domingo, 2 de abril de 2017

Arturo Fernández : Herbert Marcuse: la racionalidad tecnológica unidimensional como aporte a la teoría crítica

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Herbert Marcuse: la racionalidad tecnológica unidimensional como aporte a la teoría crítica



Por Arturo Fernández*

* Profesor de Ciencia Política en la UBA y la UNSaM.



Resumen

El artículo revisa el derrotero intelectual de Herbert Marcuse, haciendo hincapié en su carácter renovador de la filosofía marxista y su capacidad de interpretar muchos de los cambios sufridos por las sociedades modernas a partir de los años 60. Se mencionan los principales aportes de su teoría crítica de la sociedad, y la actualidad de muchos aspectos de su injustamente descuidada obra.

Palabras clave: Marcuse; Teoría crítica; Marxismo; Sociedad industrial; Nueva izquierda

Abstract

The article analyses Herbert Marcuse's intellectual trajectory, focusing on its refreshing nature for Marxist philosophy and his ability to interpret many changes of modern societies since the 1960s. The article especially mentions the main contributions of his critical theory of society, and the relevance of many aspects of his unfairly forgotten work.

Key words: Marcuse; Critical theory; Marxism; Industrial society; New left










Herbert Marcuse fue uno de los filósofos políticos alemanes que integró la denominada Escuela de Frankfurt. Aunque presenta figuras heterogéneas, esta corriente intelectual se inició hacia 1930 y constituyó un intento de adaptación del marxismo a los cambios que se produjeron desde principios del siglo XX. Sus grandes figuras fueron sobre todo Max Horkheimer, Theodor Adorno, el propio Marcuse y más recientemente Jürgen Habermas. Todos ellos desarrollaron abstracciones filosóficas y teóricas originales para revitalizar el legado crítico de la obra de Karl Marx.

Marcuse ganó renombre mundial durante la década de 1960 como filósofo y analista político que, desde una carrera de ciencia política de una universidad norteamericana, intentó identificar las raíces de la opresión de la sociedad industrial capitalista y colectivista, previendo la sublevación de jóvenes que se concretó hacia 1968 particularmente en Estados Unidos, Checoeslovaquia y Francia. Sin embargo, la "primavera" renovadora de ese año se extendió por el mundo entero generando cambios irreversibles en las relaciones sociales más diversas: aparecieron el neo-feminismo que lucharía por una creciente igualdad real entre el varón y la mujer, los movimientos de homosexuales y lesbianas, las identidades regionales y nacionales oprimidas durante siglos, el ecologismo que enfrentaría la peligrosa destrucción de la naturaleza, la movilización juvenil que intentaría limitar el poder gerontocrático, y la revolución de las costumbres sexuales ligada a la aparición de la pastilla anti-conceptiva. Dichos cambios cuestionaban la represión excedente que el filósofo alemán había señalado como una característica constitutiva de las sociedades industriales.

Profesor universitario e investigador que produjera libros y artículos que ayudaban a comprender dicha realidad, Marcuse fue percibido como formador de la práctica política de jóvenes miembros de la "nueva izquierda" como la norteamericana Angela Davis y el alemán Rudi Dutschke. Aunque él nunca fue un activista, en los últimos años de su vida se transformó en un defensor de esa "nueva izquierda" en los Estados Unidos y en Europa.

En consecuencia, el filósofo alemán se convirtió en un intelectual relativamente popular durante las décadas de 1960 y de 1970, capaz de influir sobre la vida política e ideológica. El ulterior ascenso del neoliberalismo, hacedor de sociedades cada vez más injustas, oscureció su contribución a la filosofía y a la teoría política. Sin embargo la misma adquiere mayor relevancia cuando la ilusión de una globalización capitalista que genere bienestar general para todos los pueblos y grupos sociales está en camino de extinguirse en buena parte del mundo.

La formación de Marcuse: Heidegger y el marxismo

Marcuse nació en 1898 en Berlín, y tras servir en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, prosiguió sus estudios en la Universidad de Friburgo. Después de recibir su doctorado en literatura en 1922, y tras una estancia en su ciudad natal, regresó a Friburgo en 1928 para estudiar filosofía con Martin Heidegger, entonces el filósofo más influyente en Alemania.

