domingo, 3 de abril de 2016

Adolfo Sánchez Vázquez : Ética y marxismo

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Ética y marxismo





Por : Adolfo Sánchez Vázquez*






NOS PROPONEMOS EXAMINAR aquí las relaciones entre ética y marxismo. Con este objeto partimos de establecer una distinción entre ética y moral que no siempre suele hacerse, incurriendo en la consiguiente confusión de términos. Pues bien, por moral entendemos una forma específica del comportamiento humano, individual o colectivo, que se da realmente, o que se postula que debiera darse. Y por ética entendemos la atención reflexiva, teórica, a la moral en uno u otro plano –el fáctico o el ideal– que no son para ella excluyentes. Vale decir: a la ética le interesa la moral, ya sea para entender, interpretar o explicar la moral histórica o social realmente existente, ya sea para postular y justificar una moral que, no dándose efectivamente, se considera que debiera darse.

Tenemos, pues, ante nosotros, a la moral en un doble sentido: como objeto de reflexión o conocimiento, y como conjunto de principios, valores o normas a los que se considera que debieran ajustarse las relaciones, en sociedad, entre los individuos, o de los individuos con determinados grupos sociales o con la comunidad. Pero este sentido normativo no sólo es propio de la moral que se propone, sino también de la crítica de la moral existente, así como de la crítica a la que pueden someterse otros tipos de comportamiento humano como el político, el estético, el religioso, el lúdico o el económico. Desde este enfoque, cabe una crítica moral de ciertos actos como los de una política que recurre a ciertos medios aberrantes, o los de cierta economía que rebaja o anula la dignidad del trabajador al hacer de él un simple instrumento o mercancía. En casos como estos, la moral –justamente por su carácter normativo–, con su crítica desde ciertos principios, valores o normas, se enfrenta a otras formas de comportamiento humano que, por su naturaleza específica, no tienen una connotación moral. Pero, al señalar esta presencia de la moral en otras formas de comportamiento humano, hay que cuidarse de no acentuar esta presencia hasta el punto de disolver en ella el comportamiento específico de que se trate; es decir, no hay que caer en el extremo que la diluye: el moralismo. Como igualmente habrá que cuidarse de otro extremo que también disuelve a la moral: el sociologismo, en la teoría, o el pragmatismo o “realismo”, en la práctica política. Con estas precauciones, abordemos el problema de las relaciones entre el marxismo como ética y la moral, entendidos ambos términos en el doble plano antes enunciado: explicativo y normativo.

I

Hechas estas observaciones previas, respondamos de entrada que esas relaciones se presentan con un carácter problemático, pues incluso algunos marxistas, para no hablar de los que abordan estas cuestiones desde fuera del marxismo, sostienen que esas relaciones, al ser consideradas teórica y prácticamente, son más bien de divorcio que de buen avenimiento. Se llega incluso a negar que haya lugar en la teoría y en la práctica: un lugar para la ética y la moral en el marxismo. A mi modo de ver, y para ir despejando el camino inseguro que hemos de recorrer, la problematicidad de una ética marxista, o más exactamente de inspiración marxiana, no se plantea con la misma fuerza en los dos sentidos que le hemos atribuido. Por lo que toca al componente explicativo, es decir, al que hace de la moral objeto de reflexión o conocimiento, es difícil dejar de admitir que, si bien encontramos en Marx una ética en sentido estricto, como un cuerpo de verdades sistemáticamente articulado, no se puede ignorar que, a lo largo de su obra, se encuentran explicitadas –para no hablar de las implícitas, más abundantes– reflexiones, afirmaciones e ideas sobre la naturaleza ideológica de la moral y su carácter histórico y social, sobre su vinculación con las relaciones de producción y los intereses de clase, así como sobre su función en la sociedad y, particularmente, en la sociedad socialista. Ello quiere decir que, no obstante la escasa presencia abierta y la falta de sistematicidad de esas ideas en la obra de Marx, la moral no deja de hacerse presente en ella como objeto de conocimiento, y con la suficiente altura teórica como para inspirar la ética que algunos marxistas hemos intentado construir.

