No puedo mencionar al socialismo
del siglo XXI sin nombrar a Juan Carlos Monedero. Fue uno de los asesores de Chávez
cuando la revolución bolivariana lograba su momento más emocionante, que era la
de refundación de la república venezolana más la promulgación de una nueva constitución,
y del asentamiento de las bases políticas
y económicas y lineamientos que debían tomar en el futuro en relación con la
región latinoamericana y mundial. Ahora
Venezuela atraviesa un periodo de resistencia. Y es que las revoluciones en el
siglo XXI serán de resistencia en democracia y solo así sabremos de que están
hechas su organización popular y su programa.
Hoy Monedero ya no es asesor del
gobierno llanero pues poco después del deceso de Chávez arribó a España para
embarcarse en un nuevo proyecto junto a Pablo Iglesias Turrión y muchos más quienes
han cristalizado el partido de participación ciudadana PODEMOS.De modo que cualquier
calificativo de chavista a Monedero y a cualquiera del jóven partido español sería
torpe e infértil porque las experiencias del cual se nutre PODEMOS es tan
diversa que sería arbitrario atribuirle gratuitamente un cliché.Y no olvidemos
que PODEMOS surge de las necesidades de la gente y de sus iniciativas y no de
un proyecto en particular.
Básicamente lo que postula Monedero
es el rescate del Estado social y democrático de derechos que fue un producto
de la salida de la segunda guerra mundial y que promovió la reconstrucción económica
en Europa y que contribuyó a la formación de la ONU, la Unión Europea, el desarrollo
tanto social como industrial que no es más que el modelo que considera que el
estado no debe estar al servicio de unas cuantas empresas sino de la gente. Es
por ello el rechazo del sistema neoliberal y sus políticas de ajuste y
austeridad que lo único que ha originado en los países Europeos de la periferia
tanto continental como mundial, es crisis, desempleo y subordinación a las
medidas dictadas por la TROIKA (FMI, Banco central Europeo.).Y encontramos ,en
Europa tanto a España como a Grecia a
los más afectados económicamente con la crisis inmobiliaria,el desempleo y la
quiebra.Juan Carlos Monedero ,en todo lo que escribe , realiza un intento por
reinventar a la izquierda y tal vez uno de sus méritos es el de haber sabido
traducir y aclimatar el socialismo del siglo XXI a la realidad e idiosincrasia española.No
por casualidad algunos le atribuyen ser el ideólogo de PODEMOS pese que no se
siente ni pretende ser un iluminado ni un mesías que va a salvar a la España
que Mariano Rajoy hunde día a día. Además PODEMOS es producto de la iniciativa del ciudadano de
a pie,de aquel ciudadano que vive la injustica y la crisis de la economía española.
Es meritorio que Monedero desvele los errores que habría cometido el socialismo
tradicional (el marxismo ortodoxo,el socialismo realmente existente o soviético,se
entiende) y que muestre la necesidad de hablar en este nuevo escenario no de
proletariado sino pobretariado debido que el 1% (quienes son los responsables
de la crisis) ha empobrecido a la gran mayoría que conforma la sociedad de modo
que la situación actual debe tomar en cuenta que no es una cuestión de clase
como postulaba el socialismo tradicional sino es una, que involucra a todos los
ciudadanos ,a todo el pueblo, sin dejar de tomar en cuenta que el proletariado
representa el sujeto de la historia porque es a quien más afecta la crisis.
En los países latinoamericanos se
ha arribado a gobiernos democráticos de izquierda dándole la razón al
socialismo del siglo XXI ,y con la llegada de Syriza y posiblemente con el de PODEMOS
, más las crisis mundiales y la insostenibilidad de la economía excluyente parece
que se inicia la caída del capitalismo realmente existente ,el neoliberalismo
salvaje en otras palabras.Dicho capitalismo se desmorona porque nació en la utopía
de la primacía del mercado en desmedro de lo social.Luego, es necesario difundir
el artículo de Juan Carlos Monedero Socialismos en el siglo XXI.La experiencia
de América Latina para comprender en
que consiste esto de reinventar o crear una nueva izquierda en el mundo y así
sin calco ni copia sea posible en el Perú un izquierda Joven.
Socialismos en el siglo XXI.La experiencia de América Latina (*)
Juan Carlos Monedero
Una nueva América
Latina para un nuevo socialismo
Si en el canon teórico le correspondía a la clase obrera
ser el “labrador” de la reinvención del socialismo, la realidad sudamericana,
salida de tres décadas devastadoras de neoliberalismo, permitió que el
proletariado dejara paso al pobretariado, a los indígenas, a los militares de izquierda
y a la nueva identidad nacional-popular que permeaba en amplios espectros
sociales.
El
socialismo siempre ha necesitado dos elementos esenciales: un enemigo identificado
como tal y una promesa abstracta de superación de los problemas (Tierra y
libertad; Pan, paz y trabajo; Patria o muerte). En su desarrollo histórico ha
sido una respuesta reactiva a la imposición del modelo capitalista y sus consecuencias
(entre ellas la guerra), en el mejor de los casos, de su correlato de
democracia liberal.
