SOBRE EL MARXISMO EN AMÉRICA
LATINA
Por : Pablo González Casanova
A UN COMANDANTE centroamericano le dijeron:
"Es increíble lo que han aprendido de marxismo en tan poco tiempo."
Su respuesta fue muy sobria: "Lo aprendimos para sobrevivir." Pero
ese comandante y todos los que han vivido experiencias parecidas estarían dispuestos
a reconocer que quienes les enseñaron marxismo-leninismo lo aprendieron de
viejas experiencias. Esas experiencias vienen desde las batallas de los años
veintes y desde las crisis con insurrecciones y movilizaciones de masas de
principios de los treintas, como las de Cuba y El Salvador. Así, el marxismo
de estos comandantes es el de los sucesores directos de frentes y movimientos
que tienen una larga historia.
La larga historia se divide con
claridad en dos periodos principales: el del marxismo antes de la revolución
cubana, particularmente el de los partidos comunistas, y el del marxismo que ha
surgido después de Cuba y que presenta características particularmente ricas.
Entre 1918 y 1922 se fundaron los
primeros partidos comunistas en México, Uruguay, Chile y Brasil. En 1925 se
fundó el Partido Comunista de Cuba, que pronto contó, con el de Uruguay y
Chile, entre los más poderosos de América Latina. Entre 1929 y 1932 se fundó el
Partido Comunista en Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, Salvador y
Paraguay.
Con el desarrollo de los partidos
comunistas y de algunas organizaciones de trabajadores dirigidas por ellos
surgió también la difusión de la literatura marxista-leninista. De 1919 a 1921
se publicaron las primeras traducciones de Lenin al español.En 1919 la revista Spartacus
publicó un primer trabajo de Lenin: La democracia burguesa y la dictadura del
proletariado. En Buenos Aires aparecieron El socialismo y la guerra; El Estado
y la revolución; El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo; La revolución
proletaria y el renegado Kautzsky; El imperialismo, la etapa más avanzada del
capitalismo. En 1926 Mariátegui empezó a publicar en Perú la revista marxista
más notable de su época, Amauta. En ella colaboraron destacados intelectuales
socialistas y progresistas de América y de Europa. Desde 1924 el famoso pintor
Diego Rivera con el no menos famoso Alfaro Siqueiros fundó en México otra
revista marxista que se convirtió pronto en órgano oficial del Partido
Comunista Mexicano, se llamaba El machete.
La difusión del leninismo durante
la década de los veintes fue de todos modos muy limitada. Hernán Ramírez Necochea
en su historia del Partido Comunista Chileno escribe: "puede señalarse que
por esas épocas, por los años veintes,, era todavía el socialismo muy ajeno a
la conciencia de la mayor parte de la clase obrera y a la inmensa mayoría de
los, trabajadores". Y si eso ocurría en Chile con más razón ocurría en
otros países menos desarrollados y politizados de la América Latina. Aunque en
todos penetrara el marxismo-leninismo, en todos penetró poco y
superficialmente, hecho que no excluye el temor enorme que despertaron, en las
oligarquas y el imperialismo, los primeros movimientos de masas dirigidos por
los comunistas.
En julio de 1929 se realizó en
Buenos Aires la Primera Conferencia de Partidos Comunistas, que señaló como
enemigo principal al imperialismo yanqui, y como enemigo esencial a la
oligarquía que mantiene, se dijo, formas "feudales" y
"semi-feudales" de explotación del trabajo. Durante esos años la
lucha interna más exitosa de los partidos comunistas consistió en debilitar y
casi en extinguir a las organizaciones anarquistas, aunque los anarquistas
dejaron un legado cultural inmenso y renovable. La lucha resultó particularmente
difícil para los partidos comunistas en su enfrentamiento contra el laborismo y
el reformismo, en especial contra el que tomaba las banderas anitioligárquicas
y antiimperialistas deseando competir con ellos y quitadles influencia a partir
de la Revolución Mexicana y del movimiento estudiantil de Córdova en Argentina.
Se trataba de un reformismo creciente dirigido por la pequeña burguesía
radical, populista y nacionalista, que a menudo defendió esas banderas con
fines puramente demagógicos y oportunistas, como ocurrió en forma notoria y
casi continental con una organización llamada la Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA), dirigida por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. Esta
Alianza y su ideología representaron una alternativa al desarrollo del
leninismo, fomentada por la burguesía y encabezada siempre por la pequeña
burguesía.
