GRAMSCI CONTRA OCCIDENTE (*)
Por : Marcos Del Roio
I. Reafirmar
la vitalidad de la reflexión de Gramsci, a 60 años de
su muerte, en un momento en que la modernidad capitalista pasa por
transformaciones que afectan su propia materialidad y todo su contexto
cultural, puede sugerir una gran veleidad. Puede también parecer el
reconocimiento de la incapacidad de las izquierdas de pensar y actuar sobre el
mundo de hoy, refugiándose en el pasado, en lugar de hacer uso de un nuevo
instrumental teórico práctico más de acuerdo con los tiempos. Se trata entonces
de cuestionar y localizar la vitalidad de Gramsci para este cambio de siglo comenzando
por encarar su visión política y el contexto que le dio su foco. Como en este
espacio no será posible sino desentrañar parcialmente esa compleja
problemática, por lo menos algunas cuestiones deben ser inicialmente puntualizadas.
Antes que nada es preciso aclarar que Gramsci (de modo que se preserve una cierta
fidelidad a su universo categorial) no puede ser considerado un autor inserto
en el marco del “marxismo
occidental”, pues según Perry Anderson, “la primera y más fundamental de sus
características fue el divorcio estructural entre este marxismo y la práctica
política”(Anderson Perry, 1976: 43) (1) y
su preocupación por temas de la filosofía y de la cultura. A pesar
de que ese autor ubica a Gramci como un precursor del “marxismo occidental”, es
notorio que el concepto no implica la presencia del fundador del PCI, ya que él
dedicó su vida y obra (aun encarcelado) a los temas relativos a la organización
de las clases subalternas para la revolución socialista internacional.Gramsci, entonces,
sólo puede ser visto como “marxista
occidental” por el hecho de haber nacido en Italia, un país
localizado en Europa occidental, siendo ésta una acepción geográfica y no
morfológica de Occidente (como es propio de Gramsci). Esto no
significa, no obstante, que su elaboración teórica no haya ofrecido ricos
elementos al “marxismo
occidental” propiamente dicho.
Por otro lado, por “izquierda
occidental” se puede entender, original y morfológicamente, aquella
vertiente del movimiento obrero socialista que se resignó ante la guerra
imperialista de 1914 y que, enseguida, en su mayoría, devolvió miradas adversas
y pesadamente críticas a la revolución popular socialista que se procesaba a
partir de Rusia. Con esa vertiente, que genéricamente puede ser designada como
reformista socialdemócrata, Gramsci no tiene ninguna relación de afinidad
teórica o proyectual. Mas si por “izquierda
occidental” entendemos (ahora geográficamente) aun a los partidos
comunistas de Occidente y particularmente el PCI (por obvio que parezca), la
cuestión se vuelve más compleja y se aproxima más a su herencia política y
teórica.
Antes que nada es preciso observar que, en el conjunto de
Occidente, por lo menos hasta los años setenta, Gramsci fue más conocido por algunos aspectos
trágicos de su vida personal y por las reflexiones particulares que lo
aproximaban al “marxismo
occidental” y lo tornaban digerible también para el comunismo
estalinista, vaciando su influencia de cualquier contenido político. En el caso
específico del PCI, se trató, desde el principio, de una conjunción de
relectura y de manipulación hechas por Togliatti, lo que
estimuló aquella visión de Gramsci en el exterior, haciendo de él un gran
intelectual italiano dentro de una vasta galería, creando así al mismo tiempo
una fuente de legitimidad para la política de los comunistas y de su grupo
dirigente dentro del orden social y jurídico de la Italia republicana.
