Para un materialismo ecológico (1) (*)
For an Ecological Materialism
Por : Alfred SCHMIDT
Universidad Goethe de Frankfurt, Alemania.
RESUMEN Alfred Schmidt actualiza en este texto su análisis de la
obra de Marx que había hecho originalmente en su famoso libro El concepto de
naturaleza en Marx (primera edición en alemán 1962). Al contextualizar su
estudio en el entorno de los debates posteriores a la publicación de su libro,
sobre “conciencia ecológica”, “límites del crecimiento”, “civilización
alternativa”, “técnica blanda” o “crisis ecológica”, reafirma algunas posturas
deltextooriginal, comoladefensadeMarx en contra de la falsa acusación de ser
parte de una ideología ingenuamente progresista, típica de del siglo XIX. Al
mismo tiempo relativiza, sin anularlo, el modo de pensar orientado a la praxis
e historia humanas, al subrayar la influencia, por lo general subestimada, de
Feuerbach sobre Marx. Un materialismo ecológico podría partir entonces de
ciertas reflexiones de Feuerbach sobre la sensualidad emancipada y la relación
contemplativa con la naturaleza.
Palabras clave: Praxis,
sensualidad emancipada, ecología, materialismo, Marx, Feuerbach, theoría
crítica
ABSTRACT In this text, Alfred Schmidt
updates his analysis of Marx’s work originally written in his famous book, The
Concept of Nature in Marx (first edition in German, 1962). By contextualizing
his earlier study within more recent debates about “ecological consciousness,”
“limits to growth,” “alternative civilization,” “soft technique” or “ecological
crisis,” Schmidt reaffirms some of the arguments in the original text, such as
his defense of Marx against the false accusation that the latter subscribed to
the naïve ideology of progress, typical of the 19th century. At the same time
he relativizes, without annulling, the mode of thinking oriented to human
praxis and history, by reemphasizing the generally underestimated influence of
Feuerbach on Marx. Thus, for Schmidt, an ecological materialism adequate to
contemporary conditions could take as its point of departure some of
Feuerbach’s ideas on the emancipation of the senses and a contemplative
relationship with nature.
Keywords: praxis, emancipated sensuousness, ecology,
materialism, Marx, Feuerbach, critical theory.
Marx dice que las revoluciones
son las locomotoras de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo
completamente diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el
freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren.(2) Walter
Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos.
I
Cuando el autor estaba trabajando
en la redacción final de su tesis de doctorado se desconocían conceptos que
actualmente predominan en los debates científicos y de política actual, como
por ejemplo: “conciencia ecológica”, “límites del crecimiento”, “civilización
alternativa”, “técnica blanda” o “crisis ecológica”. En ese entonces, por
cierto, estaba ya desacreditado un progresismo ingenuo. La Dialéctica de la
ilustración (3) de Horkheimer y Adorno había instruido (entre otros puntos)
sobre las implicaciones nocivas del desarrollo técnico para la naturaleza.
Además, alguien como el autor, dedicado más en detalle a Marx y Engels, pudo
encontrar, también en sus escritos, dudas respecto de las bendiciones del
sistema industrial. Mientras tanto, la problemática ecológica ha llegado a
tales dimensiones que sobrepasa toda discusión meramente académica. La pregunta
sobre el progreso se ha convertido desde hace tiempo en la cuestión de la
sobrevivencia de la humanidad. La “destrucción de los medios de subsistencia
naturales de la sociedad”, acentuado ya en el Postscriptum 1971, (4) de la
segunda edición de la obra, que marca la característica de la época actual,
después del fracaso del experimento soviético, ya no puede atribuirse
exclusivamente al modo de producción capitalista. El industrialismo ha
demostrado ser inadecuado tanto en su versión de socialismo de Estado, como en
la de economía de mercado.
Los límites materiales y sociales
del crecimiento han estremecido el optimismo de teóricos burgueses, no menos
que el de los marxistas. Actualmente se formulan las mismas recriminaciones
contra Marx y sus partidarios, igual que contra los defensores del crecimiento
económico ilimitado con base capitalista. Son acusados de pasar por alto el
hecho de que la explotación de la tierra tiene límites naturales, una limitada
capacidad recuperativa de la ecósfera y una escasez acentuada de los recursos;
y por ello se les considera cómplices de los daños del medio ambiente que se
pueden observar en todo el mundo (5). Esta crítica es justificada en la medida
en que el marxismo clásico concede al crecimiento de las fuerzas productivas
–como factor civilizatorio en la historia– un papel cuasi metafísico. Con mucha
frecuencia se tiene la impresión de que sus fundadores suponen sencillamente un
potencial ilimitado de ulterior progreso y se entregan de tal manera a aquella
dinámica desastrosa de dominación de la naturaleza, que –justificada
metodológicamente por Bacon y Descartes– siempre ha sido también una dinámica
de dominación de los seres humanos (6). Por otro lado, en Marx y Engels se
encuentran, ciertamente de forma escasa y en remotos lugares, algunas
aproximaciones para una crítica “ecológica” del aspecto destructivo del
desarrollo industrial moderno. El hecho de que las intervenciones humanas
pueden dañar sensiblemente al equilibrio natural [Naturhaushalt], constituyó
para ellos un problema antes que para el biólogo de Jena, Ernst Haeckel, cuya
Morfologia general de los organismos (7) introdujo el término “ecología” en la
discusión científica. Ciertamente, aquellas aproximaciones críticas de Marx y
Engels, que escasamente fueron tomadas en cuenta, no podían debilitar el cliché
asentado de un marxismo que ciegamente cree en el progreso. No obstante, se
puede demostrar que Marx y Engels no tuvieron para nada una conexión inquebrantable
con la idea del progreso. Así formula Engels, en una carta a Marx, que el
historiador Maurer rinde homenaje al “prejuicio iluminista, de que a partir de
la noche medieval debe seguramente haber tenido lugar un continuo progreso
hacia cosas mejores (lo que le impide ver, no sólo el carácter contradictorio
del progreso real, sino también los retrocesos particulares)”(8).
Marx coincide en este asunto con
Engels y al mismo tiempo va más allá de él, en cuanto que considera el asunto
bajo el aspecto más amplio de la aún pendiente revolución social. Sólo después
de que ésta “se apropie” de las conquistas materiales e intelectuales de la
época burguesa “sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados,
sólo entonces –así el pronóstico de Marx– el progreso humano habría dejado de
parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el
cráneo del sacrificado”(9).
