Des-revisando a Marx
Por : Borís Kagarlitski
Tras
los sucesos de 1989-1991 el socialismo marxista, que quince o veinte antes
parecía ser una fuerza considerable, se ha convertido de nuevo en un fantasma.
Involucrando todos los esfuerzos de varios exorcistas profesionales, se han
producido constantes intentos de dar a Marx su reposo definitivo. Pero el
fantasma sigue aquí.
Jacques Derrida,
en su controvertido libro Espectros de Marx, aconsejaba a sus
lectores que recordaran el Manifiesto Comunista, escrito en 1848.
”
Hoy, casi un siglo y medio más tarde,
son numerosos los que, en todo el mundo, parecen también angustiados por el
espectro del comunismo, igualmente convencidos de que no se trata sino de un
espectro sin carne, sin realidad presente, sin efectividad, sin actualidad,
pero esta vez de un espectro presuntamente pasado. Sólo fue un espectro, una
ilusión, una fantasía o un fantasma. (Horatio saies,
’tis but our Fantasie’, And will not let beleefe take hold of him). Suspiro
de alivio todavía inquieto: ¡actuemos de manera que, en el porvenir, no regrese!
En el fondo, el espectro es el porvenir, está siempre por venir, sólo se
presenta como lo que podría venir o (re)aparecer: en el porvenir, decían las
potencias de la vieja Europa en el siglo pasado, es preciso que no encarne. Ni
en público ni en secreto. En el porvenir, se oye hoy en día, es preciso que no
re-encarne: no se le debe permitir que (re)aparezca, puesto que ha pasado. Es
pasado.”(1).
Cuanta
más vida hay en las opiniones de Marx, más natural parece el deseo de
enterrarlas. Nadie se esfuerza en “enterrar a Hegel” o en refutar a Voltaire,
ya que está claro que sus “ismos” pertenecen al pasado. Las ideas de los
filósofos del pasado se han disuelto dentro de las teorías modernas. Con Marx
no ha sucedido eso, ni puede suceder, dado que la sociedad que él analizó,
criticó y quiso cambiar todavía está viva. En este sentido, el final del
Marxismo sólo puede llegar con el final del capitalismo.
Las
conclusiones categóricas y rotundas del gran economista crean malestar. Se lo
ponen difícil a la gente que busca compromisos con el orden capitalista para
llevar a cabo políticas moderadas y flexibles, y, en último análisis,
constituyen un veredicto moral sobre tales individuos. Por ese motivo, el deseo
de revisar el marxismo surgió casi simultáneamente a la aparición de los
partidos obreros parlamentarios.
Para
moderarse, el socialismo tuvo que pasar a través del revisionismo. Si el
marxismo pertenece al pasado, entonces sus conclusiones más duras perdido su
importancia moral para la sociedad contemporánea. Todo lo que queda del
socialismo histórico es un conjunto de “valores” generales que cada cual es
libre de interpretar como desee. Es bastante obvio que el capitalismo cambia, y
que resulta inútil librar sobre él con la ayuda de citas de libros escritos durante
el pasado siglo. Ni la moderación ni el compromiso son pecados en sí mismos. En
condiciones políticas particulares, cualquier partido serio está condenado a
buscar compromisos. En política no debe ignorarse la relación de fuerzas.
Pero
la gente ideologiza su práctica a su manera, en su moda peculiar propia, y
convierte las justificaciones de las acciones actuales en ideología del futuro.
Esto significa que una coyuntura política que es desventajosa para nosotros se
transforma en un estado de cosas ideal, una desviación forzosa en una sabia
estrategia, y la debilidad en valentía. Allá donde esto ha ocurrido, las
derrotas se han hecho irreversibles y la debilidad táctica se ha transformado
en impotencia estratégica, mientras que el objetivo del movimiento ya no es la
transformación de la sociedad sino la más exitosa adaptación a ella.
Hay
cierto sabor de contabilidad comercial en el mismo término de revisionismo. No
nos referimos a un repensamiento del marxismo, a una crítica de él, sino a un
cálculo mecánico de la liquidez teórica disponible, o del “debe” y el “haber”
de la doctrina. Tras esta contabilidad, pueden seguir siendo usados algunos
“valores” remanentes, mientras que los productos ideológicos caducados son
anotados como chatarra. En esta rigidez y en esta “pasión por lo concreto”, los
revisionistas son muy semejantes al más conservador de los ortodoxos. La única
diferencia reside en que este último se agarra a cada artículo de la ideología,
tratando de probar, como anciano inquilino, que debe guardarse dentro de casa
“por si acaso…”, mientras que los ideólogos revisionistas intentan vaciar el
edificio desechando lo antes posible todo lo “superfluo”.
El
método analítico del revisionismo podría denominarse como descriptivo.
Comparando la descripción de uno u otro fenómeno social en el marxismo clásico
con la realidad moderna, las revisionistas concluyen, muy razonablemente, que
hay diferencias. Cuando este estudio concluye, las diferencias constatadas son
vistas como razones en sí mismas para rechazar las conclusiones de Marx. No hay
análisis en el sentido preciso de la palabra; se trata, simplemente, de un
pensamiento superfluo. El problema es que esa realidad sigue cambiando. Los
sucesos y procesos descritos por los revisionistas también se desvanecen en el
pasado, sometiendo también a duda sus propias conclusiones.
