PARA UN PROGRAMA DE ESTUDIOS
SOBRE LOS MARXISMOS LATINOAMERICANOS(1)
Por : HORACIO TARCUS
I
Ha transcurrido un siglo y medio
desde que llegaron a Latinoamérica los incipientes ecos de la Asociación
Internacional de los Trabajadores. Con ellos y detrás de ellos, el nombre de
Karl Marx aparecía por primera vez en la prensa del continente. Era el comienzo
de una historia compleja, signada por los más intrincados procesos de
recepción, adaptación, traducción, aclimatación, aculturación, hibridación o
antropofagización, según ha querido pensárselos desde perspectivas diversas. Si
dejamos fuera las visiones más simplistas y exteriores de la relación entre
Marx y Latinoamérica (una concibe el marxismo como una teoría universal
disponible para su aplicación en cualquier tiempo y lugar;
otra lo data y localiza de modo tan radical que termina reduciéndolo a una
astucia de la razón eurocéntrica), descubrimos una historia densa en
acercamientos, usos y apropiaciones, rica en perplejidades y malentendidos,
encuentros y desencuentros.
Las relaciones entre Marx y
Latinoamérica nacieron con la forma de un doble desencuentro: el de Marx con
Latinoamérica —cuyo revelador más evidente fue su diatriba contra “Bolívar y
Ponte”, por no hablar de los textos de Engels sobre la invasión francesa a
México de 1861—(2) y el de Latinoamérica con Marx —si traemos a
cuento el texto de Martí de 1883, que rendía honores a éste por haberse puesto
del lado de los débiles, pero le reprochaba predicar la religión del odio de
clases y no la del amor—.(3) La negación de este desencuentro
llevó a los comunismos más dogmáticos a reducir la compleja realidad histórica
y geográfica del continente a los términos del marxismo realmente existente;
mientras, su afirmación como términos por principio excluyentes condujo a los
populismos latinoamericanos a la celebración de una excepcionalidad cultural
irreductible a categorías universales.
Sin embargo, entre una y otra
postura extrema y a expensas de ambas fue entretejiéndose a lo largo de siglo y
medio una densa red de marxismos latinoamericanos en las culturas nacionales
del continente, al punto tal que, como Adolfo Sánchez Vázquez señalaba en 1988,
el marxismo terminó por convertirse en Latinoamérica “en un elemento sustancial
de su cultura”. Sin atender a sus diversas dimensiones, formas y figuras,
sostenía entonces el filósofo hispano-mexicano, no podría escribirse la
historia de las ideas en Latinoamérica.(4)
II
Los estudios precursores acerca
de los avatares del marxismo latinoamericano se iniciaron en la segunda mitad
de la década de 1970, en diálogo y sintonía con una preocupación por los
procesos de difusión del marxismo manifestado en la historiografía europea con
notable intensidad desde mediados del decenio de 1950. En verdad, el viejo
continente contaba con una larga tradición de historiografía del movimiento
obrero y del pensamiento socialista, tradición que sin dejar de nutrirse de la
historia militante ofrecía a menudo obras de extraordinaria erudición y rigor
conceptual —como muestran acabadamente las obras de Franz Mehring, George D. H.
Cole, Max Nettlau, Arthur Rosenberg, Isaac Deutscher o Fernando Claudín, por
citar apenas algunos nombres relevantes—. Con todo, el campo de estudios de lo
que para las décadas de 1950 y 1960 se englobaba con el nombre de historia
social cobró un impulso excepcional cuando la universidad europea
acogió en su seno, con plena legitimidad, la historia obrera y la del
pensamiento socialista. Esos estudios fueron apoyados con el establecimiento de
centros de documentación e investigación orientados a la historia social, como
la Fundazione Giangiacomo Feltrinelli, de Milán, surgida en la posguerra
italiana, o el Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis, creado en
Ámsterdam hacia 1935.
Cuando promediaba la década de
1970, Europa ya poseía un campo profesional consagrado a los estudios de
historia del pensamiento socialista e incluso del marxista, resultado de una
prolongada labor manifestada a través de revistas especializadas, coloquios
internacionales, ediciones de fuentes y un significativo cuerpo de
investigaciones. Esos esfuerzos cristalizaron en tres grandes obras colectivas,
cada una de ellas publicada en varios volúmenes: la Histoire générale
du socialisme que, con la dirección de Jacques Droz, publicó puf de París
desde 1972;(5) la Storia del marxismo contemporaneo,
que comenzó a publicar en 1974 el Instituto Feltrinelli de Milán (6) y
la Storia del marxismo, que Einaudi publicó desde 1978, dirigida por un
colectivo integrado por Eric Hobsbawm, Georges Haupt, Franz Marek, Ernesto
Ragioneri, Vittorio Strada y Corrado Vivanti.(7)
José Aricó, Juan Carlos Portantiero
y el historiador francés Robert Paris colaboraron con diversos capítulos sobre
marxismo latinoamericano en la Storia del marxismo, de Einaudi,
e Historia del socialismo, de Droz.(8 Y 9) Pero si a
pesar de ello Latinoamérica ocupaba en lugar marginal en estos grandes
proyectos, no se debía tanto al europeísmo de su programa historiográfico como
a la ausencia de investigaciones sobre el socialismo y el marxismo
latinoamericanos que pudieran parangonarse con la producción europea. En la
década de 1970, Latinoamérica se encontraba convulsionada por movilizaciones
populares y golpes militares. Salvo Cuba y en cierto modo México, ni la
historia obrera ni mucho menos la del marxismo formaban por entonces parte de
la agenda universitaria del continente.
Estas grandes obras producidas y
editadas en Europa a lo largo de la década de 1970 y comienzos de la siguiente
llegaron tardíamente a Latinoamérica, sobre todo en la biblioteca de los
exiliados que retornaban a sus países a medida que refluían los regímenes militares.
La labor de traducción fue emprendida por casas editoriales españolas, y de
todas ellas sólo alcanzó consumarse la edición de la obra dirigida por Droz:(10) en
el marco del desencanto político que sufrió la sociedad española en la década
de 1980, las traducciones de las historias del marxismo de Einaudi, como la de
Feltrinelli, quedaron inconclusas.(11) Simultáneamente, en
Latinoamérica renacería un interés por los avatares de la cultura marxista,
sobre todo en Brasil, donde la Storia del marxismo de Einaudi
fue íntegramente traducida en el decenio de 1980 en 12 volúmenes, y conoció
incluso algunas reediciones.(12)
Nos hemos detenido en este
conjunto de obras y en las vicisitudes de su difusión porque constituyeron el
punto de referencia insoslayable a la hora de confeccionar los primeros esbozos
de historia del marxismo en Latinoamérica. La novedad de este corpus
historiográfico se manifestaba no sólo en el necesario distanciamiento crítico
respecto a su objeto, del que carecía buena parte de la antigua historiografía
militante o partidaria, ni en el mayor rigor en el uso y el citado de las
fuentes documentales, sino sobre todo porque instalaba un conjunto novedoso y
productivo de preguntas, que permitía visualizar dimensiones y problemas de la
historia del marxismo imperceptibles para las antiguas versiones, como revela
de modo elocuente el Memorandum que Eric Hobsbawm dirigió a mediados
de la década de 1970 a los futuros colaboradores de la Storia del
marxismo que publicaría Einaudi.(13) En las antípodas de
lo que Hobsbawm denomina allí despectivamente el “fundamentalismo” marxista, el
criterio que inspiraba el proyecto no consistía en identificar el “verdadero”
marxismo del siglo XX conforme su coincidencia o su continuidad con la
letra de los escritos de Marx y Engels, sino en reponer las tradiciones y las
escuelas marxistas en toda su diversidad. El “marxismo” no debía pensarse como
la emanación natural de la teoría de Marx sino como una construcción
político-doctrinaria emergida con vigor tras la muerte de Marx, modelada sobre
todo por los teóricos de la socialdemocracia alemana. El “revisionismo” no
podía ser ajeno a una historia del marxismo, no sólo porque tenía como
referencia teórico-política la obra de Marx sino, incluso, porque todo nuevo
desarrollo del marxismo implicaba cierto grado de “revisionismo”. El
“marxismo-leninismo” no era considerado, pues, la via regia del
desarrollo del pensamiento de Marx sino una de las tantas ramas en que se había
desplegado el árbol marxista. Una historia del marxismo, sostenía Hobsbawm,
debía considerar el influjo de las ideas de cualquier género derivadas de Marx
y de Engels, en primer lugar sobre los movimientos obreros y socialistas, pero
también sobre la intelectualidad, ya fuese marxista, influida por el marxismo e
incluso antimarxista. Para ello, el historiador debía exceder la dimensión de
la producción teórico-política, a fin de atender a los procesos sociales y
culturales de difusión del marxismo en el mundo. Ello implicaba fijar especial
atención en el universo de la cultura escrita: los libros, los folletos, los
periódicos y las revistas. Esta perspectiva exigía trazar a través del trabajo
colectivo un mapa de la difusión internacional del marxismo, así como una
cronología que atendiese a las temporalidades diferenciales de cada país y
región.
