Max Weber: posición política, posición teórica y relación
con el marxismo en la primera etapa de su producción
Por: María Celia Duek
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
Abstract
Max Weber wrote his first works
between 1889 and 1898. Although the German sociologist's well–known works were
written between 1903 and 1920, it is in the production of that first period
where this article focuses in. We are particularly interested in responding the
following query: which was the theoretical relationship of Weber with Marx —or
with the historical materialism in this first period of his career— and how is
it related with the political positions of both "clasics"?
Key words: Weber,
Marx, historical materialism, political position, compared sociology.
Resumen
Max
Weber redactó sus primeros trabajos entre 1889 y 1898. Si bien las obras más
conocidas del sociólogo alemán fueron escritas entre 1903 y 1920, es en la
producción de la primera etapa en donde ponemos la atención en este artículo.
Particularmente nos interesa responder a la siguiente interrogante: ¿cuál fue
la relación teórica de Weber con Marx o con el materialismo histórico en dicha
fase de su carrera y cómo se vincula esto con las posiciones políticas de ambos
clásicos?
Palabras
clave: Weber, Marx, materialismo histórico, posición política, sociología
comparada.
Indudablemente,
las obras más difundidas y discutidas de Max Weber datan de las primeras dos
décadas del siglo XX: desde La ética protestante y el espíritu del capitalismo
y Ensayos sobre metodología sociológica, hasta Sociología de la religión,
Escritos políticos y sus obras póstumas Historia económica gen eral y Economía
y sociedad. Pero Weber tiene textos anteriores que también merecen atención.
En
este trabajo examinaremos la posición política y teórica de Weber en lo que
llamamos "la primera etapa" o el "primer periodo de su
producción", y que corresponde aproximadamente a la última década del
siglo XIX. Podemos situar con mayor precisión esta etapa inicial entre 1889,
año en que presentó su tesis doctoral en derecho: Contribución a la historia de
las organizaciones de comercio en la Edad Media, y 1897–1898, cuando comenzó la
enfermedad nerviosa que lo mantendría por más de cuatro años alejado del
trabajo intelectual.
En
cuanto a la posición teórica, nos interesa fundamentalmente un aspecto: el de
su relación con el marxismo. Diversos especialistas en teoría sociológica han
sostenido que la obra de Weber no se puede leer sin tener presente su
referencia obligada a Marx. Desde este punto de vista, se considera que Weber
estableció un constante debate con el fantasma de Marx, y que lo esencial de su
trabajo se configuró en su polémica con él. Pues bien, aquí nos proponemos
analizar este vínculo teórico específicamente en la primera fase de la carrera
de Weber.
Interpretaciones
encontradas
Veamos
en primer lugar qué dicen algunos autores al respecto. Talcott Parsons, el
referente mayor del estructural–funcionalismo, hace un análisis detallado del
pensamiento de Weber en su clásica obra de 1937, La estructura de la acción
social. Allí sostiene que hay una primera etapa en la producción de este autor
que es, en general, un periodo de estudios históricos inconexos, "con un
sesgo materialista bastante claro". Sin embargo, dice, a partir de determinado
momento (1903 aproximadamente) adviene una nueva orientación en su obra, en la
que se puede leer "una interpretación antimarxista" del capitalismo
moderno y de su génesis.
Indudablemente,
el principal punto de partida del tratamiento descriptivo de Weber fue Marx.
Los escritos de Marx y las exposiciones del capitalismo y del socialismo que
giraban en torno a ellos estaban causando una profunda impresión en Alemania en
el periodo formativo de Weber, pero, típicamente, se trataba del Marx "histórico"
y no del Marx más estrechamente vinculado a la teoría económica clásica. En
muchas de las categorías descriptivas aplicadas al sistema capitalista, Weber
concurre con Marx (Parsons, 1968: 626).
Luego
agregará Parsons que, a pesar de ciertos acuerdos, el centro de interés de
ambos es distinto y que existen fuertes diferencias de perspectiva, a las
cuales va haciendo mención a lo largo de su trabajo. Al final de éste concluye
que, empíricamente, el principal ataque de la obra de Weber fue contra el materialismo
histórico de Marx, frente al cual colocó una teoría del papel de los elementos
de valor, en el contexto de una "teoría voluntarista de la acción".
Una
consideración similar de la relación con el materialismo en esta primera etapa
la hallamos en Stanislaw Kozyr–Kowalski. El estudioso de la relación Weber/Marx
deduce del artículo de Weber sobre las causas de la decadencia de la cultura
antigua, "[...] que hasta 1896 Weber se encontró bajo la abrumadora
influencia del materialismo histórico y que, incluso de manera explícita,
aceptaba la tesis de que los cambios en la base económica tienen una
importancia decisiva para todas las formas de cultura" (Kozyr–Kowalski,
1971: 247). Según este autor, el largo periodo de crítica de Weber a la teoría
marxista comienza en 1904 con La ética protestante y el espíritu del
capitalismo.
Sin
embargo, al seguir indagando encontramos que no todas las interpretaciones
apoyan esto. Gerth y Mills, por ejemplo, piensan que la evolución del
pensamiento de Weber se da en el sentido contrario: desde una postura inicial
de simple rechazo hacia una relación más "compleja". En su
introducción a los Ensayos de sociología contemporánea, a principios de la
década de 1990, sostienen que Weber se opuso al materialismo histórico en defensa
de la inagotable complejidad del pluralismo causal, y que más adelante se
modificarían sus relaciones políticas e intelectuales con el marxismo, volviéndose
mucho más complejas.
Otra
apreciación sobre el problema es la de Arthur Mitzman, quien define el vínculo
teórico en esta primera etapa como más "accidental" de lo que será en
los años posteriores a su crisis personal:
Incluso
antes de su crisis, Weber había mostrado la influencia de las ideas de Marx
cuando yuxtaponía, en un estilo lleno de reminiscencias del Manifiesto
Comunista, la dominación personal del orden social pre–capitalista al gobierno
de clase impersonal de la burguesía moderna. Pero este uso de Marx era casi
totalmente accidental. Tanto Sombart como Tönnies mostraron un interés mucho mayor
por aquel filósofo antes de fin de siglo. Sin embargo, después de su crisis,
gran parte de la obra de Weber —desde la Ética Protestante hasta los análisis
políticos durante la guerra— estaba basada en el examen crítico del
materialismo histórico de Marx (Mitzman, 1976:166).
Ante
la variedad de respuestas disímiles a nuestra interrogante sobre la relación de
Weber con Marx en estos primeros diez años, se torna necesaria una lectura
atenta y por cuenta propia de los textos de Weber, que considere a su vez su
pensamiento y su actividad social y política en este momento histórico.
Orientación social y política de Weber
Con
frecuencia ha sido señalada la preocupación de Weber por lo político, paralela
a su interés por lo académico. A partir de la más célebre de sus biografías —la
escrita por su esposa años después de su muerte— podemos reconstruir
sintéticamente su orientación en este periodo.
Según
Marianne Weber, el punto de partida o base de su posición política fue el
liberalismo nacional de su padre, al que Max añadió nuevos elementos, para
avanzar luego hacia un liberalismo social, más "progresista" si se
quiere. Como reconoció en algún momento el propio Weber, en su juventud dio su
voto a los conservadores, para más tarde dárselo a los demócratas (Weber, 2003:
260).
Desde
1886 Max Weber se asoció con un círculo de economistas, funcionarios y
socialistas académicos, interesados por las ideas sociales, aunque "libres
de aspiraciones de clase". Eran reformadores sociales, para quienes la
intervención del Estado en la cuestión social era primordial. La aproximación
de Weber a estas tendencias lo apartó de la actitud liberal–nacional de su
padre.
Los
intereses políticos del joven nacido en Erfurt estaban forjados por los ideales
político–nacionales (Alemania potencia), por un lado, y los ideales de
responsabilidad social y justicia (aspiración al bienestar de campesinos y
obreros), por otro. Se entendía que la preocupación por cuestiones sociales era
el único modo de evitar los infortunios asociados al avance del industrialismo
moderno.
Entre
los "socialistas de cátedra" se destacaban Lujo Brentano, Heinrich
Herkner, Wilhelm Roscher, Gustav Schmoller y Adolf Wagner. Estos profesores
universitarios no aceptaban el ideal de la armonía social, propio del
pensamiento económico liberal. Su propuesta ante los problemas del
industrialismo, diferente por cierto a la de los socialistas o
socialdemócratas, era que la economía se orientara por ideales éticos y que el
Estado regulara los contratos de trabajo. Se oponían al libre cambio y luchaban
por mejorar la situación de la clase obrera, aunque reconocían las formas de
propiedad y producción existentes.
Este
grupo fundó en 1873 la "Asociación de política social", con el
objetivo de elaborar propuestas de política so ttial que pudieran ser tomadas
en cuenta por el Estado. Se jactaba de haber superado las clases y los
partidos, y promovía una reforma social que representara un punto medio entre
las consignas del laissezfaire de Manchester y las del marxismo revolucionario.
