UNA APROXIMACIÓN A LAS TEORÍAS FEMINISTAS *
Por: Samara de las Heras Aguilera **
RESUMEN : A pesar de la
apariencia de igualdad jurídica y social entre los sexos, aún perduran enormes
diferencias que obstaculizan la libertad de las mujeres y, en muchos casos,
afectan a nuestra dignidad. Mi intención en este artículo es indagar en las
distintas teorías feministas desde un punto de vista histórico y sistemático,
pues, sin duda, el conocimiento del pensamiento feminista nos ofrece
clarificadores análisis de la posición social de las mujeres, así como
instrumentos metodológicos muy útiles para evidenciar, explicar y combatir el
sexismo que se esconde en todas las prácticas y costumbres sociales.
PALABRAS CLAVE : Mujeres,
feminismos, igualdad y diferencia, aumento de conciencia.
SUMARIO 1. Introducción. 2. Los
orígenes de las vindicaciones feministas: las ilustradas. 3. Las sufragistas:
la lucha por el reconocimiento de la ciudadanía a las mujeres. 4. Los
feminismos contemporáneos: nuevos retos y alternativas. 5. Conclusiones. 6.
Bibliografía
1. Introducción
La revolución democrática de la
modernidad y el compromiso del Feminismo (1) con la defensa de la igualdad, han
promovido grandes cambios sociales y, en gran medida, la eliminación de muchas
de las discriminaciones que impedían la autonomía moral de las mujeres y el
ejercicio de su libertad (2) .Tras varios siglos de reivindicaciones de los
movimientos feministas, la mayoría de los ordenamientos jurídicos de los
Estados democráticos recogen normas que establecen la igualdad formal de
derechos entre todos los seres humanos. Pero, a pesar de ese reconocimiento de
la igualdad y de los derechos de las mujeres, lo cierto es que la lucha por la
liberación femenina es una tarea inacabada: todavía perduran enormes diferencias
entre los sexos tanto en el ámbito público como en el privado, las mujeres aún
son discriminadas y en su vida cotidiana soportan numerosas desigualdades
respecto de los hombres.
En consecuencia, debemos
replantearnos cómo podemos suprimir la dominación sexista y los obstáculos que
limitan la consecución de la igualdad y de la libertad plena y efectiva de
todas las personas.
El punto de partida, como han
señalado las teóricas feministas, es el redescubrimiento de la historia de las
mujeres, de nuestra situación, de nuestras reivindicaciones y de nuestros
logros porque para erradicar el sistema de subordinación que nos subyuga, el
primer paso es tomar conciencia de cómo se produce y cómo nos afecta para,
posteriormente, definir una estrategia de actuación.
Por eso, porque es parte del
proceso de concienciación, es preciso tener presente el pensamiento feminista.
Además, en palabras de Alda Facio y Lorena Fries, “el feminismo es un rico
instrumento para llenar de contenidos más democráticos los valores que
podríamos querer preservar. Es decir, conociendo el pensamiento feminista,
podríamos mantener –dándoles otro contenido– los principios e instituciones que
el mismo Derecho nos ha enseñado a valorar para así poder lograr más justicia y
armonía en nuestras sociedades”(3) .
El objetivo que me propongo en
este trabajo es aproximarme a la historia del pensamiento feminista, aprehender
el origen de sus reivindicaciones, comprender las diferencias entre las
distintas teorías feministas, y analizar las críticas y propuestas específicas
que han planteado para mejorar el status quo de las mujeres.
Debemos tener en cuenta que el
Feminismo (4) es toda teoría, pensamiento y práctica social, política y
jurídica que tiene por objetivo hacer evidente y terminar con la situación de
opresión que soportan las mujeres y lograr así una sociedad más justa que
reconozca y garantice la igualdad plena y efectiva de todos los seres humanos (5)
. En otras palabras, es un movimiento heterogéneo, integrado por una pluralidad
de planteamientos, enfoques y propuestas.
En ese sentido, debo subrayar que
mi intención es aportar una visión general y comprehensiva del pensamiento
feminista desde una perspectiva histórica y sistemática, dejando a un lado el
análisis exhaustivo y pormenorizado de las distintas teorías feministas. Así,
examinaré las principales tesis y reivindicaciones que han sostenido las
feministas desde la Ilustración hasta nuestros días y concluiré haciendo
referencia a aquellos aspectos comunes a todos los feminismos.
2. Los orígenes de las vindicaciones feministas: las ilustradas
El Feminismo, como movimiento
social y teórico, surge vinculado a la Ilustración (6) , cuando se conforma un
nuevo orden político y social basado en la primacía de la ley y la autonomía de
los seres humanos y que reconoce la dignidad humana y los derechos que le son
inherentes, pero que excluye a las mujeres y a otros muchos grupos
continuamente vulnerados (7) .
Frente a esa marginación, como
recuerda Cristina Sánchez, “las ilustradas reivindicarán la inclusión de las
mujeres en los principios universalistas que la Ilustración mantenía: la
universalidad de la razón, la emancipación de los prejuicios, la aplicación del
principio de igualdad y la idea de progreso” (8) . En definitiva, el objetivo
de estas propuestas teóricas de la llamada Ilustración consecuente (9) era
hacer evidentes las incoherencias y contradicciones del discurso ilustrado (10)
, del mismo modo que la finalidad del feminismo posterior ha sido mostrar las
incongruencias de los discursos teóricos y de las prácticas sociales
dominantes.
De modo que, como afirma Ana de
Miguel, “aún cuando las mujeres quedan inicialmente fuera del proyecto
igualitario, la demanda de universalidad que caracteriza a la razón ilustrada
puede ser utilizada para irracionalizar sus usos interesados o ilegítimos, en
este caso patriarcales” y añade que así, “el feminismo supone la efectiva
radicalización del proyecto igualitario ilustrado”(11) .
Esta primera ola de argumentación
y activismo feminista (12) se halla estrechamente vinculada a la Teoría de los
derechos humanos (13) . Y es que, en primer lugar, cabe destacar que el
Feminismo nace en el llamado “tiempo de los derechos” (utilizando una expresión
de Norberto Bobbio). Es en ese contexto intelectual y filosófico ilustrado, que
deviene progresivamente dominante en la Europa de los siglos XVII y XVIII,
cuando aparecen los derechos del hombre, concepto que ha sido fundamental en el
pensamiento feminista, puesto que durante casi doscientos años, las vindicaciones
feministas han tenido como meta propiciar el igual reconocimiento de derechos a
todos los seres humanos, independientemente de su sexo. Al mismo tiempo, la
Teoría de los derechos fundamentales ha avanzado en muchos aspectos, como en la
noción de igualdad (14), por poner un ejemplo, gracias a las aportaciones de
los movimientos de mujeres.
Por otra parte, para que el
concepto de derechos humanos emergiera, “fue necesario que las nociones de
libertad, de igualdad, de individuo y de sujeto de derecho se impusieran como
nociones centrales del pensamiento político y jurídico” (15). Y precisamente
los discursos feministas, desde sus orígenes y a lo largo de los siglos XIX y
XX, reclaman que se reconozca la individualidad, libertad e igualdad femeninas
y nuestra condición de sujetas de derecho autónomas y racionales. En
consecuencia, cabe afirmar que ambas teorías han compartido una misma base
argumentativa, puesto que como recuerdan Elena Beltrán y Virginia Maquieira,
“la vindicación es posible gracias a la existencia previa de un corpus de ideas
filosóficas, morales y jurídicas con pretensiones universalistas, esto es,
aplicables a toda la especie humana” y añaden que va unida a la idea de
igualdad, puesto que “la noción de igualdad genera vindicaciones en la medida
misma en que toda vindicación apela a la idea de igualdad”(16) . Por tanto,
podemos afirmar que el Feminismo y la Teoría de los derechos humanos son dos
productos de la modernidad vinculados entre sí.
Buena prueba de esa conexión, es
el hecho de que grandes pensadoras y luchadoras feministas, como Olympe de
Gouges o Mary Wollstonecraft fueran, fundamentalmente, defensoras de los
derechos humanos. De hecho, en 1790, dos años antes de escribir su célebre
libro Vindicación de los Derechos de la Mujer, Wollstonecraft escribió una obra
titulada Vindicación de los Derechos de los Hombres, en la que defiende la
filosofía de los derechos humanos. Un año más tarde, en 1791, de Gouges
escribió La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (17),
obra en la que critica la exclusión de las mujeres de La Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano y amplía el reconocimiento de esos derechos
a las mujeres. Ambas defienden las “potencialidades emancipadoras de la
Ilustración que les eran negadas al conjunto de las mujeres”, pero mientras la
filósofa inglesa hace una reivindicación moral de la individualidad de las
mujeres y de la capacidad de elección de su propio destino, la escritora
francesa reclama derechos políticos y civiles concretos (18) .
Por otra parte, Ana de Miguel
destaca que dado que “las mujeres habían comenzado exponiendo sus
reivindicaciones en los cuadernos de quejas y terminan afirmando orgullosamente
sus derechos”, con dichos escritos se produce “el paso del gesto individual al
movimiento colectivo: la querella es llevada a la plaza pública y toma forma de
un debate democrático: se convierte por primera vez de forma explícita en una
cuestión política”(19) .
Podemos afirmar que la mayoría de
las pretensiones de las feministas ilustradas, y en gran medida, del Feminismo
posterior, coinciden con las de Wollstonecraft y de Gouges. Así, se defiende la
aplicación a las mujeres de los principios igualitarios ilustrados; esa idea se
concreta en la petición de reconocimiento de derechos concretos, como el
derecho a la educación y al trabajo, los derechos matrimoniales y respecto a la
custodia de los hijos y el derecho al voto (20) .
3. Las sufragistas: la lucha por el reconocimiento de la ciudadanía a
las mujeres
Precisamente con la obra
Vindicación de los Derechos de la Mujer, se cierra el periodo de reivindicación
ilustrada y se inicia el camino del Feminismo del siglo XIX (21). Esa segunda
ola (22), que abarca el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX,
coincide, simplificando mucho, con el movimiento sufragista y con la defensa
del reconocimiento de la ciudadanía a las mujeres (23) .
Lo primero que tenemos que tener
en cuenta al analizar esta etapa es que la evolución del discurso de la
ciudadanía de las mujeres y el reconocimiento de sus derechos no se desarrolló
igual en Europa que en Estados Unidos. Las mujeres norteamericanas consiguieron
establecer alianzas con otros movimientos sociales, como el movimiento
abolicionista (24) o el movimiento de reforma moral; así, mientras que en el
continente europeo el discurso feminista lo elaboraron voces aisladas (25), en
Estados Unidos tuvo una resonancia colectiva que se plasmó en un movimiento
social. Además, y quizá como consecuencia de lo anterior, alcanzaron algunos
derechos, como el de la educación o el del trabajo, antes que las europeas. En
cualquier caso, uno de los argumentos centrales del sufragismo, recogido de la
vindicación feminista ilustrada, era “la apelación a un universalismo ético que
proclamaba la universalidad de los atributos morales de todas las personas”.
Así, se invocaba la justicia y el principio de igualdad como derechos morales
y, por tanto, universales (26) .
Esos principios quedaron
reflejados en La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, publicada en 1848
tras la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer y considerada el
texto fundacional del Feminismo estadounidense. En dicha Declaración, las
mujeres proclamaron su independencia de la autoridad ejercida por los hombres y
de un sistema social y jurídico que las oprimía y aprobaron una serie de
resoluciones dirigidas a mejorar los derechos civiles, sociales y religiosos de
las mujeres alegando el principio utilitarista de la mayor felicidad.
A pesar de que la gran mayoría de
los temas tratados en la Declaración se referían a cuestiones relativas a la
esfera privada, esos asuntos tuvieron trascendencia política y pública,
adelantando así un siglo el lema Lo personal es político. Supone, por todo lo
anterior, la primera acción colectiva organizada en defensa de los derechos de
las mujeres (27) .
En ese sentido, Ana de Miguel
destaca que “en el siglo XIX, el siglo de los grandes movimientos sociales
emancipatorios, el feminismo aparece, por primera vez, como un movimiento
social de carácter internacional, con una identidad autónoma teórica y
organizativa” que ocupa un importante lugar en el seno de los otros grandes
movimientos sociales: el socialismo y el anarquismo (28) .
En cuanto al movimiento
sufragista europeo, cabe señalar que el inglés fue el más potente y radical (29).
Destaca la labor política y teórica de John Stuart Mill (30), así como la de
las sufragistas británicas de principios del siglo XX y, en concreto, de
Emmeline Pankhurst y sus hijas Sylvia y Christabel, que en 1903, crearon, junto
a otras mujeres afiliadas al Partido Laborista Independiente, la Unión Social y
Política de las Mujeres y el periódico Votes for Women, que más tarde se
denominaría The Suffragette. El principal objetivo de dicha asociación era la
aprobación parlamentaria del voto femenino y, con ese fin, llevaron a cabo
diversas acciones para llamar la atención sobre sus propósitos dirigidas a la
opinión pública y al Gobierno.