Ahora bien, la problematicidad de las relaciones entre ética y marxismo, o entre marxismo y moral, cobra fuerza sobre todo cuando, en esas relaciones, la moral se entiende en un sentido normativo: como la moral que impregna la crítica del capitalismo, el proyecto de nueva sociedad socialista-comunista y, finalmente, el comportamiento práctico, revolucionario, para convertir ese proyecto en realidad, tanto en la fase previa para destruir el viejo sistema social como al construir otro nuevo.

II

Pues bien, volvamos a la pregunta crucial: ¿hay lugar para la moral en esa crítica, en ese proyecto de nueva sociedad y en ese comportamiento práctico, político revolucionario? Y si lo hay, ¿qué alcance tiene: aleatorio o necesario, negativo o positivo, irrelevante o importante sin ser determinante o decisivo? Tales son las cuestiones en juego. Las respuestas de los marxistas a ellas oscilan –sin detenernos ahora en sus matices– entre dos posiciones diametralmente opuestas: una, la que niega que haya un lugar necesario y relevante para la moral en Marx; y otra, la posición que sostiene que sí hay un lugar necesario y relevante para esta –aunque de un alcance no determinante ni decisivo–, teniendo en cuenta los tres planos de análisis trabajados hasta aquí: la crítica del capitalismo, el proyecto de nueva sociedad y la práctica política revolucionaria.

¿Cómo inclinarse por una u otra posición que, en verdad, son contradictorias? Lo más aconsejable, al parecer, sería acudir a los textos de Marx, considerados en su amplio diapasón, desde los juveniles a los tardíos, pasando por los de su madurez. Pero al detenernos en ellos, encontramos pasajes que vienen a alimentar, en desigual proporción, una y otra posición contradictoria. Con respecto a la primera, vemos que Marx (y Engels) dice en La ideología alemana (1956): “los comunistas no predican ninguna moral” y no la predican –sostiene– porque toda moral, por su naturaleza ideológica, es falsa o encubre los intereses de la clase dominante a la que sirve. Un rechazo tan categórico como este lo hallamos en el Manifiesto Comunista. Y en El Capital hallamos la idea de que la transacción entre fuerza de trabajo y capital es justa por corresponder a las relaciones de producción capitalistas, idea que ha sido interpretada, a veces, como si implicara la improcedencia de la crítica moral del capitalismo. Pasajes como estos son los que han llevado a incluir a Marx, junto con Nieztsche y Freud, en el trío de los “filósofos de la sospecha”, dada su crítica de la moral, o a endosarle el “inmoralismo” que le atribuyen incluso algunos marxistas.

Ahora bien, en contraste con los pasajes de textos de Marx que abonan esa posición, encontramos en uno de sus escritos más tempranos el imperativo de subvertir el mundo social en el que el hombre es humillado. Y muchos son los pasajes de sus textos juveniles en los que condena la inmoralidad del capitalismo. Un claro contenido moral se advierte, asimismo, en su teoría de la enajenación del obrero en los Manuscritos de 1844 y, ya en su madurez, en los Grundrisse (escritos preparatorios de El Capital), al criticar la usurpación por parte del capitalista del tiempo libre que crea el obrero. El mismo contenido impregna en uno de sus últimos escritos, la Crítica del Programa de Gotha, su visión de la sociedad desenajenada, comunista, articulada, en lo que respecta a la distribución de los bienes producidos, en torno a dos principios: conforme al trabajo aportado, en la primera fase de esa sociedad, y en torno a las necesidades de cada individuo en la fase superior, propiamente comunista.

Sin embargo, aunque a lo largo de la obra de Marx predominan los pasajes que permiten asegurar en ella un lugar a la moral, no puede negarse que existen otros que lo niegan, poniéndose así de manifiesto la contradicción señalada. Y, a veces, esta se da en un mismo texto: por ejemplo, en el mismo Manifiesto Comunista que descalifica a la moral como prejuicio burgués, se critica moralmente a la burguesía por haber convertido la “dignidad personal” –que obviamente es un valor moral– en un valor de cambio. Así, pues, hay que reconocer que existen posiciones contradictorias sobre la moral en la obra de Marx. Pero este reconocimiento no nos autoriza a dar por zanjado el problema de si hay o no lugar para la moral en Marx y el marxismo. Por el contrario, nos obliga a abordarlo, más allá de este o aquel pasaje, en el marco general de la naturaleza y el sentido de toda la obra teórica y práctica de Marx.