Históricamente,
el discurso revisionista fue muy importante para el desarrollo del pensamiento
socialista. El revisionismo de Bernstein fue el punto de partida para Lenin,
Trotsky, Gramsci… Los debates sobre la pertinencia del marxismo, periódicamente
recurrentes, y las más recientes revisiones marcan la aproximación a un punto
de inflexión en la historia del movimiento socialista y del pensamiento
socialista. Estas discusiones dan indiscutible testimonio de la crisis del
marxismo o de sus interpretaciones dominantes, incluyendo las versiones
revisionistas.
Desde
que, a mediados de los 80, el oficialista mundo académico soviético rechazó sus
enfoques ortodoxos anteriores, diversos escritores han tratado de resumir las
conclusiones generales del revisionismo y dotarlas de un trasfondo teórico. Vladislav Inozemtsevescribe que,
durante el siglo XX, en Occidente “se
han regenerado de un modo fundamental las bases internas del sistema social, a veces
en un grado mayor que donde los torbellinos de la revolución y la guerra civil
han penetrado”. Según Inozemtsev,“después de la Gran Depresión y la Segunda
guerra mundial, la sociedad occidental experimentó cambios que, aunque no eran
especialmente perceptibles para el observador superficial, la habían colocado,
ya a mediados de los 60, fuera de los límites propios del sistema de
capitalista”. La sociedad occidental habría entrado en una fase transicional, y
todos los cambios subsiguientes tendrían lugar “de forma evolutiva”(2).
En el curso de esta evolución todas las metas del viejo socialismo marxista
habrían sido logradas, pero sin sublevaciones, sin guerra de clases, sin
expropiaciones u otras cosas desagradables, aunque no, evidentemente, sin conflictos
sociales y políticos, cosa que ni siquiera el escritor más moderado podría
negar.
Esta
referencia a los años 60 es muy significativa un libro que apareció en los 90.
El trabajo no contiene ningún análisis del neoliberalismo o de las reformas en
Europa Oriental, aunque parece que el autor, viviendo en Rusia, difícilmente
podría no haber notado estos fenómenos. Pero el problema no es de olvido, sino
de metodología. Ese tipo de argumentación es también característica de otros
escritores. Reconociendo los servicios prestados por Marx en la historia de
pensamiento social, el editor-jefe de la muy conocida revista académica Polis, I.K. Pantin, escribe: “El curso subsiguiente de historia ha
mostrado, sin embargo, que muchos de los problemas de la sociedad burguesa
señalados por Marx han comenzado a ser resueltos cuando la producción
capitalista se ha desarrollado (aumentos de salario, crecimiento del consumo
masivo, legislación de bienestar social, unificación de capital y de las
fuerzas de gobierno a nivel nacional e internacional, intervención del Estado
en la economía, etc.. Cada vez más frecuentemente, debe reconocerse que los
cánones de la crítica marxista de capitalismo corresponden más al pasado que al
presente, y menos aún al futuro”(3).
Los
genuinos cambios que tuvieron lugar en el capitalismo occidental durante los
años 60 fueron percibidos por las escuelas revisionistas como el fin de
capitalismo tradicional. Eduard interpretó de forma similar los cambios
ocurridos en la sociedad occidental durante su propio tiempo, aunque hay que
reconocer en su honor que él se prohibió extraer las simples conclusiones
abrazadas después por las posteriores escuelas revisionistas. Pero, mientras
describían la “nueva realidad”, ninguno de los revisionistas notó como ésta
envejecía. Por doquier, el Estado de Bienestar comenzó a entregar sus
conquistas. Los mecanismos de mercado comenzaron cada vez más a liberarse de cualquier
forma de regulación, estatal o internacional. Mientras que la propiedad privada
se afirmó como un principio sagrado y universal.
Los
cambios tecnológicos no dieron a luz “la economía de creatividad libre”, sino
“la economía de fuerza laboral barata”. La intensidad de la explotación
aumentó. La dependencia de trabajadores ante las direcciones de las empresas
comenzó a crecer, y los salarios disminuyeron, no solamente en los países en
desarrollo y los estados ex-comunistas, sino también, desde mediados de los 90,
en varios países occidentales.
Los
teóricos revisionistas han preferido ignorar el neoliberalismo o presentarlo
como un fenómeno temporal que, simplemente, hace más complejo el desarrollo, en
general armonioso, de la sociedad. Pero el neo-liberalismo no es un “zig-zag de
desarrollo”, ni un error de los políticos, sino la ruta principal de la
evolución del capitalismo. Su esencia yace en el hecho que la sociedad burguesa
no puede permitirse mantener por más tiempo los logros sociales de décadas
previas. Aunque los socialdemócratas hayan señalado correctamente que el
volumen de recursos que la sociedad asigna para resolver sus problemas sociales
ha aumentado significativamente comparado a los años 60, esto es irrelevante
frente a lo esencial: que, en la medida que el capitalismo se convierte en
sistema mundial, es inevitable que se haga más duro y más despilfarrador.
La
reacción que se desarrolla tras 1989 difirió de todas las reacciones anteriores
en que logró presentarse a sí misma como si de “progreso” y “modernización” se
tratase.
