El marxismo latinoamericano ante dos desafíos: feminismo y
crisis ecológica (*)
Por: Luis Vitale (**)
Los marxistas latinoamericanos no
han tomado aún plena conciencia de los desafíos fundamentales de la última
década. Cuando parecía haberse superado el dogmatismo, se ha producido una
parcial involución, cayendo en una posición a la defensiva frente a problemas
como la insurgencia femenina, la crisis ambiental, la relación etnia-clase, el
papel revolucionario de otras capas explotadas - y no sólo del proletariado -
puesto de manifiesto en la revolución nicaragüense y salvadoreña, el proceso de
regionalización de la revolución latinoamericana y el socialismo que queremos.
Está de moda hablar de la crisis
del marxismo. A nuestro modo de entender, lo que está en crisis es el marxismo
convertido en escolástica, el dogmatismo sedicentemente marxista, el
estalinismo, el neo- y el mao-stalinismo. En ese nuevo catecismo todo parece
reducirse a las "siete leyes inmanentes" de la dialéctica, al binomio
fuerzas productivas-relaciones de producción o a la fórmula cuasi mágica de
estructura-superestructura para explicar de un modo reduccionista los complejos
y multifacéticos problemas de las formaciones sociales.
Así se fue forjando una nueva
ortodoxia que transformó al marxismo en filosofía, tirando por la borda la
herencia de sus fundadores que lucharon precisamente por la supresión de la
filosofía como ideología. Y se pretendió no sólo convertir al marxismo en
filosofía sino también en una nueva ciencia, en una ciencia de las ciencias. En
nombre de la sedicente ciencia marxista Althusser llegó a negar la teoría de la
alienación, calificándola de mera ideología, cuando constituye la esencia del
pensamiento de Marx.
El marxismo no necesita el
certificado de ciencia para legitimarse en las aulas universitarias. El
marxismo es más que una ciencia. Es una teoría y una praxis para construir una
nueva sociedad, para derrocar a la clase dominante y reemplazarla por un
gobierno de obreros, campesinos y demás capas oprimidas de la sociedad, que
permitirá construir un socialismo autogestionario y basado en la auténtica
democracia de los trabajadores, con el fin de extinguir progresivamente el
Estado hasta llegar a la sociedad sin clases. Esto es y no es ciencia. Es
también política.
Construir una nueva sociedad -
distinta a los actuales "socialismos burocráticos reales" - es más
que una ciencia. Por eso, el planteamiento estratégico de Marx no fue la mera
formulación economicista relacionada con los medios de producción, sino la
lucha permanente por liquidar la alienación humana.
Esta teoría no está en crisis. Lo
que está en crisis es la ideología pervertida del denominado "campo
socialista" que con sus deformaciones burocráticas y abiertamente
represivas y autoritarias - al estilo Jaruzelski - ha distorsionado la imagen
del socialismo proyectada por los fundadores del marxismo. Está en quiebra,
también, la forma de generar el poder en la sociedad global y dentro del
partido.
Demás está decir que ante todo
está en crisis el pensamiento burgués. Ni el liberalismo, el neopositivismo, el
neotomismo y el estructural funcionalismo, ni los postulados de un Spengler, un
Mannheim, un Popper o un Toynbee, han podido superar la falta de un proyecto
histórico de sociedad que viene arrastrando hace más de un siglo el sistema
capitalista mundial. Las únicas banderas que dicen representar, la libertad y
los derechos humanos, se disuelven como pompas de jabón ante realidades tan evidentes
como las masacres de Vietnam, El Líbano y Centroamérica.
Periodización tentativa del pensamiento marxista latinoamericano
Podrían señalarse las siguientes
fases: la de gestación (1870-1910), caracterizada por la divulgación de los
libros de Marx y Engels, la organización de las seccionales de la Internacional
y la elaboración de los primeros; programas socialistas por Enrique Roig y
Carlos Baliño en Cuba, Rhodakanaty y Zalacota en México, Vázquez y Vasseur en
Uruguay y el alemán H. Ave Lallemant, que hizo uno de los primeros análisis
marxistas de Argentina, publicados en "El Obrero" y en "Die Neue
Zeit", además de ser fundador del movimiento obrero argentino, junto a
otros inmigrantes que se quedaron definitivamente en ese país. Paralelamente,
surgió el pensamiento socialdemócrata, bernsteiniano, liderado por J. B. Justo.