III

Pues bien, de acuerdo con esa naturaleza y ese sentido, ¿tiene fundamento dejar la moral fuera de la teoría y la práctica de Marx y el marxismo, o por el contrario hay que situarla como un componente necesario de una y otra? Pero, al plantearnos la cuestión en estos términos, no se puede pasar por alto una realidad, a saber: a la vista de las diversas interpretaciones del legado de Marx, no hay un solo Marx comúnmente aceptado por los marxistas, lo que conlleva, consecuentemente, a aceptar que se da una pluralidad de marxismos. Recordemos, por ejemplo, cómo emergían las ruidosas polémicas de hace unos años entre marxistas, un Marx “científico” y otro “ideológico”, así como el Marx sin “cortes” epistemológicos en el que se integraban uno y otro: el Marx “frío” y el “cálido”, de los que hablaba Bloch. También se hablaba del Marx objetivista, determinista, y del Marx en que conjugan subjetividad y objetividad, determinación y libertad. Y así podríamos enumerar, emergiendo de esas polémicas, otros Marx distintos opuestos entre sí.

Ahora bien, del modo en que se interprete el legado de Marx y se conciba el marxismo que se remita a él, dependerá, en definitiva, el lugar que uno y otro le asignen a la moral. Recordemos que nos referimos a la moral en sentido normativo, pues ningún marxista podría negar que, como ya señalamos antes, Marx convierte a la moral en objeto de conocimiento en el marco de su concepción de la historia y de la sociedad. Pero volvamos a la cuestión de la moral poniéndola en relación con la visión que se tenga de Marx. Ciertamente, si Marx es sólo, o ante todo, un científico o descubridor de continentes teóricos (la economía, la historia o la sociedad), y, consecuentemente, el marxismo inspirado por este Marx es sólo una nueva práctica o una nueva ciencia (Althusser), la moral en un sentido normativo no tendría, en verdad, nada que hacer allí. Se puede comprender entonces que se hable del “inmoralismo” de Marx, así como de la incompatibilidad entre marxismo y moral. Nada nuevo, por cierto, pues ya en tiempos más lejanos hablaban así Hilferding y Kautsky, después de haber reducido el marxismo a ciencia económica y social, lo que llevó a otros coetáneos suyos, como Vörlander, a buscar fuera del marxismo, en la ética de Kant, la moral necesaria para inspirar un comportamiento práctico, socialista. Y esa misma reducción del marxismo a ciencia, con su consiguiente incompatibilidad con la moral, es la que reaparece en el “antihumanismo teórico” de Marx, según la interpretación althusseriana, y en el aséptico marxismo analítico anglosajón de nuestros días. En ambos casos, la moral se esfuma, ya sea al quedar arrinconada en el desván de la ideología “humanista” (Althusser, 1968), ya sea al ceder los bienes y valores morales su sitio, en la lucha por el socialismo, a los no morales (Wood, 1981). Pero Marx ¿es sólo un científico?, ¿y el marxismo es sólo una ciencia? Y la moral, para uno y otro, ¿es sólo objeto de conocimiento?