III
Los desarrollos historiográficos
recientes sobre los marxismos latinoamericanos se nutren aún de dos obras
fundacionales aparecidas a comienzos de la década de 1980. Aunque puedan
reconocerse precedentes en algunos trabajos que vieron la luz en los dos
decenios anteriores, estos nuevos estudios vinieron a ofrecer una perspectiva
superadora respecto a las lecturas teleológicas que pensaban la historia del
marxismo como la afirmación del marxismo-leninismo por sobre los resabios
socialistas premarxistas primero, y sobre los revisionismos después.(14) Fueron
los trabajos del sociólogo franco-brasileño Michael Löwy y del argentino José
María Aricó los primeros en reponer y ponderar la diversidad teórica y política
de los marxismos latinoamericanos, diversidad que reconocía geografías
sociales, tiempos políticos y experiencias nacionales específicos en el
continente.
En una obra enseguida traducida a
varios idiomas y que se instalaría en pocos años como referencia obligada, el
primero de estos autores ensayaba una historia que atendía sobre todo a la
dimensión política de los marxismos y sus debates estratégicos.(15) Löwy
proponía pensar productivamente en el marxismo en Latinoamérica buscando
sortear las que a su juicio fueron las dos “tentaciones” que lo amenazaron a lo
largo de su historia: por un lado, el exotismo indoamericano, que terminaba por
enjuiciar al propio marxismo como una doctrina eminentemente europea; y por
otro, el europeísmo, una concepción que se limitaba a trasplantar mecánicamente
a Latinoamérica los modelos económicos y sociales propios del viejo continente.
Ambas perspectivas opuestas coincidían, sin embargo, en negar la actualidad de
la revolución socialista en Latinoamérica, ya sea porque acentuaban el carácter
nacional de los procesos revolucionarios en curso (desde la Alianza Popular
Revolucionaria Americana de Haya de la Torre hasta el Movimiento Nacionalista
Revolucionario boliviano), ya sea porque anteponían una revolución antifeudal,
democrático-burguesa, como etapa previa a la revolución proletaria socialista
(los comunismos latinoamericanos).(16)
El autor de El marxismo
en América Latina identificaba en la obra de José Carlos Mariátegui el
precedente de un marxismo creativo capaz de sustraerse a una y otra tentación.
Ni europeísta ni populista, como se lo caratuló reiteradamente desde una y otra
perspectiva, el peruano había sido capaz de pensar productivamente
Latinoamérica desde un marxismo original y renovado, que sostenía al mismo
tiempo la actualidad de la revolución socialista en el continente.
En suma, en la perspectiva de
Löwy, la concepción dialéctica del marxismo coincidía, al punto de
superponerse, con la concepción estratégica revolucionaria:
La aplicación creadora del
marxismo a la realidad latinoamericana implica precisamente la superación de
esas dos tendencias, la Aufhebung del dilema entre el
particularismo vuelto hipótesis y el dogmatismo universalista, la unidad
dialéctica entre lo específico y lo universal en un planteamiento concreto y
riguroso. A nuestro parecer, no es una casualidad si la mayoría de los
pensadores que comparten esta posición metodológica desde Mariátegui hasta
Gunder Frank, para citar dos ejemplos conocidos, llegan a la conclusión
exactamente inversa: la revolución en América Latina será socialista o no será.(17)
No es casual entonces que, en la
perspectiva de Löwy, la experiencia cubana iniciada en 1959 fuera la que
vendría a reponer no sólo la estrategia de la revolución socialista en
Latinoamérica sino, también, la que promovería enseguida “un desarrollo intenso
de la ciencia social marxista”. Sin desconocer los esfuerzos previos llevados a
cabo por una serie de investigadores independientes para pensar el continente
desde una perspectiva marxista dialéctica —desde Sergio Bagú hasta Marcelo
Segal, pasando por Silvio Frondizi—, la Revolución Cubana ofrecía desde
entonces la posibilidad de reunir pensamiento marxista y praxis socialista, de
reunificar finalmente dialéctica y revolución.(18)
Si el texto de Löwy se incubó a
lo largo de la década de 1970,(19) otro tanto puede decirse del
que elaboraba José Aricó, quien desde 1974 anunciaba con el título El
comunismo latinoamericano la entrega número 50 de su colección Cuadernos
de Pasado y Presente.(20) Cuando trabajaba simultáneamente en
la historia del socialismo y el comunismo latinoamericanos, así como en el
proceso de formación de los marxismos latinoamericanos, decidió consagrar un
libro por derecho propio a la problemática relación entre Marx y Latinoamérica.(21) De
ahí se desprende que esta obra no es sino un desarrollo ulterior del primer
tramo de su estudio, ya comenzado para marzo de 1980 pero nunca concluido,
sobre los avatares del marxismo en el continente. Distintas versiones de ese
análisis (reelaborado sucesivamente por Aricó) aparecieron en medios diversos a
partir de 1981.(22)
Con relación al texto de Löwy que
aparecía simultáneamente, Aricó confería mayor espesor explicativo al
desencuentro no ya de los marxistas del siglo xx con Latinoamérica, sino al del
propio Marx. Si la relación entre la teoría marxista y el continente había sido
problemática en el siglo xx, cualquier estudio debía partir de esta “dificultad
inicial, y no por ello la menos importante”. Como había señalado con agudeza
Carlos Franco, “Aricó debió partir de la perplejidad teórica de los partidos
autodefinidos como marxistas, ingresar en el coto cerrado de los documentos de
la Tercera Internacional, para concluir en el principio: en el pensamiento de
Marx”.(23)
Además de este nudo inicial,
Aricó se mostraba menos interesado que Löwy en la distinción entre marxismos
reformistas (positivistas) y revolucionarios (dialécticos). El eje de su
estudio estaba puesto en la constatación histórica de que los latinoamericanos
no conocieron hasta las últimas décadas del siglo xx los textos donde Marx se
descentraba del “marxismo” entendido como una filosofía del progreso (los
textos sobre Irlanda, Rusia, etcétera, que él mismo había exhumado a través de
los Cuadernos de Pasado y Presente y la Biblioteca del
Pensamiento Socialista, de Siglo xxi). Atendiendo como Hobsbawm, Haupt,
Andreucci y demás historiadores europeos del marxismo a los procesos de
difusión y recepción de bibliografía marxista en Latinoamérica entre finales
del siglo xix y comienzos del xx, Aricó concluía que el marxismo
latinoamericano no había sido sino “una réplica empobrecida de esa ideología
del desarrollo y de la modernización canonizada como marxista por la ii
Internacional” (ii, página 975). Ciertos sectores de las elites intelectuales
latinoamericanas y una fracción de los trabajadores emigrados de origen europeo
iban a reconocerse en un socialismo que, con el aval de la “ciencia marxista”,
comprendía Latinoamérica como una región atrasada que podía llegar a la
modernidad sólo a través de un acelerado proceso de aproximación y de
identificación con Europa (ii, página 976). El signo distintivo de los
socialismos modernizadores latinoamericanos fue la exigencia de la autonomía
ideológica, política y organizativa del movimiento obrero, pero el “marxismo”,
antes que desempeñar un papel significativo en sus prácticas, funcionó más como
una identidad, “una determinación de fronteras precisas respecto a los
anarquistas y la democracia burguesa” (ii, página 977).
