DISCUSIONES MARXISTAS SOBRE TECNOLOGÍA
Por : Claudio
Katz
En dos textos recientes (1) hemos
definido a la tecnología como un conocimiento científico aplicado a la
producción, que presenta tres características: es una fuerza productiva social,
actúa por medio de innovaciones sujetas a la dinámica contradictoria de las
leyes del capital, y su entendimiento requiere la adopción de una postura
social e ideológica distanciada de las clases dominantes. Estos tres postulados
constituyen el centro de una interpretación marxista del problema.
La tecnología es ante todo una fuerza productiva, ya que el “conocimiento científico aplicado a la
producción” se materializa en máquinas, artefactos, procesos de
trabajo y sistemas de organización de la producción. Contribuye a la creación
de los medios necesarios para realizar una actividad económica dentro de un
modo de producción específico y por lo tanto, forma parte de las fuerzas
productivas.
La tecnología es una fuerza productiva social porque implica la
utilización de procedimientos científicos bajo el comando del capital. La
definición la “fuerza
productiva social” subraya esta configuración directa de la
tecnología, por las normas de funcionamiento del sistema capitalista. También
la ciencia es una fuerza productiva condicionada por los requerimientos del
capitalismo, pero su grado de dependencia del proceso de valorización es
inferior. Debido a esta mayor autonomía del proceso social de la acumulación
puede ser distinguida de la tecnología y caracterizada como fuerza productiva
indirecta.
En nuestra visión partimos de una interpretación del concepto
fuerzas productivas, para precisar la doble acción de la tecnología en la
generación de valores de uso y en la acumulación de plusvalía. Distinguimos los
rasgos universales de la tecnología de sus componentes específicos del proceso
de valorización. La función de la tecnología se evidencia en el cambio
tecnológico. La mejor forma de comprender la dinámica de este proceso es
partiendo de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. Del análisis de esta oposición surgen los principios reguladores
que imponen las leyes del capital al cambio tecnológico y se derivan también,
cuales son los estímulos y las trabas que condicionan el curso de la
innovación.
Este marco teórico nos permite resumir los cuatro rasgos centrales
de la innovación: 1) La ley del valor trabajo es la principal norma rectora del
cambio tecnológico y en última instancia, la causa determinante de su carácter
incierto y convulsivo. 2) La introducción de nuevas tecnologías está
indisolublemente asociada al aumento de la explotación, debido al papel central
que ocupa la búsqueda de mayores tasas de plusvalía en el cambio tecnológico.
3) La innovación vehiculiza las crisis de valorización (caída de la tasa de
ganancia) y de realización (estrechamiento del poder de compra en relación al
aumento de la producción) del capital, como consecuencia de la dinámica
compulsiva que impone la competencia mercantil. 4) Entre la optimización
técnica y la maximización del beneficio existe un desequilibrio, que
desestabiliza estructuralmente el proceso de acumulación.
Finalmente, nuestro análisis sitúa los estudios sobre la
tecnología en un lugar especial dentro de las ciencias sociales, debido a la
estrecha relación de esta disciplina con las ciencias naturales. Pero nuestro
enfoque se separa radicalmente de los denominados estudios sociales de la
tecnología, por la relevancia cognitiva que asignamos a la adopción de una
actitud crítica y desmitificadora del fetichismo tecnológico. Consideramos que
el marxismo logra un acceso privilegiado al conocimiento de la tecnología como
fenómeno social, porque parte de un distanciamiento explícito y consciente del
punto de vista de las clases dominantes. Esta postura le permite jerarquizar el
análisis del problema de la explotación en el cambio tecnológico y ubicar
cuales son las contradicciones de la innovación en el capitalismo.
Las tres conclusiones de nuestro análisis: la tecnología como
fuerza productiva social, la dinámica contradictoria del cambio tecnológico
bajo las leyes del capitalismo y la ventaja cognitiva de una teoría posicionada
en el campo de los oprimidos, surgen de un enfoque particular dentro del
marxismo. Esta visión ha sido elaborada en la asimilación y en la crítica de
los autores y las escuelas que revisaremos a continuación.
Desaciertos stalinistas
Nuestra interpretación es radicalmente opuesta a la versión
marxista “oficial“,
sostenida por los autores stalinistas del ex-bloque socialista en las últimas
décadas. Atribuían a la ciencia el papel conductor de una “revolución científico-técnica”
que dominaría a la “civilización
actual” y asignaban a la tecnología un rol subordinado a este
proceso.
Richta (2) consideró que “la ciencia se desarrolla exponencialmente” y
por ello “se adelanta,
aventaja y guía a la tecnología“. Al concentrar todo el “saber general“, la ciencia
desarrollaría una acción autónoma y determinante de la actividad industrial.
Para Makarov (3) esta
supremacía de la ciencia sobre la experimentación industrial da lugar a un
proceso único de fusión de los descubrimientos con las aplicaciones. Para Kedrov (4) la ciencia se anticipa a la producción y
pre-determina la práctica, mediante una “cientifización”
completa de la industria moderna. Para Dos Santos (5) esta
presencia de la ciencia es tan dominante y reguladora de la actividad
productiva, que llega a eliminar los factores aleatorios de la producción.
Todos los autores citados consideraron que el proceso descripto tendría
dimensiones legales. Existiría una “ley
del desarrollo exponencial de la ciencia“, otra ley de su “adelantamiento a la técnica”
y una ley del “crecimiento
superior de la ciencia“.
Este enfoque reproduce el viejo “modelo unilineal“, que ve a la tecnología
como un sistema de aplicaciones pasivas de las novedades científicas. La
ciencia aparece como un “deus
ex machina“, es decir como una entidad “exógena” que fija el curso de la acumulación
y somete a sus requerimientos todos los procesos productivos. Tratada de esta
forma, la ciencia se convierte en el fetiche que ya criticaron numerosos
autores (6).
Qué la tecnología presuponga la aplicación del conocimiento científico, no
significa que la ciencia “domine
y se adelante” a la tecnología, ni menos aún que la producción
quede subordinada al ímpetu autónomo de la ciencia.
En nuestra opinión, la ciencia debe ser distinguida de la
tecnología por el diferente grado de condicionamiento que ejercen las leyes del
capital sobre uno y otro campo. A partir de esta distinción, cuestionamos la
idea de una fusión “científicotécnica”
plena. Pero lo más equivocado es suponer que una u otra entidad serían rectoras
de la actividad productiva, porque la causalidad es siempre inversa. El
capitalismo se caracteriza por tender a subordinar todas las actividades
sociales -en mayor o menor grado- a las leyes del mercado. Es muy discutible
cual es el nivel exacto de sometimiento de la ciencia a esta compulsión, pero
lo que está totalmente descartado es cualquier forma de dependencia inversa.
La tecnología es justamente una “fuerza productiva social” por estar
configurada por las leyes del capital y no por los mandatos autónomos de la
ciencia.
Aunque tanto Richta como Lange (7) también utilizan la denominación “fuerza productiva social”
para referirse a la tecnología, este uso es contradictorio con su planteamiento
general. Si el mandato de la rentabilidad gobierna a la tecnología (y por eso
es “social“), no
se la puede caracterizar al mismo tiempo, como un apéndice pasivo del movimiento
autónomo de la ciencia.
La supremacía de la ciencia en el proceso productivo es el
fundamento de la tesis de la “revolución
científico-técnica (RCT) dominando a la civilización actual“, que
originalmente planteó Bernal (8) y retomó Richta. Este autor
estima que con la RCT se expandiría la robotización, decrecería la
industrialización clásica y la producción comenzaría a depender directamente
del avance de la ciencia. Un “principio
automático” habría reemplazado en la mitad del siglo XX al “principio mecánico“,
poniendo fin a la época industrial. Nuevos “ciclos
del conocimiento científico” -que promediarían unos 20 años-
sustituirían al ciclo industrial.
Pero el funcionamiento de este “ciclo
científico” no es detallado por los defensores de la RCT, que
suponen plena identidad entre dos procesos diferenciados como son las
revoluciones científicas y las revoluciones tecnológicas. La distinción entre
ambas no es tanto el número, la periodicidad, o el carácter de las
transformaciones que generan, sino la influencia de la tasa de ganancia de
largo plazo sobre uno y otro fenómeno. Mientras que las revoluciones
científicas se caracterizan a partir de los descubrimientos que sanciona la
comunidad científica, las revoluciones tecnológicas se basan en la introducción
de innovaciones radicales, que dependen de la valorización del capital. Por
desconocer estas diferencias, a la RCT se le asignan características de ambos
fenómenos, quitándole la función específica que tiene cada uno de ellos.
