REFLEXIONES
SOBRE EL PODER
Israel López Pino
Corresponde a la filosofía marxista, para
quien el fin de la década de los ’80 y el comienzo de los ’90 significó un duro
revés en todos los órdenes con la estrepitosa y angustiosa caída del llamado
socialismo real de los países de Europa del Este, jugar un papel determinante
en la búsqueda y redefinición de nuevos derroteros que permitan encauzar las
rutas a seguir en la lucha contra quienes intentan obviar lo mejor del hombre y
sustituirlo por las leyes frías del mercado.
Es en este sentido que la llamada
filosofía política marxista; ha comenzado contra viento y marea, y a pesar de
los vaticinios de quienes pronosticaron el fin del marxismo y de su teoría
científico-filosófica al destruirse el modelo de socialismo que se decía
portador en la práctica de su concepción filosófica política del mundo, a
recuperarse vigorosamente a partir de la búsqueda y reafirmación de conceptos
que no solo expliquen, sino que contribuyan a resolver los ingentes problemas
que enfrenta el hombre hoy.
Así, la utilización y redefinición en el
plano teórico-filosófico y político de conceptos que permitan encauzar el
accionar de las clases dentro de la dinámica del desarrollo actual de la
sociedad, que contribuya a explicitar y fundamentar la imbricación de estos con
los nuevos sujetos, grupos y movimientos sociales que emergen de forma paralela
a las clases sociales, como fuerzas inusitadamente importantes constituye una
tarea impostergable.
El lugar que le debe corresponder a los
partidos marxistas y de izquierda dentro de esta dinámica de accionar de nuevas
fuerzas, constituye hoy una de las preocupaciones fundamentales a la cual el
marxismo debe dar una solución original y creativa, en la búsqueda de una
alternativa al neoliberalismo; que si bien aparece como un gigante invencible,
ha demostrado su inviabilidad como sistema social que pueda resolver los
problemas del hombre y su accionar dentro de la sociedad.
En esta labor emprendida por el marxismo
en unión de las fuerzas de izquierda resalta, por la importancia que reviste el
tema en el plano de lo político, la redefinición y la utilización conceptual y
práctica de conceptos como el de poder y el de la hegemonía. Conceptos
incipientemente desarrollados por los clásicos, tergiversado y manipulado por
la dirigencia del socialismo real y que hoy emergen como posibles alternativas
ante el poder y la hegemonía reaccionaria que en plano de lo ideológico y lo
político ha impuesto el capitalismo al mundo en su conjunto.
Dichos conceptos, inicialmente
desarrollados por el pensamiento marxista de Europa, han encontrado en los
países del Tercer Mundo y en especial en América Latina, un terreno propicio
para la interpretación y la reinserción de las diferentes clases, partidos,
grupos y movimientos sociales en el contexto de la lucha política por la
búsqueda de alternativas viables a corto y largo plazo frente a la situación
decadente de las economías de los países que viven bajo el rótulo de
tercermundista.
Para dar cumplimiento a los objetivos del
presente trabajo nos detendremos en la noción de poder, del mismo analizaremos
algunos elementos referidos a su conceptualización, el tratamiento marxista del
mismo, así como las discusiones actuales.
Para Foucault el poder es
una multiplicidad de relaciones de fuerza, una multiplicidad de resistencias.
Para Holloway el poder es
facultad, capacidad de hacer, la habilidad para hacer cosa. El hacer implica
poder – hacer.
El poder en su caracterización más simple
podemos entenderlo como la capacidad de imponer obediencia. Es un concepto
normativo, ya que define la situación de aquel que tiene derecho a exigir que
los demás se plieguen a sus directivos en una relación social, porque el
sistema de normas y valores de la colectividad en que se desarrolla esta
relación establece este derecho y lo atribuye a aquel que lo hace valer en su
beneficio.
La existencia de un poder supone que el
sistema cultural de una colectividad establece de esa manera unas relaciones
igualitarias oficiales dando a ciertas personas el derecho a montar sobre otros
e imponiendo a estos últimos la obligación de obedecer a los primeros.