II
Recordemos primero los ejemplos
destacados del optimismo de Marx y Engels respecto al desencadenamiento de las
fuerzas productivas que acompaña al acenso de la burguesía. En el Manifiesto del
Partido Comunista dicen: “En el siglo corto que lleva de existencia como clase
dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y
colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el
sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la
maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en
la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la
roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los
nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por encanto. ¿Cuál de los pasados
siglos pudo sospechar que en el seno del trabajo social dormitasen tantas y
tales fuerzas productivas?”(10).
Marx y Engels festejan la
tendencia cosmopolita que va unida al surgimiento de un mercado mundial capitalista:
“Hoy, en vez de aquel mercado local y nacional que se bastaba a sí mismo y
donde no entraba nada de fuera, la red del comercio es universal, y en ella
entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que
acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu.
[...] La estrechez y el exclusivismo nacionales van haciéndose cada vez más
imposibles, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una
literatura universal”(11).
A esta dinámica histórica
triunfal corresponde, como lo explica detenidamente Marx en el “borrador”
[Grundrisse] de su obra principal, “la apropiación universal tanto de la
naturaleza como de la relación social misma por los miembros de la sociedad.
Hence the great civilising influence of capital; su producción de un nivel de
la sociedad, frente al cual todos los anteriores aparecen como
desarrollosmeramente locales de la humanidad y como una idolatría de la
naturaleza. [...] la naturaleza se convierte puramente en objeto para el
hombre, en cosa puramente útil; [...] cesa de reconocérsele como poder para sí,
incluso el reconocimiento teórico de sus leyes autónomas aparece sólo como
artimaña para someterla a las necesidades humanas [...]”(12). Fuera del
“sistema de la utilidad general”, de cuyo “soporte” también participa la
ciencia, nada es válido como “superior-en-sí, como justificado-para-sí-mismo”(13).
Las manifestaciones de Marx
parecen en cierto modo extrañas: ora sensato-realistas, ora apologéticas. Él,
como Hegel, está persuadido de que la historia no transcurre linealmente, sino
de forma dialéctica. La humanidad no puede ponerse a salvo de la contradicción
de que el bienestar de la totalidad del género [gattungsmäßiges Ganzes] se
impone a costa de los individuos. Mientras los “productores asociados”(14) no
configuren conscientemente su historia, es imposible un progreso directamente
beneficioso para cada particular. Cuando Marx aprueba (casi) incondicionalmente
la dinámica desencadenada a través de la emancipación burguesa, lo hace porque
ésta –de eso está seguro– proporciona no solamente la base material del
tránsito al socialismo, sino que garantiza también que éste supere notablemente
la productividad laboral del mundo capitalista (15). Por lo pronto, los seres
humanos deben ciertamente pasar por durísimas privaciones. Empero, la sociedad
moderna se encuentra, comparada con la antigüedad y la edad media, “en el
movimiento absoluto del devenir”(16). Pero la “elaboración”, asociada a éste,
de las “disposiciones creadoras” del ser humano tiene lugar bajo presagios
negativos: la “objetivación universal, como enajenación total, y la destrucción
de todos los objetivos unilaterales [...], como sacrificio del objetivo propio
frente a un objetivo completamente externo”(17). Por eso aparece, nostálgicamente
transfigurado, “el infantil mundo antiguo [...] como superior” representa una
“configuración cerrada, forma y limitación dada”(18), es decir, una inmediatez de
relaciones humanas que desaparece al sugir el mercado mundial. Este se presenta
ante el individuo cada vez más categóricamente como un contexto fáctico
[sachlicher Zusammenhang] que se impone independientemente de su conocimiento y
voluntad (19). Sin embargo, acentúa Marx, la sociedad moderna es preferible a
aquellas comunidades que se basaron en “vínculos naturales de consanguinidad, o
en las relaciones de señorío y servidumbre”(20). Cuanto más forzados se
encuentran ahora los seres humanos a incorporarse a un contexto objetivo,
mundial, tanto más sigue siendo este último innegablemente su propio producto:
“pertenece a una determinada fase del desarrollo de la individualidad. La
ajenidad y autonomía con que ese nexo existe frente a los individuos demuestra
solamente que éstos aún están en vías de crear las condiciones de su vida
social en lugar de haberla iniciado a partir de dichas condiciones”(21).
Marx admite que tan sólo la
sociedad socialista estará en condiciones de suprimir aquella “ajenidad” y
“autonomía” de las relaciones [existentes] frente a sus productores. La historia
hasta ahora, sobre todo la del capitalismo, conoce solamente la conexión
aparentemente natural [naturwüchsiger Zusammenhang] “entre los individuos
ubicados en condiciones de producción [...] estrechas”(22). Por el contrario,
en el futuro, individuos desarrollados universalmente someterán sus relaciones
sociales a su “propio control colectivo”(23). “El grado y la universalidad del
desarrollo de las facultades, en las que se hace posible esta individualidad”
suponen, sin embargo, la producción “basada sobre el valor de cambio, que crea,
por primera vez, al mismo tiempo que la universalidad de la enajenación del
individuo frente a sí mismo y a los demás, la universalidad y la
multilateralidad de sus relaciones y de sus habilidades”(24). Pertenece a la
convicción fundamental de la filosofía de la historia de Marx, el que la
humanidad debe pasar a través del modo de producción capitalista. Sólo éste
crea los “elementos materiales para el desarrollo de la rica individualidad,
[...] cuyo trabajo [...] tampoco se presenta ya como trabajo, sino como
desarrollo pleno de la actividad misma, en la cual ha desaparecido la necesidad
natural en su forma directa, porque una necesidad producida históricamente ha
sustituido a la naturaleza”(25). Pero por lo pronto estamos lejos de esto. Los
seres humanos, experimentando su vida como pobre y vacía, añoran los “estadios
de desarrollo precedentes”, en los que el individuo se presenta con “mayor
plenitud” porque “no ha elaborado aún la plenitud de sus relaciones y no las ha
puesto frente a él como potencias [...] sociales autónomas. Es tan ridículo
sentir nostalgias de aquella plenitud primitiva como creer que es preciso
detenerse en este [...]. La visión burguesa jamás se ha elevado por encima de
la oposición a dicha visión romántica, y es por ello que ésta la acompañará
como una oposición legítima hasta su muerte piadosa”(26).