En un artículo publicado en 1928 Marcuse realizó su primer intento de llevar a cabo una síntesis de las perspectivas filosóficas de la fenomenología, el existencialismo y el marxismo; décadas más tarde profundizarían esta perspectiva filósofos de la talla de Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty. Marcuse había argumentado entonces que el pensamiento marxista era mucho más creativo que el proclamado por la rígida ortodoxia de la Tercera Internacional guiada desde Moscú, y que la fenomenología filosófica estaba en condiciones de vivificar la teoría social crítica. Él también afirmaba que el marxismo olvidaba parcialmente el problema del individuo y de su vida concreta y, al contrario, auspiciaba el desarrollo de una concepción que privilegiara la liberación individual y su bienestar, además de la transformación social y las posibilidades de una transición del capitalismo al socialismo.

Marcuse siguió sosteniendo durante toda su vida que Heidegger era el más grande pensador que él había encontrado; sus archivos incluyen un conjunto completo de sus apuntes de la década de 1920 hasta que dejó Friburgo en 1933, y en ellos surge su interés en la filosofía de Heidegger y su devoción por sus conferencias. El desvelamiento del rol que la tecnología juega en la sociedad industrial no es ajeno a esas enseñanzas. Sin embargo, Marcuse estaba consternado por la proximidad política de Heidegger con el nacionalsocialismo y, después de completar una investigación sobre Hegel y la teoría de la historicidad, decidió abandonar Friburgo en 1933 con el fin de unirse al Instituto de Investigación Social de Frankfurt, donde investigaban Horkheimer y Adorno. El ascenso del nazismo condujo a este grupo de intelectuales judíos críticos a intentar establecerse prontamente en Ginebra y luego en la Universidad de Columbia en los Estados Unidos.

El estudio de Marcuse sobre la ontología de Hegel y la teoría de la historicidad (1932) contribuyó al renacimiento de los estudios hegelianos que estaba teniendo lugar en Europa, haciendo hincapié en su importancia para comprender el sentido de la historia y el de su teoría idealista del espíritu, en particular su dialéctica. La revalorización de Hegel implicaba estudiar con una nueva mirada el marxismo. Por otra parte, Marcuse publicó en 1933 una revisión de los Manuscritos de 1844 de Marx, lo cual condujo a analizar su legado desde el punto de vista de sus obras de juventud. Estos trabajos revelan a Marcuse como un estudiante agudo de la filosofía social alemana, lo cual lo perfilaba como uno de los filósofos sociales más prometedores de su generación.

Su contribución a la teoría crítica de la sociedad

Como miembro del Instituto de Investigaciones Sociales, Marcuse se involucró profundamente en sus proyectos de trabajo interdisciplinario que incluían un modelo para la teoría social crítica, el desarrollo de una teoría de la nueva etapa del Estado y el capitalismo monopolista, la articulación de las relaciones entre la filosofía social, la teoría y la crítica cultural, y un análisis sistemático del fascismo alemán. Marcuse, ya identificado con la "teoría crítica" del Instituto, estuvo cerca de Max Horkheimer, T.W. Adorno y otros colegas del mencionado Instituto. Ello derivó en la génesis de su marxismo crítico, de base antipositivista y derivado lógicamente de la crítica a la dialéctica hegeliana.
Marcuse vivió una experiencia decisiva al entrar en contacto con Max Horkheimer. Su influencia se tradujo en una verdadera transformación de su pensamiento, que entonces se liberó de su subordinación a la concepción hegeliana.

Asumió como suya la horkheimeriana "teoría crítica de la sociedad", y luego realizó una serie de investigaciones y análisis que tenían como objeto la recuperación, en sentido marxista, de la dialéctica hegeliana para plantear de forma correcta la relación entre "teoría" y "praxis". Su marxismo, al igual que el de Horkheimer, tomaba como referencia la obra y la acción de Rosa Luxemburgo. El asesinato de esta revolucionaria ejemplar en 1919, los llevó a abandonar para siempre el Partido Socialdemócrata Alemán que se había hecho cargo del gobierno, y por lo tanto de la represión del intento revolucionario consecutivo al fin de la "Gran Guerra".

