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Mariátegui: un marxista nietzscheano
Por : Alfonso Ibáñez (*)
En la conmemoración de la muerte de Nietzsche, ocurrida hace un siglo,
conviene tener muy en cuenta su recepción entre nosotros. Es el caso de José
Carlos Mariátegui, quien desde posiciones que se podrían ver como antagónicas a
las del pensador alemán, hace una asimilación original de motivos nietzscheanos
dentro de su concepción revolucionaria. A tal punto que se podría decir que su
“marxismo nietzscheano” es el que le posibilita la elaboración del proyecto de
un “socialismo indoamericano”. ¿De la confrontación con la “filosofía del
martillo” surgirán nuevas propuestas alternativas en el milenio que
inauguramos?
Al evocar la figura de Nietzsche, en tanto que pensador intempestivo, con frecuencia irrumpe una duda y hasta un dilema: ¿La filosofía de Nietzsche es liberadora u opresora, es fundamentalmente destructiva o constructiva, está bá- sicamente puesta al servicio de un no o de un sí a la vida? La interrogación permanece abierta y según la respuesta que le demos se juega, muy probablemente, nuestra manera de leer y practicar a Nietzsche. Pues todos recordamos que su nombre aparece asociado a la interpretación nazi y antisemita, que nutrió ideológicamente al totalitarismo político de Hitler. Sin embargo, tal no es la única manera de entender su mensaje e, incluso, se puede sostener que proviene de un radical malentendido. Esto es lo que hace Georges Morel cuando cita cartas de Nietzsche a su hermana, de 1887 y 1888, donde ya manifestaba su neta oposición a las hojas antisemitas que usaban el nombre de Zaratustra (Morel, 1970:193). Lo cierto es que a comienzos del siglo XX, el pensamiento nietzscheano alimentó también a la intelectualidad contestataria, y fue bien recibido por anarquistas y socialistas de la época. Es el caso de José Carlos Mariátegui, quien ha sido considerado con razón como el primer o más conspicuo marxista de Latinoamérica (Melis, 1971). Al respecto resultan muy sugerentes las apreciaciones que hace Ofelia Schutte en su trabajo sobre “Nietzsche, Mariátegui y el Socialismo”(Schutte, 1992).
¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de donde venís, sino el lugar a donde vais!... El país de vuestros hijos es el que debéis amar: sea ese amor vuestra nobleza, — ¡el país no descubierto, situado en el mar más remoto!
¡A vuestras velas ordeno que partan una y otra vez en su busca!
Así habló Zaratustra
Al evocar la figura de Nietzsche, en tanto que pensador intempestivo, con frecuencia irrumpe una duda y hasta un dilema: ¿La filosofía de Nietzsche es liberadora u opresora, es fundamentalmente destructiva o constructiva, está bá- sicamente puesta al servicio de un no o de un sí a la vida? La interrogación permanece abierta y según la respuesta que le demos se juega, muy probablemente, nuestra manera de leer y practicar a Nietzsche. Pues todos recordamos que su nombre aparece asociado a la interpretación nazi y antisemita, que nutrió ideológicamente al totalitarismo político de Hitler. Sin embargo, tal no es la única manera de entender su mensaje e, incluso, se puede sostener que proviene de un radical malentendido. Esto es lo que hace Georges Morel cuando cita cartas de Nietzsche a su hermana, de 1887 y 1888, donde ya manifestaba su neta oposición a las hojas antisemitas que usaban el nombre de Zaratustra (Morel, 1970:193). Lo cierto es que a comienzos del siglo XX, el pensamiento nietzscheano alimentó también a la intelectualidad contestataria, y fue bien recibido por anarquistas y socialistas de la época. Es el caso de José Carlos Mariátegui, quien ha sido considerado con razón como el primer o más conspicuo marxista de Latinoamérica (Melis, 1971). Al respecto resultan muy sugerentes las apreciaciones que hace Ofelia Schutte en su trabajo sobre “Nietzsche, Mariátegui y el Socialismo”(Schutte, 1992).