La legitimidad del poder no es otra cosa
que el hecho de que es reconocido como tal por los miembros de la colectividad,
al menos por la mayoría de ellos. Un poder es legítimo si existe un consenso en
cuanto a su legitimidad, por el contrario, un poder ilegitimo deja de ser un
poder; no es más que dominación, y aún en la medida en que se hace obedecer.
La política es la ciencia del poder en
general, esta alcanza su forma más perfilada, su organización más perfecta, en
el estado. El estado, el poder instituido en una sociedad es al mismo tiempo,
siempre y en todas partes el instrumento de dominación de ciertas clases sobre
otras utilizadas por las primeras para su beneficio, con desventajas de las
segundas y un medio de asegurar un cierto orden social, una cierta integración
de todos los individuos de la comunidad con miras al bien común. La proporción
de uno y otro elemento varía según las épocas, las circunstancias y los países;
pero los dos coexisten siempre.
En Marx el problema del
poder no fue planteado explícitamente en el sentido de la definición conceptual
del mismo, pero si aparece formulado en el análisis que lleva a efecto acerca
del papel de la clase obrera en la nueva sociedad que se debía instaurar.
Desde El Manifiesto Comunista, semejante
noción aparece desarrollada al subrayarse como “la conquista del poder
político implicaba elevarse a la condición de clase nacional, lo cual equivalía
a la conquista de la democracia”. Para Marx, elevarse a la
condición de clase nacional supone para el proletariado la capacidad de
producir un proceso político de recomposición que unifique a todas las clases
populares.
Apareciendo diseñada en su pensamiento la
concepción de pueblo, no como un dato, sino como un sujeto que debe ser
producido, como una unidad histórica de múltiples determinaciones, un concreto
que sintetiza a las masas, como su primera apariencia y a las clases como su
principal determinación analítica.
Marx intenta rebelar la dialéctica que debe existir
entre masa, clase y partido, y la dialéctica entre la clase portadora del poder
hegemónico y el resto de las clases subalternas. En el sentido que la clase
hegemónica debe recuperar en sí el sentido de todas las clases subalternas, así
debe actuar también en el plano de lo político con las formas de organización
que esas clases subalternas se han ido dando a sí mismas.
En el Marx que vuelca su
labor a la organización política de la I Internacional, se encuentran múltiples
referencias a la necesidad de que la misma constituyera su comportamiento
colectivo como un proceso que marchaba de la acción corporativa a la acción
hegemónica. Ello lo expresa en 1871 cuando enfatiza: “el movimiento político
de la clase obrera tiene como objetivo, desde luego, la conquista del poder
político por la clase obrera y para esto es naturalmente necesario que
previamente se haya desarrollado hasta cierto punto una organización de la
clase obrera surgida a su vez de las luchas económicas de las mismas.” Deja
asentado el hecho de la necesidad de separar a la clase obrera de las sectas
socialistas o semisocialistas a partir del logro de una unidad verdadera del
movimiento obrero, que conduzca a una real hegemonía de la misma.
Pero a su vez deja esclarecida la relación
existente entre lo económico y lo político, pues al señalar cómo “todo
movimiento en que la clase obrera se presente en contra de las clases
dominantes e intente oponérsele por presión exterior es un movimiento
político, es decir, un movimiento de la clase que tiene por objeto imponer sus
intereses en forma general en una forma que posee una fuerza social de
compulsión general.”
La lucha por la jornada de ocho horas,
para Marx no es una mera lucha económica, ya que como ella
lleva aparejada la promulgación de una ley al respecto, se convierte en una
lucha política de por sí. De ahí que su lucha en la Primera Internacional
estuviese dirigida a consolidar una organización internacional del proletariado
que superase la fractura entre lucha económica y política.