Marx rara vez ha destacado su
concepción de un modo tan claro, tanto contra la glorificación romántica de
estadios precapitalistas, como contra la tendencia positivista de justificar lo
existente. Mientras la “visión romántica” constituye siquiera una “oposición
legítima” frente a las relaciones cosificadas de un capitalismo desarrollado,
los argumentos positivistas respingan contra el carácter inconcluso de la dialéctica
histórica, el cual se expresa en que la tarea del capital, de desarrollar enormemente
las fuerzas productivas sociales, está cumplida en cuanto el desarrollo
ulterior “halla un límite en el capital mismo”(27).
III
Examinemos ahora algunas
alusiones de Marx y Engels que en la presente disertación no se acentúan de la
manera que, desde el punto de vista actual, les corresponde según su relevancia
objetiva. No ponen únicamente de manifiesto los principios de una conciencia
ecológica aguzada, sino que documentan cómo la obra de Marx y Engels, vista en
su totalidad, de ninguna manera está al servicio de una dominación
desconsiderada de la naturaleza. Todo lo contrario. Marx critica desde un principio
la influencia negativa de la economía capitalista sobre el concepto de
naturaleza modernamente divulgado. “El dinero es el valor general de todas las
cosas constituido en sí mismo. O sea que le ha arrancado a todo el mundo, sea
humano o natural, el valor que le caracterizaba. [...] Bajo el dominio de la
propiedad privada y el dinero, la actitud frente a la naturaleza es su
desprecio real, su violación de hecho”(28).
Afirmaciones posteriores de los
autores se refieren a consecuencias desastrosas de la producción industrial y
agraria capitalista, así como a los límites naturales de la explotabilidad de
la naturaleza, que debería tener en cuenta inclusive una sociedad socialista.
“La productividad del trabajo”, escribe Marx en el tomo III de El Capital, “también
se halla ligada a condiciones naturales que a menudo se tornan menos rendidoras
en la misma proporción en que la productividad –en tanto depende de condiciones
sociales– aumenta. De ahí que se produzca un movimiento opuesto en esas
diferentes esferas, progreso en un caso y retroceso en otro. Piénsese, por
ejemplo, en la sola influencia de las estaciones, de la cual depende la parte
inmensamente mayor de todas las materias primas, el agotamiento de bosques,
yacimientos carboníferos, minas de hierro, etcétera”(29). En el capítulo
“Maquinaria y gran industria” del primer tomo de su obra principal, Marx pone
de relieve las consecuencias nocivas, subjetiva y objetivamente de la
agricultura industrializada. Muestra que la producción capitalista, con “la preponderancia
incesantemente creciente de la población urbana [...] perturba el metabolismo
entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos
constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de
alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la
fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud
física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores
rurales. Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese
metabolismo, circunstancias surgidas de manera puramente natural, la producción
capitalista obliga a reconstruirlo sistemáticamente como la ley reguladora de
la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre”(30).
Marx expresa aquí razonamientos muy actuales. Claramente está ante su vista el
problema del “reciclaje”, con ello la necesidad histórica de restablecer de una
manera consciente el ciclo natural, perturbado por la intromisión del hombre, y
que hasta ahora ha tenido lugar más bien de manera accidental y a costo de los
seres humanos (31). Al final de este capítulo, Marx resume sus resultados de la
manera siguiente: “Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva
acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se
obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de
la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al
obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar al suelo; todo avance en el
acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el
agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. [...] La producción
capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del
proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos
manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”(32). Este “proceso de
destrucción”, añade Marx, se lleva a cabo más rápidamente cuanto más depende un
país de la gran industria, como “punto de partida y fundamento de su
desarrollo”(33); como ocurre por ejemplo en los Estados Unidos. De manera
semejante se expresa Marx al respecto en las Teorías sobre la plusvalía: “Es
propio de la naturaleza de la producción capitalista el que la industria se
desarrolle más rápidamente que la agricultura. Esto no responde a la naturaleza
de la tierra [precisamente], sino al hecho de que ésta requiere otras
relaciones sociales para ser realmente explotada con arreglo a su naturaleza.
La producción capitalista sólo se lanza a la tierra después de haber agotado su
fuerza y de haber asolado sus posibilidades naturales”(34).
Como critico de la economía
política, Marx observa también la literatura científica en ámbitos limítrofes.
En cuanto al aspecto negativo de la condición natural socialmente determinada,
él debe al investigador versátil Carl Nikolaus Fraas valiosos estímulos,
principalmente por su estudio Klima und Pflanzenwelt in der Zeit, ein Beitrag
zur Geschichte beider [Clima y flora en el tiempo, una contribución a la
historia de ambos] (Landshut, 1847), cuya lectura recomienda a Engels en una
carta, fechada en primavera de 1868. Fraas, se dice ahí, demuestra “que el
clima y la flora cambian en la época histórica. Este autor es darwinista antes
de Darwin y hace que las mismas especies nazcan en el tiempo histórico. Pero
es, al mismo tiempo, agrónomo. Afirma que, con el cultivo (o, en su caso, con
el desarrollo de éste) se pierde la ‘humedad’ que tanto gusta a los campesinos
(de ahí también que las plantas emigren del Sur al Norte), hasta que por último
surge la formación de estepas. El primer resultado del cultivo es útil y a la
postre devastador por la deforestación, etc. [...] En resumen, el cultivo, si
está avanzando de una manera [aparentemente] ‘natural’, [naturwüchsig] y no
conscientemente dominado (naturalmente que como burgués no llega a ello), deja
tras sí los desiertos: Persia, Mesopotamia, etc., Grecia. Por tanto, también a
su vez, ¡una tendencia socialista inconsciente!”(35).
Está relacionado con ello la
“destrucción de los bosques”(36) de la que habla Marx, estimulado probablemente
por Fraas, en el tomo II de El Capital: “El prolongado tiempo de producción
(que incluye una extensión relativamente pequeña de tiempo de trabajo), y en
consecuencia, la gran extensión de sus períodos de rotación, hacen que la
forestación no resulte propicia como ramo de explotación privado y por ende
capitalista; un ramo capitalista de explotación es esencialmente una empresa
privada, aun cuando aparezca el capitalista asociado en lugar del capitalista
individual. El desarrollo de la civilización y de la industria en general se ha
mostrado tan activo desde tiempos inmemoriales en la destrucción de los
bosques, que, frente a ello, todo lo que ha hecho en sentido inverso para la conservación
y producción de los mismos es en rigor una magnitud evanescente”(37).