En la segunda fase (1910-1930),
se destacaron precursores de la talla de Recabarren, Salvador de la Plaza,
Mariátegui, Mella y Ponce. Entonces se planteó creadoramente la cuestión de la
tierra ligada al problema indígena, la unidad de los pueblos latinoamericanos
retomando el pensamiento bolivariano en un nuevo contexto de clase, la lucha
nacional-antimperialista y el carácter socialista de la revolución.
La tercera fase, que transcurrió
desde 1930 hasta 1960, estuvo caracterizada por un proceso de esclerosamiento
ideológico que condujo a un dogmatismo incapaz de ver más allá de lo que
dictaban los manuales de la URSS. Fueron los tiempos en que había que fabricar
tesis, como la de América Latina feudal, al servicio de la estrategia de turno:
el Frente Popular, expresión de la teoría de la revolución por etapas.
Tuvo que advenir una gran
revolución, como la cubana, para que pudiera romper se el corset stalinista,
inaugurando la cuarta fase, una de las más ricas del pensamiento marxista en
nuestro continente. Se inició así el cuestionamiento de los manuales, del
llamado materialismo dialéctico y de la interpretación escolástica de nuestra
historia. Esta ruptura con el dogmatismo ha tenido subperíodos de alza de la
revolución cubana al triunfo popular de Allende de estancamientos como los
sufridos a raíz de los golpes militares en el Cono Sur, que
"choquearon" a los intelectuales marxistas, y de resurgimientos
estimulados por el triunfo de la revolución nicaragüense. En general, han sido
veinte años de continuo enriquecer del pensamiento marxista latinoamericano que
se expresa en la reinterpretación de las historias de cada país, de los nuevos
papeles del Estado, de los nuevos sectores de clase, de la llamada
"marginalidad", de los movimientos sociales, etc.
Hemos tenido un rico debate sobre
los modos de producción y las formaciones sociales, que puso al desnudo la
ideologización hecha por el stalinismo en relación a una supuesta existencia de
feudalismo para justificar su política de colaboración de clases con la burgués
la industrial "progresista". Hemos logrado romper los esquemas y
modelos europeos que se aplicaban acríticamente a nuestras sociedades atrasadas
semicoloniales, aunque todavía quedan algunos con "mente colonizada",
como diría Franz Fanon. A pesar de la derrota sufrida por los partidarios de la
concepción unilineal de la historia, que rebuscaron obstinadamente en América
Latina la secuencia esclavismo-feudalismo-capitalismo, ha vuelto a resurgir un
dogmatismo tardío, bajo un nuevo ropaje. Su portavoz más publicitado es Marta
Harnecker, repetidora fiel de los modelos del estructuralismo althusseriano. Ha
llegado el momento de hacer un anti-Dühring para América Latina, salvando en lo
puntual por supuesto las distancias entre el señor Dühring y la señorita en
cuestión.
La discusión sobre el carácter de
la dependencia abrió un nuevo campo de investigación a los pensadores
marxistas, que comenzaron a cuestionar la teoría desarrollista de la CEPAL,
poniendo de manifiesto que era otra ideologización al servicio de una nueva
reasociación del capital privado y estatal con el capital monopólico
internacional. Sin embargo, algunos pretendieron erigir "la
dependencia" como una nueva teoría, cuando en realidad se trata de una
categoría de análisis que puede utilizarse en las fases de la historia
latinoamericana, despojándola de la ideología de los
"dependentólogos", de su metodología estructuralista, del dualismo
centro-periferia y, sobre todo, del enfoque aséptico que ha menospreciado el
papel de la lucha de clases.