El debate que hace cien años sostuvieron Rosa
Luxemburg y Eduard Berstein sobre “reforma o
revolución” estableció claramente los términos que dominarían el
pensamiento sobre la revolución durante la mayor parte del siglo XX. Por un
lado; reforma; por el otro revolución. La reforma era una transición gradual
hacia el socialismo, al que se llegaría por el triunfo en las elecciones y la
introducción del cambio por vía parlamentaria. La revolución era una transición
mucho más vertiginosa, que se lograría con la toma del poder estatal y la
rápida introducción del cambio radical; llevado adelante por el nuevo Estado.
Ambos enfoques se concentraban en el
estado como la posición ventajosa a partir de la cual se podía cambiar la
sociedad, ambos puntos de vista apuntan a ganar el poder estatal. Esto, por su
puesto no excluye otras formas de lucha. Se considera que ganar el poder
estatal es lo esencial en el proceso revolucionario, el centro desde el cual se
irradiara el cambió revolucionario, los enfoques que quedan fuera de esta
dicotomía entre reforma y revolución son estigmatizados como anarquistas –
(VEASE al respeto el artículo de Stalín“Anarquismo o Socialismo”
(1905)
Lenin se opone desde sus inicios al
problema central de la II Internacional consistente en la separación de la
lucha económica y la política, sin embargo, su obra ¿Qué hacer? sacralizada
por el stalinismo, como el libro sagrado de la organización partidista, impide
comprender la esencia de dicho planteamiento lo cual permitió a Stalin manejar
a su antojo a la internacional.
Asimismo el texto de Lenin “El
Estado y la Revolución”, es un intento de superar esa dicotomía entre la
clase obrera como clase hegemónica y las formas en que ella debe enfrentar la
lucha económica y política; sin embargo a esta obra el stalinismo también le
desvirtúa su esencia.
Esta distinción, Lenin la
comprende solo después de la Revolución de Octubre, la que contribuye a lastrar
la relación de la clase obrera como exponente de la Dictadura del Proletariado
y el resto de las clases y grupos sociales que participaban de la revolución.
De ahí que Lenin, al señalar
la necesidad de distinguir, en el proceso de constitución política del
proletariado, las formas centrales de comportamiento, lo analiza a semejanza de
como Marx la hizo en su momento: una corporativa y otra
hegemónica.
Ambas están referidas en lo fundamental a
la relación que guarda estructuralmente la clase obrera con el resto de las
clases sociales. Aquí entra a jugar su papel la relación clase dominada y clase
dominante.
La acción política hegemónica será aquella
a través de la cual la clase obrera es capaz de relacionarse con todas las
clases de la sociedad y con el estado. Por ello afirma: “la lucha económica
en los países libres se llama lucha gremial sindical o tradeunionista; pero ese
no sería el caso ruso donde la lucha es llevada a cabo por asociaciones
profesionales de carácter provisional y por medio de octavillas.”
Precisamente a estas organizaciones espontáneas Lenin en
contra de la voluntad de la mayoría de la dirigencia bolchevique; apoya
entusiastamente durante la revolución de 1905, en la medida que a su juicio
eran instituciones aptas para el desarrollo de formas de doble poder, al ser
capaces de fusionar la lucha económica con la lucha política. Estas
instituciones reflejan la relación importante que se da entre las organizaciones
de masas y el partido.
Resultan justas las aseveraciones de
autores como el marxista latinoamericano Portantiero cuando al
respecto afirma que la sacralización “del ¿Qué hacer?; llevó las
conclusiones del texto de Lenin a límites que su autor seguramente no hubiera
imaginado ni deseado “[…] la acción económica y acción política reificaba en
formas institucionales es bastante más complejo y está recorrido por una
tensión conceptual que la «vulgata» posterior no recogió”.
En este sentido Lenin refleja
en sus obras la necesidad, despertada por la propia realidad del movimiento
social, de superar ese rígido modelo de enfrentamiento entre acción económica y
acción política, con el objetivo de organizar y articular los distintos niveles
de comportamiento y dirigirlos con la finalidad política de recomponer a las
clases populares en un bloque de masas, e instituciones, donde sindicatos,
partidos de clase y consejos formarán una red dentro de la cual fuera posible
desarrollar el proceso revolucionario, contando con la hegemonía de la clase
obrera en alianza con el resto de las masas.