Sólo desde la década de 1920, con
la formación del movimiento comunista, se iniciaba “en América Latina una
actividad sistemática de edición y difusión de la literatura marxista” (ii,
página 978). Sin embargo, señala Aricó, el conocimiento de las obras de Marx y
Engels fue abordado a lo largo de este nuevo ciclo desde el prisma leninista,
el cual no sólo acentuó la dimensión subjetivista y voluntarista del marxismo
sino que asignó un papel de primer orden a la lucha de los pueblos coloniales y
no europeos (página 982). Esta intuición leniniana, que no llegaba a cuestionar
la matriz eurocentrista del marxismo socialdemócrata, encontró en Perú las
tentativas más elaboradas de dilucidación en el territorio latinoamericano.
José Carlos Mariátegui y Haya de la Torre afirmaron, cada uno a su modo, la especificidad
del desarrollo económico y social latinoamericano respecto del europeo
occidental, en un ejercicio de descentramiento que los aproximaba al Marx
estudioso de la comuna rural rusa (página 985). Con la muerte de Mariátegui, en
1930, y la clausura de esta tentativa de recomposición político-teórica
comenzaba un nuevo ciclo, donde la dilatación creciente del marxismo en los
medios intelectuales y académicos —Aníbal Ponce, Sergio Bagú, Óscar Waiss,
Julio César Jobet— se producía a expensas de su capacidad de traducción en
fuerzas políticas de relevancia (ii, páginas 987-990). Sólo con la Revolución
Cubana de 1959 se abrió un inmenso campo de acción para las ideas de Marx,
ahora recuperadas en clave voluntarista, ética y humanista (ii, páginas 990 y
991).
El carácter fundacional de este
texto de Aricó para la historiografía contemporánea proviene no sólo del hecho
de que ofrecía un mapeo, una periodización y una tipología que comprendía más
de un siglo de historia del marxismo latinoamericano: proporcionaba además una
batería de preguntas metodológicas acerca de las condiciones históricas de
posibilidad para la difusión y apropiación de la teoría de Marx en esta zona
del continente.(24)
Aricó comparte en cierta medida
la perspectiva de Löwy de ensayar una historia marxista del marxismo. Incluso
su periodización es en cierto modo semejante, aunque el argentino remonte el
proceso de recepción del marxismo en Latinoamérica mucho más atrás que Löwy, a
las últimas tres décadas del siglo xix. Sin embargo, Aricó construye su relato
a partir de una matriz que desde el vamos problematiza la relación entre
política y teoría, entre los sujetos sociales y políticos latinoamericanos y el
marxismo, entre una realidad latinoamericana siempre irreductible al marxismo
de la Segunda o la Tercera Internacional, e incluso a la teoría del propio
Marx. Carlos Franco lo había señalado ya a propósito de la aparición de Marx
y América Latina, juicio que podría hacerse extensivo al prisma con que
Aricó propone pensar ahora el marxismo latinoamericano: el desencuentro en Marx
y América Latina no era el resultado de carencias de su “adaptación” ni en
errores de “aplicación”.(25) Desde esta perspectiva, los
obstáculos para la difusión del marxismo entre las clases populares latinoamericanas
y para su apropiación crítica y creativa por los dirigentes o los intelectuales
no radicaban tanto en su instrumentalización por reformistas o revisionistas
(usos que en todo caso no eran la causa de interpretaciones “distorsionantes”
sino que ellos mismos debían ser explicados históricamente). Los obstáculos
debían buscarse en las formulaciones de una teoría concebida en Europa central
durante la segunda mitad del siglo XIX, y que llegaba a Latinoamérica desde
finales de dicho siglo sobre todo como “doctrina” de fuerte matriz
eurocéntrica. Antes que como el despliegue de una teoría universal por todo el
globo, la historia del marxismo en Latinoamérica debía concebirse en forma
discontinua y descentrada, “plena de morfologías ocultas, de sendas perdidas y
temporalidades diversas”. Los marxismos latinoamericanos debían conjugarse,
pues, en plural.(26)
Aricó adoptaba, pues, lo que
luego se ha denominado “perspectiva de la recepción”, aunque todavía (y no sin
incomodidad) apele a la terminología de las “influencias”:
… sólo de esta manera podrá ser
posible reconstruir cómo y en qué medida el trabajo teórico de Marx y de los
que siguieron tales o cuales de sus ideas o en él se inspiraron pudo haber
influido –para utilizar una expresión que reconozco ambigua e imprecisa– en un
determinado país y en un proceso-momento histórico; hasta dónde fue recuperado
por las fuerzas o los movimientos sociales en sus luchas y en la configuración
de sus ideologías, programas y culturas; qué papel desempeñó en la constitución
del socialismo como una corriente ideal y política.(27)
En comunicación verbal a un
seminario realizado en junio de 1981 en la Ciudad de México, Aricó presentó una
extensa contrastación de su perspectiva historiográfica con la de Michael Löwy.