El
socialismo siempre ha aparecido como una respuesta histórica a promesas incumplidas:
de la Revolución Francesa, del liberalismo, del capitalismo en cualquiera de
sus expresiones (mercantilista, social, liberal o neoliberal). Es una teoría
que nace de la práctica. Esto cobra más fuerza en la construcción del
socialismo del siglo xxi (que irá cobrando contornos propios en los diferentes países:
socialismo bolivariano en Venezuela, socialismo del buen vivir en Ecuador,
socialismo comunitario y plurinacional para vivir bien en Bolivia).
En
1989, mientras caía el Muro de Berlín, el pueblo de Caracas daba su peculiar
respuesta a las premisas neoliberales del FMI, respecto de las que el gobierno
de Carlos Andrés Pérez era un aventajado alumno.
Detrás
de los socialismos del siglo xxi no hay una teoría inventada por ningún lúcido
intelectual. Nacen del anhelo de libertad e igualdad del ser humano, cruzado
con la conciencia de los errores que en nombre del socialismo se cometieron
durante el siglo xx. En los socialismos del siglo xxi hay más de la herencia
del Mayo del 68, de los sucesos que acabaron con la Primavera de Praga, del
fracaso de la URSS y del fracaso de la lucha armada en los años 80 y 90, que de
ninguna teoría política reciente.
Agotado
el primer decenio del siglo xxi, el sistema capitalista atraviesa la crisis más
relevante desde el crash de 1929. Crisis que es financiera, pero también
alimentaria, inmobiliaria, energética, ecológica y monetaria. Como entonces,
las dificultades del capitalismo no tienen como respuesta la revolución social,
sino, muy al contrario y al igual que en los años 30, vemos un crecimiento de
comportamientos neofascistas, ahora en forma de exclusión social y racismo
(algo claro en el caso de Europa). La guerra en Irak y en Afganistán, el apoyo
al bombardeo colombiano sobre Ecuador, el aval al golpe de Estado en Honduras
(pese a la condena formal), la apertura o refuerzo de bases militares en
Colombia o el acoso permanente a los gobiernos de la alba (Alianza Bolivariana
para América) son señales de que la inicial buena voluntad que parecía
presentar Barack Obama nada puede frente a las estructuras férreas de la
primera potencia del planeta.
En
la situación internacional hay nuevos componentes, y los tres más relevantes
son la aparición de China como superpotencia (país que tiene la mayor reserva
de dólares del mundo, sostiene el déficit norteamericano y está comprando a
futuro buena parte de las reservas energéticas de América Latina y África, si
bien ni de lejos se acerca al poderío militar norteamericano); la emancipación
de América Latina, representada por los gobiernos de los países que integran la
alba y el alejamiento de Brasil de los dictados estadounidenses; y el deterioro
medioambiental, que impide seguir manteniendo un sistema de producción y
desarrollo claramente suicida.
El socialismo como empatía radical
Socialismo
no significa otra cosa que amor: la necesidad de una empatía absoluta y
desinteresada donde uno, sin ninguna funcionalidad escondida, deja de ser, pero
obteniendo el resultado final increíble de ser más (Hegel). Sin embargo, la
racionalidad moderna, atenta solo a lo cuantificable y guiada por una lógica
lineal que condenaba al limbo todo lo que quedase fuera de su definición de
ciencia, quiso reducir la organización política de la emancipación a números y
planes quinquenales. Cuando al final de su vida, Lenin, siempre en lucha entre
la reflexión y la práctica, afirmó que socialismo no era soviets más
electrificación, sino soviets más cultura, ya era demasiado tarde.
El
socialismo, al igual que ocurre con la regla de oro de todas las religiones –no
hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti– es amor porque es la
afirmación de la empatía como el criterio central de la organización social. No
andaba lejos Marx, siguiendo a Rousseau o interpretando a Aristóteles, cuando
pensaba que la política desaparecería cuando desaparecieran las clases sociales.
Sin tensiones sociales basadas en la desigualdad –principalmente de clase, de
género y de raza–, la sociedad viviría una suerte de estabilidad permanente y
esa idea que vincula política con coacción desaparecería.
¿Cómo
es posible que la crisis del capitalismo no desemboque en una salida
revolucionaria que reinvente la sociedad, que reinvente las relaciones de
propiedad e igualmente las relaciones de producción que emanen de esas nuevas
formas de propiedad? Fue la pregunta de Gramsci en los años 30 y sigue siéndolo
ahora. De ahí que nos invitara a mirar a otro lado, a la conciencia, y que
pensáramos en la conquista de la hegemonía, camino de crear un nuevo sentido
común donde la empatía sea algo inmediato. Pero la hegemonía ha sido la
contraria.
¿Qué es el socialismo?