“En
la jerga socialista los términos izquierda y progresista han sido virtualmente
sinónimos”, escribe el historiador británico Willie Thompson. La idea de
progreso ha dominado el conocimiento moderno, y la ideología y la práctica de
la izquierda se ha percibido como la expresión más consistente de esta idea.
Como resultado, “la izquierda, ampliamente definida, tendió, a excepción de los
años de predominio fascista entre 1933 y 1942, a nadar a favor de la marea cultural
y llevar la iniciativa política; la derecha, pese a los muchos éxitos que
alcanzó, parecía estar permanentemente a la defensiva, o, desde 1945, forzada a
a adoptar la postura si no puedes ganarles, únete a ellos. La
creencia de que la historia está de nuestro lado puede ser un mito consolador,
pero es significativo que ese tipo de consuelo sólo estaba disponible para la
izquierda, mientras que la derecha debía conformarse con la nostalgia”(4).
Todo
ha cambiado radicalmente desde mediados de los 80. Por primera vez desde el
siglo XIX, la burguesía adquirió una ideología ofensiva. El neoliberalismo
triunfante se presenta a sí mismo como una fuerza que ayuda a la modernización
y al dinamismo, acusando al movimiento obrero, a la izquierda y a los
sindicatos de conservadurismo, de ser hostiles al progreso técnico y de querer
sacrificar el futuro en aras de la prosperidad inmediata y de los
“privilegios”. A la vez, se ha agrietado la confianza hacia el progreso en sí
mismo. La crítica ecologista, feminista y postmodernista de la ideología
dominante no se ha basado sobre un concepto más radical de progreso, sino sobre
una duda profunda hacia el progreso como tal. Esto representó un natural y
comprensible replanteamiento de la experiencia histórica de los siglos XIX y
XX(5). Pero para la izquierda este cambio de humor en la sociedad fue
catastrófico. “Con este cambio de perspectiva, la principal ciudadela cultural
de la izquierda ha caído en manos de sus enemigos, con consecuencias mucho más
lesivas que cualquiera de las derrotas específicas que la izquierda ha sufrido
en el campo político”(6) .
Como
han señalado los teóricos del PDS alemán, durante el decenio de 1990 la
propaganda neoliberal se las ha apañado para mostrar como obstáculos a la
modernización y el progreso precisamente a las mismas estructuras y relaciones
que antes se usaban como prueba de la naturaleza “civilizada” del
capitalismo(7), lo que está relacionado con el hecho de que el período de
reacción social a escala mundial ha también sido un tiempo de renovación
tecnológica. Esto, en sí, no es nada nuevo; algo similar ocurrió en la primera
mitad del siglo XIX durante las etapas iniciales de la revolución industrial.
Solamente más tarde, y de forma retrospectiva, quedó claro que las nuevas
tecnologías no fortalecen las posiciones de las elites reaccionarias
triunfantes, sino que las socavan. A principios del siglo, la introducción de
nuevas máquinas fue acompañada directamente por la derrota del republicanismo
burgués, por un debilitamiento dramático de la posición social de los
trabajadores asalariados y por la instalación de un “nuevo orden mundial”
dentro de la estructura de la Santa Alianza, primer precursor de las Naciones
Unidas.
Por paradójico que pueda parecer visto en retrospectiva, la primera consecuencia social de la revolución industrial fue un debilitamiento marcado de la posición de la clase obrera. El economista estadounidense Fred Block indicó: “En las industrias con bases artesanas, como la seda de Lyon o la cuchillería de Sheffield, los trabajadores eran peculiarmente capaces de ejercer una buena capacidad de presión en su lugar de trabajo gracias a su conocimiento artesano y a sus fuertes vínculos de solidaridad colectiva. Además, el hecho de que tuvieron un saber artesano hizo su posición bastante diferente a la de otros trabajadores. Aunque a veces tuvieran que sufrir un desempleo provocado por el ciclo comercial, era menos probable que tuvieran que aceptar cualquier trabajo que se les ofreciese. Su habilidad en el oficio les dio protección frente a la coacción del patrón y del mercado”(8). Sobre esta base, Block deduce igualmente que no era inevitable que la transición a una economía moderna se basase en la fabricación en serie y el trabajo descualificado típicos de la segunda mitad del siglo XIX, ya que existía un “camino alternativo, basado en una producción especializada y en habilidades artesanas”(9).
Marx también señaló los logros sociales excepcionales de los trabajadores británicos en vísperas de la revolución industrial, pero en su opinión el deseo de los empresarios de liberarse de los dictados de los trabajadores y de someter a éstos a nuevas relaciones laborales más ventajosas para el capital, actuó como uno de los estímulos para la introducción masiva de nuevas máquinas durante la revolución industrial. Como resultado de la revolución industrial, la clase obrera europea sufrió una derrota histórica.
Solamente
más tarde, una vez que el movimiento obrero ganó fuerza gracias al ascenso del
sindicalismo moderno y la aparición de los primeros partidos socialistas
primeros, esa reacción cedió el camino a un nuevo auge revolucionario. La
experiencia del siglo que siguió ha quedado fijada en una peculiar pieza de la
mitología del movimiento obrero. Tengo en mente dos errores sumamente peligrosos.
