César Lévano entrevista a Anna Chiappe de Mariátegui, viuda de ‘El amauta’. Lima, 1969.
El maestro César Lévano realizó esta entrevista en 1969.Apareció originalmente en Caretas para luego reaparecer en el diario La Primera,diario en el cual era director y que tuvo que abandonar por cuestiones legales y políticas.Posteriormente,la entrevista apareció en el libro Diálogos desde la historia.Entrevistas en el fondo oculto de dos siglos , publicado en 2012 por el Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (UIGV).El encabezado que precede a la entrevista fue realizado por el ex-alumno sanmarquino Carlos Bracamonte, para su publicación en el mencionado diario,quien es a decir del autor su redescubridor.
Es justo reconocer el talento de César Lévano por todo lo que ha escrito,y por más que aún el dogmatismo de algunos sectores infantiles del marxismo recetario se nieguen a ver.....
"..La vida que me diste"
Entrevista con Anna , viuda de Mariátegui
En una entrevista exclusiva, Anna
viuda de Mariátegui revela episodios inéditos y fundamentales de la vida de
quien es considerado por muchos autores extranjeros como el más grande pensador
político de América. En momentos en que la obra del ilustre socialista crece en
importancia y actualidad, la imagen del Amauta cobra colores de vida en una
charla que es un documento para la historia.
En 1920, en Florencia, en casa de
la Condesa de Antici Mattei, José Carlos Mariátegui conoció a Anna Chiappe, el
grande, el único amor de su vida. Ambos habían acudido por separado y sin
conocerse al concierto de danzas que brindaba la “medio excéntrica”
aristócrata. En algún momento, mientras vibraba un Estudio profundo de Chopin,
las miradas del joven y la muchacha se cruzaron. “Él me impresionó mucho por su
manera tan fina y distinguida” – nos dijo, hace unos días, 49 años después de
aquel encuentro memorable, la ahora viuda de Mariátegui. “Parecía un noble. Y
tenía unos ojos tan profundos”.
Por su parte, el joven peruano
-25 años esa noche- expresó su emoción en un poema en prosa publicado en 1926
en la diminuta revista “Poliedros”, que dirigía Armando Bazán. José Carlos y
Anna eran ya esposos; habían recorrido juntos toda Italia, Alemania, Francia;
tenían tres hijos; pero la llama del amor no había perdido intensidad ni
fulgor.
“Renací, escribió, en tu carne
cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas,
porque te sentí la más diversa y la más distante. Estabas en mi destino. Eras
el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar
la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eras el principio de
vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos.
Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu
gracia antigua esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus
rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión
tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría.
“Por ti, mi ensangrentado camino
tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus
antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida
que me diste”.
Italia o la felicidad
Artemio Ocaña, el veterano escultor peruano que compartió muy de cerca la experiencia italiana de Mariátegui, recuerda que, de repente, tras viajar a Florencia, éste desapareció. Cuando volvió, ya estaba casado.
“Mariátegui se alejó de sus
amigos”, comenta doña Anna. Ellos decían después: “¡Con razón había
desaparecido!”.
En esa estación con su amada en
Florencia, tiene que haber sido supremamente feliz. Entre el mar y los viñedos
de la costa liguria, bajo las soleadas colinas toscanas cubiertas de olivos,
ante la obra de los florentinos venerados (Dante, Machiavello, Boccaccio,
Leonardo de Vinci, Miguel Ángel, Botticelli), su genio maduraba hacia aquel
equilibrio de vida interior y naturaleza, de sensibilidad y mundo social, que
iban a distinguirlo en la vida y en el libro. Florencia, urbe y democracia
antigua, lógica y belleza, vitalidad y gracia. Una experiencia que fue una
corona de laureles sobre su frente.
“No era de carácter melancólico.
Ni cuando estaba enfermo”. Así nos dice doña Anna. Hay una gran sonrisa en su
evocación. Y uno se ratifica en la convicción de que solo un hombre feliz puede
luchar plenamente por la felicidad de los otros.