Con el socialismo reformista y
parlamentario argentino, con el laborismo mexicano, con el liberalismo
colombiano "socializante", el "aprismo'' fue pionero de los movimientos reformistas y "populistas" latinoamericanos que habrían de florecer
en la década de los treinta.El líder del "aprismo", Haya de la Torre,
fue de los primeros en abandonar las banderas antimperialistas y socialistas,
que Había sostenido frente a los comunistas, y que rechazó desde 1932, al
sentirse cerca del poder y en la necesidad "política" de hacer
concesiones ideológicas y económicas al imperialismo. En México, un presidente
llamado Plutarco Elias Calles representó un papel parecido en su transitó del
socialismo y el nacionalismo al anticomunismo y la conciliación con la
oligarquía y con el imperialismo. La Conferencia de Buenos Aires en 1929
denunció la posición del APRA y expuso los peligros que implicaba la idea de
formar partidos antimperialistas integrados por tres clases: la pequeña
burguesía, las capas medias y el proletariado, bajo la dirección de la pequeña
burguesía. Sin embargo, serían estos partidos o alianzas los que de una manera
persistente tendieron a desarrollarse adoptando una posición reformista, de
principios muy frágiles, aunque a menudo efectivos en los plazos cortos, e
histórica y socialmente necesarios, como ocurriría en México, en el México de
Lázaro Cárdenas (de 1934 al 40), en que este presidente emprendió una de las políticas
agraristas, laboristas y nacionalistas más profundas en la historia de América
Latina. Ningún movimiento llegó más lejos en este tipo de alianzas que el que
dirigió el presidente Cárdenas.
Durante los años veintes y hasta 1935 los
comunistas sostuvieron una posición particularmente celosa de la autonomía,
incluso sostuvieron esa posición cuando la Internacional adoptó la línea de
lucha conjunta con movimientos antimperialistas y antifeudales dirigidos por la
pequeña burguesía. El endurecimiento de la línea a fines de los años veintes y
principios de los treintas quedó clausurado en América Latina con un intento
fallido de revolución socialista. En efecto, cuando el brasileño Luis Carlos
Prestes, que ya era comunista, intentó en 1935 una revolución socialista en Brasil
y fracasó, esta línea dura y autónoma cedió, y su abandono coincidió con el
principio de las políticas del Frente Popular. Pero hasta entonces el problema
de la autonomía de las organizaciones de la clase obrera estuvo en el centro
del debate.
Entre los dirigentes que más destacaron en los
años veintes, no sólo como ideólogos sino como organizadores, se encuentran
tres que son clásicos fundamentales del pensamiento marxista latinoamericano:
Luis Emilio Recabarren, chileno; José Carlos Mariátegui, peruano; y Julio
Antonio Mella, cubano. Recabarren, el más Viejo de todos, nació en 1876 y murió
en 1924. Fue un obrero tipógrafo y empezó su lucha política bajo la influencia
del liberalismo, pasando de ahí a integrarse a un Partido Demócrata y después
decidió fundar en 1912 el Partido Obrero Socialista de Chile. Más tarde
contribuyó a la transformación de la Federación Obrera de Chile en una gran
sindical nacional. Y en el IV Congreso del Partido Obrero Socialista encabezó
el movimiento que logró su transformación en Partido Comunista Chileno. En la
obra de Recabarren hay libros y folletos de gran interés. Sin embargo a menudo
sorprende una especie de ingenuidad del dirigente que sale de los mitos del
siglo XIX en busca de la práctica obrera, de la táctica y la estrategia
revolucionarias. Recabarren no pudo realmente profundizar en el leninismo.
