Gramsci,
teórico de la superestructura (*)
Por : Giovanna
Giglioli
Escuela de Filosofía Universidad de
Costa Rica.San Pedro, Costa Rica.
Summary: After a first essay clarifying the basic concepts of "hegemony"
and "historie bloc" in Gramsci political theory, this article
considers the topics of ideology and culture. This emphasis on intellectual and
cultural influences led Gramsci to develop a consistent superstructure theory.
Resumen: Después de un primer trabajo dedicado a esclarecer
los conceptos fundamentales de "hegemonía" y "bloque
histórico" en Antonio Gramsci, el presente artículo enfrenta los temas de
la ideología y la cultura, cuyo enfoque y profundización le han valido a
Gramsci el calificativo de "teórico de la superestructura".
Sociedad
política y sociedad civil
Una vez
definidos los momentos fundamentales del bloque histórico gramsciano (1),
estamos ahora en condiciones de reconocer en nuestro autor al “teórico de la
superestructura“.Efectivamente, una vez superado el prejuicio economicista
y logrado el punto de vista de la totalidad, la superestructura aparece
finalmente como el ámbito privilegiado donde se desarrollan las luchas
políticas más decisivas. Ahí se abren camino las multifacéticas posibilidades
de la creación histórica en su articulación dialéctica con el conjunto de las
realidades estructurales existentes, pero también en su especificidad
cualitativamente irreductible al carácter estático e inerte de los datos
económico-sociales.
No cabe duda
de que es en los Cuadernos donde la clásica “determinación en última
instancia“, nunca suficientemente definida por los fundadores del marxismo,
adquiere por fin un sentido, concretamente dialéctico y concretamente político.
Es en la obra de Gramsci, por primera vez, que el tema marxista de la
articulación de estructura y superestructura supera el enfoque meramente
metódico (por ejemplo él del joven Lukács) para integrarse al análisis
del capitalismo de Occidente y, desde ahí, a la renovación de propuestas
estratégicas.
El resultado,
como ya se ha expuesto, lleva a una radical revaloración del mundo
superestructural -sistemáticamente descuidado por el anterior análisis
marxista- y a ubicar ahí, en la sociedad civil y su articulación con la
sociedad política, la clave de la organicidad y también de la crisis del bloque
histórico así como la sede de toda actividad políticamente significativa.
Una vez más:
no se trata aquí de una devaluación de la estructura económica, ni de una
generalización a la totalidad de los procesos históricos del papel de la
sociedad civil y su dialéctica con la sociedad política, sino de un análisis de
la articulación de estructura y superestructura en el capitalismo de Occidente.
En su contexto, hoy como ayer, es en la sociedad civil, entendida en el sentido
gramsciano, donde suele concentrarse, en una siempre variable relación con el
Estado en sentido restringido, la expresión política de todas las fuerzas vivas
de una sociedad dada.
De ahí que
los Cuadernos, al enfrentar el tema de la articulación entre estructura
y superestructura para el bloque histórico del presente capitalista, enfaticen
el análisis de los momentos constitutivos de la sociedad civil y la
interpretación de su sentido político, sin perder nunca de vista por otra parte
el hecho de su relación constitutiva con la sociedad política, instrumento de
dominación de la clase capitalista.
De ahí tanto
la identificación entre superestructura y Estado ampliado como la
extraordinaria y paralela profundización del entero ámbito de la política y de
la lucha de clases. Es por este camino que Gramsci llega a una decidida
politización de la cultura en todos sus momentos y manifestaciones, pero
también, para decirlo de alguna manera, al rescate del significado cultural y
hasta espiritual de la política misma.
De ahí que
les pida a las fuerzas populares y revolucionarias “hacer más y más política“,
es decir, luchar por la hegemonía en el complejo mundo de la sociedad civil,
para minar así la fuerza del Estado y la dominación burgueses. De ahí el
llamado gramsciano al pleno desarrollo teórico-práctico de las arrolladoras
potencialidades creativas de la política frente al mecanicismo inerte de la
consideración aislada de lo económico-estructural.
La autonomía
de la política, revelada e impulsada por Maquiavelo en función de la
creación del Estado moderno, había sido ulteriormente desarrollada por Lenin
-según la interpretación de los Cuadernos- en función de la hegemonía
estatal del proletariado mundial. La intención explícita de Gramsci es
continuar la obra estratégica de Lenin revelando las nuevas facetas de
dicha autonomía, coincidente ahora con la amplia esfera de acción de las
superestructuras complejas.(2)
Con ello no
sólo desarrolla dialéctica y polémicamente a Lenin, sino también a Maquiavelo.