El análisis de Gramsci sobre la cuestión meridional y sus
reflexiones sobre el tema de la cultura nacional-popular permitieron hacer de
él un anticipador de aquello que el estalinismo reformado, a partir de 1956,
dio en llamar las “vías
nacionales al socialismo”, y que en Italia emergió con un rico
contenido en la formulación del propio Togliatti. Los límites
de esa orientación política se hicieron visibles, ya con Togliatti muerto, en
la dificultad de conducir la eclosión sociocultural de 1968-69 hacia
un estuario revolucionario. A partir de ahí hubo un creciente esfuerzo del PCI
en el sentido de acentuar y enfatizar su carácter morfológico de “izquierda occidental”,
asumiendo y desenvolviendo la fórmula ideológica del “eurocomunismo” que
enfatizaba la cuestión de la democracia y del pluralismo, incorporando
conceptos producidos en el universo liberal y católico. De manera hasta cierto
punto paradójica, fue entonces que la obra de Gramsci se convirtió en
verdadera moda intelectual, habiendo sido usada para demarcar la originalidad y
particularidad del PCI dentro de la “izquierda
occidental”, evitando una inmediata identificación con la
socialdemocracia y también una ruptura clara y explícita con la herencia de Lenin y de la revolución rusa. La relectura
liberal de Gramsci, presente en
aquellos años, y que enfatizaba la cuestión de ampliación del consenso en la
construcción de la hegemonía, fue la que finalmente predominó, abriendo camino
para la resolución de aquella ambigüedad. En el momento precedente al colapso
generalizado del socialismo de Estado, decretada la disolución del PCI y su
substitución por el Partido Democrático de Izquierda, fue dado el paso para que
los pretensores herederos de Gramsci se convirtiesen integralmente en una “izquierda occidental”. A
partir de ese momento Gramsci pasa a ser visto como el anticipador
de un nuevo reformismo para ser propuesto en este fin de siglo.
II. Pero, ¿qué tan efectivamente plausibles son todas esas
relecturas de Gramsci? ¿Cuál es su
grado de fidelidad a la letra y al espíritu de la obra gramsciana? No está de
más realzar otra vez que una cuestión de tal complejidad no puede ser dirimida
en un espacio de tan pocas páginas, donde apenas podemos enfatizar su
importancia teórico-política. En una primera aproximación, podríamos
preguntarnos cuál es efectivamente el lugar de Gramsci en
la historia del marxismo y del movimiento socialista. Por hipótesis, creo que
no está fuera de lugar afirmar que Gramsci se inserta en aquello que Lukács llamó el “renacimiento del marxismo”, aludiendo a los
nombres de Lenin y Rosa Luxemburgo como
autores/actores decisivos. Gramsci y el propio Lukács podrían ser vistos como exponentes de
una segunda fase de ese “renacimiento”.
Podríamos incluso sugerir que esos autores ayudaron a conformar una corta época
de refundación de
la praxis socialista que se gesta a partir del debate con el “revisionismo” (1898), se
define con la revolución socialista internacional de 1917-1921, en oposición al
reformismo y al imperialismo, y se agota precisamente con la muerte de Gramsci (1937), cuando era ya indudable el
predominio del estalinismo en el seno de los partidos comunistas.
La refundación comunista del marxismo se caracteriza antes que
nada por el rescate de la dialéctica histórico crítica que estaba subsumida en
la teoría socialista por la intrusión positivista y por la revitalización de
filosofías neokantianas. La subalternidad a la que quedaron reducidos la teoría
socialista crítica y el movimiento obrero se expresó en la emergencia y
predominio del reformismo. Éste vacía la subjetividad antagónica presente en la
clase obrera y apuesta al proceso liberal de democratización, así como a la
disolución de los conflictos sociales, encarando la revolución socialista como
momento puramente ético y/o natural, cuando no como un falso problema. La
perspectiva reformista, delineada al inicio del siglo XX, sólo sería factible
si el desarrollo capitalista (expresión que ya denota la intrusión positivista)
se encaminase a un pasaje poco traumático al socialismo, facilitado por la
formación de grandes empresas que se disputarían un mercado mundial
crecientemente “civilizado”,
regulado por la presencia de Estados democráticos bajo fuerte influencia del
movimiento socialista.
Es precisamente con el instrumental ofrecido por la dialéctica
histórico crítica que el movimiento de refundación se conforma, enfatizando,
por el contrario, la cuestión de la subjetividad antagónica al orden del
capital concentrada principalmente en el partido revolucionario de la clase
obrera. La acción política revolucionaria, por su parte, sólo podría ocurrir a
partir de la comprensión del momento particular en que se encontraba el
contradictorio movimiento del capital y la conflictividad generada en su
derredor. La teorización del imperialismo como época histórica de la
acumulación del capital caracterizada por una acendrada conflictividad
económico- política que implica guerras localizadas y generalizadas, síntomas
de un deslizamiento a la barbarie, dialécticamente opuesta a la actualidad de
la revolución socialista, define otro aspecto fundamental de agregación del
movimiento de refundación comunista de inicio del siglo XX. La plena
configuración de la refundación de la praxis socialista, en tanto, exige y sólo
se realiza con la escisión teórico-práctica, con el
reformismo y la fundación del partido comunista.