Weber ingresó a dicha asociación cuando ésta abandonó la acción política y se
dedicó exclusivamente a la actividad académica. Junto con Sombart, Tönnies y
Alfred Weber, perteneció a la generación "joven" de la asociación, la
cual se planteaba el problema de qué actitud adoptar respecto a la obra de Marx
y le daba una respuesta diferente a la de la generación más vieja.
La
generación joven aceptaba unánimemente la importancia de la obra de Marx;
estaban de acuerdo en que el capitalismo y el conflicto de clases que engendraba
eran parte constitutiva de las relaciones sociales modernas. La generación de
edad más avanzada se negaba a aceptar el concepto de capitalismo, salvo para
analizar algunos problemas económicos de poca importancia; por esto, la
generación más joven pensaba que tales análisis eran, en el mejor de los casos,
superficiales: la sociedad moderna no podía ser comprendida sino en función de
un profundo conocimiento de la obra de Marx (Beetham, 1979: 27).
A
principios de los noventa Weber participó en los Congresos Evangélico–Sociales,
en uno de los cuales se presentó un examen de lo que se entendía como nueva
"religión" de los trabajadores: la visión materialista de la
historia. Allí se declaró que la tarea social más importante de la Iglesia era
superar estas ideas, al mismo tiempo que se reconoció la imposibilidad de
oponerse en nombre de la Iglesia a los reclamos económicos de los trabajadores
en lucha, encabezados por la democracia social.
Weber
y su amigo y líder del movimiento social cristiano Friedrich Naumann tenían:
[...]
una actitud positiva hacia la mecanización y el industrialismo como condición
sine qua non para una gran potencia con una población creciente. No querían
hacer girar hacia atrás las ruedas de la historia, sino combatir desde dentro
los defectos del moderno sistema capitalista. Por otro lado, ambos consideraban
el desarrollo capitalista de los grandes feudos de las provincias del este del
Elba como un desastre nacional y social (Marianne Weber, 1995: 167).
La
conservación de la posición de Alemania como gran potencia era para ellos un
deber y un requisito para dar vida decente a las masas. Querían un "emperador
con conciencia social".
Al
promediar la década, Weber se declaró "nacionalista económico" y
describió la política económica como servidora de la nación–Estado, es decir,
de los intereses de poder de la nación. En el mismo sentido, entendía que el
Estado no era un medio de reforma social, sino que la justicia social y
política era necesaria para salvaguardar al Estado.
Creía
que sólo una clase que pudiera anteponer los intereses políticos y económicos
de la Nación a los propios sería capaz de gobernar, y éste no era, en su
opinión, el caso de la clase obrera, la cual carecía de la pasión nacional de
los franceses.
Para
ilustrar la posición de clase de Weber, es interesante observar su crítica al
programa de Naumann de fundar un "socialismo nacional". Para Weber
este movimiento de los desposeídos estaba condenado al fracaso, en tanto se
ponía en contra de las clases ascendentes. Él deseaba, en contraposición a
ello, la unidad con la burguesía, a la que habría que dar más conciencia
social.
Al
establecer una diferencia entre el trabajo y la propiedad, su programa hace que
todas las clases ascendentes de la población que ya han adquirido alguna
propiedad, incluyendo los estratos ascendentes de la clase obrera, sean
enemigos naturales del movimiento socialista nacional. Sólo las heces de la
población pertenecerán entonces, económicamente, a este movimiento. Este
partido de los débiles nunca podrá ser nada. [...] Esta confusión política se
debe a que se abandonó la oposición a los propietarios terratenientes, que
estaba contenida en el primer esbozo del programa. Pero lo único que queda es
preguntar si habrá de dar apoyo a la burguesía o a la clase agraria feudal. Por
sus acciones contra la burguesía, la democracia social sólo ha allanado el
camino a la reacción. Y hay amenazas de que el mismo error vaya a cometerse aquí
(Marianne Weber, 1995: 238).
Las
siguientes líneas de la biografía de Marianne Weber son quizá las que mejor
resumen la relación del estudioso con las diferentes posiciones políticas
existentes en la Alemania de entonces:
Con
la izquierda liberal compartía Weber los ideales democráticos, pero echaba de
menos en ellos un gran sentido político nacional; en ese aspecto, para él eran
"filisteos". Weber compartía la actitud individualista de los
liberales nacionales, y también aceptaba su afirmación del capitalismo
industrial como fuerza organizadora, indispensable para la economía nacional.
Sin embargo, su falta de convicciones sociales y democráticas y de visión
política social constituía, para Weber, una barrera insuperable. Lo que lo
ataba a los círculos conservadores y pangermanos era su sentimiento nacional,
pero estaban apoyando la política económica de los agrarios a expensas del
espíritu alemán y de sus compatriotas alemanes (Marianne Weber, 1995: 240).
Hasta
aquí tenemos un panorama de la postura sociopolítica de nuestro autor en este
primer periodo de su carrera, lo cual nos permite contextualizar el análisis de
sus escritos iniciales, que abordaremos a continuación.
Del
estudio sobre los trabajadores rurales a la lección de Friburgo: nacionalismo,
pangermanismo y darwinismo social
Entre
1890 y 1892, la "Asociación de Política Social" emprendió una
investigación empírica sobre los obreros agrícolas en Alemania. A Weber se le
encargó la evaluación e interpretación de los cuestionarios remitidos por los
obreros rurales del este del Elba. Las conclusiones de este trabajo, La
situación de los trabajadores de las granjas al este del río Elba, se
publicaron por primera vez en 1892, y en ellas se revela la posición nacionalista
de Weber, en el sentido que hemos descrito con anterioridad.
Se
puede decir sintéticamente que la preocupación central de este escrito es el
hecho de que el avance del capitalismo en el campo por sobre la antigua
organización del trabajo conduce a la marginación de la mano de obra alemana,
ya que los obreros extranjeros resultan mucho más baratos para el empleador:
tienen un nivel de vida inferior y son ocupados temporalmente, de manera
precaria, y con salarios más bajos. Los trabajadores libres de las granjas
orientales son expulsados por la inmigración rusa y polaca, lo cual conduce
ante todo, a los ojos de Weber, a un "retroceso constante de la
germanidad".
Según
este estudio, al principio los extranjeros entraban como trabajadores de
temporada, pero luego algunos de ellos se quedaban y ocupaban las tierras de la
frontera oriental que los alemanes habían arrancado a estos pueblos siglos
atrás. El contexto en que se da el despoblamiento del este rural es la
disolución del antiguo sistema agrario colectivo, a favor de granjas a gran
escala. Los terratenientes acumulan tierras, reemplazan los privilegios y pagos
en especie a sus aparceros por salarios en dinero, y comienzan a orientarse
hacia el mercado. Al pasar de ser una clase señorial patriarcal para ser una
clase empresaria comercial, destruyen la antigua comunidad de intereses con sus
trabajadores; en otras palabras, dejan de ser representantes naturales de los
intereses de su gente.
Además,
la organización patriarcal de la agricultura, en la que los trabajadores
estaban acostumbrados a obedecer, fue la base de la disciplina militar y, por
ende, del éxito del ejército alemán. La gran explotación capitalista, en
cambio, existe a expensas del nivel de consumo alimentario de los trabajadores,
de la nacionalidad y de la capacidad de defensa del territorio alemán.
Este
análisis —dice Weber— no significa que los cambios en la organización de las
explotaciones agrícolas sean el factor decisivo o el más importante al estudiar
la cuestión de los obreros agrícolas, pero sí deben ser tomados en cuenta.
Dicho
esto, Weber introduce una explicación de índole psicológica del pasaje de los
trabajadores de siervos a obreros. El material de los cuestionarios que permite
conocer la posición subjetiva de los obreros sobre los cambios revela que hay
en ellos una "tendencia individualista" muy acentuada.
El
individualismo reaparece sin cesar como un trazo fundamental del cambio. Los
domésticos que huyen de la explotación familiar (Hauswirtschaft) del señor, el
trillador que aspira a liberar su explotación de su inserción en el dominio, el
obrero bajo contrato que renuncia a una Inststellung más segura por un empleo
mucho más miserable de jornalero "libre", el pequeño propietario que
se muere de hambre antes de buscar un empleo en situación de dependencia, los
innumerables obreros que aceptan tierras a cualquier precio de quienes dividen
dominios y pasan su vida en la dependencia ignominiosa de tasas de interés
usurarias, solamente porque eso puede aportarle la "autonomía" que
desea, es decir, la independencia con relación al vínculo de dominación
personal contenido en cualquier contrato de trabajo rural; es en todos lados el
mismo fenómeno. No se puede hacer nada contra tales reacciones elementales. Es
el encantamiento poderoso y puramente psicológico de la libertad el que se
expresa aquí. Se trata esencialmente de una ilusión grandiosa pero, se sabe, el
hombre, y más aún el obrero agrícola "no vive de pan solamente". Las
aspiraciones de los obreros agrícolas nos muestran justamente que "ganar
su pan" es de una importancia secundaria. Quieren, por encima de todo, ser
ellos mismos los artífices de su propia felicidad o de su desgracia. Esta
característica del mundo moderno es el resultado de una evolución psicológica
de orden general y de la que tenemos nosotros mismos la experiencia [...] Los
cambios en las necesidades psicológicas de los hombres son casi más grandes que
las transformaciones de las condiciones materiales y sería científicamente
inaceptable ignorarlos. Todo estudio puramente económico —y, particularmente en
el caso de los problemas de la organización agraria— sería irrealista (Weber,
1995b: 165–166).
