática)? Más allá de las diferencias culturales, en la lógica misma del capitalismo actual, hay una necesidad interior que lo explica. Es decir, el problema central que afrontamos hoy es el siguiente: ¿cómo afectan el predominio y hasta el papel hegemónico del "trabajo intelectual" del capitalismo tardío el esquema básico de Marx de la separación del trabajo de sus condiciones objetivas, así como el de la revolución entendida como la reapropiación subjetiva de las condiciones objetivas? En esferas como la red comunicacional www, la producción, el intercambio y el consumo están inextricablemente interrelacionados y hasta potencialmente identificados: comunico mi producto y este se consume inmediatamente. Por lo tanto, hay que repensar radicalmente la clásica noción del fetichismo de la mercancía de Marx en la cual "las relaciones entre las personas" adquieren la forma de "relaciones entre las cosas": en el "trabajo inmaterial", las "relaciones entre las personas" están "no tanto escondidas detrás del barniz de la objetividad, sino que son ellas mismas el material propio de nuestra explotación cotidiana",(8) de manera tal que ya no podemos hablar de "cosificación" en el clásico sentido luckacsiano. Lejos de ser invisibles, las relaciones sociales, en su fluidez misma, son directamente el objeto de comercialización e intercambio: en el "capitalismo cultural", uno ya no vende (ni compra) objetos que le aportan experiencia cultural o emocional, sino que vende (y compra) directamente tales experiencias. Si bien tenemos que admitir que en esta cuestión clave Negri va por la buena senda, su respuesta me parece demasiado breve; su punto de partida es la tesis expuesta por Marx en los Grundrisse sobre la transformación radical de la condición del "capital fijo":
El desarrollo del capital fijo indica hasta qué punto el conocimiento social general ha llegado a ser una fuerza directa de producción y, por lo tanto, en qué medida las condiciones del proceso de la vida social misma han quedado bajo el control del intelecto general y han sido transformadas de acuerdo con él. Indica, en suma, hasta qué punto los poderes de la producción social han sido producidos, no solo en la forma de conocimiento, sino además como órganos inmediatos de práctica social, del proceso de la vida real.(9)
Con el desarrollo del conocimiento social general, el "poder productivo del trabajador" es pues "en sí mismo el mayor poder productivo. Desde el punto de vista del proceso de producción directa, puede vérselo como la producción de capital fijo, solo que ese capital fijo es el hombre mismo".(10) Además, puesto que el capital organiza su explotación presentándose como "capital fijo" contra el trabajo vivo, desde el momento en que el componente clave del capital fijo es el "hombre mismo", queda socavado su "conocimiento social general", es decir, el fundamento social mismo de la explotación capitalista, y el papel que le cabe al capital se vuelve puramente parásito: con los medios interactivos globales que existen hoy, la invención creativa ya no es individual, se colectiviza instantáneamente, pasa a ser parte de "lo común", de modo tal que cualquier intento de privatizarla a través de los derechos de autor es poblemático. Cada vez más literalmente, en esta esfera, "la propiedad es robo". Entonces, ¿qué decir de una compañía como Microsoft que hace precisamente eso: organizar y explotar la sinergia colectiva de singularidades cognitivas creativas? La única tarea que queda es pues concebir cómo los trabajadores creativos "eliminarán a los jefes, porque el control industrial sobre el trabajo cognitivo está completamente superado".(11) Lo que nos indican los nuevos movimientos sociales es que "la época de los salarios ha terminado y que hemos pasado de la confrontación entre el trabajo y el capital, que correspondía al sistema de salarios, a la confrontación entre la multitud y el Estado, que corresponde a la instauración de los ingresos del ciudadano"(12). En esto reside el rasgo básico de "la transición revolucionaria social de hoy": "Hay que hacer que el capital reconozca el peso y la importancia del bien común, y si el capital no está dispuesto a hacerlo, habrá que obligarlo". Observemos la formulación precisa de Negri: no habla de abolir el capital, sino de obligarlo a reconocer el bien común, permaneciendo dentro del capitalismo, idea utópica si las hay. Veamos cómo describe Negri en qué medida se aproxima el capitalismo biopolítico de nuestros días a la afirmación directa de la productividad de la multitud:

El cuadro es el de la circulación de mercancías, redes de información, movimientos continuos, nomadismo radical de la fuerza laboral y la feroz explotación de esta dinámica... pero también del exceso constante e inagotable del poder biopolítico de la multitud y de su exceso en relación con la capacidad controladora estructural de las instituciones dominantes. Todas las energías disponibles se han puesto a trabajar, la sociedad ha sido puesta a trabajar [...] Dentro de esta totalidad explotada y de la consigna de trabajar hay una libertad intransitiva irreducible al control que intenta someterla. Aun cuando la libertad pueda tropezar contra sí misma, [...] en esta ambivalencia aún se abren líneas de fuga: sufrir a menudo es productivo pero nunca revolucionario; lo revolucionario es el exceso, el desbordamiento y el poder.(13)
Lo que encontramos aquí es la matriz estándar poshegeliana del flujo productivo que siempre es excesivo en relación con la totalidad estructural que intenta someterlo y controlarlo. Pero ¿y si, por un cambio de paralaje, percibiéramos la red capitalista misma como el verdadero exceso por encima del flujo de la multitud productiva? ¿Y si, mientras la producción actual de la multitud produce directamente vida, continúa produciendo un exceso (que hasta es funcionalmente superfluo), el exceso del capital? ¿Por qué las relaciones de producción inmediata necesitan todavía de la función mediadora de las relaciones capitalistas? ¿Y si el verdadero enigma fuera por qué el continuo movimiento "molecular" nómada necesita una estructura "molar" parásita que (engañosamente) aparece como un obstáculo a su productividad desenfrenada? ¿Por qué, en el momento que abolimos este obstáculo/exceso perdemos el flujo productivo mismo impuesto por el exceso parasitario? Esto significa también que deberíamos invertir la referencia al fetichismo de "las relaciones entre las personas que aparecen como relaciones entre las cosas": ¿y si la "producción de vida" directa celebrada por Hardt y por Negri fuera falsamente transparente? ¿Y si, en ella, las "relaciones invisibles entre las cosas (inmateriales, verdaderas) (del capital) aparecieran como relaciones directas entre las personas"?

