De Dilthey y Gadamer:
en torno al problema
epistemológico de la interpretación de textos.
Por: Ernesto
Rocha González
Saber
qué es el conocimiento y cómo es posible ha sido uno de los temas principales
que ha ocupado la atención de los filósofos a lo largo de la historia. Han
existido muchas teorías que tratan de dar cuenta de esta problemática desde
diferentes perspectivas, y cada filosofía implica ya una teoría del
conocimiento, ya sea implícita o explícitamente. Sin embargo, la configuración
de la epistemología como disciplina con un objeto formal claramente
diferenciado, tiene su origen en la época posterior al renacimiento, con sus
múltiples cambios.
A
partir de la revolución científica que se dio en el siglo XVII y que culminó
con los estudios de la física, la química..., los pensadores se comenzaron a
dar cuenta que el conocimiento no era un asunto tan místico como muchos
pensaban. Todo parecía indicar que había un método que podía explicar
fehacientemente los hechos y que estaba más allá de toda duda.
Tratar
de extender estas ideas al campo de las ciencias humanas es lo que llevó a
muchos filósofos a plantear la posibilidad de una metodología para las ciencias
del espíritu. El momento en que los pensadores se apartan de la visión
explicativa de la ciencia para configurar una nueva forma de aproximación a
estos temas, es el que da vida a la formación de la teoría de la interpretación
en las ciencias no puras.
Esta
aproximación tiene una amplia influencia por parte de la hermenéutica, que
hasta ese momento se había entendido principalmente en cuanto a su papel
exégetico en el campo religioso y jurídico. Al entenderse la labor de las
ciencias del espíritu como un quehacer de interpretación, se comienza a
perfilar una nueva forma de hermenéutica, que tiene ya un papel importante en
la epistemología y que terminará en el meollo de los principales problemas
filosóficos.
Este
proceso tuvo su mayor impulso en la obra de Dilthey, quien trató de dar una
sólida base a la labor de las ciencias del espíritu, esperando llegar al grado
de objetividad que habían alcanzado las ciencias naturales. Su empresa fue el
intento más importante de sistematizar el método de estas ciencias desde una
perspectiva interpretativa y sentó las bases para el desarrollo de la
hermenéutica tal y como se ha dado hasta nuestros días.
La
obra de Dilthey fue retomada en cuanto a su intención principalmente por
Gadamer, quien influido por el giro ontológico que dio Heidegger al análisis de
las estructuras fundamentales del ser-ahí, permitió entender al hombre desde
una perspectiva diferente. Es así que Gadamer da todo su sentido e importancia
filosófica a la hermenéutica.
Si
bien los hermeneutas afirman que existe una diferencia cualitativa entre las
ciencias naturales y las ciencias humanas, de la que subyace la necesidad de un
método disímil, también es cierto que la fuente de información de cada una es
distinta. Mientras las ciencias naturales acuden a las cosas del mundo para
observarlas y experimentar, las ciencias humanas tienen como principal fuente
los textos, ya sean estos escritos o en la forma de relatos.
La
intención de este trabajo es analizar la obra de Dilthey y de Gadamer en cuanto
arrojan luz sobre el problema epistemológico de la interpretación de textos, así
como indagar sobre la influencia que ejerció Heidegger en su formación. Se hará
a través del análisis de sus teorías, intentando analizar brevemente en qué
consisten, cuáles son sus principales argumentos y qué se critica de sus
posturas. Finalmente, trataré de formular la problemática última e irresoluta
que considero conforma el campo de la epistemología.
Las
obras de comentaristas y de hermeneutas contemporáneos serán de gran utilidad
para tratar de explicitar de la forma más clara posible en qué consiste el
problema, cómo se llevó a cabo el tránsito de un paradigma de pensamiento a
otro y cómo lo trataron de resolver estos dos autores, lo que también podrá
darnos pie a tratar de analizar las ventajas o desventajas explicativas en
torno a cada una.
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En
la época de Dilthey, las ciencias naturales habían tenido espectaculares
progresos gracias al método empírico y explicativo. Como dice Jean Grondin en
su obra “¿Qué es la hermenéutica?”, estos progresos metodológicos estaban
fundamentados en la filosofía de Kant, que había hecho de esta ciencia el pilar
en el que reposaba la ciencia moderna, la exactitud y el rigor eran valores
fundamentales que hacían tan sólida la investigación científica en ramas como
la física.