IV

Para nosotros, Marx es ante todo el que encontramos tempranamente en sus famosas Tesis sobre Feuerbach, especialmente en la Tesis XI. Aunque archicitada, vale la pena recordarla, pues no siempre ha sido debidamente comprendida. Dice así: “Los filósofos se han limitado hasta ahora a interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo”. Como vemos, la Tesis tiene dos partes claramente delimitadas, pero a la vez estrechamente vinculadas entre sí. En ambas partes, encontramos el mismo referente: el mundo (ciertamente el mundo humano, social), pero en dos perspectivas distintas y no contrapuestas: como objeto de interpretación en la primera parte, y como objeto de transformación en la segunda. A una y otra perspectiva corresponden, respectivamente, dos modos de relación con el mundo, o de comportamiento humano: el teórico y el práctico. Ambas relaciones (interpretación y transformación), lejos de ser excluyentes, se imbrican forzosamente. Marx no está prescindiendo, en modo alguno –como creen los pragmáticos o practicistas– de la necesidad de interpretar o pensar al mundo. Lo que está criticando es el hecho de limitarse a interpretarlo, o sea: aquel pensar que se encierra en sí mismo al margen de la práctica necesaria si se desea transformar el mundo. Marx lo considera indispensable, pues para poder cambiar el mundo hay que pensarlo; pero, no obstante esta relación insoslayable, lo prioritario y determinante en ella es el momento de la transformación, como se establece inequívocamente en la segunda parte de la Tesis: “de lo que se trata es de transformarlo”. Y justamente porque de ello se trata, porque la transformación del mundo es prioritaria y determinante, Marx critica a los filósofos (o teóricos en general) que se limitan a interpretarlo. No se apunta, por tanto, a toda teoría, sino a la que se limita a interpretar; vale decir, a la que, al no integrarse en el proceso de transformación, deja el mundo como está.

Hay, pues, en Marx una centralidad de la praxis, entendida –de acuerdo con la primera Tesis sobre Feuerbach– como una actividad subjetiva y objetiva a la vez, teórica y práctica. Y es central la praxis para Marx justamente porque de lo que se trata es de transformar al mundo. Por consiguiente, el marxismo que remite a este Marx, que en él se inspire y de él se nutra –sin canonizarlo– puede caracterizarse como una “filosofía de la praxis”. Y tal caracterización es la que he pretendido fundamentar y desarrollar en mi Filosofía de la praxis (publicada en 1967 y reeditada revisada y ampliada en 1980).

V

Pues bien, teniendo siempre como eje esta centralidad de la praxis, destacamos en el marxismo así entendido cuatro aspectos esenciales que pasamos brevemente a señalar.

El marxismo es, en primer lugar, una crítica de lo existente y, en particular, del capitalismo: crítica de sus males sociales, engendrados necesariamente o estructuralmente por él, que –como toda crítica– presupone ciertos valores desde los cuales se ejerce. Hablar de los males sociales que se critican significa a la vez presuponer los bienes sociales en los que encarnan esos valores –morales y no morales– que el capitalismo limita, asfixia o niega realmente.

El marxismo es, en segundo lugar, un proyecto, idea o utopía de emancipación social, humana, o de nueva sociedad como alternativa social en la que desaparezcan los males sociales criticados. Se trata de un proyecto de nueva sociedad (socialista-comunista) en la que los hombres libres de la opresión y la explotación, en condiciones de libertad, igualdad y dignidad humana, dominen sus condiciones de existencia; un proyecto a su vez deseable, posible y realizable, pero no inevitable en lo que respecta a su realización. Deseable, por la superioridad de sus valores sobre los que rigen bajo el capitalismo, y por responder al interés y las necesidades de toda la sociedad; posible, si en la realidad se dan las condiciones históricas y sociales necesarias para su realización. Y realizable si, dadas esas condiciones, los hombres toman conciencia de la necesidad y posibilidad de la nueva sociedad, y se organizan y actúan para instaurarla. Por tanto, ni el capitalismo es eterno, ni el socialismo es inevitable. Pero si el proyecto de nueva sociedad no se realiza o la desaparición del capitalismo llega demasiado tarde, el famoso dilema de Rosa Luxemburgo podría resolverse en una barbarie que ni ella –mucho menos Marx– hubieran podido sospechar.

El marxismo es, en tercer lugar, conocimiento de la realidad (capitalista) a transformar y de las posibilidades de transformación inscriptas en ella, así como de las condiciones necesarias, de las fuerzas sociales y los medios adecuados para llevar a cabo esa transformación. Aunque el conocimiento de por sí no garantiza que esta se cumpla, sí garantiza –al insertarse en el correspondiente proceso práctico– que el proyecto no se convierta en un simple sueño, imposible de realizar, o en una aventura, condenada al fracaso.

