Imperialismo hoy
Por: Alex Callinicos (*)
Introducción
La sangrienta guerra lanzada por
las grandes potencias contra Irak en 1991 demostró que el imperialismo, en el
sentido más general de utilización directa de la fuerza para imponer la
voluntad de las grandes potencias sobre Estados menores, se encuentra
prosperando. La guerra fue más notable aún por haber ocurrido en un momento en
el cual se consolidaba la creencia de que el mundo estaba entrando en una era
posimperialista. Dos razones principales dieron base a esta creencia.
Una de ellas fue, obviamente, la
expectativa de que el final de la Guerra Fría produciría lo que George Bush
(padre) llamó un “Nuevo Orden Mundial”, en el cual las disputas entre los
Estados podrían ser resueltas pacíficamente bajo la tutela de las Naciones
Unidas. Hoy resulta más que claro que el “Nuevo Orden Mundial” es tan sólo el
viejo orden imperialista, con la diferencia fruto del colapso de la Unión
Soviética, de que la ONU puede ser utilizada para legitimar intervenciones
militares que Estados Unidos hubiera realizado unilateralmente durante la
Guerra Fría.
La segunda razón para despachar
el imperialismo al basurero de la historia surgió de una interpretación
bastante aceptada, de los dramáticos cambios verificados en la economía mundial
durante la última generación. Se ha afirmado que la internacionalización de la
producción y, paralelamente, la integración global del capital volvería la
guerra obsoleta. Así, Tim Congdon, un destacado monetarista británico, declaró
recientemente:
"El nacionalismo económico, una de
las fuerzas más poderosas y destructivas del siglo XX, está quedado obsoleto.
El carácter internacional del comercio y de las finanzas aumenta tan
rápidamente, y la estrategia comercial de las grandes compañías es tan globalizada,
que la idea del Estado-nación está perdiendo su importancia".
Congdon dejó claro que esos
cambios económicos estaban teniendo consecuencias políticas –entre ellas, a
largo plazo, el final de la guerra:
"La idea de una guerra entre Gran
Bretaña y Alemania, o entre Estados Unidos y Japón, ya es, obviamente, un
disparate. Cada vez más los antagonismos entre las naciones se irán haciendo
literalmente absurdos, así como la separación entre naciones acabará y se
volverá sin sentido".(1)
La idea de que la
interdependencia económica entre los Estados determina que ya no les interesa
realizar guerras no es nueva. Durante los años de gestación de la Primera
Guerra Mundial, el pacifista Norman Angell publicó La Gran Ilusión (1910), donde argumentaba que una guerra total
entre las grandes potencias sería tan destructiva económicamente que resulta
inconcebible que ellas se arriesgasen a una aventura tan irracional. Ese mismo
análisis fue realizado de forma aparentemente marxista por Karl Kautsky, en un
famoso artículo publicado poco después del inicio de la Primera Guerra Mundial
en agosto de 1914:
"No hay necesidad económica
para la continuidad de la carrera armamentista después de la Guerra Mundial,
incluso desde el punto de vista de la propia clase capitalista, con la posible
excepción de ciertos intereses armamentistas. Por el contrario, la economía
capitalista está seriamente amenazada precisamente por estas disputas. Todo
capitalista perspicaz debe hoy alardear a sus compañeros: ¡Capitalistas de todo
el mundo, unios!"(2)
Kautsky argumentó que los
procesos económicos podrían empujar a los capitalistas hacia la unidad global:
"Lo que Marx dijo sobre el
capitalismo puede también ser aplicado al imperialismo: el monopolio crea la
competencia, y la competencia crea el monopolio. La frenética competencia entre
las grandes firmas, los gigantes bancos y los multimillonarios hizo que los
grandes grupos financieros que estaban absorbiendo a los pequeños inventasen el
cártel. Del mismo modo la Guerra Mundial entre las grandes potencias
imperialistas puede dar como resultado una federación de las más fuertes,
renunciando estas a la corrida armamentista".
"Desde el punto de vista puramente económico,
por lo tanto, no es imposible para el capitalismo entrar en otra fase, de
incorporación de ese proceso de formación de cárteles a su política de
relaciones exteriores: la fase del ultraimperialismo".(3)
La previsión de Kautsky de que
los antagonismos interimperialistas podrían ser pací- ficamente reconciliados
en los marcos de un cártel capitalista global demostró no servir como
orientación durante lo que Arno Mayer llamó “la Crisis General y la Guerra de
los Treinta Años del siglo XX”, entre 1914 y 1945.4 Empero, la idea de que el
imperialismo es simplemente una etapa en la historia del capitalismo, y una
etapa que ya fue o está siendo superada, ha sido reavivada recientemente.
Quizás el intento más influyente ha sido el de Bill Warren, que intentó
demostrar que el Tercer Mundo ha pasado luego de la Segunda Guerra Mundial no
por el “desarrollo del subdesarrollo”, como afirman los teóricos de la
dependencia como André Gunder Frank, sino por “un importante crecimiento en las
relaciones sociales capitalistas y en las fuerzas productivas”. El concluyó
que:
"En un contexto de interdependencia
económica cada vez mayor, los lazos de dependencia (o subordinación) que unen
al Tercer Mundo con el mundo imperialista, han sido y están siendo notablemente
desatados con la ascensión de capitalismos nativos; a través de este proceso la
distribución del poder político-económico al interior del mundo capitalista es
cada vez menos desigual. En consecuencia, aunque una dimensión del imperialismo
sea la dominación y explotación del mundo no comunista por una docena de países
capitalistas desarrollados (Estados Unidos, Alemania Occidental, Gran Bretaña,
Francia, Japón, etc.) estamos, pese a todo, en una era de imperialismo
decadente y de capitalismo avanzado".(5)
Las transformaciones económicas
de las últimas décadas –la internacionalización del capital, la ascensión de
los NICs (los Nuevos Países Industrializados), el declive relativo de ambas
superpotencias– han sido, sin duda, enormes. La cuestión a ser tratada en este
artículo es si estas transformaciones (y las convulsiones políticas que les acompañaron,
sobre todo las asociadas al final de la Guerra Fría) pueden todavía ser
comprendidas dentro de los marcos de la teoría marxista del imperialismo. La
respuesta a esta pregunta tiene implicaciones prácticas importantes: mostrará
si la masacre del Golfo Pérsico de 1991 –y otros acontecimientos semejantes,
como la intervención de la ONU en Somalia– representan el último suspiro de una
versión obsoleta y moribunda del capitalismo, o en cambio el mecanismo
intrínseco de un sistema todavía sujeto a producir guerras importantes. El
primer paso para resolver esta cuestión es establecer en que consiste realmente
la teoría marxista del imperialismo.
La teoría marxista del
imperialismo
El imperialismo puede ser
definido de un modo bien amplio como la dominación, a través de la historia, de
pequeños países por Estados más fuertes, o de manera más restringida, como la
política llevada a cabo por las grandes potencias desde el último tercio del
siglo XIX, para subordinar a la mayor parte del resto del mundo a su dominio.
La definición marxista clásica del imperialismo, dada por Lenin, es más
específica que la primera definición, y más general que la definición más
restringida. El imperialismo no es ni una característica universal de la
sociedad humana, ni una política específica, sino que es una “etapa particular
en el desarrollo del capitalismo”, de hecho, como afirma el título del libro de
Lenin, “la etapa superior del capitalismo”. Lenin intentó caracterizar esta
etapa de desarrollo capitalista ofreciendo una famosa definición del
imperialismo:
"1) la concentración de la
producción y del capital elevada a un grado tan alto de desarrollo que hizo
crear los monopolios, los cuales cumplen un papel decisivo en la vida
económica; 2) la fusión del capital bancario con el capital industrial y la
creación, basada en ese “capital financiero” de una oligarquía financiera; 3)
la exportación de capitales, que difiere de la exportación de mercaderías,
adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones
internacionales de capitalistas monopolistas, que se reparten el mundo entre
sí, y 5) la concreción de una división territorial del mundo entre las
potencias capitalistas más importantes".(6)
La definición de Lenin es tratada
con frecuencia como un dogma incuestionable por la mayoría de la izquierda,
pero sus limitaciones merecen ser señaladas. Ella es, claramente, una lista de
lo que Lenin denomina “características básicas” del imperialismo. Pero no es
posible a partir de esta lista, establecer la importancia relativa de esas
características. Esta es una debilidad seria, una vez que ha quedado claro que
algunas de ellas son mucho menos básicas que otras. Por ejemplo, el capital
financiero –la integración del capital bancario con el capital industrial– se
desarrolló mucho más en algunas potencias imperialistas que en otras; mucho más
en Alemania que en Gran Bretaña. Pero además, no sólo la relación entre las
inversiones en el extranjero y la expansión colonial fue mucho más desigual de
lo que sugería Lenin, también algunas potencias imperialistas, notablemente
Estados Unidos y Japón, fueron importadores líquidos de capital hasta 1914.(7)
La concepción básica de Lenin
sobre el Imperialismo, sin embargo, emerge ilesa de estas críticas. El fue
cuidadoso en poner énfasis en el “valor condicional y relativo de todas las
definiciones en general”. Pero además, su estudio del imperialismo no pretendía
ser un estudio científico definitivo, en vez de esto, como declara su
subtítulo, era “un esbozo popular” basado, en gran parte, en obras influyentes
como El Imperialismo del liberal-radical J. A. Hobson y El Capital Financiero
del austro-marxista Rudolf Hilferding. Con base en estas investigaciones, Lenin
no tenía duda en cuanto a la característica decisiva del imperialismo: “en su
esencia económica el imperialismo es capitalismo monopolista”. Esto le permitió
ubicar históricamente al imperialismo, determinar “su lugar en la historia, ya
que el monopolio que crece sobre la base de la libre competencia, determina la
transición del sistema capitalista a un orden socioeconómico más elevado”.(8)
Por lo tanto, los antagonismos y guerras entre las grandes potencias no eran
una simple aberración, como Kautsky dio a entender, surgían de la dinámica del
desarrollo capitalista, sobre todo de la tendencia a la concentración y
centralización del capital analizada por Marx. Estos antagonismos y guerras
podrían eliminarse, pero solamente gracias a la revolución socialista.
Así, en el análisis más
sistemático y rigurosos de Bujarin, el imperialismo nace de las:
"...tendencias del
desarrollo capitalista-financiero. El problema organizativo, que envuelve más y
más ramas de la “economía nacional” a través de la creación de conglomerados y
a través del papel organizativo que cumplen los bancos, ha llevado a la
conversión de cada “sistema nacional” capitalista desarrollado en un “trust
capitalista-estatal”. Por otra parte, el proceso de desarrollo de las fuerzas
productivas lleva a estos sistemas “nacionales” a conflictos más agudos en su
lucha competitiva por el mercado mundial".(9)
En este abordaje el imperialismo
adopta dos características fundamentales. La primera es una consecuencia de la
tendencia a la concentración y centralización del capital. La acumulación
competitiva de capital lleva tanto al crecimiento en el tamaño de las unidades
individuales de capital como a la incorporación de capitales menores por los
mayores, especialmente durante las crisis. El poder económico se hace cada vez
más concentrado. Sectores de la economía quedan monopolizados, dominados por
una pequeña cantidad de grandes firmas o incluso por una única corporación.
Además el capital industrial tiende a fundirse con los grandes bancos para
formar el capital financiero. La etapa final de ese proceso de “organización”
es la creciente integración del capital privado con el Estado-nación, en otras
palabras, el surgimiento del capitalismo de Estado.
En segundo lugar, a pesar de
todo, esa organización nacional del capitalismo ocurre en un contexto de
creciente internacionalización de las fuerzas productivas. La economía mundial,
que Bujarin define como “un sistema de relaciones de producción y,
correspondientemente, de relaciones de cambio a nivel mundial”, constituye el
campo en el cual compiten los “trust capitalistas de Estado”. La competencia
entre capitales deja de ser una simple disputa por mercados entre empresas
privadas: asume cada vez más la forma de rivalidades militares y territoriales
entre capitales estatales a escala mundial. “La lucha entre trusts capitalistas
de Estado es decidida, en primer lugar por la relación entre sus fuerzas
militares, pues el poder militar es el último recurso de los “grupos
nacionales” de capitalistas en lucha”.(10) Guerras interimperialistas, como las
de 1914-18 y 1939-45, son un aspecto necesario de una economía mundial dividida
entre distintos capitales.
La versión de Bujarin de la
teoría del imperialismo no deja de tener sus debilidades. La más importante es
que subestima el grado en el cual las dos tendencias que él identifica con el
imperialismo –en dirección al capitalismo de Estado y a la internacionalización
del capital– pueden contradecirse mutuamente. En forma consecuente él trata las
economías nacionales como bloques capitalistas de Estado plenamente “organizados”,
en los cuales cualquier tendencia a la crisis económica (aunque no a la guerra)
habría sido eliminada.(11) Pero una vez que estos errores son tomados en cuenta
podemos considerar que la teoría de Bujarin identifica las características
esenciales del imperialismo, tomado como etapa específica en la historia del
capitalismo. Podemos resumir entonces la teoría del imperialismo de la
siguiente manera:
I. El imperialismo es la etapa de
desarrollo en el capitalismo donde: 1) la concentración y centralización del
capital tiende a llevar a la integración del capital monopolista privado con el
Estado; y 2) la internacionalización de las fuerzas productivas tiende a forzar
a los capitales a competir entre sí por mercados, inversiones y materias primas
a escala mundial.
II. Las principales consecuencias
de estas dos tendencias son: 1) la competencia entre capitales toma la forma de
rivalidades militares entre Estados-nación, 2) las relaciones entre los
Estados-nación son desiguales: el desarrollo desigual y combinado del
capitalismo permite a un pequeño número de Estados capitalistas avanzados (los
países imperialistas) en virtud de sus recursos productivos y de su fuerza
militar, dominar el resto del mundo; 3) el desarrollo desigual y combinado del
imperialismo intensifica todavía más la competencia militar y da lugar a las
guerras, incluyendo tanto las guerras entre las propias potencias
imperialistas, como aquellas que surgen de las naciones oprimidas en lucha
contra la dominación imperialista.(12)
Esta definición del imperialismo
es más abstracta que la de Lenin, aunque ella capta el núcleo de su concepción.
Una ventaja de esta definición es que puede ser usada para demostrar cómo la
dinámica del imperialismo da lugar a distintas fases en su desarrollo.
Gran parte de este artículo
estará dedicado al análisis de estas fases. Argumentaremos que hubieron tres
fases principales en la historia del imperialismo: el imperialismo clá- sico,
1875-1945 –analizado por Lenin, Bujarin, Luxemburg, Hilferding, Kautsky y
Hobson, que es el imperialismo que dio lugar a la “Guerra de los Treinta Años”
de Arno Mayer; el imperialismo de las superpotencias, 1945-1990 –período en el
cual el mundo fue repartido entre dos grandes bloques militares rivales–; y el
imperialismo después de la Guerra Fría –el “Nuevo Orden Mundial” de Bush
(padre), en realidad una versión más inestable del antiguo orden mundial.
Cualquier periodización de este
tipo conlleva un grado de arbitrariedad. Como quedará claro en la detallada
discusión que sigue, las características de cada fase están típicamente
presentes en una forma menos desarrollada en las anteriores fases. Pero, este
modo de dividir la historia del imperialismo, desde mi óptica, ayuda a aclarar
su dinámica interna y las transformaciones por las cuales atravesó. Por razones
obvias, el imperialismo contemporáneo recibirá una atención detallada.
El Imperialismo Clásico,
1875-1945
1. Un mundo económica y
políticamente multipolar. La moderna historia europea, del siglo XV en
adelante, está dominada por un proceso feroz y continuo de competencia militar
y territorial entre las grandes potencias. Un modo de resumir la naturaleza del
imperialismo es diciendo que marcó el punto en el cual ese proceso se fundió
con la expansión del capitalismo industrial y a esta se subordinó. Eric
Hobsbawm comenta sobre el siglo XIX que “la economía mundial ahora era
notablemente más pluralista que antes. La economía británica dejó de ser la
única totalmente industrializada y, en realidad, la única industrial”.(13)
Un factor en ese cambio fue lo
que William McNeill llama la “industrialización de guerra” de mediados del
siglo XIX –los incrementos en la movilidad proporcionada por los rieles, por la
navegación a vapor, y por la producción en masa de nuevas armas como el rifle de
repetición y la ametralladora. El poder militar de los Estados dependía ahora
directamente de su nivel de industrialización. Las grandes monarquías
absolutistas de Europa Central y Oriental –Prusia, Austria-Hungría y Rusia–
fueron forzadas a promover la expansión del capitalismo industrial para
fortalecer la base material de las modernas fuerzas armadas.
