MARXISMO Y FEMINISMO: MUJER-TRABAJO(*)
Por: Angeles Sánchez Bringas
DOS FORMAS DE CONCEPTUALIZAR EL PODER
Recientemente
se ha señalado al momento histórico del capitalismo avanzado como el escenario
en el que se conjugan las condiciones para el surgimiento de la mujer como “sujeto social“. (1) En estos términos, se piensa en el feminismo como un hecho sui
generisen la historia; por primera vez emerge de manera
generalizada la movilización política autónoma de las mujeres que reivindican
la transformación de su existencia y, a partir de ahí, ponen en tela de juicio
la(s) lógica(s) que legitima(n) el conjunto de la vida social.
Este proceso ha comprendido,
como parte esencial de su desarrollo, la producción de conocimientos. Podemos
decir, que en su lucha por ser reconocida como sujeto social, la mujer ha
tenido que abrirse camino dentro del mundo del pensamiento y el saber, ha tenido
que develar los prejuicios del sentido común, cuestionar los mitos culturales
construidos acerca de su persona, su biología y su función social y, de esta
manera, abrir la posibilidad a imagina: nuevas formas socioculturales de vida.
En este sentido, no podemos entender el feminismo como movimiento político sin
entenderlo, al mismo tiempo, como pensamiento político.
El desarrollo del pensamiento
feminista ha sido un proceso heterogéneo en cuanto al ritmo, la forma y los
contenidos de su producción. Este comprende un amplio espectro de conocimientos
y conceptualizaciones elaborados desde los más diversos ámbitos de interacción
entre mujeres: redes regionales, centros de mujeres, conferencias, grupos
editoriales, universidades, etc. y cuyos contenidos asimismo varían
significativamente: van desde los documentos testimoniales hasta las abstractas
construcciones sobre la opresión de la mujer, pasando por documentos
propagandísticos, monografías, etc. Pasar revista a todos ellos sería una tarea
monumental que está fuera de la intención particular de este trabajo. Sin
embargo, de esta vasta producción han surgido dos categorías definitorias
fundamentales: aquella que define a la mujer como trabajo y aquella que la
define como cuerpo.
La categoría mujer-cuerpo se
desarrolló al interior de la lucha feminista y fue el resultado de la reflexión
que las mujeres hicieron de su situación a través de la autoconciencia. Esta reflexión fue parte intrínseca de
las organizaciones feministas; constituyó un elemento fundamental para lanzar a
las mujeres a la acción política contra las instituciones sexistas del Estado:
la legislación, la jurisprudencia, la educación, la medicina, etc.,
principalmente durante la primera década del movimiento. No podemos entender
las luchas por el aborto, divorcio, violación, etc., que movilizaron a miles de
mujeres en Europa y Estados Unidos, sin considerar la existencia de una batalla
previa: la contienda de la mujer contra ella misma. En la autoconciencia, la
mujer se discute a sí misma como subordinación, ella es objeto y sujeto de su
conocimiento.
El conocimiento producido en
este contexto surge del análisis de la existencia de las mujeres como
individuos y se refiere a su cotidianeidad. Los discursos se caracterizan por
su diversidad, restricción y parcialidad, se producen en pequeños grupos de
mujeres que contrastan sus experiencias individuales (historias, afectos,
actividades, enfermedades, etc.) con el propósito de objetivarlas. Este
conocimiento se crea sin ninguna pretensión generalizadora; por el contrario,
su elaboración está enmarcada por las experiencias cotidianas de las mujeres
involucradas. La subordinación se entiende, entonces, como un proceso creado y
recreado diariamente a través de la vida de las mujeres. Si bien las formas y los
contenidos de la subordinación pueden variar de acuerdo con las experiencias
individuales y el contexto social, se llega a un conocimiento de los sutiles
mecanismos de poder que crean la subordinación como consenso a través del
aprendizaje de la feminidad, aprendizaje que lleva a cabo la mujer-cuerpo.
Por otro lado, la categoría
mujer- trabajo ha sido constituida en los ámbitos de producción de conocimiento
científico: el académico y las organizaciones de izquierda; surge desde las
ciencias sociales, básicamente desde el marxismo. En este caso también existe
una contienda política que condiciona la producción de conocimientos. La mujer
tiene que abrir brecha dentro de la ciencia y luchar por una doble
legitimación: por validarse como sujeto de conocimiento y también por validar
el carácter revolucionario de su lucha.