Lenin no pierde tampoco la perspectiva en relación al
desarrollo de la revolución proletaria y la necesidad de que la clase obrera se
convierta en la fuerza hegemónica de la revolución. Así desde sus “Tesis de
Abril” plantea en contraposición a Kaustky la necesidad de
asegurarse el poder. Dado el alto costo social que ha tenido la revolución,
esta no debía nuevamente sustentar posiciones reformistas, sino que debía
estatizar su poder y continuar la revolución; y deja sentada la idea de que al
desaparecer las clases sociales el nuevo estado debe extinguirse. Así el estado
proletario debía ser superior democráticamente al estado burgués.
Lenin dedica su obra “La revolución proletaria y el
renegado Kaustky” a fundamentar las características democráticas del nuevo
estado proletario y su imbricación con el resto de las clases participantes en
la revolución proletaria.
La Revolución de Octubre constituye para
él, en el tratamiento del problema de la hegemonía, lo que para Marx constituye
la Comuna de París: el marco referencial teórico-político que le permite
argumentar las expresiones estatales que debe asumir el estado proletario.
A semejanza de Marx, Lenin supo
ampliar el marxismo y adaptarlo a las nuevas realidades. Sin la aplicación
correcta llevada a cabo por él de la hegemonía y de la política de alianzas,
así como de la noción de guerras de posiciones, entre otros aspectos, la
revolución rusa y el movimiento comunista internacional difícilmente hubiesen
podido resistir el embate del recién entrenado imperialismo mundial.
Antonio Gramsci: Hacia la concreción del
Poder desde la óptica del Pensamiento Marxista Leninista.
Antonio Gramsci (1891-1937) es una de las figuras
más relevantes de la cultura y la política no sólo italiana, sino europea en
general. Sus aportes al marxismo lo convierten en una de las figuras después de
la muerte de Lenin, más relevantes del mismo en Europa.
El fracaso del socialismo en los países de
Europa del Este, ha traído a Gramsci nuevamente a la actualidad, en
vista de que este fracaso constituye la mejor confirmación de su certera
posición sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista, sin haber
logrado previamente el consenso mayoritario de las masas a través de la
implantación de una hegemonía intelectual y moral.
Gramsci a su vez intenta llevar a cabo la revolución
socialista de la clase obrera en Italia, organizando el partido comunista,
sobre bases teórico-políticas diferentes a la línea del partido de la URSS.
Así, su obra, desarrollada antes de su encarcelamiento y en prisión, resalta
por su profundo compromiso político con el marxismo-leninismo, el socialismo y
su clase portadora, la clase obrera. En este sentido se propone más que conocer
y estudiar a Marx y a Lenin, utilizarlos
creadoramente para dar respuesta a estos ingentes problemas que debe enfrentar
en su época.
Al afianzar sus reflexiones teóricas y sus
proyectos políticos en las experiencias bolcheviques y en el marxismo de la
época de Lenin, logra llevar a vías de hecho el estudio de las clases sociales
y de los grupos sociales que componen la sociedad; así como la relación que se
establece entre ellos, el poder y la dominación.
Al respecto, acertadamente, José
Aricó, uno de los latinoamericanistas que más ha intentado dar a conocer el
valor de Gramsci para América Latina, plantea cómoGramsci conserva
de la tradición leninista, a pesar de su superación, aquellos paradigmas
esenciales, a saber: “el reconocimiento de la centralidad proletaria, la
necesidad de un partido como supuesto inderogable de la hegemonización de las
clases subalternas, la conquista del poder como iniciación de un nuevo orden
social, la reforma intelectual y moral de la que aquél debía ser generador,
para fundar un nuevo orden en un segmento cultural unificador de las masas, […]
-todas ellas en su conjunto hacen que Gramsci- reconozca a Lenin como su
inspirador.”