Por paradójico que parezca, Gramsci no solamente no podría continuar al
primero sin revisar, para su contexto histórico, el vanguardismo y la
estrategia leninistas de la guerra de movimiento; tampoco podría continuar la
radical liberación de la política -emprendida alguna vez por Maquiavelo
a través de la negación violenta de la moral y la cultura– sino reintegrando
las, con el mismo realismo que fue propio de aquél, al actual universo de la
política.(3)
La posición
historicista exige efectivamente la comprensión de que ese universo es
esencialmente variable. Es por ello que la afirmación gramsciana de la
supremacía de la política no tendría ya por qué guardar relación alguna con la
brutal negación maquiavélica de toda consideración ética y humanista.
Involucra
por el contrario el pleno reconocimiento de que en las sociedades de masas la
política, por su carácter participativo, (aún tomando en cuenta las
limitaciones reales de dicha participación), para seguir siendo realista y para
seguir siendo humanista, no puede desligar sus propósitos revolucionarios del
sentir popular, de las tradiciones y valores culturales que en la sociedad
burguesa guían de hecho la acción y la vida de los pueblos.
Es desde
esta perspectiva metodológica que la teoría gramsciana de las superestructuras
puede ser comprendida en su vigencia política, una vigencia que, pese a la
distancia que nos separa de la tercera década de nuestro siglo, todavía se
mantiene en muchos de sus rasgos esenciales.
Y es desde
esta misma perspectiva que se aclara el porqué, al igual que en el caso del
bloque histórico, la hegemonía, etc., también la teoría política de las
superestructuras se desarrolla en los Cuadernos en una doble vertiente.
Nos referimos al análisis del capitalismo de Occidente que abarca también los
antecedentes histórico-políticos y, por otra parte, a la elaboración
estratégica revolucionaria, ligados ambos al examen concreto de concretas
relaciones de fuerza.(4)
Quizás, para
organizar la presente exposición, lo más oportuno sea empezar retornando
esquemáticamente el tema de la configuración de las superestructuras complejas
en busca de un modelo general, aún advirtiendo que se trata de uno básicamente
inscrito, por obvias razones, en el marco de las sociedades capitalistas
observadas por el propio Gramsci. Sólo desde ahí, por todas las razones
que hemos expuesto hasta ahora, podrá articularse el perfil de un modelo
revolucionario o alternativo en el ámbito de un nuevo bloque histórico.
Según Gramsci,
como ya se señaló ampliamente, pueden distinguirse “dos grandes planos
superestructurales”: la sociedad política y la sociedad civil. A la primera le
corresponde la función de coerción que se apoya en el aparato de Estado, es
decir, en la fuerza y en el derecho, definido como el “aspecto represivo y
negativo de toda la actividad positiva de formación civil desplegada por el
Estado” (M, pág. 106) (obviamente entendido aquí en el sentido de Estado
ampliado o Estado ético-educador).
Para
comprender efectivamente el planteamiento gramsciano, no es sin embargo
suficiente distinguir entre Estado ampliado y Estado en sentido restringido.
Hay que cuidarse también de no establecer una fácil equivalencia entre este
último y la sociedad política, ya que el segundo concepto encierra algo más que
el primero.
Efectivamente,
como muy bien lo señala Portelli, la sociedad política, más que
identificarse con el aparato estatal, se apoya en él y, más que traducirse “totalmente
en las organizaciones superestructurales“, “se define entonces por las
situaciones en donde es utilizada”. Representa en este sentido, al igual que la
sociedad civil, una “noción funcional“.(5)
Aunque no
pueda negarse cierta oscilación (tanto terminológica como conceptual) en
relación con el sentido atribuido en los Cuadernos a los “dos grandes
planos superstructurales“, lo que aquí interesa es rescatar lo más valioso
del aporte gramsciano. Se trata sin duda del enfásis puesto en el carácter de
momentos o funciones tanto de la sociedad civil como de la sociedad política,
cuyos movimientos y recursos pueden desplazarse por ello, en cada caso, según
necesidades concretas.
Ello permite
además comprender la sociedad política en su efectiva articulación histórica
con la sociedad civil, en una gama de modalidades que va desde el franco
predominio de esta última (denotando una situación básicamente hegemónica)
hasta la eventual autonomía de la sociedad política, en períodos de crisis del
Estado en su conjunto.