Esto
llevaba a pensar que la metodología de las ciencias naturales era el único
canon por el cual debía regirse todo el conocimiento, incluidas las ciencias
del hombre. Esta es la opinión que tenían los positivistas epistemológicos,
tales como Auguste Comte y John Stuart Mill, para quienes lo único que debían
hacer las ciencias del espíritu era asimilar el método explicativo que había
tenido tanto éxito en el estudio de los fenómenos naturales, ateniéndose sólo a
los hechos, con la finalidad de darle un sentido práctico. Esto dejaba fuera la
idea de una escisión real entre los objetos de estudio naturales y humanos. Esta
forma de ver las ciencias humanas es vista por el nuevo giro comprensivo de la
hermenéutica como lo expresa Adorno: “lo universal es hasta tal punto el caso
que no deja lugar para lo que no sea el caso” (1)
La
discusión en torno a la fundamentación de las ciencias del espíritu – la
historia y la filología- se hacía más importante debido a que, a pesar de sus innegables progresos, no daban
la impresión de tener la solidez que las ciencias naturales habían demostrado
que se podía tener. Esto llevó a Dilthey a concebir la idea de un sistema que
funcionara como cimiento de su metodología, al modo en que funcionaba la Crítica
de la Razón Pura como fundamento de las ciencias naturales. Esta empresa fue
pensada por este autor como una Crítica de la Razón Histórica, cuyo principal
objetivo era demostrar que para adquirir un verdadero conocimiento de la realidad humana, no era útil ya el método
explicativo, sino que era menester hacer uso de una nueva forma de acercarse a
la realidad del hombre, a través de un estudio de la forma de pensar y de la
circunstancia vivencial en la que se encontraba el individuo.
Es
así como se perfila un cisma epistemológico que va a caracterizar las
discusiones de aquí en adelante en torno a la dirección que deben tomar las
ciencias humanas; La división es entre el positivismo, que defiende la
metodología científica (explicar) y la hermenéutica, que pretende
un acercamiento al interior de los individuos (comprender). Para la hermenéutica,
la intención de las ciencias naturales no es la misma que la de las ciencias
del hombre. “Mientras que las ciencias puras buscan explicar los fenómenos a
partir de hipótesis y leyes generales, las ciencias del espíritu quieren
comprender una individualidad histórica a partir de sus manifestaciones
exteriores. La metodología de las ciencias del espíritu será de esta manera una
metodología de la comprensión” (2)
La
cuestión primordial en la hermenéutica será cómo debe el intérprete de las
ciencias del hombre comprender la realidad a la que se acerca. Sin embargo, a
diferencia de las ciencias naturales donde los objetos de estudio son las cosas
mismas, en las ciencias del espíritu el medio por el que nos acercamos a los
acontecimientos históricos o a las ideas de un autor es el texto.
Para
Dilthey, la manera en que el intérprete se debe acercar a un texto es
poniéndose en el lugar del autor, de tal manera que se pueda recrear el
sentimiento vivido por él. Sin embargo, lo único que se tiene a la mano durante
el proceso interpretativo son las expresiones, que no son sino manifestaciones
externas. El proceso de comprensión es, entonces, un proceso inverso al de la
escritura, que va del sentimiento vivencial del autor a expresiones plasmadas
en la escritura. La correcta traducción de esas manifestaciones externas en
sentimientos vivenciales tales como se dieron en el autor se erige como el
principal objetivo hermenéutico.
Las
manifestaciones externas, según Dilthey, se corresponden con manifestaciones de
la vida y no sólo aquellas que deliberadamente el autor pone ahí o de las que
es consciente. Hay tres tipos de manifestaciones vitales: 1) aquellas que se
expresan en juicios o proposiciones que son susceptibles de declararse
verdaderas o falsas, 2) las acciones y 3) las vivencias. Entender esta
distinción nos permite darnos cuenta de que no toda forma de comunicar está
abierta a la comprensión en sentido hermenéutico, lo que en cierta forma
posiciona a Dilthey fuera de un psicologismo interpretativo. No todo lo que se
escribe es objeto de la hermenéutica.
El
primer tipo de manifestaciones de la vida es aquella en la que se mienta algo
sobre las cosas, que puede decirse que es verdadero o falso. Si escribimos “las
hojas de todos los árboles
son verdes”, no hay mayor comprensión que la de su verdad o falsedad y no
importa la vivencia del autor, sino sólo las cosas mismas a las que se refiere.
Es por eso que estas palabras no representan el interés de la hermenéutica. La
experiencia interna del autor no tiene importancia para comprender el sentido
de sus palabras.
En
segundo lugar, las acciones, si bien nos permiten saber algo de la vida anímica
del autor (o el protagonista), esta comprensión está determinada por la
finalidad con la que se realizan. Todo lo que podemos dilucidar al respecto gira
en torno a la razón que motivó al individuo a actuar como lo hizo. En tanto se
decanta por un curso de acción en lugar de cualquier otro está aniquilando
otras muchas posibilidades y lo que queda es la expresión de una sola, la cual
está vedada a alcanzar una comprensión del proceso anímico que estuvo detrás de
la toma de decisión, de los
pensamientos, deseos…, que llevaron a ese desenlace. Solo podemos conjeturar,
sin demasiados rastros que seguir, cuales son las intenciones, deseos,
creencias que movieron al protagonista a hacer lo que hizo. Es una forma muy
lata e imprecisa de conocer algo de la vida interior de un individuo.