El argentino reconocía el esfuerzo y rigor del franco-brasileño en su ensayo de
historización del marxismo, pero los consideraba insuficientes:
Para Löwy, el marxismo se divide
claramente en dos tendencias, irreconciliablemente opuestas, en torno a las
cuales se articulan proyectos nítidamente definidos y contrapuestos de
transformación de la sociedad: una tendencia revolucionaria y una tendencia
reformista […]. Si ésta es la matriz de pensamiento que guía el análisis, ni el
problema del carácter de América Latina ni la naturaleza específica de las
posibilidades de su transformación, ni la relación entre pensamiento
transformador y realidades sociales y políticas diferenciadas tiene excesiva
importancia porque, finalmente, lo único que en realidad importa es establecer
el grado de aproximación determinable entre las diversas corrientes y
pensadores, o entre las distintas líneas políticas, y esta matriz, este eje de
interpretación, este paradigma, a que más allá de los propósitos explícitos del
autor, se ha elevado a la condición de modelo.(28)
Entonces, para Aricó la matriz
reforma/revolución es hasta tal punto constitutiva de la perspectiva que
articula el relato de Löwy que, paradójicamente, la especificidad
latinoamericana afirmada en su texto se debilita y tiende a desdibujarse en la
medida en que la historia del marxismo en el nuevo continente aparece replicada
o contenida en la historia del marxismo europeo:
De este modo, resulta una
reconstrucción historiográfica que incorpora las vicisitudes del marxismo en América
Latina a una historia más general (en este caso, “europea”) del marxismo como
tal en la que acabaría por subsumirse. En mi opinión, Löwy convierte nuestra
historia particular en simple campo de experimentación de otra historia que la
explica: la de la Segunda Internacional o la de la Tercera, o la de sus
desprendimientos de izquierda, o la de todas a la vez. No podemos negar que el
autor tiene algo de razón en todo esto […]. Sin embargo, debe preocuparnos que
este tipo de reconstrucción de procesos históricos tiene poderosamente a
obnubilar los problemas cuya determinación puede ayudarnos a explicar la
morfología concreta, particular, específica, que adoptó el desarrollo del
marxismo en América Latina.(29)
Mientras Löwy, imbuido de la
antigua tradición de la historia de las ideas, tiende a concebir las ideologías
como sistemas de ideas difundidas sin mayores alteraciones a escala global,
Aricó postula la perspectiva de una “teoría de la recepción” para la cual
“ciertas ideologías, aunque en su letra afirmen exactamente lo mismo que sus
congéneres de otras áreas, al funcionar en realidades diferenciadas constituyen
también realidades diferentes”:
En mi opinión, Löwy no logra
desprenderse de una tradición fuertemente restrictiva en el campo de la
historia de las ideas. De ahí que arranque de la convicción de que al designar
como “marxista”, “positivista”, “liberal” o “anarquista” cualquier movimiento
que de manera implícita o explícita se reconocía en algunas de esas corrientes
expansivas de pensamiento, lo fundamental está constituido por la propia
homogeneidad del sistema ideológico de clasificación desde el cual se
caracteriza el movimiento. De tal modo, el positivismo latinoamericano no es
más que un caso particular del positivismo europeo, el marxismo latinoamericano
lo es del europeo, y así en adelante. La relación, yo diría inseparable, entre
ideologías y realidades, el hecho de que ciertas ideologías, aunque en su letra
afirmen exactamente lo mismo que sus congéneres de otras áreas, al funcionar en
realidades diferenciadas constituyen también realidades diferentes, no aparece
siquiera como problema. Eso constituye un hecho paradójico si se pretende
mantener afinidad total con un pensamiento que, como el de Marx, funda la
radicalidad de sus propuestas interpretativas en el reconocimiento de la unidad
problemática y, por tanto, no meramente expresiva entre forma de la
teoría y niveles globales de la lucha de clase.(30)
IV
La propuesta de Aricó podría
definirse en términos de una historización radical de la historia del marxismo
latinoamericano. Sintonizaba con los lineamientos del Memorándum de Hobsbawm,
pero iba incluso más allá de un programa de estudios sobre la difusión
internacional del marxismo en la medida en que al mismo tiempo que expresaba su
malestar con una historia de las “influencias” esbozaba en líneas generales la
perspectiva de una recepción activa, selectiva y resignificante. Esta
historización radical exigía, más allá de los grandes relatos sobre el marxismo
latinoamericano, investigaciones capaces de reponer las tramas políticas,
intelectuales y editoriales a través de las cuales habían circulado de modo
efectivo, y por fuera de cualquier normativa, las ideas marxistas. Ese programa
exigía por tanto un descentramiento de las grandes figuras y las obras maestras
en favor de procesos mucho más difusos y moleculares de selección, traducción,
marcado, circulación, lectura, reapropiación, etcétera: una labor de
historiadores y sociólogos de la cultura antes que de filósofos. Sin embargo,
dos filósofos propusieron en la década de 1990 nuevos abordajes globales sobre
el marxismo en el continente: el hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez y el
cubano-germano Raúl Fornet-Betancourt.(31) Enriquecían y en
cierto modo complejizaban los relatos de Löwy y Aricó, mas eran aún historias
sobre todo filosóficas del marxismo latinoamericano, deudoras de la historia
filosófica de las ideas.
En estos relatos cupieron al
marxismo de Mariátegui un papel fundacional y al periodo de hegemonía comunista
una función de estagnación (o estancamiento), mientras que al ciclo iniciado en
1959 con la Revolución Cubana se asignaba una renovación consistente al mismo
tiempo en una restauración (un nuevo intento de “naturalizar el marxismo en
Latinoamérica”, en términos de Fornet). Tal negación de la negación alcanzaba
su climax en el marxismo del Che Guevara. Estos estudios se nos aparecen hoy
tan imprescindibles como insuficientes.
Por una parte, el agotamiento del
ciclo político del guevarismo hizo menguar el deslumbramiento que en las
décadas de 1960-70 concitaba el marxismo voluntarista del Che Guevara. Su
teoría vanguardista del “foco”, su defensa de los “estímulos morales” en el
debate económico sobre la transición al socialismo y su elogio de la juventud
como “arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna
de las taras anteriores” aparecen hoy incluso a los cultores del “pensamiento
crítico” como fórmulas de un pasado remoto. La figura del guerrillero heroico
sobrevivió por encima el teórico marxista, aunque hoy conciten interés las
críticas del Che a los manuales soviéticos, publicadas al fin tras medio siglo
de espera. Aunque resulta difícil incluso hoy desafiar la fuerza del mito, el
marxismo de Ernesto Guevara, con sus luces y sus sombras, merece un debate
crítico que lo reponga en la trama política y teórica de su tiempo histórico.
La inflación del marxismo del Che
en la mayor parte de los estudios de historia del marxismo latinoamericano
tiene también su equivalente en la inflación del marxismo de José Carlos
Mariátegui. En la totalidad de estas narrativas, el peruano emergía como el
paradigma mismo de la latinoamericanización del marxismo. “No queremos
ciertamente que el socialismo sea en América Latina calco y copia —escribía el
peruano en 1928—. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra
realidad, en nuestro lenguaje, al socialismo indoamericano”. Después del Che,
quizá ningún otro marxista latinoamericano haya sido objeto de tantos estudios,
coloquios y ediciones. Es que su notable revista Amauta y sus
aclamados 7 ensayos aparecieron en el último medio siglo como
la contracara del marxismo dogmático y la demostración de que la relación entre
Marx y Latinoamérica podía ser fecunda. Sin embargo, el límite de esta
prolongada celebración radicaba en la excepcionalidad de Mariátegui en la
historia de los marxismos latinoamericanos. Su canonización como “primer
marxista de América”(32) ocluía la emergencia de los primeros
marxismos latinoamericanos desde fines del siglo xix y comienzos del xx. Y si
fuera cierto (como se ha señalado) que fue el primero en el sentido de su
grandeza o talla, nos enfrentaríamos a la paradoja de que la historia de los
marxismos latinoamericanos desde 1930 no sería sino la de su decadencia. Por
ejemplo, ¿cómo pensar en ese esquema decadentista la publicación en 1938, 10
años después de la muerte de Mariátegui, de Los jacobinos negros,
la obra del trinitense C. L. R. James que anticipa la “historia desde abajo” de
los marxistas británicos?(33)
Por otra parte, valga la
paradoja, nunca se ha repetido tanto como en los últimos años aquello de “ni
calco ni copia”. Como ha sucedido también con el Che, la celebración
contemporánea del autor de los 7 ensayos trajo consigo una
deshistorización e incluso una despolitización de sus obras, a tal grado que
suele hablarse ligeramente del marxismo “indigenista” de Mariátegui, e incluso
de su “marxismo nacionalista”, calificaciones que no podrían resistir la menor
confrontación con sus textos. Una vez que dejemos atrás el ciclo de la negación
y tras éste el de la celebración (tan calcada y copiada) de Mariátegui, su obra
y su figura serán repensadas y discutidas. Pero ello torna imprescindible que
sean previamente reinscritas en su historia, en la trama mayor de los marxismos
latinoamericanos.(34)
Algunos desarrollos recientes de
historia de los intelectuales han puesto el foco en ciertas figuras de algún
modo descentradas respecto a los grandes relatos de la historia del marxismo
latinoamericano. Por ejemplo, en El marxismo olvidado en la Argentina (1996)
me ocupé de dos figuras, Silvio Frondizi y Milcíades Peña, cuya heterodoxia y
productividad teórica ya se habían desplegado antes del estallido de la
Revolución Cubana; Néstor Kohan, en De Ingenieros al Che(2000), se
esforzaba en identificar gestos de heterodoxia e intentos de creatividad detrás
de la ortodoxia comunista durante el periodo de estagnación; y Stefan Gandler,
en su Marxismo crítico en México (2007), presentaba el
carácter periférico de los filósofos Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría no
como desventaja sino como condición para la producción de un marxismo no
eurocéntrico.