Al actuar como conductora de un “principio automático” la RCT es presentada
como una revolución científica, sujeta al ritmo espontáneo de la invención.
Pero contradictoriamente se le asigna una incidencia directa en la producción,
propia de las revoluciones tecnológicas. De esta confusión surge la equivocada
división del capitalismo en una fase dominada por “principios mecánicos” y otra sometida a
reglas “automáticas“.
En esta periodización se confunden todos los fenómenos analizados por Mandel (9),
en su estudio de las revoluciones tecnológicas y las ondas largas. A diferencia
de la RCT, en este enfoque no se autonomiza la dinámica de la ciencia y la
tecnología de las leyes del capital.
La RCT aparece actuando indistintamente en el capitalismo y en el
socialismo, como si fuera una entidad que se auto-alimenta y transmite sus
poderes a cualquier régimen social contemporáneo. Esta falsa imagen deriva del
papel otorgado a la ciencia como un “fuerza
productiva directa“, que cumpliría con los imperativos de la
civilización. Es un error suponer que la ciencia proyecta sus logros dentro del
capitalismo, sin afrontar los obstáculos derivados de las leyes del mercado. Se
omite el conflicto entre los patrones científicos y las normas de beneficio y
también se diluye la necesidad del socialismo para armonizar ambas esferas.
Es totalmente equivocado considerar que “la ciencia es la fuerza productiva
propia de la civilización actual“, como si todas las
potencialidades creadas por el desarrollo científico se materializaran
automáticamente. La tesis stalinista olvida que a diferencia de todos los
sistemas que le precedieron, el capitalismo funciona creando brechas
sistemáticas entre lo realizable y lo realizado. El enfoque de la RCT pasa por
alto cuál es el grado efectivo de concreción de la “fuerza productiva de la ciencia“, al omitir
que el principio del beneficio interpone un filtro a las aplicaciones
inmediatas y socialmente provechosas de los avances científicos.
Al igual que los pos-industrialistas, los partidarios de la RCT
tienen una visión desmaterializada del funcionamiento del capitalismo. Por eso
observan a la industria y a sus “principios
mecánicos” como un fenómeno superado. La idea que la ciencia puede
actuar como una “fuerza
productiva inmediata“, deriva de la creencia de que han
desaparecido todos los obstáculos materiales al desarrollo económico. La imagen
de la RCT actuando por encima de las barreras que impone periódicamente la
crisis en el capitalismo y como realizadora natural de los “éxitos del bloque socialista“,
ha quedado demolida por los acontecimientos de los últimos años. Ni el “poder autónomo de la ciencia“,
ni la pujanza ascendente de la RCT salvaron a estos regímenes de su implosión y
debacle, mientras que los principales países capitalistas continuaron
reforzando la utilización rentable de la ciencia y la tecnología en favor de la
clases dominantes y contra los trabajadores.
Determinismo analítico y positivista
Al entender a la tecnología como fuerza productiva social y a la
innovación como un terreno de acción de las leyes contradictorias del capital,
nuestro enfoque se opone a las interpretaciones deterministas de las fuerzas
productivas. Las visiones mecanicistas aparecieron a principio de siglo entre
los teóricos socialdemócratas (Bernstein,Kaustky, Hilferding, Plejanov, Bauer),
que observaban a las fuerzas productivas como protagonistas de un movimiento
linealmente ascendente de la sociedad. El cambio tecnológico era visto como el
gran dinamizador de un avance ininterrumpido del progreso (10).
Una justificación más contemporánea del mismo determinismo
tecnológico ha sido explícitamente propuesta por el marxismo analítico, con el
fin de establecer un esquema lógico de interpretación de la historia. Cohen (11) considera que las fuerzas productivas tienen
total “primacía
interpretativa sobre las relaciones de producción“, es decir que
vez establecidos los niveles y las necesidades del desarrollo económico, habría
una adecuación de las relaciones sociales a estos requerimientos. Siguiendo
este principio que califica de “tecnológico“,
presenta un razonamiento de los procesos históricos dirigido a demostrar la
mayor relevancia que tienen las condiciones materiales en comparación con la
acción de los sujetos.
Pero tanto el enfoque positivista como el análitico ignoran que el
desarrollo de las fuerzas productivas solo puede ser aceptado como un principio
muy general, que enmarca ciertas condiciones y posibilidades históricas, sin
pre-determinar los resultados. No existe ninguna ley del cambio histórico,
teleológicamente orientada y superadora de las “disfuncionalidades” interpuestas por los
sucesivos modos de producción. Lo que se puede estudiar son las contradicciones
que aparecen entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción en
cada circunstancia y que dan lugar a resultados muy variados (12).
El determinismo tecnológico es
fatalista y presupone la existencia de un automejoramiento continuado de la
tecnología. No explica porqué razón deberían amoldarse las relaciones sociales
a un imperativo de avance tecnológico. La causalidad tecnológica que postula es
antagónica con el principio marxista de jerarquizar los procesos sociales de la
acumulación en toda investigación. Con los criterios deterministas de los
analíticos no se puede explicar el origen, ni el desarrollo del capitalismo. Ni
siquiera se puede entender la dinámica de las revoluciones tecnológicas, que
dependen del proceso social de valorización del capital.
El esquema de ascenso continuado de las fuerzas productivas fue
muy utilizado en el marxismo, como fundamento de un esquema vulgar del
desarrollo histórico signado por la sucesión mecánica de modo de producción.
Comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo formaban
una secuencia de sustituciones, en la cual cada régimen contenía ya al
siguiente y era reemplazado como consecuencia de su agotamiento interno. El
determinismo tecnológico es continuador de este razonamiento falaz. Cuando se
interpreta el desarrollo de las fuerzas productivas como un mecanismo
direccionador de la historia, se olvida que estas fuerzas están sujetas a las
normas y a las contradicciones de cada modo de producción. En este esquema la
tecnología queda reducida al status de una fuerza productiva a secas, es decir
al nivel de un instrumento de trabajo sin contenido social. En lugar de observar
al cambio tecnológico como un transmisor del funcionamiento anárquico del
capital, se lo concibe como artífice de una acción autónoma y exógena. El
determinismo desconoce que las fuerzas productivas no actúan siguiendo sus
propios impulsos, sino bajo el mandato de la competencia y la guía de las leyes
de acumulación.
Justificación evolutiva y racionalista
El determinismo positivista de la socialdemocracia se inspiraba en
una concepción spenceriana y social-darwinista de la evolución social. Concebía
al desarrollo de las fuerzas productivas como un principio equivalente a la
selección natural en la transformación de las especies (13). Esta
analogía entre el cambio tecnológico y el esquema darwinista ha sido retomada
por varios economistas contemporáneos de la corriente evolutiva.Rosenberg (14) intentó una aplicación directa de este enfoque a la
interpretación marxista de la tecnología. En nuestra crítica a su enfoque (15) hemos destacado los errores de este darwinismo tecnológico:
desconoce la discontinuidad de la innovación, ignora su dependencia de los
ciclos y niega el fenómeno central de las revoluciones tecnológicas. La
interpretación marxista subraya el carácter convulsivo de la innovación, que el
evolucionismo gradualista desconoce. El marxismo analítico propone otro tipo de
justificación del determinismo tecnológico basado en el racionalismo y el el
individualismo metodológico. Para Cohen la acción autónoma de las fuerzas
productivas gobierna la transformación social, porque expresa la búsqueda
natural de mayor satisfacción personal que dominaría la acción de todos los
individuos. El principio de la escasez, la inclinación de los hombres “a mejorar su situación” y
la conducta maximizadora de los agentes económicos, son presentadas como las
causas últimas de la adaptación social al avance continuado de las fuerzas
productivas.
Elster (16) explicita el sustento neoclásico que tiene
este enfoque. Considera que Marx y los marginalistas deberían ser
clasificados en un mismo campo de interpretes racionales del cambio
tecnológico, frente a otras concepciones más distantes del modelo de la
elección racional (Schumpeter,
evolucionistas). Entre Marx y los neoclásicos no existirían
diferencias sustanciales. Para ambos la innovación constituiría un proceso de
optimización de las ganancias individuales por parte de los capitalistas. A
diferencia deCohen, Elster fundamenta su visión en razonamiento
más causales que funcionales (17).