También las comprensiones
ecológicas de Engels presuponen la lectura del libro de Fraas; conciernen en
primer lugar a los problemas que se generan con la progresiva industrialización
de las zonas rurales. Al respecto, se lee en el Anti-Dühring: “La existencia de
agua relativamente pura es la primera exigencia de la máquina de vapor y el
requisito fundamental de casi todas las ramas de explotación de la gran
industria. Pero la ciudad fabril convierte casi toda el agua en una apestosa
charca de estercolero. Así pues, por mucho que la concentración urbana sea una
condición fundamental de la producción capitalista, todo capitalista industrial
aislado aspira siempre a escapar de las grandes ciudades engendradas por ella y
a huir a la explotación rural. Este proceso puede estudiarse en detalle en los
distritos de la industria textil de Lancashire y Yorkshire; la industria
capitalista hace brotar constantemente allí nuevas y grandes ciudades, al
desplazarse constantemente de la ciudad al campo”(38). Como Marx, en el tomo I
de El Capital, Engels ve en ello un “ciclo defectuoso”, que, según su
convicción, solamente podría eliminarse a través de la “supresión” del
“carácter capitalista”(39) de la industria. Únicamente una sociedad organizada
con economía planificada estaría en condiciones de distribuir geográficamente
los lugares industriales, de manera que se conserven los “elementos de
producción”40 como la tierra, el agua y el aire. La actual contaminación
únicamente podría eliminarse a través de la “fusión de la ciudad y el campo”(41).
En la Dialéctica de la naturaleza
Engels revela la relación interna entre el modo de producción burgués (y su
expresión en las ciencias sociales, la economía clásica), por un lado y aquella
praxis (e ideología) imperial, por otro lado, para la cual la naturaleza
siempre se ve reducida a ser un mero sustrato para la intervención explotadora.
“Lo mismo frente a la naturaleza que frente a la sociedad”, subraya Engels,
“sólo interesa de modo predominante, en el régimen de producción actual, el
efecto inmediato y más tangible; y, encima, todavía produce extrañeza el que
las repercusiones más lejanas de los actos dirigidos a conseguir ese efecto
inmediato sean muy otras y, en la mayor parte de los casos, completamente
opuestas”(42). No faltarán –a largo plazo– contratiempos en donde se trate
únicamente de “sacarle un rendimiento directo e inmediato al trabajo”(43). Los
triunfos de la dominación de la naturaleza se evidencian como victorias
pírricas. A ello se refiere Engels insistentemente: “No debemos [...]
lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta
se venga de nosotros por cada una de la derrotas que le inferimos. Es cierto
que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y
calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos
y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros. Quienes desmontaron los
bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener
tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el
estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al
talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de
la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente
meridional los bosques de pinos tan bien cuidados en la vertiente septentrional
no sospechaban que, con ello, mataban de raíz la industria lechera de sus
valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así privaban a sus
arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año, para que en la época
de lluvias se precipitasen sobre la llanura convertidos en turbulentos ríos”(44).
Engels no abriga ninguna ilusión
respecto al tiempo y esfuerzo que costará quitar la carga hereditaria
civilizadora de la historia hasta nuestros días (45). Pero supone que la
comprensión científica en un futuro logrará no sólo reconocer a tiempo, sino
también dominar, las “repercusiones próximas y remotas de nuestras injerencias
en [...] [la] marcha normal [de la naturaleza]”(46). Opina que, ciertamente,
sólo “una larga y a veces dura experiencia [...] nos va enseñando [...] a ver
claro acerca de las consecuencias sociales indirectas y lejanas de nuestra
actividad productiva”(47). El sólo conocimiento –de ello está Engels seguro– no
será suficiente para “dominar [...] y regular” los efectos secundarios no
deseados de la dominación de la naturaleza (48). Para ello hace falta
“transformar totalmente el régimen de producción vigente hasta ahora y, con él,
todo nuestro orden social presente”(49).
Como queda claro con las
posiciones citadas, Marx y Engels tienen la misma conciencia respecto a la
gravedad del problema ecológico y de las medidas prácticas para su solución.
Como materialistas parten del hecho de que el Ser social, en el que viven los
humanos, está incrustado en el Ser universal de la naturaleza; cuya existencia
les está encomendada conservar, so pena de su propio hundimiento. “Desde el
punto de vista de una formación económico-social superior”, advierte Marx, “la
propiedad privada del planeta en manos de individuos aislados parecerá tan
absurda como la propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre. Ni
siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas las sociedades
contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Sólo son sus
poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres
familias, a las generaciones venideras”(50).
IV
Teniendo en cuenta el estado de
la problemática, radicalmente modificada desde la redacción del libro, al autor
le parece conveniente reflexionar nuevamente alrededor del enfoque filosófico,
que sirvió de base a su exposición del concepto de naturaleza en Marx en ese
entonces. La tesis de doctorado estaba comprometida con el espíritu de la
antigua Escuela de Frankfurt, en la medida en que tendía a hacer valer
íntegramente (en contraposición a los objetivismos inmediatos de la ideología
stalinista) la herencia idealista-alemana en Marx. El autor intentaba por ello
evidenciar el materialismo “práctico-crítico” de las Tesis sobre Feuerbach y de
Ia Ideología alemana (51), también en la obras económicas –consultadas
expresamente. De allí la tendencia del escrito a discutir la relación humana
con la naturaleza y con el mundo, casi sin excepción, desde la perspectiva del
esquema sujeto-objeto de una teoría del conocimiento y del trabajo (52). De ahí
resulta una asimetría –que se hace patente sobre todo hoy en día. Aunque la
otra parte de la comprensión marxiana de la realidad, que es igualmente
justificada, se tematiza (53), sin embargo su peso objetivo no se acentúa
debidamente. No obstante que sigue siendo verdad que el “mundo sensible [...]
no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a
sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido
de que es un producto histórico”(54), queda al mismo tiempo bien fundado,
viceversa, el concebir el “desarrollo de la formación económico-social” como un
“proceso de historia natural”(55).