Al mismo tiempo la expansión
territorial del capitalismo industrial exacerbó las rivalidades entre las
grandes potencias, particularmente cuando Gran Bretaña vio su supremacía
industrial y naval desafiada por Alemania. El resultado fue una carrera
armamentista naval impulsada por la innovación tecnológica, y la incorporación
de Gran Bretaña a uno de los dos grandes bloques militares en los cuales Europa
estaba dividida. La competencia económica y militar se reforzaría mutuamente en
un mundo dominado por una peque- ña porción de Estados.(14)
2. Expansión Colonial. “La
transición del capitalismo a la etapa del capitalismo monopolista, del capital
financiero, está conectada a la intensificación de la lucha por el reparto del
mundo”, escribió Lenin.15 Las posesiones coloniales europeas crecieron de 4.3
millones de Km2 y 148 millones de habitantes en 1860 a 46,4 millones de Km2 y
568 millones de habitantes en 1914, y aún así el proceso de expansión todavía
no estaba completo, ya que las posesiones del Imperio Otomano en Medio Oriente
fueron divididas entre Francia y Gran Bretaña solamente al final de la Primera
Guerra Mundial. La conquista colonial fue acompañada por un aumento enorme en
la inversión externa europea, de 2.000 millones de libras esterlinas en 1862 a
44.000 millones en 1913.(16)
De esto no se sigue, como
sugieren las groseras versiones de la teoría de Lenin, que la dinámica del
imperialismo fue proporcionada por la exportación de capitales para explotar
esclavos coloniales. Para empezar, la expansión de la inversión extranjera fue
muy desigual: Gran Bretaña fue la primer y por lejos la mayor exportadora de
capital a partir de la década de 1860, Francia le siguió hacia finales de los
años 1870, Alemania solamente después de 1900, mientras que Estados Unidos y
Japón importaron capital hasta 1914. Además, como señaló Hobsbawm:
"Cerca del 80% del comercio
europeo durante todo el siglo XIX, tanto de importación como de exportación,
era hecho con otros países desarrollados; lo mismo es verdad en lo que atañe a
las inversiones europeas en el exterior. La parcela de inversiones destinada a
países de ultramar era mayoritariamente dirigida a un pequeño número de
economías en desarrollo rápido, sobre todo pobladas por descendientes de
europeos –Canadá, Australia, Sudáfrica, Argentina, etc.– y claro también, a
EEUU".(17)
Este patrón emerge muy claramente
de los datos referentes a la inversión externa británica en la Tabla 1.
TABLA 1
Muestra por región de la inversión británica en el extranjero.
1860-1929 (%)
REGIONES
1860-70 1881-90 1891-13 1927-29
Imperio
Británico (total) 36.0 47.0 46.0 59.0
Canadá
25.0
13.0 13.0 17.0
Australia
/ N.Zelandia 9.5 16.0 17.0 20.0
India
11,2
15.0 10.5 14.0
Otros
0.3 3.0 5.5 8.0
América
Latina 10.5 20.0 22.0 22.0
Estados
Unidos 27.0 22.0 19.0 5.5
Europa
25.0 8.0 6.0 8.0
Otros 1.5 3.0 7.0 5.5
(Fuente: M. Barratt Brown, The Economics of Imperialism (Harmondsworth, 1974), Tabla 17, pp.
190-1)
Las colonias jugarán, entretanto,
un papel económico vital. India proveyó a Gran Bretaña con un tributo anual
extraído directamente (los “home charges”) además del excedente comercial,
tasas de interés sobre inversiones y otras ganancias invisibles.(18)
Según Berrick Saul “Gran Bretaña
liquidó más de un tercio de sus déficits con Europa y Estados Unidos a través
de la India”.(19) El reciente y excepcional estudio de Avner Offer sobre la
Primera Guerra Mundial demuestra que el Imperio Británico jugó un papel todavía
más directo en el proceso de competencia interimperialista. Gran Bretaña y
Alemania, las dos grandes potencias más industrializadas en el pasaje del siglo
XIX al XX, tenían economías altamente especializadas y dependientes de materias
primas y alimentos importados.
La clase dominante británica, sin
embargo, gozaba de una ventaja decisiva: controlaba un gran imperio capaz de
abastecerla con esas mercaderías, al mismo tiempo que su supremacía le permitía
tanto proteger sus propias rutas marítimas como bloquear el acceso de Alemania
al alimento y a las materias primas que necesitaba. El planeamiento para la
guerra económica fue, por lo tanto, una parte importante de los preparativos
británicos antes de 1914. La lucha por alimentos y materias primas fue un
factor importante en la derrota de Alemania en 1918, no solo a causa del
impacto del bloqueo británico sobre las potencias centrales, sino también
porque la campaña naval alemana en el Atlántico trajo a Estados Unidos a la
guerra, cambiando así la balanza en favor de la Entente (la alianza entre Inglaterra,
Francia, Bélgica, etc.).(20)
La importancia de las colonias en
la competencia interimperialista se evidenció una vez más durante la Gran
Depresión de la década del 30 de este siglo, cuando la economía mundial se
fragmentó en bloques comerciales rivales. Las potencias que como Gran Bretaña y
Francia, pudieron apoyarse en sus colonias para tener mercados protegidos y
materias primas, fueron capaces de resistir mejor a la depresión que aquellas
como Estados Unidos y Alemania, que no poseían imperios. Para estos últimos
Estados la Segunda Guerra Mundial ofreció una salida al problema.
3. Capitalismo de Estado
militarizado. Lenin, Hilferding y Bujarin tomaron la centralización
cualitativamente mayor del poder económico como una característica decisiva de
la nueva etapa de desarrollo capitalista, que se hizo evidente en el cambio del
siglo XIX al XX. De hecho, el desarrollo que Hilferding denominó “capitalismo
organizado” implicó variaciones considerables –por ejemplo, Gran Bretaña quedó
significativamente detrás de Alemania y Estados Unidos. Hilferding explicó
estas variaciones en términos de desarrollo desigual y combinado del
capitalismo. El desarrollo relativamente “orgánico” del capitalismo británico
determinó que los fondos para inversiones fueran acumulados gradualmente en las
manos de capitalistas individuales, sin la necesidad de recurrir a los bancos o
a la Bolsa de Valores para financiar la expansión. Inversamente, los
capitalistas alemanes, industrializándose a la sombra del monopolio manufacturero
de Gran Bretaña, podrían solamente conseguir los fondos necesarios a través de
un grado de organización superior, provisto por las “join stock company”
(sociedades anónimas por acciones) y por el papel cumplido por los bancos en el
financiamiento de la inversión productiva.
En Alemania, por consiguiente, y
en Estados Unidos de un modo un poco diferente, la relación de los bancos con
la industria fue necesariamente y desde el principio, bastante diferente de la
que existía en Gran Bretaña. Aunque esa diferencia se debió al atraso y al
desarrollo tardío de Alemania, la estrecha conexión entre capital industrial y
bancario se transformó, tanto en Alemania como en Estados Unidos, en un factor
importante en su avance hacia una forma más elevada de organización
capitalista.(21)
Por razones semejantes, tanto en
Alemania como en Estados Unidos, el Estado se volvió intervencionista mucho
antes que en Gran Bretaña –por ejemplo, introduciendo tarifas proteccionistas
para aislar sus industrias manufactureras de la competencia de Gran Bretaña. La
Gran Depresión de los años 30 persuadió a la clase dominante británica a
abandonar el libre comercio, un paso tomado por sus compañeros americanos
setenta años antes, al comienzo de la Guerra Civil.
Es esta integración del Estado y
del capital privado la que explica la propensión del imperialismo a la guerra:
las rivalidades económicas globales entre los grandes bloques de capital
integrados nacionalmente que emergieron del proceso de organización analizado
por Hilferding y Bujarin, sólo podrían ser resueltas mediante el choque de sus
relativas fuerzas militares. Pero la guerra interimperialista sirvió también
para acelerar la tendencia al capitalismo de Estado. Bujarin había comprendido
eso ya en 1915. La movilización de recursos exigidos por la guerra total tendía
a transformar la economía en una “organización directamente subordinada al
control del poder estatal”. Así, “la guerra es acompañada no solamente por una
tremenda destrucción de fuerzas productivas: ella proporciona también un
extraordinario refuerzo e intensificación de las tendencias desarrollistas
inherentes al capitalismo”.(22)
Las economías de guerra de los
períodos 1914-18 y 1939-45 llevaron a un aumento cualitativo en el nivel de la
dirección estatal de la economía, que no fue revertido en los períodos de paz
que les siguieron. De hecho, la Gran Depresión de 1929-39 representó una
continuación de este proceso, mientras la economía mundial se fragmentaba en
bloques comerciales proteccionistas y todas las principales potencias
imperialistas fortalecían sus aparatos de intervención estatal –un proceso que
alcanzó su clímax en la Rusia estalinista.(23) Una consecuencia de esto fue el
declive en el nivel de integración económica global en relación al que había
sido alcanzado antes de 1914. De esta manera, la proporción del comercio de
bienes manufacturados en relación a la producción mundial superó el nivel de
1913 solamente a mediados de los años 70.(24)
Este movimiento en dirección a la
autarquía económica por las grandes potencias, sirvió solamente para exacerbar
las tensiones entre ellas, ya que esto dio a aquellos Estados imperialistas que
no contaban con un acceso rápido a mercados y materias primas coloniales
–notablemente Alemania y Japón– un poderoso incentivo para usar sus maquinarias
militares y atrapar una porción mayor de los recursos mundiales. De esta forma
la contradicción que Bujarin había identificado entre la internacionalización y
la estatización del capital produjo un segundo período, todavía más destructivo,
de reparto del planeta entre las potencias imperialistas.(25)
El Imperialismo de las
Superpotencias, 1945-1990
1. Un mundo políticamente
bipolar, pero económicamente multipolar. La competencia interimperialista
sufrió un cambio fundamental después de la derrota de Alemania y Japón en 1945.
El sistema europeo de Estados dejó de ser el eje de la política mundial, tal
como lo había sido hasta entonces. En vez de esto el continente europeo fue
repartido e integrado en dos alianzas militares globales, cada una de ellas
dominada por una de las superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Este estado de cosas había sido preanunciado durante la época de las dos
guerras mundiales. La inestabilidad del sistema europeos de Estados que dio
origen a la “Guerra de los Treinta Años” de 1914- 1945, reflejó la incapacidad
de contener el impacto de la ascensión de Alemania al status de potencia
mundial. El dominio sin precedente de Gran Bretaña en la política europea
durante los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, representó el intento de
la hasta entonces principal potencia imperialista de dominar un sistema de
Estados totalmente debilitado, un papel que Gran Bretaña, cuyo relativo declive
económico fue expuesto brutalmente por la guerra, sólo pudo cumplir mientras
las dos potencias continentales, EEUU y la URSS, quedasen como señaló Paul
Kennedy, “fuera de escena”.(26)
En 1945, lo que un historiador
llamó la “última guerra europea” tuvo su final cuando ambos Estados se movieron
para el centro del escenario. EEUU sustituyó definitivamente a Gran Bretaña
como potencia dominante a nivel mundial, traduciendo su amplia fuerza económica
en un aplastante poderío militar. Al mismo tiempo los gobernantes de EEUU
usaron su predominio en la alianza contra Hitler para sentar las bases de una
economía mundial de posguerra abierta a las inversiones y exportaciones
norteamericanas, en un intento por impedir una repetición de la catástrofe que
soportó su economía a causa de las guerras comerciales de los años 30. El
principal obstáculo para alcanzar ese objetivo era la clase dominante
soviética: la fusión del poder económico y político alcanzado por las
transformaciones capitalistas de Estado ocurridas en los años 30, significaba
que la integración en un mercado mundial dominado por EEUU amenazaría el
dominio de la burocracia estalinista. De esta forma, estaba pronta la base para
la división de Europa después de la guerra en dos bloques militares rivales.(27)
La Guerra Fría que emergió del
conflicto entre los triunfadores de 1945 implicó una nueva modalidad de
conflicto interimperialista. En primer lugar, las rivalidades territoriales y
militares entre los Estados fueron encuadradas en un molde bipolar.
Anteriormente la competencia entre Estados había ocurrido entre una pluralidad
de grandes potencias que, mientras podían formar alianzas temporarias,
mantenían sus opciones abiertas en las interminables maniobras entre las
cancillerías de Europa, las cuales fueron el núcleo de la política
internacional desde el siglo XV hasta mediados del siglo XX.
El axioma básico de esta política
fue resumido por uno de sus máximos practicantes, Parlmerston, cuando dijo:
“Inglaterra no tiene amigos ni enemigos eternos, solamente intereses eternos”.
De esta forma, Alemania y Rusia emprendieron dos terribles guerras en el siglo
XX, a despecho de la antigua amistad entre las casas de los Hohenstaufen y de
los Romanov durante el siglo anterior; Gran Bretaña y Francia, casi
continuamente en guerra entre 1689 y 1815, se aliaron contra Alemania en las
dos guerras mundiales; los preparativos de guerra británicos llevaron a Trotsky
a pronosticar algo que parecía plausible a comienzos de la década del 20: un
conflicto entre Gran Bretaña y Estados Unidos.(28) La política internacional
perdió su fluidez después de 1945. Los Estados europeos quedaron enclaustrados
dentro de los dos bloques de superpotencias, un estado de cosas que reflejaba
en varios grados una convergencia de intereses entre las clases dominantes
aliadas y la ausencia de cualquier otra elección.
Las relaciones políticas entre
los Estados eran más inestables en las márgenes del sistema: en el Tercer
Mundo. Egipto en el período de posguerra, por ejemplo, representa quizá la más
dramática sucesión de status: semicolonia británica, Estado neutral balanceado
entre las dos superpotencias, el más importante aliado de la URSS en el Tercer
Mundo, el segundo mayor receptor de ayuda militar de EEUU en el planeta.(29)
Además, el efectivo reparto del globo entre los dos superbloques impuso rigurosos
límites al campo de maniobra de los Estados. Cuando Egipto, fuertemente armado
por la URSS –a pesar de la expulsión de los asesores militares soviéticos en
julio de 1972 por el presidente Anuar Sadat– lanzó el ataque militar de mayor
éxito de los Estados árabes contra Israel en octubre de 1973, Estados Unidos
respondió con un gran puente aéreo de municiones para el ejército israelí y, a
cierta altura, puso incluso hasta sus propias fuerzas nucleares en alerta.(30)
La Guerra Fría actuó como una especie de camisa de fuerza, obligando a los
Estados individuales a poner en línea sus acciones con los intereses de uno de
los dos bloques de superpotencias.
En segundo lugar, la competencia
interimperialista después de 1945 no llevó a ninguna guerra general entre las
grandes potencias. Guerras, claro está, siguieron ocurriendo en la periferia
del sistema, tal como habían ocurrido durante la conquista europea de Africa y
de Asia en el siglo XIX: entre 15 y 30 millones de personas murieron en
aproximadamente 80 guerras desde 1945, pero el núcleo del sistema permaneció en
situación de paz.31 La razón más obvia de esto fue con toda probabilidad el
hecho de que las superpotencias poseyeran armas nucleares. Aunque esto no hacía
imposible una guerra total, sin duda impuso un comportamiento más cauteloso
tanto de Washington como de Moscú. De cualquier forma, esta fue una
interrupción notable del estado de guerra casi continua en que se había hallado
Europa desde el surgimiento de las monarquías absolutistas. De hecho, también
un supuestamente pacífico siglo XIX había presenciado una explosión de guerras
entre las grandes potencias entre 1855 y 1871, cuyo resultado fue la
unificación de Italia y de Alemania, y el desalojo, por esta última, de Francia
como la principal potencia del continente. La ausencia de una guerra total
después de 1945 aumentó la rigidez de la política mundial, ya que privó al
capital del principal mecanismo a través del cual el sistema de Estados había
sido ordenado, con la distribución – en permanente cambio– del poder económico
global. Al mismo tiempo, sin embargo, los preparativos de guerra se volvieron
endémicos.
La carrera armamentista entre
Gran Bretaña y Alemania antes de 1914 fue ínfima en comparación con la que se
inició a partir del final de los años 40 entre la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Niveles de gastos armamentistas sin precedentes en tiempos de paz fueron
sustentados particularmente por EEUU y la URSS, a través de toda la generación
posterior a 1945. En su auge, entre los años 50 y el principio de los años 60,
esa economía armamentista permanente tuvo la consecuencia no intencional, de
contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancias, dando estímulo así
al más poderoso y largo boom en la historia del capitalismo. Entre 1948 y 1973
la renta mundial se triplicó.(32)
El largo boom está estrechamente
relacionado a una tercer peculiaridad de la competencia interimperialista
después de la Segunda Guerra Mundial. El reparto del mundo entre las dos
superpotencias fue altamente desigual, ya que la alianza occidental incluía no
solamente a EEUU (por lejos la mayor economía del mundo), sino también a Europa
Occidental, Japón y Canadá. Eso no sólo puso a la URSS en una fuerte
desventaja, sino que también dio lugar a una contradicción cada vez más
importante en el campo occidental. La inclusión de todas las economías
avanzadas en un único bloque político, al interior del cual EEUU era la
potencia militar dominante, creó un espacio económico muy grande en el cual la
competencia entre capitales no dio lugar al tipo de conflictos militares
endémicos antes de 1945. En este punto el modelo analizado por Bujarin dejó de
aplicarse, ya que las rivalidades interimperialistas se desarrollaron al
interior del bloque capitalista occidental sin que existiera una tendencia a su
resolución a través de los que Shakespeare llamó “el sangriento arbitraje de la
guerra”. La competencia económica entre capitales fue, de esta forma, disociada
de los conflictos militares entre los Estados.