“Mariátegui, nos dijo Ocaña,
vivió al principio en Vía Véneto 29, interno 4”. “A ese alojamiento, propiedad
de Francesco Atunante, me llevó a mí”. “Cuando se casó, él y su esposa se
fueron a vivir a Frascati, cerca de Roma, a una villa que era puros viñedos.
Era una casa del Renacimiento, con pinturas murales del Dominicchino. Se pagaba
por el alquiler 500 liras. Apenas cinco libras peruanas de la época”.
Por su parte, doña Anna recuerda:
“De Florencia viajamos a Roma. Fuimos a vivir a Villa Pía. Arturo Osores la
había alquilado como Legación del Perú. Era la casa en que había vivido la
famosa actriz Francesca Bertini. Después marchamos a Frascati. Desde el comedor
se veía el Palacio de Castelgandolfo, la residencia de verano del Papa”. En los
planos, Frascati aparece a 21 kilómetros de la Ciudad Eterna; Castelgandolfo
descuella a 25 kilómetros.
“Eran tiempos alegres. Él se iba
a veces acompañando a Ocaña a la Escuela de Bellas Artes de Roma. Era cuando
había modelos femeninos…”.
“Tenía tiempo para todo. En Roma
no se perdía un buen concierto o espectáculo de ballet. Y le gustaba el circo.
A veces, yo lo acompañaba al circo, aunque a mí no me gustaba”.
Como se sabe, el Amauta anunció
una “Teoría del circo” que no se ha encontrado entre sus papeles. Debe de
haberse perdido en alguna hoguera policial.
¿Cuándo comenzó, preguntamos, la formación marxista de Mariátegui?
Ella cree que fue precisamente en
Italia. “Tenía una gran biblioteca. “El Capital” estaba en francés. Los
documentos sobre la revolución rusa, en italiano”.
¿Es cierto que la familia del filósofo Benedetto Croce intercedió, como
dice el italiano Antonio Melis, ante la familia de ella en favor del galán
venido del lejano Perú?
– “Es cierto. El hecho es que una
tía mía había sido novia de Croce. No se casaron porque mi familia, muy
católica, no podía consentir un matrimonio con un liberal tan conocido”.
Los viajes
En uno de sus dos cortos escritos autobiográficos, Mariátegui dice que no pudo llegar a Rusia “porque mi mujer y mi hijo me lo impidieron”. “No es que yo me opusiera”, subraya ahora doña Anna. “Yo le dije: ‘mejor anda tú solo’. Yo estaba muy cansada con el bebé. Pero a él no le gustaba salir solo. Siempre le gustaba ir conmigo”.
“Era muy entusiasta”, recuerda.
“Para mí, decía, la cosa más grande es cuando puedo coger una maleta e irme. A
veces sin saber adónde”.
Y, sin embargo, aquella vez no
quiso viajar porque su compañera no podía ir.
Pero viajaron bastante por otros
contornos. Estuvieron juntos, por ejemplo, en el célebre Congreso de Liorna
(Livorno, en italiano) en el que el ala izquierda del socialismo fundó el
comunismo. “Allí vimos a Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Con ambos
conversaba amistosamente Mariátegui”.
También estuvieron en 1922,
Génova, en la Conferencia Económica Europea que fue la primera reunión
internacional a la que acudió una representación soviética. En “Defensa del
Marxismo”, Mariátegui iba a escribir que ella marcaba el inicio de la coexistencia
pacífica entre estados de sistema social distinto. “Allí, dice doña Anna,
conversó con Chicherin, el jefe de la delegación rusa. Mariátegui estudió,
cuando estuvimos en Berlín, el idioma alemán con una profesora alemana. Todos
los días tenía una clase de inglés y de alemán. Pero también sabía algo de
ruso. Con Chicherin se saludaban y despedían en ruso. Sus conversaciones las
sostenían en francés”.