El hecho de que, en el sentido
del Capítulo II, toda “mediación social de la naturaleza” presupone “la
mediación natural en la sociedad” es tal vez apenas hoy expresable con plena
conciencia de las implicaciones. A “cada paso”, dice Engels en la Dialéctica de
la naturaleza, “todo nos recuerda [...] que el hombre no domina, ni mucho
menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo
extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que
formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que
nos hallamos dentro de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza
[...] consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber
aplicarlas acertadamente”(56). Por eso hay que cuidarnos de la ilusión de que
la humanidad se elevaría en el socialismo de manera soberana sobre la
naturaleza. Su dominio, por grande que sea, observa Max Adler, no elimina “la
dependencia de los fenómenos sociales respecto de la naturaleza”(57),
simplemente varía la forma de imponerse. Ciertamente se “mueve” la “influencia
de la naturaleza” en el transcurso de la historia. “Pero esta modificación no
significa un acabarse, ni siquiera una disminución de la dependencia del hombre
con respecto a los factores naturales. Al contrario, precisamente Marx ha
señalado que con el desarrollo progresivo del dominio de las fuerzas de la
naturaleza crece, en cierto modo, la amplitud del contacto del hombre con la naturaleza,
y él mismo, en su dominio sobre la naturaleza, termina dependiendo más de ella”(58).
Sin embargo, el ser humano logró
imprimir su marca en la tierra. Marx se sabe a la altura del progreso de la
historia mundial cuando observa, en la Crítica del programa de Gotha, que el
trabajo sólo llega a ser “fuente de riqueza” en cuanto “el hombre se sitúa de
antemano como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los
medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya”(59). Conforme a ello,
en el tomo III de El Capital, figura la tierra “como campo originario de
ocupación del trabajo, como reino de las fuerzas naturales, como arsenal
preexistente de todos los objetos de trabajo”(60). La naturaleza aparece en
Marx siempre en el horizonte de formas históricamente cambiantes de su
apropiación social (61). Sobre su propia modalidad solamente se hace constar
que, como “sustrato material” de valores de uso, su “existencia (no) se debe
[...] al concurso humano”(62). Este estado de cosas –interpretado en el
presente libro de una maneramaterialista– no puede, sin embargo, cambiar nada
del antropocentrismo inherente a la concepción marxiana de la naturaleza, en la
que se refleja el papel del sujeto moderno, transformador del mundo (63).
En la medida en que el autor
destacó la función “constitutiva del mundo” de la praxis histórica, esperaba
corresponder con ello a la autocomprensión de Marx. Esto último, por cierto, se
ha mostrado mientras tanto como poco consistente. Esto aplica sobre todo para
la referencia de la realidad “práctica” en el pensamiento de Marx, la cual se
expone en losManuscritos económico-filosóficos de manera diferente que en la
Crítica del programa de Gotha, en donde se congela como un apriori histórico de
la apropiación ilimitada de la naturaleza.
Al igual que en el Postscriptum
de 1971, también aquí hay que recordar, por lo menos, a Feuerbach, a quien Marx
y Engels pasaron por alto demasiado apresuradamente (64). Lo que ellos
objetaban como deficiencia de su “materialismo contemplativo”(65): el que no
toca el Ser de las cosas, se vuelve a descubrir hoy por hoy como una
posibilidad de un acceso sin barreras a la naturaleza. Feuerbach confronta en
La Esencia del cristianismo la conciencia moderna con la ingenuidad grandiosa
de los griegos, cuya relación con el mundo es simultáneamente teórica y
estética; “pues la percepción teórica es, originariamente, la estética, y la
estética es la primera filosofía”(66). Para los antiguos, “el concepto del
mundo [...] es el concepto del cosmos, de la gloria, de la divinidad misma”(67).
Ser humano y mundo se encuentran en armonía. Dice Feuerbach: “Para quien la
naturaleza es un ser bello, le parece el objeto de sí mismo, y para él tiene la
causa de su existencia en sí misma”; el asienta como “causa de la naturaleza,
una fuerza [que] [...] actúa en su percepción sensitiva”(68). El ser humano de
este nivel da libre vuelo solamente a su fantasía. Feuerbach acentúa: “Al
satisfacerse, deja aquí, a la vez, la naturaleza en paz, [...] monta sus
cosmogonías poéticas, sólo de elementos naturales”(69). Por el contrario, en
cuanto, como en la modernidad, el ser humano contempla el mundo desde el “punto
de vista práctico”, hasta elevarlo a un punto de vista teórico, “allí, éste
vive en discordia con la naturaleza, convertiéndola en la más humilde sierva de
sus intereses egoísticos, de su egoísmo práctico”(70).
Claro está que el recurso de Feuerbach
a la concepción del mundo pretécnica-mítica de los griegos no es un mero
destello de nostalgias románticas. Feuerbach evoca la posibilidad,
obstaculizada ya en su tiempo múltiples veces, de experimentar a la naturaleza,
no sólo como objeto de la ciencia o materia prima, sino “estéticamente” en el
sentido sensorial-receptivo y artístico. La praxis que apropia debería de
otorgar expresión y habla a las cosas. Pero para eso hace falta contar con un
principio filosófico, que esté por encima de la separación de ser humano y
naturaleza, fijada en el esquema sujeto-objeto del proceso de trabajo y del
proceso de conocimiento. Habría que partir de la totalidad natural [Naturganze]
(y el origen natural del ser humano [Naturentsprungenheit des Menschen]). Justamente
en ello estriba según Marx “el pensamiento de juventud sincero”(71) de
Schelling. En elPrimer esbozo de un sistema de filosofía natural, de 1799, se
reconoce a la naturaleza “realidad absoluta”: “autonomía” y “autarquía”. La
naturaleza, dice Schelling, es “un Todo organizado de sí mismo y organizándose
a sí mismo”(72).
Heurísticamente es utilizable
también la tesis de Engels de la naturaleza como “conjunto integral”(73), como
sistema ricamente subdividido en sí, de interacciones recíprocas universales.
Dentro de este sistema que se presenta en autoconstitución [Selbstgegebenheit]
originaria, el intercambio de ser humano y naturaleza mediado por la producción
material, constituye solamente una de las innumerables interacciones. Así, el
hasta hoy vigente modo de pensar orientado a la praxis e historia humanas no se
anula pero sí se relativiza. El materialismo histórico-dialéctico se amplia al
“materialismo ecológico”(74); éste capta que la dialéctica de fuerzas
productivas y relaciones de producción está envuelta y sustentada por una
dialéctica elemental de tierra y ser humano, las ahistóricas condiciones
previas de toda historia. Con ello se comprueba la idea de que el mundo
constituye una unidad material. Mucho se ganaría si la humanidad, renunciando a
un crecimiento ilimitado, pudiera prepararse para vivir venideramente en mejor
armonía con el sistema de la naturaleza (75).