Lo
que diferencia a los obreros rurales de los industriales es que aquellos no
aspiran a una solución socialista sino a una solución individual. Quien no ve
esta diferencia —afirma— no ha dado nunca un vistazo al mundo rural.
Hecho
el diagnóstico, el autor que en escritos posteriores postulará reiteradamente
el ideal metodológico de la "neutralidad valorativa" como presupuesto
de cualquier tratamiento científico de la realidad cultural, introduce sus
propias valoraciones. Juzga este proceso de desplazamiento de la mano de obra
nacional como "nocivo" desde el punto de vista económico y político,
por la pérdida que supone en términos de colonización, germanidad y capacidad
de defensa del Este despoblado, e insta al Estado a intervenir utilizando su
poder en el ámbito agrícola. El Estado —afirma— no se puede desentender del
grupo social (campesinos) que ha proporcionado la base del ejército alemán.
Ante la durísima situación de las explotaciones agrícolas del Este, "el
Estado debe decidir tomar en sus manos la evolución en curso y debe orientarla
en una dirección que corresponda al interés nacional" (Weber, 1995b: 167).
Como
podremos observar en varias ocasiones, el Estado–nación alemán es para Weber un
valor supremo. El criterio decisivo es el del poderío alemán. La grandeza de
Alemania es el fin último que orienta sus pensamientos, y esta orientación se
vislumbra con claridad en esta investigación temprana de Weber sobre los
asuntos agrícolas. Es ilustrativo al respecto el siguiente párrafo de la biografía
escrita por Marianne:
Weber
contempló todo este proceso, que él mismo había iluminado, desde el severo
punto de vista de un estadista. "Considero la cuestión de la mano de obra
campesina simplemente como de sentido común político: no como cuestión de saber
si los trabajadores de las granjas están mal o están bien, ni como el problema
de cómo debe darse mano de obra barata a los terratenientes". Sintió que
la política agraria debía ser determinada no por los intereses de la
producción, sino por los intereses del Estado: la conservación de una población
densa, vigorosa y leal como reserva para unas fuerzas armadas nacionales y para
la defensa pacífica de las fronteras del este. Por tanto, volved a cerrar la
frontera, impedid que las tierras labrantías sean devoradas por los grandes
feudos; colonizad sistemáticamente (Marianne Weber, 1995: 162–163).
Lo
que debemos resaltar tras la lectura de La situación de los trabajadores de las
granjas al este del río Elba es que Weber, al menos en esta investigación,
postula que el factor económico, señalado por el materialismo de Marx y Engels
como determinante en última instancia, es importante, pero no "el más
importante" o el "decisivo" para explicar la situación de los
trabajadores rurales. Contra lo que para él sería una explicación
unilateralmente materialista, y por lo tanto insuficiente, hace mención a la
intervención de motivos psicológicos para dar cuenta del desplazamiento
geográfico de los campesinos alemanes y su transformación de siervos en
obreros, como lo es el afán o instinto de "libertad". Frente a la
necesidad espiritual de autonomía del individuo, la cuestión de la subsistencia
resulta "secundaria".
Todo
estudio puramente económico sería irrealista —dice Weber. No se pueden
desconocer, en su opinión, las causas no económicas que impulsan los procesos
históricos, los factores ideales, que en ciertos casos tienen, incluso,
preponderancia.
Sin
necesidad de hacerlo explícito, Weber se encuentra en este punto discutiendo
innegablemente con el marxismo, aunque esta afirmación no debe interpretarse en
absoluto como que dicha disputa constituya el eje o la determinación esencial
de la investigación. La preocupación del presente trabajo es, más que teórica,
política, y se funda en el nacionalismo de Weber y sus posiciones
pangermánicas.
Por
último, en tanto el marxismo clásico insiste en la necesidad de una coalición
entre los campesinos y el proletariado como condición para una victoria
socialista más o menos estable,1 alianza que sería factible dada su condición
común de clases explotadas, en este artículo Weber intenta subrayar la
distancia que hay entre las aspiraciones o intereses de ambas clases en
Alemania. Como ya vimos, el problema del trabajador rural es para Weber el de
si puede acceder a una existencia independiente. "Es éste un problema
rural y lo que lo distingue de la cuestión obrera (industrial), es el hecho de
que los rurales aspiran muy fuertemente a una solución individual y no a una
solución socialista" (Weber, 1995b: 165–166). Quien no ve esto es porque
nada sabe del mundo rural —sentencia.
En
conclusión, en este texto escrito entre 1890–1891 y publicado en 1892 ya se
identifica un principio de discusión con la teoría de Marx.
En
ocasión del quinto Congreso Evangélico–Social, celebrado en 1894, Max Weber y
su amigo Paul Göhre se unieron para hacer un nuevo estudio de la situación de
los trabajadores de los campos. Esta vez el objetivo era conocer no sólo sus
condiciones económicas, sino también sus condiciones intelectuales, religiosas
y morales, así como los efectos mutuos. Hacemos alusión aquí a este segundo
estudio, menos conocido, porque según Marianne Weber en él se muestran las
limitaciones de la concepción materialista de la historia:
De
los puntos de vista desde los cuales trató Weber su tema, es de interés el
siguiente: utilizó material concreto para ilustrar las limitaciones de la
visión económica de la historia. [...] El factor decisivo para los destinos y
la situación general de los trabajadores de las granjas no era la condición
económica general de su medio, sino la tradicional estratificación social. En
las regiones rurales, ésta no era determinada por condiciones técnicas y
económicas, sino por el modo en que la población había sido agrupada, por la
distribución de los establecimientos y las tierras, y por los aspectos
jurídicos del contrato de trabajo (Marianne Weber, 1995: 169).
También
en 1894, y en el contexto de las mismas preocupaciones hasta aquí mencionadas,
Weber publicó un artículo no muy conocido sobre la Argentina, bajo el título de
"Empresas rurales de colonos argentinos". Las investigaciones antes
examinadas sobre las granjas de la Prusia oriental configuraban, como sostiene
Ricardo Sidicaro, "la gran problemática, en cuyos aledaños y derivaciones
secundarias debió surgir el interrogante que lo impulsó a explorar el caso entrerriano"
(Sidicaro, 1995: 158).
Este
texto sobre los colonos de Entre Ríos da cuenta de las ventajas comparadas del
agro argentino en los mercados cerealeros mundiales, y de su mayor
competitividad respecto, por ejemplo, del Este alemán. Para ello, remite no
sólo a las consabidas condiciones de fertilidad de sus tierras —que influyen,
pero no es lo que Weber quiere enfatizar como factor decisivo— sino
fundamentalmente al carácter de su organización o estructura social, con su
correspondiente "nivel cultural".
Como
acotación, es interesante comentar que en el tercer tomo de El capital,
corregido y publicado por Engels ese mismo año (1894), se menciona también la
producción de las pampas argentinas y su competencia en los mercados
cerealistas de Europa, la cual sí se atribuye en este caso a la fecundidad de
sus tierras.2
En
su artículo, Weber anota que la empresa agrícola del colono argentino supone un
procedimiento extraordinariamente barato, pues está estructurada como una
industria de temporada, que absorbe mano de obra durante tres o cuatro meses al
año y la expulsa una vez utilizada sin asumir la menor responsabilidad ni
preocupación por su sustento permanente. Pensando en Alemania, dice: "Para
poder competir con economías como las descriptas, deberíamos poder descender y
no ascender en el carácter de nuestra estructura social y en nuestro nivel
cultural, llegando al nivel de un pueblo semibárbaro de baja densidad de
población, como lo es Argentina" (Weber, 1995a: 180).
Para
poder producir igual de "barato" en Alemania los trabajadores
deberían olvidar sus necesidades culturales nacionales típicas de pueblo
civilizado y sedentario, y acercarse a esa tipología de "bárbaros
nómadas", y es lo que empieza a suceder en el Este con el ingreso de los
trabajadores inmigrantes polacos. Por eso, si antes vimos que su propuesta es
el cierre de las fronteras para frenar la inmigración eslava, en este caso el
diagnóstico deriva en el llamado silencioso a proteger la economía nacional
alemana. Esto lo hace calificando a la teoría del libre comercio mundial como
"utópica" en tanto no exista un Estado universal y una igualdad
absoluta del nivel cultural de la humanidad.