Desde esta perspectiva se crean
las explicaciones generales sobre la opresión femenina. A pesar de sus
divergencias, todas ellas conceptualizan la subordinación de la mujer como una
estructura de relaciones de poder delimitadas por el sexo, en donde la mujer se
ubica en una posición de desigualdad con respecto al hombre y la sociedad en su
conjunto. Estas interpretaciones pretenden explicar la estructura de poder
sexual a partir de su vínculo con la economía política de la sociedad
capitalista.
Podríamos decir, haciendo una
gruesa abstracción y tratando de precisar un primer argumento, que estas dos
categorías (mujer-cuerpo y mujer-trabajo) se crean desde dos distintas premisas
epistemológicas que conducen a dos diferentes formas de tratar la subordinación
de la mujer. Cada una representa una formulación conceptual del poder y surge a
través de una contienda política especifica que ha cuestionado las relaciones
de poder del micro-cosmos conceptual en donde se pretende generar la presencia
femenina.
En la categoría mujer-cuerpo,
el poder se conceptualiza como sometimiento, como la introyección de relaciones
de poder y su expresión objetivada en la cotidianeidad. La mujer como
reproductora de relaciones de poder constituye el objeto de conocimiento y
también el propósito de transformación. Desde su transformación es que trastoca
la cotidianeidad masculina. Por otro lado, la categoría mujer-trabajo considera
la subordinación como un sistema de opresión que delimita posiciones estatuidas
que hablan de la cantidad de poder que guardan el hombre y las instituciones
patriarcales en relación con la carencia de poder de la mujer. En este sentido,
la estructura de poder se entiende como un epifenómeno de las relaciones
económicas. Desde esta óptica el poder se caracteriza por ser exógeno a la
mujer; es decir, es impuesto desde fuera a través de mecanismos coercitivos.
LA ECONOMIA POLITICA DEL SEXO:
MUJER-TRABAJO
Ahora quisiera pasar a analizar
detenidamente la forma en que se ha desarrollado la categoría mujer-trabajo.
Pretendo señalar algunos rasgos que considero importantes del diálogo entre
marxismo y feminismo y, de esta manera, llegar a comprender la lógica que
subyace en las interpretaciones feministas desarrolladas a raíz de esta
problemática.
Durante la primera década del
movimiento feminista, las mujeres tuvieron que librar una ardua y abierta
batalla en contra de propuestas teóricas y organizativas elaboradas desde el
marxismo, que pretendían descalificar la lucha de las mujeres. Durante los
primeros años, esta reacción fue sostenida por amplios sectores de “izquierda” ubicados en
organizaciones políticas y académicas.
Es en este contexto que la
categoría mujer-trabajo surge de un enfoque político que intenta,
fundamentalmente, legitimar a la mujer como sujeto de estudio y a la sociedad
machista o patriarcal como objetivo por transformar. Este es el marco político
en el que se da el diálogo entre marxismo y feminismo. Es decir, las
feministas, a través de sus incursiones teóricas, pretenden fundamentar desde
el marxismo su práctica política; por un lado, reivindican la autonomía de su
movimiento en la medida en que consiguen fundamentar la especificidad de la
problemática femenina, es decir, en la medida en que logran discriminar e
independizar conceptualmente las relaciones de poder entre los sexos de las
relaciones de explotación. Por otro lado, reivindican su inclusión en la lucha
general por el socialismo en la medida en que fundamentan teóricamente el
carácter anticapitalista de su lucha, es decir, en tanto que la condición
femenina es analizada en términos de trabajo y explicada en términos de la
economía política de la sociedad capitalista.
Ciertamente,
las primeras elaboraciones que colocan la problemática de la mujer en relación
con la producción social fueron hechas desde el marxismo. Engels (2) ubica el origen de la opresión sexual a partir de la aparición de
la propiedad privada y el surgimiento de la sociedad de clases.
Es decir, Engels plantea que desde su origen, las
relaciones de poder entre los sexos surgen subsumidas a las contradicciones de
clase de la sociedad. Este planteamiento considera la configuración de las
relaciones de opresión sexual como parte intrínseca de la división del trabajo
que, en su evolución hacia el capitalismo llevó a separar dos esferas o ámbitos
de actividad social: la esfera pública y la esfera privada.