Realizó una lucha tenaz contra los anarquistas y al promover y organizar la
acción política pugnó de una manera inquebrantable por la independencia del movimiento
obrero, contra innumerables intentos que se hicieron, desde 1906 hasta las
primeras campañas de tipo populista dirigidas por un presidente que se llamaba
Alessandri, para sumar a los obreros a las coaliciones dirigidas por la pequeña
burguesía. Su legado a la clase obrera chilena fue el de mantener sus
organizaciones autónomas. Desde que era socialista, e incluso después cuando
fue comunista, Recabarren dio prioridad a la lucha pacífica y legal frente a
cualquier otra forma de lucha. En su obra como en la de otros clásicos del
pensamiento marxista latinoamericano está todo un legado de toda una clase. No
excluyó la posibilidad de la revolución violenta y exaltó la conducta de Lenin
en la Rusia zarista, pero pensó y trabajó más en la "revolución
legal". Así llegó a sostener sólo ideas pobres en relación con acciones
más fuertes; llegó a sostener que el paro general podría ser un instrumento
capaz de derrocar a la burguesía. Su comprensión de la violencia reaccionaria
fue también exigua como su comprensión de la amenaza imperialista de la que
prácticamente no habló aunque de vez en cuando se refiriese a la "clase
capitalista guerrera" y a sus "posiciones de combate" o a los
problemas que planteaba el desarrollo del gran capital. Realmente su
contribución más importante consistió en la tenaz preservación de la autonomía
proletaria, en la vinculación de todas las luchas inmediatas con la lucha por
el socialismo, y en la vinculación de la lucha de los trabajadores chilenos con
la que se libraba en un plano internacional. Recabarren concibió así el
problema de las alianzas como una táctica que siempre debía tener como eje a
los trabajadores, y que siempre debía manifestar una vocación socialista:
"Si llamamos revolucionario al socialismo —escribía en 1912— es porque no admite
otra palabra el pensamiento y la acción que se realiza para transformar este
mundo lleno de miserias y desgracias en un verdadero paraíso de felicidades y
goces." Lo decía pensando en una "acción revolucionaria legal",
pero también afirmaba, y esto es importante relacionarlo con la nueva y más
reciente historia de Chile: "Soy libre de llevar las armas que a mi me
plazcan para hacer la revolución, y libre a la vez de deshacerme de las que
vaya estimando inútiles o gastadas o inofensivas." La importancia de estos
clásicos en la historia de sus respectivos países es enorme.
Otro autor notable, José Carlos
Mariátegui, que nació en 1895 y murió en 1930, formuló las elaboraciones
teóricas y los análisis políticos más profundos y precisos. Su preparación
intelectual era del mayor nivel. En una obra que publicó, titulada Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana, dejó el primer descubrimiento de un país latinoamericano
por un autor marxista-leninista que se decía a sí mismo "convicto y
confeso". Es la obra más famosa de él, pero para conocer su pensamiento resulta
indispensable leer La escena contemporánea, La historia de la crisis mundial,
En defensa del marxismo. Mariátegui fue fundador del Partido Socialista Peruano
(comunista) en el que tuvo una actuación destacada. Antes de la fundación del
partido y después, ante el comité central del mismo, expuso de una manera
exacta y dura sus diferencias con los "apristas". Para Mariátegui la
eficacia de la lucha antimperialista, la eficacia de la lucha agraria, la
eficacia de la lucha indigenista dependía de una alianza dirigida por el
proletariado y su partido de vanguardia, y en última instancia dependía del
socialismo. Sobre estos principios Mariátegui exploraba la originalidad
histórica de América Latina, la realidad y la vida de la revolución latinoamericana,
lo que llamaba su necesaria "creación heroica", la que cobraría vida
a partir de una realidad universal y concreta. Apegado emocional y políticamente
a la clase trabajadora, inserto prácticamente en ella, ni el descubrimiento de
la historia o del socialismo, ni la creación de la futura historia socialista
resultaban lo que él llamaba un "calco", una "copia", sino
parte de un proceso universal, cuyas características eran distintas en Europa,
Asia, África o América Latina, Mariátegui no sólo difundió el conocimiento del
marxismo en Amauta, sino en otra
revista llamada Labor, también de alta calidad política y literaria, pero más
destinada al movimiento obrero y a su organización. Si el legado de Mariátegui
se rompió durante un tiempo en Perú, hoy y cada vez que se reaniman las luchas revolucionarias,
su figura revive. Y nuevamente se advierte lo que podríamos llamar el proceso
de acumulación política, el proceso de acumulación ideológica que es muy grande
en estos países.