Otra
vez el interés por lo nacional es lo que está presente: el objetivo político de
la defensa de la nación alemana, que atraviesa todos estos escritos y que lo
lleva a poner en tela de juicio el pensamiento internacionalista en todas sus
tendencias, entre ellas la socialista.
[...]
Es verdaderamente molesto ver que se polemiza acerca de hechos que son obvios e
indiscutibles con una arrogancia que se encuentra de hecho solamente en el
dialecto específico de una escuela de política económica que todavía no
comienza a entender que las leyes económicas en las que cree dogmáticamente
dependen de la condición totalmente irreal de la igualdad cultural
internacional, el mismo error que comete el internacionalismo en todas sus
formas, también el socialismo internacional (Weber, 1995a: 183).
Recordemos
que fue precisamente Marx uno de los fundadores de aquella asociación obrera
que personificaba el carácter internacional del movimiento y que buscaba poner
en práctica la exhortación de 1848: "¡Proletarios de todos los países,
uníos!". Hablamos de la I Internacional o Internacional Socialista,
fundada en Londres en 1864. Marx fue el "alma" de la "Asociación
Internacional de los Trabajadores", y redactó su Manifiesto Inaugural y
los Estatutos Provisionales.
Pero
en el artículo sobre Argentina no encontramos más que eso para ilustrar la
relación teórica que queremos observar. En mayo de 1895, habiendo tomado
posesión de la cátedra de Economía Política en la Universidad de Friburgo,
pronunció su lección inaugural, que publicó bajo el nombre de El Estado
nacional y la política económica. Aquí el autor encontró la oportunidad de
exponer su punto de vista personal y "subjetivo" sobre fenómenos
económicos y políticos.
En
este trabajo Weber volvió a pronunciarse sobre los problemas agrarios del Este
y reiteró sus exigencias al Estado. El tema general del texto es, en primer
lugar, el del papel que desempeñan las diferencias raciales y psíquicas entre
las distintas nacionalidades en su lucha económica por la existencia; y en
segundo lugar, el del rol que le corresponde jugar en ello al Estado nacional.
A
propósito de la provincia de la Prusia occidental, Weber se pregunta cuál es la
razón de que alemanes y polacos, que concurren entre sí desde hace siglos sobre
el mismo suelo y en situaciones iguales, tengan una desigual capacidad de
adaptación a las condiciones económicas y sociales de vida. Y responde: esa
diferencia en la capacidad de adaptación de ambos grupos nacionales obedece a
"sus disímiles cualidades raciales físicas y psíquicas". Esto es lo
que explica que lo polaco haya ido ganando terreno en los territorios del Este,
produciéndose un "desplazamiento económico". "[...] A la raza
eslava le proporcionaron la victoria sus pretensiones más modestas en cuanto al
nivel de vida —en parte de índole material y en parte de índole ideal— con que
la naturaleza la ha dotado o que le han sido inculcadas en el pasado"
(Weber, 2003a: 24).
No
es una mayor inteligencia para los asuntos económicos ni un capital superior lo
que hace que los campesinos polacos reemplacen a los alemanes —expresa—, sino
más bien lo contrario. Los polacos sufren menos las oscilaciones del mercado
porque se conforman con producir para cubrir sus propias necesidades y tienen
menos pretensiones en cuanto al nivel de vida.
Parece
ser, pues, que estamos siendo testigos de un proceso de selección. Ambas
nacionalidades se instalaron desde hace mucho tiempo en idénticas condiciones
de vida. El resultado no ha sido como se lo imagina el materialismo vulgar, que
las dos nacionalidades se han apropiado de las mismas cualidades físicas y
psíquicas, sino que la una está cediendo ante la otra; que se está
sobreponiendo aquella que posee una mayor capacidad de adaptación a las
verdaderas condiciones de vida, económicas y sociales (Weber, 2003a: 26).
Contra
la idea materialista de una determinación en última instancia de los procesos
históricos por las condiciones materiales de vida, Weber introduce en este
análisis la noción de "selección"; noción que, dicho sea de paso, se
mantiene presente en su obra al punto de figurar entre los "conceptos
sociológicos fundamentales" de su gran obra Economía y sociedad (1922).3
El autor imagina el escenario social como un espacio de permanente lucha del
hombre contra el hombre (lo cual tiene una significación muy distinta a la del
concepto marxista de "lucha de clases"). En esa lucha entre individuos
por la existencia, que generalmente no es un combate abierto sino que queda
oculta tras una "paz" aparente, opera un proceso de selección social.
Apegado a la terminología del darwinismo social, Weber expone que, en el caso
de la Prusia occidental, son las diferentes cualidades personales, caracteres
físicos y psíquicos de ambas razas las que explican las disímiles capacidades
de adaptación y, por lo tanto, el resultado de la "selección social"
en esa lucha económica velada. Ahora bien, el desenlace de la selección no es
necesariamente el triunfo de los mejores: aquí los campesinos alemanes
"pierden la partida frente a una raza inferior" —escribe Weber, con
un vocabulario indudablemente racista.
En
cuanto al qué hacer ante la preocupante situación del Este, Weber reitera los
consejos "nacionalistas" tendientes a mantener el germanismo de esos
territorios, formulados años antes. Recomienda en primer lugar el cierre de la
frontera oriental para "contener la inundación eslava", y en segundo
lugar la compra sistemática de tierras por parte del Estado orientada a la
colonización de campesinos alemanes en las fincas adquiridas y mejoradas por el
Estado.
Pero
avancemos sobre otros problemas tratados en el texto. El argumento
"anti–materialista" sobre los motivos ideales del éxodo de los
jornaleros alemanes, esgrimido en la investigación de 1892 sobre los
trabajadores del Este, se repite de manera casi textual en El Estado nacional y
la política económica. Los jornaleros alemanes emigran no por razones de tipo material
ni por la nostalgia de las diversiones que ofrece la ciudad, sino que
"alienta un fondo de primitivo idealismo". Los mueve uno de los
instintos más primigenios que anidan en el pecho humano: el embrujo de la
libertad —dice Weber. "Se trata aquí de un fenómeno de psicología de
masas". Las perspectivas que ofrece el campo son las de una existencia
proletaria, sin oportunidad ninguna de independencia, y a estas condiciones
sólo pueden someterse los trabajadores de temporada polacos.
A
propósito de la cuestión antes mencionada de la decisión política del cierre de
las fronteras, descubrimos acá otra disputa con las tesis o presupuestos
(simplificados y vulgarizados) del materialismo histórico: particularmente con
la tesis de la "correspondencia" entre el poder económico y el poder
político, o de la remisión de éste a aquel. Considerando que la inmigración
beneficia a los grandes terratenientes, Weber dice: la frontera fue cerrada
para proteger la nacionalidad durante el gobierno de Bismarck, a pesar de ser
éste un gran terrateniente "con conciencia de clase". Tras su
dimisión fue reabierta por el enemigo de los agricultores, en conformidad con
los deseos de los terratenientes. "[...] Ello muestra que no siempre la
'posición económica de clase' decide en asuntos de política económica. Lo
decisivo aquí fue el hecho de que el timón del Estado pasó de una mano fuerte a
otra menos firme" (Weber, 2003a: 28).
En
otras palabras, lo que afirma el autor es que no fueron intereses de clase
—como postularía la visión económica de la historia— sino cuestiones de
personalidad las que orientaron en este caso la política del Estado. Como hemos
establecido en otro lado (Duek, 2007), la preocupación por la relación entre
los órdenes económico y político es una constante en la reflexión weberiana.
Páginas
más adelante Weber nos advierte del peligroso avance del punto de vista
económico en todos los terrenos del pensamiento social (jurisprudencia,
historia, ciencia política), y señala que dicho modo de interpretación se
arriesga a sobrevalorar la importancia de sus propias perspectivas. En el
contexto de estos razonamientos, y aunque sin pronunciar abiertamente el nombre
de Marx, reprueba la concepción marxista del poder político.
Podemos
decir que el marxismo clásico (Marx, Engels) coloca el fundamento del Estado en
las relaciones de dominación de clase. Se plantea el problema de quién ejerce
elpoderpolítico, y de tal forma produce una reversión radical del antiguo
problema del fundamento del poder político (que se expresaba como problema de
la "soberanía" y de su origen: ¿del pueblo, de Dios o de una
combinación de ambos?) y de los términos de su legitimación.
En
el texto que estamos analizando, la visión de Weber es contraria a esa
representación. Para él las clases dirigentes pueden y deben poner los
intereses permanentes del poder de la nación por sobre cualquier otra
consideración. El Estado es el portador de los intereses de la nación. El
Estado nacional es la organización terrenal del poder de la nación, y en él la
razón de Estado constituye el criterio de valor último.