Una nueva generación de marxistas
ha comenzado a criticar la llamada "teoría de la dependencia" - cuyo
estancamiento es obvio - por haber unilateralizado el aná- lisis, al poner el
acento en el carácter exógeno de nuestra economía, en detrimento del estudio de
las relaciones de producción y del conflicto de clases. Los llamados factores
"externos e internos" forman parte de un mismo proceso global
insertado en el sistema capitalista mundial. Las relaciones de dependencia se
expresan tanto a través de la opresión semicolonial y étnica, como de la
explotación de clase, las repercusiones de la crisis ecológica y las formas
especiales de opresión de la mujer en América Latina. Etnia-clase-sexo-colonialismo constituyen en América Latina partes
interrelacionadas de una totalidad dependiente que no puede escindirse, a
riesgo de parcelar el conocimiento de la realidad y la praxis social, como si
por ejemplo las luchas de la mujer por su emancipación estuvieran desligadas
del movimiento ecologista, indígena, clasista y antimperialista, y
viceversa.
Sólo a la luz de este análisis
totalizante de la formación social podemos enfocar problemas como los del
feminismo y la crisis ecológica.
Feminismo y marxismo
Los "marxistas"
fosilizados y lamentablemente la mayoría de los partidos de la izquierda
latinoamericana no se han atrevido a dar una respuesta integral a las luchas de
la mujer por su emancipación, aunque existen algunos promisorios avances en
Cuba y Nicaragua. Basta mirar los programas y la praxis diaria de la mayoría de
esos partidos para comprobar que su "comprensión" del problema no va
más allá de permitir tímidas reformas que, al fin de cuentas, mediatizan la
lucha feminista. Ni qué decir si uno se adentra en la vida interior de esos
partidos, donde en las células o núcleos se reproduce la misma forma de
dominación machista, autoritaria y represiva, que en la sociedad global: los
hombres dirigen y teorizan, las mujeres hacen de secretarias, servidoras de
café y organizadoras de fiestas para recolectar fondos destinados al partido.
Los dirigentes de los comités centrales, temerosos de perder votos, no quieren
que se les mencione la posibilidad de hacer una campaña por el derecho al
aborto, a pesar de estar informados que en cada uno de nuestros países entre
medio y un millón de mujeres practican anualmente el aborto ilegal, con todos
sus riesgos fatales.
Los partidos autodenominados
"marxistas-leninistas" tratan de minimizar las luchas de la mujer
manifestando que el movimiento es diversionista y ¡cuando no! pequeño burgués,
ya que sus reivindicaciones específicas tenderían a desviar el proceso de la
lucha de clases, como si el combate de la mujer estuviera desligado de esa
lucha de clases que tanto propugnan y tan poco practican.
Prometen a las mujeres que su
liberación comenzará con el socialismo. Dicen luchar contra el sistema, pero
parecen ignorar que el sistema de dominación se afirma también en la ideología
de la opresión femenina. Se niegan a reconocer que los pioneros del marxismo no
alcanzaron a formular una teoría sistemática de la explotación y opresión de la
mujer. La mayoría de los marxistas creyó que la incorporación masiva de la
mujer al trabajo sentaría las bases esenciales para la liberación femenina. La
realidad ha demostrado que eso no basta. Más aún, la revolución socialista es
la condición sine qua non para iniciar el proceso de emancipación de la mujer,
pero no lo garantiza. El curso deformado de las revoluciones socialistas ha
demostrado que aún subsisten ciertas formas de explotación de la mujer y que
los hombres se resisten a perder sus privilegios, superviviendo rasgos
heredados de la familia patriarcal burguesa.
Los varones marxistas
latinoamericanos por su parte, tampoco se han atrevido, salvo excepciones, a
dar una respuesta al desafío planteado por más de la mitad de la población.