El tercer autor que está vivo es
Julio Antonio Mella, que murió muy joven; nació en 1903 y murió en 1929 víctima
del dictador Machado. Mella fue uno de los primeros y más rigurosos ideólogos
de ese marxismo cubano que se enriqueció con la herencia de José Martí, el
pensador liberal y revolucionario de fines del siglo XIX, y fue el primero en
profundizar el significado de la lucha antimperialista y moral, heroica, de
Martí. En su acción política, Mella ejemplificó también esa otra característica
del desarrollo del pensamiento revolucionario cubano, que consistió en
relacionar estrechamente el movimiento estudiantil con el movimiento obrero, en
un proceso de iniciación universitaria que desemboca en acción proletaria y
revolucionaria. De su actuación en el Primer
Congreso Nacional de Estudiantes, celebrado en la Habana en 1923, y que
postuló tesis antimperialistas y socialista, Mella pasó a formar parte de una
agrupación que estaba preparando la fundación del Partido Comunista. En 1925
junto con Baliño, que había colaborado con Martí a fines del siglo XIX en el
Partido Revolucionario Cubano, fundó el Partido Comunista Cubano. A pesar de su
corta vida de 26 años y del tiempo que le dejó una intensa lucha contra el
imperialismo y la dictadura, Mella escribió un buen número de artículos y
ensayos que constituyen el antecedente más cercano del pensar marxista clásico
en la Cuba contemporánea. En todo el razonamiento de Mella campea una
invitación a la clase media para que juegue el papel revolucionario que le
corresponde en su lucha contra el imperialismo y por el socialismo. Pero Mella
siempre plantea la lucha de la clase media en vinculación estrecha y dependiente
de la lucha del proletariado. Su relación entre el estudiante y el líder
revolucionario es la que van a establecer sus herederos muchos años más tarde.
Después de la época, de los
clásicos del marxismo-leninismo latinoamericano, la formación del pensamiento
socialista siguió dos grandes líneas de lucha. De 1935 a 1954 cobró auge la
política del frente popular antimperialista y el apoyo a las revoluciones nacionales,
democráticas y agrarias, dirigidas por las clases medias contra los remanentes
del feudalismo y contra el imperialismo. Son épocas en que los comunistas y sus
simpatizantes apoyan a los movimientos de tipo nacionalista-antimperialistas,
primero, como parte de la lucha contra el fascismo, contra el nazismo, y
después como un intento de política de coexistencia pacífica. En esta época los comunistas van a perder una
parte de su liderazgo ideológico e intelectual. Y en realidad, durante esta
época, el principal líder e ideólogo marxista, el más inteligente y lúcido, el
que sigue teniendo validez para comprender los problemas que se plantearon
entonces, incluso porque él mismo fue víctima de ellos, fue Vicente Lombardo
Toledano, dirigente obrero que durante todo el periodo, y hasta su muerte,
estuvo ligado a las organizaciones mundiales del proletariado, dirigidas por
comunistas y socialistas.
El derrocamiento del régimen
democrático de Jacobo Arbenz en 1954 por el imperialismo norteamericano y por
la oligarquía guatemalteca clausuró, la etapa iniciada con los frentes
populares y continuada por los frentes de coexistencia pacífica. Se terminó,
entonces, una esperanza que se vivía con gran profundidad, la de sacar adelante
a nivel mundial la coexistencia pacífica con el apoyo a los regímenes nacionalistas1
encabezados por la pequeña burguesía populista, antimperíalista. El pensamiento
se radicalizó, replanteando profundamente el problema de las alianzas;
replanteando profundamente el estudió de la estructura de clases del Estado,
replanteando profundamente el problema de la lucha de clases dentro y como base
de la lucha antimperialista.
La toma del Cuartel Moneada en
1953, el desembarco del "Granma" en 1956 y, sobre todo, el
establecimiento del primer Estado socialista en América Latina en 1961,
marcaron el inicio de una nueva época en la forja del socialismo, y del
marxismo-leninismo latinoamericano. En esta época se dan una enorme variedad de
luchas insurreccionales;, políticas e ideológicas, entre las que destacan la
etapa de las guerrillas rurales que va de 1959 a 1965; la etapa de las
guerrillas urbanas que va de 1968 a 1971; la gran lucha del pueblo chileno por
alcanzar el socialismo a través de la llamada "vía pacífica", que va
de 1970 a 1973 y que constituye la primera experiencia universal de tomar el
poder por la vía política. En esta época iniciada, como dijimos, en 1953, Fidel
Castro, Ernesto Che Guevara y Salvador Allende son algunos de sus dirigentes
más notables.
Las derrotas de los movimientos
socialistas posteriores a la Revolución Cubana y la implantación de regímenes
neofascistas en un buen número de países latinoamericanos marcan otro periodo
del pensar y actuar revolucionario socialista. Es un periodo de madurez
creciente, de dolor, a veces de desconcierto profundo, y de esperanza, también
muy grande, en la liberación y el socialismo.