La definición explícita de Gramsci por la escisión con el reformismo y,
en consecuencia, por la adhesión a la refundación, ocurrió cuando el movimiento
de los consejos de fábrica de Torino se encaminaba a la derrota y después el II
Congreso de la Internacional Comunista (1920), a partir de cuyo momento Gramsci pasó a trabajar decididamente por la
fundación del partido comunista en Italia. Gramsci es un intelectual revolucionario con
marcado perfil y postura universalizante, como es propio de la tradición
cultural intelectual de la península itálica. Es continuador de la tradición
laico historicista de un Maquiavelo y de un Vico,
y es el continuador de los primeros marxistas italianos: Andrea Costa y, principalmente, de Antonio
Labriola.
La obra de Labriola sirvó de puente para el contacto con
el último Engels, con el cual
trabara calurosa correspondencia. Del revolucionario Georges
Sorel y del
sociólogo alemán Max Weber (además de influencias absorbidas
también por Lukács), Gramsciincorporó
la importancia de la cuestión de la voluntad hecha acción y de la subjetividad,
instrumental que utilizaría en la lucha contra el reformismo positivista
presente en el PSI. En lugar del reformismo y del extremismo, adversarios en el
interior del movimento obrero, Gramsci eligió como interlocutores a los
grandes intelectuales del bloque histórico italiano entre los que destacan Giustino
Fortunato, Giovanni Gentile y, principalmente, Benedetto
Croce, que de alguna forma marcan la continuidad y el pasaje
del Risorgimento al fascismo, de una “revolución pasiva” a otra.
Sin embargo, el planteamiento revolucionario contemporáneo, que Gramsci captó con lucidez extraordinaria,
estaba presente en la obra de Lenin (y también en la obra de Rosa
Luxemburgo) y en el desenvolvimiento de la revolución
socialista internacional desencadenada en Rusia. Percibió que la revolución
socialista marcaba un parteaguas en la historia de la humanidad, con el inicio
del proceso de extinción del Estado y de las clases y de la construcción de una
nueva cultura y de un humanismo integral. Ese pateaguas, no obstante, para
realizarse presuponía la separación del reformismo y lo que éste representaba
de subalternidad en confrontación con la alta cultura de Occidente y de
reconocimento de la hegemonía liberal burguesa.
Gramsci estableció
con Lenin y con el grupo dirigente bolchevique
una alianza política necesaria para enfrentar en Italia al reformismo y, en
seguida, al extremismo de Bordiga, tomando en
cuenta que, desde el punto de vista teórico, ambas concepciones se encontraban
en el naturalismo filosófico. Era necesario que se conformase en Italia un
grupo dirigente capaz de traducir la universalidad de la revolución socialista
para las particulares condiciones de un Occidente retardatario, como era el
caso de Italia, abstrayendo al mismo tiempo la particularidad de Rusia. En ese
mismo campo combatió la nueva intrusión positivista presente en la obra de
Bujarin y el naturalismo de la reflexión de Trotski.
III. La relación de Gramsci con Lenin, ya dirigente
del Estado soviético, es más que política, es de fondo teórico paradigmático,
ya que ambos actúan en el campo de la refundación de la praxis socialista. Esa
relación con Lenin no se alteró después de la muerte de
éste, ni tampoco después de la prisión de Gramsci por el fascismo y la instauración del
estalinismo en la URSS. Una parte muy significativa de la obra deGramsci trató de la profundización y de la
actualización de temas presentes en la agenda leninista. Destaca en ella la
lucha contra el reformismo y la intrusión positivista, la cuestión de los
intelectuales y del partido revolucionario, así como el tema de la hegemonía y
el análisis de la época imperialista. El abordaje dado por Gramsci a esa agenda fue permeado por la
dualidad históricomorfológica Occidente/Oriente que permite inclusive que se
haga un contrapunto entre uno y otro autor.
El despliegue de la revolución socialista internacional tiende a
disolver la dualidad Occidente/Oriente, siempre y cuando los ritmos, las
alianzas sociales y la forma de ocupación/desconstrucción del Estado sean
diferenciadas de acuerdo con la herencia histórica y la particular formación
social en la cual se procesa, lo que impide cualquier generalización formal. La
derrota de la revolución en 1921 lanza la referida dualidad bajo nuevas
condiciones, cuando la Rusia soviética se vio aislada y dio inicio la
construcción de un capitalismo monopolista de Estado bajo la dirección del
partido obrero. Es cuando también emerge la nueva política del frente único,
inicialmente formulada por Paul Leviy otros
continuadores de Rosa Luxemburgo, y
asumida por Lenin y por la IC. Esa política obliga a
repensar la forma de la alianza obrero-campesina en la construcción del Estado
soviético, así como la cuestión de la relación con el reformismo en el núcleo
de Occidente.