Mariátegui estuvo cuatro años y
medio en Europa. De ellos, año y medio lo pasó en Alemania. El viaje fue hacia
mayo o junio de 1922. “Durante ocho meses vivimos en la Postdammer Strasse” (en
lo que es hoy Berlín Oriental). “Estuvimos luego en Praga, en Budapest, en
Austria, navegando por el Danubio Azul”. En Alemania, como se sabe, Mariátegui
entrevistó a Máximo Gorki.
Viajaron en seguida a París. Allí
se entrevistaron con Romain Rolland y Henri Barbusse, que no regatearon, por
escrito, su admiración al gran peruano. “Incluso, salimos con Barbusse a tomar
el té”.
“Mariátegui —iba a escribir
Barbusse— es la nueva luz de América. Un espécimen del nuevo hombre americano”.
¿Conoció Mariátegui a Pirandello? ¿A qué otros grandes de la literatura
y las ideas frecuentaron en Italia?
“Conversó varias veces con
Pirandello”, recuerda la dama. “También fue amigo de Piero Gobetti”. Se trata
del escritor cuyos estudios respecto al “Risorgimento”, es decir, a la lucha
por la unidad de Italia, tanto atrajeron al Amauta. “Croce lo quería mucho.
Cuando iba José Carlos a su casa, lo presentaba diciendo: ‘éste es el hombre
más grande del mundo’. Le tenía un gran afecto”.
Por su lado, Ocaña recuerda que
Mariátegui fue amigo también de los líderes socialistas Filippo Turati, Antonio
Grazidei y Nicola Bombacci. Tiene él bocetos al carbón del diplomático
soviético Joffe, de Giordi Vassiliévich Chicherin, del francés Jean-Louis
Barthou y de Lloyd George, el célebre político inglés. “Fue amigo de
Pirandello”, nos dijo expresamente.
Una explicación
Para muchos biógrafos y estudiosos de Mariátegui, la obra de este autodidacto sin Educación secundaria, de mala salud, que tuvo que ganarse la vida desde los 14 años de edad, que murió a los 35, tiene algo de milagro. En el breve arco de su vida caben una inmensidad de cultura, pensamiento y acción. Baste señalar estas creaciones: la revista “Amauta”, los “7 Ensayos” y otros veinte libros, la Confederación General de Trabajadores y el Partido Socialista del Perú, cuyo nombre deseaba cambiar, antes de morir, por el de Comunista. Hace pocos años, escuchamos decir, en Lima, al estadunidense Carleton Beals que Mariátegui es “el más grande pensador político de América”. El juicio se extiende ahora. Robert Paris en Francia, Manfred Kossok y Adelbert Dessau en Alemania Oriental, Antonio Melis en Italia, el profesor Albuquerque en Texas, Estados Unidos, sufragan el juicio.
Los días espléndidos de Italia
explican una parte de la precoz madurez mariateguiana; pero no toda. Hay
fuentes que se ocultan junto a la raíz de la infancia. Mariátegui se proclamó
limeño toda su vida. En realidad, poco antes de su nacimiento, su madre, doña
Amalia La Chira Vallejos, natural de la zona de Huacho, había viajado a
Moquegua, por lo cual el alumbramiento se realizó en esa ciudad del Sur. En
seguida, buena parte de sus primeros años transcurrieron en la suave campiña
huachana. A los seis años tuvo una caída fatal. El resultado fue una baldadura
y, lo más grave, un foco de ostiomielitis en una pierna. Sus familiares nos
contaron que a los 6 años, más o menos, comenzó su madre a realizar continuos
viajes de Huacho a Lima para hacerlo tratar. El esfuerzo era demasiado grande
para una familia pobre. Entonces, se decidió internarlo. Estuvo cuatro años en
la “Maison de Santé” u Hospital Francés.