Un hombre nómada
Mariátegui, el Amauta peruano,
llamado así desde el lanzamiento de su prestigiosa revista del mismo nombre,
fue un extraordinario autodidacta. Educado en y por la pobreza, tuvo que
trabajar desde temprana edad en el periodismo, donde supo formarse una
personalidad propia al calor de las luchas populares de 1918-1919. Identificado
como opositor del régimen de Leguía, se vio obligado a aceptar una beca como
“propagandista nacional” en el extranjero. Así es como prosigue su aprendizaje
en la escuela de la vida, viajando por diversos países durante su estadía
europea. Reside sobre todo en Italia donde, según sus palabras: “desposó una
mujer y algunas ideas”. En su experiencia europea, fue testigo ocular de la
crisis de la civilización industrial capitalista, provocada por la Primera
Guerra Mundial, el triunfo de la Revolución de Octubre y el ascenso del
movimiento obrero y popular de la posguerra. Así es como decide enrolarse en
las filas de los que luchan por la construcción de un mundo nuevo, regresando
al Perú, en 1923, como “marxista convicto y confeso”, con la intención de
contribuir a la creación del movimiento socialista peruano (Ibáñez,
1978:26-34).
Aquí ya nos topamos con un rasgo
típico de su temperamento, que lo pone en sintonía vital con el trotamundos que
fue Nietszche tanto en lo geográfico como en lo mental. Lejos de cualquier
instalación acomodaticia, que para Mariátegui caracteriza a la visión burguesa
del mundo, él está siempre en movimiento, como un aventurero lanzado a la
búsqueda de lo novedoso y desconocido, siempre dispuesto a intentar la creación
de nuevos mundos. De ahí la admiración que sentía por la figura histórica de
Cristóbal Colón, el descubridor de nuevas tierras y continentes, y que
Nietzsche también compartía. Así es como en una entrevista que luego aparecerá
en La novela y la vida, donde le
preguntaron por su afición predilecta, respondió: “Viajar. Soy un hombre
orgánicamente nómada, curioso e inquieto”(Mariátegui, 1974:141). Pese a lo
delicado de su salud, y a que tuvo que permanecer inmovilizado en una silla de
ruedas justo en el momento más intenso y productivo de su vida, nunca perdió su
espíritu nómada y su ánimo emprendedor de nuevas aventuras. Pues como decía
Nietzsche en Humano, demasiado humano:
Aquel que ha llegado, aunque sea
solamente en cierta medida, a la libertad de la razón, no puede sentirse en la
tierra sino viajero(Nietzsche, 1974:639).(1)
Pero tal vez lo más impresionante
de este hombre libre sea su capacidad de transitar por diversos mundos y
establecer relaciones, a veces un tanto insólitas, con tal de que refuercen su
concepción revolucionaria de las cosas. Así es como en Europa descubre el mundo
caótico del que provenía y se asigna una misión histórica precisa, articulando
para ello el socialismo moderno con la tradición andina, el problema mundial
con la cuestión nacional y el marxismo con el indigenismo. Si bien se reconoce
como un “hombre con una filiación y una fe”, no por ello deja de asimilar,
críticamente, las más variadas corrientes y adquisiciones del pensamiento y la
cultura contemporáneos. Motivo por el cual, exagerando un poco, Juan Carlos
Valdivia-Cano ha podido expresar que:
En rigor, Mariátegui no es un
autor, sino un evento, una totalidad abierta sin estructuras determinantes...
un ‘punto de indeterminación’ por donde todas las líneas y signos de una época
pasan, juegan, palpitan, se fugan, retornan, devienen(Valdivia-Cano, 1985:59).
Muy distante de cualquier
ortodoxia dogmática, Mariátegui se deja influenciar por Marx, Croce o Sorel,
por ejemplo, pero también por pensadores como Unamuno, Bergson o Freud. Y, en
el caso que nos concierne ahora, por la filosofía de Nietzsche, en su empeño
por construir un “socialismo indoamericano”.