Su colaboración con el Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt, dirigido por Horkheimer, consistió en una serie de ensayos entre los que se destacan "Der Kampf gegen den Liberalismos in der totalizaren Staatsauffassung" (1934), "Uber den affirmativen Charkter der Kultur" (1937) y "Zur Kritik des Hedonismos" (1938). Estos ensayos, junto con otros que abarcan el período entre 1933 y 1965, fueron reunidos en la obra titulada Kultur und Gesellschaft que fue publicada en 1965. Además, colaboró con Horkheimer en sus estudios sobre la familia, que desembocaron en Studien ubre Autoritat und Familia, publicado en París en 1936.

En Estados Unidos Marcuse se convirtió en miembro del Institute of Social Research en la Universidad de Columbia, junto con sus colegas exilados. Por otra parte, desde 1942 hasta 1950, trabajó en el Office of Strategic Services de los Estados Unidos; colaboró en calidad de investigador científico y de docente en el Russian Institute de la Universidad de Columbia (1951-1952) y en el Russian Research Center en la Universidad de Harvard (1953-1954). En 1954 empezó a enseñar Ciencias Políticas en la Brandeis University, de la cual se trasladó más tarde a una universidad de California. A pesar de establecer definitivamente su residencia en Estados Unidos, mantuvo un contacto constante con Europa, viajando a menudo a Alemania, Francia y Yugoslavia.

Oponiéndose a una racionalidad puramente formal y tomando como referencia a Hegel y Marx, Marcuse atacó la que pretendía establecerse como explicación única de la realidad. En Razón y revolución, publicado en 1941 y más tarde completado en una nueva edición ampliada en 1954, contrapuso la visión positivista de la sociedad, planteada en su forma más completa por Comte, con la perspectiva del movimiento de la dialéctica hegeliano-marxista, intentando separar al marxismo de sus aspectos deterministas y presentándolo como una interpretación de la realidad histórico-social en permanente transformación. La dialéctica concebida por Hegel habría sido convertida por Marx en un instrumento de crítica radical de la sociedad capitalista que fundó una ciencia social integral; pero toda ciencia tiene que estudiar la realidad en permanente movimiento dialéctico, única forma de evitar los dogmatismos.

Su original abordaje de la sociedad industrial

Como parte del "poder de lo negativo" (en el pensamiento comprendido dialécticamente) Marcuse hizo más aguda su crítica a toda sociedad industrial (capitalista y soviética) en Eros y civilización (1955), resultado de una investigación filosófico-social acerca de Freud. Este libro fue un significativo aporte a la definición crítica de las relaciones entre el marxismo y el psicoanálisis. Con base en esta lectura de su fundador, traspasada por la tradición de la corriente cultural alemana que pretendía emancipar al género humano, Marcuse esbozó las líneas generales de una civilización caracterizada por una represión excedente que derivaba del rol de la técnica y la tecnocracia en las sociedades industriales. Al mismo tiempo pensaba la posibilidad de una sociedad no represiva que implicara la eliminación del trabajo enajenado, la promoción del juego y de una libre y abierta sexualidad con el fin de alcanzar una sociedad y cultura más felices. Todo ello era irrealizable en el seno de las sociedades industriales. Su visión de la liberación anticipó muchos de los valores de la contracultura de los años 60 y ayudó a que el pensamiento de Marcuse se convirtiese en una influencia importante durante esa década. En este período también él se interesó vivamente en Dilthey y en la fenomenología de Husserl, preocupado por la adaptación de estos enfoques a la teoría cr´tica. Entre 1928 y 1932 también había colaborado en algunas revistas, entre ellas Philosophische Hefte, Archiv fur Sozialwissenschaft y Die Gesellschaft y fue durante algún tiempo director de la última de ellas.

En 1958 Marcuse se titularizó como Profesor en la Universidad de Brandeis y se convirtió en uno de sus más influyentes miembros. Durante su período de trabajo en los servicios del gobierno estadounidense, Marcuse había sido un especialista en fascismo y comunismo y había recogido material sobre la realidad del régimen comunista. En ese mismo año publicó un estudio crítico de la Unión Soviética que rompió un tabú de la crítica social marxista que se rehusaba a hablar en contra de los regímenes comunistas que eran considerados, en el peor de los casos, como un mal menor. Al intentar desarrollar un análisis de muchos aspectos de la URSS, Marcuse centró su crítica en la burocracia soviética, la cultura, los valores y las diferencias entre la teoría marxista y la versión soviética del marxismo. Esta experiencia habría adoptado caracteres opresivos de la sociedad industrial y de la tradición rusa. Ello lo alejó definitivamente de la ortodoxia de los partidos comunistas vinculados a la tradición de la Revolución de Octubre de 1917. Sin embargo, distanciándose de los que interpretaban al comunismo soviético como un sistema burocrático cerrado e incapaz de reforma y democratización, Marcuse también señaló el potencial de "las tendencias de liberalización" opuestas a la burocracia estalinista.