Del
ámbito familiar fue separada la producción social, la mujer quedó reducida a la
familia, dejando al hombre el mundo público de la economía y la política.
Con el desarrollo del
capitalismo y la incorporación de la fuerza de trabajo femenina a la
producción, las formas sociales arraigadas a esta división sexual del trabajo
entran en contradicción. La proposición engelsiana, desarrollada más
ampliamente por Bebel yKollontai, (3) ubica, entonces, la actividad doméstica en el capitalismo como un
reducto del modo de producción anterior asimilable a la producción social y, la
desigualdad de la mujer como su componente ideológico. El desarrollo de esta
contradicción en el capitalismo, una vez más queda subordinado a la
determinación de clase. En la medida en que las mujeres se identifican con los
intereses de la clase trabajadora están en posibilidad de cuestiona: su condición
subordinada, misma que únicamente quedará resuelta con la socialización de los
medios de producción.
Una parte importante de la
literatura feminista se aboca a discutir, corregir y debatir las explicaciones
de Engels, con el propósito
de deslindar las relaciones de opresión sexual de las relaciones de
explotación. Sobre la base de evidencia histórica y etnológica, se han hecho
precisiones principalmente en cuanto al momento en que surge la configuración
de las relaciones de opresión. Se ha fundamentado la existencia de estructuras
jerárquico- sexuales en sociedades sin clase, y con esto se cuestiona el
binomio división sexual del trabajo/propiedad privada. (4)
Una vez discriminadas las
relaciones de opresión sexual, la discusión se ha centrado alrededor del grado
de autonomía de estas relaciones. En este sentido, el feminismo radical propone
entender la familia como una especificidad en sí misma. Algunas interpretaciones
hablan del modo de producción doméstico y sustentan que éste antecede al
capitalismo, se articula con él desde su origen y lo sobrevive en el
socialismo. En el modelo propuesto por C. Delphy (1979), este modo de producción está
definido por relaciones de producción familiar y explotación patriarcal. Las
mujeres constituyen una clase especifica, definida por la opresión que ejercen
los hombres al apropiarse de su trabajo. La explotación tiene lugar en la
familia y está legitimada por el contrato matrimonial.
Otras interpretaciones han
busca- do la especificidad de las relaciones de opresión en la biología de la
mujer. Sustentan que la procreación es el origen de la división del trabajo y
la división en clases (clases sexuales): la desigualdad surge y es inherente a
la biología. (5)
Si bien estas interpretaciones
adolecen de rigor en el uso de categorías que toman prestadas del marxismo,
hacen una crítica fundamental a la interpretación marxista inicial: las
relaciones de poder entre los sexos han reforzado la existencia del trabajo
doméstico, y permeado la sociedad en su conjunto penetrando el proceso mismo de
trabajo. En la medida en que la mujer se incorpora a la producción social, la
opresión se agudiza y toma nuevas formas. (6) Por lo tanto, es necesario sacar del nivel meramente ideológico el
problema de la opresión, cuestionar la reducción que se ha hecho de la opresión
en términos de explotación y poner en tela de juicio el determinismo lineal de
las relaciones de producción sobre las de reproducción.
De
la explicación “originaria”
se pasa entonces a la explicación “funcional“:
las interpretaciones se centran en la refuncionalización de la familia en el
capitalismo.
Hay un consenso en la
literatura: la redefinición de la familia nuclear en la sociedad capitalista
responde al papel crucial de la mujer en la reproducción de la fuerza de
trabajo. A partir de aquí surge el interés en el trabajo doméstico y el “ama de casa”. Se desarrollan
hipótesis en torno a la naturaleza del mismo: ¿es éste un modo de producción?,
¿es una forma de producción no capitalista?
Algunas interpretaciones (7) analizan el trabajo doméstico como un modo de producción
articulado al modo de producción capitalista y proponen que entre ambos se de
una mutua dependencia. Establecen una estrecha semejanza entre la producción
doméstica y la producción simple de mercancías. Caracterizan el modo de
producción por una marcada ausencia de división del trabajo y un bajo grado de
socialización del mismo; más bien, el trabajo se realiza sobre bases
individuales. Su peculiaridad radica en que produce valores de uso y no de
cambio, produce para la reproducción de la fuerza de trabajo. En este sentido,
se asume que hay una transferencia de plustrabajo del modo de producción doméstico
al capitalista, al mantener los salarios que paga el capital por debajo del
valor de la fuerza de trabajo. El ama de casa provee de servicios que
si estuvieran incluidos en el mercado, inflacionarían el costo de la
subsistencia.