Una visión combativa de la
vida
En su libro El alma matinal, que no llegó a publicar en vida pero dejó listo
para la imprenta, Mariátegui se ocupa de la crisis mundial de la civilización
capitalista. Ahí se muestra muy atento a la quiebra material que implicaban los
problemas socioeconómicos y políticos. Señala que la guerra mundial ha
fracturado también al Occidente en su mentalidad y en su espíritu, lo cual
considera un asunto mucho más grave. Ya que si los políticos tal vez encuentren
una fórmula para resolver la primera fractura, en su opinión no sucederá así
con la segunda. Por ello estima que el conflicto central reside en la oposición
de dos concepciones de la vida, una pre-bélica y la otra post-bélica. En los
tiempos de paz la humanidad vivía en la “ilusión del progreso”, confiada en los
adelantos de la razón y la ciencia. Pero con la violencia de la guerra, las
energías románticas del hombre occidental renacieron tempestuosas y
prepotentes. Por ello se refiere a la frase de Luis Bello cuando anota que
“conviene corregir a Descartes: combato, luego existo”. Y recordando su
experiencia italiana, donde presenció el ascenso del fascismo, cita al mismo
Mussolini hablando del filósofo alemán que decía “vive peligrosamente”. Si la
vieja burguesía aspira a la normalización y anhela vivir dulce y
parlamentariamente, Mariátegui concluye que la normalización sería la vuelta a
la vida tranquila y el sepelio de todo heroísmo. A lo cual agrega:
Los revolucionarios, como los
fascistas, se proponen por su parte, vivir peligrosamente. En los
revolucionarios, como en los fascistas, se advierte análogo impulso romántico,
análogo humor quijotesco (Mariátegui, 1972:17-19).
Pues seguramente él se había
confrontado con textos como este:
¡Creedme! El secreto para
cosechar la mayor fecundidad y el mayor goce de la existencia es: ¡vivir
peligrosamente!(Nietzsche, 1992:283).
Mariátegui, entonces, se adhiere
a la visión combativa del mundo e inspirándose en La agonía del cristianismo, del maestro de Salamanca, se
autodenomina como un “agonista del socialismo”. No sin dejar de aclarar que
agonía no es sinónimo de muerte, sino que agoniza el que vive luchando contra
la muerte y contra la vida misma. Ello le impulsa a profundizar en la crisis
mundial, para lo cual se sirve de La
decadencia de Occidente de Spengler, pero tiene muy en cuenta el
diagnóstico de Nietzsche sobre el nihilismo de la cultura occidental. Por ello
estima que el racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón y
que la civilización burguesa ha caído en el escepticismo.
Pero el hombre, como la filosofía
lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción
metafísica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la
existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. La historia la hacen
los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza
súper-humana; los demás hombres son el coro anónimo del drama(Mariátegui,
1972:24).
De modo que remitiéndose a la
teoría soreliana de los mitos sociales, aquí aparecen, implícitamente, motivos
nietszcheanos vinculados a una esperanza sobrehumana y a la afirmación de la
vida.
La esperanza más alta
Óptica desde la cual expresa,
interpretando los “signos de los tiempos”, que:
Lo que más neta y claramente
diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el mito. La
burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica,
nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El
proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con
una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado
afirma(Mariátegui, 1972:27).
Concepción peculiar que no ve en
el proletariado a la negatividad dialéctica de la historia, sino una fuerza
afirmativa, con fe activa y creadora. Y al adentrarse en la ilusión de “la
lucha final” señala que es, en efecto, la lucha final de una época y de una
clase, pero que el mesiánico milenio nunca vendrá porque el hombre llega para
partir de nuevo. No puede, sin embargo, prescindir de la creencia de que la
nueva jornada es la jornada definitiva, por lo cual cree en sus verdades
relativas como si fueran absolutas. Aunque sin mencionar a Nietzsche, escribe
que:
El escepticismo se contentaba con
contrastar la irrealidad de las grandes ilusiones humanas. El relativismo no se
conforma con el mismo negativo e infecundo resultado. Empieza por enseñar que
la realidad es una ilusión; pero concluye por reconocer que la ilusión es, a su
vez, una realidad.