Este desarrollo tuvo además consecuencias
a largo plazo que se mostraron desestabilizadoras. La primera, yo apenas la voy
a mencionar aquí (pero la retomaré más adelante): el orden económico global
erigido sobre el liderazgo de EEUU al final de la Segunda Guerra Mundial, creó
un marco institucional (el acuerdo de Bretton Woods, etc.) que promovió una
considerable internacionalización del capital. En segundo lugar, como fue
señalado anteriormente, este marco tenía por fin proveer a EEUU con mercados y
áreas de inversión. Sin embargo, la recuperación durante el largo boom de las
economías europea y japonesa de la devastación de la guerra (un proceso
promovido por EEUU para convertir a estos países en trincheras contra la
revolución y las presiones militares rusas) llevó al surgimiento de capitales
cada vez más capaces de minar el propio dominio norteamericano en el mercado
mundial.
Los altos niveles de gastos en
armamentos, los cuales fueron una condición de la hegemonía político-militar
norteamericana, desviaron capital de las inversiones productivas; al mismo
tiempo, los gastos militares relativamente bajos de Alemania Occidental y de
Japón hicieron posibles tasas muy altas de acumulación de capital y,
consecuentemente, la progresiva erosión de la competitividad de la industria
manufacturera norteamericana. Para los años 60 el declive económico relativo de
EEUU era evidente. La consecuente intensificación de la competencia al interior
del bloque capitalista occidental fracturó el sistema financiero internacional
y provocó una reducción en los gastos militares norteamericanos. Una economía
armamentista debilitada ya no podía impedir la caída de la tasa mundial de
ganancias, preparando el escenario para las grandes recesiones de 1973-74 y
1979-82.(33) Así, una profunda contradicción se había manifestado entre un
orden que permanecía políticamente bipolar, pero que era económicamente
multipolar. La distribución global del poder político-militar no correspondía
más a la distribución del poder económico.(34)
2. El Tercer Mundo: “negligencia”
malvada e industrialización parcial. El más dramático cambio después de 1945,
ocurrido fuera del núcleo capitalista occidental del sistema, fue el
desmantelamiento de los imperios coloniales europeos. En cierto grado este
cambio fue ocasionado por el declive de las potencias europeas y de su
dependencia de un EEUU ávido por tener acceso a los mercados coloniales
cerrados a él durante el período de entre guerras. Las heroicas luchas de
liberación nacional en China, Vietnam, Argelia y en las colonias portuguesas,
también cumplieron su parte. Pero la descolonización como proceso político
correspondía también a la disminución de importancia del Tercer Mundo para los
países capitalistas avanzados. El cuadro descrito por Lenin de un sistema
imperialista basado en la exportación de capital a las colonias –una verdad
parcial incluso en su época, como vimos– estaba completamente desenfocado de la
realidad del capitalismo internacional después de 1945. Resumiendo la
experiencia inmediata del período posterior a la Segunda Guerra Mundial,
Michael Kidron escribió en 1962: “El capital no fluye de países capitalistas
maduros a países capitalistas en desarrollo, por el contrario, las inversiones
en el extranjero son crecientemente realizadas entre los propios países capitalistas
desarrollados”.(35) Como demuestra la Tabla 2, esa afirmación siguió siendo
verdadera para la economía mundial entre 1965 y 1983. El Banco Mundial
expresaba en 1985:
"...desde 1965, aproximadamente
tres cuartos de las inversiones extranjeras directas fueron a países
industrializados. El restante estuvo concentrado en su mayor parte en unos
pocos países en desarrollo, predominantemente en aquellos de mayor renta de
Asia y América Latina. En particular Brasil y México recibieron grandes
volúmenes de inversión directa. En Asia, Hong Kong, Malasia, Filipinas y
Singapur han sido los mayores receptores de inversión extranjera directa en
Asia en los recientes años".(36)
Estos datos contradicen
directamente los análisis del sistema mundial hechos por los teóricos de la
dependencia como André Gunder Frank y por los teóricos del intercambio desigual
como Samir Amin.(37) La prosperidad de los capitalistas (y de los trabajadores)
de los países capitalistas avanzados no depende de la pobreza del Tercer Mundo,
puesto que los principales flujos de capital y mercancías pasan bien lejos de
los países pobres (la mayor parcela del comercio mundial ocurre entre las
economías desarrolladas). Y, claro está, la principal concentración de riquezas
se mantiene en las economías occidentales. La explicación es bastante simple.
Como vimos, la importancia clave de las colonias en el período del imperialismo
clásico, estaba en las materias primas que ellas proporcionaban para las
economías industriales crecientemente especializadas de la metrópolis
imperialistas. Pero el giro en dirección a la autarquía durante la “Guerra de
los Treinta Años” de 1914-1945 implicó esfuerzos permanentes y consecuentes por
parte de las economías avanzadas para reducir su dependencia de materias primas
importadas: así, los sustitutos sintéticos fueron desarrollados en gran escala,
las materias primas fueron utilizadas más eficientemente, y la producción
agrícola de los países industrializados creció bastante.(38) Además, gracias a
la economía armamentista permanente, los propios países desarrollados
conocieron un boom. Nigel Harris explicó la consecuencia de estas
transformaciones:
"Ingresos reales crecientes
en los países capitalistas avanzados, proporcionaron mercados en expansión para
una producción cada vez más sofisticada y costosa. Esto aseguró tasas de
ganancias sobre nuevas inversiones que succionaban continuamente una porción
cada vez mayor de los nuevos ahorros mundiales. Tanto el trabajo como el
capital fueron retirados de los países atrasados para servir a las economías de
los países avanzados. El comercio entre países capitalistas avanzados
proporcionó el dínamo para una expansión sin precedentes del comercio y de la
producción mundial en el período después de 1948, y para una concentración de capital
todavía mayor que antes en manos de los países ricos. Aquello que los
imperialistas consideraban como la división internacional del trabajo – entre
países manufactureros avanzados y países atrasados exportadores de materias
primas– fue superado por una división entre enclaves avanzados relativamente
autosuficientes y una masa de dependientes pobres".(39)
TABLA 2
Inversiones Extranjeras Directas en grupos selectos de países, 1965-83
Flujo medio anual Porcentaje
de
(miles de millones de U$S) las
inversiones de las inversiones
65-69 70-74 75-79 80-83 65-69 70-74 75-79 80-83
Países
industrializados 5.2
11.0 18.4 31.3 79.0
86.0 72.0 63.0
Países
en desarrollo 1.2 2.8 6.6 13.4 18.0 22.0 26.0 27.0
A.
Latina y el Caribe 0.8 1.4 3.4 6.7 12.0 11.0 13.0 14.0
Africa
0.2 0.6 1.0 1.4 3.0 5.0 4.0 3.0
Asia
(inc. Medio Oriente) 0.2
0.8 2.2 5.2 3.0 6.0 9.0
11.0
Otros
países y flujos 0.2 -1.0 0.6 4.8 3.0
-8.0 2.0 10.0
no
registrados
Total
6,6
12,8 25,6 49,4 100.0 100.0 100.0 100.0
(Fuente: Banco Mundial, Registro
de desarrollo mundial 1985)
Cuando Kidron y Harris,
analizaron por primera vez en los años 60 estos cambios en las relaciones entre
las economías avanzadas y las economías en desarrollo, ambos notaron una
excepción muy importante a este patrón de dependencia occidental cada vez menor
de materias primas: el petróleo.(40) De hecho, junto con la ascensión de los
NICs del sudeste asiático, esta es la principal explicación para el crecimiento
de la inversión extranjera directa en el Tercer Mundo después de 1975 (ver
Tabla 2, que muestra a Asia, incluyendo al Medio Oriente, aumentando su parcela
de inversiones extranjeras directas del 3% en 1965-69 al 11% en 1980-83). Sin
embargo, el petróleo es precisamente una excepción. La norma en el Tercer Mundo
no fue la explotación intensiva por parte de las multinacionales occidentales,
sino la exclusión efectiva de la mayoría de los países pobres del comercio
mundial y de las inversiones. Los trabajadores y campesinos de Africa, Asia y
América Latina vivían en situación de miseria, no tanto porque los frutos de su
explotación fueran fuente principal de los beneficios imperialistas, sino más
bien debido al hecho de que su trabajo era irrelevante para los principales
centros del capital en Norteamérica, Europa Occidental y Japón, a menos que
estos siguiesen a este capital hasta sus lugares de origen.
Además de esto no se podía
concluir –como Frank y Amin lo hicieron– que todo el Tercer Mundo estuviera
condenado a un estancamiento permanente. Por el contrario, algunos países poco
desarrollados fueron capaces de alcanzar altos niveles de crecimiento
industrial. La ascensión durante los años 70 y 80 de los NICs del sudeste
asiático y América Latina, marcó un cambio significativo en la división internacional
del trabajo. Fases anteriores de industrialización fuera del centro
imperialista habían implicado típicamente la producción de bienes de consumo
anteriormente importados. Las dos guerras mundiales permitieron a muchas
colonias y semicolonias (por ejemplo a India, Egipto y Sudáfrica) sacar ventaja
del desvío de las industrias manufactureras de las metrópolis hacia la
producción militar, impulsando a los capitalistas locales a que produjeran para
sus propios mercados internos.
Después de 1945 muchos Estados
del Tercer Mundo buscaron mantener una industrialización basada en la
sustitución de importaciones. Los más ambiciosos –la China de Mao, la India de
Nehru, el Egipto de Nasser– copiaron los métodos de mando y control burocrático
de la Rusia estalinista, con la esperanza de construir su propia industria
pesada.
Estos ensayos de capitalismos
estatales autárquicos fueron generalmente incapaces de movilizar recursos
internos suficientes, para lograr las amplias inversiones sobre los cuales se
apoyaban las industrias pesadas de los países capitalistas avanzados. Por esto,
los esfuerzos de Nasser de finales de los años 50 y de los años 60 por
construir una industria pesada estatal fueron posibles solo gracias a las
grandes reservas de moneda extranjera acumuladas durante el boom del principal
producto de exportación de Egipto – el algodón– durante la guerra de Corea.
Estas reservas financiaron las importaciones de maquinarias, insumos y otros
recursos necesarios para construir la base industrial egipcia. Pero cuando las
reservas se acabaron, las nuevas importaciones solo podían ser financiadas por
exportaciones hacia mercados donde la industria egipcia no podía competir, o
por préstamos rusos, los cuales eran pagados con las exportaciones de algodón y
arroz embarcados a Rusia. El fracaso de la política capitalista estatal de
Nasser está por detrás de la política de Sadat de buscar la apertura de Egipto
a la economía mundial.(41)
Los NICs del sudeste asiático y
América Latina constituyeron una divergencia significativa a esta norma.
Mientras Mao, Nehru y Nasser habían intentado copiar a Stalin, buscando una
autarquía capitalista estatal, países como Corea y Brasil se orientaron al
mercado mundial. Ellos producían bienes manufacturados no necesariamente para el
mercado interno, sino para exportar. Y en general fueron capaces de penetrar en
el comercio mundial de bienes manufacturados usando métodos propios del
capitalismo de Estado. El Estado surcoreano, por ejemplo, ejerció un
direccionamiento centralizado de las inversiones privadas, no para intentar
reproducir el tipo de economía industrial diversificada, característica de los
países más avanzados, sino para identificar los mercados mundiales donde sus
empresarios podrían penetrar, en caso de concentrar sus recursos en un número
limitado de industrias. El Estado intervencionista, operando frecuentemente
contra los axiomas de la escuela neoclásica del libre mercado, funcionó como un
ariete para ingresar al mercado mundial, y no como un medio para escapar de él.(42)
El surgimiento de los NICs
confirma la afirmación de Warren de que “estamos en una era de imperialismo
decadente y capitalismo avanzado”. Indudablemente la industrialización parcial
del Tercer Mundo es un evento de importancia considerable, porque representa la
cristalización de nuevos centros, relativamente independientes, de acumulación
de capital –un desarrollo cuyo significado político discuto más adelante, como
causa de la considerable expansión de la clase trabajadora a escala mundial, de
la cual fue responsable. Es esencial poner énfasis, entretanto, en el hecho de
que la ascensión de los NICs marcó solamente una transformación parcial del
Tercer Mundo. Esto quedó muy claro con el comienzo de la crisis de la deuda en
los años 80. En la década del 70 los bancos occidentales respondieron a la
internacionalización de los mercados financieros, a la escasez de oportunidades
para invertir en las economías avanzadas en depresión, y a la superoferta de
capital (fondos occidentales ociosos aumentados por un influjo importante de
beneficios provenientes del petróleo del Golfo), aumentando masivamente los
préstamos al Tercer Mundo. El comienzo de una segunda recesión mundial
importante en 1979, le hizo imposible a las economías deudoras la generación
mediante exportaciones de las ganancias necesarias para pagar estos préstamos:
el resultado fue la crisis que explotó cuando México no pagó sus obligaciones
en agosto de 1982.
Los países menos desarrollados se
encontraron incapaces de conseguir nuevos préstamos. Estos estaban bajo la
enorme presión de sus acreedores occidentales para pagar una deuda externa cuyo
monto era de U$S 1.089,2 billones en 1987, un 49,5 % del Producto Bruto Interno
de los países en desarrollo importadores de capital.(43) El resultado fue la
obscenidad de que durante gran parte de los años 80, estos países en realidad
terminaran transfiriendo más recursos financieros a las economías avanzadas de
los que ellos recibieron en nuevos préstamos, en inversiones y en comercio
externo (ver Tabla 3). El resultado para gran parte del Tercer Mundo, fue el
estancamiento. Las Naciones Unidas informaban a finales de los años 80:
Durante los años 70 la producción
per cápita en todos los países en desarrollo crecía más rápidamente que en las
economías de mercado avanzadas, y el abismo se incrementaba. En los años 80 la
situación ha sido más compleja. Un importante grupo de países asiáticos,
grandes y pequeños, han crecido más rápidamente, tanto en términos globales
como en términos per cápita, que las economías de mercado desarrolladas. Otros,
principalmente en Africa y América Latina, han mostrado un crecimiento lento y
sus conexiones internacionales han sido más negativas que positivas.(44)
Dicho de un modo más directo, los
Estados deudores no solamente tuvieron que transferir recursos a sus acreedores
occidentales, sino que también debieron someterse a “programas de ajuste
estructural” dictados por el FMI, los cuales exigían típicamente medidas de
austeridad para restringir el consumo interno y estimular las exportaciones
necesarias para proveer los fondos que permitieran pagar las deudas. La peor
víctima fue el Africa subsahariana. A finales de 1989 el Banco Mundial
informaba: “Globalmente los africanos son tan pobres hoy como treinta años
atrás”.(45) Partes del continente han incluso retrocedido, como es el caso del
“Cuerno de Africa”, Angola y Mozambique, donde la guerra provocó cientos de
miles y hasta millones de muertes. Los pocos vínculos todavía existentes con la
economía mundial eran generalmente del tipo más primitivo. La Lonrho
(multinacional británica cuyas inversiones están principalmente en Africa)
contrató un ejército particular para vigilar sus plantaciones en Mozambique.
Incluso las economías relativamente industrializadas de América Latina pasaron
por una terrible experiencia de estancamiento, hiperinflación y pauperización.
Los dinámicos NICs del sudeste asiático –los “Cuatro Tigres” (Corea del Sur,
Taiwán, Singapur y Hong Kong), ahora acompañados por otros como Malasia,
Tailandia y Filipinas– parecían ser una excepción a ser explicada en gran parte
por el creciente flujo de capital a la región y por las exportaciones traídas
de la más competitiva de las economías avanzadas, Japón.
TABLA 3
La crisis de la deuda: transferencia de recursos financieros de los
países en desarrollo importadores de capital, 1980-1988
1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987
Transferencia
líquida por inversiones directas -4,5 0,8 -2,0 -2,8
-2,4 -1,0 -1,3
0,4
Transferencia
líquida por créditos privados 17,2
7,5 -18,7 -26,5 -33,0 -40,9 -32,1 -34,7
Transferencia
líquida por canales oficiales 29,0 34,3 32,0 28,6 25,8
16,3 12,7 8,7
Transferencia
líquida 41,7
42,6 11,3 -0,7 -9,6
-25,6 -26,7 -25,6
(Fuente: Naciones Unidas, World Economic Survey 1989)
Sería un error ver la crisis de
la deuda simplemente como resultado de la imposición de una forma de
“dependencia” sobre el Tercer Mundo. James Petras y Michael Morley han señalado
la importancia del fenómeno de la fuga de capitales de América Latina –la
transferencia de capitales locales hacia las economías avanzadas, calculando un
monto aproximado de U$S 100.000 millones, siendo la deuda externa
latinoamericana de U$S 368.000 millones en 1985:
"Inversiones y depósitos bancarios
realizados a gran escala por latinoamericanos, fundamentalmente en Estados
Unidos y en Europa –la “fuga de capital”– registraron el surgimiento de un
nuevo estrato de clase en América Latina: los capitalistas trasnacionales...