La cuestión teórico política alrededor de la cual gira el
pensamiento de Gramsci es precisamente el porqué de la
derrota de la revolución socialista internacional en el núcleo original de
Occidente y, por consiguiente, la búsqueda de hipótesis para la revertir esa
situación. Así, el análisis de Oriente, como ya fue sugerido, aparece apenas
como contrapunto. El Oriente ruso bajo el predominio de un Estado fuertemente
burocratizado y coercitivo, con una burguesía joven y débil que no conseguía
generar una sociedad civil que viniese a dar densidad y substancia a una
posible hegemonía, posibilitó una victoriosa revolución conducida por un
partido obrero que atendía a una táctica de “guerra
de maniobra”.
A una conquista del poder relativamente tranquila le seguiría un
difícil proceso de construcción hegemónica que incluía la propia materialidad de
una sociedad civil casi inexistente y que debería, en el proceso, subsumir al
propio Estado político. Esa tentativa contenida en la experiencia de la NEP
fracasó, redundando en el estalinismo, y Gramsci percibió que la
implicación era el reflujo de la URSS hacia una fase económico-corporativa
incapaz de generar una nueva hegemonía sino apenas una revolución pasiva
específica de Oriente; para Gramsci, Oriente
significaba también grandes países asiáticos como China e India, sometidos al
núcleo de Occidente, en función del parasitismo de vastos núcleos sociales (“lo que explica el estancamiento
histórico de esos países y su impotencia político-militar”)(Gramsci
Antonio, 1975: 2145). (2)
En la reflexión de Gramsci, la
contradicción del mundo contemporáneo está demarcada por el fenómeno de la
revolución: la revolución burguesa en Francia y su persistencia, y la
revolución socialista momentáneamente derrotada y circunscrita a Rusia.
Entendiendo la revolución francesa como época histórica que se prolonga de 1789
a 1871, Gramsci sugiere que la
revolución socialista y su contraparte, las revoluciones pasivas de la época
imperialista, cubrirían también una época histórica. La acción política
revolucionaria (jacobina) en la época de la revolución francesa se procesó por
medio de la “guerra de
maniobra”. Esa fase y forma de lucha política fueron superadas con
la consolidación de la hegemonía liberal burguesa, y después de 1871, ocurrió
por medio de la difusión de un conjunto de aparatos civiles privados, o sea, de
instituciones sociales no directamente políticas.
El desdoblamiento de la esfera de los intereses privados en una
sociedad civil diferenciada de los inmediatos intereses económicos creó un
nuevo espacio para la lucha de clases, al tiempo que se ampliaba el Estado, no
sólo sofisticando sus instrumentos de coerción, sino también ampliando su radio
de acción por vía legislativa a dimensiones hasta entonces adscritas a la
esfera privada (como educación, salud y organización del trabajo). En tal
circunstancia, como ya había llamado la atención el último Engels,
aunque con un lenguaje menos elaborado, la lucha política sólo podría ocurrir
por medio de la “guerra de
posición”. En lugar de enfrentar el inmediato proceso productivo
del capital y la fortalecida máquina coercitiva del Estado, el movimiento
obrero tendría que hacer frente a ese conjunto de aparatos privados de
hegemonía, capacitándose con una nueva cultura. Desde entonces, la
manifestación de la fuerza hegemónica del liberalismo y de la ideología
jacobina se desdobló en el movimiento obrero como reformismo economicista y
como voluntarismo estéril, explicándose así la inviabilidad de la revolución
socialista en el núcleo de Occidente.
La revolución burguesa, prácticamente en todo el resto de la
Europa continental, ocurrió de manera pasiva. Fue así en dos sentidos: primero,
la revolución burguesa se difundió por medio de las armas del ejército francés
y de la ideología liberal; segundo, las clases subalternas, a pesar de la
presión política ejercida sobre el orden social, no consiguieron erigirse en
sujeto sociocultural autónomo capaz de efectuar la revolución por sus propias
fuerzas. En esa situación de doble presión, las clases dirigentes tradicionales
trataron ellas mismas de restaurar su dominio por medio de transformaciones en
el Estado y en la economía, de modo de garantizar su ingreso en el nuevo orden.