Algo
distinto ocurre con la vivencia. “Existe una relación particular entre ella, la
vida de la que brota y la comprensión que produce. Pues la expresión puede
contener más conexión anímica que la que pueda atisbar cualquier introspección”
(3). Esto quiere decir dos cosas. En primer lugar que es el tipo de expresión
que interesa primordialmente a la hermenéutica, por su capacidad de comunicar
con más vivacidad los pensamientos, deseos, creencias… del autor o
protagonista. En segundo lugar que es una ventana que nos permite mirar más
allá de lo que el mismo autor es consciente. Si esto es cierto tiene obvias
implicaciones históricas, pues la expresión de vivencias nos da acceso a una
realidad humana que la simple enunciación de hechos está imposibilitada a alcanzar.
Ahora
bien, el proceso de la comprensión hace necesario un análisis pormenorizado de
los elementos que la componen. Por un lado está lo que Dilthey llama “formas
elementales de la comprensión”, que “son como letras cuya composición hace
posible formas superiores de la misma” (4). Y por la otra, están las formas
superiores de la comprensión, que son como un sentido global que se forma por
las primeras.
Las
formas elementales son como gestos o expresiones aisladas que hunden sus raíces
en la vida práctica. Una acción cualquiera, tomada en forma individual, es
expresión de una pieza que forma parte de un conjunto más grande de sentido. En
ellas, no obstante, la expresión y lo expresado se funden en una misma cosa; no
se encuentran en una relación causal como los hechos de la naturaleza
contemplados por la ciencia natural.
Es
aquí donde toma relevancia la tradición, pues la razón por la que la expresión
y lo que se expresa en estas formas elementales están comprehendidas en un solo
proceso, es que se dan ellas mismas siempre en el medio de un lenguaje y unas
costumbres comunes que hacen innecesaria toda explicación. Por ejemplo, una
mano extendida con la cara interna hacia el interlocutor es un gesto
universalmente reconocido en la cultura occidental como un saludo, lo que hace
que ese gesto se comprenda automáticamente y su interpretación no necesite
mediación.
Sin
embargo, ahí donde la realización de estas formas elementales de la comprensión
se ve frustrada debido a la falta de similitudes, se hacen necesarias las
formas “superiores de la comprensión”, que requieren retrotraerse
inductivamente al conjunto de vivencias del que nos habla, del autor o el
protagonista. Cuando ya no se comprende porque lo escrito nos parece extraño,
es cuando la actividad propiamente hermenéutica comienza. La forma de
interpretación necesaria en estos casos, según Dilthey, debe ser una recreación
de la vida interna del autor, entendida en un sentido global, dirigida al
desmenuzamiento de las vivencias, que son las que nos comunican más de lo que
dicen.
En
resumen, Dilthey piensa que la manera epistemológicamente adecuada de
interpretar un texto es haciendo el lector suya la experiencia vivencial del
autor, de forma que pueda pensar con su cabeza y ponerse en sus zapatos, de la
manera más radical posible. Es así que
el éxito en la comprensión dependerá de la pericia empática del intérprete.
Mientras mejor pueda ver desde sus propios ojos y recrear la vivencia que dio
vida y significado al texto, aun en los aspectos que se esconden a la
conciencia del autor, en mejores circunstancias estará para interpretar
correctamente.
Los
principales argumentos que dan sentido a la postura de Dilthey tienen mucho que
ver con la herencia romántica de rechazo a la visión mecanicista, naturalista y
metafísica del hombre. Para él hay una diferencia radical entre entender al ser
humano en cuanto a categorías que se pretende sean estáticas, intemporales y
abstractas, y entenderlo en cuanto a su vida, que está en constante cambio y es
un fluir histórico. “Dilthey sostenía que la dinámica de la vida interior del
hombre era un complejo tema de cognición, sentimiento y voluntad y que estas no
se podían someter a las normas de causalidad y a la rigidez del pensamiento
mecánico y cuantificador” (5)
Por
otra parte, Dilthey sostiene que “el objeto de las ciencias humanas no debería
ser la comprensión de la vida en términos de categorías extrínsecas a ella,
sino de categorías intrínsecas, derivadas de la vida” (6). Es por ello que su
análisis lleva inequívocamente a las formas de la comprensión, que no son otra
cosa, sino formas en las que se analiza la vivencia.
En
cuanto el texto es la manera en que realmente nos acercamos a la realidad que
las ciencias del espíritu buscan descubrir, no podemos interpretarlo como si
nos guiáramos por un organon, que
especificara reglas establecidas. La única manera de acercarse verdaderamente a
un texto es a través de la vivencia del autor, de su vida interna, tema que
según Dilthey, es el único que importa a las ciencias del hombre y además, a
través de categorías intrínsecas.