En primer lugar, los trabajadores y sus ideólogos llegaron a convencerse de que
cualquier desarrollo tecnológico e industrial fortalecía su posición. En
segundo lugar, socialistas o comunistas, reformistas o revolucionarios, veían
la historia como un proceso rectilíneo de aproximación constante hacia formas
de organización social más “avanzadas”. Las fuerzas de la reacción podrían, sin
ninguna duda, atrasar o incluso frenar este proceso, pero no arrebatar las
“irrevocable” conquistas de los trabajadores.
Lo
infundado de ambas tesis se ha demostrado durante los años 90. En este sentido,
las derrotas sufridas por las fuerzas de la izquierda durante este período han
sido mucho más serias y desmoralizadoras que todos los golpes anteriores
recibidos durante el siglo XX. Se ha revelado que la historia no se mueve en
línea recta. El desplome de las ilusiones históricas del movimiento obrero y de
la izquierda ha ido acompañado por una crisis inaudita de valores y de pérdida
de confianza en sí mismo, aunque las únicas estrategias realmente derrotadas
han sido las rectilíneas, basadas en una visión mecanicista del progreso
social.
Es
importante constatar que los revisionistas de los años 80 y 90 han subestimado
el significado y la escala de la reacción neoliberal, de forma similar a como,
en los 60, los marxistas ortodoxos estuvieron poco dispuestos a reconocer los
cambios que estaban produjéndose. Los acontecimientos de la década de 1990 han
mostrado que si la naturaleza subyacente del capitalismo ha cambiado, estos
cambios han sido considerablemente menores a lo que habrían deseado las
teóricos de la izquierda moderada. Además, los “nuevos fenómenos” a los que
estos teóricos hacían referencia eran resultado, en considerable, de la lucha
de clases y del conflicto entre los dos sistemas; en otras palabras, fueron
impuestos al capitalismo desde fuera.
Tras
el “fin de la historia”, la historia comienza nuevamente. La pregunta
inevitable es: ¿quién está anticuado ahora? Tras la defunción del Estado de
bienestar el mundo no se ha hecho más estable, más justo o más libre., pues la
transformación de la violencia en una norma de vida social está devaluando las
libertades cívicas. Pero, aunque se denuncian los vicios del nuevo orden
mundial, la izquierda no le ha enfrentado su propia ideología. “La izquierda tiene que aceptar el hecho de
que el proyecto marxista de revolución lanzado por el Manifiesto Comunista ha
muerto. Habrá posiblemente revoluciones, pero no serán explícitamente
socialistas ni seguirán la tradición marxista iniciada con la Primera
Internacional”(10). El estadounidense Roger Burbach y
el nicaragüense Orlando Núñez ven la única alternativa al neoliberalismo
en movimientos espontáneos que expresen necesidades básicas. Una nueva y más
justa sociedad “tendrá que
proceder de una amalgama de los diferentes movimientos nacionales, étnicos y
culturales del mundo.”(11).
A
pesar de que muchos de tales movimientos son abiertamente reaccionarios, la
izquierda no encuentra en sí misma la fortaleza necesaria para los condenarlos,
ya que ella ha perdido su equilibrio psicológico y moral. Sin los principios
tradicionales del socialismo, la izquierda no tiene ya criterios claros para
juzgar qué es progresivo y qué es reaccionario, y ni siquiera tiene ninguna
idea seria sobre el papel que los movimientos “nacionales, étnicos y
culturales” juegan dentro del sistema del orden/desorden mundial. Incluso, el
hecho de que la mayoría de tales movimientos en Europa Oriental hayan abrazado
programas neoliberales no parece turbar a la izquierda occidental, ante cuyos
ojos las manifestaciones de una nueva barbarie se están haciendo
indistinguibles de la lucha por los derechos de trabajadores. “Hoy, la gente está dispuesta a pelear y
morir por sus identidades étnicas y nacionales. Sin embargo, a diferencia de lo
que ocurría al inicio y hacia la mitad del siglo XX, pocos pelearán para el
socialismo. Solamente tendremos un estandarte poderoso capaz de movilizar a las
personas para cambiar radicalmente el mundo en el que viven cuando nuevos
movimientos por la justicia social y socialismos postmodernos hayan echado
raíces profundas en todo el mundo y hayan logrado ligarse a los intereses y
necesidades más básicas de la gente”(12).
Pero
hasta que, del algún modo, tales ideas echen raíces, ¿no podemos hacer otra
cosa más que aguantar las agresiones del neoliberalismo o apoyar a cualquiera
de estos movimientos étnicos, incluyendo a aquellos cuyos líderes aprovechan la
primera oportunidad para establecer contactos con el Fondo Monetario Internacional,
el Banco Mundial o el Rey de Arabia Saudita?.
Las
masas que hicieron las revoluciones rusas de 1905 y 1917 no estaban inspiradas
por ideas marxistas. La gente siguió a los bolcheviques, no porque Lenin y
Trotsky tenían una teoría más desarrollada del socialismo, sino porque los
bolcheviques levantaron las consignas de paz, tierra y justicia social. Lo que
actúa no es la ideología sino un programa concreto. Podría haber ocurrido todo
de una manera diferente si los bolcheviques no hubiesen aprovechado el momento
oportuno para formular las consignas que expresaban los intereses de las masas,
si no hubiesen sido marxistas y si no hubiesen tenido una excepcional
comprensión de la dinámica del proceso revolucionario y de la lucha de clases.