Esa misma
articulación puede y debe ser vista desde la perspectiva de la otra gran
instancia superestructural: la sociedad civil, sin lugar a duda la más rica y
significativa de las dos, en tanto que se trata, como ya se ha señalado, de la
instancia más característica de las sociedades capitalistas contemporáneas, la
que permite revolucionar el concepto mismo de Estado, introduciendo la
categoría fundamental de Estado ampliado, básicamente coincidente en la visión
gramsciana con el conjunto de las superestructuras complejas.
Este punto
ya ha sido tratado indirectamente en la primera parte de nuestro trabajo. Ahí
hemos propuesto, en nuestra discusión sobre las relaciones entre hegemonía y
sociedad civil, una solución que se acerca metodológicamente a la de la “noción
funcional” de Portelli. Solamente que hemos intentado mostrarla
prácticamente, fundando en los contenidos de los conceptos gramscianos de
hegemonía y sociedad civil y en la relación dinámica que éstos mantienen
recíprocamente.
Se trataba,
creemos, de una labor imprescindible, que fundamenta por cierto la actual
utilización, tanto para la sociedad política como para la sociedad civil, del
concepto de “noción funcional“.
De ahí la
pertinencia de resaltar ahora, antes de adentrarnos de lleno en el tema de la
sociedad civil, cómo el énfasis en el carácter funcional de ambos planos
superestructurales (es decir, la capacidad de relativo desplazamiento tanto de
la dominación como de la hegemonía en relación con la utilización de sus
específicos organismos superestructurales) afecta obviamente los mismos
conceptos de sociedad política y sociedad civil.
Sólo en la
medida en que se privilegie para ambas su carácter de función, podremos
entender efectivamente el tema fundamental de su articulación recíproca en el
conjunto de las superestructuras, el juego variable y flexible entre dominación
y hegemonía, pese a que analíticamente puedan y deban definirse y distinguirse
tanto la sociedad política como la sociedad civil, tanto la dominación como la
hegemonía.
Al respecto,
no sobra ciertamente recordar la sugerente afirmación gramsciana de las Notas
sobre Maquiavelo en el sentido de que la distinción entre sociedad civil y
sociedad política no es orgánica, sino metódica (M, pág.39).
Parafraseando
el texto, podría añadirse que igualmente es metódica, más bien que orgánica, la
distinción entre dominación y hegemonía. Ambas son en efecto momentos
diferenciados, pero inseparables en toda sociedad de clase, de una actividad
única e internamente articulada: la política que, tanto desde la perspectiva
del poder establecido como de la subversión, bien podría a su vez definirse
como totalidad dialéctica orgánicamente estructurada.
Una vez
definida, aunque someramente, la sociedad política, pasemos al tema de la
sociedad civil. A ésta le corresponde, como es sabido, la función de dirección
o hegemonía basada -según escribe Gramsci en la célebre cita de Los
intelectuales- sobre el conjunto de los “organismos vulgarmente llamados
privados“. Esta última expresión es clásica y se la utiliza corrientemente
para sintetizar la visión gramsciana de la sociedad civil, enfatizándose así lo
que Bucci-Glucksmann define como el descubrimiento de la “materialidad”
de las superestructuras.
Ciertamente,
el señalamiento gramsciano de que las ideas se integran, con una función
política específica, a organismos e instituciones pertenecientes al ámbito de
la superestructura representa, como ha sido notado una y otra vez por la
crítica, uno de los aportes más originales de los Cuadernos y sin duda,
uno de los más fecundos para el desarrollo ulterior de la teoría y el análisis
políticos de los aparatos de la hegemonía capitalista.
Es
importante, sin embargo, no perder de vista el hecho fundamental de que aquella
materialidad descubierta por Gramsci no solo constituye una totalidad
única con las ideas que ahí se concretan, sino que, además, son estas últimas
las que sustentan dialécticamente el conjunto de las superestructuras,
determinandolo en última instancia.
Al igual que
en todo planteamiento de corte dialéctico, la determinación en última instancia
de un elemento no niega, sino que por el contrario presupone, la unidad
fundamental y la interdependencia recíproca de las partes. En el ámbito de las
superestructuras complejas, concebidas por Gramsci en la dimensión
inequívoca de la totalidad dialéctica, ello se aplica obviamente a la relación
entre ideologías e instituciones, donde la determinación por parte de las
primeras supone a la vez la unidad dialéctica de ambas instancias en una todo
articulado.
