Sobre las contradicciones de Mao (ON
MAO’S CONTRADICTIONS) del activista político pakistaní Tariq Ali es un artículo
en la cual nos narra de manera crítica y lúcida el itinerario del dirigente político chino Mao Zedong, conocido por algunos con el apelativo de Gran Timonel. De hecho,
la referencia fundamental que le sirve de excusa para escribir sobre Mao es el
libro espléndido de Rebecca E. Karl, Mao Zedong and China in the
Twentieth-Century World,(Mao Zedong y
China en el siglo XX Mundial) Duke University Press, Durham, 2010, 216 pp.El
artículo de por si es una invitación a repensar a la experiencia China tras su
arribo al mundo capitalista como potencia mundial y una vez desaparecido el maoísmo.(Sobre
todo porque este viraje ha ocasionado enormes desigualdades e injusticias).Es
un hecho indiscutible que ,pese a sus detractores ,Mao es el padre fundador de
la China moderna ,el gran realizador de una gran obra revolucionaria pero ,también,
no es menos cierto el elevado costo humano y de hambre que orginó el arribo al
poder de la dictadura del proletariado.Personalmente considero que la
revolución proletaria adolece del mismo defecto que la revolución burguesa: al
tomar el poder y establecer la dictadura del proletariado inevitablemente se
hace necesario, aunque esto sea arbitrario, el uso del autoritarismo,de la
violencia,el abuso de poder ,la intransigencia sin límites (siendo más graves en
la experiencia China porque iba unida al fusil y al militarismo) que a la larga
origina apego adicto al poder ,burocratismo,y dominación e imposición.El mismo Napoleón ,aquel
dictador y personaje grotesco del cual nos haría saber Marx en su 18 Brumario…,por la vía de la violencia
y el autoritarismo impuso un orden que habría de expandirse a todo el globo,
y a la larga terminaría abandonado,enfermo
y exiliado en la isla de Elba ,tras haber llevado al pueblo francés a sangrientas
guerras y padecimientos absurdos. Y es que en el mismo Marx la concepción
clasista de la sociedad (que se reduce a un dualismo histórico) y el sentido
negativo de la política tienen un sesgo de dominación.La política ,una vez
asumido la rienda del Estado, se vuelve nociva porque consiste en la dominación de una clase sobre
otra (Dussel) más no algo que nos permita construir la sociedad convocando y
articulando a sus miembros para resolver los problemas urgentes,tomando en
cuenta el sentido común y las necesidades básicas.Estoy de acuerdo con una
lectura crítica de Mao porque es hora de buscar nuevas vías de solución política
y social siendo más importante tomar en cuenta la realidad propia ,y no repeticiones
ideológicas de añoranzas de un marxismo ortodoxo e infértil (1) .Especialmente
Tariq Ali hace un estudio sintético desde la historia,la exterioridad y la
contradictoria vida de Mao sin dejar de lado ,por supuesto ,que en las
condiciones actuales en la China podría ocurrir una nueva explosión proletaria
que luche contra la injusticia pese que no imaginamos sus características , un
estudio que tal vez en el Perú se
debería imitar tomando como referencia el caso del maoísmo peruano sin negar toda
referencia a lo humano (2).Por ejemplo me parece loable las intenciones del
filósofo Slavoj Žižek de reinventar el comunismo teniendo un escenario
nuevo en el siglo XXI,si bien él no sabe cómo hacerlo y como será ese nuevo
comunismo lo cierto es que este filósofo da por sentado el fin de la
experiencia del siglo XX y el socialismo que se desenvolvió en el mismo (3).Es
importante ,también, su reinvención del concepto de comunismo como “lo común” ,aquello que nos es común a todos (
los problemas comunes ) y del cual debemos echar una mano para dar soluciones ;
su interpretación de la ideología como aquello que está impuesto de antemano a
pesar de que creamos que estamos libres de ella; su preocupación por la China
de hoy porque según su parecer se estaría gestando un capitalismo más autoritario del
cual resulta el sepultamiento de las ideas y valores liberales y democráticos ,y
acaso por qué no decirlo y agregarlo ,de los valores de la declaración
universal de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 ( y de la mujer y
de la ciudadana de Olympe de Gouges), tras el afán de hacerlo más “eficiente” ,etc.
Notas
(1)En el caso peruano creo que es
importante revalorizar, repensar y renovar conceptos como de comunidad, civilización, cultura,
democracia, política ,ciudadanía,izquierda y Estado plurinacional para articular un proyecto propio.
(2)De hecho, se han realizado
algunos estudios como los de Carlos Iván Degregori y Gonzalo Portocarrero pero
con un sesgo de izquierda burguesa, malintencionado, caviar y de burocracia que
no explican pormenores de la vida de Rubén,del proceso peruano, ni abren la posibilidad
que en la actualidad sea posible un movimiento que corrija los errores que
cometieron otros,o que se pueda reinventar y que
el marxismo no está acabado etc...etc.
(3)Según su parecer, al igual que
otros autores, la izquierda en el mundo no sale del escenario ni el horizonte
del siglo XX y ese es su error.