Capitalistas locales están transfiriendo sus ahorros a bancos multinacionales
que, a su vez, prestan capital a los Estados latinoamericanos. Estos, por su
parte, prestan dinero a capitalistas privados. Esa actitud permite a los
capitalistas privados proteger sus ahorros, mientras aumentan una deuda externa
que es garantizada por el Estado local. Préstamos externos e inversiones en el
extranjero se han hecho un lucrativo modo de vida para un estrato pequeño pero
poderoso de capitalistas. Cuando las condiciones locales son desfavorables, las
ganancias pueden ser maximizadas a través de los circuitos financieros
internacionales; la actividad productiva nacional se vuelve secundaria, casi un
pretexto para crecientes flujos de préstamos e inversiones. Cuando las
condiciones se hacen más favorables, el capital puede retornar de los circuitos
internacionales para invertir en el país de origen".(46)
La crisis de la deuda implica por esto, no
tanto un conflicto entre distintos Estadosnación, países ricos versus países
pobres, sino una lucha de clases, en la cual la burguesía latinoamericana, cada
vez más integrada a los circuitos financieros internacionales, se acomoda con
bancos y corporaciones multinacionales occidentales, exigiendo soluciones que
promuevan la apertura de sus economías al mercado mundial. Como hacen notar
Petras y Morley “la austeridad tiene un significado diferente para aquellos que
son capaces de mover sus fondos hacia afuera de su ambiente doméstico, que para
aquellos cuyos fondos o medios de vida no tienen movilidad y están siendo
directamente afectados por el pago de la deuda y por los programas de
austeridad del FMI”.(47)
3. La internacionalización del
capital. La evolución del Tercer Mundo revela, de esta forma, el mismo proceso
evidente en el centro del sistema mundial: la creciente integración
internacional del capital. Se puede decir de las dos principales tendencias, en
cuyos términos Bujarin definió al imperialismo, que, si bien la primera de
ellas – aquella que iba rumbo al capitalismo de Estado– predominó durante el
período de 1875- 1945, fue la segunda –en dirección a la internacionalización
del capital– la que resultó crecientemente importante después de 1945.(48)
Desarrollándose durante el largo
boom, pero siguiendo o hasta acelerándose en los años de crisis prolongada que
siguieron, esta tendencia en dirección a la integración global del capital tuvo
tres dimensiones principales. Primero, la internacionalización de la producción
a través de lo que Nigel Harris llamó “un sistema manufacturero global”,
organizado fundamentalmente por las grandes corporaciones multinacionales. En
segundo lugar, el peso creciente del comercio internacional, que se hizo
posible por la unidad política del capitalismo occidental y por la formación y
expansión de la Comunidad Europea, pero envolviendo en grado significativo
transacciones al interior de las compañías multinacionales y sus proveedores de
insumos. En tercer lugar, el desarrollo de circuitos financieros
internacionales en gran medida fuera del control de los Estados nación, un
proceso promovido por la creciente incapacidad de EEUU para ejercer su papel de
eje fundamental del sistema monetario internacional después de la Segunda
Guerra Mundial, y acelerado por las tendencias compulsivas a la desregulación y
especulación financiera típicas de la era Reagan-Thatcher.
El más importante de estos
cambios fue la reducción drástica de la capacidad del Estado-nación para
manejar las actividades económicas dentro de sus fronteras. Lo que Nigel Harris
llama “el fin del capitalismo en un solo país” fue un factor importante en las
grandes recesiones de mediados y finales de los años 70. Las técnicas
keynesianas de gerenciamiento comprobaron ser instrumentos de control económico
débiles en cuanto la rentabilidad se hundió y el dinero podía cruzar el mundo
en microsegundos. La integración global del sistema se hizo sentir de varios
modos, desde el colapso del intento del gobierno Mitterrand en 1981-83 de
recomponer la economía francesa en un momento de recesión mundial, hasta el
retroceso de la autarquía de regímenes del Tercer Mundo hasta entonces
duramente hostiles al laissez-faire, tales como China bajo Deng Xiaoping y
Sudáfrica bajo P. W. Botha.
Sin embargo, al final, fueron las
economías donde era mayor la tendencia en dirección al capitalismo
nacionalmente organizado, las que terminaron sufriendo más con la
internacionalización del capital. Las revoluciones del Este europeo y la crisis
paralela en la URSS marcaron el punto en el cual finalmente los regímenes
estalinistas –cada vez más incapaces por su economía de mando y control
burocrático de recoger los beneficios de la división internacional del trabajo–
quebraron bajo la presión, abriéndose para permitir la incorporación de estos
Estados al mercado mundial. Resultó obvio para todos (excepto para el
excéntrico Dr. Fukuyama, quien soñaba con el fin de la historia) que había
empezado una nueva época de la historia.(49)
El Imperialismo después de la
Guerra Fría
1. De vuelta a un mundo tanto
política como económicamente multipolar. Las revoluciones del Este europeo
marcaron el fin de la Guerra Fría, en el sentido del reparto del mundo entre
dos bloques imperialistas rivales. La sustitución de los regímenes estalinistas
del Este europeo por gobiernos (ya sea de perspectivas políticas liberales,
autoritarias o neoestalinistas) comprometidos con políticas dirigidas a empujar
sus economías más profundamente al mercado mundial y la desintegración del
Pacto de Varsovia en cuanto alianza militar efectiva, equivalió al colapso de
todo Bloque oriental unificado. Una gran porción de Europa Central y Oriental
súbitamente se volvió a la esfera de influencia occidental. Al mismo tiempo,
una variedad de factores –las negociaciones sobre armas entre las
superpotencias, la crisis económica en la URSS, las presiones aislacionistas
internas en Estados Unidos, la unificación de Alemania, la Segunda Guerra del Golfo
(1991)– se combinaron para posibilitar que las grandes concentraciones de
tropas y armas en la frontera central de Europa fuesen retiradas muy
rápidamente. Al mismo tiempo, fuera de Europa una URSS debilitada fue
efectivamente forzada a hacer masivas concesiones a los intereses occidentales
en varias regiones, quizás más notablemente en Indochina y en Sudáfrica.
Regímenes y movimientos del Tercer Mundo que antes se apoyaban en la ayuda rusa
se vieron aislados.
Una interpretación popular de
estos cambios es que ellos permitieron a EEUU asumir una posición de predominio
global, incluso mayor a la que disfrutó después de la Segunda Guerra Mundial.
Particularmente, con el comienzo del ataque occidental contra Irak en 1991, se
hizo popular considerar a EEUU como “la única superpotencia”. El diario Independent on Sunday preguntaba:
"¿Dónde están los alemanes y
japoneses ahora? A ellos no se los puede encontrar en el Golfo, a no ser como
hombres de negocios. Que inteligente, dirán algunos, seguir fabricando diligentemente
automóviles y computadoras, mientras Estados Unidos y Gran Bretaña se
sacrifican en nombre de Occidente. ¿Pero cuál es la finalidad del sacrificio?
En el caso de EEUU podría ser una apoteosis de su poderío militar y económico.
El mundo debe percibir que ningún otro país podría diseñar y producir tantas
maravillas de la tecnología, después transportarlas en tal escala a través de
la mitad del mundo y usarlas con un resultado tan claro. A ningún país le
gustaría hacer esto; ciertamente no a la URSS, preocupada en mantenerse entera.
Ahí está la cuestión de ser una superpotencia. Es una cuestión de capacidad y
de voluntad. Solamente EEUU posee las dos cosas".(50)
Argumentos de este tipo no son
totalmente inválidos. El impacto inmediato de las revoluciones del Este europeo
fue aumentar el peso político y militar de EEUU. Pero las proclamaciones sobre
“un mundo con una única superpotencia” interpretan de modo totalmente
equivocado la verdadera tendencia de los eventos. El colapso del estalinismo fue
un episodio de importancia histórica mundial, precisamente porque rompió la
rígida división bipolar del mundo, característica de la era de posguerra. Con
eso permitió un regreso a una era de competencia interimperialista mucho más
fluida, en la cual una pluralidad de grandes potencias dominan el escenario, en
vez de dos superpotencias. Las precondiciones económicas de esta transformación
política fueron decididas en la era de la Guerra Fría: el descenso económico
relativo tanto de EEUU como de la URSS, la creciente dominación del comercio
mundial por otras grandes potencias capitalistas, notablemente Japón y
Alemania, y la emergencia de los NICs, representaron cambios significativos en
la correlación de fuerzas globales que habían desestabilizado cada vez más el
sistema en las dos décadas posteriores a 1968. Pero fue solamente después de la
desintegración del Bloque oriental que quedaron claros los contornos políticos
de esta nueva fase de competencia interimperialista.
Alemania, ya el mayor exportador
mundial y la fuerza dominante en la Comunidad Europea, había resurgido como una
potencia mundial gracias a su unificación y a la retirada de la influencia rusa
de Europa Central y Oriental. La dinámica exportadora de la economía japonesa,
le posibilitó un enorme aumento de las inversiones extranjeras en los años 80,
incluyendo gran parte de los préstamos necesarios para subsidiar la deuda
externa norteamericana. El reducido papel mundial de la URSS ayudó a hacer más
visibles las crecientes tensiones entre EEUU y las otras grandes potencias
occidentales, especialmente la Comunidad Europea encabezada por Alemania. La
clase dominante alemana, teniendo su confianza política reforzada por la
absorción trágicamente rápida de Alemania Oriental, parecía querer cada vez más
librarse de las riendas de Washington: así, el canciller Helmut Kohl resolvió
la cuestión de la participación de la Alemania unificada en la OTAN a través de
negociaciones bilaterales con Mijail Gorbachov en julio de 1990, sin
preocuparse en consultar a la administración Bush –una amenaza mayor al status
quo fue el hecho de que Bonn fue fundamental para el sustento de la línea dura
adoptada por la Comunidad Europea, lo que causó el colapso de las negociaciones
comerciales del GATT en diciembre de 1990, conjurando temores de una guerra
aduanera comparable a la de los años 30. Finalmente, la resistencia de Alemania
y Japón para sumarse plenamente a la política de EEUU en el Golfo en 1991
amenazó transformar su “deslealtad” a la alianza occidental en una cuestión
importante de la política interna norteamericana.
Los crecientes conflictos entre
las potencias capitalistas occidentales hicieron evidente la posición
contradictoria de EEUU. La administración Reagan de 1981-89 había buscado
revertir el relativo descenso económico norteamericano. En realidad, su
política económica práctica –aumento del gasto público y privado, financiado
por préstamos a largo plazo– sirvieron, por el contrario, para reducir todavía
más la competitividad de EEUU y crear los “deficits dobles” –de los gastos del
Estado y de la balanza de pagos– que transformaron a EEUU en el mayor deudor
mundial.
En los años 80, EEUU se volvió
dependiente de la transferencia líquida de recursos financieros del resto del
mundo, tanto de los países ricos como de los pobres (ver la Tabla 4). Las
tendencias económicas internas más notables fueron una amplia inversión
especulativa en bienes inmobiliarios y en la Bolsa de Valores, que motivó el
boom de los “junk bonds” (títulos con un elevado retorno pero de alto riesgo) a
mediados de los años 80, pero que resultó en la poderosa resaca de la crisis de
los Savings and Loans (bancos hipotecarios de EEUU). Esta crisis envolvió hasta
1990 unos U$S 500.000 millones de “deudas malas” (o sea, incobrables) y una reorientación
de la industria manufacturera a la producción militar, un cambio que reflejaba
el enorme aumento en el gasto en armas iniciado por la administración Carter al
final de los años 70 y seguido por Reagan.(51) Este mismo “keynesianismo
militar” terminó por exacerbar los problemas de largo plazo del capitalismo
norteamericano, al desviar recursos de inversiones productivas que podrían
haber mejorado la competitividad de sus industrias. De hecho, se hizo más
evidente la creciente dependencia de importaciones por parte de la economía
norteamericana. Conforme a un estudio hecho por el Congreso norteamericano, más
del 80% de los semiconductores usados en los sistemas bélicos de alta
tecnología –tan estimados como señal de la proeza tecnológica norteamericana–
fueron de hecho, producidos en Asia y principalmente en Japón.(52)
TABLA 4
Dependencia financiera de EEUU:
transferencia líquida de recursos a EEUU por regiones, 1980-1988 (*) (en miles
de millones de U$S)
1980 1981
1982 1983 1984
1985 1986 1987
Canadá
-0,3 0,8 8,3 9,4 12,7 13,4 10,6
9,8
Japón
9,8
14,9 15,9 23,2
36,2 42,8 54,5
56,2
Europa
Occidental -16,6 -9,0 -2,9
5,8 23,3 32,5
36,3 35,5
Alemania
Occidental 1,8 2,4
4,8 7,8 12,8 15,4 18,9 20,2
América
Latina e Caribe -0,9 -4,4 6,3 20,0 22,8 18,7
15,2 16,9
México
-2,4
-5,1 4,5
10,4
8,3 7,9 7,9 8,8
Princip.
export. de petróleo de Africa y Asia 36,1
26,6 7,6 2,7 6,2 4,0 2,5 7,6.
Otros
países en desarrollo -2,5 0,7 2,2 11,0 21,3
22,4
32,7 41,4
Economias
planificadas de Europa -2,5
-2,8 -2,7 -1,5 -2,0 -1,1
0,2 0,0
Otros
países -0,1
-4,7 -3,4 -5,9 -3,7 -2,9 -1,9 -3,2
Total
23,0
22,1 31,3 64,7 116,9 129,8 150,1
164,3
(*) o sea, la balanza de pagos sobre bonos, transferencias privadas y
servicios, excluyendo la renta de inversiones como señal de lo invertido.
(Fuente: ONU, World Economic Survey 1989).
Además, la expansión y
reconstrucción del aparato militar norteamericano en los años 80, dio a la
clase dominante los medios para perseguir estrategias destinadas a compensar el
descenso económico a través de la reafirmación de su liderazgo político y
militar en el bloque capitalista occidental.(53) Estas estrategias fueron
seguidas en varias dimensiones. Primero, Reagan trató de aprovechar el período
de confrontación intensificada con la URSS después de la invasión de Afganistán
en 1979, para obligar a Japón y Europa Occidental a seguir la misma política
que EEUU; por ejemplo, los intentos de sabotear las negociaciones sobre
oleoductos de la URSS, y de imponer sanciones a Polonia después del golpe de
1981. Segundo, y con más éxito que los fracasos anteriormente descriptos,
Washington promovió el desarrollo de movimientos guerrilleros de derecha –los
Contras en Nicaragua y la UNITA en Angola– cuyo objetivo era, junto con las
presiones económicas, subvertir regímenes hostiles en el Tercer Mundo.54
Tercero, fueron hechos innumerables intentos para superar el “Síndrome de
Vietnam” –oposición de la población norteamericana a la intervención militar
directa en otros países– con creciente éxito: Líbano (1982- 83), Granada
(1983), Libia (1986), Primera Guerra del Golfo (1987-88), Panamá (1989-90).
La creciente presencia naval
norteamericana en el Golfo que permitió a Irak derrotar a Irán en 1988, fue
probablemente la más importante de estas intervenciones, por más irónico que
pueda parecer hoy. En primer lugar porque el Golfo –que contiene el 54% de las
reservas mundiales de petróleo– es la región más importante fuera de EEUU,
Europa Occidental y Japón. En segundo lugar, la Revolución iraní de 1978-79 fue
la mayor derrota después de la Guerra de Vietnam, sufrida por el imperialismo
norteamericano durante aquella década. Fue en respuesta a esta humillación que
Jimmy Carter anunció en enero de 1980 la doctrina según la cual EEUU estaba
dispuesto a entrar en guerra si sus intereses en el Golfo resultaran
amenazados. Siguiendo esta política, fue fundada la Rapid Deployment Force.
Esta misma fuerza, rebautizada con el nombre de Comando Central, fortaleció la
estructura para la creciente acumulación de fuerza militar en el Golfo a
mediados de 1990. Tercero, los métodos utilizados por el gobierno Reagan para
derrotar a Irán en 1987-88 –por ejemplo, la utilización del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas y, por lo tanto, el consentimiento tácito de la URSS
para la creciente presencia naval norteamericana, y la estrecha cooperación con
los Estados árabes más importantes, como Arabia Saudita y Egipto –preanunciaron
la estrategia de Bush (padre) contra su ex aliado Saddam Hussein, o sea, la
creación de una coalición internacional para dar legitimidad a la primera
guerra campal de EEUU desde la Guerra de Vietnam. En palabras de Robert
McFarlane, ex asistente de Seguridad Nacional de Reagan, en relación al hecho
de que Irán pidiera la paz en julio de 1988, “debemos recordar cómo lo
logramos, porque quizá sea necesario que lo hagamos nuevamente”.(55)
La decisión de Bush (padre) de
“hacerlo nuevamente”, a una escala mucho mayor, yendo a una guerra contra Irak,
no expresó solo el intento de Washington de romper decisivamente con el
“Síndrome de Vietnam”, o la política, implícita en la Doctrina Carter, de
impedir que cualquier otra potencia adquiera una posición dominante en el
Golfo. La Segunda Guerra del Golfo (1991) sólo es comprensible en el contexto
del período fluido e inestable de competencia interimperialista inaugurado por
las revoluciones del Este europeo. Como Bush (padre) y sus asesores dejaron
claro en numerosos discursos, el impulso de la guerra en el Golfo fue una forma
de reafirmar su superioridad política y militar en el mundo. Aprovechando la
oportunidad ofrecida por el retiro de la URSS de la escena mundial y su
implosión en una crisis interna que acabó por absorberla totalmente, Washington
quiso usar la crisis del Golfo para demostrar a las clases dominantes del mundo
que la estabilidad de la economía mundial depende, en última instancia, del
poderío militar de EEUU. Este mensaje estaba dirigido por Bush (padre)
específicamente a sus inquietos aliados en Tokio y Bonn, para recordarles que
solamente el Pentágono podía garantizar la seguridad de su abastecimiento de
petróleo, y también para atarlos más estrechamente al liderazgo diplomático
norteamericano.