Como ha señalado Amelia
Valcárcel, el sufragismo contribuyó a la creación de una política democrática
con dos aportaciones básicas: la invocación de la palabra “solidaridad” ligada
al ejercicio democrático y el ejercicio de unos métodos de lucha no violentos (31)
como expresión de la voluntad cívica de la ciudadanía (32) .
Pero también es cierto que dicho
movimiento se centró principalmente en las aspiraciones de las mujeres de clase
media, cuestión que propició desencuentros entre las sufragistas y otros
grupos, como las mujeres negras o las obreras, que reclamaron su lugar en el
nuevo escenario político y social abierto a las mujeres (33) . Ahora bien, en
Europa, la cuestión de la emancipación femenina en el siglo XIX estuvo ligada
al socialismo y tuvo mayor conexión con la clase trabajadora que en Estados
Unidos. Los socialistas utópicos fueron los primeros en abordar el tema de la
mujer (34) y ya a mediados del siglo XIX comenzó a imponerse el socialismo de
inspiración marxista, que ofrecía “una nueva explicación del origen de la
opresión de las mujeres y una nueva estrategia para su emancipación”.
Así, Friedrich Engels, sostuvo
que el origen de la sujeción de las mujeres no se basaba en causas biológicas,
sino en la aparición de la propiedad privada y en la exclusión femenina de la
esfera de producción social (35), idea que décadas más tarde matizó Simone de
Beauvoir al defender que es la sociedad la que discrimina a las mujeres, por el
significado que le otorga a las diferencias naturales entre los sexos. Pero sin
duda, el autor que consiguió mayor influencia y popularidad en el público
socialista favorable a la igualdad de la mujer fue August Bebel. Este autor, en
su obra Mujer y socialismo, defendió la igualdad de derechos y denunció la
ceguera socialista a la subordinación femenina. Consideraba que la
subordinación de las mujeres tenía características específicas que no podían
subsumirse en el marco de la explotación de los trabajadores y, por eso, la
lucha de las mujeres debía ser específica. Así, la cuestión de la mujer se
mostraba con más complejidades de las que los marxistas clásicos habían
señalado (36) .
En definitiva, el socialismo
marxista analizó críticamente la familia, la doble moral y la relación entre la
explotación económica y sexual de la mujer (37), pero no adoptó medidas
específicas para combatir la ideología patriarcal.
Gracias a las luchas del
Feminismo ilustrado y decimonónico, tras la Primera Guerra Mundial la mayoría
de los países occidentales reconocieron el derecho al voto de las mujeres (38).
Como consecuencia de este logro y de ciertas circunstancias políticas y
económicas, en el período de entreguerras el Feminismo decae (39) hasta que en
1949 se publica El Segundo Sexo (40), de Simone de Beauvoir, obra que
representará un papel fundamental en el desarrollo del feminismo de las décadas
siguientes (41) .
En opinión de Amelia Valcárcel,
El Segundo Sexo es un libro a destiempo, puesto que, por un lado, el sufragismo
parecía haber quedado desactivado tras el reconocimiento del derecho al voto
femenino y, por otro, adelanta los grandes temas del feminismo de la segunda
mitad del siglo XX e inicia un nuevo camino en la teoría feminista (42) .
Simone de Beauvoir, con el
propósito de construir una teoría explicativa de la subordinación de las
mujeres desde una investigación interdisciplinar, parte de la pregunta “¿Qué
significa ser mujer?” para defender que no se nace mujer, sino que se deviene
mujer; es decir, que la mujer es construida socialmente más que biológicamente,
y que la construcción de la sociedad y de los seres humanos es masculina y
excluye a la mujer. De este modo la mujer es el Otro, lo inesencial, frente al
hombre, el Mismo o lo esencial. La importancia de este análisis se muestra en
la repercusión que tuvo en la elaboración teórica posterior al configurar gran
parte de la reflexión desarrollada en las décadas siguientes a su publicación (43)
.
4. Los feminismos contemporáneos: nuevos retos y alternativas
Ya en los años sesenta surge la
siguiente ola del Feminismo (44) , que plantea nuevos temas de debate, nuevos
valores sociales y una nueva forma de autopercepción de las mujeres. Como
recuerda Ana de Miguel, “fueron años de intensa agitación política. Las
contradicciones de un sistema que tiene su legitimación en la universalidad de
sus principios pero que en realidad es sexista, racista, clasista e
imperialista, motivaron la formación de la llamada Nueva Izquierda y diversos
movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el estudiantil,
el pacifista y, claro está, el feminista. La característica distintiva de todos
ellos fue su marcado carácter contracultural: no estaban interesados en la
política reformista de los grandes partidos, sino en forjar nuevas formas de
vida (…) y, cómo no, al hombre nuevo”(45) .
En esos primeros años dos grandes
temas sirvieron de eje tanto para la reflexión teórica como para la
movilización feminista. El primero estuvo representado por el lema Lo personal
es político, que llamaba la atención sobre los problemas de las mujeres en el
ámbito privado; el segundo fue el análisis de las causas de la opresión, en el
que el concepto de Patriarcado desempeñaría un papel fundamental.
Hasta los años 80 aproximadamente
este gran impulso del Feminismo se canaliza en tres perspectivas que marcan
distintas visiones sobre la situación de las mujeres: el feminismo liberal, el
feminismo socialista y el feminismo radical (46). En las últimas décadas, además,
podemos identificar otras perspectivas feministas, como el feminismo cultural,
el feminismo de la diferencia o el feminismo postmodernista. Por eso, la
profesora María Leonor Suárez Llanos hace una clasificación de las propuestas
feministas diferenciando siete, agrupadas en dos categorías: por un lado, el
feminismo domesticado o de la igualdad y, por otro, el feminismo indómito o de
la diferencia. Mientras que el primero pretende extender las categorías de
análisis y definición masculinas a las mujeres, afirmando que mujeres y hombres
poseen el mismo estatus, el segundo reclama la quiebra del entramado
político-social, científico, ontológico y epistemológico del sistema patriarcal,
porque ese entramado supone la dominación de la perspectiva masculina sobre la
femenina (47) .
4.1. El feminismo de la igualdad
El feminismo de la igualdad
incluye el feminismo liberal, el socialista y el marxista, que se identifican
por su esfuerzo por ampliar el marco público de los derechos a las mujeres,
convencidos de que puede entenderse que existe un sexo indiferenciado y
universal. En palabras de Martine Fournier, para las igualitaristas, llamadas
también universalistas, todos los seres humanos son individuos iguales y las
diferencias que se observan en la sociedad son sólo la consecuencia de las
relaciones de dominación. De modo que toda afirmación de una especificidad
femenina tiene el riesgo de favorecer la jerarquización entre los sexos (48) .
El feminismo liberal (49), que
está en el origen mismo de la teoría feminista ilustrada (50), se caracteriza,
en palabras de Ana de Miguel, por “definir la situación de las mujeres como una
de desigualdad (y no de opresión o explotación) y por postular la reforma del
sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos”(51). Es decir, como señala
Elena Beltrán, las vindicaciones de las feministas liberales durante los años
sesenta y setenta eran muy similares a las del feminismo ilustrado y decimonónico;
así, se lucha por la igualdad y por la libertad y la autonomía moral de las
mujeres, como ya hicieron Mary Wollstonecraft, las sufragistas o John Stuart
Mill (52). La máxima representante del feminismo liberal es la Organización
Nacional para Mujeres (NOW), creada, entre otras, por Betty Friedan (53) en
1966.
La escritora norteamericana, en
su obra más conocida La mística de la feminidad, publicada en 1963, analiza la
realidad femenina y describe el problema que no tiene nombre, que es la
profunda insatisfacción de las mujeres estadounidenses con sus vidas, ya que la
mística de la feminidad representa a las mujeres como esposas y madres
cercenando así toda posibilidad de realización personal (54) . La mística de la
feminidad fue un libro muy influyente y, en muchos aspectos continua vigente,
pero cabe hacerle varias críticas, entre las que destacan la atribución de los
efectos del sistema de dominación patriarcal al capitalismo, el individualismo
que late en todas sus páginas y la creencia de que es suficiente lograr la
igualdad de oportunidades mediante la ley para solucionar los problemas de
identidad femenina y la desigualdad. Consciente de esos fallos, en 1981, Betty
Friedan escribe La Segunda Fase, obra en la que profundiza en los nuevos
problemas de las mujeres que, a pesar de que ya pueden acceder a puestos de
trabajo público, no han logrado aún una verdadera igualdad. Así, su análisis se
centra en “la doble jornada y la imagen de mujer que le corresponde: la
superwoman” y defiende una revolución en la esfera doméstica y un cambio
radical en todas las instituciones públicas (55) .
De modo que el feminismo de Betty
Friedan evolucionó de las tesis formalistas estrictamente liberales hacia unas
ideas más cercanas a la socialdemocracia, aunque manteniendo el individualismo
como la noción central de su teoría. En ese sentido, cabe destacar que Zillah
Eisenstein (56) defendió en 1981 que el feminismo liberal se vería obligado a
abandonar los postulados liberales más duros para aproximarse al feminismo radical
de raíz socialista a fin de lograr sus objetivos, como de hecho ha sucedido (57)
.
En definitiva, las ideas
adelantadas por Betty Friedan y, en concreto, la exclusión de la esfera
pública, así como la injusta discriminación (tanto legal como de otros tipos) a
la que están sujetas las mujeres, que impide su autorrealización y la búsqueda
de su propio interés, se convierten en el foco de atención del feminismo
liberal en las siguientes décadas (58) .
Por otra parte, desde el
feminismo socialista y marxista se sostiene que la opresión de las mujeres se
debe a la confluencia de los sistemas patriarcal y capitalista (59), es decir,
como señala Ana de Miguel, se trata de conciliar teóricamente tanto el
feminismo (con gran influencia del radical, especialmente en el caso de las
feministas socialistas norteamericanas), como el socialismo y el marxismo, y se
defiende la complementariedad de su análisis (60). Es cierto que, aunque
marxismo y feminismo comparten la misma noción de la naturaleza humana como
“algo históricamente creado mediante la interrelación dialéctica entre la
biología, la sociedad humana y el entorno físico”(61), en el primero no
encontramos una teoría del patriarcado y precisamente en el análisis del
capitalismo y la mujer surge el más importante desencuentro entre ambos (62) .
En ese sentido, cabe destacar el
artículo publicado por Christine Delphy en 1970 en la revista Partisans titulado El enemigo principal. La autora francesa critica las
investigaciones marxistas sobre la opresión de las mujeres, puesto que o bien
son ignoradas o bien son tratadas en términos idealistas; investigaciones que,
además, no explican la causa de la sobreexplotación femenina en el sistema
capitalista, desconocen los análisis de la familia y no reconocen el trabajo
doméstico como verdadero trabajo. Por eso, afirma que hay que tener en cuenta
tanto la explotación patriarcal como la sexual para entender la relación entre
el patriarcado y el capitalismo y la subordinación femenina. Así aparece por
vez primera, en palabras de Asunción Oliva Portolés, la consideración de las
mujeres como clase social y el análisis del trabajo doméstico como trabajo
productivo (63) .
Ahora bien, como señala Cristina
Molina Petit, lo cierto es que el feminismo socialista contemporáneo ha encontrado
su desarrollo teórico más interesante en Estados Unidos, de la mano de teóricas
feministas como Iris Marion Young, Zillah Eisenstein, Sandra Harding o Heidi
Hartmann (64) .
Los primeros grupos de feministas
socialistas se forman a finales de la década de los sesenta con mujeres
provenientes de la Nueva Izquierda y de la organización feminista liberal NOW
y, como se ha destacado, estaban muy influenciados por el feminismo radical,
tanto en su concepción de las clases sexuales como en las prácticas de
concienciación feministas, y por la tradición utópica comunitarista (65) . Como
socialistas, no podían prescindir de los marcos teóricos del marxismo pero,
como feministas, eran conscientes de que la teoría marxista era ciega al sexo.
De ahí surge la conocida metáfora acuñada por Heidi Hartmann del “matrimonio
desgraciado entre marxismo y feminismo” y, por eso, se defiende que las mujeres
padecen una opresión específica por el hecho de serlo y que existe un sistema
de dominación masculino específico: el patriarcado, que es una estructura de
relaciones sociales de poder que tiene su base material en el capitalismo. Las
distintas posturas entre las feministas socialistas radicaban en la comprensión
de cómo se relacionan ambos sistemas de dominación (66) .
Actualmente, se incluyen nuevos
factores para explicar la subordinación femenina, como el género, la
globalización, la raza, la edad o el aspecto físico y, como señala Cristina
Molina Petit, pocas feministas socialistas compartirían hoy el optimismo utópico
o el fervor revolucionario defendido en las décadas de los sesenta, setenta y
ochenta. Sin embargo, podemos suscribir las palabras de Iris Marion Young
cuando afirma que el feminismo socialista no sólo ha enriquecido la teoría
feminista sino que ha constituido el desarrollo más profundo del marxismo. Como
recuerda la profesora española, “el feminismo pensado desde el socialismo
–aunque poco estudiado por los compañeros– ha entrado en el corpus teórico de
muchos pensadores progresistas, así como en las propuestas políticas del
socialismo desde las justas reivindicaciones de las mujeres. Poco a poco se va
entendiendo que sin la dimensión feminista, no puede hablarse hoy de
socialismo”(67) .