Si
la lucha contra la opresión no es también lucha por una nueva sociedad, está
condenada a la derrota. Desde luego, la realidad es aún peor; el descrédito del
utopismo progresista en la conciencia de las masas sólo puede tener un único e
inevitable resultado: su sustitución por una utopía reaccionaria.
A
menos que se tenga una idea clara del objetivo, será imposible tener una
estrategia o una táctica. Lenin consideró que el servicio principal rendido por
la socialdemocracia a finales del siglo XIX y comienzos del XX fue la unión del
marxismo con el movimiento obrero. Realmente, esta mezcla explosiva conmovió el
mundo. Lenin, como educador genuino que era. Estaba convencido de que la
conciencia proletaria penetraría en las masas desde la intelligentsia.
En la realidad, el proceso era mutuo. Las masas no podrían elaborar teoría,
pero sin nexos con el movimiento de masas la teoría se osificaría. Cuando las
ideas de Marx llegaron a ser la ideología de movimiento de los trabajadores,
experimentaron una transformación, convirtiéndose en marxismo.
Es
totalmente natural que un teórico esté obligado a ser más radical que un
activista. Marx hizo una distinción entre compromisos en la política y
compromisos en el pensamiento. Si el compromiso es permisible para un político,
un pensador tiene que mantener un“singular tacto moral”.(13). Lo que es
posible no es siempre obligatorio. La política es el arte del compromiso, y de
ahí surge la posibilidad de un “divorcio” entre la teoría y la práctica. Las
acciones concretas de Lenin, Trotsky o Gramsci no derivan necesariamente de su
obra teórica (lo que queda ilustrado claramente por el contraste entre sus
escritos en “períodos de acción” y los textos de los períodos en prisión o
emigración). No obstante, la actividad práctica de los representantes del
marxismo clásico permaneció estrechamente vinculada a sus investigaciones
teóricas. En el período de la postguerra se rompió este nexo.
Desde
luego, el marxismo ha sufrido una derrota histórica. Sin embargo, esto no
ocurrió a finales de los 80, cuando cayó el muro de Berlín, sino muchos antes,
cuando la teoría quedó separada y aislada del movimiento. Esto no sucedió
únicamente en el Este, con la instauración del “marxismo-leninismo”
estalinista. En Occidente, ya durante los años 30 el marxismo académico se
convirtió en patrimonio de círculos universitarios, mientras que para la
socialdemocracia y los partidos comunistas las fórmulas “clásicas” no eran más
que un muerto ritual.
En
los años 90 se desecharon los rituales. Hacer esto era fácil, ya que desde
hacía mucho tiempo nadie había pensado en su significado. Volvimos al punto de
partida, cuando la teoría y el movimiento de masas estaban muy desconectados.
Pero no están separados por un muro infranqueable El hecho de que una parte
importante de los trabajadores tenga solamente una borrosa noción de las ideas
socialistas no significa que éstas no deban propagarse.
Los
intelectuales que han perdido su referencia política no necesitan mucho para
satisfacerse: “Cualquier
política puede llamarse socialista si apunta a limitar el carácter elemental
del mercado y a redistribuir las rentas”(14). Sin embargo, la
redistribución no sirve siempre a los fines de justicia social, y las
necesidades básicas de la mayoría de la gente no serán satisfechas sin reformas
estructurales. La paradoja reside en que las más “simples” exigencias
-escuelas, hospitales, carreteras- caminos – se han hecho las más difíciles de
conseguir. Mientras el neoliberalismo impere, nunca habrá suficiente dinero
para ellas.
El
proyecto socialista tiene que traducirse a un lenguaje comprensible para la
gente. No es el lenguaje cultivado por los intelectuales occidentales, del
radicalismo y el multiculturalismo postmodernos. Es el lenguaje simple y
directo del marxismo clásico.
Marx
comenzó intentando limpiar de utopismo el proyecto socialista. No lo logró
completamente, por la simple razón de que hay invariablemente una dimensión
utópica en cualquier idea social y en cualquier proyecto. Sin embargo, la
contribución decisiva de Marx a la teoría política reside en el hecho de que él
mostró la necesidad y posibilidad de abandonar el sueño utópico y sustituirlo
por la búsqueda de la transformación práctica. Rechazando el pragmatismo, la
tradición marxista proclamó la necesidad unir el idealismo (entendido como
fidelidad a aspiraciones y principios) con el realismo político de las acciones
concretas. Es la experiencia de transformación práctica lo que transforma el
pensamiento socialista en ciencia. Por tanto, esa teoría sólo tiene sentido
dentro de un contexto de práctica política.
El
marxismo occidental académico -con frecuencia no totalmente por su culpa- está
separado del movimiento de masas y de la acción política, y, a pesar de sus
enormes éxitos intelectuales, ha perdido gradualmente la capacidad para
distinguir entre teoría y utopía. A la vez, la contraofensiva neoliberal contra
el socialismo ha ido adelante bajo el estandarte del “antiutopismo”. Es
significativo, sin embargo, que la izquierda de los años 90 se reconciliado,
por sí misma, con la acusación de “utopismo”. Algunos, proclamándose
“realistas”, se han autopurgado de este utopismo (y, de paso, de toda
honestidad). Otros, sosteniendo sus ideales, comenzando a cultivar la tradición
utópica dentro del socialismo, como puede comprobarse en los mismos nombres de
las revistas de izquierda: “Utope-kreativ” en Alemania, “Utopías” en
España, “Utopie critique” en Francia, etc. Los defensores de la izquierda
anticapitalista tratan de demostrar la necesidad de una “utopía concreta”(15).