En realidad el efecto inmediato
de la Segunda Guerra del Golfo (1991) fue el de intensificar los conflictos al
interior del Bloque occidental. Las peleas provocadas por la exigencia de
Washington de que los aliados europeos y japoneses contribuyesen con los costos
de la guerra, la resistencia alemana en ayudar a Turquía si este país
integrante de la OTAN entrase en guerra, la postura vacilante de Francia
durante los últimos días de paz, nada de esto parecía hacer augurio al comienzo
de la nueva Pax Americana preconizada por algunos comentaristas.(56) El hecho
de que el gobierno de Bush (padre) esperara conseguir U$S 36.000 millones de un
total estimado en U$S 50.000 millones –de contribuciones de Arabia Saudita,
Kuwait y otros aliados, simplemente indica cuanto descendió después de 1945, el
predominio económico global de EEUU.(57) Como observó cínicamente Noam Chomsky,
EEUU aparentemente se transformó no tanto en el policía del mundo, sino más
bien en el mercenario del mundo: “Nosotros llevamos a cabo la intervención, y
otros pagan por ella”.(58)
2. El surgimiento de los
subimperialismos en el Tercer Mundo. Un factor clave en la evolución de
un orden mundial más pluralista y por lo tanto más inestable ha sido el
surgimiento, durante los últimos veinte años, de los subimperialismos, o sea,
de potencias en el Tercer Mundo que aspiran ejercer a nivel regional el tipo de
dominación política y militar que las superpotencias han ejercido a escala
mundial. El Medio Oriente, la región más inestable desde 1945 (la Segunda
Guerra del Golfo (1991) fue la séptima guerra importante en la región; hubieron
también varias guerras civiles y sublevaciones prolongadas) tiene la mala
suerte de tener el mayor número de aspirantes a este papel:Israel, Irán, Irak,
Egipto, Siria y Turquía. Pero existen otros países en idéntica situación en el
mundo: India, Vietnam, Sudáfrica, Nigeria y Brasil están entre los principales
ejemplos. Un conflicto entre dos de estas potencias –Irán e Irak– llevó a la
Primer Guerra del Golfo (1980-88), el período más largo de guerra convencional
de este siglo. Poco después el ganador de esta lucha se vio atacado con toda
fuerza por parte de EEUU. Evidentemente la naturaleza de los subimperialismos
es una cuestión fundamental para cualquier intento de comprender el
imperialismo contemporáneo.
Por detrás del fenómeno de los
subimperialismos está la industrialización parcial del Tercer Mundo y el
consecuente surgimiento de nuevos centros de acumulación fuera del centro
imperialista. Como en tiempos del surgimiento del imperialismo durante las
últimas décadas del siglo XIX, la posesión de una base industrial ha sido,
típicamente, un prerrequisito para constituirse en un poder militar regional.
Típicamente, pero no universalmente: Vietnam, después de la derrota definitiva
de EEUU en 1975, se transformó en la potencia dominante en Indochina, aunque su
economía hubiese sido despedazada por la guerra, y fuese debilitada todavía más
por el embargo organizado por Washington. Con todo, el surgimiento de los
subimperialismos plantea, de forma más aguda, la cuestión relativa a las
consecuencias políticas del desarrollo del capitalismo industrial en el Tercer
Mundo.
Una respuesta bastante común en
la izquierda ha sido simplemente negar cualquier importancia a estas
tendencias. Este tipo de postura ha llevado a la evocación de ideas que han
sido la ortodoxia entre los nacionalistas de izquierda y los tercermundistas
durante la última generación. Es decir, la idea de que la descolonización
representó un cambio meramente superficial en las relaciones entre los países
ricos y los países pobres. Los vínculos de dependencia económica de los países
avanzados, según esta visión, han mantenido las excolonias esencialmente en la
misma posición de antes de la independencia. Estas “neocolonias” o
“semicolonias” pueden ser constitucionalmente soberanas, pero las verdaderas
relaciones de poder global significan que siguen firmemente subordinadas a los
países imperialistas occidentales. El término “subimperialismo” fue acuñado
dentro de este marco teórico. Así, Fred Halliday escribió sobre Medio Oriente
en 1974, cuando todavía estaba influenciado por el maoísmo y era todavía un
firme enemigo del imperialismo:
"La estabilidad del sistema
capitalista en la región se ha basado en la constitución de una serie de
Estados capitalistas intermediarios, los cuales son generalmente bastante
fuertes y populosos para jugar un papel regional importante. Estos son Estados
subimperialistas, intermediarios en la totalidad explotadora. Los ejércitos y
las clases dominantes de estos Estados son los principales agentes del
imperialismo en la región, mientras que el propio imperialismo mantiene bases y
ofrece ayuda encubierta".(59)
El problema evidente de este tipo
de abordaje es que no es plausible describir a Estados capitalistas como la
República Islámica de Irán o al Irak de Sadam Hussein, los cuales han mostrado
estar dispuestos a desafiar e incluso en el caso de Irak a luchar contra EEUU,
como simples “agentes del imperialismo”. Algunas clases dominantes en el Tercer
Mundo tienen evidentemente un grado considerable de autonomía en relación a las
potencias imperialistas. Al reaccionar contra la teoría de la dependencia y
otros conceptos afines, tales como el neocolonialismo, grandes sectores de la
izquierda se han ido al otro extremo en la última década.
Por ejemplo, Bill Warren
argumenta: “El concepto de dependencia siempre fue impreciso; prácticamente su
único significado importante hace referencia al control político de un país por
otro”. Esta afirmación implica –Warren lo dice tácitamente– que la conquista de
la independencia política otorgó a la burguesía en el Tercer Mundo la
posibilidad de eliminar su dependencia de las economías avanzadas.(60)
En consonancia con este tipo de
pensamiento, algunos socialistas iraníes adoptaron una posición derrotista
durante la Primera Guerra del Golfo (1980-88), incluso después de la
intervención norteamericana a mediados de 1987, argumentando que Irán era una
potencia capitalista desarrollada, esencialmente comparable a EEUU. La revista
New Left Review, sin tener ni siquiera la justificación de haber sufrido –como
la izquierda iraní– a manos de la policía secreta de los Mullahs, adoptó una
posición similar poco antes de la eclosión de la Segunda Guerra del Golfo
(1991), al declarar: “La izquierda no debe apoyar las ambiciones militares de
ninguno de los rapiñeros que ahora están confrontando en el desierto”.(61)
Es bastante absurdo equiparar a
Irak, con una población de 17,8 millones y un PBI per cápita de U$S 2.140 con
un EEUU que cuenta con una población de 245,8 millones y un PBI per cápita de
U$S 19.780. ¿Cómo medir adecuadamente entonces, la diferencia entre ellos?
Notemos, para empezar, los elementos verídicos puestos por Warren y otros
oponentes de la teoría de la dependencia. Primero, indudablemente, la formación
de un Estado constitucionalmente independiente puede actuar como un foco para
la cristalización de una clase capitalista autónoma: hasta incluso un régimen
corrupto, fuertemente dependiente de la ayuda externa, probablemente promoverá
cierto grado de desarrollo económico para poder ampliar su base social y
aumentar el ingreso nacional del cual pueden ser extraídos beneficios estatales.
Y las actividades dirigidas a consolidar el poder territorial del nuevo Estado
–por ejemplo, la construcción de escuelas y de carreteras– también crearán las
condiciones para la acumulación de capital. La división imperialista de Medio
Oriente después de la Primera Guerra Mundial, cuando la mayor parte de los
Estados modernos de la región fueron creados bajo la tutela de Londres o París,
ofrece ejemplos de este proceso. Así, Hanna Batatu escribe sobre Irak bajo
Faisal I, quien fue sumariamente retirado por los ingleses del reino de Siria,
proclamado por el propio Faisal I después de la insurrección árabe, para ser
instalado –también por los ingleses– en un trono en Bagdad en 1921:
"La monarquía hashemita, a pesar
de haber sido una creación de los ingleses, estuvo inspirada durante las dos
primeras décadas de su existencia por un espíritu internamente antitético al de
ellos. Debido al entrelazado inicial de sus intereses dinásticos con el destino
del movimiento panárabe, su instinto básico durante el período 1921-39 fue el
de fomentar –dentro de los límites de su status dependiente– la construcción de
una nación en Irak".
Así, Faisal expandió enormemente
el sistema educativo, como medio para moldear un sentido de identidad nacional
en una población altamente diversificada que era, en palabras de Faisal,
“carente de cualquier idea patriótica, imbuida de disparates y tradiciones
religiosas, y sin ningún vínculo común”. Buscó también desarrollar el ejército
como un instrumento de poder estatal independiente. Los ingleses respondieron
imponiendo límites al tamaño del ejército y fortaleciendo el poder de los jefes
tribales, para debilitar el embrionario Estado-nación que Faisal quería
construir.(63) Un proceso similar tuvo lugar en la Península Arábiga, donde los
fanáticos de Wahhabi liderados por Ibn Saud, a principios de la década del 20,
consiguieron expulsar de La Meca al padre de Faisal I, Hussein el Sharif. Ibn
Saud era, igual que los hashemitas, un empleado de Gran Bretaña, pero quien lo
financiaba y lo armaba era el Departamento de la India del gobierno británico.
Al tiempo que el Ministerio del Exterior británico tenía este tipo de relación
con los hashemitas, Arnold Toynbee comentaba: “Sería más barato... y más
varonil por parte de los servidores públicos de estos dos ministerios en
conflicto, que hubiesen luchado entre sí sin intermediarios”.(64) Pero incluso
el Estado creado por Ibn Saud –Arabia Saudita– a pesar de su política dinástica
y su reaccionaria ideología islámica, pudo utilizar el ingreso generado por el
petróleo para producir un significativo desarrollo capitalista.(65)
Con todo, este proceso de
construcción de un Estado tuvo lugar dentro de claros límites. Estos eran en
parte económicos. El embajador británico en Irak informó al Ministerio del
Exterior en 1934:
"Los intereses comerciales
extranjeros en Irak, debido a la existencia del vínculo británico, son
predominantemente británicos... La mayor parte del comercio exterior del país
es transportado en navíos británicos. El capital extranjero invertido en el
país es casi exclusivamente británico. Dos tercios de los bancos son
completamente británicos...Todo servicio de seguros importante está en manos de
firmas británicas. En otra esfera de actividad, la Euphrates and Tigris Steam
Navigation Company (Compañía de Navegación a Vapor del Tigris y el Eufrates) es
una antigua compañía británica... que opera con apenas un competidor nativo, un
transporte rival sobre el río Tigris entre Basora y Bagdad... En todas
direcciones, a pesar de la intensa competencia por parte de los japoneses, la
influencia comercial británica permanece soberana".(66)
Además de estos lazos de
dependencia económica, los Estados árabes estaban atados a las metrópolis por
restricciones políticas formales. Así, el Tratado AngloIraquí de 1930, renovado
en la práctica por el acuerdo de Portmouth de 1948, aseguraba para Gran Bretaña
bases aéreas y el control de la política exterior de Irak. Por detrás de tales
vínculos formales estaba la realidad del poderío militar imperial. Cuando el
Rey Farouk de Egipto se rehusó a nombrar como primer ministro al hombre
propuesto por el embajador británico, su palacio fue rodeado por tanques el 4
de febrero de 1942, hasta que aceptó. Estados en esta situación, aunque
constitucionalmente independientes, son efectivamente: semicolonias.(67)
Recuerdos de esa subordinación
humillante a las potencias imperialistas sobrevivieron mucho después de que
estos Estados hubiesen conquistado un grado de independencia mucho más real.
Esto ayuda a explicar por qué la retórica antiimperialista sigue teniendo
masiva simpatía popular en países que ya no pueden ser considerados
semicolonias en ningún sentido. ¿Cuáles fuerzas estuvieron involucradas en el
surgimiento de clases capitalistas autónomas en el Tercer Mundo, capaces de
tener ambiciones subimperialistas?
Primero, la descolonización
realmente tuvo un papel, debido a las implicaciones económicas del
desmantelamiento de los imperios coloniales europeos. El control exclusivo de
las economías coloniales y semicoloniales por parte de metrópolis individuales
fue sustituida por un estado de cosas más fluido en el cual las corporaciones
multinacionales de diversos Estados occidentales invertían en el país, dando al
Estado local la posibilidad de moverse entre ellas, y también obtener los
beneficios impositivos necesarios para promover la expansión del capital
nativo. La transformación de la economía de Irlanda del Sur durante las últimas
décadas es un ejemplo de esto: los Veintiséis Condados (el Estado irlandés
excluidos los 6 condados de Irlanda del Norte) dejaron de ser exportadores de
mercaderías agrícolas a Gran Bretaña, para convertirse en importantes lugares
para inversiones de empresas norteamericanas, japonesas y de países de Europa
Occidental, especialmente en las industrias químicas y manufactureras que ahora
han superado a los alimentos, las bebidas y el tabaco como las principales
fuentes de exportaciones de Irlanda.(68)
En segundo lugar, esta relación
mucho más diversificada con el capital occidental ha sido acompañada por la
expansión del capitalismo industrial bajo control local. Una de las discusiones
más cuidadosas sobre esta cuestión es aquella realizada por dos marxistas argentinos,
Alejandro Dabat y Luis Lorenzano. Desafiando el consenso en la izquierda
argentina, incluso entre grupos trotskistas ortodoxos como el MAS (Movimiento
al Socialismo), de que Argentina es una “semicolonia”, ellos argumentaban que
después de 1945 el país pasó por “un desarrollo capitalista con una base
monopolista de Estado”, caracterizada por el estancamiento de la inversión
extranjera a partir de fines de la década del 60 y por el crecimiento no sólo
de la intervención estatal en la economía, sino también de industrias de
propiedad estatal. Consecuentemente, “la burguesía en su conjunto es una clase
dominante y... su fracción más poderosa es ahora la burguesía monopolista
financiera (la cual articula el gran capital agrario, comercial e industrial), fundida
con el capital estatal y la burocracia civil-militar”.(69)
Dabat y Lorenzano rechazan, por
lo tanto, la caracterización de Argentina como un capitalismo “dependiente” y
su burguesía meramente “compradora”:
Argentina es un país importador
líquido de capital y de bienes (incluyendo tecnología), los cuales son
necesarios para la reproducción ampliada y la industrialización intensiva. Pero
a partir de la década del 60, a medida que aumentó su dependencia tecnológica y
financiera, el capitalismo argentino empezó a desarrollar una industria de
exportación y a consolidar su papel de exportador de capital a nivel regional.
A partir de 1966 consiguió también reconquistar su papel de importante
exportador de granos, mientras su poderosa maquinaria estatal-militar amplió su
esfera de operaciones para incluir el Cono Sur, América Central y el Atlántico
Sur. Estos fenómenos activos deben ser vistos como una expresión de los
intereses “externos” del capitalismo argentino, es decir, una etapa de
expansión orientada al exterior, en el cual factores comerciales, financieros y
militares están sustancialmente unificados. De este modo, es posible
caracterizar a Argentina como una naciente potencia capitalista regional, donde
coexisten la dependencia financiera, comercial y económica, y el desarrollo de
una economía capitalista monopolista con características de imperialismo
regional.(70)
Basándose en este análisis, Dabat
y Lorenzano atacan la posición de la mayor parte de la izquierda argentina
durante la Guerra de las Malvinas en 1982 –el apoyo al régimen Galtieri contra
Gran Bretaña por motivos que fueron claramente expresados por el MAS: “Gran
Bretaña es un país imperialista, Argentina es un país semicolonial. Nosotros,
los trabajadores, luchamos al lado del colonizado en cualquier confrontación
entre un país colonialista y un país semicolonial”. Rechazando ese nacionalismo
de izquierda, Dabat y Lorenzano argumentan:
"La guerra... fue una
continuación de la política interna antidemocrática de la Junta Militar, y de
su impulso exterior expansionista. Aunque llevada contra el imperialismo
británico, y por una reivindicación históricamente legítima, no fue un
conflicto anticolonial, ni siquiera una lucha de una nación oprimida contra una
nación opresora. Los antagonistas eran un país capitalista naciente con
características imperialistas a nivel regional y continental, y una potencia
imperialista largamente establecida que, aunque en un marcado descenso, es
todavía una fuerza poderosa. No había un campo progresista y otro reaccionario...