No
es posible seguir hablando de socialismo sin intentar una definición. Actualmente,
a diferencia de lo que ocurre con otras ideologías que tienen su referencia
mínima compartida, la divergencia es enorme. La palabra “socialismo” puede
implicar: la existencia de una vanguardia –incluso representada por un único
líder– que marque el rumbo social de manera obligatoria, el control obrero y la
autonomía de los consejos comunales, la reivindicación de la clase obrera como
sujeto de la transformación y dirigida por los sindicatos o por los partidos,
la redistribución de la renta, la abolición de la explotación, el reformismo la
revolución, la austeridad medioambiental, la inclusión multicultural, la mezcla
de todos estos elementos, y así hasta el infinito de la indefinición.
Por
nuestra parte, entendemos el socialismo como un sistema de organización social,
política, normativa, económica y cultural que busca la libertad y la justicia,
armonizando para ello los recursos materiales, institucionales e intelectuales
de la sociedad, con el objeto de conseguir la igualdad de capacidades personales,
la libertad de individuos y colectivos, la solidaridad entre los miembros de la
comunidad, el respeto medioambiental, la paz entre las naciones y la defensa de
la identidad de los pueblos.
Hablamos
de “igualdad de capacidades” como una fórmula superior a la igualdad de
oportunidades –que no garantiza el resultado– o la igualdad de resultados que,
o bien es una entelequia, pues no es realizable o supondría una homogeneización
que robaría la libertad individual y no contemplaría la necesaria
corresponsabilidad de las personas en su destino. La igualdad de capacidades es
una fórmula superior al “a cada cual según sus necesidades y de cada cual según
sus posibilidades” por al menos dos razones: es menos autoritaria –de cada cual
según sus posibilidades implica una exigencia, un hecho de fuerza al margen de
la voluntad de los individuos–; irresponsabiliza y, con ello, roba dignidad a
las personas.
Aprendiendo de los errores del pasado
El
socialismo del siglo xxi va a hacerse al andar y la única carta de navegación que
ha legado el socialismo del siglo anterior es el de recoger los errores que no
deben volver a cometerse. Saber lo que no debe hacerse marca un programa de
actuación política superior teóricamente a otro que dijera a priori lo que debe
hacerse.
Cuando
Gramsci publicó “La revolución contra El capital” (apenas un mes después de la
revolución de octubre de 1917) sentaba las bases para afirmar que las
revoluciones, como procesos violentos que tumban las estructuras de un país, no
esperan a los teóricos. Pero bien sabía también que la teoría era relevante
para orientar la praxis posterior. En esa dirección, podemos afirmar que en los
procesos de transición, las explicaciones sobre las bases de la voluntad de los
actores es muy relevante, mientras que en la fase de consolidación, cuando los
cambios permiten hablar de una transformación real, las variables estructurales,
las condiciones materiales, el grado de desarrollo, el nivel de la conciencia
de lo colectivo, entre otros aspectos profundos y que reclaman procesos lentos,
son las variables explicativas y orientadoras de estos momentos.
Es
cierto que las transformaciones profundas pueden darse en países donde no hay
madurez del capitalismo ni del Estado ni de la Modernidad (es una buena
hipótesis para analizar la revolución bolivariana en Venezuela). Se trata de
una reedición de la teoría del eslabón más débil. La intuición de Marx de que la
revolución tendría lugar en los países capitalistas desarrollados tenía que ver
con la idea de que solamente allí existía una esfera pública (organizada desde
el Estado) que facilitaba fórmulas de organización social solidarias y universales
al formar parte del “sentido común” de esa sociedad. Aunque las revoluciones
estallaran en otros lados, faltaba esa esfera pública.
Sabemos
que Lenin reelaboró ad hoc y de manera interesada el marxismo para adaptarlo a
su análisis/deseo vanguardista de acelerar la revolución. Esa renuncia a la
teoría y la elaboración de análisis que reinterpreten la teoría para ajustarla
al momento histórico preparó el camino a Stalin.
Hoy
sabemos que hace falta una cierta madurez para que los cambios cuajen. Una
madurez que no se mide en desarrollo económico, sino en conciencia de lo
colectivo, de lo público. El Estado social ha sido un gran educador de comportamientos
ciudadanos. Una estructura fiscal permite una redistribución socialista. Pero en ausencia de esa conciencia
de lo público, el Estado puede convertirse, aun en manos de quienes pretender
crear el socialismo, en un Dorado sometido a la rapiña de los que nunca
pudieron aprender que lo que es público es de todos. El mercado educa en la lucha
de todos contra todos. Las colas de los servicios públicos educan en ciudadanía.
Ese tránsito reclama instituciones eficaces y valores compartidos, y no se
consolidarán hasta pasada, al menos, una generación. De ahí que veamos constantemente
en la historia y en la actualidad un péndulo oscilando entre el discurso de
todo el poder para el pueblo y la práctica de todo el poder para la dirección
política. El primero no ha demostrado su eficacia –tampoco se le ha dejado–; el
segundo llevó al estalinismo. Inventamos o erramos.
¿Cómo empoderar al pueblo?
En
sociedades desestructuradas, es decir, sociedades por las que ha pasado el
vendaval neoliberal sin haber pasado antes con fuerza la lluvia del Estado social
y democrático de derecho, el riesgo de pretender sustituir esa falta de instituciones
y valores colectivos con comportamientos despóticos ilustrados (la dictadura
del proletariado o, en el caso de hoy, una dictadura del “pobretariado” o una
dictadura de la ciudadanía o de las multitudes) es muy alto.