Manuel Agustín Aguirre, el que suscribe y otros, hemos intentado hacer algunas
contribuciones sobre el tema, tratando de señalar la especificidad de las
luchas de la mujer latinoamericana: su etnia indígena y negra, sus prejuicios
condicionados por la ideología de la clase dominante, sus creencias religiosas,
su sobrecarga de trabajo hogareño y el especial machismo que soportan. Pero los
aportes fundamentales han sido realizados por las propias mujeres
latinoamericanas, lo cual constituye una clara expresión de la renovación del
pensamiento marxista. Una Giovanna Machado en Venezuela, Mirta Henault, Elena
Gil e Isabel Larguía en Argentina, Lourdes Arispe en México, Margaret Randall,
ViezzerDomitila en Bolivia, la Revista FAM de Ecuador, y otras de Perú,
Colombia, México y Brasil, son muestras elocuentes de una teoría propia,
latinoamericana, que se está abriendo paso con sus propias fuerzas.
La teoría marxista acerca de la
mujer debe considerar que no es solamente oprimida, postergada y objeto sexual,
sino desentrañar su proceso de explotación económica y la magnitud de su
contribución a la acumulación originaria de capital desde la colonia y a la
ulterior consolidación del modo de producción capitalista. La base de la
opresión es la explotación. Las diferentes variantes de alienación sexual,
psíquica y cultural tienen como basamento la alienación en el trabajo, dentro y
fuera del hogar.
La mujer: reproductora de la fuerza de trabajo
La función básica que realiza la
mujer es la de reproducir la fuerza de trabajo. El capitalismo no invierte un
centavo en esa reproducción. La mujer se encarga de la reproducción sin que el
capitalismo retribuya su trabajo. Parece increíble, pero hay que repetirlo: la
crianza de los hijos es un trabajo, un trabajo no remunerado. Detrás de la
ideología, que pretende idealizar el papel de la madre, están los intereses del
capitalismo para asegurar, sin inversión, la reproducción de la fuerza de
trabajo. El trabajo "doméstico" de la mujer, considerado como función
natural, complementa el salario o "trabajo necesario" del obrero o
empleado. Un ideólogo burgués podría argumentar que la alimentación de los
hijos es subvencionada por el pago del salario. La verdad es que el
"trabajo necesario" pagado al trabajador sólo alcanza para que se
mantenga y vuelva con nuevas energías a la producción. Sin el trabajo de la
mujer en el hogar, dicho salario no bastaría para la familia. La mujer realiza
un trabajo no remunerado en la preparación de los alimentos para el hombre que
tiene que seguir entregando plusvalía en la empresa. La mujer no sólo cría
hijos y elabora gratis la comida sino que también produce valores de uso, como
vestidos, tejidos, etc. Los marxistas latinoamericanos tenemos que analizar las
especificidades de esta explotación económica en América Latina, como parte del
enriquecimiento a la Economía Política en relación al proceso de acumulación
capitalista.
La teoría del valor-trabajo sirve
para explicar el fenómeno de la plusvalía y del excedente económico, pero no ha
evaluado el significado del trabajo de la mujer como factor decisivo en la
reproducción de la fuerza de trabajo. No se trata de aplicar la teoría de la plusvalía
al trabajo doméstico de la mujer, ya que en esta labor no se dan las reglas del
juego capitalista: trabajo necesario y trabajo excedente. No hay extracción de
la plusvalía por parte del hombre en relación al trabajo de la mujer en el
hogar, pero hay una transferencia de valor al conjunto del sistema capitalista.
La mujer realiza un trabajo, y
todo trabajo produce valor. Si la mujer que trabaja en el hogar produce un
valor, cabe analizar cómo se manifiesta ese valor. Es evidente que los
alimentos y vestidos producidos en el hogar son valores de uso. Pero el
problema se hace más complejo cuando se trata de la reproducción de la fuerza
de trabajo destinada al mercado laboral. Marx demostró que la fuerza de trabajo
es una mercancía en el capitalismo. El obrero-mercancía vende
"libremente" su fuerza de trabajo una vez que ha sido criado por su
madre. Sería osado deducir de esta afirmación - como lo han hecho ya algunas
autoras - que la madre produce mercancías. Lo que hace la mujer es reproducir
gratis la fuerza de trabajo que luego se convertirá en mercancía en el momento
en que el obrero se ofrece por un salario.