Uno de los reaccionarios quería a toda costa extender su influencia, y el otro
se preocupaba en retener los últimos vestigios de su antiguo imperio, y por
establecer una jerarquía entre las naciones integrantes del bloque capitalista".(71)
Generalizando, a partir de este
análisis de la Guerra de las Malvinas, correcto en gran medida, podríamos
argumentar que ese mismo proceso de desarrollo capitalista que otrora dio
origen al imperialismo produce actualmente el subimperialismo. A medida que
centros de acumulación capitalista cristalizan fuera del núcleo capitalista del
sistema, las tendencias analizadas por Lenin, Bujarin y Hilferding en dirección
al capitalismo monopolista, financiero y de Estado, adquieren una forma todavía
más pronunciada, debido al papel central de la intervención estatal en el
estímulo a la industrialización en el Tercer Mundo. Inevitablemente, la
expansión del capitalismo industrial rompe las fronteras nacionales, dando
origen a conflictos regionales entre rivales subimperialistas –Grecia y
Turquía, India y Pakistán, Irán e Irak– y, frecuentemente, donde no existen
tales rivalidades, a la creciente dominación de un subimperio en una región
(Sudáfrica en el sur de Africa, Australia en el Pacífico sur).(72)
Aunque este análisis es correcto
en gran medida, es esencial adicionar ciertas consideraciones, porque el
surgimiento de los subimperios no ocurrió en el vacío. Tampoco ha creado un
mundo compuesto por Estados capitalistas cuyo poder difiere solamente
cuantitativamente y no cualitativamente. La inmensa mayoría de la producción
industrial y del poderío militar del mundo están todavía concentrados en
América del Norte, Europa Occidental, Japón y Rusia: de hecho, en 1984 los
países menos desarrollados produjeron 13,9 % de la producción industrial del
mundo –un poco menos que el 14,0% que tuvieron en 1948, gracias a la
sustitución de importaciones durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra
Mundial, pero que después dejaron de alcanzar debido al prolongado boom
económico de las décadas del 50 y 60.(73) Este desequilibrio de poder económico
se refleja en la jerarquía político-militar que existe entre los países del
mundo, especialmente en el papel dominante de las potencias imperialistas
occidentales. El surgimiento de potencias regionales en el Tercer Mundo ha
alterado, pero no eliminado,esa jerarquía. De hecho –es éste el tercer factor
responsable por el surgimiento de los subimperialismos– las políticas de las
superpotencias han jugado un importante papel, al permitir que algunos Estados de
porte medio aspirasen a la dominación regional.
Así, el propio origen del término
“subimperialismo” puede ser encontrado en la estrategia seguida por el
capitalismo norteamericano como parte de su intento de librarse de la
catástrofe de Vietnam. Denominada como Doctrina Nixon, en homenaje al
presidente que proclamó públicamente esta política por primera vez en julio de
1969, su perspectiva era que parte del gravamen de la defensa de los intereses
occidentales en el Tercer Mundo fuera compartido por potencias regionales, las
cuales recibirían ayuda económica y militar. Irán bajo el Sha es un buen
ejemplo de la manera con que los Estados del Tercer Mundo en vías de
industrialización, trataron de llenar el vacío creado por un imperialismo
políticamente debilitado, en este caso en el Golfo Pérsico luego de la retirada
definitiva de Gran Bretaña del este de Suez en 1971.(74) En términos más
generales, los subimperialismos pudieron aspirar a un papel regional no
solamente por tener un cierto nivel de desarrollo capitalista, sino también
gracias al apoyo de una de las superpotencias, o ambas.
Normalmente ha sido EEUU –el
Estado más poderoso del mundo– el que ha patrocinado las potencias regionales.
Pero la ayuda soviética a Vietnam permitió a Hanoi dominar Indochina a pesar de
una economía totalmente destruida, y la India ha conseguido la hegemonía en el
sur de Asia en gran medida gracias a su capacidad de hacer maniobras entre las
dos superpotencias, ya que ambas estaban ansiosas de cultivar buenas relaciones
con ella.
Esto no quiere decir que los
subimperialismos sean meros títeres de las superpotencias que los patrocinan.
Los acuerdos que permiten que ciertos Estados desempeñen un papel a nivel
regional, están basados típicamente en una convergencia de intereses entre las
dos clases dominantes en cuestión, y no en un control del empleado por el
patrón. Intereses que convergen pueden también entrar en conflicto. Así,
incluso el subimperialismo que depende más directamente de la ayuda militar y
económica de EEUU –Israel (la ayuda de EEUU llegó a un máximo de U$S 4.200
millones en 1986, un 18% del PBI israelí)– frecuentemente fue capaz de desafiar
a Washington –la inflexibilidad del gobierno Shamir en relación a la cuestión
palestina llevó al Secretario de Estado norteamericano James Baker a expresar
públicamente su molestia y frustración, pocas semanas antes de la invasión de
Kuwait por parte de Irak. Con todo, existen límites a la autonomía de todo
subimperialismo y si esos límites son trasgredidos puede ocurrir un conflicto
directo con las dos superpotencias.
Es solamente en este contexto que
los acontecimientos en el Golfo se hacen comprensibles. La revolución Iraní de
1978-79 eliminó al aliado más poderoso de EEUU en la región. Inevitablemente,
Washington empezó a darse vuelta hacia el único Estado dispuesto y capaz de
ocupar el lugar del Sha: el régimen de Sadam Hussein en Irak. La evolución
posterior de la política de EEUU desmiente a aquellos socialistas que
consideran la Primera Guerra del Golfo (1980-88) como una versión regional de
la Primera Guerra Mundial, una lucha entre dos subimperialismos en la cual los
trabajadores de ambos países deberían defender la derrota de su propio
gobierno. Dilip Hiro resume así la actitud de EEUU:
"En tanto prevalecía un
impasse en el frente, Washington se contentaba en mantener una apariencia de
neutralidad en relación al conflicto. Pero a medida que Irán empezó a ganar la
guerra a finales de 1983, EEUU cambió de posición, y declaró que la derrota de
Irak sería entonces la derrota de los intereses norteamericanos. A cada
victoria iraní –las islas Majnoon en 1984, Fao en 1986, y Salamanche un año más
tarde– Washington aumentaba su apoyo a Bagdad, culminando con una presencia
naval norteamericana en el Golfo sin precedentes y, prácticamente, inaugurando
un segundo frente contra la República Islámica".(75)
La derrota de Irán en la Primera
Guerra del Golfo (1980-88) fue una sangrienta demostración de la capacidad del
imperialismo norteamericano en determinar el resultado de los conflictos
regionales. En poco tiempo, sin embargo, una muestra mucho más salvaje del
poderío militar norteamericano fue realizada para aplastar al Estado que ganó
esa guerra con el apoyo de Washington. La invasión de Kuwait por Irak fue una
consecuencia directa de la Primera Guerra del Golfo (1980-88), en dos sentidos.
Primero, porque el régimen de Sadam Hussein intentó solucionar la crisis
económica dejada por la guerra y consolidar su hegemonía regional conquistando
Kuwait y su riqueza petrolera. En segundo lugar, porque las buenas relaciones
entre Washington y Bagdad contribuyeron para que Saddam Hussein interpretase
erróneamente –como una luz verde– las señales ambiguas que emanaban del
Departamento de Estado de EEUU (“no tenemos opinión alguna sobre los conflictos
interárabes, del tipo de la disputa fronteriza entre Irak y Kuwait”, dijo el
embajador norteamericano a Saddam Hussein el 25 de julio de 1990).(76)
El gobierno de Bush (padre), por
los motivos expuestos anteriormente, decidió tratar la invasión como un motivo
suficiente para entrar en guerra. Fruto de esto, la diferencia entre un poder
imperialista y uno subimperialista quedó demostrada de manera bien clara.
3.Un precario equilibrio entre los
Estados-nación y el mercado mundial. La internacionalización del
capital ha sido, como vimos, un factor importante en el debilitamiento de las
estructuras económicas y políticas características del imperialismo después de
la Segunda Guerra Mundial. Pero esta tendencia ha sido frecuentemente mal
interpretada, tanto por neoliberales como Tim Congdon como por algunos
socialistas, como si el Estado-nación se hubiese vuelto obsoleto.(77)
Tales argumentos son equivocados.
Aunque la pronunciada tendencia a la integración mundial del capital durante
las últimas décadas haya limitado en gran medida la capacidad de los Estados en
controlar las actividades económicas dentro de sus fronteras, los capitales
privados todavía dependen del Estado-nación con el cual tienen el vínculo más
estrecho, para protegerse contra la competencia de otros capitales, los efectos
de la crisis económica y la resistencia de las personas por ellos explotadas.
Esto es evidente en la esfera económica. La recuperación de las economías
occidentales después de la recesión de 1979-82 hubiera sido inconcebible sin la
difusión de políticas keynesianas clásicas –alto nivel de gastos por el Estado
y créditos accesibles– empezando en EEUU, pasando por Gran Bretaña, Japón y,
finalmente, Alemania. Una prueba más contundente es el hecho de que el colapso
del sistema financiero mundial pudo ser evitado solamente gracias a la
intervención de la Federal Reserve Board norteamericana y otros bancos
centrales occidentales. El papel económico del Estado en el capitalismo
occidental ha disminuido y parcialmente cambiado, pero imaginar que está siendo
o podría ser abolido no es más que una fantasía monetarista.(78)
La competencia intensificada que
la internacionalización del capital posibilitó, ha exacerbado los antagonismos
nacionales entre las burguesías del planeta. La mayor evidencia de esto es la
marcada tendencia a que las mayores economías del mundo formen alrededor de
ellas mismas, bloques regionales de libre comercio. El ejemplo más claro es el
avance hacia una mayor integración económica de la Comunidad Europea, dado que
el comercio y las inversiones alemanas están fuertemente concentradas en el
continente europeo. Pero existen notables semejanzas en la extraordinaria
expansión del capital y las mercaderías japonesas en el Este asiático durante
los últimos años, y en la aprobación del NAFTA en agosto de 1992, creando un
bloque comercial entre EEUU, Canadá y México.
Las dificultades en concluir la
Ronda Uruguay del GATT, que estaba dirigida a la ampliación del libre
movimiento de capital y mercaderías, alentó el peligro de que el mercado
mundial pudiese fragmentarse en bloques proteccionistas, como ocurrió en los
años 30. Sin embargo, una repetición de este proceso es improbable debido al
grado mucho mayor de integración económica global: por ejemplo, el capital
japonés no ha priorizado la recreación de la Esfera de Coprosperidad de la Gran
Asia del Este (que existió durante la Segunda Guerra Mundial) por medios
económicos en vez de militares, pero si la expansión de sus inversiones
directas en EEUU y Europa Occidental. Del mismo modo, una guerra comercial
total con Japón aislaría a la industria norteamericana de su principal fuente
de componentes microelectrónicos.
En 1990 el comercio realizado
internamente en las tres principales regiones comerciales, América del Norte,
Europa Occidental y Asia, representó el 72,2% del comercio total de Europa
Occidental, pero apenas el 19,4% del comercio total de Asia y el 33,9% del
comercio de América del Norte. Como observó el Financial Times, “la única
región del globo para la cual el comercio intraregional parece ser una
estrategia realista es Europa Occidental, donde varios países, medios y
pequeños, envían entre sí tres cuartos de sus exportaciones. Entre tanto, para
América del Norte y Asia los mercados situados fuera de sus regiones responden
por dos tercios de sus exportaciones totales”.(79)
Las economías, sin embargo,
cambian de manera dinámica, y existe alguna evidencia, especialmente en Asia,
de que el comercio y las inversiones se estén haciendo más concentrados
regionalmente. Hacia el final de 1992 Asia representaba 41% del comercio total
de Japón, y América del Norte apenas el 30%, aunque cinco años antes la cifra
para ambas regiones había sido del 35%. Las inversiones directas japonesas en
el exterior entraron en colapso durante la recesión que se inició al comienzo
de los años 90 (cerca de 27% sólo en el año fiscal de 1991-92) pero aumentaron
extraordinariamente en China, duplicando durante el año fiscal 1992-93.(80)
Estas tendencias sugieren tensiones comerciales crecientes entre las grandes
potencias económicas (los primeros meses del gobierno de Clinton presenciaron
varias batallas entre Washington y Tokio sobre el astronómico superávit
comercial de Japón). En tales circunstancias los capitales individuales
seguirán volviéndose hacia sus Estados-nación para defender sus intereses en un
mundo hostil.
Perspectivas del imperialismo
Este análisis del imperialismo en
la era posterior a la Guerra Fría, deja planteada la cuestión de las
perspectivas de desarrollo del imperialismo en el futuro. Aunque sea arriesgado
presentar una previsión muy precisa, hay dos aspectos que vale la pena
explorar.
El primero hace referencia a la
naturaleza de la competencia interimperialista. ¿Cuál es, por ejemplo, el
futuro probable del capitalismo norteamericano? Vimos que su relativo descenso
económico tuvo un papel decisivo para el regreso a un mundo económica y
políticamente multipolar. Sería un error, sin embargo, exagerar la debilidad de
EEUU. A finales de la década de los 80, la afirmación hecha por Paul Kennedy en
su libro Ascensión y Caída de las Grandes Potencias, de que EEUU estaría ahora
en declive, tal como Inglaterra antes de él, provocó un debate en los círculos
políticos y académicos norteamericanos. Los críticos del “declinismo” hicieron
algunos cuestionamientos perspicaces. Robert Nye, por ejemplo, argumentó que
los pronósticos del declive norteamericano se basaban en analogías históricas
engañosas y en una imagen exagerada de la “hegemonía” norteamericana después de
1945. Evaluando el poder a partir de cuatro dimensiones –recursos básicos
(población y territorio), recursos económicos, recursos tecnológicos y recursos
militares, Nye concluyó que:
"...al final de los años 80,
EEUU sigue dominante en los “recursos de poder” tradicionales... solamente un
país está por encima de los otros en las cuatro dimensiones: EEUU. Japón y
Europa no están en la cima en términos de recursos básicos ni militares; China
no está en auge en recursos económicos y tecnológicos; y la Unión Soviética es
un oponente dudoso en recursos tecnológicos".(81)
Otros se concentraron sobre la
tesis del declive económico norteamericano. Michael Boskin, presidente del
Consejo de Asesores económicos del presidente George Bush (padre), dejó el
cargo en 1993 con críticas ácidas a los “declinistas”, cuyos alegatos no
pasaban de meros “absurdos”:
"EEUU sigue siendo la mayor,
la más rica y productiva economía del mundo. Con menos del 5% de la población
mundial, produce cerca de un cuarto de la producción total de bienes y
servicios del mundo. El nivel de vida promedio –medido por el valor de la
producción per capita– supera al de cualquier otro país industrializado, siendo
20-30% más elevado que en Alemania y Japón. La productividad también es más
elevada, así como los salarios medios en el sector privado, en comparación con
dichos países. La suerte de algunas industrias particulares ha sufrido flujos y
reflujos, pero América no se está desindustrializando, ni está perdiendo su
competitividad. EEUU es el mayor exportador del mundo y, aunque muchas de sus
industrias enfrenten una competencia azuzada en mercados con alto volumen de
negocios y de bajo margen de ganancia, hemos mantenido la ventaja tecnológica
en áreas como microprocesadores, telecomunicación avanzada, biotecnología, la
industria aeroespacial, química y farmacéutica".(82)
Naturalmente es necesario tragar
con una pizca de sal argumentos que vienen de alguien asociado con la debacle
económica de los años de Bush (padre). Entretanto, los “recuperacionistas”
(como Kennedy llamó a los críticos del estilo de Nye)83 ofrecen un correctivo
necesario a algunas visiones muy exageradas del declive norteamericano. La
superioridad de EEUU como potencia imperialista puede ser verificada en varias
dimensiones. En primer lugar, las presiones competitivas que el capitalismo
norteamericano experimentó durante la década del 80 forzaron a una
reestructuración significativa de muchos sectores. Así el Financial Times
comentaba a finales de 1992: “mientras IBM está batallando, el sector de alta
tecnología de EEUU en general está prosperando silenciosamente, y muchos
sectores están reconquistando el mercado de sus rivales internacionales”.
Firmas como Intel, por ejemplo, tomaron el liderazgo mundial en el mercado
clave de los semiconductores, suplantando a sus rivales japoneses, en lo que un
ejecutivo de Intel llamó de “la venganza de los dinosaurios”.84 Hecho todavía
más significativo, fue que 1993 vio a los tres grandes fabricantes de
automóviles de EEUU –General Motors, Ford y Chrysler– sacar ventaja del alza
del yen y de la recesión en Japón, para arrancar una parcela mayor del mercado
interno norteamericano a sus rivales japoneses, que hasta entonces parecían
imbatibles. La reorganización exigida para alcanzar estas ganancias se reflejó
en un aumento general en la productividad manufacturera norteamericana, un
aumento de casi 55% entre 1980 y 1991, comparado a aumentos de menos de 40% en
Japón y Alemania.(85)
A esta evidencia de recuperación
económica debe ser sumada la innegable fuerza político-militar del imperialismo
norteamericano. El colapso de la URSS dejó a EEUU sin rivales en su capacidad
de proyectar el poder militar a escala global. No solo su principal rival
implosionó, sino que sus competidores económicos más importantes, Japón y
Alemania, están mucho más retrasados en términos militares. Además de esto, el
final de la Guerra Fría amplió el campo de maniobra política de Washington. La
trasformación de la segunda superpotencia en una peticionaria en las reuniones
del G7 rompió la situación de impasse que por mucho tiempo había hecho del
Consejo se Seguridad de la ONU en un palco de debates. En vez de esto, el
Consejo se volvió un sello para las iniciativas norteamericanas. La dependencia
de Rusia y de China respecto a la cooperación económica occidental permitió que
EEUU, Francia y Gran Bretaña –los llamados “tres permanentes” del Consejo de
Seguridad– asumiesen una posición de virtual control. Las intervenciones
militares en el Golfo Pérsico, Somalia y en los Balcanes fueron legitimadas por
la ONU.