¿Cómo
empoderar al pueblo, que tiene que hacerse cargo de sus propios destinos si no
tiene la capacidad ni, quizá, el interés de organizar su propia vida? ¿Cómo
contrarrestar la presión de las oligarquías, la financiación de la desestabilización,
la tarea permanente de las empresas de medios de comunicación? ¿Cómo empoderar
al pueblo en un contexto de guerra –de primera o de cuarta generación–? El
neoliberalismo primero se hizo con el control del Estado para después obrar una
mutación en ese Estado social y democrático de derecho desde su sala de mando.
Optar por esta deriva despótico-ilustrada desde posiciones socialistas puede
ganar el favor de los pobres –siguen dominados pero ahora ven esperanza–,
aunque no crearía corresponsabilidad, además de que alejaría a las clases
medias, muy necesarias en la tarea de consolidación socialista, ya que les
corresponde a ellas una parte relevante de la gestión administrativa y
económica que ayude a salir de la escasez y los cuellos de botella en tanto se
crean los nuevos cuadros de la administración. Además están las consideraciones
morales. El fin no justifica los medios. No puede construirse el socialismo sin
socialistas o, como se suele recordar, el socialismo no se decreta. El
resultado del referéndum constitucional en Venezuela en diciembre de 2007 es un
ejemplo de todo esto. Es indudable que la oligarquía hizo todo lo posible para
que fracasara el “Sí” propuesto por el presidente Chávez (se repitió toda la
batería de desestabilización clásica: desabastecimiento, manipulación
mediática, amenazas de guerra civil e intervención norteamericana, intentos de
aislamiento internacional, cooptación de personas simbólicas del chavismo,
revolución de colores articulada con los estudiantes de las universidades
privadas o privatizadas), pero también hubo una
profunda responsabilidad gubernamental en la derrota por haber puesto en marcha
un cambio que no estaba maduro ni había sido suficientemente debatido y
explicado entre la población.
Atendiendo
a la historia, hemos aprendido que pequeños pasos en una dirección consolidan
en el medio y largo plazo esa dirección. En sociedades desestructuradas, la
tarea esencial en la construcción del socialismo no consiste en crear formas
autoritarias previas que faculten para empoderar al pueblo, sino en dar de
inmediato instrumentos conceptuales que obliguen a la corresponsabilización
popular en las transformaciones. La tarea de un fuerte liderazgo es esencial en
esta fase. Solo un referente carismático incuestionado puede aunar las fuerzas transformadoras
en esta fase de transición. Por eso, el cuestionamiento desde democracias consolidadas
acerca del papel de los liderazgos carismáticos (Chávez, Lula, Evo, Correa)
puede ser, a lo sumo, bienintencionado –aunque con frecuencia es espurio– pero
incorrecto, pues pretende trasladar realidades históricas incomparables. En la
fase actual de construcción de la emancipación es tan necesaria la figura del
liderazgo fuerte como intolerable debiera serlo en la fase de consolidación.
Esto no significa un cheque en blanco para el liderazgo –se habla de un líder
fuerte, no de un dictador, sino que mande obedeciendo–. Y ese liderazgo debe
tener como principal tarea crear todo un equipo capacitado para el relevo, así
como encontrar claros espacios de deliberación que construyan liderazgos
colectivos.
La
alta inversión pública en educación en Venezuela, así como la construcción de
un nuevo sistema de partidos –con el problema de que la oposición insiste en
mantener liderazgos del pasado– es un ejemplo en la dirección adecuada
correctora en el medio plazo de un liderazgo que, en ningún caso, debiera
repetir en el siglo xxi las gerontocracias soviéticas o la peculiaridad histórica
cubana. Por el contrario, el surgimiento en Venezuela de sectores que querrían
jugar al autoritarismo mientras se enriquecen con prácticas corruptas da una
señal de la necesidad permanente de controles sociales y tribunales independientes
y con coraje, incluso en el caso de un liderazgo tan productivo como el de Hugo
Chávez (y que ha dejado como problema en herencia a su sucesor Nicolás Maduro).
Errores y aciertos del socialismo del siglo
xx
El
socialismo del siglo xx fue ingenuo por cinco grandes razones:
1.
Por creer que bastaba asaltar el aparato del Estado para, desde ahí, cambiar el
régimen social. Esa ingenuidad está en el propio Marx, pues tan convencido
estaba de que después de derribado el capitalismo vendría un reino de armonía,
que no se detuvo a desarrollar ni una teoría de la transición, ni de la justicia, ni del Estado a la altura
de los retos que vendrían. Una vez alcanzado el poder, todo fue improvisación,
y de ahí que Lenin decidiera interpretar en cada momento (historicismo) el
rumbo del proceso, mientras que otros marxistas le reprochaban las prisas.
2.
Por creer que bastaba con la creación de un partido único, regido por el centralismo
democrático (la información circula de abajo arriba y las órdenes de arriba
abajo), para regular la sociedad y dar respuesta a sus evoluciones o aunar sus
diferentes voluntades.