¿Cómo llegamos hasta aquí? La protesta de 1968 concentró su lucha contra (lo que percibíamos como) los tres pilares del capitalismo: la fábrica, la escuela y la familia. Como resultado de ello, cada una de esas esferas fue sometida a la transformación postindustrial: el trabajo de la fábrica se externaliza cada vez más o, en el mundo desarrollado, se reorganiza siguiendo un modelo de trabajo en equipo interactivo no jerárquico posfordista; la educación privatizada adaptable y permanente va reemplazando gradualmente la educación pública universal, y la familia tradicional va dando paso a múltiples formas de acuerdos sexuales flexibles.(14) La izquierda sufrió la derrota en su propia victoria: el enemigo directo fue derrotado, pero una nueva forma aún más rigurosa de dominación capitalista ocupó su lugar. En el capitalismo posmoderno, el mercado está invadiendo nuevas esferas hasta ahora consideradas dominio privilegiado del Estado, desde la educación a la prisión y la seguridad. Cuando el "trabajo inmaterial" (la educación, las tareas en que interviene el afecto, etcétera) se celebra como el trabajo que directamente produce relaciones sociales, no deberíamos olvidar qué significa esto en una economía de la mercancía: que nuevos campos, hasta ahora excluidos del mercado, han sido mercantilizados. Si un amigo está en problemas, ya no hablamos con él, pero podemos pagarle un psiquiatra o un consejero para que se ocupe del problema; ya no son los padres quienes cuidan de sus hijos, sino las niñeras y los educadores, etcétera. Así, nos encontramos en medio de un nuevo proceso de privatización de lo social, de establecimiento de nuevos espacios cercados.
Para comprender cabalmente estas nuevas formas de privatización, deberíamos transformar críticamente el aparato conceptual de Marx: al dejar de lado la dimensión social del "intelecto general", Marx no consideró la posibilidad de la privatización del "intelecto general" mismo, que es lo que lo pone en el centro de la lucha por la "propiedad intelectual". Aquí Negri acierta: dentro de este marco, la explotación en el sentido marxista clásico ya no es posible, por eso hay que respaldarla cada vez más con medidas legales directas, esto es, mediante una fuerza no económica. Es por ello que hoy la explotación tiene cada vez más la forma de una renta: como lo expresa adecuadamente Cario Vercellone, el capitalismo postindustrial se caracteriza por el "devenir renta de la ganancia".(15) Es por ello que se necesita la autoridad directa: se la necesita para imponer las condiciones legales (arbitrarias) de la extracción de la renta, condiciones que ya no genera "espontáneamente" el mercado. Tal vez, aquí es donde estribe la "contradicción" fundamental del capitalismo posmoderno de nuestros días: mientras su lógica "antiestatal" promueve la desregulación, la desterritorialización nómada, etcétera, su tendencia clave del "devenir renta de la ganancia" indica el papel fortalecido del Estado cuya función (no solo) reguladora es cada vez más omnipresente. La desterritorialización dinámica coexiste con (y encuentra apoyo en) intervenciones cada vez más autoritarias del Estado y de sus aparatos legales y de diversas clases. Lo que podemos discernir en el horizonte de nuestro devenir histórico es pues una sociedad en la cual el libertarismo y el hedonismo personales coexisten con (y están sostenidos por) una compleja red de mecanismos reguladores estatales. Lejos de desaparecer, el Estado hoy continúa fortaleciéndose. En otras palabras, cuando, como consecuencia del papel esencial que desempeña el "intelecto general" (conocimiento y cooperación social) en la creación de riqueza, las formas de riqueza pierden gradualmente "toda proporción con el tiempo de trabajo directo invertido en su producción", lo que resulta no es, como parece haber esperado Marx, la autodisolución del capitalismo, sino que es la transformación relativa gradual de la ganancia generada por la explotación de la fuerza laboral en renta, en renta apropiada por la privatización del "intelecto general". Tomemos el caso de Bill Gates: ¿cómo llegó a convertirse en el hombre más rico del mundo? Su riqueza no tiene nada que ver con los costos de producción de los productos que vende Microsoft (hasta habrá quien afirme que Microsoft paga salarios relativamente altos a su trabajadores intelectuales), vale decir, la riqueza de Gates no es el resultado del éxito que ha tenido produciendo buen software a precios más bajos que sus competidores ni de una "explotación" mayor de los trabajadores intelectuales que contrata. Si ese fuera el caso, Microsoft habría ido a la quiebra hace mucho tiempo: la mayoría de la gente habría elegido programas como Linux que son gratis y, según dicen los especialistas, de mejor calidad que los de Microsoft. ¿Por qué, entonces, millones de personas continúan comprándole a Microsoft? Porque Microsoft se impuso como una norma (casi) universal, monopolizando el terreno, una especie de personificación directa del "intelecto general". Gates llegó a ser el hombre más rico de la tierra en un par de décadas apropiándose de la renta por permitir que millones de trabajadores intelectuales participaran en la forma de "intelecto general" que él privatizó y controla. ¿Es verdad, pues, que los trabajadores intelectuales de hoy ya no están separados de las condiciones objetivas de su trabajo (son propietarios de su PC, etcétera), que es la descripción que hace Marx de la "alienación" capitalista? Sí, pero más fundamentalmente, no: están escindidos del campo social de su trabajo, del "intelecto general", pues este está mediado por el capital privado.
Y lo mismo cabe decir de los recursos naturales: su explotación es una de las mayores fuentes de renta actuales y aparece acompañada de la lucha permanente para decidir quién se quedará con esa renta, los pueblos del Tercer Mundo o las empresas occidentales. (La suprema ironía es que, para poder explicar la diferencia entre fuerza laboral -que, en su uso, produce plusvalía sobre su propio valor- y otras mercancías, Marx pone como ejemplo una mercancía "común y corriente", el petróleo la mercancía misma que hoy es fuente de "ganancias" extraordinarias...) Tampoco en este caso tiene sentido vincular los ascensos y caídas del precio del petróleo con el ascenso o caída de los costos de producción o el precio de la mano de obra explotada: los costos de producción son desdeñables; el precio que pagamos por los productos del petróleo es una renta que les pagamos a los propietarios de ese recurso porque es escaso y de provisión limitada.