Artículo:
SOBRE LAS CONTRADICCIONES DE MAO*
TARIQ ALI
La aparición de China como el motor económico mundial ha desplazado
hacia el este el centro del mercado global. Los índices de crecimiento de la República
Popular China son la envidia de las elites de todas partes, sus productos circulan
incluso por el más pequeño de los mercados callejeros andinos, sus dirigentes
son cortejados por gobiernos fuertes y débiles. Estos acontecimientos han
desencadenado una interminable discusión sobre el país y su futuro. Las
corrientes dominantes en los medios de comunicación se preocupan principalmente
por el grado en que Pekín está atendiendo a las necesidades económicas de
Washington, mientras que los miembros de los think tanks se preocupan porque China, tarde o temprano, prepare un
desafío sistemático a la sabiduría política de Occidente. Mientras tanto, el debate
académico normalmente se centra en la naturaleza y la mecánica exactas del
capitalismo contemporáneo en China. Los optimistas del intelecto sostienen que
su esencia está determinada por el continuado ejercicio del poder por el
persistente Partido Comunista de China y consideran el giro hacia el mercado de
China como una versión de la Nueva Política Económica de los bolcheviques; en
momentos de mayor delirio, sostienen que los dirigentes chinos utilizarán su
nueva fuerza económica para construir un socialismo más puro que el de cualquier
intento anterior, basado en el desarrollo adecuado de las fuerzas productivas y
no en las comunas de poca monta del pasado. Otros, por el contrario, sostienen
que un nombre más acertado para el partido gobernante no necesitaría siquiera
del cambio de siglas: comunista puede reemplazarse fácilmente por capitalista. Una
tercera perspectiva insiste en que el futuro chino simplemente es imprevisible;
es demasiado pronto para pronosticarlo con alguna certeza.
Mientras tanto también se producen enconados debates sobre el pasado revolucionario
del país. China no ha sido la excepción a una tendencia más amplia que acompañó
a la victoria global del sistema estadounidense, a tenor de la cual las
historias eran rescritas, la monarquía y la religión se contemplaban una vez
más de forma positiva y cualquier idea sobre un cambio radical era despreciada
por completo. Mao Zedong ha sido parte central de este proceso. En la propia
República Popular China la escuela de los tabloides ha producido libros de
memorias, suministradas por doctores, secretarios, etc., de Mao; todos ellos
muy en la tradición china de la «historia salvaje», del chismorreo, como
también se la conoce. En Occidente, Jung Chang y Jon Halliday –la primera una
guardia roja cuyos padres comunistas lo pasaron mal durante la Revolución Cultural,
el segundo un antiguo y ciego defensor del pensamiento de Kim Il Sung– salieron
a la palestra hace cinco años con Mao. The Unknown Story. Este trabajo se
centraba en las notorias imperfecciones (políticas y sexuales) de Mao,
exagerándolas hasta alturas fantásticas y proponiendo criterios morales para
dirigentes políticos que los autores nunca aplicarían a un Roosevelt o un
Kennedy. El resultado de diez años de investigación financiada, por un enorme
anticipo de la operación anglo-estadounidense de Bertelsmann, es este
tendencioso y en parte fabricado relato, presentado por los conglomerados
editoriales y mediáticos de todo el mundo como una obra de inigualable
erudición; The Guardian la promocionó por todo lo alto como «el libro que
conmocionó al mundo». La obra, que retrata al Gran Timonel como un monstruo
peor que Hitler, Stalin o cualquier otro, fue proyectada para acabar con Mao de
una vez por todas.
Sin embargo, los estudiosos se mostraron en general despectivos con el
culebrón de Chang-Halliday. Una parte de su contenido había sido escrito por lo
menos dos décadas antes y muchas de sus «desconocidas» revelaciones, cuando no
se basaban por completo en chismorreos, tampoco estaban documentadas ni
comprobadas. Gran parte del material fue obtenido de los archivos de los
oponentes de Mao en Taiwán y Moscú, y por ello resulta difícil tomarlo en
serio. Lo mismo sucede con la utilización de entrevistas a celebridades con un
limitado conocimiento de Mao y todavía menor de China, siendo Lech Walesa uno
de los muchos entrevistados. Irónicamente, el estilo sensacionalista, de
denuncia, recuerda el lenguaje que el propio Mao desplegó contra sus oponentes
durante la Revolución Cultural. Después han llegado nuevas contribuciones a la
literatura de la demonización, incluyendo Mao’s Great Famine (2010) de Frank
Dikötter. El mejor antídoto hasta la fecha es una colección editada por Gregor
Benton y Lin Chun, Was Mao Really a Monster? (2010), que reúne mesuradas
respuestas de reconocidos intelectuales de Estados Unidos, Gran Bretaña y
China.