Frankfurt am Main, inicio de
abril 1993
(*)Utopía y Praxis
Latinoamericana, vol. 18, núm. 61, abril-junio, 2013, pp. 11-23 Universidad del
Zulia Maracaibo, Venezuela
1 Prólogo a El concepto de
naturaleza en Marx (1993). Original:
SCHMIDT, A (1993). “Vorwort zur Neuauflage 1993. Für einen ökologischen
Materialismus.” In: A. Schmidt (1993). Der Begriff der Natur in der Lehre von
Marx. 4ª ed., revisada y ampliada, con un nuevo prólogo de Alfred Schmidt.
Hamburg: Europäische Verlagsanstalt211 pp.pp.I-XVII.Versión en español del
libro:SCHMIDT,A (1976).El concepto de naturaleza en Marx. Trad. de Julia M.T.
Ferrari de Prieto y Eduardo Prieto. México, DF/Madrid, Siglo XXI ed. en
coedición con Siglo XXI de España, Col. Biblioteca del pensamiento socialista.
244 pp. [4ª ed.: 1983. Reimpresión: Siglo XXI de España, Madrid, 2011;
reimpresión: Siglo XXI, México, 2012. El libro es, en su primera versión, la
tesis doctoral de A. Schmidt]. Las Notas con asteriscos y las observaciones
entre corchetes son del traductor Stefan Gandler. Gracias a Marco Aurelio
García Barrios por su ayuda para la elaboración de esta versión en español y la
búsqueda de las traducciones de las citas de Marx. Igualmente gracias a
Lissette Silva Lazcano por su ayuda en la revisión final de la traducción.
2 BENJAMÍN, W (2000). Tesis sobre
la historia y otros fragmentos. Trad. Cast. de Bolívar Echeverría. México, DF,
Itaca/UACM, p. 70.
3 HORKHEIMER, M & ADORNO, Th
(1994). Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos. Introd. y trad.
de Juan José Sánchez. Madrid, Ed. Trotta.
4 El “Postscriptum 1971” no está
incluido en las ediciones en español del libro de Alfred Schmidt.
5 Véase sobre ello: FESTSCHER, I (1985).
Überlebensbedingungen der Menschheit. Ist der Fortschritt noch zu retten? München
(2ª ed.), p. 110. Versión española: FESTSCHER, I (1988). Condiciones de
supervivencia de la humanidad. Barcelona, Ed. Alfa (1ª ed.), 242 pp. Col.
Estudios alemanes.
6 Véase: SCHMIDT, A (1975).
Feuerbach o la sensualidad emancipada. Versión española de Julio Carabaña.
Madrid,Taurus. 238 p., pp. 31 ss.
7 HAECKEL, E (1887).Morfologia
general de los organismos. Trad. Salvador Sampere y Miquel. Barcelona, B.
Barrera.
8 ENGELS, F (1973). "Carta a
Karl Marx, 15 de diciembre de 1882". In: MARX, K & ENGELS, F (1973).
Obras escogidas, tomo VIII. Buenos Aires, Ed. Ciencias del hombre, p. 329
(cursivas de Engels).
9 MARX, K (1976). “Futuros
resultados de la dominación británica en la India”, In:New York Daily Tribune,
nº 3840 del 8 de agosto de 1853. Reproducido en: MARX, K & ENGELS, F
(1976). Obras Escogidas. tomo I, Moscú, Ed. Progreso, p. 512.
10 MARX, K & ENGELS, F
(1994). “Manifiesto del Partido Comunista”, In: MARX, K (1994). La cuestión
judía y otros escritos. Selección e introducción de José Manuel Bermudo.
Barcelona/ México, DF, Ed. Planeta, p. 252.
11 Ibíd.
12 MARX, K (1971). Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política. (Grundrisse) 1857-1858.
Trad. Pedro Scaron, ed. a cargo de José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron, 3
tomos, México, Siglo XXI, tomo I, p. 362.
13 Ibídem.
14 MARX, K (1986). El Capital.
Trad. Cast., de León Mames, ed. a cargo de Pedro Scaron, Tomo III, vol. 8, (4ª
ed.), México, Siglo XXI Ed., p. 1044.
15 Véase: FESTSCHER, I (1985). Op. cit., pp.
120-121.
16 MARX, K (1971). Op. cit., p. 448.
17 Ibíd., pp. 447-448.
18 Ibíd., p. 448.
19 Ibíd., p. 89.
20 Ibídem.
21 Ibídem.
22 Ibídem.
23 Ibídem.
24 Ibíd., p. 90.
25 Ibíd., p. 267, véase también
p. 479. Cf. en lo que concierne a la necesidad histórica del “paso” de la
humanidad por el modo de producción capitalista, también a FESTSCHER, I (1985).
Op. cit., p. 115 ss.
26 MARX, K (1971). Op. cit., p.
90.
27 Ibíd., p. 267.
28 MARX, K (1994). “La cuestión
judía”. Trad. Cast., de José María Ripalda, In: MARX, K (1994). La cuestión
judía y otros escritos. Selección e introducción de José Manuel Bermudo.
Barcelona, Ed. Planeta, p. 58.
29 MARX, K (1987). El Capital.
Trad. Cast., de León Mames, ed. a cargo de Pedro Scaron, Tomo III, vol. 6,
México, DF, (9ª ed.), Siglo XXI Ed., pp. 333-334.
30 MARX, K (1975). El Capital.
Trad. Cast., de Pedro Scaron, Tomo I, vol. 2, México, D.F., Ed. Siglo XXI, pp.
611-612 (cursivas del autor).
31 Marx se refiere en este
contexto (véase: ibíd., p. 612) a Justus von Liebig, cuyo libro Die Chemie in
ihrer Anwendung auf Agrikultur und Physiologie [La química en su aplicación a
agricultura y fisiología] (7ª ed, 1862) pondera por haber analizado “desde el
punto de vista de las ciencias naturales el aspecto negativo de la agricultura
moderna”. Véase para ello también: FESTSCHER, I (1985). Op. cit., p. 137.
32 MARX, K (1975). El Capital.
Tomo I, vol. 2,Op. cit., pp. 612 - 613 (cursivas de Marx). Véase para ello
también las Teorías sobre la plusvalía, donde se dice lapidariamente: “En la
producción de la riqueza, sólo se da anticipación del futuro –anticipación
real– en lo que se refiere al obrero y a la tierra. En ambos [casos] es posible
anticipar realmente el futuro y asolarlo intensificando prematuramente el
esfuerzo hasta el agotamiento, rompiendo el equilibrio entre lo que se da y lo
que se recibe. Ambas cosas ocurren en la producción capitalista” (MARX, K
(1989). “Teorías sobre la plusvalía III”. Tomo IV de El Capital, trad. de
Wenceslao Roces: Tomo 14 de MARX, K & ENGELS, F (1989). Obras
Fundamentales, México, DF, Fondo de Cultura Económica, p. 274 [Los corchetes
dentro de la cita son de Wenceslao Roces]).