La explotación de la mujer en el capitalismo
Otro de los trabajos no
remunerados de la mujer se realiza en las pequeñas explotaciones indígenas y
campesinas de tipo familiar. El trabajo no remunerado de esposa e hijas en las
labores de campo permite al campesino vender sus productos a bajos precios. El
capitalismo se beneficia de estos precios de los productos de consumo popular
porque los trabajadores pueden adquirirlos para renovarse como fuerza de
trabajo. De modo que la explotación de tipo familiar - que obviamente no es
capitalista - sirve para reforzar el proceso de acumulación. Es fundamental
investigar en qué medida han tomado conciencia de esta explotación las mujeres
indígenas y campesinas y si estarían dispuestas a luchar para que su trabajo
sea remunerado.
Las mujeres obreras y empleadas
entregan tanta o más plusvalía que los hombres porque son contratadas con bajos
salarios, en los llamados trabajos "no calificados". La verdad es que
en algunas industrias la productividad de la mujer es superior a la de los
hombres y, por tanto, la plusvalía producida es mayor. Este es otro tema de
investigación para el marxismo latinoamericano; es fundamental porque
permitiría explicar el proceso de acumulación de capital en la primera fase de
la industrialización por sustitución de algunas importaciones que se dio en
América Latina entre 1930-60, con mayor incidencia del capital variable. Hay
que estudiar - como se ha hecho en Japón - en qué trabajos "no
calificados" la mujer es capaz de alcanzar una velocidad de ejecución y
una minuciosidad que el hombre no puede lograr.
Si el marxismo latinoamericano
pudiera demostrar este tipo de explotación ayudaría a que las obreras y
empleadas tomen conciencia de la necesidad de luchar para que a igual trabajo
calificado o no se pague igual salario, terminando así con la discriminación
por sexo en el trabajo. Quizá ese convencimiento las lleve a exigir una Secretaría
de la Mujer en los Sindicatos, como se hace en España, y desde esa trinchera
organizada de clase defender el derecho al aborto, luchar para no ser despedida
en caso de embarazo y reafirmar el derecho de la mujer a hacer libre uso de su
cuerpo.
El numeroso contingente de
mujeres que trabajan por cuenta propia en América Latina produce valores de
cambio, como vestidos y alimentos. Otras son explotadas por las empresas que
les dan trabajo a domicilio. El marxismo tiene que analizar cómo ha bajado el
salario real a través de la integración de la mujer al masivo ejército
industrial de reserva. La mujer no solamente reproduce la fuerza de trabajo que
engrosa esa masa de cesantes, sino también es parte potencial y real del propio
ejército de reserva de mano de obra.
Las mujeres latinoamericanas se
han organizado, todavía minoritariamente, en movimientos autónomos,
democráticos y antiautoritarios, muchos de ellos convocados al Segundo Congreso
Latinoamericano de Mujeres a realizarse este año en Perú. Están en contra del
verticalismo partidario que las frustró por ser en el fondo una expresión de la
sociedad patriarcal represiva. Los hombres de izquierda deben entender que la
mayoría de las mujeres no sólo luchan por sus reivindicaciones especificas sino
también por una forma alternativa de comunidad igualitaria, proyecto histórico
del cual tienen mucho que aprender los marxistas. Quizá las mujeres jueguen un
papel clave en la estructuración de una nueva concepción de partido y de
generación del poder. De ahí, las numerosas coincidencias estratégicas entre el
movimiento feminista y el de los Verdes ecologistas.
Ecología y marxismo
El marxismo tiene otro gran
desafío: dar respuesta teórica y política a la crisis ambiental, porque en
torno a esta cuestión clave se está jugando la supervivencia de la humanidad.
El dilema "socialismo o barbarie", planteado por Rosa Luxemburg, está
más vigente que nunca.