Pero subraya vigorosamente el doble basamento
marginalista y determinista, en que se apoya el marxismo analítico. El
fundamento individualista del avance de las fuerzas productivas que plantean
los analíticos es particularmente falso. Ignora que el cambio tecnológico es un
proceso social, que no puede interpretarse en términos de escasez y elecciones
óptimas. El empresario no es un individuo que innova para “mejorar su situación“. Es
un acumulador de capital sometido a la compulsión objetiva de la concurrencia.
La semejanza de Marx con los neoclásicos que propone Elster es insostenible, porque más allá de
una descripción coincidente del comportamiento de los capitalistas, la
interpretación de la función de los empresarios es radicalmente opuesta. Los
neoclásicos ven en la acción maximizadora del beneficio el prototipo de un acto
natural, egoísta y hobbesiano del individuo, mientras que para Marx se trata de una conducta
históricamente transitoria, socialmente negativa y moralmente criticable. Lo
que el marginalismo reivindica es exactamente lo que Marx cuestiona. Los analíticos encuadran al
cambio tecnológico en las pautas de la microeconomía, dejando muy poco lugar
para la plusvalía, la explotación y la teoría del valor. Las clases sociales
son presentadas como agrupamientos operativos de conveniencias individuales.
Diluye de esta forma el carácter forzado de las relaciones sociales que
caracteriza a la dominación de clase. Por observar al cambio tecnológico como
un resultado de la libre elección, Elster rechaza la ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia, que es uno de los pilares de la visión
marxista de la innovación. Desestima que los capitalistas puedan actuar contra
sus intereses forzando una caída de sus beneficios, sin captar que en este acto
contradictorio se basa el funcionamiento anárquico que impone el capitalismo al
cambio tecnológico. El determinismo tecnológico le asigna a las clases sociales
un papel irrelevante que Meiksins
Wood (18) critica,
destacando sus gruesos errores historiográficos. Considerar que las clases solo
actuan como “facilitadoras”
de una evolución pre-definida conduce a asignarle al cambio tecnológico una
función tautológica. Simplemente explicaría por qué triunfan quienes ya estaban
destinados a imponerse en el curso de la evolución histórica. El férreo
determinismo tecnológico postulado por los analíticos es contradictorio con su
defensa del individualismo metodológico. Afirmar que la tecnología determina el
curso de los acontecimientos es incompatible con asignarle a los individuos una
gran libertad para construir sus alternativas optimizadoras. Hay que optar por
una alternativa o por la otra, y el marxismo analítico no se define por ninguna
de las dos variantes.
Primacía de las relaciones de producción
En oposición a las interpretaciones deterministas de las fuerzas
productivas, varios autores formularon la hipótesis contraria: la primacía
interpretativa de las relaciones de producción. Su objetivo fue demostrar la
preeminencia de las relaciones sociales capitalistas en la explicación de los
fenómenos, que los objetivistas atribuían a un imperativo tecnológico.
El autor maoísta Magaline propuso rechazar el concepto fuerzas
productivas “en sí mismo”
y sustituirlo por la categoría “relaciones
de producción y de reproducción“. Estimó que el propio Marx realizó este reemplazo en su
caracterización madura del capitalismo. La “noción
hegeliana desarrollo de las fuerzas productivas” sería un resabio
teleológico e idealista, que debería abandonarse. Magaline considera que la definición de los
instrumentos de producción como fuerzas productivas, ignora la atadura de estos
elementos a los requerimientos sociales del capital. Estima que la ciencia y la
tecnología carecen de componentes autónomos del proceso de valorización y
postula la inexistencia de parámetros objetivos para cuantificar “el desarrollo de las fuerzas
productivas“. Al expresar directamente a las relaciones sociales
dominantes, la tecnología podría estudiarse como la plusvalía, la tasa de
ganancia o la rotación del capital, es decir como un elemento más del proceso
de valorización.
Pero Magaline se equivoca al presentar a las fuerzas
productivas como particularidades exclusivas de un régimen social. Estas
fuerzas cambian con los modos de producción, pero no son creaciones de estos
sistemas. Con un martillo se puede moldear un metal en el feudalismo, en el
capitalismo y en el socialismo. Las fuerzas productivas son bienes útiles que
evolucionan con la civilización. Las relaciones de producción traban y
estimulan simultáneamente su desarrollo, pero no definen integramente su
existencia. Las fuerzas productivas están constituidas por valores de uso que
facilitan la producción y el consumo, en cualquier régimen social. Cada modo de
producción tiene un patrón social de utilización específica de estas fuerzas.
Este criterio toma Rubin (19) para trazar una diferencia categórica entre el
“aspecto técnicomaterial”
-propio de las fuerzas productivas- y la “estructura
económico-social“, específica de las relaciones de producción.
Al negar la existencia de las fuerzas productivas, Magaline disuelve erróneamente ambos fenómenos
en una sola categoría. No es cierto que Marx abandonó esta noción cuando maduró su
comprensión de las relaciones de producción. Por el contario, al entender más
acabadamente como operan las leyes del capital, tomó plena conciencia del
papel del valor de uso y lo opuso a la dinámica del valor de cambio. El
capitalismo somete a todas las actividades al patrón de la ganancia, pero no
anula las dimensiones socialmente autónomas que existen en la producción y el
consumo. Si se desconoce la existencia de las fuerzas productivas, el conflicto
entre el proceso de trabajo y el de valorización pierde sentido, y no se puede
establecer porqué la satisfacción de las necesidades sociales se enfrenta a la
acumulación del capital. Contra lo que afirma Magaline el desarrollo de las fuerzas
productivas es mensurable. Hay indicadores generales de su crecimiento (incremento
de la riqueza, productividad del trabajo, volumen y tipo de nuevas tecnologías)
y también parámetros de evaluación de cada fuerza productiva en particular.
Ninguna de estas mediciones corresponde exclusivamente a las relaciones de
producción capitalista. Es por ello que se pueden establecer niveles de madurez
objetiva de las fuerzas productivas y observar cuales son los obstáculos que
las relaciones de producción interponen a su desarrollo.
La principal conclusión que Magaline extrae de su negación de las fuerzas
productivas es la necesidad de estudiar un solo tipo de conflicto en la ciencia
y en la tecnología: el que se manifiestaría exclusviamente a través en la lucha
de clases. Solamente en las confrontaciones sociales que desata el uso explotador
de la maquinaria se revelaría el carácter de la tecnología. La única expresión
visible del antagonismo de las fuerzas productivas con el régimen capitalista
serían las acciones expropiatorias que realiza la burguesía, mediante el
aumento de la plusvalía, la expansión del ejército de desocupados o la
desvalorización de los salarios (20).
Pero si las contradicciones del capitalismo se reducen a su
expresión en la lucha de clases, queda disuelta la distinción central entre lo
objetivo y lo subjetivo que sustenta el materialismo dialéctico. Las crisis y
los efectos sociales del capitalismo existen con independencia de la reacción
que generen entre los trabajadores. No hay ninguna automaticidad entre la
aplicación explotadora de la tecnología y la resistencia obrera. Forman parte
de un mismo proceso, pero están guiados por patrones diferentes. La necesidad
de valorizar el capital gobierna el primer fenómeno, mientras que la tradición,
la organización y la conciencia político-sindical determinan al segundo. La
lucha de clases no es un fenómeno absorbente y anulador de los procesos
económicos objetivos. Existe junto a estos acontecimientos y debe ser analizada
con categorías políticas diferentes.
Regulación y pos-marxismo
La propuesta de oponer al “determinismo
de las fuerzas productivas” la primacía de las relaciones de
producción fue posteriormente reformulada por la teoría de la Regulación. Según
reconoce Lipietz (21) esta tesis, junto al rechazo del “profetismo” y el “teleologismo de las tendencias“,
fue el punto de partida de todas las categorías creadas por esta escuela.
Pero a diferencia del maoísmo, la Regulación sustituyó la función
interpretativa de la lucha de clases por el papel de las instituciones y los “compromisos sociales“.
Todas las nociones introducidas por la Regulación (“régimen de acumulación“, “modo de regulación“, etc)
apuntan a brindar explicaciones institucionalistas y “anti-economicistas” de las
transformaciones del capitalismo. Pretenden destacar cómo el sistema se
reproduce, bajo la influencia de las modificaciones operadas en el
funcionamiento de los regímenes políticos. En el plano del cambio tecnológico
esta “primacía de las
relaciones de producción” significa observar cómo incide el
contexto institucional en la innovación (22).