Los estudios de historia
intelectual de los marxismos latinoamericanos de las últimas dos décadas
también replantearon muchas de las perspectivas que comprometían las versiones
más filosóficas de la historia de las ideas. Sobre todo, se descentraron de los
nombres de las grandes figuras políticas o teóricas para atender a procesos
culturales de mayor amplitud que involucran no sólo las figuras extremas —de un
lado, el filósofo productor (Marx), y de otro, sus grandes lectores
periféricos, como Mariátegui y el Che—, sino toda la cadena de mediadores,
involucrando figuras “secundarias” y géneros “menores”, lo cual tornaba visible
la labor de los editores, los traductores, los libreros, los educadores, los
divulgadores, los periodistas… Por ejemplo, un equipo de historiadores
brasileños y franceses dirigido por Marisa Midori y Jean-Yves Mollier viene de
publicar un volumen con una serie de estudios sobre diversas experiencias
editoriales comunistas de un lado y otro del Atlántico.(35) Asimismo,
hemos comenzado a pensar a autores como José Aricó no sólo como historiador
sino también como editor; su función de editor y traductor es pensada cual
labor propiamente intelectual, tanto como su labor historiográfica.(36) Aricó,
hasta publicar sus primeros libros, habló como intelectual a través de sus
catálogos. Y en esto reside el trabajo de la historia intelectual: leer un
catálogo a manera no de lista muda de libros sino de trama intelectual.
Las disimetrías entre la
producción del centro y los consumos de la periferia son reinterpretadas en los
términos de la circulación internacional de las ideas, con sus procesos de
recepción activa y selectiva, y sus operaciones de cita y de marcado. El foco
que los grandes relatos ponían en los autores individuales se refracta ahora en
un haz que busca iluminar la producción de los colectivos intelectuales; por
ejemplo, las revistas: las culturales en general y las marxistas en particular
han constituido medios privilegiados en la creación de los marxismos
latinoamericanos. Basta pensar en los marxismos que ponen en circulación las
diversas Claridad (las dos de Buenos Aires, la de Santiago y
la de Lima), o en caso de las publicaciones propiamente marxistas, las
sucesivasDialéctica (la argentina de Aníbal Ponce de 1936, la
cubana de Carlos Rafael Rodríguez de 1942 o la mexicana de Vargas Lozano de
1976), o las marxistas de la nueva izquierda, desde Pasado y Presente de
Córdoba hasta Cuadernos Políticos de México, pasando por Argumentos de
Bogotá,Pensamiento Crítico de La Habana o Nueva Cultura (1946) de
Santiago, que editaba Marcelo Segall.
La nueva historia intelectual,
buscando exceder la consideración de una revista particular para pensarla en la
totalidad de un sistema de prensa, entramada además con una red de revistas del
propio país y de otros del continente, ha encontrado en el campo de esas
publicaciones una dimensión clave en la construcción de la trama
político-cultural latinoamericana. Baste pensar, en la producción de la última
década, en los trabajos de Liliana Martínez sobre El Caimán Barbudo,
de Alexandra Pita sobre Renovación, de Carlos Illades sobre Historia
y Sociedad, Coyoacán y Cuadernos Políticos y
de Cristina Tortti sobre la revista Che, o en el reciente dosier
de Prismas sobre la experiencia de Pasado y Presente.(37)
Desplazando la noción de influencia propia
de la historia de las ideas, la de recepción, presente de algún
modo en los ensayos de Aricó y de Fornet-Betancourt, adquirió relevancia
creciente en los estudios de historia intelectual de los marxismos
latinoamericanos. Aricó mismo principió con La cola del diablo.
Itinerario de Gramsci en América Latina (1988), abriendo una senda
enriquecida 12 años después con los estudios reunidos por Dora Kanoussi en el
volumen Gramsci en América(2000). A ellos siguieron diversos
ensayos de recepción como el de Marcelo Alvarado sobre Labriola en Chile (2006)
o el de Isabel Loureiro sobre Rosa Luxemburgo no Brasil (2008).
Y más recientemente el de Jaime Massardo sobre la recepción chilena de Gramsci.
Por mi parte, propuse en mi Marx en la Argentina (2007) una
conceptualización de la noción de recepción como preludio a un
estudio sobre los primeros lectores obreros, intelectuales y científicos del
autor de El capital en las últimas décadas del siglo XIX.(38)
Esta noción adquiriría
centralidad en la obra colectiva más ambiciosa de este género: la História
do marxismo no Brasil (1991-2007), que consagra buena parte de sus
seis volúmenes a los procesos de recepción que en el país del Amazonas
provocaron las grandes revoluciones, desde la Rusa hasta la Cubana, o que
suscitaron los marxismos del siglo xx, de Lenin a Mao, pasando por Trotsky,
Lukács, Gramsci y Althusser.(39)
Memoria publicó ya en
1989 el dosier “La recepción del marxismo en América Latina”, donde se
recogieron intervenciones presentadas en un seminario organizado por el Centro
de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista. Pero sobre todo la última
década y media vio nacer revistas especializadas en la cultura de izquierdas
donde se consagran artículos y secciones a los itinerarios de los marxismos
latinoamericanos, como Izquierdas —dirigida en Santiago de
Chile por Olga Ulianova—, Pacarina del Sur —que publica Villagómez
Páucar en Lima y orienta desde México Ricardo Melgar—, Margem Esquerda —que
publica en São Paulo Ivana Jinkings—, Perseu —que dirigió en
São Paulo Dainis Karepovs— o Políticas de la Memoria —que
coordina el colectivo del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura
de Izquierdas en la Argentina (Cedinci) en Buenos Aires.