El poder hegemónico, asumido por la clase
obrera, implica la construcción de una sociedad nueva, resultado de la unión de
todos los hombres. Dicha unión es llevada a cabo a partir de una reforma moral
e intelectual, donde se abandonen los rígidos determinismos económicos, lo cual
implicaba en Gramsci, un enfrentamiento fundamental con el stalinismo.
Dicha hegemonía puede ser obtenida antes de la toma del poder, a partir de lo
que Gramsci llama disgregación del bloque dominante existente,
que solo es posible a partir del logro del máximo consenso popular. Así, el
socialismo se convertiría no en una sociedad paternalista, sino en el
autogobierno de las masas.
Gramsci distingue los momentos fundamentales a partir de
esta definición. En primer lugar, un aspecto político, dado a partir de la
capacidad que tiene una clase dominante de articular a sus intereses los de
otros grupos sociales, convirtiéndose así en el elemento director de una voluntad
colectiva.
Dicha alianza no aparece en su teoría como
una alianza meramente instrumental, a través de la cuál las reivindicaciones
clasistas de las clases aliadas, se expresan en términos de la clase
fundamental, mientras cada grupo conserva su propia individualidad y su propia
ideología en el interior de las alianzas.
La unidad ideológica conduce a la
formación de un solo sujeto político con unidad ideológica; por ello afirma: “la
forma particular en que se presenta el elemento ético-político hegemónico en la
vida del estado y del país es el patriotismo y el nacionalismo que son […]
vínculos que produce la unidad entre los dirigentes y los dirigidos […] todo
cuanto exprese el «Pueblo-nación» es «Nacional- Popular». La hegemonía exitosa
es la que logra crear una voluntad colectiva «Nacional-Popular» […]” “Cada acto
histórico —en consonancia con la teoría de Gramsci— no puede ser sino realizado
por el hombre colectivo, o sea, presupone el logro de una unidad «cultural
social» por lo cual una multiplicidad de deseos disgregados con finalidades
heterogéneas, se sueldan en torno a una misma finalidad, sobre la base de una
(igual) y común concepción del mundo.”
En este sentido, la noción de clase
hegemónica, Gramsci la ve no a partir de la imposición de una
clase o grupo social sobre otro, logrado gracias al control de los mecanismos
políticosideológicos, sino que clase hegemónica será aquella que es capaz, a
través de la lucha ideológica, de articular a sus principios hegemónicos, la
mayoría de los elementos ideológicos importantes de una sociedad dada.
En Gramsci esta
consideración de la lucha ideológica dentro de la hegemonía, tiene como
objetivo no destruir la concepción del mundo opuesta, sino desarticularla, transformarla.
Así rompe con la concepción marxista dogmática que consideraba la lucha
ideológica como un enfrentamiento de concepciones del mundo predeterminadas,
que tienen su origen fuera de la ideología y cuya unidad y contenido están
establecidos de manera definitiva.
La lucha ideológica tal como la concibe Gramsci,
constituye un elemento fundamental en el proceso de transición al socialismo,
ya que este solo es posible con la creación de una voluntad colectiva
nacional-popular que, bajo la dirección de la clase obrera, permita la
transformación subjetiva de las masas a través de la reforma intelectual y
moral.
Esta reforma implica la creación de nuevos
sujetos políticos a través de la lucha ideológica, solo a partir de ello se
puede formar un amplio movimiento popular en condiciones de arrancarle el poder
a la burguesía: No resulta descabellada por consiguiente la teoría de Gramsci acerca
de que no solo es posible sino también necesario el que la clase obrera se
vuelva hegemónica antes de la toma del poder del estado.
Gramsci constituye una figura de actualidad. Su
pensamiento sepultado por la filosofía manualesca marxista, constituye hoy un
referente necesario para las nuevas vías que buscan las clases, grupos sociales
e intelectuales interesados en construir un nuevo socialismo.
Una polémica sobre el problema del poder
A raíz del colapso del “socialismo real”
los movimientos de liberación nacional y la izquierda en general se ve obligada
a implementar nuevas estrategias de existencias. Por su importancia nos
refiriéremos al movimiento zapatista.