Según
Weber, la moderna sobrevaloración de lo económico se equivoca al creer que
"[...] el espíritu de solidaridad política sucumbiría ante intereses
económicos divergentes del momento, y que incluso él mismo sólo sería un
reflejo del sustrato económico propio de esos cambiantes intereses. En cierto
sentido, esto es algo que sólo ocurre en épocas de un cambio social
radical" (Weber, 2003a: 35).
Es
cierto —dice— que la disposición para los intereses específicamente políticos
no anida en general en la gran masa de la nación, ocupada en la lucha por la
subsistencia. Pero en determinados momentos de excepción, en caso de guerra,
también las masas toman conciencia de la importancia del poder nacional;
entonces se pone de manifiesto que el Estado nacional se asienta sobre
profundas bases psicológicas, aun en las capas económicamente oprimidas de la
nación, y que de ningún modo se trata tan sólo de una
"superestructura", de la forma de organización de las clases
económicamente dominantes. Ocurre que, en épocas normales, ese instinto
político se sumerge en la gran masa por debajo del umbral de la conciencia. En tal
situación, la función específica de las clases económica y políticamente
dirigentes de ser portadoras de la conciencia política es la única razón que
puede justificar políticamente su existencia (Weber, 2003a: 36).
En
síntesis Weber no sólo impugna a nivel teórico la tópica marxista de la
infraestructura / superestructura (el Estado como instancia superestructural
jurídica y política que se funda sobre la base económica), sino que además
justifica para ciertas circunstancias el liderazgo político de las clases
económicamente dominantes, en tanto son las de mayor "madurez"
política.
Según
Juan Carlos Portantiero, la crítica principal de Weber al paradigma marxista se
vincula con esto. Al privilegiar el marxismo el conflicto entre clases por
sobre el resto de los conflictos sociales se empobrece, para Weber, la
posibilidad de conocimiento de la compleja articulación de la sociedad. Su
proceso teórico, en cambio, avanzaría de lo político a lo económico.
Al
analizar El Estado nacional y la política económica, Portantiero se detiene
especialmente en la relación controvertida del autor con el enfoque marxista.
Weber dice:
[...]
Había asimilado la lección que acerca de la relación entre economía y Estado
proporcionaba el desarrollo capitalista "tardío" de Alemania. La
reflexión sobre esa revolución desde arriba encarnada en el "canciller de
hierro" ("el Estado alemán no ha sido fundado por la fuerza autónoma
de la burguesía") habrá de contribuir a alejarlo de concepciones teóricas
calificadas como sociocéntricas —marxismo y liberalismo— y, de alguna manera, a
invertir este esquema, pero no para fundar una metafísica del Estado sino una
sociología de éste. El marxismo de la II Internacional y el liberalismo eran
incapaces, en la percepción de Weber, de dar cuenta de situaciones del tipo de
la expansión capitalista alemana de final es de siglo: habían sido pensados
para (y en) momentos anteriores: típicamente la historia inglesa de las
postrimerías del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. La distinción entre poder
económico y poder político, con la posibilidad empírica de otorgar primacía al
segundo sobre el primero —lo que será una clave central de su sociología— está
afincada en el examen del "caso" alemán que, por otra parte, iba a
ser mucho más regla que excepción en los procesos de desarrollo capitalista
(Portantiero, 1982: 433).
Señalemos
además que en la lección inaugural Weber es bastante explícito en lo
concerniente a su posición política, a la cual no podemos dejar de prestar
atención. Si uno de nuestros supuestos es que existe a la vez un debate teórico
y una disputa política de Weber con Marx, y que las diferencias conceptuales
entre ambos clásicos están determinadas en última instancia por sus desacuerdos
políticos,4 creemos que esto se visualiza con bastante claridad en la publicación
de 1895.
En
efecto, aquí Weber se reconoce como un miembro de las clases burguesas:
"Me siento como tal y he sido educado en sus principios e ideales". Y
si bien admite que muchos sectores de la burguesía de Alemania no están aún
completamente maduros para constituir la clase política dirigente de la nación,
éste, el primero de sus "escritos políticos", es una llamada a la
burguesía para que se convierta en la portadora de los intereses nacionales.
La
clase obrera alemana —razona— no está ni madura políticamente ni en camino de
estarlo. Todo el encono de Weber contra la socialdemocracia se manifiesta en
este párrafo:
Políticamente
está inmensamente menos madura de lo que quiere hacerle creer una camarilla de
redactores de periódicos, que desearía alzarse con el monopolio de su
liderazgo. En los círculos de estos descastados burgueses se es muy aficionado
a jugar con reminiscencias de hace cien años, con lo que se ha logrado, en
verdad, que aquí y allá algunos espíritus temerosos vean en ellos a los
descendientes espirituales de los hombres de la convención francesa. Sólo que
son infinitamente más inofensivos de lo que a ellos mismos les parece; en ellos
no alienta ni la más mínima chispa de aquella energía catilinaria de la acción,
ni, a decir verdad, tampoco el más tenue hálito del impetuoso apasionamiento
nacional que se respiraba en dicha convención. Pobres figurines políticos es lo
que son: les falta el fuerte instinto de poder de toda clase que se sienta
llamada a ejercer el liderazgo político [...]. Y porque para una gran nación no
hay nada más nefasto que el ser gobernados por hombres mezquinos políticamente
incultos y porque el proletariado alemán no ha perdido aún este carácter, por
eso somos adversarios políticos suyos (Weber, 2003a: 39–40).
Entonces,
mientras que Marx escribe "desde el punto de vista del
proletariado",5 Weber se declara —pocas veces tan explícitamente como
aquí, es cierto— adversario político de esta clase. Esta diferencia en la
posición política de los clásicos es, desde nuestra perspectiva, el punto de
partida desde el cual pueden y deben entenderse las discrepancias teóricas, ya
sean filosóficas, sociológicas, económicas o históricas.
Por
último, cabe mencionar que en El Estado nacional y la política económica el
autor expresó por primera vez, aunque sucintamente, sus convicciones sobre
problemas de filosofía de la ciencia, anticipando su tesis posterior sobre la
"neutralidad valorativa".
En
este discurso, Weber critica la idea de los economistas de que la economía
política como ciencia puede obtener desde sí misma criterios valorativos para
guiar la política práctica. Para él no es posible obtener juicios de valor
sobre los hechos económicos partiendo de conocimientos económicos sobre su
objeto. Por el contrario, la economía política es a su modo de ver más bien una
"servidora de la política". Weber aclara que no se trata de renunciar
sin más a la valoración de los hechos económicos, que es muy necesaria, pero sí
de insistir en la necesidad de que el investigador controle los juicios de
valor, sepa conscientemente qué valoraciones está introduciendo y reconozca el
carácter personal y subjetivo de sus opiniones.
En
el contexto de estos razonamientos, Weber critica la posición eudemonista de
los iniciadores de la economía política, que consideraban que el fin
indiscutible y único de esta ciencia era el mejoramiento del "balance de
placer", el cual requería mejorar la producción de bienes para aumentar la
riqueza. Así, se situaba como primordial criterio de valor de la economía
política —o se le identificaba directamente con él— el problema
técnico–económico de la producción. Pero no es sólo a los viejos representantes
de la economía política hacia donde se dirige su crítica. También cuestiona a
quienes reconocen en la economía política una disciplina que debe preocuparse
por el problema de la distribución de bienes, introduciendo valoraciones desde
el punto de vista de la "justicia social".
Así
explica Marianne Weber el contexto en el que se inscribían estas posiciones
contra las que se manifiesta Weber:
Por
entonces, la orientación dentro de las ciencias sociales era la siguiente: los
"grandes ancianos", particularmente los fundadores ingleses de la
economía política, consideraban que un aumento de placer, particularmente a
través de un aumento de la riqueza —es decir, una promoción de la producción
económica de bienes, a cualquier precio— era la meta evidente. Luego, cuando
—bajo la protección de estos ideales— el "libre juego de las fuerzas"
engendró un implacable afán adquisitivo, y se hizo manifiesta la explotación de
quienes no poseían nada, la mayoría de los estudiosos jóvenes adoptó un enfoque
distinto. Como hemos visto, se volvieron "socialistas académicos"
[Kathedersozialisten]. Entonces, se consideró que la meta de la política
económica era una distribución justa de los bienes, es decir, el cumplimiento
de una obligación moral (Marianne Weber, 1995: 307–308).
Por
último, mediante una lectura cuidadosa descubrimos que al enfatizar Weber la
imposibilidad del conocimiento científico de proporcionar criterios para la
acción, su blanco es también la teoría económica marxista (ya sea de Marx en
particular o de los marxistas en gen eral).
Sucede
que Marx y Engels, lejos de pretender una ciencia neutral, han elaborado sus
conceptos desde una perspectiva de clase. Para decirlo en otros términos, han
actuado en su práctica teórica como intelectuales orgánicos de la clase obrera.
Como subraya Althusser, "[...] el pensamiento teórico de Marx hace cuerpo
con su pensamiento político, y su pensamiento político con su acción, su lucha
política, toda ella al servicio de la lucha de clases obrera internacional.