Al respecto,
es interesante la tesis de Norberto Bobbio, según el cual una de las
diferencias más notables entre Gramsci y Marx consiste justamente
en la prioridad otorgada por el primero al ámbito de las ideologías que, en Marx,
no dejan de presentarse, en cambio, “casi como un momento reflejo en el
ámbito del mismo momento reflejo, en cuanto son consideradas en su aspecto de
justificaciones póstumas y mistificadas-mistificadoras del dominio de clase“.(6)
Las
ideologías en Marx -argumenta Bobbio-siempre vienen después de
las instituciones, en Gramsci son más bien las instituciones quienes
vienen a dar una concreción histórico-política contundente a las ideas y
concepciones del mundo que siempre son las que en última instancia determinan
una cultura y un modo de vida.
Independientemente
de una serie de problemas, lógicos e ideológicos, que hacen discutible la
visión que tiene Bobbio acerca de las relaciones entre Marx y Gramsci,
queremos resaltar por ahora tan sólo los que consideramos sus aciertos.
Básicamente el reconocimiento de un énfasis gramsciano en la determinación
última por parte de las ideologías en el ámbito de la sociedad civil.
En la
cumbre, como lo expresan correctamente ciertas versiones esquemáticas al estilo
de Portelli, la filosofía, las ciencias, las grandes construcciones
intelectuales, y luego todas las mezclas y amalgamas que, según el nivel social
y cultural, se plasman en las distintas expresiones de la religión, el sentido
común y finalmente del folklore como concepción popular del mundo. Todas ellas
no sólo pensadas, sino también vividas, convertidas en normas de conducta y
valores, diferenciados y desiguales en. una sociedad desigual, pero también
firmemente articulados por la acción compleja del quehacer político en la
unidad fundamental de la cultura.
Un buen
ejemplo de todo lo anterior (y además de un ejemplo se trata, lo que es quizás
más importante todavía, de un antecedente histórico del presente capitalista)
podemos hallarlo nuevamente en los análisis gramscianos de la reforma
intelectual y moral de la época de las Luces, gestada con anterioridad a toda
concreción institucional de la sociedad burguesa posrevolucionaria.
Recuérdese
al respecto cómo las ideas pregonadas por los grandes intelectuales ilustrados
del siglo XVIII no sólo abren camino, en el ámbito superestructural, a la posterior
formación de una nueva sociedad civil, sino inclusive a una serie de aspectos
estructurales de la revolución. Nótese en fin cómo la hegemonía de la burguesía
francesa no se concreta en hechos y organismos sin haberse gestado antes en el
mundo del pensamiento y las ideas, desde una filosofía que es momento decisivo
de la gestación de una nueva cultura.
Una vez
aclarado lo anterior, el reconocimiento de una determinación en última
instancia de los elementos ideales sobre los materiales o institucionales en la
sociedad civil gramsciana no tiene porqué entrar en contradicción alguna con el
énfasis que acertadamente suele hacerse sobre el concepto de aparato de
hegemonía (inseparable de las tesis sobre los intelectuales), desarrollos con
los que Gramsci viene finalmente a llenar una de las más agudas
carencias del análisis marxista de las superestructuras.
Antes de que
se asome aquí nuevamente la vieja sospecha de un Gramsci
irremediablemente “idealista“, quizás sea conveniente reafirmar cómo, a
la luz del concepto de bloque histórico, las superestructuras no dejan de ser
expresión de la estructura, aunque expresión según Gramsci infinitamente
más compleja y creativa. Complejidad, podríamos decir, pluridireccional: no
solamente las superestructuras se componen de elementos mucho más heterogéneos,
sino que se abren además a muy variados desarrollos posibles, cuantitativa y
cualitativamente.
La
multiplicidad de esta compleja trama superestructural no, siempre se refleja,
por otra parte, en la terminología de los Cuadernos. Así es corriente
que Gramsci utilice conceptos como “cultura“, “concepción del
mundo” o inclusive “ideología” como plenamente intercambiables.
Otras veces, en cambio, los diferencia aún sin definirlos directamente. Lo que
cuenta sin embargo es el hecho de que, a la luz del conjunto de la producción
gramsciana, pueden y deben distinguirse.
Por ello, será oportuno intentar
alcanzar alguna claridad con respecto a dichos conceptos. De los tres el más
restringido y el que más interesa aquí es sin duda el de “ideología“,
sobre el que nos concentraremos inicialmente para insertarlo luego en los
conceptos más amplios de “concepción del mundo” y de “cultura“.