De modo que la ilusión de la
lucha final es muy antigua y muy moderna, y reaparece cada cierto tiempo para
renovar a los hombres: “Es el motor de todos los progresos. Es la estrella de
todos los renacimientos” (Mariátegui, 1972:31). Problemática que trae a la
memoria enunciados tan elocuentes de la perspectiva nietzscheana como las
siguientes de El libro del filósofo:
El conocimiento al servicio de la
vida más perfecta. Es preciso querer incluso la ilusión: en esto consiste lo
trágico... Es preciso establecer la proporción: vivimos sólo mediante
ilusiones... Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo
son(Nietzsche, 1974:24,30 y 91).
Mariátegui, en el Perú, también
se dedica a deslindar posiciones entre el “alma crepuscular” y el “alma
matinal”. A distinguir lo viejo, caduco y moribundo, de lo que está en proceso
de germinación y posibilitará la “creación de un Perú nuevo dentro de un mundo
nuevo”. Por ello señala Hugo Neira que Mariátegui:
Es en la cultura peruana y tal
vez latinoamericana, lo que Nietzsche a la conciencia alemana y europea. Es
decir, la fuente crítica, la introducción a las grandes cuestiones, ‘a
martillazos’. No sólo una doctrina, sino una manera de vivir, una
conducta(Neira, 1986:55).
Después de este comentario quizás
resulte menos sorprendente que, en 1928, al momento de presentar su principal
libro, sus Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, ponga como epígrafe en alemán un
aforismo de Nietzsche sacado de El viajero
y su sombra:
Promesa solemne: —Yo no quiero
leer a un autor en quien se advierte que ha querido hacer un libro. Ya no leeré
más que aquellos cuyas ideas se conviertan inopinadamente en un
libro(Nietzsche, 1999:121).
En su famosa “Advertencia” explicita
que está lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu
universitario, pues no es un crítico imparcial y objetivo. Sus juicios se
nutren de sus ideales, sentimientos y pasiones, por lo cual retoma el sentido
de la expresión nietzscheana:
Mi trabajo se desenvuelve según
el querer de Nietzsche que no amaba al autor contraído a la producción
intencional, deliberada de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban
un libro espontánea e inadvertidamente. Muchos proyectos de libro visitan mi
vigilia; pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato
vital me ordene. Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único
proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de
—también conforme a un principio de Nietzsche— meter toda mi sangre en mis
ideas(Mariátegui, 1974:33).
La última frase evoca al
Zaratustra donde se lee que:
De todo lo escrito yo amo sólo
aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás
cuenta de que la sangre es espíritu(Nietzsche, 1972:69)
Por ello, anota Aníbal Quijano
que no es solamente la cuestión de la subjetividad lo que está en juego con
Nietzsche en la reflexión mariateguiana: “Se puede sentir la reverberación
nietzscheana en la tesitura personal mariateguiana sobre la relación entre
ética y conocimiento(Quijano, 1995:44). De manera que Mariátegui solicita que
se aprecie su texto no sólo con criterios marxistas, sino también con criterios
nietzscheanos. Pues justamente se trata de ensayos o intentos de aproximación a
una realidad inagotable, a través de una búsqueda insaciable, susceptible de
ser revisada y continuada incesantemente. Aquí nos encontramos con todo un
estilo del hombre, de un talante que le induce a arriesgarse en la comprensión
de una experiencia rica y compleja, sin pretensión alguna de construir un
sistema o una visión acabada, sino de obtener indicaciones para la acción
creadora dentro de un movimiento permanente de autosuperación. Por ello dice
Francis Guibal que:
Para Mariátegui como para
Nietzsche, ‘los verdaderos filósofos’ no son estos ‘obreros’ demasiado modestos
que se preocupan exclusivamente por analizar ‘lo que es’, sino más bien
aquellos que ‘tienden hacia el porvenir manos creadoras..., que mandan y
legislan’. Dicen: ‘he aquí lo que ha de ser’... Para ellos, conocer es crear,
su creación es una legislación, su voluntad de verdad es una voluntad de
potencia(Guibal, 1995:148-149).