A continuación Marcuse publicó una amplia crítica de los capitalismos avanzados en One Dimensional Man (1964) (El hombre unidimensional), su obra cumbre. En este libro esboza la teoría de la decadencia del potencial revolucionario en las sociedades capitalistas, en particular la de Estados Unidos, y el desarrollo de nuevas formas de control social. Marcuse argumentó que "la sociedad industrial avanzada" había creado falsas necesidades en los individuos integrados en el sistema actual de producción y consumo. Los medios de comunicación y la cultura, la publicidad, la gestión industrial y los modos de pensamiento contemporáneos reproducían el sistema existente y eliminaban la negatividad, la crítica y la oposición. El resultado fue un universo "unidimensional" de pensamiento y de conducta en que la aptitud y la capacidad para el pensamiento crítico, así como para las acciones de oposición, fueron absorbidas por ese universo.

No sólo el capitalismo había integrado a la clase obrera, es decir la fuente de potencial de un movimiento revolucionario opositor, sino que había desarrollado nuevas técnicas de estabilización por medio de políticas de Estado y nuevas formas de control social. Más aún, esta sociedad tenía la capacidad de mercantilizar cualquier forma de resistencia a la dominación del capital, lo cual iría disolviéndola. Así Marcuse homologaba las supuestas libertades de los regímenes capitalistas avanzados a las formas represivas del sistema soviético. Funcionaba una esencia represiva derivada de la organización del trabajo y el predominio de burocracias tecnocráticas en los dos tipos de sociedades industriales. Asimismo, cuestionaba dos de los postulados fundamentales del marxismo ortodoxo: la existencia de un proletariado revolucionario que lucharía contra el capital, y el carácter inevitable de la crisis capitalista. A pesar de cierto pesimismo respecto de la posibilidad de transformar las sociedades capitalistas, Marcuse afirmaba en este libro que la reacción emancipadora se desarrollaría en los márgenes de todas las sociedades industriales; los actores del cambio serían estudiantes que no hubiesen entrado en el mercado de trabajo, sectores marginales y países del subdesarrollado Tercer Mundo. Por ello las ideas de Marcuse influyeron en muchos jóvenes que crearon la "nueva izquierda" en la medida en que ellas articulaban el creciente descontento con las sociedades capitalistas tanto como con las sociedades de tipo soviético.

En materia epistemológica y teórica planteaba en las conclusiones de su libro central (Marcuse 1964: 277):

¿Es que ello quiere decir que la teoría crítica debe abdicar y abandonar el terreno a la sociología empírica? ( la sociología empírica se niega a ser tributaria de una teoría , releva solamente de una metodología y es víctima de una ilusión; ella tiene así una función ideológica proclamando que ha suprimido los juicios de valor).

A su vez, reconocía que la teoría crítica era incapaz de demostrar que, en las sociedades industriales, había fuerzas sociales capaces de cambiarlas desde su interior, y agregaba:

La teoría crítica de la sociedad no posee conceptos que permitan recorrer la distancia entre el presente y el futuro; ella no hace promesas, no ha tenido éxito (y) ha permanecido negativa. Así ella puede mantenerse leal sólo hacia quienes, sin esperanza, han dado y dan vida por la Gran Negación (los marginados de esas sociedades) (Marcuse 1964: 281).