33 MARX, K (1975). El Capital.
Tomo I, vol 2, p. 612.
34 MARX, K (1989). “Teorías sobre
la plusvalía III”, Op. cit., p. 267. [Los corchetes son de Wenceslao Roces.
Corregimos la errata que cambió “producción capitalista” en “población
capitalista”.]
35 MARX, K (1986). “Carta a
Engels del 25 de marzo de 1868”, In: ENGELS, F (1986). Obras filosóficas. Trad.
Cast., de Wenceslao Roces (tomo 18 de MARX, K & ENGELS, F (1986). Obras
fundamentales). México, DF, Fondo de Cultura Económica, pp. 681-682. [La
palabra alemana “Steppenbildung”, que significa “formación de estepas” está
traducida erróneamente por Wenceslao Roces como “cultivo estepario”. La
penúltima frase de la cita está incompleta, en su traducción, por ello la
tradujimos de nuevo.]
36 MARX, K (1985). El Capital.
Tomo II, vol. 4, Trad. Cast., de Pedro Scaron, ed. a cargo de Pedro Scaron,
México, DF, (10ª ed.), Siglo XXI Ed., p. 296. –Marx comenta aquí: Friedrich
Kirchhof, Handbuch der landwirtschaftlichen Betriebslehre, Dessau, 1852, p. 58.
37 MARX, K (1985). El Capital,
tomo II, vol. 4, Op. cit., p. 296.
38 ENGELS, F (1986). “La
subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (“Anti-Dühring”), Op. cit.,
p. 259.
39 Ibídem. [Cambiamos aquí la
traducción de Wenceslao Roces, quien formuló “círculo vicioso” para traducir
“fehlerhafter Kreislauf”; con esta traducción se pierde la idea de un ciclo
natural o biológico que hay sin duda en la palabra alemana “Kreislauf”.]
40 Ibídem. [W. Roces traduce
“Elemente der Produktion” solamente como “elementos”.]
41 Ibíd., p. 260.
42 ENGELS, F (1986). “Dialéctica
de la naturaleza”, Op. cit., p. 422.
43 Ibíd., p. 421.
44 Ibíd., p. 420, véase para ello
también p. 422.
45 Ibíd., véase para ello
también: ENGELS, F (1986).”La subversión de la ciencia por el señor Eugen
Dühring (“Anti-Dühring”)”, Op. cit., p. 260.
46 ENGELS, F (1986). “Dialéctica
de la naturaleza”, Op. cit., p. 420.
47 Ibíd., p. 421. Con respecto a
la posibilidad, examinada por Engels, de controlar completamente en un futuro
también la dominación de la naturaleza, marxistas posteriores, como Max Adler,
se han expresado con razón escepticamente. Adler previene de “caer en la
glorificación habitual e inconsiderada del progreso técnico, como lo ama el
mundo burgués para su elogio y justificación”. Queda por contemplar “que no
solamente sigue siempre existiendo la posibilidad de una penetración de la
naturaleza no dominada en el sistema de los efectos regulados e intencionados
de la naturaleza, sino que ahí donde tiene éxito [la penetración] provoca,
precisamente por la dominación de la naturaleza más grande, pero
momentáneamente quebrada, unas consecuencias considerablemente más grandes, y
aún a veces catastróficas.” (ADLER,
M (1964). Natur und Gesellschaft. Soziologie des Marxismus 2, Wien, 1964, p. 81
y 83).
48 ENGELS, F (1986). “Dialéctica
de la naturaleza”, Op. cit., p. p. 421.
49 Ibídem.
50 MARX, K (1986). El Capital,
tomo III, vol. 8, Op. cit., p. 987.
51 MARX, K (1994). Tesis sobre Feuerbach. Trad.
Cast., de Wenceslao Roces, In: MARX, K (1994). La cuestión judía y otros
escritos. Selección e introducción de José Manuel Bermudo. Barcelona, Ed.
Planeta, pp. 225-232; y MARX, K & ENGELS, F (1987). La ideología alemana.
Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes
Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en sus diferentes
profetas. Trad. Cast., de Wenceslao Roces, México, DF, Ed. Grijalbo, Col.
Ciencias Económicas y Sociales, pp. 46 ss.
52 Véase para ello sobre todo el
capítulo III, párrafo C): Constitución del mundo y praxis histórica. –En su
artículo Praxis (1973) el autor desarrolló más de cerca el modo “praxeológico
[praxeologisch]” de comprender las cosas (In: SCHMIDT, A (1981). Kritische
Theorie. Humanismus. Aufklärung, Stuttgart).
53 Más explícitamente aún en el
párrafo B) del capítulo II, en donde discute el autor el “intercambio orgánico
entre hombre y naturaleza” y con ello habla también de su conexión con las
interacciones complejas del todo natural [Naturganzes].
54 MARX, K & ENGELS, F (1987). Op. cit., p.
47.
55 MARX, K ( 1975). El capital, tomo I, vol. I,
Op.. cit., p. 8.
56 ENGESL, F (1986). “Dialéctica
de la naturaleza”, Op. cit., p. 420.
57 ADLER, M (1964). Op. cit., p. 84.
58 Ibíd., pp. 83-84.
59 MARX, K ( s/f). “Glosas marginales al
programa del partido obrero alemán”, In: MARX, K & ENGELS, F (s/f).Obras
escogidas. 2 tomos, Moscú, Ed. Progreso pp. 10-29, aquí: p. 10. (Cursivas del
autor).
60 MARX, K (1986). El Capital,
tomo III, vol. 8, Op. cit., pp. 1050-1051.
61 Martin Heidegger ha
interpretado el materialismo marxiano en su “Carta sobre el humanismo” como
expresión de una experiencia de la historia mundial y la ha defendido en contra
de “refutaciones baratas”. “La esencia del materialismo” acentúa Heidegger, “no
consiste en la afirmación que todo sea meramente materia, más bien en una
determinación metafísica según la cual todo lo existente aparece como material
del trabajo. La esencia moderna-metafísica del trabajo está prefigurado en la
Fenomenología del Espíritu de Hegel como proceso autorregulado de la producción
absoluta, esto es objetivación de lo real por el hombre, experimentado como
sujetividad. La esencia del materialismo se esconde en la esencia de la
técnica.” (HEIDEGGER, M
(1954). Platons Lehre von der Wahrheit. Mit einem Brief über den “Humanismus”,
Bern, (2ª ed.), pp. 87-88. Versión española: Martin Heidegger, Carta
sobre el humanismo. Madrid, 1970: Taurus (3ª ed.).