3.
Por creer que nacionalizando los medios de producción se podrían satisfacer las
necesidades sociales de manera más eficaz y abundante que con el capitalismo.
4.
Por creer que lo que servía para Rusia podía trasladarse a otros países con
trayectorias, historias y cosmovisiones diferentes (es la amargura de un Mariátegui
alertando a los ortodoxos de la necesidad de un marxismo latinoamericano que no
fuera “ni calco ni copia” del soviético).
5.
Por creer que un crecimiento ininterrumpido traería un reino de la abundancia
que terminaría con todos los problemas humanos y sociales, ignorando la
necesidad humana de trascendencia, el agotamiento del planeta y los problemas
del productivismo heredado por la Modernidad.
El
socialismo del siglo xxi debe enmendar todos esos errores, complejizando los
análisis simples del siglo pasado. El socialismo no puede construirse solo desde
el Estado, y mucho menos desde el Estado burgués; la instauración de un sistema
de partido único es una simplificación de la organización humana; la abolición
de toda la propiedad privada (confundiendo con frecuencia propiedad privada con
medios de producción) es igualmente, tras cinco siglos de capitalismo, una
simpleza que condena al estrangulamiento económico. Por último, la separación
entre socialismo científico y socialismo utópico hurtó a la izquierda aquellos
aspectos de la vida humana (curiosamente, los más gratificantes) que, por no
ser materiales (amor, amistad, armonía, empatía, etc.), quedaron fuera de foco
y fueron tirados por la borda.
De
cualquier forma, el socialismo del siglo xxi lo es porque se sitúa de manera
clara y definida contra el capitalismo y la explotación que conlleva, incorporando
a la transformación cualquier tipo de dominación (además de la de clase, de
género y de raza, la medioambiental, la sexual, la generacional, etc.). El
capitalismo promete a la humanidad vivir como reyes, garantizándolo solamente a
unas minorías, pero consiguiendo la aceptación del sistema gracias a esa simple
promesa incumplida durante siglos (allí donde la promesa deja de ser eficaz, el
monopolio de la violencia física, legítima o ilegítima pasa a ocupar el lugar
de los argumentos). Allí donde ayer el socialismo prometió una sociedad de
abundancia que el capitalismo era incapaz de proveer, hoy se ve en la
obligación de exigir la austeridad como propuesta de organización social,una
vez constatado que ya hemos devorado medio planeta Tierra que no es recuperable. Sin embargo, un socialismo que
recuerda el dolor no puede ser causante de dolor, además de que un socialismo
triste es un triste socialismo.
¿Es superior moralmente el socialismo al
capitalismo?
El
socialismo no serviría si no presentara una teoría de la justicia superior a la
del liberalismo. Respecto del liberalismo conservador, que convierte a los seres
humanos en mercancías y que sanciona las desigualdades sobre la base del
derecho natural, la superioridad es clara. El capitalismo justifica que 300 seres
humanos tengan muchísimo dinero, y que 3.000 millones de personas pasen hambre y
todo tipo de calamidades. Es más necesario matizar, por lo tanto, el caso del
llamado “liberalismo igualitario”, que pretende la igualdad sobre la base del
mercado, la primacía del individualismo y la libertad negativa –que nadie
interfiera en la vida de los demás–. ¿Es real ese discurso o son meras palabras
para maquillar su dureza real? Como insiste Gargarella, en ese liberalismo, el
igualitarismo termina siendo adjetivo respecto del liberalismo. En otras
palabras, se adjetiva como igualitario pero el sustantivo sigue siendo el
liberalismo.
El
“hombre nuevo” es el hombre viejo en nuevas circunstancias. De ahí que una
diferencia esencial con el liberalismo esté en un diseño institucional al que
se le da mucha relevancia y que no puede ser replicado a partir de modelos eurocéntricos.
Para el socialismo, las instituciones tienen valores (no son neutrales). Y
dentro de las instituciones, son de gran relevancia aquellas que permiten la
libre comunicación (sobre todo, los medios alternativos y las formas deliberativas
de democracia).
La
propiedad privada no tiene la misma fascinación para un socialista que para un
liberal. Por el contrario, en el siglo XXI se ha entendido finalmente que hay
derechos individuales de gran valor que la izquierda no entendió durante el
siglo pasado, despreciándolos al catalogarlos como “derechos burgueses” o “individuales”
(hábeas corpus, libertad de expresión, de residencia, de movimiento, inviolabilidad
de la correspondencia, del domicilio, etc.). De ahí que el socialismo del siglo
xxi tenga mucho de “republicanismo de izquierdas”, donde la libertad no es un
pago a considerar a cambio de mayores cotas de igualdad.