Ahora bien, si los nuevos
desarrollos, centrados en figuras, formaciones o experiencias nacionales del
marxismo latinoamericano enriquecen, complejizan o discuten con beneficio de
inventario los relatos elaborados hace décadas por Aricó, Löwy, Sánchez Vázquez
o Fornet-Betancourt, lo que han ganado en profundidad lo han perdido en
perspectiva continental. Estamos conscientes de que la unidad cultural
latinoamericana es, antes que una realidad, un deseo o una utopía. Y así como
perdió vigencia la pregunta por la “filosofía latinoamericana”, deberíamos ser
precavidos a la hora de dar por presupuesto un “marxismo latinoamericano”. Por
eso hablamos aquí de “marxismos latinoamericanos”, en plural. Sin embargo,
tampoco pensamos en esos marxismos como mera suma de experiencias nacionales
sino en procesos diversas pero compartidos de recepción, circulación y
articulación. El mayor síntoma de esta ausencia de perspectiva continental para
pensar la gestación de un marxismo nacional lo representa nada menos que la
monumentalHistória do marxismo no Brasil.
V
Sin la pretensión de ofrecer una
lista exhaustiva, un programa de estudios de alcance continental sobre los
marxismos latinoamericanos debería reconocer diversas áreas, campos y
dimensiones de análisis. Creo que los ejes que propusimos para las
octavas Jornadas de historia de las izquierdas, realizadas en
noviembre pasado en Buenos Aires, si bien presentados sumariamente, son ilustrativos
del programa que sometemos a consideración de los investitadores.
– Balances
historiográficos y estados de la cuestión del marxismo latinoamericano.
(No) lugar de Latinoamérica en los grandes relatos del marxismo. Marxismo
clásico, marxismo occidental y los marxismos latinoamericanos. Las historias
globales, las historias regionales, las historias nacionales y los estudios de
caso del marxismo latinoamericano. Aproximaciones desde la historia, la
filosofía y la teoría política. Geografías del marxismo latinoamericano.
Mapeo de las tradiciones, elaboración de tipologías y problemas de
periodización.
– El marxismo
latinoamericano y el problema de la recepción de las ideas. Cuestiones en
torno a las nociones de “recepción”, “repetición”, “aplicación” y “creación”.
Las primeras recepciones del marxismo en la América Latina del siglo xix. Ecos
continentales de la Comuna de París y la Primera Internacional en la prensa del
continente. Los primeros lectores y difusores de Marx: Juan Mata Rivera,
el Vorwärts y Germán Avé-Lallemant. El marxismo en la
formación del movimiento obrero latinoamericano: el argentino Juan B. Justo, el
chileno Recabarren, el peruano Mariátegui y el mexicano Lombardo Toledano. José
Revueltas y el problema del “proletariado sin cabeza”. Culturas marxista y
obrera. Lecturas anarquistas del marxismo.
– Los marxistas
latinomericanos: itinerarios, biografías y prosopografías. El problema de
las generaciones. Los viajeros latinoamericanos a Moscú, a Pekín y a París. Los
marxistas europeos exiliados en Latinoamérica (Trotsky, Serge, Sánchez Vázquez,
Mondolfo), los latinoamericanos exiliados o migrantes en Europa (Laclau), los
exiliados y los migrantes en el continente (Ponce, Aricó, Portantiero, Bolívar
Echeverría). El caso de los marxistas alemanes en América Latina: de
Avé-Lallemant y Otto Rühle a Gunder Frank, Norbert Lechner y Franz
Hinkelammert.
– Marxismo, historia e
historiografía. Marx y Latinoamérica. Las lecturas marxistas de
Latinoamérica, de Sergio Bagú a Gunder Frank. El debate latinoamericano sobre
los modos de producción: Puiggrós, Milcíades Peña, Sempat Assadourian, Santana
Cardoso, Ciafardini, Garavagia, Laclau. Las complejas relaciones entre el
marxismo y la teoría de la dependencia. Teorías marxistas del populismo,
teorías populistas del marxismo.
– El marxismo y la
filosofía. Del materialismo dialéctico a la filosofía de la praxis. Adolfo
Sánchez Vázquez. Marxismo y materialismo filosófico. Marxismo y positivismo. El
marxismo en la reacción antipositivista de los años ’20. Lecturas
latinoamericanas de Hegel y Marx. El problema de la dialéctica: Eli de Gortari
y Carlos Astrada. Marxismo y alienación: Ludovico Silva. El concepto deideología.
Marxismo e historicismo. Rodolfo Mondolfo. El marxismo sartreano en Latinoamérica.
La recepción latinoamericana de Gramsci: Aricó, Portantiero, Coutinho, Konder y
Kannoussi. El marxismo y la filosofía de las ciencias: Alejandro Lipschutz.
Marxismo y positivismo lógico. Marxismo y pavlovismo. Marxismo y psicoanálisis:
Marie Langer, León Rozitchner, Estanislao Zuleta. El desafío del
estructuralismo. Los althusserianos latinoamericanos. La obra de José Sazbón.
Entre Marx y Heidegger: Óscar del Barco. José Arthur Gianotti y el marxismo
filosófico en Brasil. El marxismo analítico.
– El marxismo y las
ciencias sociales latinoamericanas. El marxismo y las ciencias, el marxismo
como ciencia. Marxismo contra sociología, marxismo como sociología. Marxismo y
antropología. El ciclo del marxismo fuera de la universidad. De los años ’60 a
los ’80: el ingreso del marxismo en las universidades latinoamericanas.
Marxismos militantes y marxismos académicos.
– El marxismo y la teoría
política. El marxismo y la cuestión del Estado: abordajes teóricos y
realidades políticas contemporáneas, de Silvio Frondizi a Portantiero, de
Lechner a Holloway. Marxismo y democracia.
– Marxismo, partidos y
culturas políticas. El marxismo de los primeros partidos socialistas
latinoamericanos. El marxismo de los partidos comunistas. El marxismo
trotskista. El marxismo guevarista. El marxismo de la “nueva izquierda”. Lugar
y no lugar del marxismo en la “teoría crítica” latinoamericana contemporánea.
– Los marxismos
latinoamericanos y las revoluciones sociales del siglo XX. Las Revoluciones
Mexicana, Rusa, China, Cubana, sandinista. El marxismo ante el derrumbe de los
socialismos reales. Las “crisis del marxismo” en Latinoamérica, los
posmarxismos y los neomarxismos latinoamericanos.
– El marxismo y los
intelectuales. Presencia de Marx y del marxismo en el pensamiento latinoamericano.
Los marxismos humanista, gramsciano, althusseriano, frankfurtiano. Los críticos
de Marx: liberales, conservadores, nacionalistas, cristianos. Las críticas de
figuras como Ernesto Quesada, Vaz Ferreyra, José Vasconcelos, Haya de la Torre y
Antonio Caso. Operaciones intelectuales, apropiaciones y debates. Marxismo y
positivismo. Marxismo e idealismo filosófico. Marxismo e indigenismo.
– Marxismo, cristianismo,
nacionalismo. Los cristianos marxistas, la filosofía de la liberación y la
teología de la liberación: de Camilo Torres a Gustavo Gutiérrez, Otto Maduro,
Enrique Dussel y Frei Betto. Marxismo y nacionalismo, marxismo y pensamiento
poscolonial: de Haya de la Torre a Jorge Abelardo Ramos, y de Ramos a Aníbal
Quijano, Edgardo Lander, Santiago Castro-Gómez y Walter Mignolo.