Por otra parte, este trabajo es el de un analista político que estudiaba su realidad y no la imaginaba: Marcuse había comprendido que en Estados Unidos se estaba incubando una intensa rebelión de la juventud por una suma de factores sociales y culturales y supo dar cuenta de ese hecho que tomaría dimensiones universales. Cabe recordar que la reacción juvenil más importante entre 1965 y 1975 se registró en ese poderoso Estado. Marcuse (1964: 279-289) afirmaba:

Pero la lucha que debe aportar la solución no puede tener las formas tradicionales. Dadas las tendencias totalitarias de la sociedad unidimensional, las formas y los medios tradicionales de protesta han cesado de ser eficaces -quizás ellos se transforman en peligrosos porque preservan la ilusión de la soberanía del pueblo (...) Sin embargo, por debajo de las clases populares conservadoras, está el substrato de los parias y de los "outsiders", las otras razas, los otros colores, las clases explotadas y perseguidas, los desempleados y aquellos que no pueden emplearse. Ellos se sitúan al exterior del proceso democrático; su vida expresa la necesidad más inmediata y más real de poner fin a las condiciones y a las instituciones intolerables (...) Así su oposición es revolucionaria aun cuando su conciencia no lo sea. Su oposición golpes al sistema del exterior y por eso dicho sistema no la puede integrar.

Luego siguió defendiendo la demanda de un cambio revolucionario y abogó por los derechos de las nuevas fuerzas emergentes de la oposición radicalizada, lo que le ganó el creciente odio de las fuerzas del "establishment" académico y el respeto de los nuevos izquierdistas. One Dimensional Man fue seguido por una serie de libros y publicaciones menores sobre los efectos de la acción política de la "nueva izquierda". En "La tolerancia represiva" (1965) atacó al liberalismo occidental, en la medida que se negó a debatir las controversias surgidas en la década del sesenta, confundiéndolas con una manipulación soviética; ello condujo a identificar equivocadamente esa "nueva izquierda" con el comunismo tradicional. Entonces Marcuse, ya jubilado en 1970 como profesor universitario, fue descalificado de manera simplista y acusado de ser un radical intransigente e ideólogo de la izquierda totalitaria, tal como había sucedido con muchos autores críticos en la historia del pensamiento. Sus últimos trabajos fueron polémicas con la mayoría de sectores académicos occidentales, la cual no supo prever la rebelión juvenil de los años 60 y sobre todo no apreció ni midió sus efectos duraderos. En "Ensayo sobre la liberación" celebró todos los movimientos radicales existentes, desde el Vietcong hasta los hippies, y criticó a los académicos conformistas que se oponían a los cambios derivados de la acción de la "nueva izquierda". En el libro Counterrevoultion and Revolt, por el contrario, aceptó la evidencia que le ofrecía la realidad cuando las esperanzas más ambiciosas de los años 60 estaban siendo detenidas por los efectos de la crisis estructural del capitalismo y el ascenso de una nueva derecha que, en Occidente, proclamaba el fin de la intervención económica del Estado y la destrucción de su acción social.

Durante el período de su mayor influencia pública (1965-1975), Marcuse publicó numerosos artículos de divulgación y pronunció conferencias en diversos países, asesorando a veces a los estudiantes radicalizados de diversos países; viajó mucho y su trabajo se discutió, a veces simplificado, en los medios de comunicación. En los últimos años de su vida adquirió una popularidad no siempre feliz, la cual le generó críticas en el a menudo acartonado medio académico de punta. Marcuse también dedicó parte de su trabajo a la estética, y su último libro, La dimensión estética (1979), defendía el potencial emancipador de las formas artísticas. Marcuse creía que la revolución cultural era una parte indispensable de la transformación revolucionaria, en paralelo con ideas que había desarrollado el italiano Antonio Gramsci cuatro décadas antes.

Las polémicas acerca de la obre de Marcuse

La obra de Marcuse en filosofía y teoría social generó desde su apogeo una fuerte controversia y a veces fue calificada como tendenciosa y muchas veces sectaria. Sin embargo, gran parte de esa controversia se centraba en su crítica de las sociedades capitalistas y su corta militancia pública promoviendo un cambio social que emancipara al conjunto de la humanidad. Dichas críticas no analizaban lo sustancial de su pensamiento.