Con este enfoque la Regulación
potencia el divorcio entre procesos objetivos y subjetivos. Si la lucha de
clases no es una caja de resonancia inmediata de los desequilibrios de la
acumulación, los cambios institucionales están muy lejos de expresar este
fenómeno. Hemos señalado en otro ensayo (23) por qué es imposible explicar el
funcionamiento del capitalismo, partiendo del tipo de organismos políticos y
sociales vigentes en cada país. Las particularidades de estas instituciones
nunca clarifican los principios generales del desarrollo capitalista. La
Regulación evade definir si los “regímenes
de acumulación” están sujetos a las reglas de la plusvalía, la tasa
de ganancia o la ley del valor, dando a entender que se puede reemplazar a
estas determinaciones básicas por el análisis de los modelos “tayloristas“, “toyotistas” o “neoliberales“. Pero en
esta sustitución ya no está en juego la eventual superación de las
unilateralidades objetivistas, sino el abandono de las nociones básicas del
marxismo. Durante la etapa previa a su giro keynesiano actual, la Regulación
encubrió este alejamiento con la crítica al “determinismo
de las fuerzas productivas“.
En el plano del cambio tecnológico resulta aún más difícil
entender, en qué medida el institucionalismo pondría en evidencia la “primacía de las relaciones de
producción“, ya que el eje de esta concepción es la negación de las
situaciones de explotación. Para comprender las relaciones de propiedad
capitalistas hay que jerarquizar el estudio de las leyes del capital, mientras
que el institucionalismo simplemente propone llamar la atención sobre la
influencia que ejercen las organizaciones políticas y sociales en la actividad
económica.
Una tercera instancia de oposición al “reduccionismo de las fuerzas productivas”
surgió de los autores que abandonaron el marxismo en favor del enfoque
pos-moderno (Laclau (24))
o que han buscado una convergencia entre ambas teorías comoCullenberg (25) o Burbach (26).
En este caso, el rechazo al “economicismo”
y al “esencialismo
teleologista” vino acompañado del reemplazo de la lucha de clases
por el papel reivindicativo que jugarían los “nuevos movimientos sociales” o los “sujetos descentrados“.
Pero lo más específico de esta corriente es su renuncia a toda pretensión de
investigación general. Dedujeron de “la
primacía de las relaciones de producción” la inexistencia de
cualquier tipo de determinación, condicionamiento o causalidad en la
interpretación de la realidad social. En un mundo contingente, fragmentario y
heterogéneo, no existirían leyes ni tendencias y no podrían estudiarse
fenómenos universales con principios totalizadores. Habría que concentrarse en
explicar como la “realidad
se construye a través del discurso“, indagando el papel de la
retórica sobre la capacidad persuasiva.
Este abandono de la explicación general en favor del análisis puntual
de las situaciones contingentes, inviabiliza por completo cualquier estudio de
los problemas sociales.Meiksins
Wood (27) afirma que con la nueva metodología, ya no se
establecen cuales son los condicionamientos, los límites y las posibilidades
históricas del fenómeno que se está estudiando. Describiendo contingencias y
yuxtaposiciones, desaparece la causalidad lógica y con ella el fundamento de
cualquier entendimiento. La visión pos-moderna accidentaliza la historia, la
política y la tecnología, convirtiendo a los hechos en sucesiones azarosas de
acontecimientos. Como alternativa al “esencialismo”
se ofrece la pura arbitrariedad. Pero si a partir de los “discursos” no se pueden
estudiar leyes, ni procesos generales, tampoco el análisis de “lo que dicen los actores”
sirve para mejorar la comprensión de la realidad. En el plano de la tecnología,
los principios pos-modernos han inspirado la visión constructivista, cuya
propuesta de estudiar la “construcción
de los artefactos a través del discurso“, analizaremos en un
próximo artículo. Veremos por qué resulta imposible interpretar a la innovación
siguiendo este enfoque.
La visión pos-moderna corona un intento de encontrar
unilateralmente en las relaciones de producción una explicación alternativa de
la dinámica de las fuerzas productivas. Este proyecto quedó totalmente
desvirtuado y culminó en posturas que no guardan ningún parentesco con el
marxismo.
Humanismo y estancacionismo
Existe en el marxismo otra corriente de autores que defiende el
concepto fuerzas productivas con argumentos “humanistas“.
En oposición a las interpretaciones tecnologistas y deterministas, proponen
realzar el rol del hombre “como
fuerza productiva por excelencia“. Para Fourgeyrollas (28) los propios trabajadores constituyen no solo
la principial, sino la única fuerza productiva ya que actúan como los
verdaderos articuladores de las relaciones de producción. Bastaría investigar
la evolución de la clase obrera y de su calificación, para contar con el
barómetro directo y exacto del movimiento de las fuerzas productivas.
Pero esta identificación excluyente de las fuerzas productivas con
los hombres convierte a los individuos en entidades abstractas y anula la función
principal de la categoría en cuestión, que es ilustrar cómo se modifican las
formas de trabajo y de producción en regímenes sociales diferenciados. Un
estudio de las fuerzas productivas desligando a la fuerza de trabajo de sus
instrumentos de trabajo es un contrasentido. En cualquier investigación social
se indagan actividades humanas, pero con la noción fuerzas productivas, el
marxismo no investiga cualquier tipo de acciones, sino específicamente el
proceso social de la producción. Por eso importa situar a los hombres en su
actividad productiva, agrupados en clases y estructurados históricamente en
modos de producción.
Si las fuerzas productivas sólo expresan a los “hombres” habría que
recurrir a indicadores biológicos para observar su evolución. En lugar de
analizar productividades, indicadores económicos y maquinarias habría que
concentrarse en estudiar por ejemplo, las transformaciones demográficas del
género humano. Por esta vía se desnaturaliza el análisis material de las
fuerzas productivas. Es falso presentar a la clase obrera en sí misma como una
fuerza productiva. Hay que ubicarla concretamente en su actividad laboral, ya
que sólo así puede determinarse cómo incide en el crecimiento de las fuerzas
productivas. Y esta influencia se mensura en términos de productos,
productividades e innovaciones.
La calificación es también un indicador deformado del desarrollo
de las fuerzas productivas si se lo divorcia de las instrumentos de trabajo. La
fuerza productiva de un obrero actual y la de un relojero en la Edad Media no
se miden de la misma forma. Omitidas las expresiones materiales de las fuerzas
productivas, las leyes del capital navegan en el vacío y el estudio del
capitalismo pierde toda sustancia. De su concepción “antropológica” de las
fuerzas productivas, Fourgeyrollas dedujo una hipótesis estancacionista.
Interpretó el análisis realizado por Trotsky en los `30 sobre el “estancamiento de las fuerzas
productivas“, como una caracterización de largo plazo. Las fuerzas
productivas habrían “cesado
de crecer“, no en la coyuntura puntual que siguió a la crisis del
30, sino en toda la “etapa
histórica de agotamiento del capitalismo“.
Mandel (29) fue el primer y mayor crítico de estas
posiciones. Señaló que la hipótesis del estancamiento no solo estaba desmentida
por todos los datos de la economía contemporánea, sino que contradecía el
propio funcionamiento del capitalismo. Si las fuerzas productivas cesaran de
crecer no habría choque entre estas fuerzas y las relaciones de producción.
Ocurre lo contrario, porque las fuerzas productivas se expanden, y como
consecuencia de este aumento se eleva la composición orgánica del capital y
decrece la tasa de ganancia. Las crisis estallan porque el desarrollo de las
fuerzas productivas se acelera y el poder adquisitivo no acompaña este aumento
de la producción.
Los estancacionistas buscaron probar el agravamiento contemporáneo
de la crisis, pero brindaron argumentos favorables a la conclusión opuesta, ya
que si el capitalismo pudiera detener el avance de las fuerzas productivas
también sería capaz de controlar los desequilibrios que genera en la
acumulación. Lo que obstaculiza esta acción regulatoria es el impulso
ascendente que imprime la ley del valor a las fuerzas productivas.
Este enfoque dialéctico fue reiteradamente defendido por Marx en diversos escritos. Los
estancacionistas se aferran en cambio a un texto (30),
donde se afirma que “una
formación social no desaparece hasta tanto se hayan desarrollado todas sus
fuerzas productivas“. Esta idea podría ser aplicable a regímenes
anteriores al capitalismo, pero nunca a este modo de producción. El retroceso
de las fuerzas productivas no es ni la condición, ni el fundamento del proyecto
de trasformación socialista.