Podemos ya decirlo con claridad: en sus obras teóricas, como en sus combates
políticos, Marx nunca ha abandonado, desde sus primeros compromisos de 1843, el
terreno de la lucha de clases obrera" (Althusser, 2003: 47).
El
pensamiento de Marx se ha formado en el interior del movimiento obrero
existente, y su análisis del capitalismo está intrínsecamente unido a su
proyecto político. Buena parte de la obra de Marx constituye una "crítica
de la economía política", crítica indisociable de un punto de vista de
clase (proletario), crítica orientada a combatir la economía política
"burguesa" y al mismo tiempo el capitalismo como modo de producción
basado en la explotación de una clase por otra. Esto es justamente lo que
inquieta a Weber: una economía política, si aspira a ser científica, no puede
guiarse por ideales de modos de producción (comunista versus capitalista) ni
puede procurar fundamentar objetivamente el rumbo político a seguir.
En
verdad, los ideales que nosotros insertamos también en el objeto de nuestra
ciencia no son algo específicamente suyo o de su propia elaboración, sino que
son los viejos tipos generales de ideales humanos. Sólo quien ponga a su base
el interés puramente platónico del tecnólogo, o quien, por el contrario, parta
de los intereses actuales de una determinada clase, lo mismo da si dominante o
dominada, puede querer extraer de ese mismo objeto un criterio para su
valoración (Weber, 2003a: 33).
En
síntesis, la postura de Weber es que la economía política no tiene que
orientarse por ideales eudemónicos (la felicidad como bien supremo) ni por
principios éticos (justicia) ni por intereses de clase de los que se desprenden
juicios a favor o en contra de determinados modos de producción (caso del
marxismo). Todo ello sería introducir en la investigación empírica las propias
valoraciones prácticas. No obstante, Weber acepta un único criterio normativo:
el criterio político de adopción de los ideales "nacionales".
No
se trata —piensa— de analizar el desarrollo económico alemán desde arriba,
desde la altura de los grandes Estados alemanes, y convertirse así en
apologetas suyos, ni de hacerlo desde abajo, desde el punto de vista de las
luchas de las clases en ascenso. Interpretando a Weber, Abellán observa:
En
ambos casos se está cometiendo el mismo error, se está yendo más allá de lo que
la ciencia como tal permite. En ambos casos, los historiadores analizan los
fenómenos económicos con criterios y valores relativos a lo que esos fenómenos
significan para el Estado, en un caso, o para una clase social en ascenso, y
tienden a considerar como económicamente bueno o mejor lo que favorece a alguno
de los dos actores mencionados [...]. La cuestión que subyace a la crítica de
Weber es si la ciencia puede establecer o determinar valores, criterios de
actuación, con carácter objetivo, si puede determinar que unos valores son
mejores que otros o si una determinada opción política es mejor o más valiosa
que otra. Para Max Weber, ya desde esa Lección de 1895, la ciencia no puede
suministrar valores objetivos, no puede establecer desde ella misma que unos
valores sean científicamente mejores que otros (Abellán, 1991: 21–22).
En
conclusión, la reflexión de Weber da pie para cuestionar el carácter
"científico" de los desarrollos económicos de Marx, o, cuando menos,
para señalar el equívoco de la pretensión marxista de servir mediante la
investigación teórica (económica) a la lucha política.
Y es
que de hecho, como escribe Engels en 1886:
A El
capital se le ha llamado a veces, en el continente, 'la Biblia de la clase
obrera'. Nadie que conozca un poco el movimiento obrero negará que las
condiciones expuestas en esta obra van convirtiéndose de día en día, cada vez
más, en los principios fundamentales del gran movimiento de la clase obrera, no
sólo en Alemania y en Suiza, sino también en Francia, en Holanda y en Bélgica,
en Norteamérica y hasta en Italia y en España, y que por todas partes la clase
obrera va reconociendo más y más en las conclusiones de este libro la expresión
más fiel de su situación y de sus aspiraciones" (Engels, 1982: XXXII).
Esta
fusión (o "confusión") de intereses teóricos y prácticos, científicos
y políticos, es lo que no está dispuesto a aceptar Weber.
Examinemos
ahora algunas ideas del trabajo "Las causas sociales de la decadencia de
la civilización antigua", del que sabemos se publicó por primera vez en
1896 en el periódico La verdad. Se trata de un llamativo artículo histórico al
que se le ha prestado escasa atención en la literatura secundaria, pero que nos
atañe especialmente puesto que de él se ha dicho que es "un notable
trabajo con influencias de la metodología marxista" (Pegoraro, 1999: 2).
En
su análisis de las causas de la caída del Imperio romano, Weber refuta todas
las hipótesis explicativas de la historiografía contemporánea. Sostiene que
Roma no cayó debido a la invasión de los bárbaros y a su superioridad numérica
ni tampoco por la incapacidad o errores de sus conductores políticos. La
declinación de la cultura antigua no se debió a su sistema político, a su
despotismo, a la inmoralidad y modo de vida derrochador de los círculos
sociales más elevados. "Otros procesos más importantes que las culpas de
los individuos" —dice el autor— fueron los que hicieron caer a la cultura
antigua.
Tal
fenómeno tampoco es atribuible a la descomposición de la familia tradicional ni
a la "degeneración de la raza antigua", que sería, según ciertas
hipótesis "darwinistas", el resultado del proceso de selección
practicado en la recluta del ejército y que condenó al celibato a los más
fuertes. Descartadas tales explicaciones, Weber piensa que el secreto del
colapso del Imperio romano se encuentra en su sistema económico o bien, en
términos más amplios, en las peculiaridades de la estructura social de la
Antigüedad. Según Weber, "[...] todo el ciclo de su evolución cultural
está estrictamente determinado por ellas" (Weber, 2000: 108–109).
La
cultura antigua —sostiene— es una cultura de esclavos. Junto al trabajo libre
de la ciudad existe el trabajo servil de la campiña, y este tipo de trabajo
aumenta incesantemente en la Antigüedad, puesto que sólo el trabajo de los
esclavos permite a los propietarios producir más de lo necesario para cubrir
las necesidades, es decir, producir para el mercado. "Así pues, el
propietario de esclavos se ha convertido en el soporte económico de la cultura
antigua, y la organización del trabajo de esclavos constituye la
infraestructura imprescindible de la sociedad romana, y en consecuencia, hemos
de tratar con más detalle su carácter social" (Weber, 2000: 112).
Su
economía de mercado dependía de una agricultura servida por la mano de obra
esclava, lo que les permitía a los grandes terratenientes percibir rentas,
vivir en la ciudad y practicar la política. Ahora bien, para que ese sistema
funcionara, el látigo era una condición: los productores debían estar sometidos
a una disciplina militar, la cual sólo podía asegurarse mediante la institución
de los "cuarteles de esclavos", con lo que se privaba a los
trabajadores no sólo de la propiedad sino también de la familia. Pero dado ese
tipo de vida cuartelera que imposibilitaba el aumento natural de la población
de esclavos, ¿cómo satisfacer la demanda de nueva mano de obra? La única forma
era el aflujo regular de hombres al mercado de esclavos. Cuando Roma ya no pudo
financiar con éxito las guerras de anexión, y por lo tanto proveerse de
esclavos, su estructura económica sufrió cambios considerables, que explican lo
esencial de la declinación del imperio. En la producción, el papel de los
esclavos perdió importancia a favor de los campesinos, que, aunque con
propiedad y familia, estaban sometidos a nuevas formas de servidumbre.
[...]
El colono se había convertido ya en un siervo que cultivaba la tierra conferida
por el señor y, en compensación, estaba obligado a determinadas prestaciones. Y
este cambio económico en la situación del colono produjo enseguida un cambio
jurídico anexo, en el cual se expresa también, formalmente, esta manera de
considerar al colono como una fuerza de trabajo adscripta al señorío: la
sujeción a la gleba (Weber, 2000: 115).
Al
perder importancia el trabajo esclavo se hacía imposible la producción para la
venta. La transformación entonces resultó en la declinación de la economía de
mercado y de las ciudades romanas, y en la creciente importancia de una
economía natural autosuficiente. La caída del Imperio romano tuvo como causa
principal —según el análisis del joven Weber— la descomposición de la economía
comercial basada en la mano de obra esclava y su reemplazo por una economía
natural con mano de obra servil, en la que la satisfacción de las necesidades
del señor por el trabajo es la finalidad cada vez más predominante.
La
política del avejentado imperio requería cobrar impuestos en dinero,
principalmente para mantener la burocracia profesional y el ejército permanente
que necesita todo gran Estado de tierra adentro. Pero eso chocaba con la
incapacidad económica de los poseedores —que producían únicamente para sus
necesidades— de contribuir con entregas en dinero.