A principio de los 80, el discurso
zapatista era mucho más ortodoxo, similar al de otras guerrillas
latinoamericanos, con apelación a la lucha de clases, la dictadura del
proletariado, el socialismo….. A finales de los 80 se produce una
transformación hacia la causa indígena (indizanización del zapatismo) a
principio de los 90, el ejercito zapatista se convierte en un ejército de las
comunidades. Después del 94, se trasforma en una fuerza política social.
(Neozapatismo) basado en la existencia de democracia, justicia y libertad,
aunque con un discurso económico poco elaborado.
Plantean una nueva concepción del poder, a
partir de la máxima: “El que mande, que mande obedeciendo”.
El zapatismo siempre a dejado muy claro que
no busca el poder político, sino cambiar la sociedad mediante un proyecto
universal. Si concibe un mundo sin estructura de poder es lógico que rechace la
toma del poder. Dice Marcos: “¿La toma del poder? No, apenas algo más
difícil: un mundo nuevo “Y en otra ocasión añade la siguiente reflexión
desmificadora del pensamiento revolucionario más clásico: “para que nosotros
podamos construir eso pensamos que había que replantear el problema del poder,
no repetir la fórmula de que para cambiar al mundo es necesario tomar el poder,
y ya en el poder entonces, si lo vamos a organizar como mejor le conviene al
mundo, es decir como mejor me conviene a mí que estoy en el poder. La soberanía
popular es la base de todo, y lo que legitima su derecho a la insurrección y a
la autoridad mía. La democracia la definen como un modo de vida donde todas las
personas viven, crean y se crean los valores que contribuyen al desarrollo
humano.
Para los zapatista, hay que consultar
permanentemente a los representados y rendir cuentas de la gestión. Es más en
algunas ocasiones la consulta se abre más allá de las comunidades indígenas y
se dirige a todo el país o al mundo entero.
Este discurso zapatista ha generado un
debate sobre el poder en la obra de algunos de los más conocidos intelectuales
críticos, de la izquierda como Pablo González Casanova,James
Petras, Michael Hardt; Antonio Negri, Jonh
Holloway, Atilio Borón, entre otros.
Borón desde el enfoque marxista critica las distintas
posiciones que sobre el poder sustentan diferentes autores como Hardt y Negri,
quienes rehuyen el tratamiento del tema del poder en su especificidad
histórica, es decir, el poder de la burguesía y sus efectos en esta fase del
capitalismo mundializado. En su obra Imperio oponen la multitud al Imperio sin
que se sepa, a ciencia cierta, que es lo uno y lo otro y sobre todo que hay que
hacer y con que instrumentos para poner fin a esta situación.
La crítica a Jonh Holloway se
hace mas pertinente, pues este autor aboga a favor de la total erradicación del
poder de la faz de la tierra. Afirma: “La caída de la Unión Soviética no
solo significo la desilusión de millones de personas: también implicó la
liberación del pensamiento revolucionario, la liberación de la identificación
entre revolución y conquista del pueblo. Este es, entonces el desafío
revolucionario a comienzos del siglo XXI: cambiar el mundo sin tomar el
poder. Este es el desafío que se ha formulado más claramente con el
levantamiento zapatista en el sudeste de México.”
Quisiera en este punto compartir parte de
la crítica que hace A. Borón de este pensamiento… y aquí cabe
recordar lo que Marx y Engels dijeran en El
Manifiesto Comunista y en tantos otros pasajes de su obra: El problema
con el Comunismo Utópico no radicaba en los bellos mundo imaginados por sus
pensadores si no en el hecho de que aquellos no brotaban de un analice
científico de las contradicciones de la sociedad capitalista, ni de la identificación
de los actores concretos que habrían de asumir la tarea de construirlos, así
como tampoco planteaban el itinerario histórico que sería preciso recorrer ante
de llegar a destino. La propuesta de disolver todos las relaciones de poder
formulada por Holloway conserva todo el encanto de las bellas iluminaciones del
comunismo utópico, pero también tiene sus insalvables limitaciones.
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