Tampoco la degradación del medio ambiente o el aniquilamiento
material y humano que producen las guerras, revela una parálisis de las fuerzas
productivas, como creen los estancacionistas. Al contrario demuestran el
descontrolado desarrollo de estas fuerzas. De la misma manera que la
desvalorización del capital en las crisis corona la desenfrenada acumulación
previa, las destrucciones periódicas de mercancías y fuerza de trabajo son
efectos de la expansión anárquica precedente de la producción (31).
La tesis estancacionista de Fourgeyrollas tiene puntos en común con planteos que
formularon autores marxistas influidos por el pesimismo keynesiano, que
prevaleció en los años `30 y `40. Especialmente los defensores de la tesis del
“freno corporativo a la
innovación” consideraron que los monopolios concertarían pactos
limitativos del ritmo del cambio tecnológico, a fin de evitar una competencia
ruinosa. Dedujeron que por esta razón en la segunda mitad del siglo XX ya no
aparecerían innovaciones capaces ensanchar los mercados, lo que concentraría el
cambio tecnológico en la excluyente esfera militar. (32)
Pero este planteo desconoce que la expansión del monopolio
modifica la forma de la competencia, pero no atenúa su intensidad. Del libre
cambio se pasa a la competencia monopólica, que da lugar a su vez a una mayor
compulsión innovadora. Por eso las corporaciones no pueden concertar entre
ellas un reparto de la renta tecnológica (plusganancias transitorias de las
empresas innovadoras), sino que deben dirimir su distribución en el mercado.
Esta es la razón por la cual las transformaciones tecnológicas se han acelerado
tan intensamente en las últimas cuatro décadas. Las tesis estancacionistas son
falsas. No existe ningún límite cuantitativo en el capitalismo al desarrollo de
las fuerzas productivas. Este límite es puramente cualitativo. Cuanto más se
expanden las fuerzas productivas más decrece el tiempo socialmente necesario
para fabricar cada mercancía y menor es el rol objetivo del tiempo de trabajo
como medida de valor. Este proceso contradictorio sienta las bases para el
socialismo, ya que permite suprimir el sistema de explotación y pasar de una
economía basada en el trabajo expropiado a otra sostenida en el tiempo libre.
Debido al crecimiento de las fuerzas productivas resulta cada vez más factible
reducir la jornada de trabajo y emancipar la sociedad de la tiranía
capitalista.
Tecnología burguesa
Nuestro enfoque propone estudiar a la tecnología como una
disciplina perteneciente al campo de las ciencias sociales. En este terreno, la
concepción marxista se diferencia de los estudios sociales recientes por la
relevancia que asigna a la explotación en el análisis del cambio tecnológico.
El marxismo pretende ilustrar cuales son las relaciones sociales ocultas en el
proceso innovador.
Sin embargo algunos autores extremaron esta demostración para
probar que todos los aspectos de la ciencia y la tecnología expresarían
directamente los intereses de la burguesía. Señalaron que para sostener su
dominación, los capitalistas habrían incluso convertido a la ciencia “en un dogma basado en la mentira“ (33). En
estas concepciones se fundamenta también las nociones “tecnología burguesa” o “tecnología para la liberación“.
Partiendo de este enfoque Aronowitz (34) afirma que
la ciencia y la tecnología tienen “objetivadas
las relaciones sociales existentes“. Considera que por esta razón,
actúan como transmisoras directas del poder capitalista. El autor coloca a la
ciencia y a la tecnología en un mismo plano de dependencia de las necesidades
de la burguesía. Sostiene, por ejemplo, que el triunfo del sistema eléctrico de
corriente alterna de Westinghouse sobre el sistema continuo de Edison,
estuvo tan inmediatamente determinado por el patrón del beneficio como
cualquier investigación en la química o en la biología. Para Aronowitz existe por ejemplo una “medicina burguesa“, que
trata al cuerpo como un organismo divorciado del contexto social.
Esta linea de interpretación, que puede denominarse relativista
porque rechaza toda objetividad de la ciencia, considera que la ideología de la
clase dominante define por completo el contenido de la ciencia y la tecnología.
Esta concepción que alcanzó dentro del marxismo cierto predicamento durante los
años 70, proviene de la crítica stalinista a la “ciencia burguesa” de la década del 50. En esa
etapa de ideologización extrema se pretendió asignarle a la dominación de clase
una capacidad explicativa directa de los más diversos fenómenos, en todos los
campos del saber. La física de Newton y Einstein por ejemplo, fueron presentadas como
expresiones de distintas fases del pensamiento burgués. El psicoanálisis fue
repudiado en favor de los métodos pavlovianos y a través del experimiento Lyssenko,
se llegó a postular la creación de una nueva “biología proletaria” en la ex Unión
Soviética. Se registraron ademas, los más insólitos proyectos para establecer
cuales eran las disciplinas más proclives o más adversas a una nueva “ciencia socialista“.
Goldman (35) refutó esta
teoría aclarando la especificidad de las ciencias naturales, que gozan -desde
su emancipación de la tutela eclesiástica- de gran autonomía en el contenido de
sus investigaciones. Esta independencia es una condición para el progreso del
conocimiento, tanto en el capitalismo como en el socialismo. La física, la
química, la biología, no pueden ser caracterizadas en términos de clase, porque
desenvuelven un conocimiento universal, autonomizado de los conflictos de
clase. Las metas y las prioridades de la ciencia están socialmente
condicionadas, pero su contenido es independiente de la dominación burguesa. Es
tan falso creer que la “ciencia
es una religión al servicio del capital“, como suponer que el
socialismo imprimirá su marca específica a las ciencias naturales.
Löwy (36) demuestra que esta sociologización stalinista
de las ciencias naturales reflejó las características de una capa burocrática
gobernante. Al igual que el clero, este estamento necesitó crear dogmas y
extremar la justificación ideológica de un poder, emanado centralmente del
control estatal. Por esta razón, se llegó a la absurda “politización” de las
ciencias naturales. El stalinismo convirtió las controversias científicas en
debates ideológicos, en su obsesión por reforzar su dominio totalitario de la
vida social. El mismo tutelaje que intentó con la ciencia se extendió también
al arte (“realismo
socialista“), al deporte o a la cultura.
Aunque la tecnología es más permeable a las relaciones de producción
dominantes que la ciencia, tampoco es una disciplina clasificable en términos
de clase. A diferencia de la economía o la sociología, la tecnología contiene
un componente decisivo de conocimiento científico universal, que los
racionalistas denominan “criterio
interno de evaluación” y que nosotros llamamos “tecnología en general“,
cuyo desenvolvimiento es independiente de los procesos de valorización
capitalista y de la planificación socialista.
A diferencia de la economía o la sociología, la tecnología no
puede ser calificada de “burguesa“.
Esta caracterización es solo válida para definir el carácter de una u otra “política tecnológica“. En
este caso, el agregado de clase explicita un tipo de orientación estatal,
destinada a favorecer a grupos capitalistas en desmedro del resto de la
población. La politica de “subsidios
a las empresas que innovan” por ejemplo, ilustra este tipo de
gestión en favor del capital. En oposición a este rumbo es también correcto
referirse a una “política
socialista“, para delinear las características concretas de una
alternativa. En síntesis, en el campo de estudio de la tecnología, el marxismo
destaca el carácter de clase que tiene el uso de las innovaciones, pero sin
considerar que está influencia da lugar a una “tecnología burguesa“.
Opresión del hombre y opresión de clase
Para “descorrer
el velo de la tecnología” se necesita estudiarla como un
instrumento de explotación y como una disciplina social que exige
caracterizaciones de clase. El marxismo permite esta doble indagación, al
abordar el conocimiento de la realidad social desde la óptica y los intereses
de la clase trabajadora. Puede sustraerse de la “falsa conciencia” que predomina en el
pensamiento burgués, porque no necesita convivir con el auto-ocultamiento de la
opresión, que impone el ejercicio cotidiano de la dominación social. El
marxismo busca desenmascarar la explotación y desmitificar el funcionamiento
del capitalismo, para favorcer el desarrollo de la conciencia socialista de los
trabajadores. En el plano de la ciencia y la tecnología, este objetivo implica
destacar cómo el proceso de valorización condiciona el uso de los
descubrimientos y sus aplicaciones. Desmontar el fetichismo tecnológico es el
objetivo central de la teoría marxista en este tema.