Pues bien, a estos feminismos
domesticados (tanto al liberal como al socialista – marxista) se le hacen
varias objeciones: en primer lugar, se critica que con esta estrategia que
defiende la igualdad las mujeres son asimiladas a los hombres. En otras
palabras, al intentar integrar a las mujeres en aquellas estructuras socio-políticas
que han sido creadas por los varones conforme a sus propias características y
necesidades, lo que se promueve es una masculinización de la mujer.
En segundo lugar, se objeta el
conservadurismo implícito en el feminismo de la igualdad, que no busca un
cambio institucional, político y social sino que los excluidos del marco
público puedan incorporarse, al menos formalmente. De modo que desde otras
teorías feministas, se exige que las teóricas adscritas al feminismo de la
igualdad reconozcan que las personas son masculinas y femeninas. A pesar de
esas críticas, lo cierto es que el feminismo liberal aportó elementos que,
aunque no han sido suficientes, eran necesarios, y sentaron las bases de
posteriores avances políticos y de discusiones teóricas que hoy siguen
vigentes. Así, destacan entre sus contribuciones, la acción afirmativa y los
desarrollos constitucionales, legislativos y jurisprudenciales en torno a la
igualdad (68) .
Por otra parte, el feminismo
socialista ha construido un complejo entramado teórico y muchos de los
conceptos y debates que han aportado, como “la doble explotación” o “el salario
del ama de casa”, continúan estando de plena actualidad (69) .
4.2. El feminismo de la diferencia
Frente a ese feminismo de la
igualdad, el feminismo indómito o de la diferencia, defiende, por un lado, que
la causa de la desigualdad real entre mujeres y hombres es la caracterización
patriarcal de la mujer y los esfuerzos feministas por igualar a mujeres y
hombres y, por otro, que las mujeres ni quieren ni pueden insertarse como
iguales en un mundo proyectado por los hombres. Como señala Martine Fournier,
las diferencialistas o esencialistas sostienen que existe una esencia
específicamente femenina que justifica las diferencias de trato entre los dos
sexos (70). Dentro del feminismo indómito se diferencia el feminismo radical,
el feminismo cultural, el feminismo de la diferencia de base psicológica y, por
último, el feminismo postmoderno.
Respecto a esta clasificación de
los feminismos de la diferencia realizada por María Leonor Suárez Llanos
debemos hacer dos matizaciones. Por un lado, algunas autoras como Silvina
Álvarez, no incluyen al feminismo radical entre los feminismos de la
diferencia, y mencionan sólo dos grandes tendencias: el feminismo cultural y el
postmoderno. En su opinión, ciertamente el feminismo radical ha sido la base de
muchos de los planteamientos posteriores desarrollados por el feminismo de la
diferencia, pero no hace hincapié en la diferencia, sino en las relaciones de
opresión entre los sexos (71). En cambio, otras autoras como Frances Olsen,
consideran que este feminismo indómito incluye los feminismos radical, cultural
y de la diferencia, pero no el feminismo postmodernista, que, sostiene,
conforma una estrategia separada y autónoma. En efecto, desde esta postura,
como veremos, se cuestionan las afirmaciones y conceptos asumidos tanto por los
feminismos de la igualdad, como por los de la diferencia e incluso se ha puesto
en duda que feminismo y postmodernismo sean corrientes de pensamiento
compatibles (72) .
En cualquier caso, el origen del
feminismo radical (73) lo hallamos en la década de los sesenta. Muchas mujeres
que formaban parte de los movimientos de emancipación (74) que surgieron en
esos años, se sintieron profundamente decepcionadas por el papel que
desempeñaban en su seno y decidieron organizarse autónomamente. Así, la primera
decisión política del feminismo radical fue la separación de los varones (75) y
la constitución del Movimiento de Liberación de la Mujer (76) .
En el plano teórico, debemos
mencionar dos obras fundamentales publicadas en 1970: Política Sexual, de Kate
Millet y La dialéctica de la sexualidad, de Sulamith Firestone, obras que
acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista posterior, como
patriarcado, género y casta sexual. Es importante señalar que esas dos autoras
norteamericanas no sólo destacan por su producción teórica, también tuvieron
una activa participación en los diversos movimientos de mujeres, algo muy
frecuente entre las feministas radicales (77). En ese sentido Kathleen Barry
escribe que “la teoría feminista radical es el producto de una comunidad de
feministas y surge de la interacción de teoría y praxis (…) Si bien hay
diferencias entre nuestras diversas perspectivas teóricas, hay una cosa en la
que todas estamos de acuerdo: el poder colectivo e individual del patriarcado
(…) es el fundamento de la subordinación de las mujeres”(78) .
En ese sentido, como señala Ana
de Miguel, a las feministas radicales les “corresponde el mérito de haber
revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que
estructuran la familia y la sexualidad”(79). En efecto, las radicales
resumieron en el eslogan Lo personal es político la identificación de esferas
de la vida hasta entonces consideradas privadas como centros de dominación
patriarcal y defendieron que todos los varones reciben beneficios económicos,
sexuales y psicológicos de ese sistema de opresión (80) . Así, denunciaban la
dominación sexual que permea toda la sociedad y evidenciaban que las mujeres
son oprimidas simplemente por el hecho de ser mujeres (81) . Por eso, la
característica más importante del feminismo radical, según María Luisa
Balaguer, consiste “en destacar sobre todo el aspecto biológico de la mujer y
en su alcance como factor de diferenciación del hombre”.
En consecuencia, centraron sus
esfuerzos en refutar la idea de que de la diferencia se desprenda la
inferioridad (82) y eso exige distinguir la desigualdad y el patriarcado,
porque “mientras la desigualdad biológica es un hecho, el patriarcado es una
realidad histórica que puede cambiar”(83). Precisamente por eso, Silvina
Álvarez considera que el feminismo radical continua con la tendencia
universalista que ha defendido el Feminismo desde las primeras reivindicaciones
ilustradas, ya que trata de superar la diferencia como desigualdad y reclama
para las mujeres unos derechos, una independencia económica y una libertad
sexual que son la expresión del reclamo de igualdad (84) .
Por último, cabe resaltar dos de
las aportaciones más relevantes del movimiento feminista radical: por un lado,
la organización en grupos de autoconciencia (85), con la idea de construir la
teoría feminista desde su experiencia personal y revalorizar las experiencias y
las voces de las mujeres y, por otro, el activismo de los grupos radicales (86).
Y en ese ámbito práctico destaca otra característica común de las feministas
radicales: la defensa del igualitarismo y el rechazo de la jerarquía entre las
propias mujeres (87) .
Lo cierto es que este feminismo
radical norteamericano fue evolucionando hacia una nueva forma denominada
feminismo cultural (88). Se pasó así de una concepción constructivista del
género a otra esencialista (89) .
Sin embargo, la diferencia más
relevante entre ambos es que mientras el feminismo radical, como el socialista
y el liberal, vindican la superación de los roles sexuales, el feminismo
cultural trata de afianzarse en la diferencia (90). De modo que como afirma Ana
de Miguel, este feminismo, que comenzó a manifestarse a mediados de los años
setenta y cobra fuerza en los primeros años de los ochenta con los debates y
manifestaciones del movimiento feminista en contra de la pornografía (91),
integra las distintas corrientes que consideran que la liberación femenina
vendrá de la mano del desarrollo y de la preservación de la contracultura
femenina y que, en consecuencia, exaltan lo femenino y denigran lo masculino.
Así, centran sus análisis en las
mujeres como grupo y en la construcción de su identidad cultural, resaltando el
valor de las características, los roles y las actitudes típicamente femeninas.
Por eso, gran parte de los trabajos de las feministas culturales se realizan
desde un enfoque psicológico. Entre ellos, destacan las investigaciones de Nancy
Chodorow y de Carol Gilligan. La primera, defiende que el sistema social que
determina el rol que las personas adoptan en función de su sexo, se ve
reforzado por mecanismos psicológicos y así, el papel de la madre como
reproductora y educadora refuerza y garantiza la continuidad de la estructura patriarcal.
Partiendo de esa idea, Carol Gilligan analiza los distintos modos de desarrollo
moral entre mujeres y hombres y sostiene que la ética masculina se basa en la
agresividad, la competitividad y el egoísmo, mientras que la femenina, que
denomina ética del cuidado, se funda en los afectos, la sensibilidad y el
altruismo. Esas ideas adelantadas por dichas autoras, junto a los estudios de
Sara Ruddick sobre el denominado pensamiento maternal (92), abrieron una nueva
línea de investigación y un intenso debate en torno a la denominada ética del
cuidado (93) .
Según Silvina Álvarez, la ética
del cuidado tal como la plantea Gilligan, no parece configurarse como una
predisposición natural o condicionada por la biología de la mujer, sino que las
mujeres habrían desarrollado un aprendizaje moral relacionado con la posición
que ocupan en el contexto social, cultural, económico y familiar. De modo que
la disposición para el cuidado, la responsabilidad y la solidaridad no deviene
de una naturaleza esencialmente femenina, sino que es aprendida socialmente (94)
.
Sin embargo, desde otras posturas
que también se incluyen en el feminismo cultural sí se plantea un esencialismo
biologista. Así, algunas feministas culturales, como Susan Brownmiller,
Germaine Greer, Andrea Dworkin o Mary Daly, sostienen ideas como que la
sexualidad masculina es agresiva e incluso potencialmente letal, frente a la
femenina que se orienta a las relaciones interpersonales; que las mujeres son
moralmente superiores a los hombres; que la opresión femenina tiene su causa en
la supresión de la esencia de las mujeres y, por eso, es necesario acentuar las
diferencias entre los sexos y adoptar el lesbianismo como alternativa, ya que
la heterosexualidad es condenada por su connivencia con el mundo masculino (95).
En mi opinión, estas ideas no sólo reflejan un determinismo biológico, sino que
además, caen en los mismos errores que el pensamiento tradicional dominante;
errores que, desde sus orígenes, el movimiento feminista ha tratado de
evidenciar porque han sido considerados la base ideológica del sistema
patriarcal. Así, defender que existe una esencia femenina y otra masculina, que
las mujeres son naturaleza y los hombres cultura o que las mujeres son moralmente
superiores a los hombres, es propio del pensamiento dicotómico, sexualizado y
jerarquizado que, durante tanto tiempo, las feministas han tratado de
deconstruir. Es más, creo que este tipo de afirmaciones despiertan un gran
rechazo frente al Feminismo y frenan los avances del movimiento de las mujeres,
imposibilitando así la consecución de su objetivo final, es decir, la igualdad
de todos los seres humanos (96) .
El éxito de este movimiento se
explica gracias a la promesa de unificar a todas las mujeres por medio de la
acentuación de sus semejanzas, que permite evitar la excesiva fragmentación del
Feminismo y combatir la reacción conservadora que se produjo en los años
ochenta, aunque eso suponga infravalorar las diferencias entre las mujeres y
subrayar las diferencias con los hombres (97) .
En Europa, también surgen varios
feminismos autoproclamados defensores de la diferencia sexual. En concreto,
destacan los feminismos francés e italiano de la diferencia, que nacen en la
década de los setenta, en un momento de “resaca cultural e intelectual que
provocó la revuelta intelectual y estudiantil del mayo del 68 en París”(98) .
Por un lado, el feminismo francés
de la diferencia (99) se fundamenta, en palabras de Luisa Posada, en la crítica
feroz al feminismo igualitario. Sostiene que la dualidad de géneros no puede
ser defendida ni eliminada ya que no es un orden biológico ni cultural, sino
que es entendido en un sentido existencial u ontológico (100). Así, parte de la
constatación de la mujer como lo absolutamente otro (101) y propone la
exploración del inconsciente como medio privilegiado de reconstrucción de la
identidad femenina.
Por otro, el feminismo italiano
de la diferencia (102), muy influido por las tesis francesas sobre la necesidad
de crear una identidad propia y por la experiencia de los grupos de
autoconciencia norteamericanos, sostiene que las leyes nunca son neutrales y
que a través del sistema jurídico no es posible solucionar la situación de las
mujeres. Estas feministas “plantean que de nada sirve que las leyes den valor a
las mujeres si éstas de hecho no lo tienen. A cambio parecen proponer
trasladarse al plano simbólico y que sea en ese plano donde se produzca la
efectiva liberación de la mujer, del deseo femenino”. Se vuelcan, por tanto, en
la autoestima femenina (103). Ya en el Manifiesto Programático del grupo de
Desmitificación del Autoritarismo Patriarcal, DEMAU, se declara que “las
mujeres no son un problema social, sino que más bien éstas han de plantearse el
problema que la sociedad les crea” y añade que “la que se da entre el hombre y
la mujer es la diferencia básica de la humanidad”. En definitiva, consideran
que la igualdad es un simple concepto jurídico, mientras que la diferencia es
un principio existencial y, por tanto, defienden implementar lo femenino a
través del affidamento, es decir, el reconocimiento de las mujeres entre sí y
la comunicación de unas a otras de la capacidad de determinar por sí mismas sus
vidas y de dar más relevancia a los contextos femeninos (104) .