¿Y el propio Mao? Sus imágenes están en venta, son populares en China
y no solo entre los turistas; sus ideas sobre la guerra prolongada se utilizan frecuentemente
en el «marketing de guerrillas». Su destino, como el del Che, parece ser ahora
el de una preciada mercancía; todo lo que falta es un equivalente chino de los
Diarios de motocicleta. (Quizá sin que nosotros lo sepamos, Zhang Yimou está
trabajando en El nadador pensativo). La nueva e importante biografía de Rebecca
Karl intenta contextualizar a Mao dentro de la historia de su tiempo, pretendiendo
restaurar un cierto grado de cordura en la discusión sobre su vida y su papel, con
todos sus defectos, como el padre de la China moderna; y simultáneamente
también pretende rescatar la historia de la Revolución china de sus detractores
en Occidente y en su propio país. Su modelo es la condensada biografía
intelectual de Lenin, como teórico y hombre de acción, que realizó Luckács. El
relato erudito y ameno de Karl está lejos de ser acrítico, pero ella insiste en
que el ascenso de Mao, del maoísmo y del «pensamiento Mao Zedong » no puede
entenderse sin tener en cuenta el mundo del siglo XX en que aparecieron y sin
tomar en cuenta el papel desempeñado por los imperialismos que presidieron el
destino de China durante la primera mitad del mismo. Presentar a Mao como un
monstruo sin raíces o un amoral patán del campo es una grotesca distorsión de la
historia china. Karl refleja el triunfo del maoísmo y discute sus repercusiones
con una claridad meridiana, basada en una investigación meticulosa y en la
obstinación de los hechos. Ninguna reescritura de la historia los hará
desaparecer.
Hijo de un campesino acaudalado de la provincia de Hunan,
posteriormente el lugar de su célebre investigación sobre el movimiento
campesino local. Mao y sus dos hermanos más jóvenes probaron el sabor de la
vida de los campesinos mientras transportaban estiércol para abonar los campos de
arroz de su padre. El padre era un grosero semianalfabeto por el que Mao, desde
una edad temprana, no sentía ni agrado ni respeto. Su madre, de un carácter muy
diferente, era una mujer decidida que inculcó a sus tres hijos la idea de
mejorar el mundo por medio de la acción. Solamente Mao fue enviado a la
escuela, donde se empapó de los clásicos confucianos aprendiéndolos de memoria,
un sistema educativo común en muchas partes de Asia entonces e incluso ahora.
Pero no fue hasta mediados de 1911, año en que se trasladó a Changsha, la
capital de la provincia, cuando su pueblerina visión del mundo empezó a
cambiar.
La Revolución de octubre de 1911 destronó a la dinastía Manchú, y Sun
Yatsen proclamó la república en China. Pero el país permanecía fragmentado; fuera
de las grandes ciudades, los señores de la guerra dominaban el panorama. A
finales de 1916 la tentativa de Yuan Shikai de auparse al trono y disolver la
república fue derrotada. El efecto sobre los intelectuales y los estudiantes fue
electrizante, radicalizando a muchos y a Mao entre ellos. En la Cuarta Escuela
Provincial, un instituto para formación de maestros, fue donde por primera vez
encontró a intelectuales que estaban relacionados con las filosofías políticas
occidentales. La Nueva Sociedad de Estudios del Pueblo amplió su universo
intelectual y su círculo de amigos, muchos de los cuales se convertirían más
tarde en militantes del Partido Comunista de China. Teniendo ya un amplio
conocimiento de los clásicos chinos, especialmente los novelistas y poetas, Mao
se dirigió hacia el liberalismo a través de la filosofía occidental. Estuvo muy
influenciado por su profesor favorito, Yang Changji, un graduado en filosofía
en Edimburgo que posteriormente había estudiado a Kant en Heidelberg. Cuando Mao
se graduó en 1918, Yang había recibido la oferta de una cátedra de filosofía en
Beida (la universidad de Pekín). Se llevó con él a Mao. La agitación intelectual
que se había apoderado del país desde 1911 había dado pocas muestras de
calmarse; las disputas entre diferentes corrientes filosóficas dominaban la
vida cultural de las ciudades. Cai Hesen, un amigo íntimo de Mao, había acabado
en París desde donde mandaba largas cartas describiendo el impacto en Europa de
la Revolución rusa, subrayando los vínculos entre teoría y práctica, textos que
contribuyeron a la radicalización de Mao.
Mao consiguió un empleo en la biblioteca de Beida. Aquí conoció a los profesores
Chen Duxiu y Li Dazhao, los editores de Nueva Juventud, una publicación
literario-filosófica ampliamente leída que defendía la ciencia, la democracia y
el internacionalismo mientras sistemáticamente realizaba una severa crítica de
las ideas confucianas y de la servidumbre que alentaban. Los dos hombres habían
traducido al chino algunos de los escritos de Lenin y Kautsky y estaban
avanzando claramente en una dirección radical. La publicación defendía a los
bolcheviques y los comparaba favorablemente con algunos de los revolucionarios
republicanos locales de 1911. Aquí fue donde Mao publicó en 1917 su primer
texto sobre la importancia de la educación física, y fue a través de los
círculos de estudio de Chen y Li como se hizo comunista. A pesar de los
esfuerzos de Mao por impresionarles, según Karl, «la única persona en la que
causó una profunda impresión fue en la hija del profesor Yang, Yang Kaihui, que
más tarde se convirtió en su primera mujer y madre de varios de sus hijos».
También fue aquí donde Mao desarrolló su característico estilo literario, a menudo
conciso y agudo, algunas veces lírico, que tendría un profundo impacto en las
luchas que luego protagonizaría. Aunque mucho más poético que Lenin, el talento
de Mao como ensayista y panfletista era similar al del líder bolchevique.