Como
gran diferencia con el liberalismo, desde posturas socialistas se asume la
existencia de derechos colectivos y de grupos desaventajados, lo que implica
reconocer que hay una desigualdad de partida. En la misma dirección, el
socialismo no puede aceptar el principio liberal de compartimentar o dividir y
jerarquizar los derechos, con el fin de separar los civiles y políticos de los sociales,
postergando a estos últimos o quitándoles relevancia. El liberalismo, como
filosofía política del capitalismo, tiene claro que sin explotación no hay beneficio
y que, por lo tanto, cualquier forma de redistribución va al corazón del
sistema.
Por
último, hay un posicionamiento respecto de la política real. El socialismo entiende
los cambios sociales en su complejidad, prestando atención a la praxis, en este
caso a la necesidad de crear las condiciones para que pueda operar el modelo
que defiende. El socialismo no puede quedarse al margen del establecimiento de
situaciones en donde el objetivo socialista solo es posible limitando de manera
radical las posibilidades que tienen los privilegiados de impedir cualquier
cambio social. Esto, como hemos planteado anteriormente, no es un certificado
para saltarse la legalidad en nombre de la legitimidad –uno de los principales
errores del socialismo del siglo xx–, sino de entregar de manera real y
efectiva el poder constituyente a su depositario, esto es, al pueblo consciente
y organizado.
El
Estado fue la palanca esencial tanto del reformismo socialdemócrata como de la
revolución comunista. Ninguno de ellos puede tener esa hegemonía en el
socialismo del siglo xxi. Si la socialdemocracia fue menos estatista y permitió
más libertad, también fue porque logró mucha menos igualdad (pensemos que solo
Rusia, como hemos señalado, debió igualar a 160 millones de seres humanos).
Pero lo que en un sitio lo hacía un partido único, en el otro lo hacía un cártel
de partidos (que es una variante sofisticada de partido
único)
que compartían las mismas reglas de juego y pequeñas variaciones en el
porcentaje del gasto social, según hubiera gobiernos liberales y democristianos
o socialdemócratas, marcadas en todo caso por el límite estructural de la
reproducción capitalista y el mantenimiento de la tasa de ganancia.
De
cualquier forma, nótese que no se trata de abolir el Estado, ni el capitalismo,
ni la Modernidad, sino de desbordarlos, esto es, sustituirlos por equivalentes funcionalmente
superiores y valorativamente acordes con la moral de justicia y libertad
socialistas, con tendencia al autogobierno.
¿Hay un sujeto único en los socialismos del
siglo XXI?
El
socialismo del siglo xxi ha pluralizado el sujeto social de la emancipación. Si
bien no existe capitalismo sin explotación, sin embargo, los trabajadores no
encarnan los intereses generales de la humanidad, que son más amplios que los
que implica la explotación (mujeres, ecologistas, ancianos, indígenas, pacifistas,
etc.). Los trabajadores son, sin dudas, los que hacen funcionar el capitalismo.
Pero las necesidades objetivas de los trabajadores –recibir el producto de su
trabajo– no pueden coincidir con las necesidades subjetivas de una población
que no encuentra su identidad en el ámbito laboral. El mundo del trabajo
aparece como la contradicción principal del capitalismo, pero sin que eso
implique que se puedan extraer conclusiones para la transformación que ignoren
la imposibilidad de la clase obrera para representar a todo el género humano.
Sin
conflicto social no existe el sujeto que porte el cambio. Un problema de la
gran mayoría de los pensadores de las ciencias sociales es que enfrentan problemas
sin sujeto. El consumismo, el lenguaje, los medios de comunicación, el
sistema-mundo, son significantes vacíos más interesados en dejar su imagen de
marca que en entender los procesos; reciben lúcidos análisis que, a menudo,
dejan la sensación de escaparse del mundo.
Otros
intentan pensar un sujeto que se acerca más a sus necesidades que a la
realidad. Indígenas convertidos en el “buen salvaje” rousseauniano, los sin esperanza
que debieran devolvernos la esperanza, la multitud que es sujeto precisamente
porque deja de serlo, los damnificados del Estado que deben conquistar el mundo
sin tomar el poder, jóvenes incontaminados que van a reinventar la revolución
desde su generosidad.
Como
dice Boaventura de Sousa Santos, los pueblos no esperan a los teóricos para
hacer las revoluciones. Por suerte, podríamos añadir. Pero también sabemos que,
sin teoría, estamos condenados al ensayo y error. “Inventamos o erramos”, decía
Simón Rodríguez, adelantándose al Mariátegui que pedía un socialismo que no
fuera calco ni copia.
Algunos principios basados en las prácticas
del socialismo del siglo XXI
1.
El socialismo del siglo xxi debe, como pautas previas a toda discusión,encontrar
una nueva definición de la naturaleza humana que no se base en falsos supuestos
de bondad o maldad, e, igualmente, debe señalar e interpretar el momento
histórico y geográfico desde y para el que habla.
2.
El socialismo del siglo xxi no se define desde las vanguardias ni desde los
parlamentos, sino que se construye con un diálogo social abierto y real alentado
y posibilitado por los poderes públicos.
3.
El socialismo del siglo xxi ha aprendido de los errores del siglo pasado y ya
no intercambia justicia por libertad.
4.
El socialismo del siglo xxi es alegre, pues ha aprendido que un socialismo triste
es un triste socialismo.