Los
elementos ideales de la superestructura: Ideología, cultura y concepción del
mundo
En un
célebre texto del Materialismo histórico, Gramsci rechaza con
vehemencia la concepción tradicional marxista de la ideología como falsa
conciencia. La acepción, es bien sabido, se remonta a La ideología alemana de
Marx y Engels y ha sido perpetuada, con pocas y poco explícitas
excepciones, por la tradición posterior, hasta topar con el radical
replanteamiento gramsciano.
Según éste,
el marxismo, al darle el nombre de ideología “tanto a la superestructura
necesaria a determinada estructura, como a las lucubraciones arbitrarias de
determinados individuos” (MS, pág.56), ha desnaturalizado irremediablemente
el análisis teórico y político de las ideas.
“Es
preciso, entonces, -concluye Gramsci– distinguir entre ideologías
históricamente orgánicas, es decir, que son necesarias a determinada
estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, “queridas”. En cuanto
históricamente necesarias, éstas tienen una validez que es validez
“psicológica”; organizan” las masas humanas, forman el terreno en medio del
cual se mueven los hombres, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc.
En cuanto “arbitrarias” no crean más que “movimientos” individuales, polémicas,
etc …” (MS, pág.56).
Se trata de
una distinción que por sí sola renueva hondamente al marxismo en un sentido
historicista dialéctico, alejándolo del mecanicismo dogmático y maniqueo que
pretendía dividir el pensamiento humano en dos bandos irreconciliables: el del
error y el de la verdad, tomados como categorías ahistóricas y absolutas, en el
fondo despolitizadas.
En Gramsci,
al igual que en Hegel y en algunos textos de Marx (por ejemplo,
de La miseria de la filosofía (7)), la racionalidad del pensamiento
humano adquiere un carácter decididamente histórico y con ello también el error
y la verdad se vuelven relativos al contexto. El concepto de ideología,
paralelamente, pierde la dimensión peyorativa que le venía atribuyendo la
tradición ortodoxa, para convertirse en una noción básicamente descriptiva al
estilo clásico, cuyos contenidos han de ser sometido al juicio crítico de la
historia.
Pero, en Gramsci
este juicio es mucho más claramente político que en cualquiera de los autores
mencionados. Es más, lo que le da a ese giro epistemológico su sentido más
profundo y su misma posibilidad de ser es la identificación última, establecida
expresamente por Gramsci en el Materialismo histórico, entre
política e historia.
La
organicidad, de la que aquí venimos hablando, se mide así finalmente en
términos políticos. La articulación entre una ideología “orgánica” y la
estructura correspondiente de hecho reside en la capacidad de la primera para
organizar psicológicamente a las masas impulsándolas hacia formas de vida y de
acción tendientes a reforzar un modo de producción, su institucionalidad y
cultura, su fuerza hegemónica, o bien a cuestionarios desde la activa
prefiguración política de una sociedad nueva.
En todo
caso, nótese cómo, en el transfondo de la identificación de historia y política
-concretada en el contexto capitalista por la conformación clasista de los
actores- la política se llena de contenidos psicológicos y culturales, se
enriquece con todos los elementos que integran los móviles y las metas de la
acción individual y colectiva, llena el ámbito amplio de las superestructuras
complejas.(8)
Por otra
parte, volviendo a lo específicamente epistemológico -siempre virtualmente
idéntico a lo político en los más radicales representantes del historicismo
marxista (piénsese tan sólo en los ensayos de Historia y conciencia de clase,
donde Lukács afirma la identidad entre método, ortodoxia y revolución (9))
– cabe apuntar cómo con la versión gramsciana de ideología cae la distinción
engelsiana, destinada a tan largo y provechoso futuro, entre ciencia e
ideología y que se sigue lógicamente de la teoría de la falsa conciencia.
Antes y
después de Gramsci, la naturaleza problemática de dicha distinción se
desarrolla en un doble sentido: el que, como ya se señaló, atribuye carácter de
falsedad a la ideología, y el que, correlativamente, otorga status científico
(en el burdo sentido de verdadero) a la formas de conciencia no invertida (es
decir, directa y transparente) de la realidad.