– El marxismo impreso. Libros,
folletos, revistas y emprendimientos editoriales sobre Marx y marxismo en
Latinoamérica. Los intelectuales-editores: José Aricó, Caio Prado Junior,
Adolfo Sánchez Vázquez. Wencenslao Roces, García Vacca, Jaramillo Vélez y los
traductores de Marx en Latinoamérica. Las revistas de cultura marxista:
de Dialéctica a Pasado y Presente, y de Argumentos aCuadernos
Políticos. Las librerías de izquierda y la cultura marxista. La divulgación
marxista: de Bebel a Politzer, y de Lefebvre a Martha Harnecker. Los libros de
iniciación. Los cursos de introducción y de formación. Los grupos de estudio:
el caso del grupo de lectura de El Capital de São Paulo, de
Paul Singer y Fernando Henrique Cardoso. Marxismo y dictaduras: los libros
prohibidos, los cursos de formación, los marxismos subterráneos.
– Marxismo y movimientos
sociales. Marxismo y ecologismo. Marxismo y movimientos
alterglobalización. Marxismos y feminismos. Lecturas de los
clásicos en clave feminista y latinoamericana. Relecturas locales del feminismo
socialista europeo. Marxismo y agenda LGTBI. Marxismos latinoamericanos y
teoría queer.
– Marxismo, estética y
vanguardias artísticas. Los debates sobre arte y sociedad desde el
marxismo. El asunto de las vanguardias, la función del arte y el problema de la
representación. El realismo socialista. Sobre la posibilidad de una estética
marxista. Marxismo, arte y mundo obrero y popular en Latinoamérica.
– El marxismo como
lenguaje y el marxismo en imágenes. Lenguajes e iconografías de los
marxismos latinoamericanos. Marx y marxismo en la literatura y en la crítica
cultural latinoamericanas. El marxismo en imágenes: de la historieta a los
medios audiovisuales.
1 Conferencia
inaugural de las octavas Jornadas de historia de las izquierdas del
Cedinci, “Los marxismos latinoamericanos”, pronunciada en Buenos Aires el
miércoles 18 de noviembre de 2015.
2 Pedro Scaron
(editor). Karl Marx-Friedrich Engels.Materiales para el estudio
de América Latina, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1972.
3 José Martí.
“Honores a Karl Marx, que ha muerto”, en La Nación, Buenos Aires,
13 de mayo de 1883, página 1. Reproducido en Horacio Tarcus. Marx en la
Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos,
Buenos Aires, Siglo xxi, 2007, páginas 492 y 493.
4 Adolfo Sánchez
Vázquez. De Marx al marxismo en América Latina, México, Itaca,
1999, páginas 145 y 146.
5 Jacques Droz
(director). Histoire générale du socialisme, París, puf, 1972-78,
cuatro volúmenes.
6 Storia del
marxismo contemporaneo, Milán, Fondazione Giangiacomo Feltrinelli, 1973-81,
siete volúmenes. Volumen 1:
Kautsky, Bernstein / Andrea Panaccione… [y otros]; volumen 2: Schmidt,
Hilferding, Mehring, Bauer, Adler, Renner / Bernard Besnier… [y otros];
volumen 3: Plechanov, Struve, Tugan-Baranovskij, Lafargue, Jaurès, Labriola,
Hyndman, de León / Samuel H. Baron… [y otros]; volumen 4: Luxemburg,
Liebknecht, Pannekoek / Gilbert Badia… [y otros]; volumen 5: Lenin / Maurice
Dobb… [y otros]; volumen 6: Trockij, Bucharin / Jean-Jacques Marie… [y otros];
volumen 7: Stalin, Varga, Pasukanis, Mao Tse-Tung / Franz Marek… [y otros].
7 Eric J.
Hobsbawm, Georg Haupt, Franz Marek, Ernesto Regioneri, Vittorio Strada, Corrado
Vivanti.Storia del marxismo, Turín, Einaudi, 1978-82, 5 volúmenes.
8 “Il marxismo
latinoamericano negli anni della iii Internazionale”, en Eric J. Hobsbawm, y
otros.Storia del marxismo, tercer volumen, Il marxismo dell’età
della Terza Internazionale, ii. Dalla crisis del ’29 al xx
Congresso, Turín, Giulio Einaudi, 1981, páginas 1013-1050.
9 Juan Carlos
Portantiero. “Il marxismo latinoamericano”, en Eric J. Hobsbawm, y otros. Storia
del marxismo, cuarto volumen, Il marxismo oggi, Turín, Giulio
Einaudi, 1982, páginas 305-328; Robert Paris y Madelaine Rebérioux. “Socialismo
y comunismo en América Latina”, en Jacques Droz (director). Historia
general del socialismo. De 1945 a nuestros días, Barcelona,
Destino, tomo iv, volumen 2, páginas 225-375.
10 La edición
castellana se subdividió en ocho volúmenes: J. Droz (director). Historia
general del socialismo. De los orígenes a 1875, Barcelona, Destino, 1984,
dos volúmenes; Historia general del socialismo. De 1875 a 1918,
Barcelona, Destino, 1985, dos volúmenes; Historia general del socialismo. De
1818 a 1945, Barcelona, Destino, 1985, dos volúmenes; Historia general
del socialismo. De 1945 a nuestros días, Barcelona, Destino, 1986, dos
volúmenes.
11 La edición
española de la Storia de Feltrinnelli reunió en un tomo de
gran formato los primeros tres volúmenes de la edición italiana: Aldo Zanardo
(director). Historia del marxismo contemporáneo, Barcelona, Avance,
1976. De los 12 volúmenes anunciados por Bruguera de la Storia de
Eianaudi, se han publicado 8: Eric J. Hobsbawm, y otros, Historia del
marxismo, Barcelona, Bruguera, 1979-1983.
12 Eric J.
Hobsbawm (organizador), História do marxismo, Río de Janeiro, Paz
& Terra, 1980 y siguientes, 12 volúmenes.
13 Eric Hobsbawm,
“Prólogo” a Historia del marxismo. El marxismo en tiempos
de Marx (1), Barcelona, Bruguera, 1979, páginas 9-35. Buena parte del
programa figuraba en una ponencia que Hobsbawm presentó en la novena
conferencia de la Internationale Tagung der Historiker der Arbeiter, de Lintz,
en septiembre de 1973, y que se publicó el año siguiente: “La diffusione del marxismo
(1890-1905)”, en Studi storici, Bologna, apéndice xiv, número 2,
1974, páginas 241-269.
14 V. Ermolaiev.
“Surgimiento de las primeras organizaciones obreras”, en La Primera
Internacional y el triunfo del marxismo-leninismo, Buenos Aires, Porvenir,
1964, páginas 255-279, aparecido originariamente en Voprosyistorii [Cuestiones
de Historia], número 1, Moscú, 1959, páginas 81-97. El editor argentino
acortó el título original en ruso, traducible como “Surgimiento de las primeras
organizaciones obreras y grupos marxistas en América Latina. 1870-1900”;
Victorio Codovilla. “La penetración de las ideas del marxismo-leninismo en
América Latina”, en Revista Internacional, número 8, Buenos Aires,
1964. Como primeras aproximaciones a la historia del marxismo en Argentina cabe
citar, entre otras, las obras de José Ratzer. Los marxistas argentinos
del 90, Córdoba, Pasado y Presente, 1970; y Leonardo Paso. “Introducción de
las ideas de Marx y Engels en la Argentina”, en Emilio Troise, y otros. Federico
Engels, nuestro contemporáneo, Buenos Aires, Centro de Estudios, 1971.