En
efecto, la izquierda encara la misma necesidad que hace cien años: pasar de la
utopía a la teoría, de los sueños a la realidad. Esto no significa que las
tradiciones utópicas deberían condenarse o desterradas, pero tienen que ser
superadas en el sentido marxista dialéctico. Sin renunciar a utopías, tenemos
que ir resueltamente más allá de sus límites. En este sentido, tenemos que
regenerar el nuevamente imprescindible celo antiutópico del socialismo
marxista.
La
debilidad de la izquierda es un hecho cierto de la vida política del decenio de
1990. La política anticapitalista debe tener, por tanto, un carácter defensivo.
La resistencia a la ofensiva del capital es el mensaje del momento. Pero esta
resistencia tiene que ser fuerte y efectiva. Tiene que basarse en una
comprensión clara y sobria de la situación, de las capacidades propias y de las
metas del adversario. Las concesiones ideológicas debilitan la resistencia. En
política, tener objetivos claros y confianza en la justicia de nuestra causa
son condiciones imprescindibles para la victoria. Las concesiones no abren
nuevas posibilidades de avanzar. La paradoja de finales del siglo XX reside en
el hecho de que la propia debilidad de la izquierda obliga a ser intransigente.
Con la actual relación de fuerzas, no haber un “nuevo consenso” o “condiciones
favorables a los trabajadores para un nuevo compromiso social”. Quienes sueñen
con reformas deben luchar primero para cambiar la relación de fuerzas, y esto
significa convertirse en un revolucionario y en un radical en el sentido
tradicional de estos términos.
Todo
saber es limitado. No puede hacer un conocimiento completo. El retorno desde la
indefinición y la ambigüedad de la teorización postmarxista hacia las verdades
duras y simples del marxismo clásico es una condición esencial de una práctica
política efectiva, incluso aunque tengamos ahora una exquisita comprensión de
la naturaleza restringida (pero no falsa) de muchas de las premisas originales
de Marx.
Desrevisar
el marxismo no significa ser un dogmático. El socialismo revolucionario de los
primeros años posteriores a 1917 era innovador pero antirevisionista. Un
llamado a abrazar valores tradicionales nada tiene en común con rechazar el
diálogo o llevar una existencia hermética. La afirmación activa de la tradición
requiere interacción con el mundo exterior.
Desde
tiempos de la reforma, el neotradicionalismo ha sido la ideología de los
revolucionarios. Martín Lutero, reclamando un regreso a la biblia, era un
neotradicionalista típico. Bajo el lema de restaurar la piedad tradicional, los
puritanos ingleses efectuaron un inmenso vuelco social, que abrió una nueva era
en la historia de su país y de Europa. Este tradicionalismo nada tiene en común
con el conservadurismo. En el nombre de principios y valores tradicionales, fue
rechazado el mundo que había pervertido y rechazado estos principios. El
resultado fue cambio e innovación.
Un
regreso a las tradiciones está entre los más efectivos métodos de movilización.
La tradición es familiar, comprensible y accesible a las masas. A la vez, se
opone al pragmatismo desalmado y al egoísmo de las elites. Las nuevas ideas no
son asimiladas por el conocimiento popular, salvo si están relacionadas con
tradiciones. La sublevación contra la injusticia siempre se apoya en ideas
tradicionales de justicia. El hecho de que en el proceso de lucha la propia
tradición pueda experimentar cambios radicales es algo muy diferente. El
fundamentalismo islámico es una reacción moderna muy eficiente frente a la
occidentalización capitalista. Una forma profundamente reaccionaria de protesta,
el fundamentalismo, ha disfrutado de éxito inaudito porque, incorporando la
experiencia del siglo XX, ha devuelto a las masas confianza en su propia
cultura.
Los
sociólogos occidentales, reconociendo al fundamentalismo como un nuevo fenómeno
(Anthony Giddens señala que hasta 1950 la palabra ni siquiera existía en el
idioma inglés), experimentan un obvio malestar cuando se encuentran con él.
Giddens repite constantemente que el fundamentalismo “no es otra cosa más que
la tradición definida en la manera tradicional, pero en respuesta a
circunstancias novedosas en las comunicaciones mundiales”(16). Sin embargo, en
eso reside todo: bajo nuevas condiciones, la tradición no puede ser defendida
con métodos tradicionales. En tiempos de Mahoma no había bombas plásticas ni
terroristas suicidas. No existía Internet con sus páginas islámicas, ni tampoco
existían las formas de movilización características de los nuevos movimientos
de masas.
El
fundamentalismo tiene poco en común con el Islam tradicional, que fue derrotado
en su colisión con Occidente. Ese Islam continúa existiendo, de forma paralela,
con el fundamentalismo, y, gradualmente, le va cediendo espacio. En las
sociedades que no se han modernizado radicalmente, no hay fundamentalismo.
