El amor libre: un problema
político en el pensamiento de Alejandra Kollontai
Por : Luciana Guerra
(CONICET/CINIG-IDIHCS/FAHCE)
VIII Jornadas de Investigación en
Filosofía.Departamento de Filosofía. Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación. Universidad Nacional de La Plata
“El amor es el opio de las
mujeres”.
Kate Millet
Introducción
En el siguiente trabajo, me
propongo hacer una primera aproximación a la noción de “amor libre” o “amor
camaradería” desarrollada por Alejandra Kollontai (1872-1952). El objetivo
central que orienta estas reflexiones es poner de manifiesto el rol protagónico
que para dicha autora tiene el amor en la vida política no sólo para la
construcción de las relaciones igualitarias entre los sexos, sino también para
la sociedad en general. Al mismo tiempo, me propongo analizar el enfoque desde
el cual Kollontai concibe al amor destacando los factores psico-sociales y
políticos que atraviesan sus formulaciones.
Lo personal es político
Para Kollontai, el amor, si bien
en los primeros grados de desenvolvimiento de la humanidad era un fenómeno
biológico (instinto de reproducción), con el correr de los siglos pasó a
convertirse en un sentimiento de mayor complejidad y de carácter netamente social
y psicológico.
Kollontai denominó “Eros sin
alas” al amor como mero instinto biológico de reproducción y “Eros alado” al
amor como fuerza psico-social. En sus palabras
“Ha llegado el momento de
reconocer abiertamente que el amor no es solamente un poderoso factor de la
Naturaleza, que no es únicamente una fuerza biológica, sino también un factor
social. Lo cierto es que el amor en sus diferentes formas y aspectos, ha
constituido en todos los grados del desenvolvimiento humano una parte
indispensable e inseparable de la cultura intelectual de cada época. Hasta la
burguesía, que reconoce algunas veces que el amor es “un asunto de orden
privado”, sabe en realidad cómo encadenar el amor a sus normas morales para que
sirva al logro y afirmación de sus intereses de clase”.(1)
Como podemos ver en la cita
anterior, Kollontai rechaza la idea de que el amor sea de carácter netamente
biológico, es decir, que no esté atravesado por condicionamientos culturales.
Se opone de esta forma a la ideología que pretende hacer pasar al amor como
producto de leyes naturales necesarias. Ya que de ser así, las relaciones de
amor sexuales estarían sujetas a leyes respecto de las cuales los seres humanos
no podrían más que acatarlas pasivamente. Pero Kollontai observa que el amor no
ha sido siempre igual a sí mismo a lo largo de la historia ni en diferentes
culturas. Por lo cual realiza un estudio histórico de las distintas nociones de
amor que se expresaron en diversas sociedades para probar que el amor o el
“Eros alado” es indisociable de la intelectualidad de cada época. Con esta
afirmación, no sólo está resaltando el carácter histórico y cambiante del amor,
sino también que su organización o estructuración está configurada por los
juicios, valores, creencias e intereses de cada época y de cada cultura. De
esta forma, se aparta de posicionamientos deterministas o biologicistas para
defender una mirada constructivista del amor.
En un escrito de su autoría
titulado Un poco de Historia Kollontai hace un recorrido histórico analizando
las distintas nociones de amor que operaron en las sociedades patriarcal,
antigua, feudal y burguesa para luego proponer el tipo de amor que debería
promoverse en la nueva sociedad comunista. De esta manera fundamenta su
afirmación respecto de que la cultura es la que establece las reglas que
determinan cuándo y en qué condiciones el amor es legítimo y cuándo no lo es.
Para la autora, el amor cobra
significado social por medio de las normas culturales que lo moldean. Las
sociedades definen qué es normal y qué no lo es respecto de las relaciones
eróticas. De esta manera es transmitido y divulgado en los procesos de
socialización. Si el amor se educa, si está determinado por la cultura, no es
posible, a los ojos de Kollontai, considerarlo un problema de orden privado.