La
filosofía de Dilthey fue muy importante para el desarrollo de la hermenéutica,
sin embargo, las críticas a su pensamiento se centran principalmente en su
incapacidad de superar los presupuestos historicistas y metafísicos en que se
fundaba la epistemología de las ciencias del espíritu. Precisamente en su
intención de hacer una Crítica de la Razón Histórica se pueden ver ya las
limitaciones que no le permiten superar del todo esas concepciones. “Podemos
ver más claramente hoy que la búsqueda de un “conocimiento objetivamente
válido” fue en sí misma un reflejo de ideales científicos, completamente
contrarios a la historicidad en nuestra autocomprensión” (7)
Por
otra parte, la categoría misma de la vida en su filosofía nos hace
cuestionarnos si no es ella misma una concepción metafísica, que de forma
velada trae en sí misma la impronta del pensamiento que busca combatir. Como
afirma Richard Palmer, “incluso podemos afirmar que la “vida” es una categoría sospechosamente
próxima al “espíritu objetivo” de Hegel, independientemente de lo mucho que
Dilthey protestase en contra del idealismo absoluto e intentase basar la
hermenéutica en hechos empíricos libres de toda metafísica” (8)
En
otro aspecto, también se puede criticar el hecho de que en su análisis de la
vivencia como la manifestación de la vida que propiamente interesa a la
hermenéutica, no deja del todo claro a qué se refiere en cuanto a la forma en
la que podemos detectarla en nuestro acercamiento a los textos. Si bien es
cierto que afirma que en las formas de la comprensión podemos recrear la
vivencia, parece más bien difuso cómo se puede lograr.
La
hermenéutica después de Dilthey tiene un giro en la obra de Martin Heidegger,
donde toma un matiz ontológico. Gadamer se va a encargar de concentrar los
problemas presentados hasta este momento por la hermenéutica en su sentido más
general, tratando de superar los problemas que se le presentaron a Dilthey y
siguiendo la línea ontológica inaugurada por Heidegger.
Precisamente
es en este punto donde Dilthey yerra. Se queda atascado en la visión
objetivizada y metódica del conocimiento. Su propia teoría de la manera en la
que hay que acercarse al texto debe estar igualmente equivocada, ya que se basa
en esta idea. De ahí que Gadamer, si bien rehabilita el proyecto filosófico de
Dilthey, piensa que es necesario darle un giro. El texto no se podrá
interpretar de la misma manera.
Para
comprender el alcance de la teoría gadameriana del texto es necesario explicar
el giro ontológico que introduce Heidegger en el estudio de la hermenéutica.
Para ello será necesario analizar la categoría de “comprensión” y la de
“interpretación”, que serán la piedra angular sobre la que se fundará la
filosofía de Gadamer.
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Para
Heidegger, el hombre se encuentra siempre ya en una pre-comprensión que define
la forma en que se relaciona con el mundo. Desde que nace está como arrojado y
se “encuentra” siempre ya de
alguna manera. Esto quiere decir que toda su comprensión está inundada de
anticipaciones. De ahí que el supuesto método explicativo no tenga cabida en
las ciencias del hombre, donde éste está implicado.
Por
su parte, el método explicativo es precisamente lo contrario a esto. “El método
se funda en la distancia del que observa respecto del objeto observado “
(Grondin, pág. 71). En cuanto el hombre está implicado (en la comprensión de la
historia, de la que él es parte, por ejemplo), es imposible tomar esta
distancia. Mientras más se intente ser objetivo, más se oculta el intérprete a
sí mismo el hecho de que siempre hay ya una comprensión.
Siguiendo
las ideas de este autor, podemos ver con claridad que precisamente es en este
punto donde Dilthey yerra. Se queda atascado en la visión objetivizada y
metódica del conocimiento. Su propia teoría de la manera en la que hay que
acercarse al texto debe estar igualmente equivocada, ya que se basa en esta
idea. De ahí que Gadamer, si bien rehabilita el proyecto filosófico de Dilthey,
piensa que es necesario darle un giro. El texto no se podrá interpretar de la
misma manera.
Heidegger
trata los temas de la comprensión y la interpretación en la primera parte de
Ser y Tiempo, dedicada a la analítica existencial del ser-ahí, donde busca
descubrir las estructuras ontológicas del único ser que se pregunta por su ser.
Debido
a que el comprender es una de las estructuras primordiales de la existencia, se
descubre fácilmente su vital importancia. La interpretación, por su parte, es
la que posibilita moverse en el mundo, en tanto hace asequibles las cosas como
son en torno a su utilidad, peligrosidad…; “recorta” esas cosas para verlas
como un algo “ante los ojos”; y finalmente perfila ese algo “ante los ojos” de
forma que tenga sentido y pueda concebirse. La interpretación es, además, la
que posibilita el lenguaje.
Comprender
es normalmente entendido como una operación mental a partir de la cual podemos
descubrir la constitución de los entes, como una capacidad para dar cuenta de
las cosas, es decir, dirigida a algo “ante los ojos”. Se entiende que hemos comprendido algo cuando
descubrimos el fundamento oculto y llegamos a la instancia de aquello que lo sustenta.