Era éste, en esa época, un
nosocomio exclusivo, reservado casi solo para franceses, ingleses o alemanes
pudientes avecindados en Lima. Dos eran los tipos de servicios: los
unipersonales y los destinados a seis personas. En todo caso, no había allí
enfermos menores de edad. Pues bien: el pequeño Mariátegui pasó sus años de
internado junto con esos compañeros adultos, llenos de experiencia y que
hablaban extraños, lejanos idiomas. Se sabe que al final se había convertido en
intérprete de muchos de ellos.
¡He ahí una clave sicológica para
la precoz madurez del Mariátegui temprano! He ahí por qué, entre otras cosas,
cuando era un “alcanzarrejones” de La Prensa, que iba a la oficina cablegráfica
a recoger los despachos noticiosos, podía traducir, en el trayecto, las
noticias que venían en inglés de Europa, Asia, África o NorteAmérica. Además,
aquella soledad de años tiene que haberle entrenado para la gimnasia de la
reflexión y para la firmeza de las certidumbres sin que importen los prejuicios
y las supersticiones de la masa informe.
Otro factor, en el que no se ha
insistido lo suficiente, es su contacto directo con las luchas sociales de
comienzos de siglo en el Perú. “Cuando José Carlos fundó La Razón con César
Falcón y Félix del Valle, nos recordó Ocaña, había mítines obreros que
terminaban al pie del balcón del diario. Era en la esquina de Baquíjano con el
Jirón Cuzco”. Eso fue, recalquemos, antes del viaje a Europa. Tal experiencia
lo sensibilizó para la prédica socialista de Antonio Gramsci en “L’Ordine
Nuovo” (“El nuevo orden”). En los días en que él se instalaba en Italia, en las
páginas de esa célebre revista aparecían reflexiones sobre el papel de los
obreros como actores principales de una revolución posible y de los campesinos
como protagonistas de la acción prerrevolucionaria.
Mariátegui era hombre de
pensamiento y de sensibilidad artística en todos los momentos. En la charla con
su viuda, la imagen del hombre de espíritu aparece a cada paso. “En Música
tenía una cultura extraordinaria. Amaba sobre todo a Beethoven y Stravinski”,
nos dice. “Con el Dr. Oten, un amigo suizo, se entregaban a verdaderas sesiones
de Música. El grupo de sus camaradas llegaba, y él estaba encerrado con Oten. A
veces venía gente cargante, y él decía: ‘Ponte una sinfonía para que se
vayan’…”.
Entre la gente que con mayor
agrado recibía se contaban los artistas. José María Eguren era uno de sus
adictos. Llegaba a veces a escribirle – ¡desde Barranco! – para anunciar que un
resfrío le impedía devolver por el momento tal o cual libro. “Iba mucho también
Percy Gibson. Otros que iban eran Martín Adán, José Diez Canseco, el filósofo
Mariano Ibérico Rodríguez. Alguna vez acudieron también los doctores Honorio
Delgado y Juan Francisco Valega”.
“El Rincón Rojo” era otra cosa.
Era en realidad un seminario riguroso de estudios marxistas. Constituía el
núcleo del Partido. Estaba formado, entre otros, por Hugo Pesce, Ricardo
Martínez de la Torre, Avelino Navarro, Marcelo Sánchez, Luciano Castillo y,
hasta cierto punto y por una temporada, Jorge Basadre.
Hombre de espíritu, Mariátegui
era también hombre de empresa. Fundó la Editorial “Minerva” casi sin dinero.
“Amauta” la empezó a publicar con tipos móviles. Solo en 1929 le llegó el
linotipo. Él mismo diagramaba la revista y la cuidaba en todos sus detalles.
Los manuscritos revelan que dominaba la técnica tipográfica y sabía ordenar
exactamente. “Igual, dice doña Anna, era con los clisés. Él me enviaba a los
talleres con indicaciones precisas. Para que todo marchara bien, tenía tres
teléfonos en casa: uno en el dormitorio, otro en la sala y otro en el comedor.