Por el contrario, el amor es un problema público. Con esta afirmación, vemos
cómo la consigna del feminismo de la segunda ola que afirma que “lo personal es
político”, aparece anticipada en su pensamiento. El amor, en tanto sentimiento
social, no sólo nos informa de los valores de la persona involucrada
emotivamente. Como vimos, el amor también tiene mucho que decir respecto de la
intelectualidad cultural de cada época y de las relaciones de poder que lo
atraviesan. Es decir, la noción de amor que cada sociedad construye y transmite
se define desde una ideología. Por eso, el amor es indisociable del ideal a
partir del cual se lo valora y concibe. Es por eso que la concepción que parece
operativa en el pensamiento de Kollontai respecto del amor es cognitivista y
constructivista. El amor es un sentimiento social, histórico, por tanto
cambiante, cuya valoración moral varía según la ideología y los intereses a
partir de los cuales se lo reglamente. Según la normatividad que lo estructure,
el amor puede servir para construir relaciones amorosas igualitarias u
opresivas. Pero eso no depende de los individuos aislados, sino, de la sociedad
en su conjunto.
La crítica que lleva adelante
respecto del ideal del amor burgués tiene como centro la visibilización de la moral
sexual que estructura las relaciones entre los sexos situando a la mujer en un
lugar de subordinación. Consciente de que no sólo por cuestiones económicas
eran oprimidas las mujeres, sino también por cuestiones de sexo, la dirigente
rusa emprendió una batalla política e ideológica para lograr una transformación
profunda de la psicología humana que dé nacimiento no sólo al “hombre nuevo”,
como Marx sostenía, sino también, a la “mujer nueva”.
La sujeción femenina se debe, en
gran medida, al carácter devorador del amor burgués y su doble moral sexual que
promueve la renuncia del propio yo de las mujeres En sus palabras:
“Estamos acostumbrados a valorar
a la mujer, no como una personalidad, con cualidades y defectos individuales,
independientes de sus sensaciones psicofisiológicas. Para nosotros la mujer no
tiene valor más que como accesorio del hombre. El hombre, marido o amante,
proyecta sobre la mujer su luz; es él, y no ella misma, a quien tomamos en
consideración como el verdadero elemento determinante de la estructura
espiritual y moral de la mujer. En cambio, cuando valorizamos la personalidad
del hombre hacemos por anticipado una total abstracción de sus actos con
relación a las relaciones sexuales”.(2)
La agudeza del análisis de
Kollontai muestra cómo, la moral sexual, es intrínseca a la experimentación
misma del amor. La moral determina qué experiencias son adecuadas y cuáles.
Kollontai observaba cómo, las mujeres, eran educadas para que el centro de su
vida sea el amor. Pero como vimos, cada sociedad tiene un ideal de amor, una
noción de amor que regula las experiencias amorosas.
Lo que Kollontai visibilizaba era
la doble moral (podríamos agregar que sigue siendo doble), ya que ante acciones
idénticas, se juzga de manera diferente según el sexo de la persona que
protagonice el acto. El disciplinamiento sexual recae con toda su fuerza,
fundamentalmente, sobre las mujeres. La “pureza”, por ejemplo, es considerada
una virtud femenina. Si una mujer tiene relaciones sexuales con quienes desea,
cuantas veces quiera, es condenada moralmente. Cosa que no ocurre con los
varones, por el contrario, cuantas más mujeres “conquiste” sexualmente un
varón, más estatus de virilidad obtiene.
Observamos una continuidad de
esta línea de pensamiento en Simone de Beauvoir. Tomando como marco de análisis
la dialéctica del amo y el esclavo, Beauvoir afirma que el Sujeto, lo Uno, es
exclusivamente masculino y lo femenino aparece en el lugar de lo Otro absoluto.
En sus palabras:
“La Humanidad es macho, y el
hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él, no la
considera como un ser autónomo. “La mujer, el ser relativo”…, escribe Michelet.
(…) El hombre se piensa sin la mujer. Ella no se piensa sin el hombre”. Y ella
no es otra cosa que lo que el hombre decida que sea; así se la denomina “el
sexo”, queriendo decir con ello que a los ojos del macho aparece esencialmente
como un ser sexuado: para él, ella es sexo; por consiguiente lo es
absolutamente. La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y no
éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es
el Sujeto, él es lo absoluto; ella es lo Otro”.(3)
Esta situación de sujeción de las
mujeres es rechazada por Kollontai tanto desde un punto de vista moral, como
político y antropológico. Aspectos que se entrelazan en un proyecto ideológico
basado en la dominación. En este entramado de relaciones jerárquicas, el amor
es crucial tanto para la vida moral como política y fundamentalmente para la
constitución subjetiva de los seres humanos. Ya vimos cómo Kollontai
cuestionaba el encadenamiento del amor a las normas morales burguesas que
convertían al amor en un instrumento de opresión.