Sin embargo, en la filosofía de Heidegger y en el marco de su analítica
existencial, “comprender” es una estructura existenciaria; es una forma de ser
del ser-ahí.
Por
el “comprender” el ser-ahí accede a la “realidad”. Es el medio por el que se
relaciona con los entes del mundo. Por el “comprender” el ser-ahí está abierto
al Ser; se establece, entonces, en el estado de abierto a éste.
Existencialmente, el ser-ahí es en el “comprender” en tanto está siendo en el
mundo. No es que el ser-ahí comprenda; es en el “comprender”. Supuesto que es
el medio por el que se relaciona con el mundo, estando el ser-ahí siempre ya en
éste, el “comprender” se relaciona con la estructura existenciaria de
ser-en-el-mundo; se descubren sus características en él. “El comprender
concierne siempre a la total estructura fundamental del ser-en-el-mundo” (9). Por el comprender, el hombre es en el mundo,
es la estructura que le permite ser en él.
En
tanto el ser-ahí se encuentra siempre ya en relación con el mundo, en “estado
de yecto” arrojado a sus circunstancias, Heidegger afirma que el ser-ahí es
puro comprender, su existencia es comprender. Además, el ser-ahí siempre es en
el “comprender”, pues cada aspecto de su relación con el mundo y su ser en él
lo implican. En tanto eyectado, arrojado a circunstancias que no ha elegido, el
ser-ahí está obligado a ser bajo posibilidades ya dadas que lo determinan y no
están en su poder, como haber nacido en determinado país, o tener ciertos
padres. No obstante, hay otras circunstancias sobre las que puede elegir y que
forman parte de su estructura en tanto ser. El ser-ahí está esencialmente
preocupado por su ser; busca siempre “cuidarse de”, de ahí que la estructura
del “cuidado” sea tan propio de su existencia. Es por esta razón que le es
propio elegir sobre posibilidades, en un sentido amplísimo que estriba en su
mismo ser. Dado que tiene que ser su ser, se abre una infinidad de
posibilidades ante él.
El
ser-ahí es principalmente ser-posible. Lo que identifica peculiarmente como lo
que es, es su poder-ser. Es propio de su carácter esencial, si habláramos en
términos de algo “ante la vista”, el estar abierto a posibilidades, no hay
ser-ahí que no sea poder-ser.
En
virtud del “comprender” es que las posibilidades se abren ante el Dasein. “En
el comprender
reside existenciariamente la forma de ser del ser-ahí como poder.-ser” (11).
“El comprender es el ser de tal poder-ser que jamás falta como algo “aún no
ante los ojos”, sino que, en cuanto esencialmente “jamás ante los ojos”. “es”
con el ser del ser-ahí, en el sentido de la existencia” (12)
Heidegger
puntualiza una relación entre la comprensión y el poder-ser que es en cada caso
el ser-ahí: la proyección. Apunta Heidegger que la proyección no tiene nada que
ver con la anticipación producto de un plan, ni con el conducirse con respecto a
él. Proyectarse es lanzarse sobre posibilidades de una forma previa. Ante el
ser-ahí se abren infinidad de posibilidades, cada una de las cuales modifica el
ser del ser-ahí. Pero en tanto no reales aún, se hacen reales en el proyectar a
través del comprender. Dejan de ser sólo posibilidades posibles, solo
discernibles bajo la cualidad formal de poder-ser del ser-ahí, cuando se
comprenden. La proyección es lo que permite dejar que el ser del ser-ahí como
comprensión, se manifieste en todo su poder-ser. El Dasein comprende
proyectándose sobre posibilidades; esas proyecciones son las que determinar el
comprender del ser-ahí “El
proyectar del comprender tiene la posibilidad peculiar de desarrollarse. Al
desarrollo del comprender lo llamamos interpretación” (13). Las posibilidades
del ser-ahí que toman forma gracias a la estructura del comprender se
explicitan y a esa explicitación se le llama interpretación. “La interpretación
se funda existenciariamente en el comprender, en lugar de surgir este de ella”
(14)
El
interpretar siempre requiere del comprender para efectuarse; no hay
interpretación sin comprensión. En el momento en que mentamos una cosa “como”
tal cosa, se efectúa en el ser-ahí el desarrollo de una posibilidad; una entre
una infinidad. Qué posibilidad ha de desarrollarse depende de la estructura del
“previo”, propia del “comprender”. En la comprensión siempre opera la
estructura de los previos. Toda comprensión presupone un “ver previo”, un
“tener previo” y un “concebir previo”. En el preciso momento en que se comprende
algo como un algo “ante los ojos”, se está interpretando. La estructura en que
se interpreta es el “como”, pues en tanto algo se comprende como un algo “ante
los ojos”, se comprende ya sea como una silla, como un banco, etc.