Lukács (37) alentó esta batalla contra la mistificación
tecnológica, que luego desarrollaron algunos “teóricos críticos” de Frankfurt. Pero
particularmente Marcuse (38) fue
más allá de este propósito, al caracterizar que la tecnología se había
convertido en una forma de control social totalitario en las sociedades
desarrolladas. El autor considera que la “razón
tecnológica” genera conductas y pensamientos “unidimensionales” que han
penetrado en la conciencia de los individuos, creando la aceptación
generalizada del orden existente. Sostiene que la tecnología brinda a las
sociedades contemporáneas no sólo el fundamento material del bienestar, el
despilfarro y el consumismo, sino además la justificación ideológica de su
reproducción indefinida.
Marcuse sostuvo
que la “razón tecnológica”
habría contribuido al silenciamiento de las fuerzas sociales cuestionadoras, dejando
este desafío en manos de las minorías excluidas. El avance tecnológico habría
permitido un mejoramiento del nivel de vida pero imponiendo como contrapartida,
la pérdida de la conciencia crítica. El conformismo y el anestesiamiento
ideológico acentuarían la alienación y la impotencia de los individuos, para
crear una “nueva tecnología”
en base a una “nueva razón”.
Esta imagen del “hombre
unidimensional“, cuyo destino estaría predeterminado por la
omnipotencia de la “racionalidad
tecnológica“, parte de la aceptación de lo que se intenta
cuestionar. Toma como un dato que en el capitalismo avanzado una tecnocracia de
expertos logra asegurar el funcionamiento organizado de la sociedad. Pero esta
caracterización choca con la realidad de la crisis de las últimas décadas.
Especialmente en el plano de la tecnología se constatan los grandes
desequilibrios, que la “teoría
crítica” creía superados.
La innovación basada en la competencia precipita la
sobreproducción, desajusta el aumento de la productividad de la capacidad de
consumo, destruye puestos de trabajo, agrava la pobreza y profundiza la
polarización social. Estos fenómenos ocurren porque la “racionalidad tecnológica”
no opera según las pautas que Marcuse acepta. En el capitalismo
contemporáneo prevalece una combinación de racionalidad parcial e
irracionalidad general, que se expresa simultáneamente en la organización y en
la anarquía de la vida económica. Esta mixtura se expresa en la coexistencia y
en el choque de la coordinación fabril, la compulsión al cálculo y a la
cuantificación exacta con la concurrencia incontrolable, el desorden de la ley
del valor y la imposibilidad periódica de rentabilizar las inversiones
realizadas.
Marcuse divorcia
la “racionalidad tecnológica”
de su raíz social. Al igual que Habermas,
la intepreta como una “ideología
legitimadora” y representativa de la estabilización del capitalismo
avanzado. De esta forma en vez de expresar las necesidades o los intereses de
la clase dominante, la ideología tecnocrática tendría una vida propia y
actuaría como un poder dominante, que sin embargo no se apoyaría en una base
material definida. Haug (39) señala que esta interpretación de la “razón tecnológica“,
despegada del grupo social que debería expresar, se torna abstracta y
ahistórica.
Marcuse presentó
una visión idealista de la tecnología que no acompañó de ningún análisis
concreto de la innovación. Expuso las características de la “racionalidad tecnológica”
en un lenguaje evasivo, lleno de parábolas y metáforas dudosas. La disolución
de las clases y la desmaterialización del análisis de la tecnología es el punto
de contacto de este enfoque con el “pos-industrialismo“,
a pesar del categórico contraste entre la visión crítica del capitalismo de Marcuse y la visión apologética de Bell o Touraine.
La “razón
tecnológica” que asfixia al “hombre
unidimensional” aparece en Marcusecomo un
fenómeno espiritual, con ciertas paralelos con la imagen que presenta Ellul.
En el misticismo romántico de este autor se caracteriza a la “opresión tecnológica“,
como un castigo que recibe el hombre contemporáneo por la pérdida de su
religiosidad. Marcusefue también
discípulo de Heidegger y esta influencia se percibe en la
connotación espiritualista que tiene su descripción negativa de la tecnología.
Pero a diferencia del romanticismo conservador, Marcuse no esperaba ni propuso forjar una “nueva técnica” mediante la
recuperación de la fe en la divinidad. Fue visto como una de las figuras la
rebelión universitaria en el `68 por el carácter socialista de sus propuestas
emancipadoras. Postulaba “otra
tecnología“, que surgiría de una sociedad fundada en “la racionalidad de las necesidades
humanas latentes“. Este planteo es vago y utópico, pero radical y
totalmente diferenciado del romanticismo reaccionario. Convoca al “gran rechazo” social y no
a la salvación personal. Espera de una rebelión de las minorías y los excluídos
el reencuentro del hombre con la tecnología. No descree de la naturaleza
humana, sino de la capacidad de la clase obrera para sustraerse a la
integración pasiva al capitalismo. Busca en la razón y no en el alma, la
respuesta a los dilemas contemporáneos de la tecnología. (40)
Un eco del mismo pesimismo romántico se puede observar en la
teorías estancacionistas, que ven en los padecimientos del “hombre” o la clase obrera,
la prueba de la paralización de las fuerzas productivas. La idea de un “hombre oprimido” por el
capitalismo actual, que postula Fourgeyrollas en oposición al individuo más libre
del siglo pasado, es una tesis próxima al “hombre
unidimensional“. La diferencia estriba en que Marcuse sitúa este agobio en el plano de la
cultura y la subjetividad, al destacar cómo la alienación tecnológica se
extiende con el desarrollo de las fuerzas productivas. En cambio para los
estancacionistas, la degradación del hombre en tanto “principal fuerza productiva“,
representa un fenómeno que deteriora materialmente a la clase obrera.
Lo más contradictorio en este caso es mantener el postulado que el
proletariado, a pesar de sufrir un proceso de destrucción, podría continuar
actuando como la principal fuerza emancipadora de la sociedad. Si la clase
obrera fuera aniquilada por el funcionamiento corriente del capitalismo,
dejaría de ser el desafío potencial de este sistema, que además perdería la
fuente de su reproducción, que es la extracción de plusvalía. La tesis de la
degradación social de la clase obrera extrema algunas teorías de la “pauperización absoluta“,
que confunden el empobrecimiento relativo, cíclico y nacionalmente diferenciado
de los distintos sectores de los explotados, con el retroceso absoluto de las
condiciones de vida del proletariado. Semejante planteo malinterpreta las leyes
de acumulación y carece de todo sostén empírico. Que el avance de las fuerzas
productivas se concrete en beneficio de una minoría, no significa la
degradación absoluta de la clase obrera. Desigualdad social, pobreza y
desocupación no son sinónimos de destrucción de la “fuerza productiva por excelencia“. El
capitalismo “bloquea el
desarrollo del hombre como un fin en sí mismo“, pero no anula
física y mentalmente a la clase obrera.
El contexto político
Cada uno de los enfoques teóricos analizados está vinculado a una
orientación política dentro del marxismo. La socialdemocracia entendía que el “avance de las fuerzas productivas”
iría desbordando el marco restrictivo del capitalismo y conduciría en forma paulatina
al socialismo. Este proceso sería acelerado por la propia transformación del
capitalismo en un sistema más controlador de sus propios desequilibrios.
Fortaleciendo estas tendencias regulatorias, el desarrollo autónomo de la
ciencia y la tecnología favorecería la transición al socialismo.
Esta expectativa fue quebrada por las dos guerras mundiales y por
la crisis del `30, que demostró que el capitalismo no es una simple estación en
avance inexorable de las fuerzas productivas. Es un obstáculo social al
despliegue de las potencialidades creadas por cada oleada de nuevas
tecnologías. Las crisis posteriores han confirmado que con la aceleración de la
innovación también crecen las dificultades para realizar el valor de la masa
creciente de mercancías fabricadas. La socialdemocracia de posguerra asimilada
plenamente al keynesismo mantuvo creencias cientificistas, pero ya totalmente
alejadas del objetivo socialista original.
En el stalinismo, la propuesta de erigir una “ciencia socialista”
correspondió al proyecto de “construir
el socialismo en un solo país“, a través de una “competencia con el sistema capitalista“.
Esta estrategia consagró una contrarrevolución intelectual y política
determinante del estancamiento en la ex Unión Soviética. El fracaso de la
política de superar al capitalismo mediante una sucesión de “éxitos del bloque socialista”
dió lugar en los años 70 a la teoría de la “crisis
de la civilización“, que sería superada mediante una convergencia
entre los dos “sistemas“.
Este fue el sustento de la errónea reivindicación de la ciencia, como “fuerza productiva directa”
y de la confusa teoría de la “revolución
científico-técnica“. La RCT fue la contracara de la ideología
tecnocrática de Occidente. En ambos casos se reflejó el punto de vista gerencial,
que observa a la sociedad como un sistema manejado por expertos depositarios
del “conocimiento“,
en cualquier tipo de las relaciones de propiedad. Esta concepción expresó el
giro definitivo de la capa burocática dirigente de los ex “países socialistas” hacia
la reintroducción plena del mercado, el beneficio y la propiedad privada.