Decisiva, en ese cuadro, fue la cooptación de los intelectuales asociados a las
clases subalternas. Ese proceso de decapitación político-cultural de las clases
subalternas, a fin de impedir su autonomización, Gramsci lo designó con el nombre de “transformismo”,
reconociéndolo como elemento constitutivo fundamental de la “revolución pasiva”.
Ese análisis general sería válido tanto para España, por ejemplo,
donde las fuerzas capaces de conducir el pasaje al nuevo orden se mostraron
demasiado débiles o para Alemania, donde la revolución pasiva fue capaz de
proyectar sobre Europa una gran potencia económica y militar. Gramsci se volcó, en tanto, sobre el Risorgimento italiano, un caso particular de
revolución pasiva, observando cómo eran insuficientes las bases materiales para
el jacobinismo, cómo el partido de Acción, victimado por el “transformismo”, fue
reducido a la subalternidad y cómo la alianza entre los grandes propietarios
agrarios del Sur con la burguesía industrial del Norte formaron un bloque
histórico en condiciones de impedir la emergencia autónoma de las clases
subalternas de Italia. Con eso Italia (pero también Alemania) se constituye en
un Occidente pasivo e incompleto, pues portan dentro de sí elementos de
Oriente. Las gradaciones entre Occidente y Oriente, como sugería Gramsci, deben ser
analizadas concretamente pues “la
proporción varía de Estado a Estado”. (3)
Sin embargo, este tema tan importante no fue desarrollado por Gramsci como hubiera sido necesario, lo que
posibilitó distorsiones significativas en su pensamiento, como las de lecturas
antinómicas y no dialécticas de la cuestión Oriente/Occidente y de la guerra de
movimiento/ guerra de posición. En ese Occidente “incompleto”, producto de revoluciones pasivas
de Alemania y de Italia, guerra de movimiento y guerra de posición ¿no deberían
ser utilizadas también en proporciones variables, principalmente en aquel
momento en que la revolución socialista internacional tendía a diluir la
dualidad Oriente/Occidente?
Creo, no obstante, que no está fuera de lugar la hipótesis de que
para Gramsci la derrota de la revolución socialista
en Occidente se debió más a la imposibilidad del movimiento obrero, sometido a
la hegemonía liberal- burguesa en la forma de reformismo, para articular una
larga cadena de alianzas sociales, particularmente con el proletariado agrícola,
que a un eventual error táctico de principio en la utilización de la “guerra de maniobra”. Desde
el momento en que hubiera un partido obrero socialista que viniese trabajando
una “guerra de posición”
por todo el periodo anterior, la utilización da la “guerra de maniobra” en un momento de crisis y
de irrupción revolucionaria venida del Oriente ruso podría ser justificable. Un
análisis más profundo de esa cuestión seguramente esclarecería los puntos de
contacto entre las formulaciones de Rosa Luxemburgo y Gramsci.
De cualquier manera, la derrota de la revolución socialista
internacional a partir de 1921, exigió una reorientación política de los
comunistas, que se vendría a condensar en la fórmula del frente único, para
incluso hacer frente a la concentración hegemónica de las clases dominantes de
Occidente que se apresuraban para desencadenar una nueva revolución pasiva. La
diferencia fundamental ahora era que esa nueva revolución pasiva ocurría para
resolver una crisis de hegemonía en el interior del orden social del capital,
mientras que las revoluciones pasivas del siglo XIX se presentaron como forma
de ingreso al orden burgués. La necesidad de la revolución pasiva advino, según Gramsci,
de la entrada en escena de grandes masas sin que las fuerzas políticas antagónicas
al orden hubieran tenido condiciones de sacar provecho de la situación. En el
caso específico italiano, Gramsci observa el fascismo como ejemplo
práctico de una “revolución/restauración”
y de una fase de “guerra de
posición”. La organización corporativa impuesta por el Estado por
la vía legislativa impone modificaciones significativas en la vida social y
económica, con el objetivo de sustentar las posiciones de las clases medias,
reproduciendo al mismo tiempo la cuestión meridional y lo que ella contiene y
preserva de “oriente”.