En
resumen, es propio del ser-ahí ”encontrarse”, estar siempre implicado en alguna
circunstancia, arrojado en ella. En este “encontrarse” se está absorbido por el
mundo en un “estado de abierto” que se expresa en el comprender, donde se abren
las infinitas posibilidades del ser de este ser. Una vez que una de esas
posibilidades toma forma y encauza un camino, se está interpretando.
Aunque
el interpretar surge del “comprender”, no por ello existe una preeminencia
temporal del “comprender” con respecto al “interpretar”. No se da una primero
que la otra, sino que las dos se llevan a cabo en el mismo proceso. A pesar de
que no hay interpretación sin comprensión, no es el caso que el ser-ahí pueda
comprender así sin más, pues para comprender como tal una posibilidad se debió
haber desarrollado, la cual es el perfil que detona el comprender y le da
rumbo. Así como el ser-ahí es primariamente intencional, así mismo es intencional
el “comprender”; es menester que se dirija a algo, y ese algo es una
posibilidad que se perfila como su objeto. Es así, que el desarrollo de una
posibilidad es inherente al “comprender” mismo. Ese desarrollo ya es en sí
mismo una interpretación.
Es
en este sentido que el comprender y el interpretar son un fenómeno unitario. No
es posible que algo se interprete sin que se haya comprendido y “toda
interpretación que haya de acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya
lo que trate de interpretar” (6). Este fenómeno es lo que según la lógica
elemental representa un círculo vicioso. Se trata de dar validez a algo, a
partir de lo que se supone iba a ser validado; se usa un concepto para
sustentar otro, que a su vez se pretende sustentar con el anterior.
Heidegger
piensa que entender este fenómeno como un círculo vicioso es entender
deficientemente la naturaleza del “comprender”. Las ciencias del espíritu
tendrían mucho mejor suerte tratándose desde esta perspectiva, dejando de
pretender una fundamentación como la que se supone le da certeza a las ciencias
naturales. La hermenéutica, entonces, dirige mucho mejor la intelección de las
cosas que una simplista e infantil visión del mundo como fundamento.
Las
implicaciones de este círculo dejan su impronta en el desenvolvimiento de la
hermenéutica de Gadamer. Si bien es cierto que la intención de Heidegger no fue
reflexionar sobre el problema epistemológico de la interpretación de textos, le
da un fuerte impulso desde dos aspectos. En primer lugar, el concepto de verdad
tradicional en tanto correspondencia entre concepto y objeto es puesto en duda,
abriendo las puertas a concebir distintas verdades que no necesariamente
respondan a este canon. En segundo lugar, se queda formulada la posibilidad de
entender la interpretación, no ya como “un procedimiento que permite acceder a
la comprensión”, sino como “esclarecimiento crítico de una comprensión que le
precede” (15)
Siguiendo
a Grondin en su explicación de “los previos”, podemos ver que el “haber
previo”, “la manera previa de ver” y la “manera previa de entender” se pueden
corresponder con una visualización que ya posteriormente Gadamer retomará en su
postura dialógica. “Los previos” que constituyen la forma en que se expresa el
“comprender” del ser-ahí, en el autor y el intérprete, dialogan constantemente
en la construcción del sentido.
Ahora
bien, si esto es así, queda claro que una pretensión de objetividad es
imposible. No hay hechos, porque todo supuesto hecho está ya en una comprensión
que es una anticipación de sentido. Es por esto que Gadamer cree que la
interpretación no puede ser abordada a partir de una serie de fórmulas y
técnicas que aseguren un acceso adecuado al significado de un texto, ya que no
hay un significado, sino muchos, todos desarrollo de un comprender distinto.
Hay
que aclarar que Gadamer no está en contra del método objetivo. Considera que
tiene su valor, pero no aporta nada verdaderamente interesante a la hora de
interpretar un texto. Su postura girará en virtud de las ideas de Heidegger a
una posición más abierta y menos rigurosa
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Para
Gadamer, al igual que para Dilthey, son las situaciones en las que se dificulta
el ponerse de acuerdo las que permiten hacer conscientes las condiciones bajo
las que se realizan los consensos, que desde su postura va a ser precisamente
lo que se busca al leer un texto. La hermenéutica
se hace necesaria cuando no hay un “lenguaje común” que comparta tanto el autor
como el lector.