La recesión del comienzo de la
década del 90 aumentó en algunos aspectos el poder de EEUU. La crisis afectó
duramente a sus dos principales rivales económicos. La euforia con que la clase
dominante alemana había saludado a la reunificación se disipó tan pronto quedó
claro que los costos de la absorción de la economía alemana oriental estaban
ayudando a producir la mayor crisis social y política del país desde la década
del 30. La Segunda Guerra del Golfo (1991) evidenció el peso político
disfrutado todavía en muchos aspectos por Gran Bretaña y Francia, capitalismos
más débiles que Alemania o Japón, pero que mantuvieron un poderío militar
relativamente grande para preservar los vestigios de su papel imperial global.
El tratado de Maastricht, cuya firma en diciembre de 1991 reflejó las
ambiciones alemanas y francesas de crear una Comunidad Europea más integrada económica
y políticamente, luego se vio en harapos. Las tensiones económicas causadas por
la crisis alemana hicieron casi naufragar el Sistema Monetario Europeo, y en
ese proceso pareció quebrarse el eje franco-alemán sobre el cual la Comunidad
Europea fue construida. Y la cooperación política europea cayó en descrédito
por la incapacidad de la Comunidad Europea en impedir que en los Balcanes
estallase una guerra.
Pero si la Guerra de los Balcanes
subrayó las debilidades de la Comunidad Europea como candidata a superpotencia,
también expuso los límites del poder norteamericano. La resistencia de los
mismos generales que habían dirigido la destrucción de Irak en enviar tropas de
tierra a Bosnia, reflejó un temor perfectamente racional de quedar encerrados,
sin objetivos claros, en una guerra de contrainsurgencia potencialmente
interminable y sin oportunidades de victoria. Por detrás estaban dificultades
más profundas a las que se enfrentaba EEUU. En cierta medida, estas
dificultades eran técnicas, reflejando la falta de habilidad de las tropas de
tierra de EEUU, aunque apoyadas por los “multiplicadores de fuerza” de la
fuerzas aéreas y navales, para custodiar las amplias extensiones euroasiáticas
tan vitales a los intereses norteamericanos.(86)
Más importante, sin embargo, fue
el hecho de que el final de la Guerra Fría impulsó la emergencia de un mundo
más inestable en el cual, por ejemplo, el colapso del poder ruso llevó a
sucesivas guerras en muchas de las ex repúblicas soviéticas. Un mundo sumergido
en tal escala en turbulencias que EEUU, aunque dispusiera de recursos mayores a
aquellos pretendidos por los “declinistas”, se vería imposibilitado de
custodiar.
Además de esto, Washington
tendría que confrontar esos desafíos bajo la presión de una intensa competencia
económica. Cualquiera que sea el grado de reestructuración alcanzado por las
industrias norteamericanas, la competencia por parte de las otras grandes economías,
y de nuevas potencias industriales como China y Corea del Sur, será implacable.
Los gobernantes de Japón han reaccionado a las exigencias del gobierno de
Clinton –para que adopten metas numéricas específicas para importaciones en
sectores claves– con un tono políticamente más duro y afirmativo. A pesar de
los percances de Maastricht, tanto Alemania como Francia probablemente
continuarán sus esfuerzos por una mayor integración europea. En otras palabras,
los desafíos al liderazgo económico y político norteamericano continuarán.
Esto pone sobre la mesa una
segunda y crucial cuestión. El imperialismo de posguerra se caracterizaba, como
vimos, por una disociación parcial entre la competencia económica y militar:
las disputas de mercado entre las empresas norteamericanas, japonesas y
alemanas no llevaron a guerras entre sus respectivos Estados. ¿Será que el
colapso de los bloques de superpotencias tenderá a una reintegración de la
competencia militar y económica, con Japón y Alemania volviéndose superpotencias,
no sólo económicas, sino también militares? Esta pregunta es especialmente
difícil de responder en un momento en que la situación mundial está cambiando
de manera volátil y permanente. La única cosa que podemos afirmar con seguridad
es que se visualizan indicios que parecen sugerir un “sí” como respuesta.
Japón ya tiene el tercer
presupuesto militar del mundo. No tenemos que aceptar la previsión alarmante
implícita en el título de un libro reciente de George Friedman y Meredith Le
Band, The Coming War with Japan (La
Próxima Guerra con Japón), para aceptar el núcleo de su análisis –de que el
final de la Guerra Fría presenciará probablemente la reafirmación de conflictos
de intereses duraderos entre EEUU y Japón, conflictos que hacen referencia no
solo al comercio, sino también al control de la región del Pacífico occidental,
cuyas rutas son esenciales para ofrecer materias primas a Japón.(87)
La Guerra de los Balcanes fue
notable por la agresiva defensa alemana de su propia política. Bonn incentivó a
los regímenes croata y esloveno a sabotear los esfuerzos de Washington por
mantener una Yugoslavia unificada, instándolos a declarar sus independencias.
Pero el colapso de la Yugoslavia unificada, también evidenció la distancia que
Alemania todavía tiene que recorrer para cumplir el papel de una gran potencia:
sus gobernantes invocaron restricciones constitucionales y recuerdos de la
Segunda Guerra Mundial para evitar el envío de tropas a los Balcanes. Es
probable que Alemania busque un poder militar mayor bajo la protección de la
Unión Europea, puesto que esto le proporcionará acceso a las fuerzas armadas
relativamente formidables de Francia y Gran Bretaña (los planes para la
formación de corporaciones militares franco-alemanas están bien avanzados).
El hecho de que 1993 presentó el
primer empleo real de fuerzas militares japonesas y alemanas desde 1945 –como
parte de las operaciones de la ONU en Camboya y Somalia respectivamente– es
tanto señal de una tendencia de las clases dominantes de estos países a traducir
su fuerza económica en poder político-militar, como también de que esta
tendencia todavía está en su etapa inicial. Es probable que el desarrollo de
esta tendencia sea lento y desigual. De última, los éxitos de Japón y de
Alemania en la captura de mercados han sido en gran parte una consecuencia de
sus bajas tasas de gastos militares, una ventaja que una expansión militar
terminaría por minar.
Cualquiera sea el paso al que la
competencia interimperialista se desarrolle, y la forma que vaya a asumir, la
implosión de Rusia no debe llevarnos a descartarla como gran potencia. En
última instancia, Rusia es todavía la segunda potencia militar del mundo. Su
dimensión geográfica, población, recursos naturales y potencial económico son
formidables. Un régimen fuerte que emerja en Moscú es probable que vaya a
defender los intereses rusos en formas que llevarán a conflictos con las
potencias occidentales. El final de 1993 mostró al gobierno de Yeltsin, bajo la
presión de los militares y otros sectores más a la derecha, rechazando la
participación del Este europeo en la OTAN. Nadie puede dar por cierto que el
eclipse de Rusia será permanente.
Finalmente, un aspecto del mundo
post Guerra Fría es bastante evidente. La desintegración de los bloques de
superpotencias vuelve más probable que antes a las grandes guerras. Los frenos
que la Guerra Fría imponían a los Estados individuales ya no existen. La
Segunda Guerra del Golfo (1991) difícilmente hubiera ocurrido una década antes
de su estallido, cuando las tensiones entre las superpotencias eran agudas.
Moscú, que en aquella época consideraba a Irak uno de sus aliados más próximos
en Medio Oriente, probablemente hubiera impedido a Saddam Hussein ocupar
Kuwait, y Washington hubiera sido más cauteloso en su respuesta a la invasión
(en caso que hubiese ocurrido), por temor de precipitar una nueva confrontación
con la URSS –que hubiera sido tan directa y peligrosa como la crisis de los
misiles en Cuba durante octubre de 1962.
En el mundo más dinámico que está
emergiendo, es muy probable que las potencias regionales se arriesguen. Esto a
su vez puede provocar una reacción más brutal que antes por parte de EEUU, ya
que no tiene el obstáculo de la presencia soviética en Europa Oriental y el
Tercer Mundo. Aunque –a diferencia de la Segunda Guerra del Golfo (1991)– el
imperialismo occidental no se implique directamente en todos los conflictos que
ocurran, dejando que los países subimperialistas o que aspiran a serlo se maten
entre ellos, los presagios para la humanidad son sombríos. Si bien el fantasma
de una guerra total entre las superpotencias haya descendido un poco, la
proliferación de armas nucleares en el Tercer Mundo (Israel, Sudáfrica, India y
Pakistán son algunos de los Estados que poseen dichas armas) significa que una
guerra nuclear regional no tarde en ocurrir. Además de esto, el colapso de la
URSS produjo tres nuevas potencias nucleares –Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán–
en una región donde hierven a cada instante los descontentos nacionales y las
guerras locales. No bien siga existiendo un sistema mundial que se basa en la
competencia económica entre capitales que, a su vez, están integrados a
distintos Estados-nación rivales, la guerra seguirá siendo el árbitro final de
los conflictos.
Conclusión
Al principio del siglo XX, Lenin,
Luxemburg, Bujarin, Hilferding y otros desarrollaron un análisis del
imperialismo, que lo presentaba como la etapa del desarrollo capitalista en la
cual la concentración y centralización del capital llevaron a un mundo dominado
por rivalidades, entre una pequeña porción de grandes potencias militares y
económicas. A pesar de las transformaciones que el sistema mundial ha
enfrentado en los últimos cien años, esta teoría todavía identifica una de las
principales características del capitalismo contemporáneo. De hecho, estamos
entrando ahora en un período de competencia interimperialista más salvaje e
inestable.
La importancia de estos hechos no
es, de modo alguno, principalmente teórica. A pesar de las deficiencias de la
versión de Lenin de la teoría del imperialismo, sigue siendo el teórico por
excelencia de este fenómeno, al menos por dos razones. Primero, comprendió
mejor que nadie que el imperialismo no es una simple política, sino una etapa
–de hecho, la etapa superior– del desarrollo capitalista. Así, atacó a Kautsky
porque éste argumentaba que “el imperialismo no es el capitalismo actual; es
apenas una forma del capitalismo actual”.(88) El argumento de Kautsky,
implicaba que la confrontación militar y la guerra podían ser socavados dentro
de los marcos del capitalismo. La respuesta de Lenin fue que solamente la
revolución socialista podría terminar con el imperialismo y sus tendencias
destructivas. La comprensión política de Lenin sobre el imperialismo es
precisamente su segunda contribución principal. Comprendió que la jerarquía
económica y política que el imperialismo imponía al mundo, haría surgir luchas
que se desarrollarían no bajo la bandera del socialismo revolucionario, sino
del nacionalismo revolucionario. Dichas luchas, por lo tanto, desafiarían al
imperialismo a fin de realizar las aspiraciones de Estados capitalistas
independientes.
Lenin comprendió que, a pesar de
la distancia política entre estos movimientos y el socialismo
internacionalista, ellos podrían llevar a guerras y revoluciones que
debilitarían al imperialismo y, por lo tanto, también a la dominación de las
clases gobernantes mundiales. La más clara expresión de este análisis de Lenin
es su defensa de la revuelta de Dublín en la Pascua de 1916, frente a los
bolcheviques que la rechazaban por considerarla un “putsch” pequeñoburgués:
"Imaginar que la revolución
social es concebible sin revueltas realizadas por pequeñas naciones de las
colonias y de Europa, sin irrupciones revolucionarias de un sector de la
pequeña burguesía con todos sus preconceptos, sin el movimiento de las masas
proletarias y semiproletarias faltas de conciencia política, contra la opresión
de los señores de la tierra, de la Iglesia, de la monarquía, contra la opresión
nacional, etc. –imaginar todo esto es renunciar a la revolución social".(89)
De este modo, no se trata
solamente de que el imperialismo solo puede ser eliminado derribando al
capitalismo, sino que el imperialismo provoca movimientos que, a pesar de sus
intereses e ideología burguesas, según palabras del propio Lenin,
“objetivamente... atacan el capital”:
"La dialéctica de la historia es
tal que las pequeñas naciones, impotentes en cuanto factor independiente en la
lucha contra el imperialismo, tienen el papel de ser uno de los fermentos, uno
de los bacilos, que ayudan a la verdadera fuerza antiimperialista –el
proletariado socialista– a entrar en escena... Seríamos revolucionarios muy
malos si, en la gran guerra de liberación por el socialismo llevada a cabo por
el proletariado, no supiéramos utilizar, para intensificar y extender las
crisis, todos los movimientos populares contra todos y cada uno de los
desastres causados por el imperialismo".(90)
La experiencia de los últimos 25
años ha confirmado ampliamente el análisis de Lenin. La Guerra de Vietnam,
aunque haya sido para establecer un régimen capitalista de Estado
independiente, infligió una seria derrota al imperialismo norteamericano, y
estimuló el crecimiento de movimientos auténticamente anticapitalistas en todo
el mundo occidental. Desde entonces, fuerzas extrañas al estalinismo vietnamita
se han convertido en el foco de confrontación con el imperialismo –los mullahs
fundamentalistas de Irán y del Líbano, y hasta el mismo régimen de Sadam
Hussein en Irak, a pesar de su deplorable historia de colaboración con EEUU. En
tales confrontaciones, los socialistas revolucionarios luchan por la derrota de
la potencia imperialista. Dicha posición no implica en modo alguno dar apoyo político
al régimen que lucha contra el imperialismo. Trotsky enfatizó esto en su
respuesta a la invasión japonesa de China en 1937:
"En una guerra entre dos
países imperialistas, no es cuestión de democracia ni de independencia
nacional, sino de opresión de pueblos atrasados no imperialistas. En tal guerra
los dos países se encuentran en el mismo plano histórico. Los revolucionarios
de ambos lados son derrotistas. Pero Japón y China no están en el mismo plano
histórico. La victoria de Japón significaría la esclavitud de China, el fin del
desarrollo económico y social chino, y el terrible fortalecimiento del
imperialismo japonés. La victoria de China significaría, por el contrario, la
revolución social en Japón, y el desarrollo libre –es decir, libre de obstáculos
debido a la opresión externa– de la lucha de clases en China".
"¿Pero puede Chiang Kai Shek
asegurar la victoria? Yo creo que no. Pero fue quien empezó la guerra, y quien
hoy la dirige. Para sustituirlo es necesario conquistar influencia decisiva en
el proletariado y en el ejército, y para esto es necesario no quedar suspendido
en el aire, sino ponernos en medio de la lucha. Debemos conquistar influencia y
prestigio en la lucha militar contra la invasión extranjera y en la lucha
política contra las debilidades, las deficiencias y las traiciones internas. En
un determinado momento, el cual no podemos establecer de antemano, esta
oposición política puede y debe transformarse en conflicto armado, ya que la
guerra civil, como cualquier guerra, es apenas la continuación de la lucha
política... la clase trabajadora, al mismo tiempo en que permanece en la
vanguardia de la lucha militar, prepara la caída política de la burguesía".(91)
En una confrontación como la
Segunda Guerra del Golfo (1991) era necesario, por lo tanto, defender la
derrota de las potencias imperialistas, sin dejar de luchar políticamente
contra el régimen burgués que dirige la lucha antiimperialista. Esta posición
está basada en la teoría de la revolución permanente de Trotsky. En su forma
más general, esta teoría afirma que ninguna clase capitalista puede luchar
consistentemente contra el imperialismo. Aún el movimiento nacionalista más
combativo aspira esencialmente a tener su propio Estado capitalista
independiente. Por lo tanto, no intenta destruir el sistema imperialista
mundial, sino conseguir una porción mayor de beneficios dentro del sistema para
sí mismo. Si se ve forzado a luchar contra el imperialismo para alcanzar ese
objetivo, esta lucha puede debilitar a todo el sistema. Pero al final el
movimiento nacionalista aceptará la existencia del imperialismo, como hizo el
Sinn Fein (en Irlanda) después de la Guerra de Independencia, el Partido
Comunista de Vietnam después de las dos guerras en Indochina, la República
Islámica de Irán después de su derrota en la Primera Guerra del Golfo (1988).
Por lo tanto, el objetivo principal de los revolucionarios es, en palabras de
Lenin, “utilizar” la crisis generada por la confrontación entre los
imperialistas y sus oponentes nacionalistas para “ayudar a la verdadera fuerza
antiimperialista –el proletariado socialista– a entrar en escena”. Pero la
clase trabajadora sólo puede ajustar cuentas con el imperialismo derrotando, no
solo a las clases dominantes de los países capitalistas avanzados, sino también
a aquellos regímenes burgueses que pueden desafiar temporalmente la dominación
occidental.