Los marxistas han descuidado el
estudio del ambiente, reaccionando muchos de ellos a la defensiva, negando la
trascendencia de la crisis ecológica o denunciando los grupos ecologistas como
movimientos diversionistas que distraen la atención de las tareas de la lucha
de clases. Uno se pregunta si esta falta de respuesta de la izquierda y,
especialmente de los partidos comunistas, se debe a que en la URSS, los países
de Europa Oriental y China, existen similares impactos ambientales, ya que aún
no han inventado una tecnología distinta a la del capitalismo industrial, que
no altere los ecosistemas.
La indiferencia de la izquierda
latinoamericana ante la crisis ecológica ha facilitado el camino para que un
"ecologismo demagógico", de ideología burguesa, arrebate ciertas
banderas al auténtico movimiento ambientalista reduciendo la crisis a la
contaminación y el conservacionismo. También se ha desarrollado un
"dogmatismo energético", que plantea el problema de la energía por
encima de las clases, como si los flujos energéticos no estuvieran mediados por
las relaciones de poder. Se ha llegado a plantear que la ecología ha superado al
marxismo y su teoría de la lucha de clases, no advirtiendo que la crisis
ambiental sólo será superada a través de la lucha de clases, del enfrentamiento
con los explotadores, responsables del deterioro ambiental.
También los
"desarrollistas" se han puesto a la moda incorporando la
"variable ecológica" y el estudio del "medio ambiente",
según los informes de los últimos años de la CEPAL. Antes que nada, es
necesario aclarar que el ambiente no es "medio", sino la totalidad constituida
por la naturaleza y la sociedad humana. Por eso es un error hablar de medio
ambiente; la palabra medio debe utilizarse en relación al medio natural, medio
geográfico, etc. Es también incorrecto emplear el término "variable
ambiental" porque el ambiente no es ninguna variable sino el todo.
Cuando los teóricos de la CEPAL
se refieren a la necesidad de incorporar la "dimensión" ambiental,
quieren expresar que toda planificación económica debe contemplar la
"variable" ambiental. En rigor, debería partirse de la planificación
ambiental y dentro de ella considerar la variable económica. Pero la CEPAL no
plantea el problema de esta manera porque le interesa el "crecimiento sin
deterioro" o "el desarrollo con el mínimo daño permisible",
modelo de por sí falso, ya que es el actual tipo de desarrollo capitalista el
que precisamente ha conducido a la crisis ambiental más grave de la historia.
La CEPAL trata de conciliar lo inconciliable: desarrollo capitalista y mínimo
deterioro ambiental.
Ahora están preocupados de
determinar la "oferta ecológica" potencial. Cabe preguntarse ¿quién
cuantifica la oferta ecológica? y ¿quién se la apropia? Paralelamente, sugieren
incorporar a las "cuentas nacionales" los recursos naturales para
registrar el monto del deterioro. ¿Acaso las cuentas nacionales no son
controladas por la misma clase social que provoca el deterioro?
Las sugerencias de la CEPAL para
un "crecimiento sin deterioro" se hacen en un momento en que las
transnacionales están trasladando a Latinoamérica industrias altamente
contaminantes, reactores nucleares y empresas de alto consumo energético. El
nuevo modelo de acumulación, basado en el crecimiento de las industrias de
exportación no tradicionales, va también en contra de toda ilusión de un crecimiento
sin deterioro. El aumento de la inversión extranjera, de 18 a 38 mil millones
de dólares entre 1967 y 1975 en América Latina, se ha dado precisamente en las
industrias de mayor impacto ambiental. ¿Cómo hará la CEPAL para pedirle a esas
transnacionales un crecimiento con el "mínimo daño permisible"?
Naturaleza y sociedad
Los marxistas deben partir del
reconocimiento que han estudiado solamente la sociedad humana. Para comprender
la totalidad naturaleza-sociedad, que es el ambiente, es necesario retornar a
la concepción de la historia formulada por Marx, a la indisoluble relación
entre naturaleza e historia. Así, podrá entenderse el proceso de la naturaleza
socialmente mediada por la producción de bienes materiales. El fenómeno de la
producción es el aspecto más relevante de la interacción naturaleza-sociedad.
Para estudiar esta interrelación hay que crear una nueva disciplina, o Ciencia
del Ambiente.