Esto
se hace claro en la situación extrema de la traducción a un lenguaje extraño, principalmente
en el caso en que se comunican dos personas que precisan de un intérprete para
entenderse. El primer interlocutor se dirige al intérprete que tiene que
convertir lo dicho en un idioma al otro sin cambiar su sentido y conservando lo
más posible su literalidad. La imposibilidad de mantener el significado y ser
literal al mismo tiempo muestra la dificultad de la comprensión. Si bien el
intérprete comprende lo que le han dicho, no es absolutamente capaz de
comunicarlo sin sacrificar su sentido en algún punto. “El problema hermenéutico
no es pues un problema del correcto dominio de una lengua, sino el correcto
acuerdo sobre un asunto, que tiene lugar en el medio del lenguaje” (16)
“La
conversación es un proceso por el que se busca llegar a un acuerdo y para ello
se requiere atender al otro, dejar valer sus puntos de vista y ponerse en su
lugar, no en el sentido que se le quiera entender como la individualidad que
es, pero sí en el de que se intenta entender lo que dice” (17)
El
aspecto fenomenológico es fundamental en la teoría gadameriana de la
interpretación del texto. Hace suya la consigna “a las cosas mismas”, pues
considera que la comprensión solo es posible cuando el autor y el intérprete se
ponen de acuerdo en las cosas, no ya en las vivencias. La búsqueda de un
lenguaje común es la tarea primordial de todo hermeneuta. Así como en la
traducción de un texto no es suficiente ni necesario que el traductor intente
recrear la realidad psíquica del autor, sino que se requiere interpretar en
base a la comprensión del traductor sobre las cosas de las que se habla, los
textos hacen necesaria la misma operación.
Para
Gadamer este “ponerse de acuerdo sobre las cosas mismas” va tomando la forma de
una conversación, de un diálogo. Toda comprensión es una conversación
hermenéutica, y como, “el ponerse de acuerdo en una conversación implica que
los interlocutores están dispuestos a ello y que van a intentar hacer valer en
sí mismos lo extraño y adverso” (18)., lo mismo
vale para la lectura de un texto. Cuando se lee de esta manera, poco a poco se
va transfiriendo el punto de vista de cada uno (autor y lector) de forma
recíproca. Pero los textos parecen imágenes u opiniones inmutables que sólo
esperan ser “descifradas” o descubiertas.
Para
Gadamer la imagen del diálogo en la interpretación de textos no sirve sólo como
una analogía, sino que está comprometido con ello de forma más radical. Como en
una conversación, una verdadera comprensión no significa asentir a las
opiniones de los demás de forma sumisa, pues se trataría de una imposición
unilateral. Los interlocutores deben mantener sus opiniones, aunque de una
manera flexible, dejándose “tocar” por lo que les dicen. Al mantener las
propias razones se comienza a configurar una “lengua compartida”, que hace
verdaderamente posible el acuerdo. En la interpretación de un texto este paso
es crucial, ya que se trata de dejar hablar al autor, encontrar una lengua en la
que él pueda expresarse y en la que el lector pueda replicar.
Este
proceso de encontrar una “lengua compartida” da lugar a la expresión. Cuando se
allana este campo, se van configurando opiniones con sentido. Cuando tanto la
opinión del autor como la del lector se unen, dando lugar a una nueva
comprensión que abarca la que el intérprete ya tenía es cuando realmente el
esfuerzo hermenéutico está rindiendo frutos. Gadamer llama a esto fusión de
horizontes. “Podemos reconocer en ello la forma de realización de la
comprensión, en la que un tema accede a su expresión no en calidad de cosa mía
o de mi autor, sino de la cosa común a ambos” (19)
El
principal argumento que tiene Gadamer para dar el giro que dio con respecto a
la interpretación del texto, tiene que ver con su afiliación fenomenológica. En
tanto la manera de acceder a la verdad no la entiende ya en forma objetiva y
metódica en el sentido positivista, ni en un sentido de acceder a las vivencias
del autor, se abre un camino nuevo en la comprensión del conocimiento que
sienta sus bases en las investigaciones fenomenológicas.
Se
supone que la fenomenología permitió que la experiencia subjetiva ascendiese a un
plano objetivo a partir de un estudio y análisis de la consciencia y la
intencionalidad. No se trata ya de una simple dicotomía entre acceder a la
vivencia de un individuo y con ello a su significado,
o analizar los datos duros en base al comportamiento y los resultados. Como
afirma Gadamer “Lo que se manifestaba… era una primera superación del
“objetivismo” en cuanto que, por ejemplo, el significado de las palabras no
puede seguir siendo confundido con el contenido psíquico real de la
consciencia, o sea, con las representaciones asociativas que despierta una palabra”
(20)
Es
en este sentido que acceder a la experiencia vivencial del autor no es de
ninguna forma garantía de que se pueda llegar a algún tipo de verdad a la hora
de interpretar un texto. Para Gadamer la manera correcta de interpretación
implica concentrase en las cosas mismas, que se supone dejan descubrir su
contenido a través del diálogo y la fusión de horizontes.
Como
dice Ricoeur al principio de su análisis de la posibilidad de una fenomenología
hermenéutica, “el presupuesto fenomenológico fundamental de una filosofía de la
interpretación es que toda pregunta sobre un ente cualquiera es una pregunta
sobre el sentido de ese ente” (21). Esta filiación fenomenológica está en la
base de la teoría Gadameriana de la interpretación del texto y da sustento a lo
que Ricoeur expresa con estas palabras: “Lo que se ha de comprender en un
relato no es en primer lugar al que habla detrás del texto, sino aquello de lo
que se habla, la cosa del texto, a saber, el tipo de mundo que la obra
despliega de alguna manera delante del texto” (22)
****
Si
bien existen diferencias entre la teoría de Dilthey y la teoría de Gadamer, su
programa es en cierta manera el mismo. Ambos buscan sentar las bases para la
búsqueda de la verdad en las ciencias del espíritu. Considero que la elección
de una de las dos no es sencilla, pues atañen a cosas sobre las cuales no se
puede buscar un punto de referencia externo. Si bien el problema estriba
precisamente en la posibilidad o no de una metodología en la que se pueda
fundar el conocimiento, pienso que la cuestión, así planteada, es sólo
aparente.