Solamente allá donde la tradición fue socavada o destruida ha sido capaz el
fundamentalismo de construirla nuevamente, en una forma apropiada a las
realidades y oportunidades de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
El
fundamentalismo islámico, a pesar de las ideas de Giddens y de periodistas
liberales, es bastante diferente a un sistema cerrado que rechaza todo lo
“ajeno”. Por el contrario, continuamente asimila nuevos métodos y nuevas
experiencias. Está abierto al mundo, pero abierto de forma agresiva y ofensiva,
en lo que reside su verdadero peligro, al igual que el peligro del nuevo
nacionalismo europeo, que no puede explicarse usando referencias simples a
tradiciones de populismo y fascismo que sobreviven en este o ese país desde los
años 30. La acción ofensiva cambia fuertemente el significado de la tradición,
que ya no es “preservada” sino afirmada. Se renueva y enriquece con una nueva
experiencia.
No
sólo apelan a la tradición los pobres insurgentes, sino también elites que se
afanan en para recobrar posiciones perdidas. El neoliberalismo es uno de los
ejemplos más importantes de ideología neotradicionalista. Necesitando
contrarrestar el socialismo oponiendo su propio proyecto ofensivo, los
ideólogos de la burguesía financiera no comenzaron inventando nuevas ideas. Por
el contrario, volvieron a su programa clásico tradicional, encontrando
inspiración en los trabajos de los teóricos de la “edad áurea” del capitalismo
liberal. En economía, el neoliberalismo y la escuela neoclásica escuela no son
otra cosa que productos del reciclaje mecánico del viejo liberalismo. Aunque la
“mano invisible” de Adam Smith, a la que se han hecho continuas referencias, no
era, ni mucho menos, la idea central del economista británico.
Mientras
que las fuerzas reaccionarias hacen uso activo de la tradición, la izquierda ha
sido incapaz de hacerlo, ya que ha perdido su principal tradición: la lucha
activa contra el capitalismo. Si los socialistas quieren llegar a ser
nuevamente una verdadera fuerza, deben volver también a sus presupuestos básicos.
Esto comienza a ser reconocido gradualmente por algunos teóricos, aunque los
políticos todavía lo rechacen. Oskar Negt, que es, probablemente, el último
teórico de la escuela de Frankfurt, escribe que, en el umbral del nuevo siglo,
la izquierda necesita “volver a su tradición”.(17). La misma
opinión tiene Andre Brie, uno de los ideólogos del PDS alemán. Apelar a una
renovación radical de los puntos de vista y perspectivas de la izquierda,
acentúa: “El pensamiento socialista moderno es para mí también un regreso
-crítico- a Marx (y a la vez un giro hacia nuevas preguntas sobre la sociedad
capitalista contemporánea y hacia la adopción de nuevos desafíos globales)” (18).
Es
precisamente la tradición lo que permite la creación de nuevas organizaciones.
En Turquía, en 1996, grupos socialistas, después de superar un largo período de
sectarismo, se unieron en un único partido. Ufik Uras, de 36 años de edad y
elegido como su dirigente, declaró: “Yo me defino como un marxista, con
un concepto de marxismo basado en un retorno a los primeros principios”(19).
No
se trata de una refinada nostalgia por alguna “edad de oro” del movimiento
obrero, aunque usar la nostalgia en la propaganda política es perfectamente
aceptable y muy efectivo. De lo que se trata es que cuando la izquierda decide
volver a ser ella misma, entonces recobra la iniciativa política. La sociedad
experimenta en el mismo grado la necesidad de nuevas ideas y la de tradiciones
fuertes. El neoliberalismo no puede proporcionar ya ni unas ni otras. La izquierda
puede aportarlas, pero carece de la voluntad de hacerlo.
Un
retorno al marxismo significa ante todo restaurar la centralidad de clase en el
pensamiento político de la izquierda. El marxismo clásico nunca argumentó que
la contradicción entre trabajo y capital era la única presente en la sociedad,
o necesariamente la más aguda. Ni Marx ni Engels afirmaron que la sociedad está
totalmente, y sin excepción, dividida en clases (basta con recordar su
razonamiento según el cual no había clases en la Alemania de comienzos del
XIX). Marx y Engels solamente afirmaron (y bastante apropiadamente) que la
contradicción entre trabajo y capital era crucial, y que sin tomarla en cuenta
no podrían resolverse otros problemas y contradicciones. El reduccionismo de
clase ha sido, de hecho, una verdadera característica de la tradición marxista.
Habiendo entendido la contradicción “central” de la época, muchos marxistas se
han liberado de la necesidad de pensar sobre las “secundarias”. Pero una
contradicción “secundaria” no es menos verdadera que la “principal”, y es
imposible entender una sin la otra. Por esta razón, el análisis marxista ha
sido asediado por una pobreza creciente, por la insipidez, por el esquematismo
y el primitivismo, lo que, en último término, ha contribuido a desacreditar
toda la tradición marxista.
Aun
siendo conscientes de la riqueza y variedad de vida social, no debemos olvidar
que se estructura de una particular manera. Muchos sociólogos occidentales
señalan que la clase no juega ya el enorme papel que jugaba antes en la
sociedad y en la vida de la gente, sobre todo porque ahora las personas definen
su status social más a través del consumo que de la producción. En Europa
Oriental y América Latina vemos unos una generalizada desclasación de los
trabajadores y una atomización de las masas(20). No obstante, el consumo es
imposible sin la producción, y la desclasación es imposible sin estructuras de
clase. La contradicción entre trabajo y capital sigue siendo central y
fundamental, pese a la aparición de muchos nuevos problemas y la exacerbación
de otros antiguos.