Mao ya no estaba en Pekín cuando en 1919 comenzó el movimiento del 4 de
Mayo. A principios de aquél año su madre había enfermado gravemente y había
regresado a Changsha. Aquí obtuvo empleo como maestro y creó la Revista del Río
Xiang, inconfundiblemente modelada sobre Nueva Juventud. Su tono era
marcadamente antiimperialista. Se mostraba crítica con los débiles dirigentes
del país y sus mordaces polémicas a menudo daban en el blanco provocando el
cierre de la revista por parte del hombre fuerte de la provincia. Karl señala
que los comentarios más llamativos que realizó para la Revista se referían al
suicidio de una mujer de la zona, la señorita Zhao, en protesta contra un
matrimonio forzoso. Mao describía la condición de la mujer en la sociedad como
de «violación diaria», defendía su emancipación y sostenía que sólo se podía
producir después de una remodelación total de la sociedad china; una
perspectiva que compartía Lu Xun que, respondiendo a la tormenta causada por la
puesta en escena en Shangai de la obra de Ibsen Casa de muñecas, planteaba la
pregunta: si una Nora china tuviera que abandonar el hogar, ¿dónde encontraría
refugio?
En julio de 1921, sin que nadie más que los implicados lo supieran, se
creó en Shangái el Partido Comunista chino, una fusión de las células que existían
en diferentes partes del país; doce delegados representaban a cincuenta y siete
comunistas. Chen Duxiu y Li Dazhao no pudieron asistir, pero fueron citados
como cofundadores. Mao representaba a la minúscula célula de Hunan que incluía
a su mujer. El miembro de la Comintern que asistió y les aconsejó fue Henk
Sneevliet, conocido por el seudónimo de Maring, un comprometido comunista
holandés que había desempeñado un importante papel en al organización de los
sindicatos en Holanda y que en 1912 se había trasladado a las Indias holandesas
asistiendo a la creación de lo que más tarde sería el Partido Comunista de
Indonesia. La fundación del Partido Comunista de China en Shanghái tuvo poco
impacto inmediato, pero los camaradas regresaron a sus lugares determinados a reclutar
trabajadores e intelectuales para el nuevo partido. Mao se consideraba ahora
como un revolucionario profesional, un soldado raso al servicio del Partido y
de la revolución.
El siguiente año y medio lo pasó realizando actividades sindicales
entre los mineros del carbón, los ferroviarios y los trabajadores de artes
gráficas en Hunan, antes de ser convocado en Shanghái para unirse al Comité
Central del Partido. En 1924, la Comintern –ignorando a la propia dirección del
Partido– ordenó al Partido Comunista de China unirse al KMT de Sun Yatsen. Mao
fue enviado a Cantón para trabajar con los nacionalistas, abandonando a su
mujer y a dos hijos pequeños en Changsha. Los ruegos de ésta fueron en vano.
Mao dejó a su mujer una carta en verso:
Diciendo adiós, me embarco en mi viaje.
Las desoladas miradas que cruzamos empeoran las cosas…
De aquí en adelante donde quiera que vaya estaré solo,
te ruego que cortes las enredadas
ataduras de la emoción.
Soy un viajero sin raíces
y no tengo nada más que ver con el susurro de los amantes.
Karl se muestra perspicaz sobre la disyuntiva entre la teoría
comunista y la práctica de la cuestión de la mujer. Aunque el programa del
Partido Comunista de China defendía la liberación de la mujer, una vez dentro
del Partido se las destinaba mayoritariamente a tareas menores y maternales. Para
muchos el Partido se convirtió en el sustituto de la familia. La familia de
Yang estaba radicalizada, pero la mayor parte de las mujeres que se unieron al
Partido Comunista de China «fueron formalmente desheredadas por sus familias».
Esto hizo más graves las decepciones dentro del Partido. China no era especial
en este aspecto: una situación similar existía en Europa y en otros lugares.
En 1925 el estallido de pequeños levantamientos campesinos y una gran oleada
de huelgas en las ciudades colocó a los comunistas chinos frente a una elección
inmediata: luchar solos y ofrecer un liderazgo político creíble a la nueva
oleada de luchas, o domeñarlas continuando el trabajo dentro y bajo el «ala
izquierda» del KMT. En esta etapa la Comintern había insistido en que los
comunistas subordinaran estrechos intereses de clase a favor de un frente unido
con el KMT contra los señores de la guerra, el bandolerismo y en defensa de la
democracia burguesa. Borodin, un alto agente de la Comintern (cuyo carácter
queda bien reflejado en Los conquistadores de André Malraux) había dicho medio
en broma a los dirigentes del Partido Comunista de China que se vieran a sí
mismos como «mozos» al servicio de la burguesía nacional. Moscú aportó dinero y
estableció lazos militares con los nacionalistas, un rumbo que se iba a mostrar
desastrosamente equivocado cuando el KMT se volvió en contra de sus aliados
comunistas en 1927.