La importancia de ese análisis es
tal que nunca es suficiente repasarlo una vez tras otra. Una de las
características notables de la Segunda Guerra del Golfo (1991) fue el fenómeno
de los “intelectuales B-52” –intelectuales con un pasado radical que apoyaron a
las “fuerzas aliadas” del imperialismo contra Irak: por ejemplo, Hans Magnus
Enzensberger, Wolf Bierman, Neil Ascherson y Michael Ignatieff. Fueron, sin
embargo, Fred Halliday y Norman Geras, ex miembros del consejo editorial de la
revista New Left Review, quienes intentaron dar a esta posición un barniz
“marxista”. Notoriamente, al final de la guerra, Halliday declaró: “si tengo
que elegir entre imperialismo y fascismo, elijo al imperialismo”.(92) Pero
recientemente vinculó explícitamente esta posición a la crítica de Bill Warren
“de la visión marxista del imperialismo”, ensalzándolo por haber preguntado:
“¿Todo lo que el imperialismo hace es negativo?”, y atacando la “posición
moralista post leninista que ha predominado en los últimos 20 o 30 años”, según
la cual “porque es el imperialismo el que está haciendo (o sea, atacando Irak),
entonces debe ser malo”.(93)
De eso se puede suponer que el
imperialismo puede, en ciertas circunstancias, cumplir un papel progresivo. Así
Halliday y Geras denunciaron a uno de sus críticos, Alexander Cockburn:
"...si Cockburn escuchase lo
que las personas en el Tercer Mundo plantean, sabría que en muchos casos, ellas
piden otra política por parte de EEUU, igualmente activa. Esto es lo que han
deseado los eritreos, la OLP, el CNA, los activistas de los derechos humanos en
China. La alternativa a la intervención imperialista no es la no intervención,
sino en vez de esto, la acción en apoyo al cambio democrático".(94)
Este argumento se basa en la
falsa suposición de que las potencias imperialistas tienen un interés general
en promover “cambios democráticos” en el Tercer Mundo. Rechazar tal idea no
significa aceptar el tipo de antiimperialismo vulgar que ve un complot de la
CIA por detrás de todo lo que ocurre en el Tercer Mundo. Este ensayo intentó
demostrar, con alguna profundidad, que el imperialismo del siglo XX no impidió
un considerable desarrollo capitalista fuera de las metrópolis del sistema. Y
que la estrategia esbozada por Trotsky considera a la lucha contra los
regímenes nacionalistas “antiimperialistas” como parte inseparable de la lucha
contra el propio imperialismo.La razón fundamental de esta estrategia deriva de
los lazos que unen a todos los regímenes burgueses del Tercer Mundo al
imperialismo.
El final de la Segunda Guerra del
Golfo (1991) muestra esto muy claramente. Halliday hizo coro a las quejas de
innumerables políticos de derecha, dirigidas a EEUU por no haber “liquidado a
Saddam Hussein” cuado en marzo de 1991 el régimen ba’athista estaba tambaleante
bajo el impacto de la derrota militar, conjugada con la insurrección popular en
el sur y el avance de las fuerzas kurdas en el norte.(95) El hecho de que
Washington no haya hecho esto no refleja un error intelectual o falta de fuerza
de voluntad, sino un cálculo –también compartido por sus principales aliados
árabes en El Cairo, Riad y Damasco: sus intereses estarían mejor cuidados con
la supervivencia del régimen ba’athista, que con su sustitución por un gobierno
islámico radical o hasta incluso con la desintegración de Irak (lo que dejaría
a Irán en el papel de principal potencia regional). De este modo, los que
derrotaron a Saddam Hussein se convirtieron en sus salvadores. En vez de estar
en un conflicto fundamental uno con el otro, como inocentemente creyeron
Halliday y Geras, imperialismo y “fascismo” estaban atados por lazos de interés
común.
Las consecuencias desastrosas de
creer que el imperialismo puede cumplir un papel progresivo puede ser visto en
el colapso de muchos sectores de la izquierda (incluyendo muchos que se
opusieron a la Segunda Guerra del Golfo de 1991) que terminaron por apoyar la
intervención de la ONU en los Balcanes.(96) Este colapso ocurrió a pesar de la
lección ofrecida por la intervención de la ONU en Somalia, donde la operación
degeneró rápidamente en una guerra entre un ejército de ocupación y la
población local. En un mundo dominado por una pequeña porción de grandes
potencias es una fantasía peligrosa creer que las mismas pueden llegar a
proteger los intereses de la mayoría explotada. La humanidad no conocerá la paz
hasta que esa mayoría tome el control del mundo, lo que sólo podrá realizarse
derrotando a los Estados imperialistas que intentarán impedirlo con uñas y
dientes. El marxismo clásico contiene, en los escritos de Lenin y Trotsky, un
análisis del imperialismo y una estrategia revolucionaria que son
indispensables para el éxito de esa lucha.
Notas
(*) El texto original fue
publicado en la revista International Socialism Journal, edición número 50
correspondiente a Abril de 1991, con el título “Marxism and Imperialism Today”.
Una segunda versión, revisada, fue publicada en el libro Marxism and the New
Imperialism, por la editora Bookmarks (Londres, 1994), con el título
“Imperialism Today”. La traducción que presentamos fue hecha a partir de la
segunda versión. Alex Callinicos es profesor de Política en la Universidad de
York y miembro del Socialist Workers Party de Gran Bretaña.
1. T. Congdon, How the City is Making Economic
Nationalism Obsolete, Spectator, 13 de Febrero de 1988, pp21, 25.
2. K. Kautsky, Imperialism, en J. Riddell, ed.,
Lenin’s Struggle for a Revolutionary International. Documents 1907-1916. The
Preparatory Years, Nueva York, 1984, p. 180.
3. Idem, p.181.
4. A. J. Mayer, Why Did the Heavens Not
Darken?, Nueva York 1990, p.31.
5. B. Warren, Imperialism-Pioneer of
Capitalism, Londres 1980, p.31.
6. Lenin, Collected Works, Moscu 1964, vol.
XXII, pp. 266, 267.
7. Ver, por ejemplo, M. Kidron, Capitalism and
Theory, Londres 1974, cap. 6; M. Barratt Brown, The Economics of Imperialism,
Harmondsworth 1974, cap. 8, y Warren, Imperialism, pp 57-70.
8. Lenin, Collected Works, p.298.
9. Bujarin, Selected Writings on the State and
the Transition to Socialism, Nottinhgham 1982, pp. 16-17.
10. Idem, Imperialism and World Economy ,
Londres 1972, pp. 25-6, 125
11. Ver mi discusión sobre Lenin y Bujarin en
Imperialism, Capitalism and the State Today, ISJ 2:35, 1987, pp79-88.
12. El concepto de desarrollo
desigual y combinado es, ciertamente, una de las principales contribuciones de
Trotsky al marxismo. Sin el no se pude explicar la naturaleza jerárquica del
imperialismo (el dominio de los países avanzados), ni su inestabilidad (la
división desigual de los recursos da lugar a constantes disputas
interimperialistas por la repartición del mundo).
13. E. Hobsbawm, Age of Empire, p.51.
14. W. H. McNeill, The Pursuit of Power, Oxford
1982, cap. 7 e 8.
15. Lenin, op. cit., p. 255.
16. M. Barratt Brown, Imperialism,
cap. 8.Todos los datos sobre inversión extranjera son de este libro.
17. Hobsbawm, Age of Empire, pp 73-4.
18. R. P. Dutt, India Today, Londres 1940, cap.
VII. Citado en M. Barratt Brown, op. cit..
20. A. Offer, The First World War: An Agrarian
Interpretation, Londres 1989.
21. R. Hilferding, Finance Capital, Londres
1981, p. 307
22. Bujarin, Sellected Writings, pp 18, 19.
23. C. Harman, Explaining the Crisis, Londres
1984, cap. 2.
24. M. Wolf, “The Need to Look to the Long
Term”, Financial Times, 16 de Noviembre de 1987.
25. E. Mandel, The Meaning of the Second World
War, Londres 1986. Esta es la única obra marxista que intenta ofrecer
una interpretación seria y global, aunque posea debilidades, notoriamente la
distinción típicamente escolástica que realiza Mandel entre varios tipos de
guerra implicados en el conflicto.
26. Ver Paul Kennedy, The Rise and Fall of the
Great Powers, Londres 1989, cap. 4 e 5.
27. Ver G. Kolko, The Politics of War, Nueva
York 1970.
28. Trotsky, Europe and America , Nueva York
1971.
29. Ver J. Waterbury, The Egypt of Nasser and
Sadat, Princeton 1983.
30. Sunday Times, Insight on the Middle East,
Londres 1974, sección IV.
31. P. Brogan, World Conflicts, Londres 1992,
p. vii; comparar con V. G. Kierman, The European Empires from Conquest to
Collapse, 1815-1960, Londres 1982.
32. Ver M. Kidron, A Permanent
Arms Economy, reedición realizada en Londres en 1989, y C. Harman, Explaining
the Crisis, cap.3.
33. C. Harman, Explaining the Crisis, cap.3.
34. Ciertamente este es el principal
tema del libro de P. Kennedy: ver especialmente Rise and Fall, pp 509-64.
35. M. Kidron, Capitalism, p.132.
36. World Bank, World Development Report 1985,
Nueva York 1985, p. 126.
37. Ver, por ex., A. G. Frank, Capitalism and
Underdevelopment in Latin America, Harmondsworth 1971, e S.Amin, Unequal
Development, Hassocks 1976, y, entre los críticos de la teoría del intercambo
desigual, M.Kidron, Capitalism and Theory, cap.5, y Nigel Harris, Theories of
Unequal Exchange, ISJ 2:33, 1986.
38. M. Kidron, Capitalism, pp 134-7.
39. N. Harris, India-China: Underdevelopment
and Revolution, Nueva Delhi, 1974, p.171.
40. M. Kidron, Capitalism, p.162, y Harris,
India-China, pp 173-4.
41. Ver P. Clawson, The development of
capitalism in Egypt, Khamsin 9¸ 1981, y .J. Waterbury, Egypt.
42. Ver N. Harris, The End of the Third World,
Londres 1986, y A. H. Amsden, “Third World Industrialisation”, New Left Review,
182, 1990.
43. United Nations Department of International
Economic and Social Affairs, World Economic Survey 1989, Nueva York, Tabla 4,
p.64.
44. Idem, p.25.
45. Financial Times, 15 Nov.1989.
46. J. Petras e M. Morley, US Hegemony under
Siege, Londres 1990, pp 197, 198.
47. Idem, p. 201.
48. Ver particularmente N. Harris, Of Bread and
Guns, Hardmonsworth 1983, P. Green, Nation States and the World Economy, ISJ
2:19, 1983, Callinicos, Imperialism, Harman, The storm breaks, ISJ 2:46, 1990,
y Harman, The state and capitalism today , ISJ 2:51, 1991.
49. Un análisis definitivo del
colapso del estalinismo fue realizado por Chris Harman, The storm breaks; ver
também Callinicos, The Revenge of History, Cambridge 1991,
50. Independent on Sunday, 20 de Enero de 1991.
51. Ver P.Green, Contradictions of the American
Boom, ISJ 2:26, 1985, y M. Davies, Prisioners of the American Dream, Londres
1986.
52. J. Petras y M. Morley, US
Hegemony, p.78.
53. Idem, los capítulos 1 y 2
ofrecen una discusión reciente de estas estrategias, aunque presente un cuadro
exagerado de la degeneración de la clase dominante de los EEUU como si se
hubiera vuelto una banda de criminales y especuladores.
54. Ver F. Halliday, Cold War, Third World,
Londres 1989, cap.3.
55. Guardian, 29 Jul 1988. Ver, para un
análisis más detallado de la guerra, Callinicos, “An Imperialist Peace?”,
Socialist Review 112, Septiembre de 1988.
56. Ver, por ex., los artícuos de
J. Rogaly y E. Mortimer, Financial Times, 18 de Enero de 1991.
57. Idem, 28 de Enero de 1991.
58. Independent, 19 de Enero de
1991.
59. F. Halliday, Arabia without Sultans,
Hardmonsworth 1974, pp 500, 502. Luego, Halliday se distanció de las
formas más extremas de la teoría de la dependencia, ver idem, pp498-9.
60. B.Warren, Imperialism, p.182; idem, pp 150,
176.
61. Themes, New Left Review 184, 1990, p.2.
62. Sunday Correspondent, 12 de
Agosto de 1990 (Datos de 1988).
63. H.Batatu, The Old Social Classes and the
Revolutionary Movements of Iraq, Princeton.1978, pp s25, 86, 99, 325.
64. P.Knightley e C.Simpson, The secret Lives
of Lawrence of Arabia, Londres 1971, p.147.
65. F.Halliday, Arabia, cap.2.
66. H.Batatu, Old Social Classes, p.268.
67. Plausiblemente los “dominios
blancos” (Canadá, Australia, Sudáfrica, etc.) deberían ser colocados en la
misma categoría de semi-colonia, aunque sus campañas victoriosas por la
independencia legislativa, culminando en el Estatuto de Westminster de 1931,
reflejan la creciente autonomía de esos capitalismos en desarrollo. Hay una
discusión util del concepto de semi-colonia, criticando su aplicación por
Mandel a los NICs, en A. Dabat e L. Lorenzano, Argentina: The Malvinas and the
End of Military Rule, Londres 1984, p.168.
68. Ver K.Allen, Is Southern Ireland a
Neo-Colony?, Dublin 1990, especialmente caps. 2-4.
69. Dabat e Lorenzano, Argentina
, pp 29, 36-7.
70. Idem, pp 37-8.
71. Idem, pp 186, 103-4.
72. Sobre el último caso, ver D. Glanz,
“Australian Imperialism and the South Pacific”, Socialist Review, Melbourne, 2,
1990.
73. D.M. Gordon, “The Global Economy”, New Left
Review 168, 1988, p.64.
74. Ver F.Halliday, Iran:
Dictatorship and Development, Harmondsworth 1979, cap. 9; hay una distinción
interesante del concepto de subimperialismo en las páginas pp 282-4.
75. D. Hiro, The Longest War, Londres 1990, p.
261.
76. Guardian, 12 de Septiembre de 1990.
77. Ver, por ej., S. Lash y J. Urry, The End of
Organised Capitalism, Cambridge 1987, D. Harvey, The Condition of
Postmodernity, Oxford 1989.
78. Ver, para sumar a los
artículos sitados en la nota 48, Callinicos, Against Postmodernism, pp 137-44.
79. Financial Times, 13 de Julio
de 1992.
80. Idem, 11 de Enero de 1993.
81. R.S. Nye Jr, Bound to Lead, Nueva York
1991, pp 108, 110.
82. M.J. Boskin, “Myth of
America’s Decline”, Financial Times, 15 de Marzo de 1993.
83. La respuesta más detallada de
Kennedy a estos críticos está en Preparing for the Twenty-First Century, Nueva
York 1993, cap. 13.
84. Financial Times, 21 de
Diciembre de 1992.
85. Idem, 8 de Feb 1993. De
acuerdo con un estudio hecho por consultores de la administración de McKinsey,
la productividad global de EEUU es 17% más elevada que la de Japon. La elevada
productividad japonesa en setores como el automotriz, el metalúrgico y el
electrónico es balanceada por una productividad extremamente baja en otros
sectores industriales: la producción por trabajador en la industria de
alimentos corresponde a un terçio de la de EEUU. La productividad alemana
gneralmente es menor en relación con EEUU y Japon. Financial Times, 22 de Oct
1993.
86. Hay una discusión interesante
al respecto de los problemas de la estrategia militar global norteamericana en
G.Friedman y M. LeBard, The Coming War with Japan, Nueva York 1991, cap. 9.
87. Idem, especialmente partes
III e IV.
88. Lenin, Collected Works, p. 270. Incluso
Bujarin tendió a tratar al imperialismo como una política: ver, por ej.,
Imperialismo e Economia Mundial, cap.IX.
89. Idem, p. 355.
90. Idem, pp. 356, 357.
91. Leon Trotsky on China, Nueva York 1976, pp
569-70.
92. F. Halliday, “The Left and the War”, New
Statesman and Society, 8 de Marzo de 1991, p. 16. Este aartículo generó
una enorme controversia que se prolongó en los números siguientes. Para una
visión general del debate sobre la Guerra del Golfo, ver Callinicos, “Choosing
Imperialism”, Socialist Review, Mayo de 1991.
93. F.Halliday, Imperialism, Peace and War, and
the Left, entrevista em New Times, 7 de Agosto de 1993.
94. Carta em New Statesman and Society, 12 de
Abril de 1991, p. 38, respondindo entre otros a, A. Cockburn, “The War Goes
On”, idem, 5 de Abril de 1991.
95. Halliday, Imperialism.
96. A. Callinicos, “Intervention: Disease or
Cure?”, Socialist Review, Junio de 1993.
(*)Alex Callinicos nació en
Harare (Zimbabwe) el 24 de Julio de 1950. En 1973 se licenció en filosofía,
política y economía en la Universidad de Oxford, y en 1979 obtuvo de la misma
universidad un postgrado en literatura y humanidades. Entre sus libros más
conocidos figuran Marxism and Philosophy (1983), Las ideas revolucionarias de
Karl Marx (1983), Making History (1987), The Revenge of History (1991), Contra
el Postmodernismo. Una crítica marxista (1991), Social Theory. A historical
introduction (1999), Igualdad (2000), Contra la tercera vía (2001) y Un
Manifiesto Anticapitalista (2003). Escribe regularmente en el semanario
británico Socialist Worker, la revista mensual Socialist Review y la revista
trimestral International Socialism, de cuyo consejo editorial forma parte. Es
miembro de la dirección del Socialist Workers Party de Gran Bretaña y destacado
activista de la coalición anticapitalista británica Globalise Resistance, en
representación de la cual ha intervenido varias veces en el Foro Social Europeo
y el Foro Social Mundial. Este trabajo fue traducido originalmente del inglés
al portugués por Rui Polly. La traducción del portugués al español fue
realizada solidariamente por Mauro Ramos. La primera edición de este folleto
fue realizada en Octubre de 2001.
COMANDANTE VAGÓN .......¿Cómo justifica su chamba?..... y más abajo una lacra.....
LAS CANDIDATAS DE LOS RICOS NO DEBEN LLEGAR AL PODER EL 2021.........NO SE ESCONDA MISTER KEIKO, ALIAS LA CANDIDATA DEL TIO SAM, .........BICENTENARIO SIN LACRAS
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