Entre tanto, la mayor parte de las clases dirigentes del núcleo
original de Occidente se volvía hacia el americanismo fordista en busca de
soluciones para la crisis. Esa forma de revolución pasiva venía ya madurando
incluso antes del inicio de la guerra y de la crisis de Occidente,
prácticamente desde el momento en que la forma social americana capitalista
ingresara en la fase imperialista de acumulación. La particularidad de esa
forma de revolución pasiva, que debería completar “el pasaje del viejo individualismo económico a la
economía programática”, (4) es que ella no tenía aspectos de “oriente” con los cuales
hacer las cuentas, de modo que “no
existen clases numerosas sin una función esencial en el mundo productivo, o
sea, clases absolutamente parasitarias”. (5) Se trata, por el contrario, de promover una
intensificación y radicalización de Occidente en cuanto forma social adecuada a
la acumulación del capital. En esa particular forma de revolución pasiva la
hegemonía se configura a partir del propio proceso productivo y se explaya por
la sociedad civil que, según sus intereses, exige la intervención legislativa
del Estado. La fuerza del americanismo fordista se expresa en la capacidad de
desarticular las potenciales fuerzas antagónicas recurriendo a la coerción
apenas para vencer las resistencias a su generalización.
IV. Entonces, la categoría de revolución pasiva pasa a ser para Gramsci la clave interpretativa de una época
histórica, la época imperialista que sigue a la derrota de la revolución
socialista internacional. Tanto el fascismo como el americanismo articularon
capacidad de dirección moral e intelectual de las masas con gran capacidad
coercitiva y militar. De esa forma, para el intelectual comunista Antonio
Gramsci, todas las energías deberían estar volcadas en retomar
la revolución socialista, lo que exigía hacer frente y derrotar todas las
formas de revolución pasiva que se diseñaban y fortalecían a partir de los años
veinte.
Es decir, revolución socialista significa desorganizar y derrotar
la revolución pasiva (en cualquiera de sus formas: americanismo, fascismo,
estalinismo) desencadenada para reorganizar la hegemonía del capital y/ o el
poder burocrático con su parasitismo social. Mas, como la época de revoluciones
pasivas reorganiza también el Occidente en crisis y plantea de nuevo la
dualidad Occidente/Oriente, la revolución socialista se orienta contra el
Occidente como forma sociocultural de dominación.
Correlativa a la revolución pasiva está la necesidad dictada por la
“guerra de posición”,
y ésta debe ser emprendida con la táctica de frente único. Esta formulación
adoptada por la IC en clave defensiva, contenía una gran potencialidad que Gramsci trató de desarrollar. Por un lado,
pasado el momento de la revolución socialista y de la exigencia de separación
con el reformismo, era el momento ahora de establecer, en otro plano, formas de
unidad del movimiento obrero, implicando la alianza política con el reformismo,
a la vez de disputar la dirección general del movimiento. Frente único, por
otro lado, no podría significar sólo la unidad de la clase obrera, sino también
su alianza con otros núcleos subalternos, principalmente con el proletariado
agrícola y con el campesinado, llegando a los núcleos medios urbanos. No
obstante, esa genérica formulación es insuficiente, exige una reflexión sobre
lo real para después proceder a una nueva generalización.
Desde que consiguió la mayoría en la dirección del PCI, Gramsci procuró desarrollar la orientación de
forjar un frente único en busca de un gobierno obrero-campesino, llamando la
atención sobre la necesidad de abordar los problemas concretos de la vida
nacional, particularmente la situación histórica concreta de las fuerzas
populares. En los comités obreros y campesinos se deberían hacer representar
todas las corrientes políticas de izquierda de la escena italiana, y allí se
daría la disputa por la dirección política del movimiento.
A partir de esa base organizativa de las fuerzas antagónicas,
sería trabada la “guerra de
posición” teniendo a la vista la desarticulación del bloque
histórico consolidado en elRisorgimento italiano. Elementos importantes
en esa lucha serían la sustracción de la clase obrera del Norte a la influencia
del reformismo (o sea de la hegemonía liberal-burguesa) y las masas agrarias de
la influencia de la Iglesia. Lo decisivo, por tanto, es la desagregación de
todo el bloque intelectual que da consistencia al bloque histórico, encabezado
por los grandes intelectuales meridionales de la cultura abstracta
universalista.
Entonces, a los intelectuales orgánicos de ese bloque histórico
(filósofos idealistas y cientistas técnicos positivistas ligados a la
industria), que en medio de la revolución pasiva subsumieran a los
intelectuales tradicionales (padres, profesores, médicos), se debería oponer
una nueva intelectualidad revolucionaria, orgánicamente ligada a las clases
subalternas. Esa organicidad se realizaría primordialmente en el partido político
obrero, visto como un moderno príncipe maquiaveliano, y sería ésa la principal
arma de combate en la “guerra
de posición”, enfrentando a la “revolución
pasiva” llevada a cabo por el fascismo. En ese contexto, la tarea
de la intelectualidad revolucionaria era primordialmente la de arrancar a las
masas del sentido común, substrato
cultural de la hegemonía de las clases dirigentes, e inculcar un nuevo sentido
crítico.