En disidencia por un lado, con la moral
burguesa, que hoy bien podríamos llamar patriarcal, y de la fuerte tendencia de
sus camaradas respecto a devaluar el valor del amor tanto en la vida moral como
en la política, Kollontai sostiene el rol irremplazable del amor como fuerza
psicosocial para la construcción de la comunidad socialista.
La posibilidad de un cambio
radical de la psicología humana depende de que los lazos sociales encuentren su
fundamento en lo que Kollontai denominó “amor camaradería”. El “Eros de alas
desplegadas” tiene que formar parte del proyecto socialista porque sólo a
través de la erotización (en sentido amplio, no sólo sexual) de las relaciones
humanas es posible la solidaridad y el respeto de la individualidad de todas y
todos sus integrantes. La noción de amor aparece en esta perspectiva como una
fuerza que une a las personas. Pero para que esta unión sea liberadora debe
basarse en los principios de solidaridad, cuidado y respeto de los integrantes
de la comunidad.
“La nueva sociedad comunista está
edificada sobre el principio de la camaradería, de la solidaridad. Pero ¿qué es
la solidaridad? No solamente debemos entender por solidaridad la conciencia de
la comunidad de intereses: la solidaridad la constituyen también los lazos
sentimentales y espirituales establecidos entre los miembros de una misma
colectividad trabajadora. El régimen socialista edificado sobre principios de
solidaridad y colaboración exige, sin embargo, que la sociedad en cuestión
posea desarrollada en alto grado, “la capacidad de potencial de amor”, es
decir, la capacidad para sensaciones de simpatía.
Si estas sensaciones faltan, el
sentimiento de camaradería no puede consolidarse. Por eso intenta la ideología
proletaria educar y reforzar en cada uno de los miembros de la clase obrera
sentimientos de simpatía ante los sufrimientos y las necesidades de sus
camaradas de clase. También tiende la ideología proletaria a comprender las
aspiraciones de los demás y a desarrollar la conciencia de su unión con los
otros miembros de la colectividad. Pero todas estas “sensaciones de simpatía”,
delicadeza, sensibilidad y simpatía, se derivan de una fuente común: de la
capacidad para amar, no de amar en un sentido propiamente sexual, sino del amor
en un sentido más amplio de esta palabra. El amor es un sentimiento que une a
los individuos”.(4)
De la cita expuesta con
anterioridad podemos ver la validación del amor en la moralidad ya que no hay
posibilidad de relaciones solidarias sin que estén atravesadas por el
sentimiento de amor en sentido amplio. Sin un compromiso emocional con las
necesidades y sufrimientos de las otras personas, la solidaridad se convierte
en un mandato moral vacío y frágil. La educación es fundamental en la
estimulación de vínculos solidarios. Pero en el pensamiento Kollontai, la moral
no se construye desde un frío cálculo racional, sino, por el contrario, desde
la emotividad que constituye su propio cuerpo. La moralidad es el producto de
una emoción pensante; de una intelectualidad erótica. Razón y emoción no son
entendidos como polos opuestos. La columna vertebral del amor es un juicio o un
conjunto de juicios de valor y principios construidos culturalmente que
producen una moralidad en consonancia con un proyecto político y social.
Los seres humanos no son pasivos
respecto de las emociones, sino que por el contrario, las mismas son producidas
por la cultura. Esta producción no radica en producir las emociones en sí, es
decir, la cultura no crea el odio, o el amor o la gratitud. Lo que hace la
cultura es darle estructura, sentido, significado, intencionalidad. La cultura
organiza las emociones. Desde pequeñas/os se nos enseña a sentir asco por
determinadas cosas y no por otras. Qué es lo que hay que odiar, qué es lo que
hay que desear, qué objetos o personas nos deben dar asco, que situaciones
merecen gratitud, etc. Y qué sea digno de odio, o de amor, depende de la escala
de valores, la ideología y la concepción de ser humano desde donde se esté
evaluando.(5)
En ese sentido, es oportuna una
cita de Kollontai donde expone, con total claridad, tanto el lugar fundamental
del amor, como de las transformaciones necesarias de esta emoción para la
realización de su proyecto de emancipación de las mujeres y de la sociedad en
su conjunto.