5.
El socialismo del siglo xxi apuesta por la educación como objetivo esencial a
la búsqueda de una nueva subjetividad.
6.
El socialismo del siglo xxi es tan profundamente respetuoso con la naturaleza que
se torna en ecosocialismo o no puede ser.
7.
El socialismo del siglo xxi es profundamente femenino, consciente del mal uso o
del uso insuficiente del caudal de las mujeres cometido durante toda la
historia.
8.
El socialismo del siglo xxi no tiene una alternativa total práctica al capitalismo
de los siglos anteriores, si bien ha desarrollado un conocimiento claro sobre
qué es lo que no le gusta.
9.
El socialismo del siglo xxi es “violentamente pacífico”.
10.
El socialismo del siglo xxi debe reconstruir y reinventar las fronteras territoriales,
políticas y culturales, propugnando a su vez un nuevo orden internacional.
11.
El socialismo del siglo xxi necesita articular sus propios medios de
comunicación,
orientados por los valores que deben sostenerlo.
12.
El socialismo del siglo xxi sabe que a mayor participación popular,menor poder
particular.
13.
El socialismo del siglo xxi debe conjugar reforma, revolución y rebeldía para
construir un mundo más justo.
¿Por qué han tenido éxito esta vez los
procesos de cambio en América Latina?
Los socialismos del
siglo xxi, a diferencia de casi todas las expresiones del socialismo en el
siglo xx, tendrán como referencia central, como hemos visto,la experiencia. No
serán construcciones basadas en lecturas de los clásicos ni herencias de
tradiciones convertidas en estatuas. Los 14 de años de gobierno de Chávez,
impulsor en América Latina del término que nos ocupa, estuvieron signados por
una relación dialéctica con la realidad, de la que el presidente venezolano extrajo
aquellos elementos que le ayudaban a superar el marco liberal capitalista
camino de un nuevo espacio, que venía marcado no por un modelo definido a
priori, sino por la senda que señalaba lo que no se quería repetir.
Esa
respuesta a los retos que ha ido marcando el desarrollo de ese gobierno,también
sirve para los gobiernos de Bolivia y de Ecuador, lo que ha llevado, asimismo,
a un alejamiento de aquellos ámbitos tradicionales de la izquierda que leen
como pragmatismo desideologizado el quehacer gubernamental. Ya sea desde
ámbitos indígenas de alta conceptualización –y, por lo tanto, con una lectura
radicalizada de lo que Boaventura de Sousa Santos llama la “línea abisal” que
separa el mundo colonizador del mundo colonizado–, de ámbitos de la izquierda
ecologista y antiextractivista o bien de sectores que alertan acerca de la
repetición de comportamientos anclados en la path dependence (en la dependencia
de la trayectoria histórica), se están construyendo en los principales países
del alba oposiciones de izquierda que cuestionan lo que definen como
alejamiento de las bases socialistas que motivaron las diferentes revoluciones
y sus transformaciones constitucionales.
Es
evidente que la amenaza más poderosa que tiene la nueva izquierda latinoamericana
proviene de la conjugación de intereses oligárquicos con presiones provenientes
de los Estados Unidos (ejemplificadas por los casos recientes de Honduras y
Paraguay). Sin embargo, el debilitamiento de la base popular por la izquierda
(existente ahora mismo en todos los gobiernos de cambio) facilita el regreso de
una derecha que nunca ha terminado de irse.
Es
importante entender los seis factores que han garantizado, a fecha de hoy –ninguna
conquista social es irreversible, como demuestra la crisis europea– el éxito de
la izquierda suramericana:
1.
La redistribución de la renta, que ha hecho descender de manera notable la
pobreza en todos estos países, ampliando la base social de apoyo a estos gobiernos.
La coyuntura de altos precios de las commodities
ha ayudado a estos programas de políticas públicas redistribuidoras que han
tenido como palanca principal al Estado, pero que también se han apoyado en
formas participativas (la más evidente es la idea de “misión” en Venezuela).
2.
Las transformaciones han tenido lugar respetando la formalidad de la democracia
representativa liberal –pluripartidismo, garantías al sufragio activo y pasivo
(de elección y de ser elegido), libertad de expresión, respeto a los resultados–
pero, además, han venido acompañadas de formas de democracia directa que,
igualmente, han ampliado la base social de apoyo a la democracia. Por un lado,
se ha desactivado la justificación imperial de los golpes de Estado contra
estos países –aunque se ha seguido intentando– y, por otro, se ha hecho de una
parte importante de la población el sujeto de defensa activa del proceso de
cambio.
3.
Los cambios han venido en forma de “ola”, construyéndose sinergias políticas
esenciales para la subsistencia de los países defensores del socialismo del
siglo xxi (algo que Chávez entendió desde un principio y le llevó a usar el mayor
músculo económico de Venezuela para apoyar a los países de la zona que tenían
necesidades financieras y que, en otra situación, hubieran caído rehenes del FMI
o del Banco Mundial, con sus sempiternas exigencias de ajuste y privilegio a
las elites).