En síntesis, y tratando de
precisar la linea de discusión entre feminismo y marxismo, considero que: las
distintas interpretaciones desarrolladas desde el feminismo, independientemente
de sus divergencias, se proponen construir una o varias categorías de análisis
que posibiliten conceptualizar en una estructura de opresión las relaciones de
poder entre los sexos. Estas interpretaciones suponen la coexistencia de una
estructura de poder sexual y una estructura de clases en el capitalismo. (8) Sin embargo, a mi manera de ver, cometen el error de
conceptualizar de la misma manera ambas estructuras. En este sentido, dichos
trabajos buscan fundamentar una “base
material” específica que sustente la existencia de las relaciones
de poder sexual. La mujer se categoriza como trabajo y su actividad doméstica
se analiza como una forma de producción distinta a la capitalista pero
indispensable para ésta.
Varios problemas se desprenden
de esta forma de proceder. En primer lugar se encuentran aquellos que se
derivan del uso forzado de las categorías de análisis marxistas. Por ejemplo,
observamos la tendencia a reducir el concepto de modo de producción a una
dimensión descriptiva y ahistórica; el concepto de relaciones de producción es
identificado, en el análisis concreto, con formas de ganarse la vida. (9) Asimismo, cuando se habla de una transferencia de valor de la
esfera doméstica a la capitalista, se tratan como equivalentes y, por lo tanto,
comparables el trabajo concreto de la primera con el trabajo abstracto (trabajo
socialmente necesario) de la producción de mercancías.
Otro conjunto de problemas
surge de una premisa etnocentrista: considerar que la familia nuclear que
encontramos en la sociedad capitalista avanzada ha existido siempre. A partir
de ahí, las construcciones analíticas sobre la producción doméstica utilizan
como modelo a la familia nuclear monogámica y como elementos constitutivos del
modelo, rasgos como el contrato matrimonial.
Otra limitante que considero
importante señalar se refiere a la mistificación que se hace de la
separación de las esferas pública y privada. Derivado de esto, dichos modelos
restringen la configuración fundamental de las relaciones de opresión a la
esfera doméstica y dejan fuera, la participación de la mujer en la producción
social; ésta se ve como un efecto de su situación al interior de la esfera
doméstica. Sin embargo, la evidencia histórica nos presenta aquí un problema:
desde el origen mismo del capitalismo, encontramos la incorporación de la
fuerza de trabajo femenina a la producción social.
Finalmente, me voy a referir a
la conceptualización que estos modelos hacen del poder. Desde su perspectiva,
la principal función del poder es la de mantener las relaciones de producción y
la dominación de una clase. Esta concepción ha llevado a un reduccionismo
económico tal que, el análisis de las relaciones de poder entre los sexos, sus
mecanismos y su origen, está supeditada a su razón económica. La opresión se
restringe, entonces, al ámbito del trabajo doméstico y deja fuera el análisis
de las relaciones de poder que conllevan la maternidad, la sexualidad, los
afectos, la identidad cultural de la mujer, etc. O bien, si estos aspectos se
analizan, quedan subsumidos a la racionalidad económica del sistema; son
conceptualizados como apéndices ideológicos de las estructuras económicas. En
estos trabajos, la intención es la de describir y fundamentar los mecanismos a
través de los cuales el capital y el estado condicionan y hacen funcionales a
ellos a la maternidad, la sexualidad, etc. (10) Es decir, y volviendo a nuestro argumento inicial, el poder se
conceptualiza como una serie de mecanismos coercitivos y exógenos a la mujer
que se imponen a través de contenidos ideológicos y cuya racionalidad se
encuentra fuera, en la estructura económica. De cómo funciona el poder sabemos
poco, lo que interesa, desde esta perspectiva, es fundamentar conceptualmente
su presencia.