Un marxismo creador
En efecto, Mariátegui piensa que
la capacidad de comprender la historia se identifica con la capacidad de
hacerla o crearla. De modo que su afinidad con Nietzsche no es sólo
psicológica, debido a su lucha contra todas las adversidades de la vida, a su
espíritu siempre polémico con el fin de mantener su autonomía, o a su esfuerzo
constante de autosuperación con el propósito de “realizar su personalidad” o
“cumplir bien su destino”. Esta afinidad tiene mucho que ver con su concepción
de un marxismo antidogmático, crítico y creador. Combatiendo las lecturas
deterministas o positivistas, se acuerda más bien con Croce, en su Defensa del marxismo, para observar que
Marx no tenía por qué fundar más que un método de interpretación histórica de
la sociedad capitalista actual. A lo cual agrega, muy curiosamente, que:
Vana es toda tentativa de
catalogarla como una simple teoría científica, mientras obre en la historia
como evangelio y método de un movimiento de masas... Marx está vivo en la lucha
que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables
muchedumbres, animadas por su doctrina(Mariátegui, 1973:36-37).
De ahí que más que una teoría, el
marxismo signifique una “buena nueva”, un anuncio liberador al interior del
movimiento proletario, en el cual incluye al campesinado indígena. La religión
ha descendido del cielo a la tierra y sus motivos ya no son más divinos sino
humanos, sociales y políticos.
En afinidad con Nietzsche, quien
poseía una visión poética y mística de la vida, Mariátegui declara que “a
medias soy sensual y a medias místico”. Por lo cual efectúa una estetización de
la política y encuentra en el socialismo a la religión de nuestro tiempo.
Rechazando toda posición de un evolucionismo histórico pasivo y resignado, muy
del gusto de los reformistas, él subraya que:
Cada palabra, cada acto del marxismo
tiene un acento de fe, de voluntad, de convicción heroica y creadora, cuyo
impulso sería absurdo buscar en un mediocre y pasivo sentimiento
determinista(Mariátegui, 1973:58).
Precisamente porque se trata de
aspirar a una transformación radical e integral de la sociedad, al nacimiento
de una nueva civilización. Al respecto, indica Ofelia Schutte que:
Para el marxismo nietzscheano, el
espíritu revolucionario del marxismo está basado en la liberación inconsciente
de la energía creadora, la cual es luego expresada en un compromiso consciente
del ideal para una revolución social(Schutte, 1992:89).
Por ello el Amauta dice que es
una incomprensión de la inteligencia burguesa el entretenerse en una crítica
racionalista del método y la técnica socialista, porque:
La fuerza de los revolucionarios
no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una
fuerza religiosa, mística, espiritual”(Mariátegui, 1972:27).
No en vano él había leído en el
Zaratustra que: “El que tuvo que crear, ése tuvo siempre también sus sueños
proféticos y sus signos estelares —¡y creía en la fe!—“(Nietzsche, 1972:179).
Una apuesta ético-política
En esta perspectiva de una
voluntad creadora en la historia, Mariátegui también se ocupa de la función
ética del socialismo que eleva a los trabajadores en lucha, según expresión de
Sorel, a una “moral de productores”. Razón por la cual aclara que:
Los marxistas no creemos que la
empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba
a una amorfa masa de parias y de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores
del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de la
compasión y la envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos
de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una
‘moral de productores’, muy distante y distinta de la ‘moral de esclavos’, de
que oficiosamente se empeñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral,
horrorizados de su materialismo(Mariátegui, 1973:60).