Esos feminismos de la diferencia,
han sido criticados desde otras posiciones feministas, principalmente por el
“abuso de la noción de la diferencia y de la identidad femeninas que, en
realidad, van en contra de los propios intereses feministas”(105) .
Cabe destacar también que en
estos años han ido surgiendo otras aproximaciones dentro del feminismo de la
diferencia que han tratado de superar la crítica del esencialismo en el sentido
de que “hablar de las mujeres como grupo, como conjunto con características e inquietudes
semejantes, no responde a la compleja y plural realidad de las distintas
mujeres. Así, cabe destacar la reformulación del concepto de género para
hacerlo más inclusivo que proponen autoras como Iris Marion Young, Susan Moller
Okin o Zillah Eisenstein, así como el feminismo lesbiano o el feminismo negro (106)
.
Por último, debemos hacer
referencia al feminismo postmoderno, que “representa una radicalización de la
idea de diferencia, es decir, el rechazo de la diferencia como categoría
general capaz de involucrar a las mujeres frente a los varones”. Desde ese
pensamiento se plantea la deconstrucción de las nociones generalizadoras y de
la universalidad, incluida la definición de mujer como sujeto único (107) .
En consecuencia, lo primero que
cabe plantearse es si es posible una alianza entre el feminismo y la
postmodernidad. Como señala Seyla Benhabib, ambos han surgido como dos
corrientes capitales de nuestro tiempo y han descubierto sus afinidades en la
lucha contra los grandes relatos de la Ilustración y de la Modernidad (108).
Sin embargo, ciertos rasgos de la postmodernidad nos llevan a preguntarnos si
dicha alianza es posible. Según Silvina Álvarez, “la característica
sobresaliente de la postmodernidad como propuesta filosófica puede resumirse en
la oposición a la modernidad entendida fundamentalmente como pensamiento
racionalista ilustrado”(109) .
En efecto, como explica Silvina
Álvarez, desde el pensamiento postmoderno se cuestiona todo proyecto filosófico
que utilice un método formal racional y que pretenda que los resultados
obtenidos a través de dicho método ostenten un valor universal. La alternativa
que proponen es una forma de conocimiento no ligada a un método que se base en
reglas pretendidamente universales. Así, para comprender la filosofía, o la
historia, habría que dar paso a una pluralidad de narrativas metodológicamente
autosuficientes, con un lenguaje y un universo propios y, además, sin caer en
el esencialismo, puesto que el postmodernismo, como ya se ha señalado, es
crítico con cualquier concepción del sujeto basada en características
generales. En definitiva, se trata de liberar el conocimiento de las ataduras
impuestas por la Ilustración (110).
Más específicamente, Jane Flax
caracteriza el postmodernismo como la adhesión a las tesis de la muerte del
Hombre, de la Historia y de la Metafísica (111), ideas que pueden versionarse
desde una perspectiva feminista. Así, explica Seyla Benhabib, la muerte del
hombre cabe entenderla como la desmitificación del sujeto masculino desde el cuestionamiento
del supuestamente neutro y universal sujeto de la razón; la muerte de la
historia como la generalización de la narración histórica, entendiendo que la
historia ha sido contada desde un punto de vista masculino que ha ignorado la
heterogeneidad de los seres humanos; y, por último, la muerte de la metafísica
encuentra su contrapartida feminista en el escepticismo feminista hacia las
pretensiones de la Razón Transcendental, ya que ha desconocido las relaciones
de género y las diferencias entre las personas (112) .
Sin embargo, y a pesar de esa
afinidad, dichas tesis pueden ser interpretadas de forma que cuestionen los
ideales emancipatorios del Feminismo. Así, en una versión fuerte de esas ideas,
desaparecen los conceptos de autonomía e identidad, los grandes relatos e
incluso la propia filosofía pierde su sentido al ser entendida como un
metarrelato (113). De modo que esa versión postmodernista puede “socavar el
compromiso feminista con la acción de las mujeres y el sentido de autonomía,
con la reapropiación de la historia de las mujeres en nombre de un futuro
emancipado, y con el ejercicio de la crítica social radical que descubre el
género en toda su infinita variedad y monótona semejanza” y, en palabras de
Seyla Benhabib, eso produce una renuncia a la utopía en el feminismo, ante el
temor a formular una teoría esencialista.
En definitiva, el postmodernismo,
desde ese punto de vista, no sólo sería incompatible con el feminismo sino que,
además, limitaría la posibilidad misma de articulación teórica de las
aspiraciones emancipatorias de las mujeres (114) .
No obstante, caben otras
interpretaciones del postmodernismo desde un punto de vista feminista. En ese
sentido, Jane Parpart escribe que el Feminismo ha respondido a las ideas
postmodernas de diversas maneras y añade que las mayores resistencias provienen
de las feministas liberales y marxistas. En cuanto a las primeras, afirma que
“la posibilidad de que modernización y progreso sean metas inalcanzables en un
mundo postmoderno rara vez ha sido tomada en cuenta, mucho menos articulada,
por los liberales que laboran dentro de estas estructuras”. Desde el feminismo
marxista, también se han rechazado las ideas postmodernas, al considerar que
conllevan la fragmentación de los conceptos de sexo, raza y clase y la negación
de las teorías sobre el patriarcado, el racismo y el capitalismo. Asimismo, se
ha criticado que el postmodernismo amenaza la agenda transformativa del
feminismo y que, en muchos casos, esconde un profundo sexismo, al ignorar las aportaciones
feministas (115) .
Ahora bien, algunas feministas
defienden que el postmodernismo puede contribuir a la teoría y a la acción
feministas si se desarrolla una perspectiva feminista postmoderna y se evita la
incorporación acrítica del pensamiento postmoderno al feminista. Ciertamente,
algunos conceptos propuestos por el postmodernismo pueden ser muy útiles en la
lucha por la emancipación de las mujeres. Así, el énfasis postmodernista en la
diferencia ha permitido reconocer las diferencias entre las propias mujeres, ha
alertado sobre la necesidad de que se incorporen la raza y la cultura, junto al
sexo y a la clase, como elementos del análisis feminista y ha creado un espacio
en el que las voces de todas las mujeres puedan ser escuchadas (116) .
Por otra parte algunas
feministas, como Nancy Fraser o Linda Nicholson, sostienen que el
postmodernismo ha permitido desarrollar nuevos paradigmas de crítica social que
no recurren a las bases filosóficas tradicionales y, por eso, tratan de crear
una alianza que combine una incredulidad postmodernista frente a las
metanarrativas con el poder crítico – social del feminismo (117) .
En definitiva, como señala María
Luisa Femenías, el postmodernismo es una corriente “aliada de la que hay que
precaverse”(118) .
Finalmente, como señala Ana de
Miguel, en los últimos años, el Feminismo ha vivido grandes transformaciones.
Las manifestaciones de fuerza y vitalidad de los feminismos de las décadas de
los sesenta y setenta han dado paso a nuevas formas de organización política
femenina, a una mayor visibilidad de las mujeres y a profundos debates entre
las feministas y con interlocutores externos. Junto a los grupos feministas de
base, el feminismo institucional (119) ha ido tomando fuerza progresivamente y
en las universidades han ido surgiendo centros de investigaciones feministas,
dando así al feminismo un estatus académico (120) .
5. Conclusiones
De lo escrito se deduce
claramente que el Feminismo, como movimiento político, teórico y social que
lucha por la emancipación de las mujeres, debe ser considerado como un fenómeno
poliédrico y, en esa característica reside, además, su fuerza.
Las feministas han tenido que
analizar las realidades de las distintas mujeres desde todas aquellas
perspectivas que favorecen la opresión femenina. Así, el estudio del Derecho,
la Filosofía, la Sociología, la Medicina o la Literatura y las actuaciones
prácticas dirigidas a la concienciación y a mejorar la vida de las mujeres son
la consecuencia lógica del sistema al que nos enfrentamos. Entendiendo que la
opresión de las mujeres deriva de la confluencia, específicamente para
nosotras, del sistema patriarcal y del sistema capitalista, subordinación en
ese sentido compartida con muchos hombres, sin esa multiplicidad de saberes
nuestra lucha sería incompleta y, en consecuencia, inefectiva.
Semejante pluralismo de enfoques
y planteamientos, de temas y de propuestas prácticas y teóricas no plantea
ningún problema en mi opinión, sino que muestra la salud del debate y es además
necesario para erradicar el sistema de opresión patriarcal. En ese sentido,
Elena Beltrán y Virginia Maquieira afirman que “uno de los factores clave en el
avance del conocimiento en estos años y en el aprendizaje de nuevas formas de
formular el saber reside en el carácter interdisciplinar de los estudios
feministas que ha propiciado un cuestionamiento a la crítica de la construcción
social del conocimiento en disciplinas estancas y ha posibilitado una
experiencia innovadora en el conocimiento de la complejidad de la vida social
(…) Este diálogo entre saberes ha sumado creatividad al proceso de renovación
de las distintas disciplinas que hoy se plasma en una ingente bibliografía
especializada que abarca una enorme variedad temática y de enfoques teóricos”(121)
.
Es cierto que, debido a dicha
heterogeneidad, desde algunas posturas se cuestiona la existencia del Feminismo
como un movimiento organizado y se considera que sólo es posible hablar de
corrientes de pensamiento que defienden los derechos de las mujeres, pero sin
conexión entre sí. En este sentido, Isabel de Torres Ramírez afirma que “esta
diversificación hace que hoy no se pueda hablar de feminismo, sino de
feminismos” y añade que en la actualidad nadie discute que “el Feminismo tiene
una historia, unas ideas y una praxis propias, pero que ninguna de las tres
–historia, ideas y práctica– pueden mostrarse como un todo unitario y
totalmente construido, sino como realidades que están en continuo debate,
plasmadas en manifestaciones diversas”(122) .
A pesar de las dificultades para
caracterizar las teorías y movimientos que lo engloban, creo que es posible
afirmar la existencia del movimiento feminista si tenemos en cuenta todos los
elementos y objetivos comunes que comparten los feminismos. En este sentido,
podemos afirmar que las propuestas feministas parten del análisis de la
situación de las mujeres en la sociedad y coinciden, por un lado, en la
denuncia de las relaciones de dominación del sexo masculino sobre el femenino
y, por otro, en la consideración de que esa organización social, que se
denomina patriarcado y que se basa en las diferencias de género, es el
resultado de un proceso histórico y social y no un hecho natural (123) .
En segundo lugar, todos los
feminismos comparten el fin último de erradicar el patriarcado y reivindicar la
igualdad entre mujeres y hombres. Es cierto que existen una gran cantidad de
propuestas diversas dirigidas a eliminar ese sistema de subordinación, como
también lo es que ni siquiera hay un consenso en la teoría feminista en cuanto
al concepto de igualdad. Sin embargo, ambos son objetivos comunes de todo el
movimiento feminista, aunque difieran las propuestas para alcanzarlos.
La profesora inglesa Jane
Freedman considera que esos dos rasgos son el “sustrato común” de todos los
feminismos, que “se ocupan de la situación de inferioridad que sufren las
mujeres en la sociedad y de la discriminación con que se encuentran por razón
de su sexo” y que “exigen cambios en el orden social, económico, político o
cultural para reducir y, finalmente, superar esta discriminación contra las
mujeres”. Ahora bien, más allá de esas dos afirmaciones generales, es cierto
que no podemos suponer que exista una unidad feminista y que esa suposición
podría tener como consecuencia negativa la marginación de algunos grupos de
mujeres (124) .
Dejando a un lado la cuestión del
esencialismo feminista, en mi opinión, los feminismos coinciden además en otro
factor muy relevante para la teoría feminista: el uso de nuevos métodos de
análisis para recuperar la memoria histórica femenina (125). La historia y las
voces de las mujeres han sido constantemente silenciadas (126), por eso uno de
los objetivos principales del Feminismo es el aumento de conciencia (127), un
proceso por el que las mujeres despiertan, a través del debate y la discusión
de su propia situación y de las desigualdades que perpetúa el sistema
patriarcal.
Este método se convierte así en
un instrumento esencial en la lucha por la igualdad, puesto que para que un
movimiento político y social pueda avanzar es necesario provocar la conciencia
de los oprimidos (128). Por otra parte, para que se produzca un cambio en esa
situación desigualitaria, las voces de las mujeres deben ser escuchadas en el
ámbito público, espacio que se les ha vetado históricamente a las mujeres.
Precisamente, tanto la “desilenciación femenina” como la inclusión de las
mujeres en la esfera reservada tradicionalmente a los hombres, han sido dos
aspectos vindicados continuamente por el Feminismo (129) .