62 MARX, K ( 1975). El Capital,
tomo I, vol 1, Op. cit., p. 53; véase también p. 209.
63 Cf. SCHMIDT, A (1982). “Humanismus als
Naturbeherrschung”, In: ZIMMERMANN, J ed (1982). Das Naturbild des
Menschen, München, pp. 301 ss.
64 SCHMIDT, A ( 1975). Op. cit., pp. 42 ss.
65 MARX, K ( 1994). Op. cit., p. 231.
66 FEUERBACH, LA (1971). La esencia del
cristianismo. Crítica filosófica de la religión. México, DF, J. Pablos, 287 p.,
p. 114.
67 Ibídem. [en la traducción al
español falta “del cosmos”].
68 Ibídem., [cursivas según el
texto original de Feuerbach en alemán].
69 Ibid., p. 115 [cursivas según
el texto original de Feuerbach en alemán].
70 Ibídem., [cursivas según el
texto original de Feuerbach en alemán].
71 Carta de Marx a Feuerbach del
3 de octubre de 1843, In: MARX, K & ENGELS, F (1963).Werke, tomo 27,
Berlín, p. 420.
72 SCHELLING, F (1927).Werke, ed. de Manfred
Schröter, zweiter Hauptband [segundo tomo principal], München, p. 17.
73 ENGESL, F (1986). “Dialéctica
de la naturaleza,” Op. cit., p. 287. [W. Roces traduce “Gesamtzusammenhang”
como “concatenación total”.]
74 Este concepto fue introducido
por el libro de AMERY, C (1976).Natur als Politik. Die ökologische Chance des
Menschen [La Naturaleza como política. La oportunidad ecológica del ser
humano], Reinbeck bei Hamburg, a la discusión científi- ca y política (cf. p.
17 ss.). –El materialismo marxista, declara Amery, es inconsecuente, en que se
ha orientado en las “directrices de la economía [Leitvorstellungen der
Ökonomie]”, las cuales hay que subordinar “teórica y prácticamente” a las
“directrices de la ecología [Leitvorstellungen der Ökologie]” (p. 184). –De
ello se infiere que Amery recomienda, con respecto a las esperanzas utópicas
del marxismo tradicional, importantes reducciones. Amery formula la
“perspectiva del materialismo consecuente” de la siguiente manera:
“Reconciliación con la tierra: esto es la necesidad a partir de la cual se
origina y actúa el materialismo consecuente. Ni fin de la enajenación, ni
abundancia de los bienes para el hombre puede ser su meta, sino primero y sobre
todo un orden futuro cual se desprende del respecto ante toda materia, también
la no-humana. Por cierto, siempre es válida la frase Marxiana que la naturaleza
le está mediada al hombre y también la influencia del hombre sobre la
naturaleza (el conocido ‘metabolismo’) se realiza de manera social. Pero ello
todavía no expresa nada sobre las tareas que se propone la sociedad como
intermediadora” (p. 166).
75 Literatura adicional referida
al final del texto de Schmit: Adler, Max: Natur und Gesellschaft. Soziologie
des Marxismus, vol. 2, Wien; Ed. Europa, 1964. Amery, Carl: Natur als Politik. Die ökologische Chance des Menschen,
Reinbeck bei Hamburg, Rowohlt, 1976. Fetscher, Iring: Überlebensbedingungen der
Menschheit. Ist der Fortschritt noch zu retten? 2a ed. München, 1985.
[Existe un corto artículo de Fetscher sobre este temática en español:
“Condiciones para la supervivencia de la humanidad. Sobre la dialéctica del
progreso.”Cuadernos americanos, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, DF, vol. 225, núm. 4, julio-agosto 1979, pp. 71-81]. Fraas, Carl: Klima und Pflanzenwelt in der
Zeit, ein Beitrag zur Geschichte beider, Landshut, 1847. Harich,
Wolfgang: ¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el club de Roma. Trad. Gustau
Muñoz y Antoni Domènech. Barcelona, 1978: Materiales. Holz, Hans Heinz:
“Grundsätzliches zu Naturverhältnis und Ökologischer Krise. “ In: »... einen großen Hebel der Geschichte.«Zum
100. Todestag von Karl Marx: Aktualität und Wirkung seines Werks. Institut für
Marxistische Studien und Forschungen, Frankfurt am Main, 1983. Holz, Hans
Heinz: “Historischer Materialismus und Ökologische Krise.” In: Dialektik, núm.
9, Ökologie – Naturaneignung und Naturtheorie, Köln, 1984. Leiss, William: The
Domination of Nature, Boston, 1972: Beacon Press. Liebknecht, Karl: Studien
über die Bewegungsgesetze der gesellschaftlichen Entwicklung. Ed. por Ossip K.
Flechtheim, Hamburg, 1974 (original: München, 1922). Marcuse, Herbert:
Un ensayo sobre la liberación. México, DF, 1969: J. Mortiz. Marcuse, Herbert:
Contrarrevolución y revuelta. México, DF, 1973: J. Mortiz. “Materialismus und
Subjektivität. Aspekte ihrs
Verhältnisses in der gegenwärtigen Diskussion. Ein Gespräch zwischen Alfred
Schmidt und Bernard Görling.” Bernard Görling, Alfred Lorenzer, Alfred Schmidt:
Der Stachel Freud. Beiträge und Dokumente zur Kulturismus-Kritik, Frankfurt am
Main, 1980. Parsons, Howard: Marx and Engels on Ecology. Westport, Conn., 1977.
Schmidt, Alfred: Feuerbach o la sensualidad emancipada. Trad. Julio Carabana,
Madrid, 1975: Taurus. Schmidt, Alfred: “Humanismus als Naturbeherrschung.” In:
Jörg Zimmermann (ed.),Das Naturbild des Menschen; München, 1982. Schmidt, Alfred:
“Praxis.” In: Alfred Schmidt, Kritische Theorie, Humanismus, Aufklärung,
Stuttgart, 1981. Woltmann, Ludwig, Der historische Materialismus,
Düsseldorf, 1900.
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