Es a partir de ahí que se puede organizar una nueva visión del
mundo, lo que implica una nueva cultura nacional-popular como polo de
agregación y de oposición a la revolución pasiva. No está de más recordar que
la cultura y la identidad nacional-popular tiene raíces (y se conforma) en el
proceso de las revoluciones burguesas originarias, y debe ser utilizada en la “guerra de posición” contra
la revolución pasiva. Siendo cierto que “las
historias particulares viven sólo en el marco de la historia universal”, (6) lo nacional-popular debe ser visto como una
forma táctica de gran profundidad para arrancar a las masas populares de su
letargo teniendo a la vista su involucramiento en la revolución socialista
internacional, lo que indica que no pudo ser encarada como un fin en sí mismo.
Eso significa que lo nacional-popular atiende a sus límites de realización y se
disuelve dialécticamente en la revolución socialista.
En primer lugar, esta lucha ocurre, en el seno de la sociedad
civil del Estado nacional constituido. En el caso italiano, se trata de una
sociedad civil gestada alrededor de una revolución pasiva y, por tanto, con
una pesada carga del pasado feudal señorial manifiesta en
el parasitismo social. Así también, la lucha comunista debería estar
volcada a la ocupación de espacios en ese conjunto de aparatos privados de
hegemonía, con el objetivo de desarticularlos o de cambiar su naturaleza. Éste
es apenas un aspecto menor en la “guerra
de posición”, pues lo decisivo en la estrategia revolucionaria es
la conformación de otra sociedad civil antagónica a la burguesa y privada, y
que tenía por fundamento el espacio público y una nueva cultura capaz de
comportar una nueva hegemonía. Esa nueva sociedad civil antagónica generada por
las clases subalternas debe estar en permanente escaramuza con el Estado
político y la “legalidad”
respaldada por la sociedad civil que materializa la hegemonía burguesa.
Es por eso que Gramsci afirma que la hegemonía puede ser
alcanzada antes de la toma del poder político estatal. En la “guerra de posición”, la
nueva dirección moral e intelectual se configura a partir de la sociedad civil
antagónica, estableciendo una operación de cerco al poder civil y represivo del
Estado. Por tanto, la hegemonía sólo se completa y establece con la toma del
poder y el establecimento de una nueva dictadura, ya que hegemonía es dirección
moral e intelectual revestida de poder coercitivo contra las clases
antagónicas. A partir de entonces se desenvuelve un nuevo bloque histórico,
fundado en la hegemonía del mundo del trabajo, del espacio público y de la
cultura socialista, organizado en torno del autogobierno de las masas y de la
autogestión del proceso productivo.
Ese régimen profundamente democrático exige la sobrevivencia
todavía por un tiempo indeterminado de “una
organización coercitiva que tutelará el desenvolvimiento de los elementos de la
sociedad regulada en continuo incremento, y por tanto, reduciendo gradualmente
las intervenciones autoritarias y coercitivas”, (7) necesaria para desestimular la resistencia de
las antiguas clases dominantes. Para Gramsci y para toda la concepción comunista,
la dictadura aparece como una necesaria dimensión de la democracia, y el
ejercicio de una y de otra depende de los fundamentos materiales de la vida
social y política. Además, en esa tradición cultural la cuestión de la
democracia está subsumida a la cuestión más general de la revolución
socialista.
Ese es un momento histórico necesario para que se allane el camino
de aquello queGramsci llamaba la “sociedad regulada”, la
cual verá “como fin del
Estado su propio fin, su propia desaparición, la reabsorción de la sociedad
política en la sociedad civil”. (8) La verdad, ése es un eufemismo para comunismo,
cuando sociedad civil y Estado político se deberían encontrar en una única
dimensión de la vida social, realizándose el “humanismo integral” con una humanidad
enteramente historizada.