En definitiva, resulta curioso,
cuanto menos, que se cuestione la existencia del Feminismo como movimiento
autónomo y organizado debido a esa heterogeneidad en las posturas, en los
estudios y en las propuestas tanto prácticas como teóricas. Ciertamente, casi
todas las disciplinas y corrientes de pensamiento engloban diversas posturas y
perspectivas, distintas soluciones a veces contradictorias y, por lo general,
no se discute que conformen un determinado corpus de estudio y acción.
A modo de ejemplo, si comparamos
el Feminismo con otro de los grandes movimientos sociales emancipatorios, el
socialismo, podemos constatar que ambos integran distintas aproximaciones
que,sin embargo, tienen en común determinados rasgos definitorios que permiten
considerarlos parte de un movimiento con identidad propia. Así, ambos parten
del análisis de la situación de un determinado grupo oprimido (las mujeres en
el caso de las feministas, los trabajadores en el caso de los socialistas) y
coinciden, por una parte, en la afirmación de que dicha subordinación es consecuencia
de un sistema de opresión que, ya sea el patriarcado ya sea el capitalismo, es
un producto social y no un hecho natural inmutable y, por otra, en el objetivo
final de erradicarlo para lograr la emancipación y la igualdad del grupo
vulnerado respecto del grupo opresor. Con ese fin, tanto el Feminismo como el
socialismo proponen nuevos métodos, entre los que destaca el aumento de
conciencia.
Pues bien, cabe preguntarse
porqué surgen esas dudas exclusivamente respecto del movimiento feminista. Y
creo que la respuesta es obvia. Las mujeres han sido históricamente bien
ignoradas y silenciadas, bien desvaloradas y despreciadas y, en consecuencia,
el Feminismo, así como sus análisis y propuestas, ha sido puesto en cuestión
desde su mismo surgimiento.
Incluso en la actualidad, y a
pesar de los avances sociales que ha promovido el movimiento de mujeres que
luchan por la emancipación femenina, las feministas despiertan sorprendentes
sentimientos de aversión o, simplemente, no son tenidas en cuenta (130). Precisamente
por eso, desde un proceso de toma de conciencia, hoy en día es importante
resaltar que las voces de las mujeres, tantas veces veladas a lo largo de la
historia, deben ser no sólo oídas, sino también acogidas en los sistemas que
nos gobiernan.
Evidentemente, no es tarea fácil.
El Feminismo se ha enfrentado desde sus orígenes al discurso y al poder
dominante, tratando, a partir de finales del siglo XVIII, a lo largo de todo el
siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, de incluir a las mujeres en
los principios universalistas ilustrados, de protegernos con los derechos
humanos del mismo modo en que lo hacían los hombres; en definitiva, vindicando
la igualdad de todos los seres humanos. Sin embargo, el reconocimiento de la
igualdad formal y de la titularidad de los derechos humanos no ha sido
suficiente para terminar con la situación de subordinación que sufren las
mujeres y, por ello, a partir de los años sesenta, cobra fuerza una nueva
estrategia feminista, que ya no reclama únicamente la igualdad formal, porque
como nos ha mostrado el paso del tiempo, esa igualdad supone en muchos casos
una asimilación al patrón masculino. Un feminismo que, lucha por la aceptación
y la valoración de las características femeninas y por transformar un sistema que
favorece nuestra condición de seres vulnerados.
Podría pensarse que hoy en día,
en los países en los que las vindicaciones feministas, o al menos algunas de
ellas, han sido integradas en los ordenamientos jurídicos y en el discurso
político, las mujeres están en pie de igualdad respecto a los hombres. Y
probablemente desde el punto de vista de la igualdad formal lo estén, pero como
ha demostrado la teoría feminista eso no basta para eliminar el patriarcado.
Y ante el reto de superar esa
idea de igualdad que nos encorseta en patrones masculinos y alcanzar una
respuesta adecuada a cómo regular las diferencias, el Feminismo cobra fuerza y
en los últimos años está produciendo una ingente cantidad de libros y análisis
desde posturas bien diversas. Sin duda, es un objetivo complicado puesto que
las feministas tienen que luchar por la supresión de aquellas diferencias que
producen desigualdades y que limitan la vida de las mujeres pero, al mismo
tiempo, deben favorecer el reconocimiento y la revalorización de las
diferencias propias de las identidades que derivan de la experiencia personal y
de los valores femeninos.
Esos distintos feminismos que
están surgiendo y evolucionando constantemente en las últimas décadas, como
hemos analizado, pueden ser clasificados en dos o tres grandes tendencias,
dependiendo del punto de vista que se adopte. Todos comparten la idea de que
las mujeres son oprimidas principalmente por el sistema patriarcal, así como el
objetivo final de lograr su liberación y la igualdad de todas las personas,
independientemente de su sexo, su clase, su raza o su orientación sexual.
Además, consideran fundamental conocer la historia, la situación y las
características de las mujeres por lo que la experiencia femenina es el punto
de partida de sus reflexiones.
Más allá de esos aspectos
comunes, como se ha mostrado en estas páginas, encontramos diferentes análisis,
críticas y propuestas, que han enriquecido y permitido una gran profundidad en
las reflexiones feministas. Ciertamente, las teorías feministas en los últimos
años han aportado elementos de gran importancia y, al mismo tiempo, han caído
en errores que han sido evidenciados, entre otros, por las propias feministas.
Así, el feminismo de la igualdad,
la primera postura en el tiempo y, por eso, la que ha producido más textos y ha
logrado más avances, ha promovido progresos sociales, políticos y jurídicos
fundamentales. Con la defensa de la igualdad entre los sexos y de la ampliación
del marco jurídico a las mujeres bajo el convencimiento de que las diferencias
derivan de construcciones sociales que se pueden y se deben revertir a través
de la educación y de los sistemas político y jurídico, han conseguido que en la
mayoría de los países occidentales las mujeres gocen de una igualdad no sólo
formal o ante la ley, sino también una igualdad de oportunidades a través,
básicamente, de las medidas de acción positiva.
Ahora bien, esa propuesta ha
propiciado la asimilación de las mujeres a los hombres que, para participar en
el sistema existente, han debido asumir los roles y los modelos de
comportamiento masculinos y, en muchos casos, conjugarlos con las tareas que
tradicionalmente han sido consideradas femeninas, como el cuidado de la familia
o las tareas del hogar.
Precisamente por ello, desde el
feminismo de la diferencia, se han buscado nuevos factores para explicar la
subordinación femenina y se han tratado de revalorizar los rasgos femeninos.
Así, se ha puesto en cuestión que el modelo dominante, es decir, el masculino,
sea el más adecuado para convivir y relacionarse en la sociedad y se ha
demostrado que ese paradigma se perpetúa a partir de las relaciones de poder;
se ha evidenciado que los problemas de las mujeres deben ser considerados
públicos y que desde el Derecho se pueden y se deben eliminar las injusticias
que se producen en el ámbito privado y, por último, se han aportado muchas
construcciones teóricas que han sido básicas para la evolución de la teoría
feminista y para lograr la emancipación de las mujeres. Cabe reprocharle,
fundamentalmente, el esencialismo que se refleja en todas las corrientes de
pensamiento que integran esta postura. Por otra parte, creo que sería
importante que las feministas de la diferencia se centraran en formular
propuestas concretas para erradicar ese sistema de dominación que es el
Patriarcado y dejaran a un lado el análisis de las causas de opresión de las
mujeres.
Por último, y aunque la profesora
María Leonor Suárez Llanos lo incluye entre las estrategias diferencialistas,
creo que el feminismo postmodernista es una tendencia diversa y diferenciable
de las dos anteriores, cuya principal aportación ha sido el énfasis en las
diferencias, incluso entre las propias mujeres; un énfasis que ha permitido
poner de relieve y superar el esencialismo feminista. El postmodernismo
fundamentalmente ha servido para criticar y, en consecuencia, mejorar
determinados aspectos defendidos desde las dos primeras posturas. Sin embargo,
debido a su rechazo a las categorizaciones y a las grandes teorías, parece
difícil que pueda proponer soluciones globales a los problemas de las mujeres.
Como se observa, en las tres
posturas mencionadas se asume el sistema patriarcal y la construcción social de
los géneros como causa principal de la situación de subordinación femenina. En
consecuencia, el debate entre la igualdad y la diferencia de mujeres y hombres
recorre y define las tres, convirtiéndose así en una cuestión central.
En definitiva, es obvio que la
lucha por la igualdad de los sexos y por la emancipación de las mujeres es aún
una tarea pendiente y que se requieren nuevas estrategias, métodos y propuestas
que, a largo plazo, transformen radicalmente las relaciones sociales y los
sistemas que regulan la convivencia. En ese sentido, quizá el reto más grande
que tiene que enfrentar el Feminismo es una verdadera y plena concienciación de
la ciudadanía, que favorezca que tanto mujeres como hombres comprendan y
defiendan que la sociedad será más justa e infinitamente mejor, si todos y cada
uno de los seres humanos pueden gozar de la misma autonomía y libertad para
realizar sus planes de vida.
* Fecha de recepción: 30 de
noviembre de 2008. Fecha de aceptación: 8 de enero de 2008.
** Doctoranda en el programa de
Estudios Avanzados en Derechos Humanos de la Universidad Carlos III de Madrid e
integrante del Grupo de Estudios Feministas del Instituto de Derechos Humanos
“Bartolomé de las Casas”. samaraparis@gmail.com
NOTAS :
1 Feminismo es un término
relativamente moderno, que aparece décadas después de que las mujeres
comenzaran a denunciar su situación de opresión y a vindicar la igualdad entre
los sexos. Como señala Jane Freedman, “ya existía lo que hoy llamaríamos un
pensamiento y una actividad feminista mucho antes de que el término en sí se
utilizara” (FREEDMAN, Jane: Feminismo. ¿Unidad o conflicto?, Traducción de José
López Ballester, Narcea, Colección Mujeres, 2004, Madrid, p. 16). Lo cierto, es
que se discute el lugar y el momento de su aparición. Parece que fue utilizado
por primera vez en 1880 por la francesa Hubertine Auclert, defensora de los
derechos políticos de las mujeres y fundadora de la primera sociedad sufragista
en Francia y del periódico La Citoyenne. Fue detenida por la policía acusada de
locura o histerismo, “una enfermedad que le lleva a pensar que es igual que los
hombres”, según el informe policial. FOURNIER, Martine: “Combats et débats”, en
Sciences Humaines, Spécial nº 4: “Femmes”, Novembre-Décembre 2005, p. 7.
2 En ese sentido, Martine
Fournier considera que “la emancipación de las mujeres y su empoderamiento en
la vida pública constituyen uno de los cambios sociales más relevantes de la
modernidad”. Ibíd., p. 6.
3 FACIO, Alda y FRIES, Lorena:
“Feminismo, género y patriarcado”, en LORENA, Fries y FACIO, Alda (Eds.):
Género y Derecho, LOM Ediciones, La Morada, Santiago de Chile, 1999, p. 25.
4 La jurista Alda Facio denomina
“Feminismo con “F” mayúscula” al conjunto de feminismos. En este trabajo, se
utilizará el término Feminismo, así como movimiento feminista, en ese mismo sentido.
FACIO, Alda: “Hacia otra Teoría Crítica del Derecho”, en FRIES, Lorena y FACIO,
Alda (Comp.): Género y Derecho, op. cit, p. 202.
5 De forma similar, la jurista
costarricense define el movimiento feminista como “el conjunto de los
movimientos y grupos sociales que desde distintas corrientes del feminismo
luchan por el fin del patriarcado” (Ibíd., p. 201). Para el profesor
estadounidense Owen M. Fiss es “el conjunto de creencias e ideas que pertenecen
al amplio movimiento social y político que busca alcanzar una mayor igualdad
para las mujeres” (FISS, Owen M.: “¿Qué es el feminismo?”, Doxa, número 14,
1993, p. 1). Y en palabras de Carme Castells es “lo relativo a todas aquellas
personas y grupos, reflexiones y actuaciones orientadas a acabar con la subordinación,
desigualdad y opresión de las mujeres y lograr, por tanto, su emancipación y la
construcción de una sociedad en la que no tengan cabida las discriminaciones
por razón de sexo y género” (CASTELLS, Carme (Comp.): Perspectivas feministas
en teoría política, Paidós,Barcelona, 1996, p. 10).