Durante esta época, en Cuba el
pensamiento socialista se vuelve común a todo un pueblo que piensa con la forma
de pensar del hombre socialista. El pensamiento socialista en Cuba es
cuantitativa y cualitativamente distinto al de la historia anterior. Ya no sólo
es el pensamiento de un grupo, de una organización o una clase, ni sólo es el
pensamiento ideal sobre un objeto aún inexistente, en el que las palabras no
hallan la correspondencia de lo real. En Cuba se ha organizado, como diría el
utopista chileno Francisco Bilbao, "la autocracia de la palabra". El
país cumple la palabra con extraño rigor, tiene fe en la palabra. Realiza los
postulados de Martí y los interpreta con las categorías del marxismo-leninismo
que forjaron los revolucionarios cubanos, al calor ¡de la revolución, antes y
ahora. El 20 de diciembre de 1961 Fidel Castro dijo hablando de la Revolución
Cubana que había sido: "Una revolución, en los hechos, enteramente
marxista, pero que, en la formulación formal, no se presentaba como tal
revolución marxista-leninista". Fidel Castro afirmó que las "Escuelas
de Instrucción Revolucionaria" eran parte de "la síntesis necesaria"
en que "por fin la teoría y los hechos marchan identificados, como tienen
que marchar". Y aquí apareció un fenómeno de mucho interés, un fenómeno
muy novedoso no sólo por los conceptos sino por el lenguaje. Un fenómeno de
enriquecimiento notable en el orden de la vida, en particular en el pensamiento
y en la palabra. Y este enriquecimiento se da con la figura de primer relieve
que cobra Martí en el pensamiento actual revolucionario cubano, un fenómeno que
después se va a dar de otro modo, como veremos brevemente, en Centroamérica.
Varias son las razones por las
que Martí pertenece a la historia del pensamiento socialista en América Latina,
sin que él haya sido socialista ni marxista. La más significativa es sin duda
que Martí es considerado como el autor intelectual de la Revolución Cubana por
Fidel Castro y otros dirigentes. ¿Por qué? Esa tesis no es nada mate una
expresión retórica. Martí es el precursor moral, político, revolucionario y
práctico de la Revolución Cubana. Lo es por la mediación del dirigente
comunista Julio Antonio Mella y por la de los líderes de la revolución. La
presencia de Martí es parte de la cultura revolucionaria de Cuba. Más que un
hombre es realmente un pueblo, uno se queda azorado cuando va a Cuba al ver la
presencia de ese hombre en la cultura popular. Ahora, lo interesante es esto:
toda la historia revolucionaria de Cuba, a través de su pueblo y su líder, y
sus líderes, asume la herencia moral, ideológica y política, la herencia
revolucionaria de Martí, considerada como un todo en que para alcanzar los
objetivos morales y revolucionarios se revela necesario hacer la revolución y
también el socialismo. Para alcanzar los objetivos morales de Martí no sólo se
necesita hacer la revolución, si se es coherente, sino que se tiene que hacer
el socialismo. Haydé Santa María, una de las dirigentes de la revolución cubana
dice que el asalto al Cuartel Moneada se realizó cuando sus protagonistas,
encabezados por Fidel Castro, eran "martianos".
Hoy, aclara, "somos
marxistas" y no hemos dejado de ser "martianos", porque no hay
contradicción en esto, por lo menos para nosotros. El fenómeno es visto también
por Ernesto Che Guevara en sus notas para el Estudio de la ideología dé la
revolución cubaría, pero desde el otro ángulo. Guevara ve en la obra científica
de Marx el antecedente de la explicación que ellos se dan sobre la lucha que
emprenden y dice: "a partir de ese Marx científico nosotros iniciamos una
lucha revolucionaria en la que ya nosotros nos pusimos a descubrir el mundo en
el que luchábamos y en el que Marx no luchó, no para revisar a Marx sino para
conocer ese mundo, y tampoco nos preocupamos por ver si éramos ortodoxos en la
interpretación de ese mundo, lo que nos preocupaba era entender y cambiar ese
mundo, y de Marx solamente tomamos los grandes trazos de la historia". El
fenómeno es particularmente distinto a muchas formulaciones dogmáticas o
revisionistas del marxismo anterior y le da una riqueza notable al pensamiento
marxista actual en América Latina. Esa riqueza se va a repetir en Centroamérica.