Aquí la alusión es clara al
Nietzsche de la transmutación de los valores, aunque no lo nombre. Pero se
opera una especie de “inversión”, muy significativa, del planteamiento
aristocrático nietzscheano. Pues Mariátegui considera que el proletariado,
lejos de cualquier resentimiento reactivo, es capaz de ser el portador de una
verdadera “moral de señores”, actuando libre y creativamente en la historia.
Añade por ello que:
El proletariado no ingresa en la
historia políticamente sino como clase social; en el instante en que descubre
su misión de edificar, con los elementos allegados por el esfuerzo humano,
moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior (Mariátegui,
1973:61).
De modo que “más allá del bien y
del mal”, el proletariado revolucionario busca algo más que la satisfacción de
sus necesidades materiales: aspira a la grandeza de la vida creadora de
humanidad. Luego la tarea suprema de la revolución social es la de crear un
hombre nuevo, un “hombre matinal”, donde resuenan los ecos de lo que decía
Zaratustra: “Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser
superado”(Nietzsche, 1972:34). Y esta autosuperación individual y colectiva, ha
de ocurrir al interior de las mismas condiciones, en el movimiento de su
transformación integral, sin calco ni copia, sino como “creación heroica”. Por
ello sostiene Mariátegui, en La escena contemporánea, que:
La revolución será para los
pobres no sólo la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza,
del arte, del pensamiento y de todas las complacencias del espíritu (Mariátegui,
1970:158).
Así es como toda su obra, al igual que su existencia entera, constituye una “invitación a la vida heroica” —según el título de un libro que no tuvo el tiempo de escribir— en tensión agónica hacia la búsqueda de auroras remotas y misteriosas.
Viajero siempre listo para partir
sin nostalgia alguna –-señala Guibal—, vigilante alerta jamás cansado para las
exploraciones y descubrimientos, enamorado sobre todo en los amaneceres siempre
nuevos del mundo (Guibal, 1995:168).
(*)Profesor-Investigador del
Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad de
Guadalajara.
1 En todas las menciones a la
obra de Nietzsche, después de los dos puntos se señala el número de párrafo, no
de página. (N. del E.)
Bibliografía
Guibal, Francis, Vigencia de
Mariátegui, Amauta, Lima, 1995.
Ibáñez, Alfonso, Mariátegui:
revolución y utopía, Tarea, Lima, 1978.
Mariátegui, José Carlos, La
escena contemporánea, Amauta, Lima, 1970.
——, El alma matinal, Amauta,
Lima, 1972.
——, Defensa del marxismo, Amauta,
Lima, 1973.
——, La novela y la vida, Amauta,
Lima, 1974.
——, 7 ensayos de interpretación
de la realidad peruana, Amauta, Lima, 1974.
Melis, Antonio, “Mariátegui,
primer marxista de América”, en A. Melis y otros, Mariátegui (Tres estudios),
Amauta, Lima, 1971.
Morel, Georges, Nietzsche, Gènes
d´une oeuvre, AubierMontaigne, París, 1970.
Neira, Hugo, “Los
mariateguismos”, en Socialismo y participación, núm. 23, Lima, 1986.
Nietzsche, Friedrich, Así habló
Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 1972.
——, Humano, demasiado humano,
Editores Mexicanos Unidos, México, DF, 1974.
——, El libro del filósofo,
Taurus, Madrid, 1974.
——, La ciencia jovial, Monte
Ávila, Caracas, 1992.
——, El viajero y su sombra, Edaf,
Madrid, 1999.
Quijano, Aníbal, “El marxismo en
Mariátegui: una propuesta de racionalidad alternativa”, en VV.AA., El marxismo
de José Carlos Mariátegui, Universidad de Lima-Amauta, Lima, 1995.
Schutte, Ofelia, “Nietzsche,
Mariátegui y el Socialismo: ¿Un caso de ‘Marxismo Nietzscheano’ en el Perú?”,
en Anuario Mariateguiano, núm. 4, Amauta, Lima, 1992.
Valdivia-Cano, Juan Carlos,
Mariátegui: perspectiva de la aventura, Macho Cabrío, Arequipa, 1985.
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