6 La afirmación de que el
Feminismo tiene su origen en el Siglo de las Luces, no implica que antes de ese
período no se plantearan discursos a favor de la igualdad entre los sexos. En
este sentido, Celia Amorós distingue entre dos tipos de discursos sobre las
mujeres: por un lado, el memorial de agravios, que son relatos que recogen las
protestas de mujeres ante su situación pero que no cuestionan las relaciones de
poder entre mujeres y hombres y, por otra parte, el discurso de la vindicación,
que es el que da lugar, en palabras de Cristina Sánchez, “a la construcción de
un ideal programático emancipatorio”. En el memorial de agravios podemos
incluir, a modo de ejemplo, la obra de la italiana Christine de Pizan (1364 -
1430) La ciudad de las damas, en la que la autora crea una ciudad utópica donde
las mujeres agraviadas tienen la autoridad, o la conocida poesía de la
humanista mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651 - 1695) que comienza
diciendo: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que
sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”. En cuanto al discurso de la
vindicación ilustrado, debemos destacar como precursor al filósofo francés
Polain de la Barre, que publica De l´egalité des deux sexes y La educación de
las damas en 1673 y 1674 respectivamente, libros en los que critica la
desigualdad entre mujeres y hombres y propone la educación de las mujeres como
remedio a la desigualdad y como parte del camino hacia el progreso (SÁNCHEZ
MUÑOZ, Cristina: “Genealogía de la vindicación” en BELTRÁN, Elena y MAQUIEIRA,
Virginia (Eds.): Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Alianza
Editorial, Madrid, 2005, p. 17 y 18; Vid., AMORÓS, Celia: Tiempo de feminismo,
Cátedra, Feminismos, Madrid, 1997). También la profesora Ana de Miguel afirma
que “el feminismo ha existido siempre” y distingue tres grandes bloques desde
una perspectiva histórica: el feminismo premoderno, el moderno y el
contemporáneo. El feminismo premoderno se remonta a nuestro pasado clásico y
cita a la Ilustración Sofística, que produjo el pensamiento de la igualdad
entre los sexos, posteriormente afirma que durante el Renacimiento se abrió un
debate sobre la naturaleza y los deberes de los sexos y surgió, además, el
discurso de la excelencia que elogiaba la superioridad de las mujeres; por
último cita a las salonnières de la Francia del siglo XVII (DE MIGUEL, Ana:
“Los Feminismos”, en AMORÓS, Celia (Directora): Diez palabras clave sobre la
mujer, Editorial Verbo Divino, 2000, p. 2 a 5).
7 Ibíd., p. 6.
8 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 17.
9 Con la Ilustración consecuente
nos referimos a las propuestas filosóficas que intentan poner en práctica los
ideales igualitaristas ilustrados, extendiendo sus principios a todos los seres
humanos. Destacan entre tales propuestas las de Mary Wollstonecraft o las de
Condorcet. Ibíd., p. 25.
10 Con ese fin, se crean en Paris
en el Siglo XVII los primeros salones literarios y políticos, lugares
intermedios entre la esfera pública y la doméstica, donde se reunían las
salonnières para hablar libremente tanto de sus conocimientos filosóficos y
científicos como de su sexualidad, en lo que hoy podríamos denominar un proceso
de toma de conciencia con el fin de terminar con la opresión femenina. Ibíd.,
p. 25 y 26.
11 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 6.
12 Desde el Feminismo teórico,
con el fin de clasificar los movimientos feministas que han ido surgiendo
históricamente, se ha hecho referencia a “olas” feministas. La primera ola,
correspondería a los movimientos de finales del siglo XIX y principios del XX,
que tenían como objetivo principal lograr la igualdad de derechos para las
mujeres, especialmente el derecho de sufragio. La segunda ola se refiere al
resurgimiento del feminismo a partir de los años 60. Respecto a esta
clasificación podemos realizar dos apuntes. Por una parte, no todas las
teóricas feministas comparten esa propuesta. Así, según la filósofa española
Amelia Valcárcel, entre otras, la primera ola surge con el feminismo ilustrado
y no con el sufragismo, como defiende mayoritariamente la bibliografía
anglosajona y algunas feministas españolas como Carme Castells (BELTRÁN, Elena
y MAQUIEIRA, Virginia: “Introducción”, en BELTRÁN, Elena y MAQUIEIRA, Virginia
(Eds.): Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, op. cit., p. 12; CASTELLS,
Carme: Perspectivas feministas en teoría política, op. cit., p. 10). Por otra,
como señala Jane Freedman, esa clasificación es útil como resumen histórico,
pero puede provocar ciertos equívocos. Así, podría parecer que no ha existido
actividad feminista fuera de esas dos olas y, por otra parte, puede enmascarar
la diversidad que caracteriza al Feminismo (FREEDMAN, Jane: Feminismo. ¿Unidad
o conflicto, op. cit., p. 18 y 19).
13 Para hacer referencia al
concepto de derechos humanos, en este trabajo utilizo como sinónimos otras
expresiones como derechos fundamentales, derechos del hombre o derechos del
ciudadano. Sin embargo, cabe matizar, siguiendo al profesor Gregorio Peces –
Barba, que todos esos términos “tienen connotaciones culturales y explicaciones
derivadas de un contexto histórico, de unos intereses, de unas ideologías y de
unas posiciones científicas o filosóficas de fondo” y que, a pesar de que
derechos humanos es el término más común y usado tanto en la cultura jurídica
como en la política, no es el más adecuado. Propone como forma lingüística más
precisa y procedente, la expresión derechos fundamentales, que “puede
comprender tanto los presupuestos éticos como los componentes jurídicos,
significando la relevancia moral de una idea que compromete la dignidad humana
y sus objetivos de autonomía moral, y también la relevancia jurídica que
convierte a los derechos en norma básica material del Ordenamiento, y es instrumento
necesario para que el individuo desarrolle en la sociedad todas sus
potencialidades. Los derechos fundamentales expresan tanto una moralidad básica
como una juridicidad básica”. Para ésta y otras cuestiones relacionadas con la
teoría de los derechos fundamentales, vid., PECES – BARBA MARTÍNEZ, Gregorio;
DE ASÍS ROIG, Rafael; FERNÁNDEZ LIESA, Carlos R. Y LLAMAS CASCÓN, Ángel: Curso
de Derechos Fundamentales. Teoría General, Universidad Carlos III de Madrid,
Boletín Oficial del Estado, Madrid, 1999, p. 21 a 38.
14 En ese sentido Owen M. Fiss
afirma que en la actualidad “el movimiento de las mujeres constituye la
avanzada de la lucha por la igualdad”. FISS, Owen M.: “¿Qué es el feminismo?”,
op. cit., p. 4.
15 LOCHAK, Danièle: Les droits de
l´homme, Éditions La Découverte, Paris, 2005, p. 7.
16 BELTRÁN, Elena Y MAQUIEIRA,
Virginia: “Introducción”, op. cit., p. 12.
17 Respecto a esta obra, la
profesora Ana de Miguel considera que “uno de los momentos más lúcidos en la
paulatina toma de conciencia feminista de las mujeres está en La Declaración de
los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op.
cit., p. 7.
18 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 17, 31 y 32.
19 Efectivamente, durante la
Revolución Francesa, las mujeres comenzaron a escribir sus propios cahiers de
doléances y, en ellos, mostraron su clara conciencia de colectivo oprimido y
del carácter interestamental de su opresión. Asimismo, las mujeres parisinas
protagonizaron la marcha hacia Versalles para provocar el traslado del Rey Luis
XVI a Paris y formaron diversos clubes de mujeres en los que defendieron su
voluntad de participar en la vida política. Sin embargo, los jacobinos
prohibieron dichos clubes y la presencia de las mujeres en toda actividad
política y guillotinaron o enviaron al exilio a aquellas mujeres, como Olympe
de Gouges, que habían tenido un papel político relevante. DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 6, 7 y 8.
20 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 29.
21 Ibíd., p. 32.
22 En opinión de Amelia Valcárcel
y Celia Amorós, el sufragismo sería ya la segunda oleada feminista, frente a la
doctrina general anglosajona que considera este periodo la primera ola. Ver
nota al pie nº 13. BALAGUER, MARÍA LUISA: Mujer y Constitución. La construcción
jurídica del género, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Madrid,
Instituto de la Mujer, Colección Feminismos, 2005, p. 27 y 28.
23 Como señala Ana de Miguel, las
mujeres se organizaron en torno a la reivindicación del derecho al sufragio y,
de ahí, su denominación como sufragistas. Sin embargo, esa no fue su única
vindicación. “Las sufragistas luchaban por la igualdad en todos los terrenos
apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y
liberales. Sin embargo, y desde un punto de vista estratégico, consideraban que
una vez conseguido el voto y el acceso al parlamento podrían comenzar a cambiar
el resto de las leyes e instituciones”. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op.
cit., p. 9.
24 En ese sentido, Ana de Miguel
recuerda que “gran número de mujeres unieron sus fuerzas para combatir en la
lucha contra la esclavitud y, como señala Sheila Robotham, no sólo aprendieron
a organizarse sino a observar las similitudes de su situación con la de la
esclavitud”. Ibíd., p. 9.
25 Como recuerda Ana de Miguel,
la primera petición a favor del voto femenino en la Parlamento la presentó el
diputado John Stuart Mill en 1866 y, a partir de ese momento, las iniciativas
políticas para lograr el derecho de sufragio femenino fueron continuas. Ibíd.,
p. 10.
26 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 39 y 40.
27 Ibíd., p. 39 y 43 a 46.
28 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 8.
29 Ibíd., p. 10.
30 The Subjection of Woman, marca
otro hito teórico y fue un importante apoyo intelectual de las sufragistas
norteamericanas y europeas. Las tesis de John Stuart Mill suponen un desarrollo
fundamental de los principios de libertad y de la autonomía personal referidos
a la situación de las mujeres; son la aplicación consecuente de los principios
liberales que defiende en toda su obra. Entre esos principios destacan la
primacía moral de la persona frente a cualquier colectividad social, la
afirmación igualitarista, el universalismo y la creencia en la posibilidad de
mejora y progreso de las personas gracias a un sistema de igualdad de
oportunidades. Añade el principio utilitarista de alcanzar la mayor felicidad
para el mayor número y considera que la subordinación de las mujeres va en
contra de dichas ideas rectoras. Para Stuart Mill, el origen de esa
subordinación es la inferioridad física femenina; el problema es que esa
circunstancia se transforma en un reconocimiento social y jurídico de la ley
del más fuerte, que asegura una inferioridad moral y legal. Por todo lo
anterior propone varias reformas que van desde la igualdad en el matrimonio,
hasta la reivindicación de los derechos defendidos por los movimientos de
emancipación de las mujeres de la época (educación, trabajo y sufragio). En
definitiva, pensaba que la ausencia de obstáculos legales era suficiente para
la emancipación. SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina: “Genealogía de la vindicación”, op.
cit., p. 51 a 56.
31 En general, las sufragistas
adoptaban medidas de resistencia pacíficas, rechazaban las prácticas violentas
y radicales y defendían la lucha por el derecho al voto por medios legales,
pero es cierto que las llamadas suffragettes utilizaron tácticas que incluían
la violencia contra las propiedades y ocasionalmente contra las personas.
SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina: “Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 65.
32 Para profundizar, consultar el
artículo de Amelia Valcárcel “La memoria colectiva y los retos del feminismo”
en VALCÁRCEL, Amelia; RENAU, M. Dolors y ROMER, Rosalía: Los desafíos del
feminismo ante el siglo XXI, Colección Hypathia, 1, Sevilla, Instituto Andaluz
de la Mujer.
33 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Genealogía de la vindicación”, op. cit., p. 64 – 66.
34 Ana de Miguel destaca, por un
lado, la tesis de Fourier de que la situación de las mujeres es el indicador
clave del nivel de progreso y civilización de una sociedad, idea que fue
asumida literalmente por el socialismo posterior y por otro lado, la obra Unión
Obrera, escrita por Flora Tristán. En su opinión, la aportación más específica
del socialismo utópico fue la gran importancia que se le concedió a la
transformación de la institución familiar. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”,
op. cit., p. 11.
35 Ibíd., p. 12.
36 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina: “Genealogía
de la vindicación”, op. cit., p. 59.
37 En ese sentido destaca la obra
de Alexandra Kollontai, Ministra del primer Gobierno de Lenin. DE MIGUEL, Ana:
“Los Feminismos”, op. cit., p. 13.
38 En 1915 se reconoció el
derecho al voto para las mujeres en Dinamarca; en 1917 en Rusia y Austria; en
1918 en Luxemburgo e Irlanda y un año más tarde en Alemania y Suecia. Estados
Unidos aprobó el voto en 1920 y Gran Bretaña lo hizo en 1928. En España se
logró gracias a la lucha de Clara Campoamor en 1931, mientras que en Francia e
Italia tuvieron que esperar hasta 1945. Por último, Suiza lo incorporó en 1971.
39 BALAGUER, María Luisa: Mujer y
Constitución. La construcción jurídica del género, op. cit., p. 37; DE MIGUEL,
Ana: “Los Feminismos”, op. cit., p. 14.
40 Evidentemente, El Segundo Sexo
levantó una gran polémica: los comunistas franceses lo consideraron la obra de
una pequeño burguesa ajena a los problemas de las trabajadoras; la Iglesia
Católica lo puso en la lista negra; Albert Camus lo acusó de ridiculizar al
hombre francés y el Nobel de Literatura François Mauriac, le comentó a un
miembro de la junta directiva de Les Temps Modernes “ahora ya lo sé todo sobre
la vagina de tu jefa”. SASSOON, Donald: Cien años de Socialismo, Edhasa,
Barcelona, 2001, p. 472.
41 Hilaire Barnett afirma al
respecto que las ideas expresadas por Simone de Beauvoir son en la actualidad
la base de muchos de los análisis feministas y de las diferentes aproximaciones
a la cuestión del género y su significado. BARNETT, Hilaire: Introduction to Feminist Jurisprudence, Cavendish
Publishing Limited, London, 1998, p. 3 y 4.