Aceptando la estrategia de la Comintern, Chen Duxiu, el secretario
general del Partido, actuó en contra de sus propios instintos políticos. No
tenía la confianza en sí mismo o la fortaleza política para oponerse a Moscú,
escribiendo más tarde sobre su propia debilidad: «Yo, que no tenía firmeza de carácter,
no podía mantener con insistencia mi propuesta. Respeté la disciplina internacional
y a la mayoría del Comité Central». ¿Podía algún otro dirigente haber actuado
de manera diferente? La tragedia del nacimiento del Partido Comunista de China
fue que nunca tuvo el tiempo necesario para desarrollar su propia política, en
un momento crítico para la historia del país. Incluso antes de que la Tercera
Internacional –creada en Moscú en 1919, en contra de la opinión de la clarividente
Rosa Luxemburg– se viera transformada en un burdo instrumento de la política
exterior soviética, ya estaba fuertemente dominada por los victoriosos bolcheviques.
Pero el prestigio internacional del que disfrutaban entre los oprimidos no
podía sustituir a su conocimiento superficial de Asia. Tristemente, gran parte
de lo que escribieron y dijeron fue recibido con una reverencial deferencia, a
pesar de la situación concreta de los diferentes países.
Más tarde, y en relación con la debacle china de 1927, Trotsky
describiría a la Tercera Internacional como la «primera burocracia de la
revolución, que se eleva a sí misma por encima de los pueblos sublevados y
lleva a cabo su propia política “revolucionaria” en vez de la política de la
revolución ». Que la Revolución china de 1925-1927 hubiera podido tener éxito sin
la interferencia de la Comintern sigue siendo una interesante hipótesis. De haberlo
hecho, el país habría estado unido contra el imperialismo japonés, lo que
hubiera hecho más difícil, si no imposible, sostener la ocupación japonesa.
Esto hubiera tenido consecuencias de largo alcance no solo para el lejano
Oriente.
Las masacres de Shanghái de 1927, instigadas por el nuevo líder
supremo del KMT, Chiang Kai-shek, condujeron a la liquidación virtual de los
comunistas locales y de los sindicatos afines de la ciudad. Política y
militarmente desarmado por la Comintern y por su propia debilidad, el Partido Comunista
de China se vio empujado a un repentino cambio de marcha por Moscú, ansioso por
salvar la situación en parte por razones internas. La cuestión china se había
mezclado en las luchas de facciones que enfrentaban a Stalin/Bujarin con
Trotsky y la Oposición de Izquierdas y Stalin necesitaba desesperadamente una
victoria. Pero las insurrecciones que siguieron en Cantón y Changsha fueron fácilmente
aplastadas por un KMT unido; realmente, las espantosas brutalidades cometidas
en la capital de Hunan fueron perpetradas por el «ala izquierda» nacionalista.
La derrota del Partido Comunista de China fue total. Moscú ordenó otro cambio
de liderazgo. Chen Duxiu ya había sido destituido. Su sucesor, Li Lisan, fue
desechado a favor del títere de Moscú, Wang Ming. Duró cuatro años. El
resultado total de la política de la Comintern desde 1922 está claro: desde 1927-1932,
como Liu Shaoqi informó al congreso del Partido en 1945, los revolucionarios
habían perdido más del 90 por 100 de sus militantes.
Como señala Karl, «desde la muy sombría perspectiva de 1927, todo
parecía perdido». Por ello, ¿cómo consiguió el Partido Comunista de China,
fustigado por sucesivas derrotas y al borde de la extinción, tener éxito en
liberar a todo el país, unirlo por primera vez en siglo y medio, y transformar
su estructura económica y social en poco más de veinte años? La victoria
comunista de 1949 fue el resultado de políticas militares y sociales que fueron
puestas en marcha después de las derrotas de la década de 1920, y que marcaron una
clara ruptura con prácticas pasadas. Karl describe la huída de los cuadros
comunistas del terror blanco de Chiang en 1927 y las experiencias de Mao a
partir de entonces en rechazar a los ejércitos del KMT mediante la guerra de
guerrillas. En 1930, después de meses de un duro y combativo viaje, el
embrionario Ejército Rojo se estableció en Jiangxi, formando lo que se llamó el
Soviet de Jiangxi. Aquí el Partido Comunista de China desarrolló campañas de
alfabetización entre los campesinos y les alentó para reorganizar sus pueblos y
para que ellos mismos redistribuyeran la tierra. La política del Partido tenía
que estar enraizada en «un meticuloso análisis de los ritmos y las estructuras
de la vida diaria de los campesinos», en palabras que utiliza Karl para
describir el «Informe Xunwu» escrito por Mao en 1930.