Las actuales ciencias y
sub-ciencias parcelan la realidad.
Los marxistas tenemos que
reexaminar la forma en que los ecosistemas condicionaron nuestros modos de
producción desde la sociedad precolombina y cómo la ecobase determina la
productividad de los recursos naturales, afectando las condiciones de
producción, es decir, estudiar la incidencia de los ecosistemas en la formación
del valor, especialmente en la renta de la tierra de nuestros latifundios y
haciendas.
Comprendiendo la interrelación
entre naturaleza y sociedad global humana, tomará una nueva dimensión la
Economía Política, al analizar los costos ecológicos de la explotación
petrolera, del cobre, estaño, madera y demás materias primas. De este modo,
podrá plantearse una clara política de protección a los ecosistemas,
denunciando los desastres ambientales provocados por el capitalismo y los regí-
menes burocráticos, al mismo tiempo que adquirirá un perfil más claro el tipo
de socialismo que queremos. Mientras el marxismo europeo discute acerca de las
nuevas alternativas de vida, en América Latina seguimos repitiendo viejos
esquemas de la transición, ignorando el papel que pueden jugar en la lucha
social los movimientos feministas y ecológicos en el diseño de una nueva
sociedad y de una nueva calidad de vida.
Hasta ahora la izquierda
latinoamericana ha criticado solamente el régimen de producción del sistema
capitalista, pero no el estilo de consumo ni lo que se produce. Hay que
cuestionar tanto las pautas de consumo como el tipo de producción, criticando
los monocultivos que han proliferado en América Latina en función de las
empresas agroindustriales y postulando una diversificación que incorpore las
experiencias de la agricultura campesina. En tal sentido, los marxistas tienen
mucho que aprender de los indígenas y campesinos que conocen mejor que muchos
técnicos de escritorio el funcionamiento de los ecosistemas naturales y los
riesgos que corren sus tierras con los pesticidas y la contaminación de las fá-
bricas. El marxismo tiene que retomar el problema de la tierra en la tradición
de Mariátegui, pero integrando la problemática ambiental. Si no se comprende la
relación etnia-clase-ambiente se puede caer en un mal tratamiento del problema
indígena, como le ha sucedido a los compañeros sandinistas con los misquitos,
cuya única reivindicación es que se respete el derecho a la autodeterminación
de su pueblo.
Nuestra izquierda sigue
denunciando al imperialismo en los mismos términos de hace medio siglo, no
advirtiendo que las transnacionales están trasladando reactores nucleares e
industrias altamente contaminantes, que no sólo saquean nuestras materias
primas y se apoderan de las industrias sino que ahora también nos envenenan el
ambiente.
Algunos alientan ilusiones acerca
de la posibilidad de lograr una planificación ambiental. La burguesía puede
programar ciertas campañas contra la contaminación, pero jamás planificará en
beneficio del ambiente de la calidad de vida del pueblo, porque la lógica de la
acumulación del capital va precisamente en contra de los ecosistemas. Existe
una contradicción insalvable entre la acumulación capitalista y los ciclos
ecológicos.
La estrategia global de
ecodesarrollo se logrará solamente en una sociedad socialista, autogestionaria
y practicante de la democracia de los que trabajan, capaz de generar una
tecnología propia, de bajo costo ecológico y de uso racional de la energía.
Sin ruptura del nexo semicolonial
en América Latina no habrá planificación ambiental ni posibilidades de
implementar un auténtico ecodesarrollo. Como dice Philippe Saint Marc: "la
única manera de proteger la naturaleza es socializarla".
(*)Publicado en la revista NUEVA SOCIEDAD NRO. 66 MAYO-JUNIO
1983, PP. 90-98
(**)Luis Vitale Historiador
chileno. Profesor e Investigador de la Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Entre sus publicaciones
destacan: "Interpretación Marxista de la Historia de Chile" (5
tomos), "La Formación Social Latinoamericana","Historia y
Sociología de la Mujer Latinoamericana", "Hacia una Historia del
Ambiente en América Latina".
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