42 En palabras de Ana de Miguel,
“Simone de Beauvoir constituye un brillante ejemplo de cómo la teoría feminista
supone una transformación revolucionaria de nuestra comprensión de la
realidad”. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op. cit., p. 15.
43 MUÑOZ, Cristina: “Genealogía
de la vindicación”, op. cit., p. 68 - 70.
44 Es decir, la segunda ola
feminista en opinión de teóricas anglosajonas, la tercera según algunas pensadoras
europeas, como Amelia Valcárcel o Celia Amorós. Vid., notas al pie nº 13 y 23.
45 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 16.
46 La clasificación de la teoría
feminista en tres grandes perspectivas (feminismo liberal, socialista y radical)
parte del trabajo de Alison Jaggar Feminist Politics and Human Nature, que en
1983 identificó y caracterizó cuatro tendencias (liberal, marxista, socialista
y radical). Algunas autoras como Carme Castells dejan de lado la distinción
entre feminismo socialista y feminismo marxista por considerarla poco clara.
CASTELLS, CARME (comp.): Perspectivas feministas en teoría política, op. cit.,
p. 21 y 22.
47 SUÁREZ LLANOS, María Leonor:
Teoría Feminista, Política y Derecho, Dykinson, 2002, p. 63 y ss.
48 FOURNIER, Martine: “Combats et débats”, op.
cit., p. 8.
49 Elena Beltrán matiza que
“nunca está del todo claro de qué estamos hablando cuando nos encontramos ante
el denominado feminismo liberal” ya que no es una teoría unificada con unos
rasgos definitorios claros. BELTRÁN, Elena: “Feminismo liberal” en BELTRÁN,
Elena Y MAQUIEIRA, Virginia (Eds.): Feminismos. Debates teóricos
contemporáneos, op. cit., p. 86.
50 BALAGUER, María Luisa: Mujer y
Constitución. La construcción jurídica del género, op. cit., p. 28.
51 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 15.
52 BELTRÁN, Elena: “Feminismo
liberal”, op. cit., p. 89.
53 Como recuerda Ángeles J.
Perona, “Betty Friedan es una figura central del nuevo feminismo norteamericano
que surge a mediados del siglo XX”. La profesora de la Universidad Complutense
de Madrid recuerda, por una parte, que Friedan no es una filósofa, aunque
adelanta temas que serán tratados por la filosofía feminista posterior, sino
que tiene formación de psicóloga social y esa es la perspectiva que adopta en
sus escritos. Por otra parte, destaca que su obra constituye un ejemplo
reconocido de feminismo liberal, “entendiendo por tal aquél que pone el énfasis
en la idea de que la subordinación de las mujeres hunde sus raíces en una serie
de restricciones legales y consuetudinarias que impiden la entrada y/o el éxito
de las mujeres en el espacio público”. J. PERONA, Ángeles: “El feminismo
liberal estadounidense de posguerra: Betty Friedan y la refundación del
feminismo liberal” en AMORÓS, Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista:
de la Ilustración a la Globalización, Minerva Ediciones, Madrid, 2005, Vol. II,
p. 15 a 17.
54 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 15.
55 J. PERONA, Ángeles: “El
feminismo liberal estadounidense de posguerra: Betty Friedan y la refundación
del feminismo liberal”, op. cit., p. 16 a 27.
56 Vid., EISENSTEIN, Zillah: The radical Future
of liberal Feminism, Long Man, Nueva York y Londres, 1981.
57 J. PERONA, Ángeles: “El
feminismo liberal estadounidense de posguerra: Betty Friedan y la refundación
del feminismo liberal”, op. cit., p. 17, 28 y 29.
58 La catedrática María Luisa
Balaguer señala que la diferencia entre el pensamiento liberal y el feminismo
liberal radica precisamente en la diversa comprensión de lo público y de lo
privado. “Para los liberales, lo privado no forma parte de la política. Ahora
bien, las mujeres han sido históricamente confinadas a lo privado. De ahí que
sea esencial para el feminismo integrarlo en la política, de cara a la superación
de la desigualdad”. Y añade que “en la medida en que el liberalismo ha puesto
de relieve la capacidad de universalizar el principio de individuación, ha
permitido al feminismo compartir muchos de los postulados liberales, pero a su
vez también ha sufrido las insuficiencias de esta teoría para resolver el
problema de la integración social de las mujeres”. BALAGUER, María Luisa: Mujer
y Constitución. La construcción jurídica del género, op. cit., p. 31 y 32.
59 Iris Marion Young denominó a
la unión teórica del patriarcado y del capitalismo las “teorías del doble
sistema”, que dan una explicación dual de la subordinación femenina. SÁNCHEZ
MUÑOZ, Cristina: “Feminismo socialista” en BELTRÁN, Elena Y MAQUIEIRA, Virginia
(Eds.): Feminismos. Perspectivas feministas en teoría política Debates teóricos
contemporáneos, op. cit., p. 120; CASTELLS, Carme (Comp.):, op. cit., p. 23.
60 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 21.
61 CASTELLS, Carme (Comp.):
Perspectivas feministas en teoría política, op. cit., p. 23.
62 BALAGUER, María Luisa: Mujer y
Constitución. La construcción jurídica del género, op. cit., p. 32 y 33.
63 OLIVA PORTOLÉS, Asunción: “La
teoría de las mujeres como clase social: Christine Delphy y Lidia Falcón”, en
AMORÓS, Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la Ilustración a la
Globalización, op. cit., p. 109 a 111.
64 En su opinión, debido a que en
Estados Unidos contaba con plataformas en el mundo universitario, a través de
los departamentos de Women´s Studies, y a las oportunidades y recursos en los
medios de difusión escritos, como las revistas New Left Review, Socialist
Review o Signs. Sin embargo, destaca que el feminismo socialista americano no
ha tenido el mismo poder de convocatoria que el feminismo liberal. De hecho, las
mismas teóricas socialistas se han autocriticado por no ser capaces de
agruparse en un movimiento de izquierdas similar al National Organization for
Women. MOLINA PETIT, Cristina: “El feminismo socialista estadounidense desde la
“Nueva Izquierda”. Las teorías del sistema dual (Capitalismo + Patriarcado)”,
en AMORÓS, Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la Ilustración a
la Globalización, op. cit., p. 149.
65 Ibíd., p. 151 y 152.
66 Ibíd., p. 160 a 162.
67 Ibíd., p. 184 y 185.
68 BELTRÁN, Elena: “Feminismo
liberal”, op. cit., p. 88.
69 SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina:
“Feminismo socialista”, op. cit., p. 124.
70 FOURNIER, Martine: “Combats et débats”, op.
cit., p. 8.
71 ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia
y teoría feminista”, en BELTRÁN, Elena Y MAQUIEIRA, Virginia (Eds.):
Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, op. cit., p. 244 y 245.
72 OLSEN, Frances: “El sexo del
Derecho”, en KAIRYS, DAVIS: The Politics of Law, Panteón, 1990, p. 8.
73 Se denomina feminismo radical
porque se propone buscar la raíz de la dominación. PULEO H., Alicia: “Lo
personal es político: el surgimiento del feminismo radical”, en AMORÓS, Celia Y
DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la Ilustración a la Globalización,
op. cit., p. 40.
74 Y, en concreto, del llamado
Movement, formado por la agrupación antirracista Students Nonviolent
Coordinating Comittee y por los Students for a Democratic Society. Ibíd., p.
39.
75 Esa separación provocó la
primera escisión dentro del feminismo radical, puesto que aunque todas
coincidían en que era necesaria, no estaban de acuerdo en cuanto a su
naturaleza y fin. De modo que el feminismo radical se dividió en dos grupos:
las políticas y las feministas. Para las políticas, que inicialmente fueron
mayoría, el Sistema era la causa de la opresión de las mujeres y, en
consecuencia, abogaban por la conexión y el compromiso con el Movimiento. En
definitiva, consideraban que el feminismo era un ala más de la izquierda. En
cambio, las feministas criticaban esa subordinación a la izquierda y defendían
que la opresión femenina derivaba de un sistema específico de dominación en el
que la mujer era definida en términos masculinos. Al final, el nombre de
feminismo radical pasó a designar sólo a las feministas. DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 17 y 18.
76 Como señala Ana de Miguel, de
nuevo, como ya sucedió con las sufragistas norteamericanas en la lucha contra
el abolicionismo, las mujeres tomaron conciencia de la especificidad de su
opresión a través del activismo político junto a los hombres. Ibíd., p. 17.
77 ÁLVAREZ, Silvina: “El
feminismo radical”, en BELTRÁN, Elena Y MAQUIEIRA, Virginia (Eds.): Feminismos.
Debates teóricos contemporáneos, op. cit., p. 105.
78 BARRY, Kathleen: “Teoría del
feminismo radical: política de la explotación sexual”, Traducción de Ramón del
Castillo, en AMORÓS, Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la
Ilustración a la Globalización, op. cit., p. 192.
79 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 17 a 19.
80 Ibíd., p. 19.
81 ÁLVAREZ, Silvina: “El
feminismo radical”, op. cit., p. 106.
82 Esa idea no es una novedad.
Mary Wollstonecraft o John Stuart Mill, por citar dos nombres, ya defendieron
en su momento que de las diferencias entre mujeres y hombres no debe derivarse
una desigualdad de trato y abogaron por equiparar la educación que reciben
ambos sexos con el fin de eliminar dichas desigualdades.
83 BALAGUER, María Luisa: Mujer y
Constitución. La construcción jurídica del género, op. cit., p. 41 y 42.
84 ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia
y teoría feminista”, op. cit., p. 243 y 244.
85 Con el nombre de consciousness
– raising, Sarachild definió el despertar de la conciencia de las mujeres sobre
su propia opresión para fomentar la reinterpretación política de la propia vida
y sentar las bases para su transformación. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”,
op. cit., p. 19.
86 Respecto al activismo, Ana de
Miguel destaca las multitudinarias manifestaciones, los actos de protesta, como
la quema de sujetadores para evidenciar el carácter de objeto y mercancía de la
mujer en el patriarcado y la creación de centros alternativos para las mujeres,
donde se reunían con el fin de estudiar, organizarse, conocer sus propios
cuerpos, aprender defensa personal… Ibíd., p. 20.
87 Ese igualitarismo, que
propició debates internos muy enriquecedores, fue una de las causas del declive
del feminismo radical. Las tesis de la hermandad de todas las mujeres unidas
por la experiencia común se vio amenazada por la aparición de las cuestiones de
raza y del lesbianismo. Pero fueron los continuos desacuerdos internos, junto
al desgaste lógico del movimiento, lo que provocó el fin del activismo del
feminismo radical a mediados de los setenta. Ibíd., p. 21.
88 En opinión de Kathleen Barry,
“el término feminismo cultural fue introducido por las feministas socialistas
para trivializar la política del feminismo radical que promovía una
representación de la teoría feminista autónoma como una teoría política”.
Considera que al relegar el feminismo autónomo al ámbito de la cultura se reduce
el feminismo radical a una perspectiva cultural y, en consecuencia, rechaza esa
denominación. BARRY, Kathleen: “Teoría del feminismo radical: política de la
explotación sexual”, op. cit., p. 191
89 El término esencialismo, usado
en el contexto de la teoría feminista, tiene dos significados: el primero,
alude a la tendencia a contemplar determinadas características o capacidades
como esencialmente femeninas, en el sentido de que están asociadas directamente
con el hecho de ser mujer. Así entendido, el esencialismo está muy cerca del
determinismo biológico. La segunda acepción, se usa para criticar aquellos
argumentos que teorizan acerca de la Mujer, dando por supuesto que todas las
mujeres conforman un grupo homogéneo e ignorando las diferencias que existen
entre nosotras. En este caso, se utiliza en el primer sentido, aunque por lo
general se hace referencia a la segunda acepción. MOLLER OKIN, Susan:
“Desigualdad de género y diferencias culturales”, en CASTELLS, Carme (Comp.):
Perspectivas feministas en teoría política, op. cit., p. 186.
90 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 22 y 23.
91 Las ideólogas y activistas
principales del movimiento antipornografía en Estados Unidos fueron Andrea
Dworkin y Catharine MacKinnon. OSBORNE, Raquel: “Debates en torno al feminismo
cultural” en AMORÓS, CELIA Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la
Ilustración a la Globalización, op. cit., p. 216.
92 El pensamiento maternal no se
centra sólo en la capacidad reproductora de la mujer, sino que extiende la noción
de maternidad a una especial disposición psicológica para el conocimiento y las
relaciones humanas. ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia y teoría feminista”, op.
cit., p. 250.
93 Ibíd., p. 245 a 250.
94 ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia
y teoría feminista”, op. cit., p. 251 y 252.
95 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 23; OSBORNE, RAQUEL: “Debates en torno al feminismo
cultural”, op. cit., p. 217 y 218.
96 Como dice Catharine MacKinnon,
“el argumento de las diferencias de las mujeres gana, y las mujeres pierden”. BARNETT, Hilaire: Introduction to
Feminist Jurisprudence, op. cit., p. 130.