La
caída del Imperio fue la forzosa consecuencia política de la desaparición
gradual del comercio y del consiguiente crecimiento de la economía natural. Y,
en esencia, tan sólo significó el desmontaje de aquel aparato administrativo,
y, por tanto, de la superestructura política de un régimen de economía de
dinero, que ya no concordaba con la infraestructura económica que vivía en un
régimen de economía natural (Weber, 2000: 120).
Hasta
aquí el razonamiento del autor. Admitamos que el enfoque general del ensayo, y
más precisamente el uso de ciertos términos por parte de Weber, no deja de
resultarnos sorprendente, a la luz de sus otros trabajos. Aunque no haya
alusión alguna a Marx o a autores marxistas, constatamos que el tipo de
análisis presente aquí se acerca al de estos autores más de lo que lo hace
Weber en cualquiera de sus otras obras. En sus pocas páginas, el trabajo nos
ofrece una perspectiva mucho más "estructural" que la que va a
proponer años después para la sociología con su "método
individualista". Lejos de enfocar el problema a partir de la comprensión
de la acción de los individuos, el autor desecha las hipótesis individualistas
y escarba en las características de la "estructura social". Alude a
"procesos": "procesos más importantes que las culpas de los
individuos".
Además,
es en las condiciones económicas donde encuentra Weber la clave de la evolución
cultural de la civilización antigua. El trabajo esclavista —dice— es la
"infraestructura imprescindible" de la sociedad romana, por eso su
declinación es el fundamento de la declinación del Imperio. La superestructura
política se modifica, según su análisis, al cambiar la infraestructura
económica. También las relaciones jurídicas cambian como efecto del cambio económico.
El
manejo de los conceptos de infra y superestructura, incluso sin entrecomillado
alguno, llama la atención, sobre todo teniendo en cuenta los argumentos que en
1895 (El Estado nacional y la política económica), o sea un año antes de esta
publicación, Weber había esgrimido contra la consideración de la política como
"superestructura".
Esta
diferencia de posición en ambos textos tan próximos en el tiempo nos hace
pensar que probablemente "Las causas sociales de la decadencia de la
civilización antigua" no haya sido escrito por Weber en 1896, fecha de su
edición, sino unos años antes. Si bien no hemos podido confirmar absolutamente
este supuesto, contamos con un dato aportado por Giddens, según el cual este
escrito histórico inicial sería anterior a la publicación del trabajo sobre la
condición del campesino al este del Elba, en 1892 (Giddens, 1994: 208).
La
explicación de Weber de "La decadencia de la cultura antigua" por
causas fundamentalmente económicas y no políticas, militares, morales o
psicológicas, es lo que lleva a Stanislaw Kozyr–Kowalski a estimar que hasta el
momento de este escrito Weber se hallaba "bajo la abrumadora influencia
del materialismo histórico" y que aceptaba abiertamente la tesis de la
determinación de las formas de cultura por las condiciones económicas. Pero
—agrega— interpretaba esta tesis en forma muy similar a como lo hacían los
teóricos de la socialdemocracia alemana. En consecuencia, la mayoría de las
objeciones que luego planteó Weber a la teoría marxista son pertinentes también
para su propio análisis del colapso de la civilización romana.
Por
otra parte, también Anthony Giddens advierte una proximidad entre el
planteamiento de Weber en este texto y las ideas de Marx. La explicación que da
Weber de la decadencia de Roma —sugiere— "[...] tiene muchísimo en común
con la descripción sucinta que Marx había trazado de aquellos mismos
acontecimientos" (Giddens, 1994: 208). Pero, lejos de hablar como
Kozyr–Kowalski de enorme "influencia", Giddens acota que Weber llegó
a ese resultado sin conocer la obra de Marx en la que aparecen las partes más
importantes de su descripción de la desintegración del Imperio romano: los
Grundisse. Además, Giddens estima que hay en Weber, desde sus primeras obras,
una convicción de que deben rechazarse todas las formas de determinismo
económico burdo.
Conclusiones
Habiendo
hecho este análisis pormenorizado de la orientación de los trabajos de Weber en
esta primera etapa de su producción (1889 a 1898) y de los aspectos de su
biografía y contexto histórico que nos ayudan a comprender sus posiciones
políticas, estamos en condiciones de responder algunas interrogantes: ¿Es
válida la afirmación de Parsons de que los primeros estudios tienen un
"sesgo materialista bastante claro"? ¿Podemos sostener con Kowalski
que hasta 1896 Weber estuvo bajo la "abrumadora influencia del
materialismo histórico"? O por el contrario, ¿coincidimos con Gerth y
Mills en que a principios de los años noventa Weber se opuso al materialismo
histórico desde una postura de simple rechazo?
En
otras palabras, con los elementos que tenemos y hemos ido exponiendo en estas
páginas, ¿cómo podemos caracterizar certeramente la relación de Weber con el
autor del Manifiesto Comunista en este periodo?
El
único texto en el que advertimos alguna similitud con el tipo de lectura
materialista de la historia es el breve artículo "Las causas sociales de
la decadencia de la civilización antigua", del cual no sabemos con
exactitud cuándo fue escrito, pero sospechamos que es anterior al resto de los
trabajos analizados. En sus párrafos se utilizan acríticamente conceptos claves
de la teoría marxista, los cuales serán puestos en cuestión repetidamente en el
resto de su obra. Pero exceptuando este texto atípico, no percibimos en la
producción temprana de Weber ningún fuerte influjo del materialismo. Más bien
lo contrario.
Ya
en La situación de los trabajadores de las granjas al este del río Elba,
publicado en 1892, Weber inicia, por así decirlo, su diálogo polémico con Marx,
cuando desdeña lo que él define como un punto de vista "unilateralmente
materialista" en la explicación del desplazamiento de los jornaleros
alemanes. En contraposición a ello, él pone el acento para la imputación causal
del fenómeno en motivos psicológicos: el "instinto de libertad".
Dos
años después, en el nuevo estudio sobre la situación de los trabajadores de los
campos mencionado por su mujer, el autor usa material empírico para
"ilustrar las limitaciones de la visión económica de la historia",
según la expresión de Marianne. El mismo año, en Empresas rurales de colonos
argentinos critica el internacionalismo en todas sus formas, incluido el
internacionalismo socialista.
Finalmente,
El Estado nacional y la política económica representa el texto de esta fase en
el que la disputa con Marx adquiere mayores dimensiones. Aquí Weber insiste en
los motivos ideales del éxodo de los campesinos, y presenta la historia como
una lucha entre individuos en la cual el resultado depende de cualidades
físicas y psíquicas de las razas ("selección social"), distanciándose
claramente de las explicaciones del materialismo histórico. Plantea objeciones
a la "sobrevaloración" de lo económico propia de esta corriente y
refuta asimismo su concepción del Estado como forma de organización de las
clases dominantes, es decir, como "superestructura". Por último,
introduce una discusión "epistemológica" afirmando la inhabilitación
de la investigación científica para proveer ella misma criterios o ideales para
la acción, en alusión (entre otras) a la "economía política
marxista", que se orienta por los intereses de la clase dominada e intenta
fundamentar de manera objetiva la práctica política.
Tengamos
en cuenta, por último, que las posiciones políticas de Weber son liberales y
esencialmente nacionalistas, arraigadas en el deseo de ver a Alemania
convertirse en una gran potencia.6 Él mismo se reconoce en uno de los textos
como adversario político de la clase proletaria, clase a la que Marx en cambio
pretendía representar.
En
síntesis, concluimos que existe ya en esta primera etapa una referencia
recurrente a las ideas de Marx y una polémica (sobre todo hacia el final) con
este gran pensador, aunque en general no de manera absolutamente explícita.
Para
arribar a este resultado —advirtámoslo— ha sido necesario examinar el conjunto
de las obras disponibles y no reflexiones aisladas de uno u otro escrito, cosa
que puede conducir al lector de Weber a sacar conclusiones apresuradas y no
suficientemente fundadas. Nuestro propósito es captar, mediante el recorrido
por los diversos textos, el sentido gen eral del vínculo intelectual que nos
preocupa.
La
disparidad de opiniones de los comentaristas mencionados respecto de la índole
de la relación que Weber establece con Marx en su etapa inicial puede obedecer,
en parte, a que tienen en mente diferentes obras, y en referencia a ellas
formula cada uno sus aseveraciones. Así, cuando Parsons se refiere a la
preocupación de Weber en sus primeros estudios por los factores
"materiales", hace mención de su tesis doctoral y de Las condiciones
agrarias en la Antigüedad; Kozyr–Kowalski basa su reflexión en "Las causas
sociales de la decadencia de la civilización antigua"; mientras que Gerth
y Mills al subrayar la oposición de Weber al materialismo histórico están
pensando en el trabajo sobre los campesinos del este del Elba y en El Estado
nacional y la política económica.
Aclaremos
que decir que puede identificarse en esta fase de la producción weberiana una
cierta controversia con el marxismo no significa sostener que eso sea el núcleo
estructurador del pensamiento temprano de Weber.