15 Michael
Löwy. Le marxisme en Amérique latine. De 1909 à nos jours,
Paris, François Maspero / Bibliothèque socialiste, 1980. Se tradujo al español
como: El marxismo en América Latina, México, ERA, 1982 y al inglés
como Marxism in Latin America from 1909 to the present, Nueva
Jersey, Humanities Press, 1992. Hay reedición actualizada en portugués: O
marxismo na América Latina. Uma antología de 1909 aos dias atuais, São
Paulo, Editoria Fundação Perseu Abramo, 1999, que también se virtió al
castellano: El marxismo en América Latina. Desde 1909 hasta nuestros
días, antología, Santiago de Chile, LOM, 2007.
16 Michael
Löwy. El marxismo en América Latina, México, Era, 1980, páginas 12
y 13.
17 Ibídem, página
14.
18 Ibídem,
páginas 52 y siguientes.
19 Carlos Rossi
(seudónimo de Michael Löwy). La revolución permanente en América Latina,
Buenos Aires, Cuadernos Rojos, 1974; Michael Löwy. “Puntos de orientación para
una historia del marxismo en América Latina”, ponencia presentada en el Primer
seminario internacional sobre movimiento obrero latinoamericano, Facultad
de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad de Venezuela, 29 de abril a 4 de
mayo de 1979.
20 Aricó elaboró
varios borradores del texto, pero ese cuaderno tantas veces anunciado nunca vio
la luz como tal. Una primera versión apareció en Italia en 1973: José Aricó.
“La Terza Internazionale”, en Saverio Tutino, y otros. I protagonisti
della rivoluzione: l’America Latina, Milán, Nuova cei, 1973, volumen ii,
páginas 281-308.
21 “El presente
ensayo formaba parte originariamente de una obra en la que estamos trabajando
sobre la ‘difusión’ del marxismo en el proceso de formación del socialismo
latinoamericano. Lo que en un comienzo era un simple esbozo dedicado a
presentar el hecho paradójico del soslayo de nuestro continente en el
pensamiento de Marx fue luego ampliándose de manera desmesurada y
convirtiéndose en un ensayo relativamente autónomo y, de todas maneras,
imposible de incluir por su extensión como un capítulo más de aquella obra”.
José Aricó, advertencia fechada en marzo de 1980 a la primera edición de Marx
y América Latina, Lima, Centro de Estudios para el Desarrollo y la
Participación, 1980, primera edición, página 37.
22 Si bien la
versión más difundida del texto de Aricó es la que apareció en 1982 en el Diccionario
de política, de Bobbio y Matteucci (José Aricó, “Marxismo latinoamericano”,
en Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, directores. Diccionario de
política, México, Siglo xxi, 1982, volumen 2, páginas 975-992), circuló en
versiones previas. Parece haber sido redactado entre 1977 y 1980. En una carta
a José Sazbón datada en México en 1978, Aricó hablaba de su deseo de concluir
ese año la primera parte de un “mamotreto” en preparación sobre la historia del
socialismo latinoamericano (Carta de J. Aricó a J. Sazbón, México, 24 de junio
de 1978, Fondo José Sazbón, Cedinci). Una versión italiana ligeramente reducida
apareció en 1981 como José Aricó, “Il marxismo latinoamericano negli anni della
III Internazionale”, en Eric J. Hobsbawm, y otros. Storia del marxismo,
tercer volumen, Il marxismo dell’età della Terza Internazionale, II.
Dalla crisis del ’29 al xx Congresso, Turín, Giulio Einaudi, 1981, páginas
1013-1050.
23 Carlos Franco.
“Presentación” a José Aricó. Marx y América Latina, Lima, Centro
de Estudios para el Desarrollo y la Participación, 1980, página 11.
24 Véase Carlos
Franco. Del marxismo eurocéntrico al marxismo latinoamericano,
Lima, Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación, 1981; Robert
Paris. “Difusión y apropiación del marxismo en América Latina”, en Boletín
de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, Ámsterdam, número 36, junio de
1984, páginas 3-12.
25 Carlos Franco.
“Presentación”, obra citada, página 10.
26 José Aricó.
“Epílogo a la segunda edición” de Marx y América Latina, Lima,
Alianza, 1982, segunda edición, páginas 205 y 206.
27 José Aricó.
“Epílogo…”, obra citada, página 206. En reconocimiento de la herencia de Aricó,
propuse una formulación de la teoría de la recepción para un programa de
historia del marxismo latinoamericano en Horacio Tarcus. Marx en la
Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos,
Buenos Aires, Siglo xxi, 2007.
28 José Aricó.
“Disquisiciones en torno a un concepto problemático”, en Nación, Estado
e ideología en las formaciones precapitalistas (ponencias), México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia. Departamento de Investigaciones
Históricas, 1982, páginas 27 y 28.
29 Ibídem, página
28.
30 Ibídem, página
29.
31 Raúl
Fornet-Betancourt. O marxismo na América Latina, São Leopoldo,
Brasil, 1995 (original alemán, 1994); Adolfo Sánchez Vázquez. De Marx
al marxismo en América Latina, México, Itaca, 1999.
32 Antonio Melis.
“J. C. Mariátegui, primo marxista d’America”, en Critica Marxista,
año V, número 2, Roma, marzo-abril de 1967, páginas 132-157.
33 Igual que
Mariátegui, James era autodidacto. Forjó su marxismo en diálogo entre América y
Europa, y supo articular la problemática de la dominación de clase con la de
raza.
34 Trabajo que
inició tempranamente Robert Paris en la década de 1960 y que prosiguieron,
entre otros, Antonio Melis, José Aricó, Óscar Terán y Flores Galindo. Véanse
Robert Paris. La formación ideológica de José Carlos Mariátegui,
México, Pasado y Presente, 1982; Antonio Melis. Leyendo Mariátegui,
1967-1998, Lima, Amauta, 1999; José Aricó (editor). Mariátegui y
los orígenes del marxismo latinoamericano, México, Pasado y Presente, 1978;
y Alberto Flores Galindo. La agonía de Mariátegui. La polémica con la
Komintern, Lima, Desco, 1982.
35 Marisa Midori
y Jean-Yves Mollier (organizadores). Edição e revolução: leituras
comunistas no Brasil e na França, São Paulo, Ateliê Editorial, Belo
Horizonte, Universidade Federal de Minas Gerais, 2013.
36 Martín
Cortés. Un nuevo marxismo para América Latina. José Aricó: traductor,
editor, intelectual, Buenos Aires, Siglo xxi, 2015.
37 Liliana
Martínez Pérez. Los hijos de Saturno. Intelectuales y revolución en
Cuba, México, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales/Porrúa, 2006;
Alexandra Pita González. La Unión Latino Americana y el Boletín
Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920,
México, El Colegio de México/Universidad de Colima, 2009; Carlos Illades. La
inteligencia rebelde: la izquierda en el debate público en México 1968-1989,
Océano, México, 2012; Cristina Tortti. Che. Una revista de la nueva
izquierda (1960-1961), Buenos Aires, Cedinci, 2014; M. Jimena Montaña y
Ricardo Martínez Mazzola (editores). “50 años de Pasado y Presente.
Historias, perspectivas y legados”, enPrismas. Revista de historia
intelectual, número 18, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, diciembre
de 2014.
38 Horacio
Tarcus. Marx en la Argentina, obra citada.
39 Varios
autores. História do marxismo no Brasil, Campinas, Uncamp,
1991-2007, seis volúmenes. La colección consta de los siguientes títulos:
Volume 1: O impacto das revoluções; Volume 2: Os influxos teóricos; Volume 3:
Teorias. Interpretações; Volume 4: Visões do Brasil; Volume 5: Partidos e
organizações dos anos 1920 aos 1960; y Volume 6: Partidos e movimentos após os
anos 1960.
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