Finalmente, el marxismo se distingue por su voluntad de realizar el proyecto; es decir, por su vinculación con la práctica, pues no basta criticar lo existente, ni proyectar una alternativa frente a él, como tampoco basta el conocimiento de la realidad a transformar. Se necesita todo un conjunto de estos actos efectivos que constituyen la práctica y, en especial, la práctica política destinada a realizar el proyecto de emancipación. Ninguno de los cuatros aspectos mencionados puede ser separado de los demás, aunque hay uno de ellos –la práctica– que es determinante y mantiene a todos en su unidad.

Considerado así el marxismo, como filosofía de la praxis, con los diferentes aspectos señalados, volvamos a la cuestión central, ya planteada: la de las relaciones entre ética y marxismo, o también entre marxismo y moral. La abordaremos en cada uno de los cuatro aspectos señalados del marxismo. O sea, trataremos de ver cómo entra la moral en su crítica de lo existente, en su proyecto de nueva sociedad, como objeto de conocimiento, y, por último, en la práctica política transformadora. Ello nos permitirá determinar, definitivamente, si en el marxismo hay un vacío o un lugar para la moral.

VI

 La crítica del marxismo al capitalismo tiene un significado moral, aunque ciertamente no se reduzca a él, pues el capitalismo es criticable también por no satisfacer las necesidades vitales de la inmensa mayoría de la humanidad. En verdad, este sistema no ha logrado ofrecer los bienes materiales y sociales para vivir no ya la “vida buena” de que disfruta la minoría privilegiada, sino al menos en el marco de condiciones humanas dignas indispensables en lo que respecta a alimentación, vivienda, salud, seguridad o protección social. En efecto, el capitalismo de ayer y de hoy puede y debe ser criticado por la profunda desigualdad en el acceso a la riqueza social y las injusticias que derivan de ella; por la negación o limitación de las libertades individuales y colectivas o por su reducción –cuando las reconoce– a un plano retórico o formal; por su tratamiento de los hombres –en la producción y el consumo– como simples medios o instrumentos. Todo lo cual entraña la asfixia o limitación de los valores morales correspondientes: la igualdad, la justicia, la libertad y la dignidad humana. El capitalismo puede y debe ser criticado moralmente por la enajenación a que somete al obrero al deshumanizarlo, convirtiéndolo en simple objeto o mercancía, como lo sostiene Marx en sus trabajos de juventud, o por la explotación que le impone el capitalista al forzarlo a vender su fuerza de trabajo y apropiarse de la plusvalía que crea, como lo observa Marx en sus obras de madurez. Hay, pues, en Marx y el marxismo una crítica moral del capitalismo que presupone los valores morales desde los cuales se hace, valores negados en el sistema social que se critica, y propios de la sociedad alternativa que propone para desplazarlo. Con lo cual estamos afirmando la presencia de la moral en el proyecto de una nueva sociedad que, libre de la enajenación y de la explotación del hombre por el hombre, asegura libertades individuales y colectivas efectivas de sus miembros: su igualdad social; la justicia que, en el plano distributivo, se caracteriza por la distribución de los bienes producidos conforme al trabajo aportado por los productores, en la primera fase, y de acuerdo con las necesidades de los individuos en la segunda fase, superior, comunista. Estamos, entonces, ante una sociedad libre, justa, igualitaria –en su primera fase– y desigualitaria –en la segunda– que permitirá realizar el valor moral más alto postulado por Kant: la autorrealización del hombre como fin. Así, pues, para el marxismo, la moral es un componente esencial de su proyecto de emancipación social y humana.

En cuanto al marxismo como conocimiento, o con vocación científica, ya hemos señalado que la moral entra en él como objeto de re- flexión de su ética en un sentido explicativo, o sea: como teoría de este comportamiento específico –individual y colectivo– que se da histórica y socialmente. Aquí se plantean los problemas determinados por su naturaleza ideológica, histórica y social. Y justamente por la naturaleza de esta forma específica de comportamiento humano, la ética marxista, o de inspiración marxiana, se distingue de las éticas individualistas, formales o especulativas que pretenden explicar la moral al margen de la historia y de la sociedad, o de los intereses de los grupos o clases sociales. Pero la moral no sólo entra en el marxismo como objeto a explicar, sino también en un sentido normativo como moral (socialista) de una nueva sociedad, justificando su necesidad, deseabilidad y posibilidad, tras la crítica de la moral dominante bajo el capitalismo. Hay, pues, lugar en el marxismo tanto para una ética que trate de explicar la moral realmente existente, como para una ética normativa que postule una nueva moral, necesaria, deseable y posible cuando se den las bases económicas y sociales necesarias para construir la nueva sociedad en la que esa moral ha de prevalecer. Finalmente, si el marxismo como “filosofía de la praxis” se caracteriza fundamentalmente por su vocación práctica y, particularmente, por su vinculación con la práctica política necesaria para transformar el mundo presente en una dirección emancipatoria, tiene que esclarecer el lugar de la moral en esa práctica en la que se conjugan indisolublemente los fines y valores que persigue y aspira a realizar con los medios necesarios y adecuados para alcanzarlos. Así entendida, la práctica política tiene que ver con la moral por estas razones:

- Por el contenido moral de los fines y valores: igualdad y desigualdad (respectivamente, en las dos fases de la nueva sociedad, antes señaladas), libertades individuales y colectivas efectivas, justicia, dignidad humana y autorrealización del hombre como fin. Se trata de fines y valores propiamente morales, aunque la práctica política persiga también otros, no propiamente tales, vinculados con una “vida buena”, como los que también señalamos.

- Por el contenido moral del uso de los medios necesarios para alcanzar esos fines y valores, ya que si bien los medios han de ser considerados instrumentalmente, o sea, por su eficacia, deben ser juzgados también por criterios que imponen límites a su uso, aun siendo eficaces.

- Por los valores morales –como los de la lealtad, la solidaridad, la sinceridad, el altruismo, etc.– que han de regir la participación de los individuos en las acciones propiamente políticas, descartando, por tanto, todo aquello que los niega: deslealtad, traición, egoísmo, etcétera.

- Y, finalmente, por el peso del factor moral en la motivación de la práctica política. Ciertamente, la participación de individuos y grupos en los actos colectivos correspondientes puede estar motivada legítimamente por el cálculo de las ventajas o beneficios que dicha participación puede acarrear, sobre todo cuando se trata de obtener mejores condiciones de vida. Esa motivación ha inspirado –y sigue inspirando– las luchas sindicales en la sociedad capitalista. Ahora bien, cuando se trata de luchas políticas destinadas a transformar el sistema social mismo, ya no basta el cálculo de los beneficios –especialmente, de los inmediatos– que estas pueden aportar, sino que dichas luchas entrañan riesgos que, en situaciones límite, pueden significar el sacrificio de la libertad e incluso de la vida misma. En estos casos, sólo una motivación moral, o sea, no sólo la conciencia de la necesidad de realizar ciertos fines o valores, sino del deber de contribuir a realizarlos, puede impulsar a actuar, sin esperar ventajas o beneficios, corriendo riesgos y sacrificios, en algunas situaciones, extremos.

VII

Llegamos así al final de nuestra exposición, respondiendo a la cuestión central que nos habíamos planteado: la de si hay un lugar o un vacío para la moral en el marxismo. Y nuestra respuesta, a modo de conclusión, es que sí hay un lugar para la moral en el marxismo, pero precisando inmediatamente que lo hay si el marxismo se interpreta, no en un sentido cientificista, determinista u objetivista, sino como “filosofía de la praxis”. Es decir, si se concibe al marxismo como constituido por los cuatro aspectos señalados: crítica de lo existente, proyecto alternativo de emancipación, conocimiento de la realidad y vocación práctica, en su unidad indisoluble y articulados en torno a su eje central: la práctica transformadora; pues una vez más, como dice Marx, “de lo que se trata es de transformar al mundo”.


BIBLIOGRAFÍA


Althusser, Louis 1968 La revolución teórica de Marx (México: Siglo XXI).
Bloch, Ernst 1977 El principio esperanza (Madrid: Aguilar) Vols. I, II y III.
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Sánchez Vázquez, Adolfo 2003 (1967) Filosofía de la praxis (México: Fondo de Cultura Económica).
Wood, Allen W. 1981 Karl Marx (London: Routledge & Kegan Paul).








* Catedrático de Estética y Filosofía Política en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, y Profesor Emérito de la misma unidad académica.






PUNTO Y APARTE



























































































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