Es como si los tres componentes del proceso de producción -la programación intelectual y la comercialización, la producción material y la provisión de recursos materiales- fueran cada vez más autónomos y surgieran como tres esferas separadas. En sus consecuencias sociales, esta separación se presenta como las "tres clases principales" de las actuales sociedades desarrolladas, que son, no precisamente clases, sino tres facciones de la clase trabajadora: los trabajadores intelectuales, la vieja clase de los trabajadores manuales y los proscritos (los desempleados, los que viven en los barrios precarios y en otros intersticios del espacio público). La clase trabajadora ha quedado pues escindida en tres partes, cada una de ellas con su propio "estilo de vida" y su propia ideología: el hedonismo ilustrado y el multiculturalismo liberal de la clase intelectual, el fundamentalismo popular de la clase obrera clásica y las formas singulares más extremas de la facción de los excluidos. En el lenguaje hegeliano, esta tríada es claramente la tríada de lo universal (la facción intelectual), lo particular (los trabajadores manuales) y lo singular (los desterrados). El resultado de este proceso es la gradual desintegración de la vida social propiamente dicha, de un espacio público en el que pudieran encontrarse las tres facciones, mientras la política de la "identidad" en todas sus formas suplanta la pérdida del auténtico espacio social. Esta política de la identidad adquiere una forma específica en cada una de las tres facciones: la política de la identidad multicultural posmoderna en la clase intelectual, el fundamentalismo populista retrógrado en la clase obrera y los grupos semiilegales (bandas criminales, sectas religiosas) entre los excluidos. Lo que todos compartimos es la identidad particular como sustituto del espacio público universal.

Por consiguiente, el proletariado ha quedado dividido en tres partes, cada una de las cuales se enfrenta a las otras dos: los trabajadores intelectuales, llenos de prejuicios culturales contra los trabajadores reaccionarios que exhiben su odio populista contra los intelectuales y los excluidos, y estos últimos, en permanente antagonismo con la sociedad como tal. El viejo grito "¡Proletarios, unios!" hoy adquiere más actualidad que nunca: en las nuevas condiciones del capitalismo "postindustrial", la unidad de las tres facciones es ya su victoria.



NOTAS:

1 V. I. Lenin, Collected Works [4th ed.], vol. 33, Moscú, Progress Publishers, 1966, págs. 204-11. Disponible on line: <http://www.marx2mao.com>.
2 Alain Badiou, De quoi Sarkozy est-il le nom?, París, Lignes, 2007, pág. 153.
3 Citado de la revista Time del 24/12/07, pág. 2.
4 Ibíd.
5 Maximilien Robespierre, Virtue and Terror, Londres, Verso, 2007, pág. 129.
6 Brian Massumi, "Navigating Movements", en Mary Zournazi (comp.), Hope, Nueva York, Routledge, 2002, pág. 224.
7 Bulent Somay, carta personal del 28 de enero de 2007. Me complace particularmente citar este pasaje porque en la carta Somay me critica duramente.
8 Nina Power, "Dissing", Radical Philosophy, 154, pág. 55.
9 Karl Marx, Grundrisse, disponible en <www.marxists.org>.
10 Ibíd.
11 Antonio Negri, Goodbye Mister Socialism, París, Seuil, 2007, pág. 234.
12 Ibíd., pág. 204.
13 Antonio Negri, "On Rem Koolhaas", Radical Philosophy, 154, pág. 49.
14 Véase Daniel Cohen, Trois lecons sur la société post-industielle, París, Seuil, 2006.

15 Véase Cario Vercellone (comp.), Capitalismo cognitivo, Roma, Manifestolibri, 2006.




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