“Si logramos que de las
relaciones de amor desaparezca el ciego, el exigente y absorbente sentimiento
pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el
deseo egoísta de “unirse para siempre al ser amado” si logramos que desaparezca
la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie críticamente a su “yo” no
cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos harán que se
desarrollen otros elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y
aumentará el respeto hacia la personalidad del otro lo mismo que se
perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la
sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar
el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción
y de voluntad en la creación común”.(6)
Conclusiones
“La moral es la gramática del deseo”.
Alejandra Pizarnik
Este recorrido por el pensamiento
de Kollontai sobre el amor, permite destacar el valor cognitivo que le da al
mismo en la experiencia moral. La “capacidad de amar” es, a los ojos de
Kollontai, condición necesaria para la construcción de lazos morales basados en
la solidaridad y el respeto de las otras y los otros. El “Eros alado” es la
emoción social que garantiza la consolidación de los sentimientos de simpatía.
De esta forma, podemos afirmar que para Kollontai, los sentimientos de simpatía
respecto de los sufrimientos de las otras y los otros son la columna vertebral
de la agencia moral.
Cabe señalar que el amor, en
Kollontai, al ser una fuerza psico-social, puede ser utilizado por la cultura
tanto para consolidar un orden esclavizante, como para la construcción de una
sociedad igualitaria. Es por ello, que la validación moral del amor en el
pensamiento de Kollontai depende del principio que lo configure y estructure.
Ya vimos cómo el amor y la moral burguesa son rechazados por la dirigente
socialista. El principio rector de los mismos es la valoración de las
relaciones de propiedad y la desigualdad entre los sexos. El amor no es
validado en el pensamiento de Kollontai por sí mismo, desde un abordaje
metafísico. Por el contrario, es fundamental el abordaje contextual y político
del mismo. La noción de amor que Kollontai defiende es la que se basa, como
vimos, en el principio de solidaridad y de respeto de la individualidad de cada
ser humano. El “amor camaradería” o “amor libre” aparece como el fundamento de
la moral proletaria propuesta por Kollontai. La validación del mismo se
inscribe en la dimensión política de su pensamiento moral. La noción de amor
libre, permite construir relaciones igualitarias y terminar con la sujeción
psicológica de las mujeres respecto de los varones.
Cabe destacar que una de sus
batallas centrales al interior del partido, fue la de defender el desarrollo
del “potencial de amor” para la configuración de las relaciones morales, en
oposición a quienes sostenían que los problemas emocionales, afectivos,eróticos,
en suma, amorosos, eran problemas secundarios y de nula relevancia política.
En una carta a un joven camarada
sostiene:
“La tarea de la ideología
proletaria no es pues, separar de sus relaciones sociales al “Eros alado”.
Consiste simplemente en llenar su carcaj con nuevas flechas; consiste en hacer
que se desarrolle el sentimiento de amor entre los sexos, basados en la más
poderosa fuerza psíquica nueva: la solidaridad fraterna. Espero joven camarada,
que ahora verás claramente que el hecho de que el problema del amor despierte
un interés tan extraordinario entre la juventud trabajadora no es en modo
alguno síntoma de “decadencia”. Creo que ahora podrás encontrar por ti mismo el
lugar que debe corresponder al amor, no sólo en la ideología del proletariado,
sino en la vida diaria de la juventud trabajadora”.(7)
De esta forma podemos ver cómo,
el amor es para Kollontai la fuerza psíquica de la cual depende la construcción
de una sociedad igualitaria y un componente privilegiado de la moralidad.
Bibliografía;
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Alejandra Kollontai: la mujer nueva, Arenal, 7.1.
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MILLET, K., 1995, Política
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RUBIN GAYLE, El tráfico de
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NOTAS:
1 Alejandra Kollontai, La mujer
nueva y la moral sexual. Santiago de chile, Cultura, p.99
2 Alejandra Kollontai, La mujer
nueva y la moral sexual. Santiago de chile, Cultura. p.86
3 Simone de Beauvoir. El Segundo
Sexo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005. p.18
4 Alejandra Kollontai. op. cit.
p.113
5 Al sostener que la
intencionalidad de las emociones se construye socialmente lejos estamos de
defender un determinismo sociológico que le impediría a los individuos disentir
con los mandatos sociales. Por el contrario, al estar determinadas
culturalmente, es factible de transformaciones y modificaciones ya que la rebelión
y disidencia es tan posible como también lo es la obediencia a las normas y
mandatos.
6 Alejandra Kollontai. Op. Cit.
p. 124
7 Alejandra Kollontai. Op. Cit.
p. 124-125
.
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