Después de su muerte en 1979, la influencia de Herbert Marcuse se fue desvaneciendo. La forma en que su trabajo se fue ignorando aun en los círculos progresistas es curiosa, ya que había sido uno de los teóricos radicalizados más influyentes durante la transformadora década de 1960 y su obra siguió siendo un tema de interés y controversia durante los años 70. Si bien la disminución de los movimientos revolucionarios con los que estuvo involucrado ayudaría a explicar el eclipse de la popularidad de Marcuse, hemos señalado que la rebelión juvenil de fines de los años 60 fue fugaz pero sus efectos perduraron con mucha fuerza hasta nuestros días. Quizás la falta de nuevos textos y publicaciones de la obra de Marcuse ha contribuido a su relativo olvido. Mientras que en las últimas décadas ha habido un gran número de nuevas traducciones de los trabajos de Benjamin, Adorno y Habermas, no ha sido así con su obra. Además, ámbitos intelectuales críticos han tenido más interés en los escritos de Foucault, Derrida, Baudrillard, Lyotard y otros autores "posmodernos" o "post-estructuralistas" y Marcuse no encajaba en los debates de moda en el período posterior a 1980.

Es cierto que, a diferencia de Adorno, Marcuse no anticipó los ataques posmodernos a la razón y su dialéctica, y en su lugar suscribió un proyecto de reconstrucción de esa razón y de alternativas también racionales a la sociedad industrial existente. Tampoco la obra de Marcuse ejerció la fascinación póstuma y polifacética de Walter Benjamin, conflictivamente ligado a la Escuela de Franfurt pero creador inigualable de aproximaciones a las ideas de totalidad y de emancipación. Él tampoco previó el surgimiento de una sociedad post-industrial (¿sociedad del conocimiento?), la cual, después de 1980, relegó a un segundo plano la concepción de liberación social en la medida en que una nueva revolución tecnológica rescató al capitalismo de la crisis de los años 70, hundió al socialismo "realmente existente" y generó esperanzas ilusorias en el mercado global y sus libertades, sólo efectivas para los incluidos.

Sin embargo, el abandono de Marcuse fue negativo porque impidió publicar material inédito y desconocido que se encuentra en sus archivos conservados en la Stadtsbibliothek en Frankfurt. Allí se encuentran manuscritos muy interesantes sobre la guerra, la tecnología y el totalitarismo de la década de 1940 y algunos manuscritos de libros publicados, artículos y conferencias de los años 1960 y 1970 que pueden conducir a despertar más interés en su obra, de notable complejidad y una relativa actualidad.

Un cierto retorno a Marcuse es plausible. En primer lugar, él trató cuestiones que siguen siendo de importancia para la filosofía y la teoría política. Además sus manuscritos no publicados contienen material pertinente a las preocupaciones actuales sobre la exclusión social de una parte significativa de la humanidad. En segundo lugar, él desarrolló perspectivas perdurables sobre temas como la dominación, la posibilidad de liberación, los grupos marginados y su capacidad de lucha, abordados con un método coherente y sólido que no ha perdido valor. En ese método se mezclan adecuadamente la perspectiva filosófica que defiende la razón, alimentada por la evolución del pensamiento alemán moderno, con la riqueza de la observación de las ciencias sociales empíricas. Presentó enriquecedoras perspectivas teóricas sobre los seres humanos y su relación con la naturaleza y la sociedad así como una explicación social y política a la escandalosa carencia de justicia social en su época...y la actual.

Algunas conclusiones

Nuestra revisión de la obra de Marcuse es limitada por la falta de la debida profundidad con los que merecen ser analizados sus textos fundamentales; por ello a continuación esbozamos conclusiones parciales y preliminares. En retrospectiva, su visión de de la liberación y el desarrollo pleno del individuo en una sociedad no represiva distinguió muy positivamente sus escritos, junto con una aguda crítica de las formas existentes de dominación y opresión que existían en la sociedad industrial y permanecerían o se habrían agravado con la nueva revolución tecnológica de fines del siglo pasado.
 
Su obra careció de un análisis empírico, sostenido aun en algunas versiones de la teoría marxista contemporánea; y también de un análisis conceptual operacional, desarrollado por las creaciones más sólidas de la teoría política académica. Por ello fue y es improbable que sólo sectores marginales (desocupados, sociedades periféricas, etc.) puedan ser el sujeto central de un cambio social renovador. Tampoco Marcuse advirtió que en los campus norteamericanos atravesados por corrientes radicalizadas que luchaban contra la guerra, el racismo y la explotación se desarrollaban al mismo tiempo la PC individual, los chips, el mouse o Internet; y él no previó la multiplicidad de los más variados movimientos sociales que, desde 1980, surgirían para combatir diversas estructuras opresivas.