También la tesis maoísta de resaltar la lucha de clases, colocando
todos los problemas de la ciencia y la tecnología en el plano político de las
relaciones de producción constituyó una variante de la estrategia de erigir el
socialismo dentro de las fronteras nacionales. Con este fundamento se postuló
en China en los años `60 y `70 la conveniencia de utilizar “tecnologías propias“,
aunque fueran gravosas, arcaicas e inoperantes. Las concepciones relativistas
sobre la “ciencia burguesa” surgieron en los países desarrollados, al calor de
los movimientos estudiantiles e intelectuales radicalizados. Alcanzaron su
mayor influencia en Estados Unidos durante las protestas contra la guerra de
Vietnam (41),
en Francia durante la rebelión del `68 (42) y en Gran Bretaña en la misma época, aunque
expresando en este caso una tradición de politización más antigua de los
cientificos (43). En todos estos movimientos se desarrollaron intensas
discusiones, que Rose (44) sintetiza en
tres ejes: la denuncia de los “abusos
de la ciencia” en beneficio de las grandes compañías, la
convocatoria a poner fin al tradicional aislamiento cientificista de los
investigadores y las propuestas de construir una “ciencia para el pueblo“. Las ideas
relativistas se desenvolvieron bajo la influencia del cuestionamiento “contra-culturalista” al
cientificismo.
La crítica de Frankfurt a la “ciencia
y la tecnología como ideología del capitalismo estabilizado”
alcanzó gran audiencia en el mismo período y entre lo mismos sectores. Pero la
atención de Marcuse por el “hombre unidimensional” fue además
representativa de lo que Anderson (45) denominó el “marxismo occidental“: un giro de los temas
económicos, sociales y políticos hacia los problemas culturales, basado en el
alejamiento de la acción política en la clase obrera y la desconfianza en la
factibilidad del socialismo. Este escepticismo fue desafiado por la gran oleada
de rebeliones que se extendió a escala internacional durante los años `70 y
`80. Pero el impacto de estos levantamientos no redujo el distanciamiento de
los “teóricos críticos”
del marxismo. El análisis de la tecnología que estudiaremos con Habermas en otro artículo representa la
culminación de este alejamiento.
Desde mediados de los `80 se ha ido afirmando un giro de la
intelectualidad, que discutió las propuestas socialistas para la ciencia y la
tecnología. En el nuevo cuadro de protestas contra el uso socialmente negativo
de las nuevas tecnologías, de irrupción del movimiento ecologista y desarrollo
de corrientes de evaluación social de la tecnología, decreció la radicalización
y se afirmaron los planteos que parten de la aceptación del sistema capitalista.
La postura regulacionista de colocar el análisis y los programas de la ciencia
y la tecnología en el marco del institucionalismo, abandonando la lucha de
clases y la temática de la explotación, es un ejemplo de este cambio de
orientación.
En el caso del marxismo analítico es particularmente evidente un
acoplamiento a la presión neoliberal del ambiente universitario anglosajón.
Quienes intentaron persuadir a la audiencia académica neoclásica de la utilidad
conceptual de un “Marx racional” -rigurosamente formalizado- han
concluido adaptando los puntos de vista de sus interlocutores derechistas. En
vez de hacer creíble Marx a los marginalistas se han asimilado
al enfoque neoclásico. Por su parte los pos-marxistas han sido co-gestores de
la nueva la concepción pos-moderna, en numerosas terrenos como la teoría
económica (46) o el análisis de la cultura. En su caso, la
renuncia a estudiar totalidades, a buscar la verdad en la ciencia y a
comprender socialmente a la tecnología está acompañada de la pasividad, el
conformismo y la renuncia a cualquier compromiso social.
Pero esta involución política de los últimos años ha contrastado
con la continuada expansión del nuevo “proletariado
científico de los laboratorios“, uno de los pilares en que podría
sustentarse un nuevo planteamiento socialista para la ciencia y la tecnología.
Este sector social comenzó a formarse en la pos-guerra con la masificación de
la universidad y se consolidó con la estabilización de una importante fracción
de los asalariados de alta calficación. La creciente gravitación de las nuevas
tecnologías de la información refuerza actualmente su peso social. Esta masa de
trabajadores, ingenieros, académicos, técnicos y especialistas puede constituir
en los próximos años uno de los pilares del renacimiento del socialismo.
Conclusión: marxismo y tecnología
Nuestro enfoque se basa en una lectura crítica de los autores y
las escuelas citados. Definimos a la tecnología como una “fuerza productiva social”
partiendo del reconocimiento de la utilidad de la noción fuerza productiva, que
los escritores maoístas descalificaron. Pero al mismo tiempo rechazamos la
interpretación determinista de los socialdemócratas, tecnologista de los
analíticos, y humanista de los estancacionistas.
Nuestra caracterización del cambio tecnológico se deriva de la
clásica contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción. Pero analizamos la dinámica de la innovación en
función de las leyes del capital, rechazando la autonomización fetichista de la
ciencia y la tecnología, que postuló el stalinismo. Frente a su optimismo
desarrollista, no defendemos el pesimismo inverso del estancacionismo, cuya
visión consideramos incompatible con la dinámica de la acumulación. Como
alternativa a estas dos posturas, proponemos insertar el estudio del cambio
tecnológico en el proceso contradictorio de la reproducción capitalista,
tomando particularmente en cuenta cuatro fenómenos: la ley del valor, la tasa de
plusvalía, las crisis de valorización y realización, y el conflicto entre la
optimización técnica y la maximización del beneficio. Con esta enfoque
pretendemos desenvolver las tesis que formuló Mandel sobre las revoluciones tecnológicas,
las ondas largas y el capitalismo tardío en su conjunto.
En nuestra concepción se postula la existencia de una ventaja
cognitiva en el análisis social de la tecnología, para quienes asumen el punto
de vista de los trabajadores. De este planteo no deducimos una calificación de
clase para la tecnología como pregonaron los relativistas, pero sí desprendemos
una caracterización social de las interpretaciones y de los intérpretes del
fenómeno de la innovación. La lucha de clases es un componente insoslayable de
nuestra caracterización del cambio tecnológico. Descartar esta confrontación
central del capitalismo o reemplazarla por la descripción de las instituciones
como propugna la Regulación, conduce a una distorsión del significado social de
la innovación. Nuestro enfoque de la tecnología es histórico. Se ubica en las
antípodas del “descentramiento”
propuesto por los posmodernos y reafirma la conveniencia de las
caracterizaciones globales. El análisis marxista es inconcebible ignorando las
totalidades sociales, que los analíticos intentar reemplazar por el
individualismo metodológico.
Pretendemos aplicar razonamientos dialécticos al estudio del
cambio tecnológico, en oposición al formalismo deductivo de los marxistas
análiticos y al mecanicismo vulgar que utilizaron los stalinistas para la
teoría de la “revolución
científico-técnica“. Este uso de la dialéctica apunta a evitar las
deducciones y las conclusiones deterministas que predominan en ambos enfoques.
Proponemos una interpretación materialista que ponga de relieve los fundamentos
capitalistas de la innovación. Estas raíces sociales quedan diluidas en la
presentaciones románticas de la “opresión
tecnológica sobre el hombre unidimensional“.
Nuestros interpretación general del marxismo es distinta a la
prevaleciente en las escuelas y en los autores que hemos objetado. El
determinismo mecánico y fatalista de socialdemócratas, stalinistas y analíticos
surge de una visión cientificista del marxismo, que es concebido como una “ciencia imparcial de la historia“,
disponible para todos las clases sociales y carente de intencionalidad
política. En el polo opuesto, la absolutización relativista de la lucha de
clases y el descreimiento romántico en la existencia de leyes del capitalismo,
se basa en una visión del marxismo que resalta su papel en lucha política por
el socialismo, pero desmerece su capacidad para investigar científicamente los
procesos sociales y económicos.
Nosotros entendemos al marxismo como una concepción del mundo, que
se nutre de los hallazgos de la ciencia para el análisis de la sociedad y que
utiliza estas investigaciones para la batalla socialista de los trabajadores.