El
conflicto entre trabajo y capital no es solamente un choque de intereses, sino
que también involucra una contraposición de valores, principios y morales.
Solamente un socialismo ético que descanse sobre una base firme puede tener un
significado positivo. Necesitamos saber nítidamente de qué lado estamos.
En
1996, el gran éxito de la temporada musical Rusa era un disco titulado
“Antiguas canciones sobre la cosa más Importante”. Era una recopilación de
viejas canciones soviéticas interpretadas por las estrellas de la canción
post-soviéticas. Esta grabación no la compraban nostálgicos veteranos de la
época de Stalin, que prefieren las versiones originales. El enorme éxito del
disco se debía a su popularidad entre la gente joven, que apenas recuerda la
vida en la Unión Soviética. La nueva grabación les permitía conocer canciones
sobre la cosa más importante, sobre aquello de lo que no se habla en las
canciones postmodernistas. Sobre lo que, realmente, era la cosa más importante.
La exigencia pública de algún tipo de remake del marxismo histórico se hace presente a cada paso que damos. Es la principal necesidad básica de la humanidad actual; es también, la principal, y esencialmente la única, tarea del moderno movimiento de izquierda. Si no cumplimos esa tarea, nuestra existencia carecerá de sentido y de justificación.
NOTAS:
1. J. Derrida. Espectros de Marx.
Trotta, Madrid, 1995, p. 52.
2. V.L. Inozemtsev. K teorii postekonomicheskoy obshchestvennoy formatsii, Moscú, 1995,pp.13-14, 192. Una presentación de las conquistas del estado de bienestar occidental de los años 60 como si fueran irreversibles está también presente en escritores más radicales, como el más notable de los diputados independientes de izquierda en el Parlamento ruso, Oleg Smolin. Ver O. Smolin, Kuda neset nas rok sobitiy, Moscú, 1995. Para una polémica con Smolin ver B. Kagarlitsky, Printsip Kassandry. Al’ternativy, 1996-97, nº4.
3. Polis, 1996, nº 4, p.113
4. W. Thompson. The Left in History. London
and Chicago, 1997, pp. 1, 9.
5. Resumiendo los resultados de la
autocrítica de la izquierda alemana en los años 90, Andre Brie habla de su
acrítica adhesión a la “idea burguesa de progreso” (A. Brie. Befreiung
der Visionen. Hamburg, 1992, p. 25).
6. W. Thompson, op. cit., p. 9. Vea también A. Giddens. Beyond Left and Right. The Future of Radical Politics. Cambridge, Polity Press, 1994, pp. 1-4, 69, etc.
7.
Ver PDS Pressedienst, 13 Dic. 1996, ningún. 50-51, p. 3.
8.
F. Block, quee. Postindustrial Possibilities. Berkeley, Los Angeles y Oxford,
1989, pp. 82-83.
9.
ibid., p. 82.
10. R. Burbach, O. Nuñez y B. Kagarlitsky. Globalization and its Discontents. The Rise of Postmodern Socialism. London and Chicago, 1997, p. 142.
11. ibid, p. 145.
12. ibid., p. 150. Como uno de los autores del libro, en mi capítulo sobre Europa Oriental traté de presentar una visión diferente de la alternativa. Sin embargo, estas obvias contradicciones presentes en el texto (citadas en cierto grado en el prólogo de Roger Burbach) dieron al libro un aire aún más postmodernista. Un reseñador australiano del libro, Paul Clarke, escribió, con cierta sorna, ” Parece extraño ayudar a escribir un libro con el que se disiente totalmente, pero así es” (Green Left Weekly, 19 Mayo 1997, p.25). El problema reside en que la agudeza e irreconcibialidad entre el marxismo y las interpretaciones postmodernistas del socialismo se hicieron obvias para mí mientras trabajaba con Burbach y Nuñez.
13. K. Marx y F. Engels. Sochineniya, vol.16 p.31 (Marx sobre Proudhon en el periódico Sozial-Demokrat, 1865).
14. Svobodnaya mysl’, 1995, nº.3, p. 75.
15. Vea J. Ditfurth. Lebe wild und gefahrlich. Koeln, 1991, pp. 52-53.
16. A. Giddens. Beyond Left and Right, p. 48.
17. O. Negt en P. Ingrao, R. Rossandra et al. Verabredungen zum Jahrhundertende. Eine Debatte uber die Entwicklung des Kapitalismus und die Aufgaben der Linken. Hamburg, H. Heine, 1996, p. 259.
18. A. Brie, op. cit., p. 124.
19. Inprecor, Marzo 1996, nº 400, p.9.
20. Vea A. Giddens. Beyond Left and Right; B. Kagarlitsky. The Restoration in Russia. London, 1995, etc.
PUNTO Y APARTE
LA FRASE
EL GRAFFITY
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Voz Propia - Nunca seras mas joven de lo que eres hoy
Asmereir - Soy Posero
Amadeus X - Apagando el sistema (Sin luchas no hay victorias - Ley de Régimen Laboral Juvenil derogada #26E)
M.A.S.A.C.R.E - Tiempos Oscuros
Rabea - El Griego
Los Filipz - Tribulacion
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Asmereir - Gritos en las paredes
Asmereir - Gobierno y Mafia
Los Filipz - Despues de esta Vida
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