Si
la objetividad o la subjetividad deben ser los objetivos de las ciencias del
espíritu depende de la intención con la que se aborde el conocimiento. Sobre
los deseos no hay verdad, sobre los valores tampoco.
¿Es
mejor o peor buscar hechos en las ciencias?, ¿sería preferible enfocarse en el
aspecto humano? Creo que son dos dimensiones del mismo fenómeno, ninguna
concluyente ni exclusiva. Es claro que hay hechos en el mundo, cosas que
funcionan con independencia de que el entendimiento se pose sobre ellas. Pensar
así lleva necesariamente a un callejón en el que las ciencias positivas se
encuentran atrapadas y del que no se vislumbra una salida sencilla: la
Consciencia, el Yo, el Alma, el Ser. Por su parte, pensar en el carácter
existencial del hombre hace preguntarse si no el mismo conocimiento es una de
las determinaciones que la existencia impone al hombre, pues de ser así no hay
algo fijo que sostenga la verdad de cualquier concepción fabricada por la
conciencia. Aún en una postura como la de Heidegger, quien pretende ir más allá
de lo existencial para posarse en el Ser mismo, cabría dudar de si
verdaderamente las estructuras fundamentales que dan lugar a su
conceptualización, aún expresada en un lenguaje tan oscuro y nebuloso,
realmente están limpias de toda objetivación, y más aún, si es posible siquiera
que algo sea sin ser objetivo.
Los
problemas son los mismos, los peñascos también. Pienso que no hay solución
posible a un problema a menos que se acepte que una solución es posible. No hay
respuesta en epistemología que no se reduzca a una tautología o a un círculo
vicioso; o se acepta o se ignora, pero cualquiera es contradictoria. Ni los más
imponentes sistemas filosóficos han podido dar una respuesta satisfactoria a
este problema esencial, así que todo termina derivando en una decisión: o lo
abrumadoramente plausible que es la objetividad, o la constante duda que surge
de la imperfección del conocimiento.
NOTAS:
(1) Adorno, Theodor. Epistemología y Ciencias Sociales. Madrid, Cátedra, 2001, pág. 37.
(2) Grondin, Jean. ¿Qué es la Hermenéutica? Herder, Barcelona, 2008, pág. 39.
(3) Dilthey, Wilhelm. Dos escritos sobre hermenéutica. Madrid, Ediciones Istmo, 2000, pág. 157
(4) Op. Cit., pág. 163
(5) Palmer, Richard. Qué es hermenéutica. Madrid, Arco / Libros, 2002, pág. 133
(6) Op. Cit., pág. 134.
(7) Op. Cit., pág. 157.
(8) Ibidem.
(9) Grondin, Jean, pág. 71.
(10) Heidegger, Martin. El ser y el tiempo. FCE, 1971, Segunda Edición, México, pág. 162.
(11) Op. Cit, pág. 161.
(12) Op. Cit., pág. 161-162.
(13) Op. Cit., pág. 166
(14) Ibidem.
(15) Grondin, Jean, pág. 56.
(16) Gadamer, Hans-Georg. Verdad y Método 1. Salamanca, Ediciones Sigueme, Décima Edición, 2003, pág. 463.
(17) Ibidem.
(18) Ibidem
(19) Op. Cit., pág. 467.
(20) Op. Cit., pág. 307.
(21) Ricoeur, Paul. Del texto a la acción. México, FCE, Segunda Edición, 2002, pág. 54.
(22) Op. Cit., pág. 155
Bibliografía:
- Adorno, Theodor.
Epistemología y Ciencias Sociales. Madrid,
Cátedra, 2001, 128 pp.
- Dilthey, Wilhelm. Dos escritos
sobre hermenéutica. Madrid, Ediciones Istmo, 2000, 247 pp.
-
Gadamer, Hans-Georg. Verdad y Método 1. Salamanca, Ediciones Sigueme, Décima
Edición, 2003, 689 pp.
- Grondin,
Jean. ¿Qué es la Hermenéutica? Herder, Barcelona, 2008, 173 pp.
- Heidegger,
Martin. El ser y el tiempo. FCE, 1971, Segunda Edición, México, 478 pp.
- Palmer,
Richard. Qué es hermenéutica. Madrid, Arco / Libros, 2002, 331 pp.
- Ricoeur, Paul.
Del texto a la acción. México, FCE, Segunda Edición, 2002, 380 pp.
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