Siguiendo este criterio hemos encarado el estudio de la tecnología con el doble
propósito de investigar el impacto de las leyes de la acumulación sobre la innnovación
y la influencia que en este proceso tienen la explotación, la lucha de clases y
los proyectos emancipatorios. Para nosotros el marxismo es “una concepción del mundo que supera a
la filosofía y absorbe a la ciencia” (47). Con esta
visión hemos encarado el análisis de la tecnología desde una mirada de clase,
indagando las contradicciones objetivas del cambio tecnológico y estudiando los
efectos subjetivos de la acción de las clases sobre el proceso innovador.
*Artículo publicado originalmente en Razón y Revolución
nro. 3, invierno de 1997, reedición electrónica.
NOTAS:
1 Katz, Claudio. “La concepción marxista del cambio
tecnológico”, en: Revista Buenos Aires.
Pensamiento económico, n 1, otoño 1996, Buenos Aires y “La
tecnología como fuerza productiva social”. Texto preparado para las II
Jornadas de Sociología de la UBA, Buenos Airees, 11 al 13 de
noviembre de 1996.
2 Richta, Radovan: La civilización en la
encrucijada, Siglo XXI, México, 1971.
3 Marakhov, V ; Melechtchenkp, Y.: “La revolución científica y
técnica” en Kedrov, M.B.; Spirkin, A.: La ciencia,
Grijalbo, México, 1969
4 Kedrov, M.B., Spirkin, A.: op. cit..
5 Dos
Santos, Theotonio. Revolucao cientifico-técnica e
capitalismo contemporaneo, (cap 3, 4 y 5). Voces, Rio Janeiro,
1983
6 Ver por ejemplo: Wieviorka,
Michel y Bruno Theret: Crítica de la teoría del
capitalismo monopolista de estado, Terra Nova, México 1980.
También: Valier, Jacques: El partido comunista francés y
el capitalismo monopolista de estado, Era, México, 1978.
7 Ver por ejemplo: Lange, Oskar. Economía
Política, Fondo de Cultura Económica, México, 1974, (cap 2)
8 Bernal John: Historia social de la ciencia,
La Habana, 1986
9 Mandel, Ernest: Las ondas largas del desarrollo
capitalista, Madrid, 1986.
10 Aronowitz reune diversas observaciones de los pensadores
marxistas de la II Internacional, que postularon esta concepción. Aronowitz,
Stanley: Science as power,
University of Minesota Press, 1988.
11 Cohen, Gerald A.: La teoría de la historia de
Karl Marx: una defensa, (cap 2), Siglo XXI, Madrid, 1986.
12 Ver: Wood, Ellen Meiksins. “Rational
choice marxism: Is the gamble worth the candle?”New Left review, n 177, september, 1989, London
13 Ver: Löwy, Michel.”Marxisme et darxinisme social”, en Critique
Comuniste, n 146, Eté 1996, Paris.
14 Rosenberg, Nathan. “Marx y la
tecnología”, en Monthly Review,
n 8, Barcelona, marzo 1980 y “Marx and the role of the science”, en Journal
of Political Economy vol 82, n 4 July 1974
15 Katz, Claudio. “Evolucionismo y biologismo en la teoría del
cambio tecnológico” presentada al III Simposio de epistemología y
metodología en Ciencias Humanas y Sociales: “El hombre como objeto y sujeto de
conocimiento”, Mendoza, 26 al 28 de junio de 1996.
16 Elster, Jon. El cambio tecnológico,
Gedisa, Barcelona, 1990
17 Elster, Jon. “Nuevas reflexiones sobre marxismo,
funcionalismo y teoría de los juegos”, en Zona Abierta, n
43-44, abril-setiembre 1987, Madrid
18 Mesikins Wood, Ellen. Democracy
against capitalism, Cambrdige University Press, 1995. (cap
4).
19 Rubin, Isaac: Ensayo sobre la teoría del
valor, Cuadernos de Pasado y Presente n 53, México, 1985.
(Introducción)
20 Magaline, A. D.: Lutte
de classe et devalorization du capital, Masperó, París, 1975.
La tesis reciente de Holloway sobre el “poder del trabajo”, como explicación
excluyente de la crisis tiene en común con esta concepción la reinvidicación
del papel de la lucha de clases, en oposición a la existencia de
determinaciones y leyes objetivas. Ver: Holloway, John.”La cientificidad del
marxismo, es justamente la crítica”, en Dialéktica, n
7, setiembre 1995, Buenos Aires.
21 Lipietz, Alain. “From althusserianism
to regulation theory”, in Kaplan, Ann: The althusserian legacy,
Verso, London, 1993.
22 Ver: Boyer, Robert: “Technical change
and the theory of regulation”, in Dosi, G; Freeman, Ch; Nelson, R; Silverberg,
G; Soete. L.: Technical change and economic
theory, Pinter Publishers, London, 1988.
23 Katz, Claudio. “Crítica
a la Teoría de la Regulación”. Investigación Económica,
Revista de la Facultad de la Facultad de Economía, vol LI, n 201,
julio-setiembre 1993, México.
24 Laclau, Ernesto. “Luchas sociales, revolución y pluralidad”. Página
12, 9 de junio de 1996, Buenos Aires; “Un nuevo horizonte”, Clarin,
22 de setiembre de 1996 y “Teorias marxistas del estado”, en Estado
y Política en América Latina, Siglo XXI, 1981, México.
25 Cullenberg, Stephen: The
falling rate of profit, Pluto Press, Introduction, London,
1994.
26 Burbach Roger.”The rise of postmodern
marxism: or virtually existing socialism”, en Urpe Newsletter, Winter 1997, Somerville Ma
27 Meiksins Wood, Ellen: The
retreat from the class, (Cap 4), Verso, London, 1986
28 Fourgeyrollas, Pierre: Ciencias Sociales y marxismo,
(cap 15 a 18), Fondo de Cultura Económica, 1981, México
29 Mandel, Ernest: El capitalismo tardío,
(cap 6 y 18), ERA, México, 1978
30 Marx, Carlos: Introducción general a la
crítica de la economía Política, Cuadernos de Pasado y
Presente, n 1, Córdoba, 1973.
31 Ver la acertada crítica de Astarita Rolando: “Sobre las
fuerzas productivas y su desarrollo”, en Debate Marxista,
n 8, noviembre de 1996, Buenos Aires
32 Howard, M.C.; King, J.E.: A
history of marxian economics, Vol II, (cap.6), Princenton, New
Yersey, 1992.
33 Ver estas opiniones en algunos textos (Roethe, revista Survivre)
seleccionados por: Jaubert, A., Leblond, J. M.: Autocrítica
de la ciencia, Nueva Imagen, México, 1980
34
Aronowitz, Stanley: Science as power,
(cap 10) University of Minesota Press, 1988
35 Goldman, Lucien: Marxismo y ciencias humanas,
Amorrortu, 1975, Buenos Aires.
36 Löwy, Michael: Qué es la sociología del
conocimiento?. Fontamara, México, 1991
37 Lukács, Georg. “Qué es el marxismo ortodoxo” y “Conciencia de
clase”, en Historia y conciencia de clase,
Grijalbo, 1969, México.
38 Marcuse, Hebert: El hombre unidimensional,
Seix Barral, 1969, Barcelona
39 Haug, Wofgang. “El todo y lo completamente otro”, en Respuestas
a Marcuse, Anagrama, Barcelona, 1969
40 Ver: Goldman, Lucien. “Reflexiones sobre el pensamiento de
Hebert Marcurse:Marxismo
y ciencias humanas, Amorrortu, Buenos Aires, 1971.
41 Ver: Beckwith, Jon. “El movimiento científico radical en los
Estados Unidos”, en Ciencia
y tecnología, Monthly Review, Ed. Revolución, Barcelona, 1990.
42 Ver:
Labica, G; Vigier, J.P.: “Les politiques des science et de la technologie”,
octobre 1988, Paris.
43 Ver: Werskley, Paul. “Los científicos británicos y la
política de los intrusos”, en Barnes, Barry: Estudios sobre la sociología de
la ciencia, Alianza, 1972, Madrid
44 Rose, Hilary; Rose, Steve: La radicalización de la ciencia,
Nueva Imagen, México, 1980.
45 Anderson, Perry: Consideraciones sobre el
marxismo occidental, Siglo XXI, México 1979.
46 Ver: Milberg W. “Orden natural y postmodernimso en el
pensamiento económico”, en Revista
Buenos Aires. Pensamiento económico, n 1, otoño 1996, Buenos Aires
47 Sacristán, Manuel: Sobre Marx y el marxismo,
Icaria, Barcelona, 1983
PUNTO Y APARTE
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