Sin embargo, Marcuse tuvo el acierto de demostrar cómo la ciencia, la tecnología y la teoría en sí tienen una dimensión política, elaborando un sólido cuerpo de análisis de-velador de los mecanismos de muchas de las formas dominantes de la sociedad, la cultura y el pensamiento de la época en que vivió, las cuales no son ajenas a la sociedad post-industrial. Asimismo sus trabajos principales superaron las limitaciones de las tendencias de la filosofía y la teoría social y política actuales que niegan la posibilidad del progreso social. Marcuse enarboló siempre la defensa de la razón científica y sus escritos proporcionaron un punto de partida viable para abordar problemas filosóficos y políticos permanentes, particularmente en las periferias de las sociedades desarrolladas que le interesaron con intensidad; su defensa de la razón anticipó el peligro que constituiría el rechazo irracional de la sociedad industrial. Su estrecha articulación de la filosofía con la teoría social, la crítica cultural y las respuestas políticas adecuadas a realidades cambiantes, parecen un legado perdurable.

Por otra parte, Marcuse se distinguió como analista social, incluso capaz de pronosticar importantes hechos sociales y políticos. Sucedió con su abordaje de la rebelión juvenil de los años 60, pero anteriormente, fue uno de los primeros filósofos de izquierda en desarrollar una aguda crítica del marxismo soviético y, como dijimos, previó las tendencias liberalizadoras en la Unión Soviética en su zona de influencia. Apreciar los hechos sin distorsiones ideológicas y con mesura permite analizar seriamente la vida política; ello hacía el filósofo Marcuse, y es patrimonio de pocos analistas.

En parte como respuesta a la caída del comunismo y en parte como resultado de nuevas condiciones tecnológicas y económicas, el sistema capitalista está siendo objeto de desorganización y reorganización. La lealtad al marxismo de Marcuse siempre lo llevó a analizar las nuevas condiciones de las sociedades capitalistas que se generaron desde la época de Marx, camino ignorado por diversos "marxismos" existentes. La teoría social puede construir ahora, a partir de la tradición marcusiana, teorías críticas indispensables en las sociedades del siglo XXI, basadas en el análisis de dichas transformaciones del capitalismo, su creciente heterogeneidad y la aparición de un complejo y vacilante sistema económico mundial.

Para dicha tradición, la teoría social fue íntegramente histórica y capaz de definir los fenómenos más destacados de cada época y sus cambios con respecto a anteriores formas sociales, creando categorías novedosas y/o actualizadas. Mientras que ciertas teorías postmodernas pretendieron postular una ruptura con la historia, negándose a reflexionar sobre el sentido de la historicidad, Marcuse trató de analizar las configuraciones del capitalismo en la cambiante dinámica del proceso histórico.

Por otra parte, él siempre puso especial atención en el importante papel de la tecnología en la organización de las sociedades contemporáneas. El énfasis marcusiano sobre la relación entre la tecnología, la economía, la cultura y la vida cotidiana es especialmente importante en un momento en que comienza una nueva era marcada por cambios tecnológicos excepcionales. También él prestó alguna atención a la proliferación de nuevas tecnologías en los medios de comunicación; las formas culturales aparecidas en los últimos años también quizás necesiten apelar a una perspectiva de fuerte contenido histórico para captar las potencialidades de ese proceso de cambio.

Por último, mientras que diversas versiones de las teorías positivista y posmoderna han renunciado a analizar la perspectiva de todo cambio social y político sustantivo, Marcuse intentó vincular la razón crítica con los movimientos políticos más radicalizados de la época y, por lo tanto, politizar su filosofía y su teoría social; alejándolos del peligro de la irracionalidad y el fanatismo. Dadas la actual multiplicidad de guerras de ocupación casi colonizadoras y las diferencias sociales abismales que están generando una conflictividad potencialmente explosiva e irracional, su pensamiento sigue proporcionando importantes recursos y un estímulo para renovar de forma permanente la teoría política crítica; en consecuencia, la relectura de sus obras sigue proporcionando recursos importantes para estudiar la situación actual, en la medida en que podría inspirar la indispensable diversidad de teorías políticas que den cuenta de la variedad de formas de democratización que realmente contribuyan a eliminar la explotación del hombre por el hombre.




Bibliografía


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