Asediado por las fuerzas del KMT, el Partido Comunista de China
decidió abandonar Jiangxi en 1934, comenzando la famosa Larga Marcha a Yunán durante
la cual, en la Conferencia de Zunyi, el grupo de Mao se hizo con el poder
dentro del Partido, lo que le permitió desempeñar un papel decisivo para
reorganizarlo. La nueva dirección tomó dos decisiones clave: la primera,
iniciar un movimiento hacia el campo para reconstruirse y recuperarse; la
segunda, ignorar a Moscú en la práctica mientras se mostraba de acuerdo en la
teoría. Una primera prueba de este alejamiento de Moscú se había producido
antes de la Conferencia de Zunyi cuando la Comintern, embarcada en su tercer
periodo de ultraizquierdismo, proclamó que una «nueva y gran marea
revolucionaria» estaba de camino. La palabra rusa pod’em indicaba «levantamiento» o «avance». Después de mucho
reflexionar y discutir, Zhou Enlai la tradujo al chino como gao-chao o «marea
creciente ». Mao, de un modo poético, respondió en enero de 1930 con un panfleto,
Una sola chispa puede comenzar el fuego en la pradera, en donde interpretaba
como sigue la frase de la Comintern:
Es como un barco lejano en el horizonte cuya punta del mástil ya puede
verse desde la playa; es como el sol de la mañana en el Este cuyos relucientes
rayos son visibles desde una elevada montaña, es como un niño esperando nacer, moviéndose
sin descanso en el vientre de su madre.
El mensaje era evidente. No iba a pasar nada de manera inmediata, pero
la pasividad frente a la derrota tampoco era una opción. A partir de entonces
serían los campesinos pobres los que reabastecerían al Partido, y de sus filas
se crearían tres poderosas ramas del Ejército Rojo. Aparte del hecho de que no
había otra solución, esta larga gestación permitió a Mao y a sus camaradas
desarrollar mecanismos de apoyo en el campo que se mantendrían durante mucho
tiempo. Como ya se ha sostenido en las páginas de esta revista, estos vínculos
explican y diferencian la trayectoria del comunismo chino de la de su homólogo
ruso.
Una China unificada había sido el gran premio que esperaba a los
nacionalistas y a sus amigos del exterior, pero la invasión japonesa de 1937 y
la subsiguiente brutal ocupación había dejado al descubierto la debilidad del nacionalismo
ortodoxo. Un KMT corrupto y colaboracionista se había desacreditado a sí mismo,
con Chiang comparando favorablemente a los invasores japoneses con los
comunistas: los primeros eran una enfermedad que tenía remedio, los segundos un
cáncer que tenía que ser destruido. A partir de 1941, los ejércitos
nacionalistas empezaron a sufrir un sangría de soldados y oficiales ante el
avance de los ejércitos y las guerrillas comunistas bajo el mando
político-militar unificado de Mao Zedong, Zhu De y Peng Dehuai. La estrategia
que Mao había expuesto en textos como «Sobre la guerra de guerrillas» (1937) y
«Sobre la guerra prolongada» (1938) estaba cosechando recompensas. A partir de
1946, Chiang Kai-shek y el núcleo central de su desmoralizado ejército fueron
empujados hacia el sur hasta que, a finales de 1949, huyeron a Taiwán
llevándose las reservas del país y otros muchos tesoros que habían saqueado de
los museos y sótanos de la Ciudad Prohibida. Después de dos décadas en el
campo, los comunistas regresaron a las ciudades para ser recibidos como
libertadores por grandes multitudes en Pekín, Shanghái y Cantón.
Como señala Karl, el país que heredó el Partido Comunista de China
había sido arruinado primero por los japoneses y después por la guerra civil:
el comercio había sido destruido, la moneda carecía de valor y se extendía una economía
de trueque. «Partes de la intelectualidad urbana y de las elites tecnológicamente
competentes habían huido con el KMT, dejando las ciudades sin administración y
las instituciones sin dirección». El deterioro y la derrota del viejo orden
había dejado tras de sí un país desolado y un desempleo masivo en las ciudades.
La tarea a la que se enfrentaban Mao y sus camaradas era enorme. Ninguna
teoría, por sofisticada que sea, puede ofrecer un catálogo de soluciones para
afrontar una crisis como esa. El Partidoejército construido por Mao y el grupo
que le rodeaba contribuyó enormemente a restaurar una apariencia de orden a
principios de la década de 1950. La ayuda del exterior era limitada: la propia
Unión Soviética estaba en ruinas aunque después de la primera visita de Mao a
Moscú, en 1949-1950, de mala gana proporcionó asistencia y especialistas.
En Washington, Truman y más tarde los hermanos Dulles asumieron irreflexivamente
que la victoria de Mao había fortalecido el monolito comunista y que a partir
de entonces, China sería poco más que el apéndice de Stalin. Pero antes de que
se dieran cuenta de su error, intentaron una costosa y arriesgada política de
contención. Con la cobertura de Naciones Unidas, el general MacArthur se
trasladó a Corea para impedir que los comunistas tomaran el poder sobre toda la
península, que había sido liberada del dominio colonial japonés en 1945. Los
comunistas fueron empujados hacia el norte y miles de civiles masacrados en el
proceso. Cuando se desencadenó la guerra abierta en 1950, los dirigentes chinos
fueron en ayuda de los asediados coreanos del norte. Su ayuda fue decisiva.
Dirigidos por Peng Dehuai, un brillante estratega militar, la fuerza
expedicionaria china hizo retroceder a los estadounidenses hacia el sur,
asegurando las fronteras de la República Popular China. Sin embargo, las bases
militares estadounidenses permanecieron en Corea del Sur para proteger a sus
clientes, mientras Corea del Norte sobrevivió, mutando lentamente en una cierta
clase de Ruritaria estalinista.