Un
importantísimo correlato del rechazo gramsciano de este punto de vista es que,
al eliminarse el cientificismo ortodoxo, el marxismo mismo se convierte en
ideología, desplazándose así el núcleo de su valoración desde el ámbito de la
verdad científica al de la práctica política. Con ello, no solamente se
revitaliza el sentido prioritario de esta última, sino que cae el consabido
dogmatismo ortodoxo, quedando así expuesto el marxismo a la misma prueba
histórica a la que ha de someterse toda ideología que se pretenda orgánica. (10)
En el ámbito
de la identificación última entre epistemología y teoría política que veníamos
comentando más arriba, es evidente el impacto de esa revisión gramsciana. El
quehacer político revolucionario se libera del mecanicismo derivado de una
dudosa verdad científica, mientras esta última se historiza y se somete al
juicio crítico de la práctica. La revitalización política del marxismo se
inserta, así, en el ámbito de de una redefinción epistemológica de las ciencias
sociales.
Desde la
perspectiva gramsciana, lo decisivo será en síntesis el carácter orgánico o
inorgánico de una ideología, es decir su racionalidad histórica, su
funcionalidad, o expresividad, en relación con la estructura, en el marco de la
totalidad del bloque histórico.
Este punto
de vista, hondamente politizado, explica así el por qué hemos podido con Gramsci
ubicar las ideologías (ciertamente sólo las orgánicas o históricamente
necesarias) como momento decisivo y determinante de las superestructuras
complejas y, en particular, de la sociedad civil, y también el por qué Gramsci
ha llegado a incluir en ellas expresiones intelectuales tan heterogéneas como
la filosofía, la religión e inclusive, aunque sea de una forma peculiarmente
matizada, la ciencia misma. En su heterogeneidad, que no niega por cierto, como
tendremos oportunidad de analizarlo, un explícito orden jerárquico -dichas
manifestaciones, por el carácter orgánico que revisten en la totalidad del
bloque histórico, llegan a desempeñar una función común al tender todas hacia
la creación de una homogeneidad política y cultural, tendiente a su vez a la
producción de un lazo orgánico entre estructura y superestructura o, como ya se
apuntaba, a su ruptura en función de un bloque histórico alternativo.
No cabe duda
de que ello le confiere a la ideología así entendida un sentido tan general y
englobante como el que le atribuía la tradición ortodoxa, aunque de signo muy
diferente. Efectivamente, por encima de su especificidad y heterogeneidad, las
distintas expresiones ideológicas se definen todas, y en primera instancia, por
su organicidad histórica o, con otras palabras, por su racionalidad política.
Así como, en la visión ortodoxa, se definen por su carácter de falsedad. (11)
Como ya lo
decíamos, a menudo Gramsci parece considerar equivalentes la ideología y
la concepción del mundo. Sin embargo, una lectura más atenta sugiere una
diferencia conceptual importante. La concepción del mundo en el contexto global
de los Cuadernos no aparece solamente como un conjunto de ideas, sino
que se amplía hasta abarcar la esfera de la práctica individual y social.
Las
ideologías efectivamente, sobre todo las orgánicas, dan lugar a un estilo de
vida, a una ética que es vivencia práctica de los valores ideales que se
convierten así en normas y guía para la acción. En este sentido, se trataría de
un concepto más cercano al de cultura, aunque esta última sugiere una mayor
unidad o bien la presencia de una concepción del mundo que ha logrado imponerse
sobre las otras, por lo menos a nivel “nacional“, hasta presentar rasgos
unitarios en medio de las diferencias.
En cualquier
caso, no nos será posible, como no lo es para el mismo Gramsci, mantener
una distinción clara y constante entre ideologías y concepciones del mundo. Lo
esencial aquí no será revestir a nuestro autor de una precisión que, por muchos
motivos, le es ajena, sino intentar captar los rasgos fundamentales y más
significativos de sus análisis.
En ellos -es
lo que cuenta- las ideologías orgánicas, a raíz justamente de su carácter
históricamente necesario, siempre tienden a ser concepciones del mundo y, como
tales, cultura o fragmentos de cultura (o también, de “contracultura“).
Es sobre
todo por ello, retornando nuestra discusión inicial, que la ubicación de las
ideologías como momento en última instancia determinante del mundo
superestructural no parece representar una tendencia idealista. Por el
contrario, una original orientación dirigida a superar, en el ámbito del
marxismo, la dicotomía filosófica “materialismo-idealismo” en la
inmanencia absoluta de la historia.
Traducido a
los términos del análisis político del capitalismo, la estrecha vinculación
entre ideología y concepción del mundo no hace más que reiterar la necesaria
tendencia de las ideas a institucionalizarse en el marco de sociedades
participativas.