97 Ibíd., p. 216 y 248.
98 POSADA KUBISSA, Luisa: “La
diferencia sexual como diferencia esencial: sobre Luce Irigaray” en AMORÓS,
Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría feminista: de la Ilustración a la
Globalización, op. cit., p. 257.
99 Destacan entre sus
representantes las francesas Luce Irigaray, Hélène Cixous y Annie Leclerc, así
como el grupo Psychoanalyse et Politique, que criticaba el feminismo
igualitario por su reformismo, asimilacionismo y por no dar una salida al
paradigma de la dominación masculina. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op.
cit., p. 23 y 24.
100 POSADA KUBISSA, Luisa: “El
pensamiento de la diferencia sexual: el feminismo italiano. Luisa Muraro y el
orden simbólico de la madre”, en AMORÓS, CELIA Y DE MIGUEL, Ana (Eds.): Teoría
feminista: de la Ilustración a la Globalización, op. cit., p. 294 y 295.
101 En ese sentido podría
pensarse que el feminismo francés de la diferencia está influenciado por las
teorías feministas expuestas por Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo. Sin
embargo, Luisa Posada Kubissa recuerda que la teoría postestructuralista
francesa, representada por Irigaray, Kristeva o Cixous consideraba a Simone de
Beauvoir como “una mujer fálica”, por su “complicidad con las formas de
dominación del poder masculino”. POSADA KUBISSA, Luisa: “La diferencia sexual
como diferencia esencial: sobre Luce Irigaray”, op. cit., p. 255.
102 Surge en 1965 ligado al grupo
DEMAU (Desmitificación del Autoritarismo Patriarcal). Dos de los hitos más
importantes son la publicación en 1970 del manifiesto Rivolta femminile y el
escrito de Carla Lonzi Escupamos sobre Hegel, en los que se defiende que no hay
libertad posible para las mujeres si no se asume la diferencia sexual (DE
MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op. cit., p. 24). Por otra parte, Luisa Posada
destaca la obra de la Librería de Mujeres de Milán, No creas tener derechos. La
generación de la libertad femenina en las ideas de un grupo de mujeres,
publicado en 1987 y que se ha convertido en el texto esencial del pensamiento
italiano de la diferencia (POSADA KUBISSA, Luisa: “El pensamiento de la
diferencia sexual: el feminismo italiano. Luisa Muraro y el orden simbólico de
la madre”, op. cit., p. 300 y 301).
103 DE MIGUEL, Ana: “Los
Feminismos”, op. cit., p. 24 y 25.
104 POSADA KUBISSA, Luisa: “El
pensamiento de la diferencia sexual: el feminismo italiano. Luisa Muraro y el
orden simbólico de la madre”, op. cit., p. 301 a 307. 105 Ibíd., p. 296, 297 y
299.
106 Para profundizar en estas
ideas, vid., ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia y teoría feminista”, op. cit., p.
271 y ss.
107 Ibíd., p. 246.
108 En ese sentido, María Luisa
Femenías afirma que “el feminismo y el postmodernismo son las dos corrientes políticas
y culturales más importantes de la última década”. La profesora argentina
explica que la actividad académica feminista de las últimas décadas es heredera
de una serie de presupuestos teóricos específicos que están marcados por el
sello de la modernidad. “Las feministas logran legitimarse contrastándose con
este entorno aunque conservan algunas de sus contradicciones” pero, añade,
algunos grupos, como los postmodernos, critican esos ideales modernos. En
consecuencia, afirma que la pregunta básica que debe responder el feminismo hoy
en día es si el postmodernismo es el mejor aliado del feminismo. FEMENÍAS,
María Luisa: “Debate sobre la última alianza del feminismo”, Isegoría, 6,
Noviembre 1992, p. 206.
109 ÁLVAREZ, Silvina: “Diferencia
y teoría feminista”, op. cit., p. 253.
110 Ibíd., p. 254.
111 Para profundizar en esas
ideas, consultar el libro de Jane Flax, Tinquen Fragmentas. Psychoanalysis,
Feminism and Postmodernism in the Contemporary West, Berkeley, University of
California Press, 1990, Está traducido al castellano por la Editorial Cátedra,
Colección Feminismos. 1995.
112 BENHABIB, Seyla: “Feminismo y
Posmodernidad: una difícil alianza”, en AMORÓS, Celia Y DE MIGUEL, Ana (Eds.):
Teoría feminista: de la Ilustración a la Globalización, op. cit., p. 321 a 326.
113 Ibíd., p. 326 a 336.
114 Ibíd., p. 340 a 342.
115 PARPART, Jane L.: “¿Quién es
el Otro? Una crítica feminista postmoderna de la teoría y la práctica de la
mujer y el desarrollo”, Propuestas nº 2, Documentos para el Debate, Red de
Mujeres, Lima, 1994, p. 4 y 5.
116 Es cierto que desde la teoría
feminista se había elaborado el concepto del Otro, para explicar que las
mujeres habían sido definidas y caracterizadas por el poder dominante
masculino, pero desde ese análisis a menudo se han ignorado las diferencias
entre las mujeres. Ibíd., p. 6.
117 Ibíd., p. 10.
118 FEMENÍAS, María Luisa:
“Debate sobre la última alianza del feminismo”, op. cit., p. 207.
119 Ese feminismo institucional
engloba el llamado Feminismo de Estado, desarrollado principalmente en los
países nórdicos, los grupos de presión de mujeres feministas, los Institutos
Interministeriales de la Mujer y los Ministerios de Igualdad. Todos ellos
tienen en común el situarse dentro del sistema y han logrado que mujeres
declaradamente feministas ocupen cargos de responsabilidad en los partidos
políticos y en el Estado. DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op. cit., p. 25 a
27.
120 Respecto al feminismo
académico español, podemos destacar la creación en la Universidad Autónoma de
Madrid del Seminario de Estudios de la Mujer en el año 1979, que, tras su
reestructuración dio lugar en 1993 al Instituto Universitario de Estudios de la
Mujer, así como el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad
Complutense de Madrid, centro científico de investigación y docencia
interdisciplinar que viene desarrollando actividades desde 1983. Ahora bien, no
son los únicos. En efecto, en las décadas de los ochenta y los noventa se han
ido fundando otros muchos centros dedicados al estudio de cuestiones
relacionadas con las mujeres, como los de las universidades de Granada, Murcia,
Alicante, La Coruña o Barcelona, por citar varios ejemplos.
121 BELTRÁN, Elena y MAQUIEIRA,
Virginia: “Introducción”, op. cit., p. 11.
122 DE TORRES RAMÍREZ, Isabel:
“Prólogo a la edición española” en FREEDMAN, Jane: Feminismo. ¿Unidad o
conflicto?, op. cit., p. 10.
123 Como afirma Ana de Miguel,
“si la participación de las mujeres no es consciente de la discriminación
sexual no puede considerarse feminista” (DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op.
cit., p. 2). Profundizando en dicha idea, Jesús González Amuchastegui explica
que “el feminismo - como un todo – se caracterizaría por hacer del análisis de
la condición de la mujer el centro de su preocupación y por denunciar que esa
condición es el resultado de una relación de dominación del sexo masculino
sobre el femenino, es el resultado de un modo de organización que el feminismo
suele calificar como patriarcal”. En definitiva, añade, “las teorías feministas
proponen adoptar en sus investigaciones una perspectiva de género, queriendo
indicar con ello, no sólo que la “cuestión de la mujer” será central en las
mismas (…), sino que, es necesario asumir que la pertenencia a un sexo es una
categoría social que debe formar parte de cualquier análisis de lo
social”(GONZÁLEZ AMUCHASTEGUI, Jesús: “Mujer y DDHH”, Anuario de Derecho Penal,
Artículos, p. 11).
124 FREEDMAN, Jane: Feminismo.
¿Unidad o conflicto?, op. cit., p. 16.
125 Como recuerdan las profesoras
Beltrán y Maquieira, “tener presente la genealogía de la que venimos nos ha
permitido recuperar una tradición de pensamiento que tiene como eje fundamental
la construcción de un proyecto emancipatorio en el que se inscriben las
demandas que comienzan en la modernidad y que continúan hasta nuestros días”
(BELTRÁN, Elena Y MAQUIEIRA, Virginia: “Introducción”, op. cit., p. 11 y 12).
Según Ana de Miguel, “el proceso de recuperación histórica de la memoria
feminista no ha hecho más que empezar” (DE MIGUEL, Ana: “Los Feminismos”, op.
cit., p. 2).
126 Respecto a la silenciación de
las voces femeninas, John Stuart Mill critica la idea de que las mujeres han
aceptado voluntariamente la dominación masculina puesto que no se han quejado.
Recuerda que las mujeres no han dejado de protestar contra su situación desde
que han podido dar a conocer sus sentimientos y oponerse a esa opresión a
través de sus escritos, único medio de publicidad permitido por la sociedad
durante mucho tiempo. Añade que en 1869, año en el que publica su conocido
texto El sometimiento de la mujer, tanto en Europa como en América existe un
movimiento organizado y dirigido por mujeres, que se opone, más o menos
colectivamente, a las incapacidades que sufren. Se pregunta “¿Quién es capaz de
decir cuántas mujeres acarician en silencio parecidas aspiraciones?” y concluye
que serían mucho más numerosas si las mujeres no fueran educadas para reprimir
esas aspiraciones y si la vindicación no generara y aumentara los malos tratos
que sufren las mujeres. MILL, John Stuart: “El sometimiento de la mujer” en MILL,
John Stuart Y TAYLOR MILL, Harriet: Ensayos sobre la igualdad de los sexos,
[1869], Ediciones Cátedra, Feminismos, Madrid, 2001, p. 159 y 160.
127 La profesora inglesa Hilaire
Barnett hace referencia al “aumento de conciencia” como uno de los métodos
legales feministas. Sin embargo, no es una técnica exclusiva de la perspectiva
jurídica. Cabe afirmar que ya en el siglo XVII las salonnières se reunían para
tomar conciencia de su situación. BARNETT, Hilaire: Introduction to Feminist Jurisprudence, op. cit., p.
19.
128 BARNETT, Hilaire: Introduction to Feminist
Jurisprudence, op. cit., p. 12. Respecto a esa cuestión, Yota Kravaritou
destaca que lo más relevante de este método es que permite que la propia
experiencia sea una fuente de conocimiento válida y valiosa, ya que cambia la
percepción que las mujeres tienen del mundo y enriquece su conocimiento. En
definitiva, la metodología feminista se basa en el aumento de conciencia, en la
crítica colectiva y en el reclamo de la experiencia social tal y como la viven
las mujeres, cuestiones que, una vez planteadas, no pueden ser ignoradas por
las disciplinas tradicionales. KRAVARITOU,
Yota: An Introduction and a Bibliography on Feminist Jurisprudence, European
University Institute, Florence, 1997, p. 2.
129 Carole Pateman sostiene que
“la dicotomía entre lo privado y lo público ocupa un papel central en los casi
dos siglos de textos y de lucha política feminista. En realidad, esta dicotomía
es aquello sobre lo que trata, fundamentalmente, el movimiento feminista”.
PATEMAN, Carole: “Críticas feministas a la dicotomía público / privado” en
CASTELLS, Carme (comp.): Perspectivas feministas en teoría política, op. cit.,
p. 31.
130 Así, nos encontramos con
comentarios como los pronunciados por el ex vicepresidente del Gobierno de
España, Alfonso Guerra, que afirma que no es “ni feminista ni misógino”, como
si esos dos términos pudieran contraponerse, o la absurda polémica desatada por
las palabras de la Ministra de Igualdad Bibiana Aído (y que ha ocupado páginas
y páginas en los medios de comunicación) al referirse a las miembras, expresión
que según el miembro de la Real Academia Española Javier Marías, el filósofo
Fernando Savater y el escritor Juan Manuel de Prada, es “una estupidez, una
sandez y una muestra de feminismo salvaje” (El País, sábado 14 de junio de
2008, p. 38 y 39). Parece evidente que las feministas no han logrado explicar
que, en ocasiones, manipular el lenguaje es necesario para resaltar que los
miembros, o los sujetos de derecho han sido precisamente eso, miembros y
sujetos masculinos. Por otra parte, podemos constatar que el Feminismo o las
manifestaciones de ciertas feministas, llenan de titulares los periódicos y las
noticias siempre que generen polémicas que de algún modo sirvan para denostar
las vindicaciones feministas; sin embargo, un acontecimiento tan relevante como
la celebración en julio de 2008 del décimo Congreso Internacional e
Interdisciplinar sobre las mujeres, Mundos de Mujeres, que ha reunido en Madrid
a más de tres mil quinientas personas con el fin de abrir un espacio de
reflexión sobre la situación de las mujeres en el mundo y de promover la
igualdad entre los sexos, ha pasado prácticamente inadvertido en los medios de
comunicación. En definitiva, estos hechos nos muestran que la concienciación de
la ciudadanía es una tarea aún pendiente y absolutamente necesaria para que el
objetivo feminista de lograr la igualdad de todos los seres humanos sea una
realidad.
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