4. Los cambios han
tenido lugar en un momento en que el desarrollo de las comunicaciones ha
permitido contrarrestar la dictadura mediática del establishment, tanto fomentando medios alternativos como por la
propia existencia de internet o de la telefonía celular.
5.
A diferencia de lo que ocurrió en los años 20 y 30, las “revoluciones” en América
Latina han venido sin que se haya construido la imagen del “enemigo “que
construyó la contrarrevolución con la Unión Soviética. Pese a intentos de demonizar
a los grupos de cambio (indígenas radicales, militares golpistas, dirigentes
enajenados) no se ha creado esa imagen aterrorizadora que justificó el abrazo
de las clases medias a las salidas fascistas.
6.
Por último, todos los gobiernos de cambio en América Latina han venido con una
nueva identidad nacional y popular. La reconstrucción de la dignidad nacional
fue, de nuevo, otra posibilidad de ampliar la base social, permitiendo un
nacionalismo optimista (frente al creciente nacionalismo pesimista europeo) que
caminó sin problema hacia las nuevas formas de integración regional:
a. alba:
Alternativa Bolivariana para las Américas,
b. unasur: Unión de
Naciones Suramericanas,
c. celac: Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños,
d. mercosur:
Mercado Común del Sur.
El
fallecimiento en marzo de 2013 de Hugo Chávez abrió una nueva etapa tanto en
Venezuela como en el resto del continente. Grande ha sido el impulso que les
dio a las transformaciones en el continente (la asistencia de jefes de Estado y
de gobierno latinoamericanos a su sepelio o el luto decretado en varios países
es señal de esto). El capitalismo en crisis seguirá intentando su tarea de
ajuste por el eslabón más débil. Cualquier relajamiento en América Latina
significará, sin duda alguna, un regreso a las posiciones de los años 70, con
la consiguiente subordinación a las necesidades de recuperación de la tasa de
ganancia del sistema.
Desde
otra perspectiva, la falta de diálogo con los sectores críticos rebajará la
base de apoyo a los gobiernos de cambio, poniendo en peligro su subsistencia electoral
(a diferencia de la izquierda propia de la Guerra Fría, la nueva izquierda se
juega todo lo alcanzado en las elecciones). La creación de redes clientelares
en los gobiernos, la política extractivista, la falta de diálogo con los
indígenas o con los sectores desobedientes, la desaparición de la crítica (uno
de los rasgos centrales que diferencian los actuales procesos de cambio de
cualquier otra revolución en el pasado), la creación de nomenklaturas que aprovechen
la posición de poder en el entramado estatal, el freno a los procesos de
empoderamiento popular, son todos aspectos que volverán a achicar la base de
apoyo a estos gobiernos. La tesitura no es sencilla y parece claro que hay que
garantizar tanto la eficiencia gubernamental que logre mejores niveles de vida
como la participación popular que vaya permitiendo una superación del modelo
heredado. Una certeza es incuestionable: si se puede hablar hoy de la
posibilidad del socialismo del siglo xxi es porque hay un pueblo dispuesto a
luchar por él.
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Detrás de la noticia
Ecuador asume la presidencia pro témpore de la CELAC, mientras esta joven organización se fortalece y promueve iniciativas urgentes. Una multitudinaria marcha, en la que el partido izquierdista “Podemos” se reivindica como fuerza alternativa frente a los dos grupos políticos mayoritarios, muestra a una España ansiosa por el cambio. Y el presidente venezolano Nicolás Maduro acusa a Estados Unidos de intentar orquestar un golpe de estado y pone en alerta a toda Latinoamérica.
PUNTO Y APARTE
LEYENDO MI MANUAL DE CÓMO CAGAR EL MUNICIPIO EN POCOS PASOS
DINOS
PROTESTA
¿QUIÉN LAS ENTIENDE?
MILAGRO
ROSE
FIN DE JUEGO
SUEÑOS
CUANDO NO PUEDES DECIR HASTA AQUI NOMAS
LA HIJA POLITICA DEL FUJIMONSTESINISMO
HIJO ESTRELLADO
ACTITUD
¿A QUIÉN..........?
LOS NOMBRES DE ALAN EN VARIOS IDIOMAS
YO SOY MAS SANGUINARIO QUE LECTER
SOBRE LOS POLITICOS.FUERA LOS VIEJOS POLITICOS DE MIERDA!
PABLO NERUDA - NO CULPES A NADIE
PABLO NERUDA - TU RISA
LOS PASOS - AYER TUVE UN SUEÑO
LOS YORK DEL PERÚ - AYER TUVE UN SUEÑO
LOS PASOS - AYER TUVE UN SUEÑO
Tiempo nuevo - Guitarra no llores
TIEMPO NUEVO - El Pobre
Tiempo Nuevo - Cierra filas
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Rafo Ráez - Los viejos de mierda (FUERA LOS VIEJOS POLITICOS DE MIERDA!)
Rafo Raez - El Hombre que quería ser árbol
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Drenaje - insurgencia
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Los Gatos - Donde esta esa promesa
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The Temptations - My Girl
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The Stone Roses - Made Of Stone
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