Abordemos
finalmente uno de los conceptos más célebres de la obra gramsciana: el de
cultura, ámbito en el cual se unifican virtualmente las distintas concepciones
del mundo o, por lo menos, donde una se impone sobre las demás, acogiendo en su
seno a las ideologías y a las instituciones, a las prácticas y los valores en
la unidad de la vida nacional.
En una
célebre cita de Literatura y vida nacional, Gramsci define la
cultura de la manera siguiente: “¿Qué significa cultura ..? Indudablemente
significa una concepción de la vida y del hombre coherente, unitaria y
difundida nacionalmente, una religión laica, una filosofía que se ha
transformado en cultura, es decir que ha generado una ética, un modo de vivir,
una conducta cívica e individual” (LVN, pág.22).
En un bloque
histórico determinado, la cultura incluye entonces todos los momentos de la
vida nacional en la unidad fundamental de una concepción del mundo que la guía
y, a la vez, la refleja. Su coherencia parece depender, por ello, del grado de
organcidad o de hegemonía logrado por los grupos dirigentes, su debilidad de
las carencias de la capacidad de dirección estatal. El carácter nacional que Gramsci
atribuye a la cultura no responde por otra parte -hay que reiterarlo una vez
más -a ninguna aspiración nacionalista por parte de nuestro autor. Por el
contrario, responde al reconocimiento de la realidad capitalista creadora de
culturas nacionales.
Paralelamente,
la lucha por una cultura alternativa, prácticamente idéntica a la lucha por una
nueva hegemonía, ha de ser en primera instancia nacional-popular, para que el
horizonte del internacionalismo marxista no se diluya en la utopía y el
carácter popular del nuevo bloque histórico quede garantizado para el futuro.
Aquí lo que
ya se decía con respecto a la politización del concepto de ideología puede
ampliarse ahora al de cultura, volviéndose así, en el fondo, a la reiteración
de la identidad última de política y cultura o, lo que es lo mismo, a la
reafirmación de la politización plena del mundo de las superestructuras
complejas.
Pero, hay
que tener presente, una vez más, que aquí, no sólo se trata de una visión
altamente politizada de la cultura, sino también de una visión hondamente
humanista de la política, donde ésta se enriquece, de manera tan novedosa como
realista, con todos los contenidos cotidianos de la vida y la conciencia de los
pueblos. (12)
Insistir en
este aporte de Gramsci a la visión marxista de la esencia misma de la
política es insistir sobre el surgimiento, por lo menos teórico, de un
auténtico humanismo y un pleno realismo marxistas, finalmente alejados del
dogmatismo y la metafísica de la revolución, desafortunadamente tan corrientes
en esa tradición. Y es también comprender, en su paradójica dialecticidad, la
mencionada actualización gramsciana de la revolución política de Maquiavelo.
Por todo lo
anterior es que las ideologías no pueden ser aisladas conceptualmente, en el
ámbito complejo de las superestructuras, más que con fines estrictamente
analíticos, integrándose siempre en la práctica con el conjunto de los
organismos, instituciones y formas de vida que conforman con ellas una
totalidad dialéctica.
Pero, hay
algo más. Esa perspectiva de totalidad permite también captar la unidad última
de las distintas formas ideológicas. Más allá de los esquemas que desde la
filosofía llegan hasta el folklore, Gramsci nos advierte que no existe
separación posible entre los diferentes niveles. Su unidad, escribe, está
garantizada por la política. Igualmente podría decirse que lo está por la
cultura, y que es tanto más fuerte cuanto más orgánico el bloque histórico.
(*)Publicado originalmente en Rev.
Filosofía Univ. Costa Rica, XXXIV (83-84), 237-245,1996
Notas:
1. Cf.
“Bloque histórico y hegemonía en Antonio Gramsci”, en Revista de Filosofía
de la Universidad de Costa Rica, XXXII (78-79), p.253-285, Número
extraordinario, 1944
2. Nótese
como el singular “superestructura” y el plural “superestructuras” son a menudo
intercambiables en la obra de Gramsci. Podría sostenerse que el primero se
refiere al conjunto y el segundo a sus distintos momentos o instancia. En todo
caso, la distinción no es precisa.
3. Se trata
de un tema tentador. Creo que la observación acerca de las relaciones entre
moral y política en Maquiavelo y Gramsci es fecunda y valdría la pena
desarrollarla en otra ocasión
4. Es
notable también el énfasis gramsciano en los criterios metodológicos de la
investigación. Se trata, en este caso también, de niveles que se entrecruzan y
fecundan mutuamente a lo largo de los escritos de Gramsci, haciendo difícil un
tratamiento bien diferenciado. Eventuales superposiciones podrán, por otra
parte, despejarse sobre la marcha.