Karl proporciona relatos admirablemente concisos de las principales
tensiones y debates que se produjeron durante el periodo maoísta: la oposición entre
burocracia y revolución, los desacuerdos sobre los caminos del desarrollo, las
relaciones entre el Partido, el ejército y las masas. El pensamiento político
siempre está en el centro de la discusión. Lo que diferenciaba por completo a
la teoría maoísta de la ortodoxia estalinista podría resumirse así: la
conciencia revolucionaria de las masas unida a la actividad de masas equivale a
la autoemancipación y a la transformación social. Esta teoría se derivaba del
contacto diario con el pueblo durante la guerra prolongada contra Japón y el
KMT. La «línea de masas», como sostenía Mao, privilegiaba a «las masas» a la
hora de pulir y definir la teoría. La consecuencia era que las masas podían
superar todos los obstáculos, lo que estaba bien en relación a la guerra, aunque
en este caso la derrota del KMT hubiera sido impensable sin la invasión
japonesa, pero, ¿era posible esa práctica en tiempos de paz? ¿Puede la
actividad de las masas anular los problemas planteados por estructuras
socioeconómicas materiales como una base industrial débil? Karl rechaza la
acusación de «voluntarismo» que muchos críticos –favorables y desfavorables –
han presentado contra el maoísmo, prefiriendo recalcar la manera en que el
pensamiento de Mao «invirtió las determinaciones » del marxismo ortodoxo. Pero aquí
es donde sus argumentos se muestran más débiles, como revela la posterior
evolución de China.
El Gran Salto Adelante que condujo a la hambruna de 1959-1961 y a la
muerte de entre 15 y 20 millones de campesinos fue ciertamente consecuencia del
voluntarismo. En un esfuerzo en pos de la autosuficiencia, las áreas rurales fueron
parcialmente industrializadas de manera irregular y descoordinada, mientras que
la exhortación de Mao para superar a Estados Unidos y Gran Bretaña en la
producción de acero hizo surgir una erupción de hornos en los patios traseros
de las casas, que retiró enormes cantidades de mano de obra de los campos. Las
espantosas consecuencias no fueron intencionadas, a diferencia de las hambrunas
en Irlanda y Bengala durante la época colonial británica, pero eso no era
consuelo para las familias de aquellos que perecieron. Mao quedó impresionado
cuando finalmente conoció la magnitud del desastre, pero era demasiado tarde
para hacer algo. ¿Cómo fueron Mao y sus colegas tan fácilmente engañados por falsas
estadísticas, enviadas por acomodaticios burócratas del Partido en el campo
para mostrar que el Gran Salto estaba marchando bien? Karl dice que «el maoísmo
horrorosamente fuera de control estaba en la raíz de los problemas», pero el
proceso mediante el cual se produjo tal resultado queda sin explorar.
Una de las tragedias del comunismo mundial fue que la mayor parte de
los partidos que generó alcanzaron su mayoría de edad y se convirtieron en organizaciones
de masas durante las décadas de 1930 y 1940. Para entonces, las tradiciones
iniciales de discrepancia y debate dentro del partido bolchevique habían
quedado suprimidas y la mayor parte de los que participaron en ellas
–incluyendo al 90 por 100 de aquellos que habían estado con Lenin en el Comité
central– habían sido brutalmente exterminados. El modelo que empapó a los
nuevos comunistas fue el que encontraron en Moscú: una dictadura social del
Partido/burocracia que era el amo de toda la vida pública y que estaba sostenida
por redes institucionalizadas de represión. Este fue el sistema que levantaron
cuando llegaron al poder o incluso el que funcionó dentro de los partidos
activos en el mundo capitalista y colonial. El sofocamiento del debate debilitó
tanto al Partido como al Estado. Karl documenta ejemplos dentro del Partido
Comunista de China, incluso antes de que tomara el poder, tales como la campaña
de Rectificación del Partido de 1941-1942 a la que considera como «los
comienzos del culto a Mao». En la década de 1950 se produjeron repetidos
intentos de arrancar de raíz a los «contrarrevolucionarios», especialmente con
la Campaña Antiderechista de 1957-1958. Sin embargo, la dirección
posrevolucionaria china evito en gran parte las purgas al estilo estalinista y
los asesinatos en masa de sus propios cuadros y militantes. Como señala Karl,
«a diferencia de las purgas estalinistas, donde una llamada a la puerta después
de medianoche anunciaba el fin, en la China maoísta, el fin llegaba con
palabras, periódicos y carteles en las paredes». Una razón de esta diferencia
era que la mayor parte de los serviles dirigentes pro-Comintern ya habían sido
destituidos, el último de ellos derrotado por un choque armado anterior a la
Larga Marcha.
La versión de Mao de la estructura estalinista se basaba supuestamente
en la voluntad popular colectiva puesta en pie por la revolución. ¿Pero cuánto tiempo
pueden semejantes estructuras sobrevivir sin mediaciones, sin instituciones representativas
a través de las cuales se puedan discutir y votar las diferentes
interpretaciones de la voluntad popular? Esto no tiene nada que ver con la
imitación de Occidente, sino con el hecho de que se trata en realidad del
método más eficaz y menos doloroso para poner a la gente en contacto con sus
dirigentes por medio de representantes elegidos que son plenamente responsables
y pueden ser destituidos por los electores en cualquier momento. Si hubiera
existido semejante sistema, la hambruna no se hubiera producido y los hornos en
los patios traseros podrían haber sido desmantelados poco después de que hubiera
empezado el experimento. ¿Qué habría podido decir la «voluntad popular» sobre
las montañas de cadáveres que decoraron los campos después de la hambruna de
masas?