Como los obreros querían mucho a José Carlos, iban hasta la casa a consultarle
problemas de trabajo u otros”.
¿Era Ud., preguntamos, la que llevaba los artículos a Variedades y
mundial?
– “Sí. Primero él me decía: ‘Dile
a Vegas García, el administrador, que voy a escribir sobre tal o cual tema. Que
prepare las fotos’. Se ponía a escribir a las cinco o seis de la tarde, y a las
ocho o nueve estaba listo el artículo que iba a salir al día siguiente”.
¿Cuál era el pago por cada artículo?
– “Veinte soles en mundial y
quince en Variedades. Cuando él estaba enfermo, Vegas García me decía: ‘Usted
no sabe cuánto ha bajado la revista desde que no escribe’”.
Existen facetas todavía inéditas
de este ser adamantino. Pocos saben, por ejemplo, que era buen dibujante. “A mí
me dibujaba muy bien, cuenta la viuda. A veces, hasta pintaba a la doméstica
con el bebé cargado”.
Hay otros aspectos inéditos que
nunca se podrán recuperar. A su muerte, la Policía acostumbró, una y otra vez,
llevarse los cajones del escritorio del difunto. Cuando la señora Annita los
rescataba, después de grandes pugnas, siempre faltaba algo.
¿Cómo era José Carlos con los niños?
– “Era muy cariñoso con ellos.
Basta decirle que cuando estaba en casa, a cada momento preguntaba dónde
estaban los chicos y qué hacían. Una vez, Carmen Saco le dijo: ‘Oiga, José
Carlos, ¿no le molestan los niños?’ Él contestó: ‘No me molestan. Pueden estar
sentados encima de la máquina, y a mí no me molestan’”.
Amador de la vida, luchador
social, soldado de un combate diario con la muerte en sus últimos años, José
Carlos fue desde su temprana edad ajeno y reacio a la bohemia. Federico More ha
narrado cómo, mientras Abraham Valdelomar pedía ajenjo, él se limitaba a un
helado de menta o un vaso de leche. Solo esa austeridad, y la enorme conciencia
de su misión en la historia, explica la inmensidad de su obra.
“Una vez -cuenta la señora
Annita-, vinieron los soplones. En lugar de llevarse “El Capital” se estaban
llevando una colección de Pirandello empastada en cuero… No lo dejaban
trabajar”. Como se sabe, en los días anteriores a su muerte, él había estado
preparando un viaje definitivo a Buenos Aires. Waldo Frank, desde Nueva York,
Samuel Gluzberg, desde la capital Argentina, lo animaban a quedarse allá. Los
ataques de la dictadura de Leguía y los denuestos de la izquierda demagógica
-Víctor Raúl incluido- le habían hecho acá la vida imposible. Solo una sombra
suave, una mano tierna, lo acompañaban en las horas del dolor más íntimo. Anna.
El gran amor. Ella estuvo a su cabecera el día de su muerte. A su lado estaban
también su madre, Artemio Ocaña, dos jóvenes judíos amigos y admiradores del
Maestro. Después vinieron las muchedumbres más inmensas que se hayan reunido
para unos funerales en Lima. Entre banderas rojas y versos de “La
Internacional”, el pueblo sencillo, el pueblo amado por él, le dijo adiós. Para
el pueblo, y también para Anna Chiappe, iba a comenzar una época triste y
difícil. Ella, la mujer fuerte, tampoco iba a darse por vencida. Hasta hoy se
le ve todos los días, puntualmente, detrás del mostrador de una librería
trabajando. Es en la primera cuadra de la Avenida Larco de Miraflores, y
todavía sigue las huellas del difunto imborrable. Las ediciones de las obras
del Amauta tienen en ella una inspiradora. Siguen sonando en sus oídos, siendo
verdad hermosa y profunda, las palabras aquellas: “La vida que te falta es la
vida que me diste”.
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