5. Gramsci y el bloque histórico, ed. cit., cap.I, pág.29
6. Norberto
Bobbio, Estudios de historia de la filosofía: de Hobbes a Gramsci, ed.
cit., pág.354. Es evidente aquí un enfásis poco usual en la prioridad de las
ideas en el ámbito de la superestructura. No cabe duda de que ello responde a
las tendencias propias de la interpretación de Bobbio. Y si bien ésta es
discutible en varios aspectos, pese a su carácter innovador y sugerente, la
gran mayoría de las críticas que se le han dedicado, sobre todo de marxistas,
responden mucho más a preocupaciones de inspiración “ortodoxa” que a objeciones
teóricamente fundadas (cf. en particular el caso de Texier).
7. En la Miseria
de la filosofía hallamos un texto, en el que Marx se refiere a los
economistas liberales como a los “científicos” (¡más bien que ideólogos!) de su
momento y circunstancias históricos. Más que de una contradicción, debería
hablarse, creemos, de una convivencia del innegable historicismo de Marx con
formas de pensamientos positivistas. Más que de incoherencia, de una presencia
superpuesta de diferentes enfoques que no llegan en Marx a ser objeto de
problematización epistemológica.
8. Esa sea
quizá la diferencia más notable entre Gramsci y el joven Lukács en este punto.
En Historia y conciencia de clase hallamos efectivamente una
misma afirmación acerca de la identidad entre política e historia. Sin embargo,
al no llenarse el universo de la política de contenidos reales y culturales, la
identificación propuesta por Lukács desemboca en una apriorística y dogmática
identidad entre historia y revolución.
9. Cf. Georg
Lukács, “¿Qué es marxismo ortodoxo?” en Historia y conciencia de clase, ed.
cito, pág.2 Y siguientes
10. “Por
ello – escribe Gramsci, refiriéndose a las pretensiones cientificistas de los
ortodoxos – considerar que una determinada concepción del mundo contiene en sí
misma un poder superior de capacidad de previsión es un error que proviene de
una grosera fatuidad…” (M, pág.49).
11. Una vez
analizado brevemente el concepto gramsciano de ideología, cabe señalar, un poco
al margen de nuestro actual desarrollo, la mayor debilidad de la comparación
establecida por Bobbio entre la visión de Marx y la de Gramsci acerca del lugar
y la función de las ideologías: la heterogeneidad del concepto que ambos
autores manejan y que hace imposible todo parangón riguroso. Ello, sin tomar en
cuenta la distancia que los separa en el tiempo y que bien podría dirigir la
interpretación en el sentido de enfatizar más bien un desarrollo que una
divergencia entre las posturas de Marx y Gramsci en relación con el tema de las
ideologías y, más en general, de las superestructuras complejas.
12.
Pareciera que el marxismo nunca logró aprender demasiado de esta concepción
gramsciana acerca de la cultura y la política, ni explotar la enorme riqueza
que, en lo teórico y lo práctico, podría haberse desarrollado a partir de ahí.
Ello a menos que estemos dispuestos a ampliar el ámbito del marxismo hasta
incluir manifestaciones tan heterodoxas corno el eurocomunismo y sus ulteriores
desarrollos que, en la actualidad, tras la caída del socialismo histórico,
logran sin embargo aglutinar amplias masas populares, como lo muestra el caso
italiano actual. A lo largo de próximos trabajos retornaremos sin duda este
último tema, tan delicado y tan decisivo para la supervivencia del marxismo.
Advertencia
Para las citas de los textos de
Gramsci, se utilizan las siguientes abreviaturas:
I : Los intelectuales y la
organización de la cultura
LVN: Literatura y vida nacional
M : Notas sobre Maquiavelo, la
política y el Estado moderno
MS: El materialismo histórico y
la filosofía de Benedetto Croce
PP: Pasado y Presente
R: Risorgimento
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Notas sobre
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Estado moderno, Nueva Visión, Buenos Aires 1972
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materialismo histórico y la
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PUNTO Y APARTE
CAPITALISMO
KEEP CALM
NO A LA DIABLA
KEEP CALM
NO A KEIKO!
KEEP CALM
SINVERGUENZAS
DEGRADACION
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