Cuando finalmente los dirigentes del Partido se reunieron en Lushan a
finales de 1959 para discutir la tragedia que se estaba produciendo, todos ellos
incluyendo a Mao, adoptaron una actitud autocrítica. Pero fue su viejo camarada
de Hunan, Peng Dehuai, el que se enfrentó a Mao por sus métodos de mando que habían
aislado al Partido del pueblo. Por ello fue despojado de todos sus cargos y
exiliado; Lin Biao le sustituyó como ministro de Defensa. Sin embargo, un
resultado importante de la calamidad –pronto exacerbado por la ruptura
chino-soviética– fue que la dirección del Partido marginó de hecho a Mao. Su
venganza llegó en 1966 cuando, con su estilo característico, apeló a la
juventud del país para «bombardear la sede del Partido» con la crítica, para
«crear el mayor desorden bajo el cielo» y así «restaurar el orden». La Gran
Revolución Cultural Proletaria fue una asombrosa demostración de la «línea de
masas». Mao se convirtió en el dios-emperador del movimiento con Lin Biao como
su leal secretario; el Pequeño Libro Rojo se convirtió en catecismo único del
movimiento.
El objetivo principal era recuperar el poder, aunque Karl también
destaca el impulso antiburocrático que había detrás así como «el intento de
apoderarse de la política; del poder de la cultura y del discurso de masas para
la revolución». Mao había desechado su responsabilidad para sostener y asegurar
la estructura política de China y permitió que su juicio fuera sustituido por
las pasiones, urgencias y triunfos de la lucha por el poder. En el proceso, él
y sus seguidores deshumanizaron a sus oponentes: exceptuando a Zhou Enlai y Lin
Biao, los antiguos dirigentes del Partido fueron denunciados como «seguidores
del camino capitalista»; Liu Shaoqi fue maltratado, Peng Zhen, el una vez
poderoso alcalde de Pekín, y otros muchos fueron públicamente denigrados frente
a grandes multitudes; Deng Xiaoping fue enviado a arreglar tractores en la zona
rural de Jiangxi. Niños histéricos se enfrentaron a sus padres y les
denunciaron como traidores; maestros y profesores fueron humillados, las
universidades cerraron, se destruyeron públicamente antiguos tesoros y Mao
regresó al timón.
Los ejemplos de la militancia ciega y del fanatismo de la Revolución
cultural son demasiado numerosos como para reflejarlos, pero sus aspectos contradictorios
quedan normalmente minimizados. Cuando entrevisté a algunos antiguos guardias
rojos en Hong Kong, ellos describieron cómo se habían sentido liberados y
pronto habían abandonado el Pequeño Libro Rojo para leer, escribir y hacer
circular textos críticos que desafiaban a Mao y encontraban su labor
insuficiente. El mandar a los habitantes de las ciudades al campo sin duda dio
a esta generación una idea de cómo vivía y trabajaba allí la gente común. Karl
recalca el efecto estimulante sobre miles de jóvenes de esta recién descubierta
movilidad que tendría un profundo impacto, como posteriormente revelaron
películas y novelas.
Pero en el verano de 1967 Mao llamó al ejército para restaurar el
orden, realizando un cambio radical de postura cuando el levantamiento
revolucionario empezó a suponer una amenaza para el propio Partido Comunista de
China. Los años finales de Mao estuvieron marcados por un conjunto de
acontecimientos que señalaban un giro a favor de los «seguidores de la senda
capitalista» en casa y de los «tigres de papel» en el exterior: acercamiento a
Washington y visita de Nixon en 1972, seguida en 1974 por el regreso de Deng
Xiaoping –el gato con muchas vidas– a la vida política. Estos años allanaron el
camino para la gran transformación que iba a producirse tras la muerte de Mao.
Karl finaliza explorando el destino del legado de Mao, aclamado por la
ideología del Partido pero revocado en la práctica política y económica.
Observa que «solamente repudiando el maoísmo y todo lo que Mao representó es
posible para los actuales dirigentes del Partido Comunista conservar a Mao como
la hoja de parra de su legitimidad ». Uno de los méritos del libro de Karl es
que permite una seria discusión de todos estos temas. Será interesante ver cómo
se recibe la obra en China, donde la postura oficial es que los logros de Mao
superaron con mucho a sus errores; en una proporción de 70/30 de acuerdo con el
informe oficial del Comité Central en 1981. Según avanza el capitalismo chino, creando
cada vez más disparidades económicas y sociales, quizá alguna de las ideas de
Mao puedan ser desplegadas de nuevo por las masas insurgentes cuando intenten
de nuevo asaltar los cielos.
(*) Rebecca E. Karl,
Mao Zedong and China in the Twentieth-Century World, Duke University Press,Durham, 2010, 216 pp.
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