A MANERA DE REFLEXION
A lo largo de este trabajo he
querido analizar los conceptos elaborados por el feminismo en su relación con
los contextos políticos de donde surgen. En particular he seguido la linea de
discusión desarrollada por las diferentes interpretaciones sobre la mujer
entendida como trabajo y que, a partir de ahí, quieren explicar las relaciones
de poder entre los sexos. Parto de una premisa básica: estas elaboraciones sur-
gen de una contienda política con grupos y sectores de izquierda que persiguen
desarrollar una presencia conceptual de la mujer en el ámbito de la ciencia y
en particular del marxismo.
Cruzar por este camino ha sido
una tarea difícil, como lo muestran las limitaciones y lagunas analíticas en
las que han caído estos trabajos. Sin embargo, la ofensiva ha logrado su
propósito. Actualmente, el análisis de la condición femenina se aborda desde
las más diversas disciplinas científicas.
Por otra parte, también se
puede decir que la mujer ha ganado una batalla en cuanto a la legitimación de
su lucha: ha dejado sin fundamento aquellas suspicacias de la izquierda que
colocan la lucha por la liberación de la mujer al lado del capital. Asimismo,
se ha sacudida el fuero paternalista que intenta subsumir los intereses de la
mujer a los del proletariado.
Sin embargo, existen todavía
cabos sueltos que deben ser retomados. Necesitamos conocer profundamente los
mecanismos de poder que someten a las mujeres a través de todos los ángulos de
su vida: el trabajo, la familia, la maternidad, etc. Este es el legado que nos
dejó la autoconciencia. Conocer los alcances y las posibilidades analíticas que
se desprenden de este proceso de conocimiento requiere de un estudio específico
que permita revisar la producción de los grupos de autoconciencia y profundizar
en las condiciones y limitaciones que llevaron a la contracción y casi
desaparición de los mismos.
Por lo pronto y a. manera de
conclusión, quisiera retomar la óptica heredada de este proceso para señalar
algunas de las posibilidades analíticas que se abren en el campo de la mujer
pensada como trabajo, a partir del rescate de la perspectiva de la
mujer-cuerpo.
Desde hace varios años se ha
desarrollado una investigación que nos habla sobre la devaluación del trabajo
femenino en todos los ámbitos de la vida social. El trabajo doméstico sigue
siendo invisible a los ojos de quienes computan la riqueza de la nación; la
maternidad es considerada un asunto privado y sólo se contempla en términos de
políticas de población; algunas características de la fuerza de trabajo
femenina son explotadas por cierto tipo de industria sin que haya un
reconocimiento salarial o escalafonario de la cualidad del trabajo. Gran parte
del trabajo de campesinas y jornaleras se codifica económica y culturalmente
como “ayuda” al
productor directo. En fin, si bien la investigación se viene desarrollando
satisfactoriamente en esta línea, poco sabemos de cómo la mujer asimila y reproduce
la desvalorización de su propio trabajo; en otras palabras, ahora necesitamos
investigar y teorizar sobre el proceso a través del cual la mujer aprende y
recrea el sometimiento a través del trabajo.
Desarrollar esta ruta requiere,
a mi manera de ver, abordar tres problemas fundamentales. En primer término nos
lleva a retomar la discusión sobre el concepto de trabajo y en particular el de
proceso de trabajo para elaborar categorías operativas que nos permitan
analizarlo empíricamente como un fenómeno que comprende aspectos fisiológicos,
psíquicos, culturales, sociales y económicos. y no solamente como la
descripción de actividades y procesos productivos. Desde esta perspectiva, el
trabajo no sólo implica un desgaste energético a través del desarrollo de
actividades y labores para la transformación directa o indirecta de la
naturaleza, sino que también implica un gasto de energía encaminado al
despliegue de actitudes psíquicas, afectos, sentimientos, codificaciones
corporales, etc., a través de los cuales la mujer no sólo transforma la
naturaleza sino también se va transformando ella misma, y es en esta
transformación de su persona que se lleva a cabo el aprendizaje y recreación
del sometimiento y desvalorización de su trabajo. Este es nuestro segundo problema:
necesitamos nuevos conceptos operativos que nos permitan analizar a la par cómo
se ejerce el poder y cómo se realiza el trabajo, que nos permitan descifrar el
discurso del poder y cotejarlo con las actividades laborales. La niña reproduce
los afectos, sentimientos y tradiciones de hija y hermana, entre otras formas,
a través del desarrollo de actividades, responsabilidades, derechos y deberes
dentro del hogar. La madre, al desarrollar el trabajo doméstico también crea
afecto y lo identifica como “cuidado“.