Ricardo Morales, un ideólogo y
dirigente de la revolución de Nicaragua, ha escrito: "Hay que estudiar
nuestra historia y nuestra realidad como marxistas, y el marxismo como
nicaragüenses." Con eso quiere decir algo muy profundo y es que hay que
estudiar las mediaciones. Efectivamente el proceso revolucionario en nuestros
países no se da sin mediaciones, sino con una gran cantidad de mediaciones, y
es en el estudio de estas mediaciones como se va a enriquecer mucho la teoría,
del proceso revolucionario. El Frente Sandinista de Liberación Nacional, que se
fundó en 1961 con una vinculación entre sandinismo y marxismo, entre el legado
de Sandino que fue el gran líder antiimperialista que luchó en Nicaragua a fin
de los años veintes y el de Marx después de Cuba, el Frente Sandinista de
Liberación Nacional, que junta el sandinismo con el marxismo actual, combina
diferentes formas de lucha en distintos: niveles de conciencia. El Frente
integra a hombres que vienen de las más distintas corrientes ideológicas y
culturales. En él se van a juntar marxistas, leninistas, revolucionarios de
todas las ideologías que se han acercado al proceso después de la Revolución
Cubana, incluso católicos revolucionarios. Y el Frente va a ir dando una serie
de luchas contra las mediaciones que le permiten; profundizar el proceso.
Empieza por la lucha contra el tirano. La tiranía de Somoza aparece como lo más
general para todos y es contra ella que hay que luchar. Pero una vez derrocada,
o en el proceso de derrocarla, aparecen otras mediaciones, como la mediación
del imperialismo, y entonces la lucha por la democracia se vincula a ojos de
todas las masas con la lucha por la liberación nacional. Y entonces aparece
otro fenómeno muy interesante en que el sandinismo va a hacer contribuciones
significativas, es que la transición, los, fenómenos de transición, de
mediación, presentan una fuerza, una vitalidad que exige reflexionar más
profundamente sobre la economía mixta, sobre el pluralismo ideológico, Y no
sólo como problemas tal vez de transición, sino como problemas que pueden
significar para el futuro alianzas muy profundas, y proyectos de socialismo
democrático muy avanzado y distinto, nuevas formas de democracia ¡dentro del
socialismo.
Ahora, dentro de este proyecto
ocurre algo particularmente distinto de lo que ocurría en los primeros partidos
comunistas. Y es que estas organizaciones revolucionarias no están formadas exclusivamente
por comunistas, por marxista-leninistas y entonces tienen un problema acerca de
quiénes pueden formar parte, de ellas. Y este problema se resuelve de una
manera muy interesante y práctica, sobre todo después de la dramática
experiencia de las guerrillas de principios de los sesentas, que estaban
formadas también en forma muy heterogénea, pero que precisamente por estar
formadas de manera muy heterogénea se metían a ellas provocadores y agentes del
enemigo. ¿Cuál es la solución que se encuentra para organizaciones en la que no
todos los integrantes tienen una sola ideología? La solución la da uno de los
comandantes de la revolución nicaragüense: "Si se trataba de un hombre honesto
nosotros lo contactábamos" —escribe el comandante Henri Ruiz en una obrita
titulada La montaña era como un crisol
donde se forjaban los mejores cuadros. Así, nuevamente, se le da a la
moral, a la coherencia, un valor político y revolucionario muy significativo, y
es a partir de ese valor como se van profundizando las experiencias,
reflexionando en ellas y enriqueciendo el conocimiento de un pensamiento
marxista y socialista que incluso en muchos casos todavía no se plantea ni el
problema del marxismo como ideología de masas, ni el proyecto del socialismo,
como inminente o inmediato, sino que se plantea como un problema real y
profundo el de la democracia, el de la liberación nacional, el de la defensa de
la soberanía popular, y una serie de problemas de la edad moderna defendidos
originalmente por las revoluciones burguesas, y que ahora solamente se pueden
defender y realizar cuando se vincula el proceso mundial al poder proletario y
cuando en el terreno interno no sólo se organiza a la clase obrera, sino al pueblo
trabajador. Y así aparecen una serie de categorías nuevas, como son las del
pueblo trabajador, como son las de la coalición o el movimiento o el frente,
sobre las que nuestra investigación teórica e histórica es aún muy pobre, y en
las que se encuentra la nueva teoría y sobre todo la nueva riqueza de la vida y
de la revolución latinoamericana.
Kumrovec, Yugoslavia
Octubre de 1983.
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