V. Así, en esa línea de argumentación no parece quedar ya ninguna
duda de que Gramsci,
se oponía a Occidente en cuanto formación social regional, y que esa estrategia
de la revolución socialista contra el Occidente no se reduce a una mera “vía nacional” en busca de
algún “socialismo nacional”,
y todavía menos, la búsqueda de una democracia de tipo liberal occidental. Su
formulación teórica se inserta, por el contrario, en una dimensión mayor de
enfrentamiento con Occidente entero y con la dualidad Occidente/Oriente
generada por su dominio. Como fue visto, decisiva para retomar la revolución
socialista era (y todavía es) la derrota teórico-práctica de la revolución pasiva.
Pero, al mismo tiempo, con la propia utilización teórica de tal categoría se
corre el riesgo de un nuevo desliz hacia el reformismo, de modo que, para Gramsci,
se debe tener claro, no la teoría de la “revolución
pasiva” como programa, como fue para los liberales italianos del Risorgimento,
sino como criterio de interpretación en la ausencia de otros elementos activos
en modo dominante”. (9)
La previsión de Gramsci vislumbraba una gran reserva
hegemónica para la continuidad del dominio del capital y de Occidente, con
especial distinción del americanismo fordista, esa particular forma de
revolución pasiva de la época imperialista. De allí deriva la necesidad de
trabar una larga y perseverante “guerra
de posición” en todos los frentes, específicamente en su propia
trinchera que era la Italia fascista. El corporativismo fascista implicaba un
grado de coerción e intervención estatal directa en la vida económica,
posibilitado por la existencia de un régimen abiertamente dictatorial. La
derrota del fascismo no sería seguida, según Gramsci, por una
inmediata revolución socialista de estilo oriental, como suponía la IC al
inicio de los años treinta, sino por un periodo intermedio, que Lukács llamó de dictadura
democrática.
La derrota del fascismo sería, conforme a su programa, obra de un frente de fuerzas
antifascistas organizadas a partir de los comités obreros y campesinos, y
suponer que eso ocurriera sin alguna forma de enfrentamiento armado contra las
instituciones del Estado fascista sería mera ilusión. Por otro lado, esos
mismos comités obreros y campesinos serían la base de un poder constituyente
expresado en una asamblea republicana. En suma, la previsión y el proyecto
político inmediato de Gramsci era y siguió siendo aquel que
germinaba en las cabezas más lúcidas de la IC en el periodo que precedió al
estalinismo.
Entonces, es muy difícil aceptar la hipótesis de que Gramsci tenía anticipado alguna suerte de
neo-reformismo en los últimos años de vida, siendo más probable que él se haya
mantenido atado a la mejor tradición de la refundación comunista de inicio del
siglo XX (expresión que tiene una acepción mucho más amplia que el bolchevismo,
se entiende). ¿Dónde está entonces ahora la vitalidad del pensamiento de Gramsci?
¿Cuál es su pertinencia en un mundo tan diferente de aquel sobre el cual él
ejerció la crítica?
A mi modo de ver, la vitalidad del pensamiento de Gramsci se encuentra mucho menos en las
infinitas y ricas relecturas inspiradoras de nuevas hipótesis teóricas y de
actuación política (aun fuera del campo teórico político original del
revolucionario sardo), que en la reafirmación de la actualidad siempre renovada
de la revolución socialista y del método crítico dialéctico en este momento que
se realiza el imperio universal de Occidente por obra de una revolución pasiva
de carácter global. Su inspiración y vitalidad se encuentra, en suma, en la
indicación de la necesidad de una nueva refundación de la praxis socialista,
adecuada a las nuevas condiciones de la modernidad capitalista para cuyo
análisis su asistemático universo categorial conserva gran capacidad de
penetración.
NOTAS:
1.Anderson, Perry, Considerações sobre o marxismo
ocidental, Porto, Afrontamento, 1976, p. 43.
2.Gramsci, Antonio, Quaderni del Càrcere,
Torino, Einaudi, 1975, p. 2145.
3.Idem, ibídem, p. 866.
4.Idem, ibídem, p. 2139.
5.Idem, ibidem, p.2141.
6.Idem, ibídem, p.2343.
7.Idem, ibídem, p.764.
8.Idem, ibídem, p.662.
9.Idem, ibídem, p.1827.
(*)Bajo
el Volcán, vol. 2, núm. 3, segundo semestre, 2001, pp. 183-199,Universidad
Autónoma de Puebla,México
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¿COMO SE HA ENRIQUECIDO MARK VITO ,ALIAS MARIDO DE KEIKO FUJIMORI , CON TERRENOS?NO TRABAJA Y SU EMPRESA NO TIENE INGRESOS....
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