La obrera despliega, a través de su jornada laboral, minuciosidad, paciencia y
dedicación; es decir, actitudes psíquicas que repercuten en su personalidad y
que requieren de codificaciones corporales específicas.
Finalmente, y como consecuencia
de lo anterior, pienso que la tercer tarea consiste en revisar en forma crítica
las elaboraciones hechas en torno a la imagen de la mujer en nuestra sociedad.
Desde esta nueva perspectiva las “cualidades”
que caracterizan a la madre y “ama
de casa” dejan de ser meros contenidos ideológicos, exógenos a la
mujer, que se desprenden del trabajo doméstico y que le dan una “falsa” conciencia de si
misma, para entenderse como una “forma
de vida” que pasa por la psiqué, el cuerpo, los hábitos, los
afectos y las labores, entre otros, es decir, para entenderse como una
concatenación de mecanismos psíquicos, culturales, corporales, etc.,
introyectados y objetivados por la mujer a través de su cotidianeidad y que
conllevan sometimiento y desvalorización.
(*)Publicado originalmente en Nueva
Antropología, vol. VIII, núm. 30, noviembre, 1986, pp. 67-76
NOTAS:
1. Una elaboración en este
sentido es la que hace Dora Kanoussi en su artículo “Comentario: el espacio
histórico del fe- minismo” en Mujer, Locura y Sociedad, Puebla, México,
Ediciones de ln UAP, 1983, pp. 65-71.
2. Engels, F., El orígen de la
família, la propiedad privada y el Estado, Moscú, Editorial Progreso, 1970, 216
pp.
3. Babel, A., La mujer y el
socialismo, Madrid, Akal editor, 1977, 712 pp. Kollontai tiene una producción
muy versátil en relación con la problemática de la mujer tanto en lo que respecta
a la diversidad de temas abordados como en cuanto a las diferentes
interpretaciones que intentó desarrollar. Sin embargo, podemos decir sin temor
que su análisis más hortodoxo lo encontramos en Sobre la liberación de la mujer
(Seminario de Leningrudo 1921), Barcelona, 1979, 298 pp.
4. Al respecto se pueden
consultar varios debates interesantes: “Apéndice: sobre los orígenes de la
opresión de la mujer” en Antoine Artous Los orígenes de la opresión de la
mujer, Barcelona, Editorial Fontamaxa, 1982, pp. 125-146. Godelier, Maurice “The Origins of male domination“, en New Left Review
núm. 127, Londres, mayo-junio 1981, pp. 3-17.
5. Ciertamente el trabajo más
representativo
de esta línea interpretativa es Firestone, Shulamít; La dialéctica del
sexo, Barcelona, editorial Kairos, 1976, 307 PP-
6. En este sentido se
desarrolla el planteamiento de Antoine Artous, op cit.
7. Hay muchas aportaciones
a esta problemática, a manera de muestra recomiendo dos libros interesantes.
Michel Andrée; La mujer en la sociedad mercantil, México, Siglo XXI, 1980, 220
pp. Dalia costa Marianosa y James Selma; El poder de la mujer y la subversión
de la comunidad, México, Siglo XXI, 1980, 103 pp.
8. Esta interpretación es
claramente expuesta por Zillah R. Einsenstein en la introducción que hace al
libro Patriarcado capitalista y feminismo socialista, México, Siglo XXI, 1980,
pp. 15-60.
9. Un claro ejemplo de esta
forma de análisis lo encontramos en el artículo de Andree Michel “Introducción:
producción doméstica no mercantil, e interacción en la pareja”, en La mujer en
la sociedad‘ mercantil, op. cit. pp. 13-20.
10. Ver como ejemplo el
artículo de Nancy Chodorow “Maternidad, dominio mas- culino y capitalismo”, en
Patriarcado capitalista y feminismo socialista, op. cít. pp. 102-123.
EL PARTIDO JURÁSICO DE JULIO GUZMAN
TPP Julio Guzman vs Veronika Mendoza.El entreguismo antipatriota y sionista de Guzman versus la recuperación saludable de soberanía de Vero.
LOS OUTSAIDERS - 28 DE JULIO
Tom Waits - Blue Valentines
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