Como
afirma Giddens:
Sería
una inmensa simplificación del medio intelectual en que Weber escribió, suponer
que estas opiniones se desarrollaron en su pensamiento simplemente dentro del
contexto de un encuentro con el marxismo. Al escribir sus primeras obras Weber
tomó como punto de partida la problemática contemporánea que predominaba en la
corriente principal de la jurisprudencia y de la historia económica alemana. El
interés que pronto mostró Weber por Roma refleja la controversia de su tiempo
sobre las causas de la decadencia económica romana. Su investigación sobre los
trabajos agrícolas de Alemania oriental forma parte de un voluminoso estudio
llevado a cabo por los miembros de Verein für Social politik, cuyo origen está
en la preocupación por problemas de importancia política práctica [...]. Sin
embargo hay que reconocer que las conclusiones a que llegó Weber en estos
primeros estudios canalizaron cada vez más su interés hacia los temas que lo
pusieron en relación directa con los campos donde se concentraba el pensamiento
marxista: en concreto, las características específicas del capitalismo moderno
y las condiciones que rigen su aparición y desarrollo (Giddens, 1994: 211–212).
Por
último, y aunque ya fuera del objeto de este acotado artículo, señalemos que la
controversia de Weber con el marxismo no es privativa de esta etapa, sino que,
como hemos estudiado en otro lado (Duek, 2007), el consabido
"diálogo" con Marx tiene una presencia constante en la reflexión
weberiana, atravesando toda su producción, desde el estudio sobre los trabajadores
de las granjas de 1892 hasta el curso de historia económica de su último año de
vida:
Su
relación crítica y de polémica con el pensamiento de Marx y Engels se
manifiesta tempranamente en sus escritos de juventud y se repite en el resto de
las etapas. En consecuencia no cabe proponer una periodización fuerte de la
obra de Weber en función de esta actitud, en el sentido de, por ejemplo,
identificar un periodo con inclinación materialista y otro antimaterialista, o
etapas de interés por el marxismo y etapas de indiferencia, etc. Sólo es
posible marcar diferencias de intensidad. La disputa teórica con Marx alcanza
su pico máximo entre 1904 y 1907, concretamente con la redacción de La
"objetividad" cognoscitiva de la ciencia social, La ética protestante
y el espíritu del capitalismo y La "superación" de R. Stammler de la
concepción materialista de la historia, en tanto la confrontación política con
los socialistas marxistas es más intensa en los escritos políticos de 1917 a
1919 (Duek, 2007: 253).
Para
terminar, no podemos dejar de indicar que, lejos de evidenciar un conocimiento
profundo de la obra de Marx,7 el debate de Weber está dirigido a ciertas ideas
fundamentales y muy difundidas del pensamiento marxista, como son su
interpretación materialista de la sociedad y la historia, la figura de la
infraestructura y superestructura, el papel de la lucha de clases en el
desarrollo histórico o las expectativas respecto de una sociedad socialista.
Además, a pesar de que tiene al marxismo como permanente interlocutor
intelectual, Weber interpreta algunas de sus tesis de manera un tanto
simplificada o sin llegar a comprender cabalmente la complejidad de este
pensamiento.
A
diferencia de las lecturas de algunos intérpretes, nuestro examen del conjunto
de la producción weberiana alega que no es que Weber rechace la versión
vulgarizada del marxismo que era común en el cambio de siglo, para rescatar la
formulación original y librarla de la tergiversación, sino que más bien no
distingue entre ambos planteamientos y los trata de manera indiferenciada. En
ocasiones, es la lectura que hace Weber del pensamiento marxista, sobre todo de
su tesis sobre la determinación económica "en última instancia", la
que resulta mecanicista o simplista; pero ni el propio Marx ni Engels, como lo
demuestran sus cartas, aceptarían esa interpretación dogmática de las tesis del
materialismo histórico.
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Obras selectas, Buenos Aires: Distal.
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Max (2003c), "El socialismo", en Obras selectas, Buenos Aires:
Distal.
Notas
1 En
su análisis de la derrota de junio de 1848, Marx dice: "Los obreros
franceses no podían dar un solo paso adelante, ni tocar un solo cabello del
régimen burgués, antes que la masa de la nación, colocada entre el proletariado
y la burguesía, el campesinado y la pequeña burguesía levantados contra ese
régimen, contra la dominación del Capital, no haya sido obligada por la marcha
de la revolución a unirse a los proletarios como a su vanguardia" (1973:
56). Y Engels, en la introducción de 1895 sostiene que incluso en Francia,
donde las condiciones son mucho más favorables para un golpe insurreccional que
en Alemania, "[...] los socialistas comprenden cada vez más que para ellos
no puede haber una victoria duradera posible, antes de ganar a la gran masa del
pueblo, es decir, allí, los campesinos" (1973: 24).
2
"Pero todo es perecedero. Las líneas transoceánicas de navegación y los
ferrocarriles indios, norte y sudamericanos pusieron a grandes extensiones
alejadas de tierras en condiciones de competir en los mercados cerealistas de
Europa. De una parte, a las praderas norteamericanas y a las pampas argentinas,
estepas que la misma naturaleza se había encargado de convertir en fecundas
tierras para el arado, tierras vírgenes que podían dar durante años abundantes
cosechas aun con métodos primitivos de cultivo y sin el empleo de abonos. [...]
Una parte de la tierra de Europa quedó definitivamente eliminada de la
competencia en el cultivo de cereales [...] (F.E.)" (Marx, 1982b:
673–674).
3
Allí define la selección como la lucha latente por la existencia (por las
probabilidades de vida y de supervivencia) que tiene lugar entre individuos o
tipos de individuos. Toda lucha y competencia típicas y en masa —agrega luego—
llevan a la larga "a una 'selección' de los que poseen en mayor medida las
condiciones personales requeridas por término medio para triunfar en la
lucha" (Weber, 1999: 31).
4
Subrayamos la expresión "en última instancia", pues esa determinación
está lejos de ser mecánica, inmediata o directa. En otras palabras, no
pretendemos que las posiciones teóricas sean una mera consecuencia directa de
las posturas políticas, pero tampoco creemos que sean absolutamente autónomas.
Desde nuestro punto de vista, la práctica teórica tiene "autonomía
relativa" respecto de las demás prácticas sociales.
5 En
El capital y también en obras anteriores, Marx encaró la crítica a la economía
"burguesa", crítica que representa —según sus palabras— a la clase
que tiene como misión histórica trastocar el modo de producción capitalista y
finalmente abolir las clases: el proletariado (véase el Epílogo a la segunda
edición de El capital. Crítica de la economía política, tomo I).
6 A
partir de ciertas reflexiones de Weber sobre la realidad alemana, algunos
autores incluso han utilizado el término "imperialista" para calificar
su orientación. Gerth y Mills, por ejemplo, afirman que: "[...] A mediados
de los años noventa, Weber era un imperialista, defendía los intereses de poder
del estado nacional como valor definitivo y empleaba el vocabulario del
darwinismo social" (Gerth y Mills, 1972: 48). Max Weber se manifestó en
varias oportunidades a favor de una enérgica política de potencia mundial por
parte de Alemania. En 1897, en ocasión del primer proyecto naval alemán, dijo:
"Únicamente la falta absoluta de visión política y el optimismo ingenuo
pueden desconocer que las inevitables tendencias expansionistas
político–comerciales de los pueblos civilizados burgueses, conducen, tras un
periodo de competencia aparentemente pacífica, de nuevo a la encrucijada en que
sólo la fuerza decidirá el grado de participación de cada nación en el dominio
de la tierra y con ello también el radio de acción de su población,
especialmente de su clase trabajadora" (citado en Mommsen, 1973: 13). En
efecto, era un argumento predilecto de los políticos de la época asociar el
nivel de vida de las masas trabajadoras con el éxito o fracaso de la política
expansionista. El erudito Wolfgang Mommsen ha llamado a esto variante
"socialista" del imperialismo o "imperialismo progresista":
se consideraba que el imperialismo ofrecía a la burguesía alemana la
posibilidad de satisfacer las aspiraciones de la clase obrera evitando los
conflictos internos.
7
Algunas de las obras de Marx y Engels se publicaron después de la muerte de
Weber (Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, Crítica de la filosofía del
derecho de Hegel, Manuscritos económico–filosóficos, La ideología alemana,
Elementos fundamentales para la crítica de la economía política). Pero además
de este hecho, que obviamente determina el conocimiento parcial o fragmentario
del conjunto de la producción de Marx y Engels, de los escritos que Weber pudo
haber conocido, en su obra sólo menciona explícitamente El Manifiesto
Comunista, Miseria de la filosofía, El capital y El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado. E incluso cabe decir que el conocimiento de éstos es
disímil. Si de la conferencia sobre El socialismo (Weber, 2003c) se deduce que
Weber hizo una lectura detenida del Manifiesto, no podemos asegurar lo mismo
respecto de El capital, la obra de mayor alcance teórico de Marx.
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